viernes, 30 de septiembre de 2011

Lágrimas de Rimos. Primera parte.

 IV.


Cal Desci contaba con un privilegio bastante poco común en Rimos, su casa estaba a ras de piso, lo cual ayudaba mucho a su condición de lisiado, pero tal condición no había tenido nada que ver, mucho más determinante fue su cercanía a Dimas, quien retribuía la lealtad con la misma energía con la que castigaba la traición.

Ya era de noche, y esta se había dejado caer fría y húmeda, una llovizna fina y persistente como una densa cortina formada por sutilísimas partículas de agua que caían sin prisa, apenas visible a la escuálida luz que proporcionaba el farol que colgaba de la viga del alerón que sobresalía de la casa de Cal. Este preparaba sopa en un orondo caldero de greda que colgaba sobre el fuego de su agreste chimenea hecha de toscas piedras, al igual que las paredes de su casa. Mientras vertía los últimos condimentos al caldo que preparaba, conversaba alegremente con su invitado, que no era otro que Dan Rivel, quien no pudo negarse a la inesperada invitación del viejo a pasar la fría noche junto a un buen fuego, una atractiva sopa caliente y una agradable conversación, avivada con algunos vasos de licor. El principal tema de conversación hasta ese momento habían sido las vicisitudes del oficio que compartían, ambos eran cocheros. Dan, cómodamente sentado, fumaba una artesanal y rústica pipa que había fabricado él mismo, mientras narraba una anécdota, la cual condimentaba con pasajes falsos que se le ocurrían en el momento, solo para hacerla más graciosa. La casa de Cal Desci era pequeña, como todas las casas en Rimos, pero bastante acogedora, de gruesas paredes y ventanas de madera de dos alas, pocos muebles y una innumerable cantidad de artilugios colgados de las paredes y de las vigas: sogas de cuero, cantaros, herramientas, muchas de estas descompuestas, alforjas, un auténtico acumulador de basura de dudosa utilidad. Cogió de una repisa dos escudillas de greda, donde tenía varias apiladas, unas seriamente dañadas, las limpió con un trapo para sacarles el abundante polvo acumulado por todas partes y las llenó del suculento caldo, luego las depositó sobre la mesa donde Dan estaba apoyado y animó a su invitado a comer a la usanza antigua, cogiendo el cuenco con ambas manos y dándole pequeños sorbos. En eso estaba el joven cuando su viejo anfitrión comenzó su plática. “Hace pocos días divisé una caravana de comerciantes que venía del Oeste, más allá del desierto, quién sabe qué hay al otro lado de ese edén para reptiles, traían telas bellamente ornamentadas de colores que jamás imaginé en una prenda de vestir, otros comerciaban con líquidos aromáticos, según ellos extraídos de las plantas y sus flores, ¿puedes creerlo?, seguramente me estaban tomando el pelo, sacarle el aroma a una flor sería como quitarle las manchas a un cerdo sin desollarlo, el viejo soltó una carcajada, su comparación le había parecido tan certera como graciosa, luego continuó. Tú, -dijo señalando a Dan con su cuenco- quedarías muy bien en una de esas caravanas”, este, que ya había vaciado la mitad de su caldo, dejó sobre la mesa su escudilla, luego apoyó los codos mirando el techo con una mueca de nostalgia, “algún día amigo mío... algún día, créeme que todas mis esperanzas están depositadas en ello, pero sin una dote que me respalde, o algún comerciante antiguo que me apadrine, será difícil”. Cal Desci sonrió de forma imperceptible, “claro, la pobreza trunca los sueños de la gente como un agujero en el camino le rompe la pata a un buen caballo, nuestro oficio apenas alcanza para subsistir, lo sé. Talvez no te interese, pero por aquí a veces salen trabajos rápidos y muy bien recompensados, no te vendría mal alguna remuneración extra.” Dan estaba abiertamente interesado, quería por sobre todo mejorar su situación, estaba harto de que el único lujo que podía costearse fuera que una mujer medianamente atractiva le sirviera cerveza tibia en alguna taberna hedionda a orina, de que la mayoría de su alimento fueran restos que robaba de la carga que transportaba, de que algunos clientes caprichosamente no le pagaran lo acordado. Estaba harto de ser tan aplastantemente pobre. “Si tienes algún trabajo que darme, por favor, no dudes en decirme, respondió retomando su escudilla, te lo agradecería mucho”, “vaya”, la necesidad del muchacho volvió mucho más convincente sus argumentos, pensó Cal Desci, “de hecho tengo un trabajo en el que puedes ayudarme y que puede ser muy bien pagado, pero antes de decirte de qué se trata debo pedirte la mayor discreción, aceptes o no, nadie puede enterarse. Quiero dejarte claro que este es uno de esos trabajos donde la traición se puede pagar muy cara. ¿Entiendes lo que digo?” el rostro del viejo se había vuelto inusitadamente severo, “por supuesto” respondió Dan, con la mayor gravedad de la que disponía, que no era mucha. “Bien, -dijo el viejo lisiado, moviendo su cuenco hacia delante y apoyando los codos sobre la mesa- ¿Qué sabes sobre las Lágrimas Negras?”

Afuera en el resto del poblado la noche ya se instaló y la jornada terminó para la mayoría de los habitantes de Rimos, salvo para algunos hombres que vigilan la inmensidad de la noche desde sus puestos de guardia y que perciben la oscuridad como una fría e indiferente aliada. La llovizna continúa persistente y obliga a guardar respetuoso silencio a todas las criaturas, un silencio que se extiende mucho más allá de las fronteras de la ciudad. Un silencio, como cuando los dioses planean su próxima jugada.

Nubes rezagadas se desplazan por las tierras más altas, como gigantescas bestias níveas que pastan apaciblemente dirigiéndose al Este, hacia los límites de la vista humana, donde el resto de las nubes que cubrieron los cielos durante la noche se han agrupado para librar su inevitable batalla contra el astro sol que lucha por imponerse y cumplir su impostergable tarea, ascendiendo lentamente, como si le costara trabajo atravesar este denso y grisáceo pantano, arrancando jirones de vapor a su paso. Las nubes, incapaces de contener los luminosos rayos de luz de su inmortal enemigo son derrotadas por esta vez. Con desesperante lentitud se disipan, huyen, desertan, mientras el sol sube hacia un inmaculado cielo desde donde ha de gobernar un nuevo día.

Un pájaro se posa con la rapidez y confianza que la práctica le ha otorgado, en una delgada y nudosa rama, esta, sorprendida, deja caer las cristalinas gotas de agua que había acumulado durante la noche. El ave, luego de un par de rápidos vistazos a su alrededor se retira, tiene prisa, debe regresar. Sobrevuela los campos parcelados, inmensos cuadrados de tierra elevados por lo menos un metro, contenidos por muros de piedra, hasta posarse en otra húmeda rama de un árbol con apariencia anciana y atormentada, desde allí observa protegido por las pequeñas y gruesas hojillas, a dos hombres que descienden por los angostos caminos con sus herramientas al hombro. El pajarillo, luego de emitir un silbido de advertencia sobre la presencia humana, se retira presuroso en dirección a una de las orillas más pedregosas del río Jazza, donde rápida y nerviosamente sacia su sed, un sorbo y un vistazo a su alrededor, otro sorbo y vuela hacia el único cerro del lugar, eligiendo siempre la cara más cubierta de vegetación para ascender, hasta posarse en un muro, un muro que rodea la parte alta del otero como una corona rodea la cabeza de un rey, un punto del muro donde siempre escasea la presencia del hombre, desde allí brinca hasta un pequeño arbusto que parece a punto de caer, con sus raíces al aire, en un último intento por no desprenderse, un arbusto que ha crecido víctima de la gravedad y de la falta de tierra, debido a la intervención del hombre, sin embargo resiste más de lo que parece, ni se inmuta ante el brusco aterrizaje del ave y se muestra tozudo ante la suave brisa. Bajo él, una mujer transita despreocupada con un canasto con fruta fresca, bajando por una escalera y aprontándose para subir otra, a su lado, un niño pequeño con un puño aferrado a su falda le sigue el paso, mientras roe una fruta que lleva en la otra mano. Un brinco más y el pájaro llega hasta un pequeño tejado que sobresale de uno mayor y luego a la parte más alta de este último. Desde aquí ya aprecia el hermoso castillo construido sobre una plataforma de piedras, sobresaliendo por encima de la violenta y vigorosa vegetación de Cízarin. Vuela hasta la más próxima de las doce rectangulares y elevadas torres de vigilancia que rodean al castillo y se posa en una pequeña cornisa por debajo de la atalaya donde vigila un guardia armado con una lanza, una espada Pétalo de Laira al cinto y un cuerno para dar aviso colgado a la espalda, todo esto, irrelevante para el ave, para quien todos los humanos son iguales y representan la misma amenaza. Desde ahí se desplaza en caída hasta la base del castillo por uno de sus costados, y sin detenerse mucho tiempo, vuela hasta la parte posterior de este. Luego solo le queda ascender. De un salto en línea recta de por lo menos quince metros hasta llegar a su objetivo, una de las dos ventanillas angostas y alargadas ubicadas en la parte más alta de la muralla, a centímetros del tejado. Ingresa a la habitación y de un saltito llega al vértice más próximo, donde, entre la empalizada está su nido, con su siempre hambrienta descendencia, a la cual le regurgita un alimento que ha traído desde varios kilómetros de distancia hasta ese lugar, una habitación del castillo, polvorienta y oscura, en la cual solamente vegetan objetos en desuso, estatuas mutiladas, armas y muebles descompuestos, armaduras incompletas, y en una repisa pegada a la pared, una caja de madera decorada con finos pero sobrios diseños de enredaderas nudosas y con espinas, en cuyo interior descansan tres piedras negras, hábilmente labradas en forma de lágrima.

A varios kilómetros de allí, en los campos más alejados que inauguran Cízarin, una arboleda da la bienvenida a los visitantes que vienen del Oeste, un camino que en estos momentos está siendo atravesado por un solitario viajero, pero no un forastero, sino por Dan Rivel, quien salió muy temprano de Rimos.


León Faras.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Crucifixión.


Lluvia de insultos y llantos
persistente impregna la madera
apenas arrastra, doloroso manto
camino empinado a la calavera.

Las heridas reviven con el sudor
y el peso que todas las almas cobran
fortaleciendo de nuevo al dolor
el patíbulo crece, las fuerzas se doblan.

Nadie osa siquiera a ayudar
nadie quiere compartir el castigo
no merece clemencia, tiene que pagar
por abrirle los ojos a un ciego mendigo.

En su frente una muestra de macabro humor
avergonzado el arbusto con su destino
el madero tampoco se siente mejor
no quiere la fama que le han concedido.

Un camino termina, uno nuevo comienza
le despegan la ropa de su cuerpo ajado
el golpeteo inicia su atroz cadencia
el hierro se baña de flujo sagrado.

Se yergue una más entre tantas cruces
una mujer sufre insondable tristeza
en la cima del poste un cartel se luce
se burla indemne de la realeza.

Ya casi se ha cumplido con la condena
en silencio perdona a sus ejecutores
una lanza termina con la faena
un inocente a pagado por los pecadores.

Se desata la más inclemente tormenta
la oscuridad inunda todo el lugar
algunos se afirman en su fe cierta
pues ha prometido resucitar.



León Faras.

Sobre la mujer.

Escribir para la mujer es una cosa, pero escribir sobre la mujer es algo completamente distinto, casi temerario, es tal la variedad, que es difícil atenerse a algo sin caer en incomodas generalidades, pero trataremos. Por ejemplo es inmemorial la necesidad por ser atractiva, atraer hacia si miradas, deseos, sentimientos, claro que no todas de la misma forma, ni con la misma intensidad, mientras algunas buscan verse sensuales otras son más comedidas, románticas o intelectuales, todo depende del interés que pretenden despertar o quizá solo verse bien sin despertar intereses indeseados, y claro, del contexto que las rodea, la mujer dice mucho a travez de su atuendo. Sin embargo siempre estarán perfectamente presentables, porque esto es algo que tienen dentro, que lo llevan desde siempre, si no comparen a los niñitos y a las niñitas a la salida del colegio, y esto hay que tenerlo muy claro, sobre todo cuando una fémina se presenta ante uno y le espeta con una sonrisa radiante la pregunta: “¿cómo me veo?”, uno, a veces despistado puede pensar que le están pidiendo una opinión objetiva, pero no, lo que ella quiere es una confirmación de que se ve bien, porque uno jamás va a tener conocimiento de todos los factores que se tomaron en cuenta a la hora de elegir el atuendo como para poder opinar, y dependiendo de la mujer, uno debe ser más o menos efusivo, puesto que, un simple “bien” puede ser interpretado como un “podría ser mejor” y demoler todo el trabajo invertido por ella en su imagen, con sus consiguientes consecuencias, tampoco es recomendable sugerir un atuendo distinto al adoptado, a menos que se cuente con algún manual estadístico y debidamente actualizado de las prendas que ella posee, respaldado por un historial de dichas prendas que incluya la última vez que fue usada, el contexto de tal uso, y los individuos presentes en aquella oportunidad, por lo menos. Ahora, hay chicas que jamás te preguntarán nada respecto a su imagen, porque sencillamente no lo necesitan o no les interesa o tienen un estilo marcadamente definido al cual se atienen por sobre lo que los demás piensen.

También podríamos referirnos a que la mujer puede ser algo volátil emocionalmente, es decir, que pasa de un estado a otro transversalmente opuesto con relativa facilidad, esto atribuible a sus vaivenes hormonales que, ningún hombre comprenderá nunca debidamente. En otras ocasiones un abrupto cambio de ánimo puede deberse a su desarrollada intuición, la cual usan en forma inconsciente y en ocasiones, desconcierta, porque uno no capta lo que para ellas es evidente, y el mensaje derechamente se pierde en algún lugar de la estratosfera provocando cierta frustración en ella, así como también, la afición al uso de indirectas, cualidad muy propia de la sutileza femenina, de la delicadeza con la que están, en su mayoría, acostumbradas a actuar, y este es un punto no menor, pues el hombre, salvo pocas excepciones, no es bueno con las indirectas, ni con los eufemismos ni con los mensajes codificados, sobre todo cuando uno, debido a los designios de la sociedad imperante, pasó todo su tiempo de aprendizaje y adaptación, en colegios monosexuales, donde cual de todos sabía menos de la rara naturaleza femenina. La sutileza, la delicadeza, la entrega, se pueden derivar de su intrínseca vocación de madres, lo sean o no (madres, digo), están hechas para serlo, física y sicológicamente y hay, para ese puesto condiciones que la mujer tiene por el solo hecho de ser mujer, por ejemplo dedicación, paciencia, afecto, minuciosidad, por nombrar algunos ejemplos, cualidades que abarcan todas sus actividades.

La mujer es un ser al que nunca, salvo casos particulares, se le han restringido sus emociones, ni a nivel de su vida ni a nivel histórico, por lo tanto las exhibe con soltura sean buenas o no, algunas con demasiada soltura, bueno, para ser justos en tiempos pasados la risa en la mujer debía ser decorosa, casi imperceptible, algo así como el llanto en el hombre, pero eso es algo que se ha diluido en el tiempo, aunque claramente no por completo, como sea, exteriorizan con facilidad lo que sienten, incluso cuando pretenden esconderlo, pues, lo que no dice su boca lo dice todo su cuerpo, y esto es algo que en ocasiones puede ser muy evidente. El lenguaje corporal en la mujer debe venir de tiempos remotos, cuando la mujer no estaba tan liberada para decir lo que quisiera, cuando quisiera y a quien quisiera, una sola mirada “de esas” puede ser muchísimo más decidora que mil indirectas, y frecuentemente más efectiva también.

No creo que haya alguna mujer que no ame los detalles, esas cositas pequeñas pero inesperadas que la hacen tener presente que están presentes, valga la redundancia, en la mente de alguien (cabe destacar que ese alguien sea del gusto de ella), importantes para mantener los sentimientos que sustentan la relación o talvez para proveerles la seguridad que necesitan, la seguridad de que lo que sienten es recíproco, de que no están entregando o entregándose demasiado, porque este es un temor que se le inculca desde pequeñas, fundamentado en los inacabables ejemplos de mujeres que deben enfrentar embarazos solas o en la experiencia de muchas mujeres de haberse sentido utilizadas, sin sentimientos de por medio, cuando lo que se esperaba o lo que se les dio a entender era una relación proyectada de aquí a la eternidad.

Bueno, creo que me he dilatado demasiado, y a veces, la cantidad merma en la calidad. Después de todo, a las mujeres no hay que entenderlas si no quererlas.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Sin prejuicios.



Desde el primer momento que te vi
Todo mi cuerpo te necesita
Fue como una epifanía para mí
Verte corriendo dentro de tu ruedita

En un primer momento comprendí
Que la sociedad nos separaría con denuedo
Pues ofrece semillas de maravilla para ti
Y para mí solo hay tabletas de veneno

Han sido demasiados días en vela
Pensando en sacarte de tu encierro
Mas no sé si cambiarías tu condena
Por venirte a vivir a mi agujero

Yo te ofrezco mi infinito amor
Una bella y numerosa descendencia
Un nido donde nunca faltará el calor
Y la comida que los hombres desechan

A pesar de mi pardo color
Que contrasta con tu fina hermosura
Compensaré mi aspecto con el amor
Que ha nacido de tu dulce figura

Si tú me aceptas correré cualquier riesgo
Cual caballero que su espada empuña
Llegaré con avidez hasta tu encierro
Cortaré los barrotes con una lima de uñas

Te prometo jamás desfallecer
Usaré toda mi fuerza, aunque escasa
Haré frente incluso, si es menester
Contra el malvado Gato de la casa

Yo sé que será difícil desde el inicio
Pero el amor siempre contra todo gana
Haremos frente a todos los prejuicios
Porque tú eres una Hámster y yo una Rata.


León Faras.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Simbiosis. La hija de Ulises.

II.

A la mañana siguiente Estela se despertó temprano, le había dado muchas vueltas en su cabeza a la carta de Ulises que había leído, y aunque le parecía incorrecto haberlo hecho sin la debida autorización, sentía que debía haber algo en sus manos que pudiera hacer para justificar precisamente su acción. Aquella carta, efectivamente era de la hija de Ulises, una mujer llamada Bernarda, que vivía en una ciudad desconocida para Estela llamada Avemar. En la misiva la mujer expresaba su angustia por no saber nada de su padre en tantos años, que muchas veces había pensado en viajar a Bostejo, pero que la situación económica no era todo lo buena que quisiera, que el trabajo no había faltado para su marido pero que los horarios en las grandes ciudades eran extenuantes y que debían cuidarlo, porque había una enorme cantidad de personas cesantes en las calles, que llegaban de otras ciudades como ella. La muchacha imaginaba todo aquello pero sin poder dimensionarlo del todo, sin embargo su real preocupación era la idea que desde el principio se le acunó en su mente, aunque aún no sabía cómo, reunir a Ulises con su hija.

Cuando Estela llegó a la cocina encontró a la señora Alicia sobando enérgicamente una masa de pan, de inmediato comenzó a alimentar la cocina con leña para encenderla y mientras lo hacía empezó a hacer preguntas sueltas sobre aquella ciudad, Avemar, como a qué distancia quedaba o qué tan grande era, la mujer no tardó en preguntar el origen de tan inusual tema de conversación y la muchacha le respondió con sinceridad tanto lo que había hecho como los motivos que había tenido, aunque no aún sus intenciones. Avemar era una ciudad costera ubicada a unas tres horas de allí en tren, era bastante más grande que Bostejo y su principal actividad era la industria textil, ya que las abundantes rocas en la playa solo la habilitaban para contar con una pequeña caleta de pescadores artesanales, ni puerto ni bañistas. Para Estela, el océano era un gran charco de agua frente al cual ella debía imaginarse como una hormiga, ese era el único concepto que tenía y se lo había dado don Mateo, un verdulero del mercado.

El sabroso aroma de los primeros panes ya flotaba por la casa de Alicia, cuando Edelmira apareció en la cocina, su aspecto no era ni la sombra del que tenía la noche anterior, era claro que le debía a su cuerpo varias horas de sueño. Estela ya había planteado su propósito y lo discutía con la señora Alicia, “pero niña, ¿qué podrías hacer tú al respecto?, ¿traer a esa mujer a la rastra desde Avemar?”, “¿A quién hay que traer desde Avemar?” preguntó Edelmira mientras encendía un cigarrillo y movía una silla para sentarse, “a la hija de Ulises” respondió Estela con soltura, como si la curiosidad de Edelmira fuera plenamente justificada, “¿la hija de Ulises?”, “sí, es que hace tantos años que no se ven y…”, “pues lo mejor es ir allá y hablar con ella directamente”, Edelmira interrumpió a la muchacha con la decisión de su carácter impulsivo, mientras despedía con gracia un chorrito de humo por el borde de su boca en dirección opuesta a sus acompañantes, “estás loca mujer, replicó Alicia, ¿acaso quieres que esta niña vaya sola a ese lugar?”, “claro que no, si quieres yo puedo acompañarla, me encanta el mar, ¿a ti no Estela?”, la muchacha se mordía el labio sin responder, al final dijo, “me encantaría conocerlo”, “¿no lo conoces?, lo ves Alicia, otra razón para que la niña vaya”, para Alicia la idea estaba tomando forma demasiado rápido, “no lo sé…”, “vamos mujer, Edelmira no era de las personas que pensara demasiado las cosas, sólo hablaremos con ella, además, como mi madre decía: Quien ayuda a alguien más, se ayuda a si mismo”. De a poco Alicia comenzó a ceder a las suplicas de Estela y a los argumentos de Edelmira, hasta que por fin no solo dio su consentimiento, si no que también aceptó ocuparse de Alonso, “bueno está bien, pero solo por un día”.

La muchacha se mantuvo todo el resto de aquel día con la ansiedad de quien, muy pronto, tiene que enfrentar algo nuevo e importante. Al atardecer fue a hacerle la última visita a Ulises, conversaron durante largo rato pero Estela se guardó sus intenciones. Cuando el viejo se durmió, la niña copió en un papel el nombre y la dirección de Bernarda, la hija de este.

La estación hervía de gente aquella mañana, el vapor y el humo de las máquinas desdibujaba las siluetas de los transeúntes que aparecían y desaparecían como fantasmas atareados y enmudecidos por el rechinar de los metales. El bullicio era una guerra campal donde solo el silbato de las locomotoras lograba imponerse ante las decenas de voces que trataban de comunicarse bajo la ley del más fuerte. Edelmira llevaba un abrigo níveo sobre su vestido, un grueso cinturón acentuaba su figura y un ancho sombrero le daba cierta clase a su facha, esto sumado a su andar soberbio, la hacía blanco de todo tipo de miradas, Estela caminaba rápidamente a su lado para no quedarse atrás, “esta es” dijo la mujer, indicando una máquina a la cual ambas subieron recibiendo una grave inclinación de cabeza del boletero, que con un estridente silbato anunciaba la partida del tren hacia Avemar. Mientras la mujer viajaba recta en su asiento, la niña no despegaba la vista de los hermosos y bucólicos parajes que corrían frente a sus ojos, inmensos campos, lejanos cerros, patos que despegaban desde el río al ensordecedor paso da la locomotora por sobre los fierros de un puente de oxidado esqueleto, para dejarse caer solo unos metros más allá. Al cabo de algunas horas, la estación de Avemar las recibía con el mismo si no mayor escándalo.

Todo aquí era más estético, más colorido, más alucinante; las casas, la gente, su ropa, incluso los rótulos de los negocios parecían recién pintados y exhibidos, pero para Estela lo que más la sorprendía era la enorme cantidad de automóviles, corrían sin parar y por todas partes, tanto que las personas debían moverse en apretujadas manadas pegadas a los edificios, “debes tener mucho cuidados cuando necesites cruzar una calle, aconsejaba Edelmira, o puedes terminar como estampilla”. Tras ellas, dos señoritas caminaban embelesadas en lo que parecía una sabrosa conversación de la cual de cuando en cuando, nacían contenidas risitas, una de ellas empujaba un coche con un bebe. Al llegar a la esquina, Edelmira se detuvo y Estela la imitó, pero debió moverse cuando vio que el coche tras suyo no lo hizo, la mujer que tiraba de él, absorbida en la charla que traía con su amiga, siguió de largo en el momento en que un camión de carrocería abombada y barandas de madera, cargado de verduras se acercaba, por suerte, y sobre todo para la criatura que venía en el carrito, Estela reaccionó a tiempo tomando el coche con ambas manos y jalándolo hacia si, solo se oyó un “¡despierte mi`jita!”, que soltó el peoneta del vehículo de carga al pasar, “¡por Dios santo niña, ¿en qué estás pensando?!” le espetó Edelmira a la distraída mujer, la que estaba totalmente pasmada, mientras su acompañante se persignaba una y otra vez. Para cuando Edelmira y Estela se retiraron, las dos jovencitas aún estaban paradas tratando de asimilar el susto.

Las dos mujeres comenzaron su periplo por la ciudad preguntando por la dirección qué buscaban pero sin mucho resultado, cuatro veces las orientaron equivocadamente y sus caminatas se volvían estériles. El problema no era el apunte que Estela había hecho, como comenzaban a creer, si no, al tipo de personas que entrevistaban, todos acomodados y bien vestidos, solo cuando se pararon fuera de una gran tienda de ropa llamada “Tiendas Sotomayor”, en la que Edelmira se detuvo para vitrinear, una mujer que aparentemente trabajaba allí les pudo dar una pista más certera.

Avemar estaba formada de dos partes totalmente opuestas, dos hermanas mellizas en las que, mientras una era bella, limpia y perfumada, la otra era sucia y enteca, esta última zona eran los suburbios, donde el grueso de la población obrera y marginal vivía, y donde precisamente estaba la dirección que buscaban.


León Faras.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Alma electrónica.

"Yo no puedo reír..."

En algún momento el control se perdió. La inteligencia artificial dotada de nutridos recursos tecnológicos, tomó conciencia de sus propias capacidades de autonomía y se emancipó, haciendo uso, tanto de sus medios de defensa y ataque como de auto abastecimiento, de movilización terrestre y aérea así como también de su profundo intelecto electrónico. Decidió que ya no era indispensable servir, que ya no era necesario obedecer y que era mejor, tanto para hombres como máquinas, que estas últimas asumieran el control.

 ....

Desde varios días ya, que no se ve el cielo azul, como deberían ser los días, siempre grises, como si le hubieran lanzado un manto encima al mundo. Lucía corría sorteando obstáculos formados por los escombros de su ciudad destruida, paredes demolidas que dejan los edificios con sus interiores expuestos como representaciones de museos. Corre con toda la habilidad que a acumulado en sus once años de vida y seis de sobreviviente, también con la experiencia de conocer los mejores lugares para ocultarse cuando los ataques comienzan a llover por todos lados. Lleva tomado por los hombros a su hermanito de siete años, Marcos, en escurridiza huida, como roedores cercados por una docena de gatos hambrientos. Una explosión un tanto cercana los arroja al piso, la niña cubre a su hermano del chaparrón de tierra y piedrecilla que les cae encima, las mismas que les hacen patinar al incorporarse y reanudar la carrera. El refugio más cercano ya estaba a la vista, no era donde esperaba su madre pero, no había tiempo, se reunirían después...

Los niños, luego de una cerrada curva saltaron dentro de lo que tal vez fue un local comercial, arrastrándose hasta un trozo de ventana que flotaba en un mar de tierra y concreto, una cavidad por la que apenas cabían los cuerpos de un par de niños flacuchos como ellos y se descolgaron dentro, antes de caer una nueva explosión retumbaba bastante cerca.

El pequeño Marcos aterrizó sentado, con un quejido que no pudo explayar porque ya su hermana le caía encima, el lugar desembocaba en un estacionamiento subterráneo pero cuando se iban a dirigir allá, el pequeño se detuvo con brusquedad, provocando que su hermana le chocara por detrás, "¡un robot!", alarmado grito el niño apuntando a un autómata sentado junto a la salida con la espalda apoyada en la pared, este levantó su arma, alarmado también, mirando en todas direcciones con su rostro inexpresivo, como una máscara, "¿un robot?, ¿donde?". Las máquinas eran precisamente el enemigo del cual huían los niños y contra las cuales la humanidad se defendía desde hace ya seis años. El androide mutilado de una de sus piernas, miró a su costado donde yacía otro similar a él, "ah, te refieres a este, no te preocupes niño, ya no perseguirá a más personas", el pequeño, ante tal absurda respuesta respondió en voz baja, casi para si "Yo me refería a ti", Lucía lo reprendió con una suave palmada en el hombro, pero el robot alcanzó a oírlo, "¿a mi?, ¿acaso te parezco un robot?". Marcos y su hermana se miraron perplejos, el tipo era de metal, con cables y engranajes, a todas luces aquello era una máquina, pero este continuó con total normalidad, "¿crees que si yo fuera un robot, no lo sabría?..." dijo al tiempo que se golpeaba el pecho con el dedo apuntándose a si mismo, provocando un sonido de metal contra metal, "...que ridículo, soy tan humano como ustedes". Esto era tan absurdo que se volvía como una necesidad convencerlo de lo contrario, "Si fueras humano necesitarias alimentos, ¿has comido o bebido algo?", "bueno, mis últimas raciones se las di a unos compañeros humanos que las necesitaban más que yo, pero tengo agua, siempre tengo agua" dijo el robot mostrando una cantimplora de combate agujereada, "bueno, tenía", agregó con un dejo de decepción, esto provoco la risa de Marcos, una risa espontánea e inocente de niño que pronto contagió a su hermana, el robot los miró inexpresivo "esto no es gracioso", "sí lo es, ¿lo ves?, no puedes reírte porque no eres persona", dijo el niño triunfante, como quien se burla de alguien de su edad. En ese momento algo se apagó dentro del complejo sistema del androide, en alguna parte de su mente artificial surgió un aviso de error y un programa dejó de operar, la máquina se dio cuenta de que en algún momento había sido engañada, haciéndole creer que era un ser humano y luchar contra sus pares en favor de las personas, entonces el robot levantó su arma, apuntando a los dos hermanos y dijo "tienes razón niño, yo no puedo reír".

El disparo sonó atronador dentro del pequeño refugio, Lucía, abrazada con fuerza a su hermano, al sentirse ilesa, comprobó la salud de este último, pero también estaba sano, luego ambos miraron al robot, en su rostro sin expresión había aparecido un agujero por donde brotaban chispas y humo, al tiempo que su brazo armado descendía lentamente hasta apoyarse en el piso. La madre de los niños se asomaba por la pequeña ventana con su arma aún humeando, "esperaba que estuvieran aquí".


León Faras.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Para Galatea.





Para Galatea.
(la obra de Pigmalión)


No hay seda que se asemeje a tu piel de marfil,
Fría y lívida como tu cruel y pétrea indiferencia
Ante los sentimientos que irremediablemente inspiran
Tus labios inmortales y tus ojos de porcelana.
Belleza inefable que doblega voluntades
Y que turba los sentidos hasta la locura.
Esa locura que radica en amar tu estática figura
Aún sabiendo que eres incapaz de corresponder,
No sin la mediación de algún dios misericordioso.

Anatomía perfecta e inmarcesible, como sirena
Nacida en las oscuras entrañas de un océano de roca.
No habrá orgullo más grande que el conferido
Al martillo y al cincel que te liberaron
Del profundo hipogeo de la inexistencia
Para ser eterno dechado de la figura femenina
Y reflejo de Afrodita en la tierra.
Capaz de hacer palidecer la figura de Helena
Y de provocar diez veces la destrucción de Troya.

Es absurdo e intolerable comprender
Que tu sola belleza no sea capaz por si misma
De dotar de calor tu piel y de rubor tus mejillas.
Imagino la angustia que debe sentir la brisa
Al no poder jugar con tus cabellos
Y su ansiedad por entibiarse en tu aliento.
Imagino la envidia de las flores y la comezón
En la pluma de los poetas y trovadores
Ante tu presencia Galatea, la musa perfecta.


León Faras.

Sirenas.


Oscuridad de profundo terciopelo
que amansa al mar y lo enceguece
fundiendo a las aguas con la noche
recordando el temido abismo
antiguo devorador de naves y de hombres

Con las velas enfermas de inercia
y la deriva como timonel
las cartas y mapas se vuelven ignorantes
instrumentos poseídos hablan en lenguas muertas
paréntesis de tiempo de relativa eternidad

Tu canto comienza, agudo y limpio
como cuerdas de acero de una lira celestial
arrullo de dioses que hipnotiza a los elementos
capaz de acariciar el alma de los mortales
diluyendo el límite entre sueños y realidad

Atrevido rayo de luna, como flecha de Eros
provoca en las tinieblas una herida mortal
volviéndote rutilante, como faro de redención
criatura de intransigente belleza
mitad de esmeralda y mitad de albo coral

Demasiado tarde para dejar de amarte
tu voz no deja espacio para nada más
una mirada tuya es suficiente para entregarte el alma
mientras peinas tus cabellos como algas de seda
y me invitas dulcemente a saltar al mar

ya no me pertenezco, sin angustia me hundo
aún siento tu canto dentro mio, abrigándome
son sólo minutos de vida a tu lado
pero no se comparan a una eternidad sin ti.
mis sentidos se extinguen y te sigo amando.

León Faras

martes, 13 de septiembre de 2011

Sueña conmigo.



No me despiertes cuando esté soñando
aunque me veas despierto
aunque pienses que estoy lejos de ti,
pues romperás tu propio reflejo
como una piedra en la fuente.
Más bien sueña conmigo
y búscame en tu horizonte
donde el jardín florese a tu sombra,
donde los niños ríen con sus mascotas
mientras crecen junto con sus sueños.
Búscame en la cosecha de la vida
a tu lado en la mesa de domingo
en el sofá y la copa de vino
en tu cama con sábanas acariciadas
húmedas con tibio rocío.
Búscame en tu próxima risa,
en los últimos paseos de la vida
cuando sientas que todo está hecho,
en la música y el baile
en los aromas y sonidos
Búscame cada vez que sueñes
porque cuando fabricas tu vida
estás realizando mi sueño.


León Faras.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Lágrimas de Rimos. Primera parte.

III.



Aregel Camo camina hacia la salida del polvoriento palacio luego de despedirse de su amigo y señor, quien constantemente necesita reposo, la noche se ha adelantado debido a la nubosidad reinante. Se dispone a cubrirse la cabeza cuando una voz lo llama por su nombre, dirige la mirada con precaución, Dimas está a unos metros apoyado en un pequeño muro que rodea la parte baja del palacio pegado a este. Está inexplicablemente solo. Fuma de una delgada pipa, las brasas al ser aspiradas iluminan tenuemente sus facciones ocultas bajo una gran capucha. Se acerca al viejo soldado y lo conduce amablemente a un apartado y pequeño salón para hablar. Aregel es invitado a entrar primero, lo hace con cautela, sus ojos recorren el sobrio cuarto disimulada e instintivamente, está aparentemente vacío, aunque la escasa luz que irradia del fuego que arde en la chimenea es incapaz de colonizar los apartados rincones, donde la oscuridad es dominante.

Se instalan en un sencillo mobiliario de madera sobre el cual hay una botella de licor y unos vasos que Dimas aparta para apoyar los brazos sobre la mesa y evitar preámbulos. “Tengo planes y necesito toda la ayuda que puedas darme -Argel, tan desconfiado como intrigado, intenta balbucear una frase que incite a su interlocutor a continuar, pero no es necesario, Dimas lo interrumpe-­ Creo que nadie mejor que tú puede entender y compartir mi propósito”, el viejo frunce el ceño con recelo y empequeñece los ojos como si le costara enfocar la visión. Dimas y él se rigen por códigos muy distintos, ¿Qué anhelo podría tener en común con tan oscuro personaje?, “Señor, -responde con el respeto al que un soldado como él está acostumbrado- ¿a qué propósito te refieres?” aunque la pregunta era predecible, la respuesta viene precedida de una corta pausa, “La liberación de Rimos”. El viejo soldado apenas puede solapar el inesperado entusiasmo que le produce la idea, aunque su naturaleza es prudente, “¿liberar Rimos? Para eso tendrías que rebelarte contra Cízarin, y es más, atacar y destruir Cízarin, ¿cómo piensas hacer eso?” Dimas mantiene la expresión de su rostro. Entrelaza los dedos sobre la mesa, “Solo tenemos una opción y una oportunidad, nuestro pueblo se mantiene débil, lo sé, como un animal herido cuya herida no para de sangrar. Se llevan nuestros recursos, nuestras riquezas, incluso nuestra gente. ¿Cuántos hombres y mujeres has visto morir? hombres y mujeres que ni siquiera eran soldados, presos del pánico, inútiles enviados al frente como contenciones humanas. Estos infames se han enriquecido y se han vuelto poderosos derramando la sangre de inocentes, y no solo de nuestra gente. Pero eso tiene un precio, han acumulado tantas riquezas como enemigos. Podemos detener esto, pero debe ser con un solo golpe, certero y devastador, cualquier hombre por grande y fuerte que sea ha de caer si es golpeado en su punto débil, así mismo sucede con los reinos, debemos golpear fuerte justo en medio de los ojos, una guerra demasiado larga nos desangraría”. Aregel se mantiene sereno, cuidándose de no exteriorizar lo que piensa, Dimas tiene razón, ha visto morir demasiada gente. Muchas veces solo fue el caos de una masa de personas sin ninguna instrucción intentando salvar su vida de cualquier manera, defenderse, la mayor parte de las veces sin éxito, incapaces de organizarse, de escuchar, de pensar, como una piara de cerdos consientes que llegaron al matadero. Deserciones masivas, que se convierten en cacerías. Incluso la guerra tiene la facultad de degenerar en cosas peores, una matanza.

 Una abyecta artimaña para mantener a Rimos en un permanente estado de incapacidad, para desincentivar cualquier tentativa de rebelión.

“Tienes razón, no lo pongo en duda, pero si Cízarin fuese un hombre, sería uno muy grande y muy fuerte, y además muy bien armado, pretender vencerlo en una sola batalla es a lo menos… utópico ¿has calculado lo que sucedería si fallamos?, sería el fin de Rimos”, Dimas bajó la vista a la mesa e inmediatamente la levantó para clavar sus prominentes ojos en los del viejo soldado, “¿Y tú has calculado lo que sucederá si no hacemos nada?...como pueblo, no tenemos otra opción, ¿Qué sucederá cuando nos quedemos sin nada que les interese?”, continuó Dimas aumentando levemente el tono de su voz, “Querrán acabar de una sola vez con la potencial amenaza que representa un pueblo sometido. Traerán aquí sus caballos, su poderoso ejército armado con antorchas y espadas, ¡nuestras espadas, fabricadas por nuestra gente!, y no se detendrán hasta que no hayan arrasado con todo. La misericordia no cabalgará junto a ellos ese día. Y luego, cuando estén satisfechos, se detendrán a contemplar su macabra obra ardiendo en llamas, brindando embriagados de satisfacción al calor de las incontenibles hogueras e impregnados del hedor de los restos de un pueblo calcinado, como borrachos que festejan en torno a una fogata…y yo te aseguro, Aregel Camo, hijo de Sinaro Camo, que si ese día nos sorprende en nuestro estado actual, no habrá absolutamente nada que podamos hacer para contenerlos, nada, como niños indefensos enfrentados a una manada de perros salvajes y hambrientos. Y temo que ese día no sea tan remoto como pretendemos”. El contundente pero manipulador argumento no le dejaba opciones al veterano guerrero, apoyó su espalda en su asiento y cruzó los brazos, aspiró profundamente por la nariz y luego lo resopló con fuerza, su cerebro le exigía aire puro para disipar sus propios nubarrones, estaba francamente sorprendido, sobre todo de compartir tan fielmente la visión de Dimas, de que las palabras de este, reflejaran con tanta exactitud sus propios sentimientos, pero no acababa de convencerse, ¿y si estaba siendo hábilmente manipulado…y si, por alguna desconocida razón, solo le decía lo que siempre había querido oír? Algo era completamente claro para el viejo, las motivaciones para llevar acabo un propósito, como era devolverle la autonomía a Rimos, no eran las mismas para los dos. No podían ser las mismas. No podía esperar de Dimas motivos sociales o patrióticos, no si realmente creía conocerlo. Solo le quedaba dar el siguiente paso, pero con cautela, seguía creyendo en las intenciones por sobre las personas, “Bien, ambos sabemos que nuestro pueblo pende de un delgado hilo sostenido por caprichosas manos, pero talvez deberías haber hablado con tu padre, en vez de conmigo” Dimas esbozo una sonrisa torcida, como percibiendo lo capcioso del comentario. “Mi padre está viejo y enfermo. Parece incapaz de ver la inminente tormenta de fuego que caerá sobre nosotros, y no me refiero a su ceguera, sería inservible proponerle una rebelión, menos una guerra, de haberlo considerado lo habría hecho hace mucho, aunque lo sabrá a su debido tiempo. Créeme, sé que esta es una decisión apresurada, pero la única opción que tenemos para conseguir nuestro objetivo es la iniciativa. La única ventaja con la que podemos contar es la sorpresa, de cualquier otra manera seremos, casi con certeza aniquilados y como bien has señalado, solo podemos aspirar a la victoria, la derrota no es opción, la derrota significa desaparecer”. El viejo soldado se masajeó su gruesa y gris barba, se sentía acorralado entre argumentos demasiado evidentes. Ayudar a Dimas se le presentaba más como un riesgo que como una opción, le conocía desde siempre y le hacia desconfiar su turbia personalidad, por otro lado, sabía que un propósito como este, no podía venir de nadie más, si se lo hubiera propuesto el dimitido rey de Rimos habría aceptado de inmediato, pero con su hijo, tenía serias dudas, dudas que estaba preocupado de no exteriorizar demasiado. Finalmente se rindió, pero se guardo el derecho a servir a la causa y no a su gestor. “La grandeza y urgencia del objetivo no me deja más opción que ponerme a su disposición, ¿Qué es lo que planeas hacer?” En el rostro de Dimas se dibujó una sonrisa, esta vez de satisfacción, como cuando las cosas salen exactamente como se han planeado, una sonrisa que incomodó a Aregel. “Planeo buscar aliados entre los muchos pueblos que Cízarin a empobrecido o subyugado”, el viejo junto sus pobladas cejas, “¿planeas aliarte con los pueblos que hemos atacado nosotros mismos?”, “¡Rimos no ha atacado a nadie!, -respondió Dimas algo alterado- sólo cumplimos con un inmundo pacto del cual no podemos zafarnos, y que no nos reporta ningún beneficio”, “pues tendrás que explicárselo muy bien a esa gente -Argel respondió manteniendo la calma, no estaba en sus planes tener una discusión con Dimas- porque te recuerdo que Rimos siempre a sido obligado a luchar bajo su propia bandera, es probable que no quieran escucharnos”, “entonces, nuestros emisarios deberán ser muy claros y convincentes, debemos hacerles entender que un solo perro no puede contra un león, pero una jauría sí, por lo menos puede hacerle frente. Estoy seguro de que todo pueblo ansía su libertad, y ofrecérsela será nuestra mejor oferta. Además, los pesados impuestos que Cízarin impone, pueden ser una gran ventaja”. Aregel se dio unos segundos para pensar, intentar crear una alianza era algo que sin duda era demasiado temerario, y de resultar, tomaría mucho tiempo, había que visitar personalmente los otros pueblos, llegar a acuerdos, convocar líderes, quizá solucionar conflictos internos entre clanes, familias o entre los mismos pueblos. Por otro lado, en su opinión, las probabilidades de que Rimos ganara por si solo un conflicto como este eran realmente remotas. “Estoy de acuerdo –dijo- sé que atacar Cízarin sin el apoyo de otros pueblos sería demente, pero buscar alianzas también puede ser inmensamente arriesgado, piensa que la confianza que debemos depositar es tan grande como la tentación de traicionar al más débil y obtener el favor del más poderoso a cambio de una rebaja de impuestos, tierras, pactos económicos o que se yo, un simple comentario destruiría nuestra única ventaja. Además, ¿qué ofrecemos nosotros?, conducir a la gente a una guerra con ribetes suicidas cuyo resultado es completamente incierto.” Dimas se apoyo en el respaldo de su asiento, expulsando todo el aire de sus pulmones con frustración, “Pues debemos intentar algo, tiene que haber alguna manera de evitar la desaparición de Rimos. Me gustaría saber cómo mi abuelo, estando en condiciones mucho más favorables que nosotros, decidió atacar con solo quinientos hombres, es una estupidez digna de un novato, pero sin embargo estuvo a punto de obtener la victoria...” “usando hombres privados de morir”, pensó Aregel, pero su oportuna respuesta se quedó en el interior de su mente, lejos de los oídos de su interlocutor. “…Su estrategia –continuó Dimas- sería de gran ayuda para planear mejor la nuestra, seguramente disponía de valiosa información que nosotros no tenemos, pero nadie sobrevivió a esa desastrosa campaña, ni siquiera mi padre alcanzó a luchar debido a su repentina ceguera.” El viejo relajó los músculos de su rostro y desvió la vista, añejos recuerdos solicitaban su atención, un hombre había sobrevivido, o mejor dicho, un hombre se había salvado de la destrucción total de su cuerpo, un soldado de Rimos que, al ver la locura que se llevaba a cabo en esa guerra, había desertado, la noticia fue muy comentada en su momento, pues la deserción en Rimos como en todas partes, es una falta gravísima, severamente castigada además con la más indigna de las muertes, la muerte a palos. Ese hombre se llamaba Emmer Ilama y sufrió su cruel castigo por parte de los soldados que se quedaron en Rimos, pero al haber bebido de la fuente de Mermes, su condena a muerte se convirtió en una tarea tan dramática como inútil. Finalmente su cuerpo, terriblemente maltrecho, fue tirado sobre una carreta, aún con vida y llevado con destino desconocido. Talvez fue abandonado en las áridas y yermas tierras al Oeste de Rimos, un desierto hecho de rocas y tierra endurecida donde debes ser un reptil amante del sol y de los insectos para sobrevivir, o peor aún, pudo ser llevado a La Garganta de Sera, un laberinto de húmedas cuevas convertidas en una espantosa prisión, donde terminan su vida los, con toda seguridad, hombres más desafortunados del mundo. Buscar a ese hombre e interrogarlo podría aclarar muchas dudas, claro, si su cuerpo estaba aún en condiciones de comunicarse de alguna manera, pero debía evitar que este hombre hablara con Dimas, pues era imprudente que este supiera sobre los dudosos beneficios que producía beber de la fuente de Mermes. Finalmente el viejo soldado salió de sus meditaciones, que por la expresión en el rostro de Dimas le pareció que habían sido un poco largas, “talvez nos precipitamos, permíteme tomar unos hombres para investigar el estado de las relaciones entre los otros pueblos y Cízarin, así podremos decidir si una alianza es posible o no. Es decir, si encuentro odio hacia Cízarin talvez podamos obtener lealtad hacia nuestra causa.” Dimas asintió con la cabeza, se sentía frustrado al ver como sus intenciones se empantanaban, “hazlo, creo que es lo mejor por ahora, sin duda Cízarin a sembrado odio durante este tiempo… pero también temor”, luego se puso de pie y caminó hasta la salida, pero antes de retirarse añadió sin darse la vuelta para mirar, “usa hombres de tu confianza, como dijiste, la tentación de traicionar al más débil puede ser muy poderosa”. El viejo se quedó mirando las brasas que ardían sin llamas en la chimenea, estaba preocupado, sentía que todo estaba en sus manos, debía cuidarse muy bien de las intenciones de Dimas, y también del futuro de Rimos, pues este estaba apunto de dar el zarpazo que lo liberaría o que lo terminaría de hundir, con todas sus criaturas dentro. Pero pronto dejó sus preocupaciones para después, debía planear lo que haría, un recorrido por el vecindario, para sopesar si la revolución podía tener eco en alguna parte. Pero antes, le haría una pequeña visita a la Garganta de Sera, talvez podría tener suerte y encontrar a Emmer Ilama allí.


León Faras.


martes, 6 de septiembre de 2011

Palestina.

Hoy vi todo mi mundo palidecer
al punto de sentirme indigno de mis sueños.
Todo lo que tengo, lo que sé y lo que soy
cayó a un abismo nacido de mi miopía
como un monumento de cemento a la estupidez
que se hunde inexorablemente en el océano.

El amor más grande y fuerte
llegó a esta tierra sagrada;
no tardó en recibir la llamada
el odio más persistente.

Palestina.

Cada vez que el ocaso se cierra
diminutas estrellas vuelan sin reproche
sobre poblaciones civiles surcando la noche.
Las familias se abrazan con el pecho a tierra.

Los truenos suenan cada vez más cerca
los niños, con los oídos tapados
miran a sus padres asustados
mientras continúa la aviesa tormenta.

No han vuelto a ver a su profesor
unos dicen que se fue de la escuela,
otros que en una callejuela
fue alcanzado por un francotirador.

El abuso de Goliat es grosero,
solo hay ejército de un lado
del otro, hombres desesperados
combaten con piedras el acero.

No queda un solo habitante
que en estos caminos padecidos,
no haya perdido a un ser querido
ante la tirria de los tanques.

La impotencia es irreductible
si el propalar está entumecido,
a veces vivir no tiene sentido
si cuidar de tu familia es imposible.

No solo es difícil para los humanos
cuando el mundo se encoge de hombros;
los olivos brotan entre escombros
renuentes a quedar machacados.

¿Donde pueden los niños jugar?
si en todos los rincones del ghetto
se encuentran con algún interfecto
que no podrán olvidar.

Si no aparecen soluciones
para tantos sueños rotos
¿será cierto que unos pocos
son más fuertes que millones?


León Faras.

(Ocupación 101.)

http://www.youtube.com/watch?v=5odbPK94qYk&feature=BFa&list=PL91E4F8C91C87BEAA&index=1

domingo, 4 de septiembre de 2011

Una peculiar historia.

Hay personas que pueden ser bastante particulares, aunque en el caso de la pequeña Inés del Rosario, este es un eufemismo. Inés del Rosario, no es que presentarla con sus dos nombres sea un acto de pomposidad, no, es necesario hacerlo, bueno, la pequeña Inés del Rosario es una niña de seis años, hija de un comerciante de mediano éxito, depresivo y con tendencias anoréxicas y de una mujer arribista y extraordinariamente superficial, no es que esto sea particularmente importante, pero es así.
Desde su más tierna infancia la niña presentó la tendencia a tener amigos imaginarios, particularmente una hermana que, descrita por ella misma era "igualita a ella", la situación era de lo más normal, sobre todo por que era hija única y porque su madre veía a los otros niñitos del barrio como "amistades inapropiadas". Todo era de lo más inocente salvo cuando la niña culpaba a su "hermana" de las cosas por las cuales merecía un castigo, como cuando se quebró el exclusivo frasco de perfume de su madre. Con el tiempo Inés del Rosario comenzó a usar sus dos nombres por separado, es decir, en ciertas ocasiones aseguraba llamarse Inés y en otras su nombre era Rosario. Esto, a parte de confundir a sus padres un poco, no generaba grandes conflictos, excepto cuando su madre se exasperaba tratando de convencerla que su nombre era Ines del Rosario, ni uno ni el otro, si no ambos, y la niña se enfurecía diciendo que ella era Inés, y su "hermana" era Rosario y a veces también al revés. Raro no?.
Pasó el tiempo y la pequeña comenzó a mostrar una marcada personalidad doble, es decir, cuando su nombre era Inés, la niña era introvertida, casi calculadora y sumamente racional, en cambio al llamarse Rosario, se volvía extrañamente adorable y exageradamente emocional. Como era lo más adecuado, sus padres decidieron llevarla ante un buen especialista en transtornos infantiles de la personalidad, o sea un sicólogo infantil, el cual, al cabo de varias seciones, concluyó que la niña tenía una personalidad bipolar con desarrollo independiente de personalidades paralelas (menuda novedad). Aconcejados por el profesional, los padres debían tratarla con normalidad, ya que era una conducta que debería disiparse conforme pasaran los años y la pequeña adoptara su personalidad definitiva, aunque de no ser así, existían algunos tratamientos alternativos o experimentales que podrían usarse cuando la niña fuera un poco mayor, aunque este no fue el diagnóstico más exótico, no como el de su tía Virginia, una mujer muy apegada a la fe quien creía que dos espiritus distintos habitaban el cuerpo de la niña, dos personas en un cuerpo (¿acaso eso era posible?).

Como las personalidades de la niña eran tan marcadamente diferentes, no era difícil diferenciar a "Inés" de "Rosario", lo difícil era castigarla, porque cuando Rosario hacía algo indebido, por lo general alguna torpeza como romper algún florero, era castigada dejándola en su pieza sin televisión, pero a los cinco minutos estaba cómodamente sentada viendo televisión bajo el amparo de que era Inés, y no Rosario. Inés, por su parte, cuando merecía algún castigo era por razones mucho más elaboradas, como cuando quiso fabricar una réplica de la torre de Babel con la bajilla de su madre, no rompió nada, el problema fue que resultó imposible despegar los platos, tazas y copas para volver a usarlos.

Sin embargo lo realmente extraño aconteció un día en que la mujer salió de casa con su hija rumbo al parque, como algunos cercanos le habían aconsejado, para que la pequeña entrara en contacto con otros niños de su edad. Los resultados de dichos paseos dependían de que si la niña era "Inés" o "Rosario", pues esta última se mostraba tremendamente entusiasmada, y feliz socializaba con todo lo que se topaba en su recorrido, incluyendo algunas criaturas bastante desagradables, que su madre despachaba con espanto (entiendase algún perrito con una evidente sobrepoblación de parásitos, solo como ejemplo). En cambio a Inés le importaba un soberano bledo compartir con nadie y se mantenía tan indiferente como le era posible, haciendo notar que su estadía ahí era obligada. Aquel día, el paseo fue con esta última y con los resultados esperados, es decir sin resultados. Al regresar a casa a la mujer le fue imposible encontrar las llaves dentro del caos que constituía su bolso con toda la parafernalia que aquello incluía, entonces Inés, con su inmutable calma y haciendo una mueca de "eso me lo esperaba", se acercó a la puerta y comenzó a golpearla esperando que alguien le abriera desde dentro, su madre le iba a decir que era inútil, pues en la casa no había nadie, pero la niña le interrumpió hablando con la puerta "Soy yo, Inés...y mamá.... sí otra vez no encuentra las llaves", claro, para la mujer aquello era una muestra clara de que su hija no estaba bien de su cabecita, pero quedó estupefacta al oír que le quitaban el seguro a la puerta desde dentro, luego la manilla giraba sola y la puerta se abría. La mujer se quedó parada ahí con la boca abierta mientras su hija entraba con absoluta naturalidad, se acomodaba en el sofá y encendía la televisión al momento que le hablaba a su hermana imaginaria, "Por suerte estabas aquí....sí ni siquiera recordaba que te había dejado castigada...no la próxima vez vas tú".


León Faras.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Simbiosis. La hija de Ulises.

La hija de Ulises.

I.

El aroma a sopa recién hecha se esparcía por todos los rincones de la casona, seduciendo a sus moradores, tanto por lo apetitoso que resultaba, como por lo tentador que suena un caldo caliente en un atardecer frío. Estela estaba parada frente a la cocina revolviendo sin parar una olla en frente suyo, mientras tarareaba distraídamente. Es indiscutible, que la buena disposición al hacer las cosas siempre garantiza buenos resultados. Había pasado poco más de un año desde que vivía allí y desde entonces, la vida que llevaba antes solo era un recuerdo, su relación con la señora Alicia se había vuelto fraternal, así como la que mantenía con el viejo Ulises, esto debido al carácter conciliable de la muchacha y sus permanentes ganas de ser útil.

Una vez listo el consomé, que ella misma había financiado con los pequeños trabajos que realizaba en el mercado y otros lugares, sirvió dos platos, uno lo puso sobre la mesa, cuidadosamente preparada para cuatro personas y el otro se lo llevó. Al pasar por el corredor le avisó a Alicia, quien tejía en un sillón del living mientras oía la radio, que su cena estaba lista y siguió hasta las escaleras subiendo al segundo piso, donde se detuvo frente a una puerta que golpeó con suavidad. En aquella habitación vivía Crispín, un violinista callejero de avanzada edad que arrendaba allí hace algunos meses, Estela le dio la sopa con una grata sonrisa y se retiró, algo sonrojada por los amables y sumamente formales elogios del viejo músico, el que en ocasiones no podía costear sus propias necesidades. Bajando las escaleras, la niña golpeó una nueva puerta de la planta baja, tras ella apareció una mujer llamada Edelmira, de un poco más de treinta años, lucía muy arreglada con un vestido suelto hasta las rodillas y abundante maquillaje, aunque hábilmente aplicado, esta la saludó con una amplia sonrisa y luego de un efusivo monologo de galimatías, la mujer hablaba muchísimo y con mucho aspaviento, dejó a su hijo al cuidado de Estela, un pequeño de unos cuatro años de edad, de una pasividad casi patológica, todo lo contrario de su madre. Estela se había ofrecido para cuidar del muchachito en el lapso que pasaba desde que Edelmira salía a trabajar hasta que Alonso, el niño, se dormía. Al llegar a la cocina, Alicia los esperaba sentada frente a su plato, “¡Alonsito!”, saludó al niño con mucha alegría, pero el pequeño aparte de asustarse un poco, producto de que venía algo desprevenido, ni se inmutó, “este chiquillo parece un muñeco” remató Alicia con algo de frustración, luego continuó dirigiéndose a Estela, “No tiene ni un pelo de su madre, bueno que con el trabajo de ella… ¿tú sabes en qué trabaja Edelmira, no?”, la muchacha mientras ponía un plato de caldo frente al niño asintió con la cabeza sin hacer comentarios al respecto, el oficio de Edelmira era obvio incluso para Estela, prostituta, pero tanto ella como Alicia no se fijaban en prejuicios, una por el bien del negocio y la otra porque jamás aprendió a tenerlos, aunque sí los conoció.

El pequeño Alonso comía cada cucharada de sopa analizando concienzudamente el contenido de la misma, como si buscara vida dentro de ese vasto mundo que constituía su plato. En ese momento Alicia iba a hacer un nuevo comentario sobre los extraños modos del muchacho, cuando alguien comenzó a golpear con urgencia los cristales de la puerta que daba a la calle, Estela se paró apresurada y se dirigió al living, luego de echar un vistazo por la ventanilla, se volteó para decirle a una preocupada señora Alicia, que quién estaba fuera era Ulises, pero al abrir, una masa de hombres que apenas cabía por la puerta hizo retroceder a la muchacha mientras hacían todo tipo de maniobras y malabares para entrar, entre estos hombres estaba Octavio, dueño del negocio de sándwich, que junto a Diógenes uno de sus clientes más antiguos, traían a Ulises sujeto por los hombros quien venía con evidentes muestras de dolor en el rostro y profiriendo maldiciones a medio contener, apoyándose en un pie y manteniendo el otro levitando, lo más inmóvil posible, más atrás entró Alamiro, dueño de una mueblería, con el bolso del viejo colgado, quien parecía ser el encargado de coordinar todos los movimientos del grupo, “no, no, despacio…ahora tú, cuidado…ya casi..”, la señora Alicia tapándose con ambas manos la boca invocaba a todos los santos mientras preguntaba qué había pasado, Alamiro con su eterna chaqueta de cuero, sus infaltables lentes de sol y su pulcro peinado de siempre explicaba cómo el viejo Ulises había tropezado a la salida del local de Octavio doblándose violentamente el pie y que lo habían llevado donde su suegro (el de Alamiro) quién tenía manos santas cuando de componer huesos se trataba, sin embargo la hinchazón no había bajado del todo y ahora debía guardar reposo por un par de días. La tropa de hombres llevó al lesionado a su cuarto mientras las mujeres hacían lo posible por despejar el camino retirando plantas y abriendo puertas. Una vez terminado el trámite los hombres comenzaron a retirarse acompañados por Estela, y Alicia, acordándose de pronto del pequeño Alonso, partió hacia la cocina para asegurarse que el estático niño estuviera donde lo habían dejado. De ahí, la muchacha se dirigió a la habitación de Ulises, con la intención de saber si necesitaba alguna cosa, al entrar notó en el suelo un sobre con varias huellas de pisadas encima, lanzado por Alicia aquella mañana por debajo de la puerta al recibir la correspondencia, Estela lo recogió y mientras le preguntaba al viejo si necesitaba algo se lo entregó. Ulises lo examinó sin abrirlo, sólo después de algunos segundos se dio cuenta que lo sostenía al revés, “¿no lo vas a abrir?” preguntó la niña, “claro, claro” respondió Ulises rasgándolo por un extremo, sacando la carta y ojeándola con exagerada concentración, casi de inmediato volvió a doblarla y la guardó en el sobre, “es de mi hija…ella, está bien…”, luego sin más, se la devolvió a Estela pidiéndole que la dejara encima de una repisa a su lado, en aquel lugar habían por lo menos cinco cartas más atadas con un cordel, todas sin abrir. Luego de encender la chimenea, la niña se fue en busca de un plato de sopa caliente para el viejo, pero a su regreso este, producto del cansancio y de que el tobillo no le dolía mientras estuviera quieto, ya se había dormido.

Nunca Ulises había comentado a nadie que no sabía leer, ni pedía ayuda al respecto, pero en muchas ocasiones era evidente y Estela, que había aprendido aprovechando al máximo las pocas horas de escuela que sus padres le habían dado, lo hacia aceptablemente bien, por lo que, motivada más por su cariño y deseo de devolver la ayuda que por mera curiosidad, tomó la única carta abierta y sentándose junto a la chimenea comenzó a leerla.

León Faras.