viernes, 28 de octubre de 2011

Erótico.

Factores que invaden
Como soldados de fuego
Bloqueando las salidas
Con dulce calígine.

Oráculo infalible
Como nubarrones del este
Anticipa la tempestad
De aliento y sudor.

Allanando el camino
Con falaz sumisión,
Tu mirada combativa
Tus labios, el señuelo.

Manos de ciego
Se empantanan en las telas
Que albergan el calor
Ávido de liberarse.

Horizontes de piel
De excitante geografía
Que asciendo y caigo
Cabalgando sobre mis labios.

Ropa ya sin vida
Esparcida y derrotada.
Fantasmas inútiles
Arrojados del paraíso.

Lenguaje primitivo
Como señales del cielo
Que emanan de tu deseo
Destrozando preámbulos.

Conexión de carne
En ígnea cadencia
Me esparzo sobre ti
En una invasión simultánea

Me bebo tus gemidos
Mientras los fabrico.
Tu cuerpo me anida
En sinuosa prisión.

Ritmos compartidos
Sobre caminos de humedad
De vahos sobre la piel
Que invitan al vuelo.

Navegante tras tu lucero
Tú eres mi referencia.
Las estaciones se suceden
El invierno puede esperar.



León Faras.

jueves, 27 de octubre de 2011

Lágrimas de Rimos. Primera parte.

V.

            En las partes más altas de Rimos, luego de los últimos rincones habitados, se ubican los hornos para el metal, altas y toscas torres, con pequeños infiernos en su interior capaces de derretir la roca, siempre expeliendo denso humo de sus hocicos, como chimeneas de una industria sepultada. En los alrededores se ubican las interminables minas, con sus caminos que se adentran en la tierra, franqueados por costillas de madera que hacen lo imposible por sostener las estructuras internas. Más arriba, donde las rocosas montañas se manchan de verde, un pequeño villorrio sirve de albergue a los escasos pastores de Rimos cuando las inclemencias del clima no les otorgan tiempo suficiente para regresar a sus hogares, casitas de roca de una sola habitación agrupadas a orilla del único sendero que se aventura hasta esos lugares. Osado sendero que continúa hasta casi desvanecerse, volviéndose menos que un sendero, una huella, que solo un exiguo uso evita que desaparezca, el uso que le da una persona que vive autoexiliada en las montañas. Una mujer llamada Hilena, la cual ya siente asco de la omnipresencia y control de Cízarin en Rimos y de la desesperante pasividad con que las personas lo aceptan como algo normal, sin que ni siquiera sus gobernantes consideren la emancipación como un derecho ganado. Aunque su huida no solo es producto de su espíritu subversivo y su naturaleza renuente a los lujos, más bien fue gatillada por el hecho de haberle roto la mandíbula a un soldado de Cízarin que tuvo la ingenua ocurrencia, dentro de su estado de intemperancia, de que su autoridad alcanzaba para dominar sobre ciertas partes de la anatomía de la mujer, la que no lo pensó demasiado antes de romperle un grueso jarrón de arcilla en la cara seguido de algunos puntapiés antes de que la tomaran para llevársela del lugar. Siendo cada vez más difícil de controlar su descontento con el escaso amor patrio de su pueblo, y de soportar las atribuciones cada vez más osadas por parte de la milicia de Cízarin, optó por alejarse con la esperanza de que en algún momento la mecha de la revolución se encienda en Rimos. Ahora vive en un pequeño templo abandonado hace mucho, dedicado a los antepasados, cuando estos eran aún recordados, es solo una habitación de madera que la mujer ha restaurado de a poco y con los medios a su alcance, hasta hacerla habitable. Está sobre una pequeña loma dividida en su centro por una escalera de piedras que acusa longevidad y abandono, derrumbada a trechos y colonizada por la hierba, cerca de la vertiente de agua que pasa por ahí en su camino hacia Rimos, donde seguramente antaño los peregrinos calmaban su sed. El entorno que rodea el templo ha sido usado como huerto. Una yegua sin ataduras pasta apaciblemente unos metros más abajo, sus orejas se mueven al oír pasos que se aproximan. Es Hilena quien llega, trae un arco en su mano y algunas flechas, además de un morral en su espalda que parece pesado, seguramente con alguna presa recientemente cazada, al pasar junto al animal este levanta la cabeza para recibir una fugaz pero afectuosa caricia luego la vuelve a bajar para seguir hurgueteando el terreno. La mujer se acerca a la vertiente para refrescarse, dejando los bultos que carga en el suelo, pero antes algo llama su atención, una paloma color grafito come ávidamente en el poste que ella a preparado a los pies de la escalera de piedra con agua y comida, precisamente para sus palomas cuando vuelven hambrientas y sedientas a su hogar, se acerca y toma entre sus manos a la dócil ave, esta trae un diminuto tubo de madera cuidadosamente atado a su pata con un mensaje en su interior. Para alguien que conoce a sus palomas es fácil adivinar la procedencia de tal mensaje, y esta no viene de muy lejos, es una de las aves que le entregó a su padre, Aregel Camo. Es interesante saber que ni ella ni su padre dominan ese exótico y complicado arte de la escritura, por lo tanto los mensajes solo constan de símbolos previamente acordados, usados generalmente por soldados, que, aunque incapaces de expresar ideas demasiado detalladas, sí son muy útiles para transmitir recados simples y precisos, como el donde y cuando de una reunión.



León Faras.

Señorita Fortuna.

Señorita Fortuna.


Señorita de perfecta belleza
Algunos te tienen por caprichosa
Como amante que engaña con destreza
Que te burlas de quien te trae rosas

Tú que siempre serás perseguida
Tus exquisitos favores anhelados
Sin tocarte se te puede ir la vida
Sin buscarte te acurrucas a mi lado

Con sabiduría eliges a tus amantes
La poligamia no te ha acomplejado
Generosa, tus atributos repartes
Ningún celoso jamás te ha desposado

Exigente doncella del balcón
Agradecido has de estar al contemplarla
No le mientas, puede ver tu corazón
Un mezquino no podrá enamorarla

Naturaleza libre como el viento
El mayor tesoro encontrado
Búscala para tu prójimo en todo momento
Amala así, y se quedará siempre a tu lado.


León Faras.

sábado, 15 de octubre de 2011

Con otros ojos.

Si alguien se animara, por una vez, a mirar el mundo con otros ojos, talvez vería que, por ejemplo, la lluvia no es si no la semilla del torrente y la cascada, el antepasado glorioso del oleaje que taladra la roca, la madre de todas las lágrimas.

Vería en una hoja seca, el cadáver inoloro de una estrella desprendida de su verde firmamento, ante el cual, nadie llora.

El fuego le parecería una sorprendente manifestación viva de lo inerte o un noble embajador del Astro Rey. El único producto de la creación capaz de oponerse a la abrumante oscuridad del espacio y a su fría naturaleza.

Y qué sería una flor, sino la pisada de un ángel ¿o acaso es imposible que un prado florido haya sido alguna vez, la ruta de una legión celestial?, de no ser así, este mundo o estaría repleto de ellas o no habría ninguna.

La vida, sería la revolución de los elementos, que se unieron y se confabularon para ser algo más, para ser la estela de lo divino, la consagración de todas las verdades o una bofetada al mismísimo universo.

El amor, podría ser el hierro inmaterial que se funde para fabricar las más poderosas cadenas que todos, sin excepción, estamos gustosos de llevar, ¿o acaso este sentimiento no arrastra y retiene con la misma fuerza?, ¿o es que no llevamos todos un herrero en el interior de nuestro pecho cuya fragua solo se apaga el día de nuestra muerte?

El cielo probablemente parecería de noche, el campo de batalla donde antaño se enfrentaron miles de soldados de cristal en inigualable disputa por la luna, y de día, el lugar donde se han congregado todas las almas que han existido y las que están por existir, tantas que podemos sentir su calor.

¿Me pregunto si sería un error afirmar que el viento es la forma perceptible del tiempo o quizá solo su emulador?, pues, ambos corren, se detienen, transforman, imponen su autoridad.

Y qué hay de la tierra, la madre absoluta y perpetua, el alquimista perfecto, poseedora y conocedora de todos los componentes que forman lo vivo y lo muerto, la última morada de todas las criaturas. Una industria de milagros.

Y por qué no afirmar que las nubes son el lenguaje de las estrellas, a veces tan conversadoras y otras veces tan silentes y que un árbol es un guerrero asceta que, con cada brote nuevo, gana una nueva batalla, contra un mundo que no para de moverse a su alrededor.

Yo me pregunto, si las sirenas no existen, entonces, ¿quién fabrica los atardeceres?, si los arcoiris no son seres vivos, ¿por qué brotan después de la lluvia?, ¿Qué fue primero, la flor o la mariposa?, ¿A quién recurre la luna cuando tiene una pena?...

…¿En qué momento la magia nos abandonó?...



León Faras.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Prehistoria.

El aire estaba cálido, la primavera había llegado y solo quedaba nieve en lo más alto de las montañas, lejanas e indiferentes. La pradera con la hierba aún corta ofrecía un buen sendero para movilizarse y evitar sorpresas desagradables. Cuatro figuras completamente desnudas, se desplazaban en fila a buen paso. El más viejo, a quien llamaremos Padre, era un hombre de unos cuarenta años, todo un anciano para la época, de estatura media, barba y cabello largo e hirsuto. Tras él, casi trotando va la única mujer del grupo, a quién llamaremos Alma, una chica que con suerte llega a los veinte años, baja, morena, en la mano lleva lo que parece una cornamenta de ciervo. Cierra el grupo un hombre joven, a quién llamaremos Río, el más alto y fuerte, carga con un palo largo terminado en punta a modo de lanza. Al frente y a varios metros del grupo va el cuarto sujeto, a quien llamaremos Guía, un homínido delgado, algo curvado al caminar, cubierto de negro y duro pelo casi por completo. Su ancha nariz, así como sus pequeños ojos de aceituna, escrutan tanto el aire como la hierba mientras sigue un rastro. Su aspecto es claramente menos evolucionado que el del resto, lo que refleja que en su procedencia no existe relación sanguínea con los otros miembros de la comunidad. Una especie de eslabón entre ellos y sus antepasados.

           Poseen un escaso vocabulario con algunos sonidos determinados para referirse a cosas específicas, como agua, hogar o peligro, salvo Guía, quien utiliza un lenguaje netamente corporal, además de una amplia gama de gruñidos basados en sus emociones. Padre da un grito al tiempo que se detiene y todo el grupo le imita. Algo preocupado, se lleva a la boca un colmillo de animal que siempre lleva con él, quizá como amuleto, lo sostiene entre los dientes como si fuera un cigarro, mientras toma una decisión. Se han alejado demasiado del campamento y del resto del clan, sin resultados, eso no le gusta, además el viento que comienza, arrastra una buena cantidad de nubes grises desde el este y hay demasiadas bandadas de pájaros que se desplazan, las lluvias han sido generosas este año. Río se le acerca, le urge continuar, el viejo finalmente acepta, pero ambos saben que no pueden perseguir un rastro indefinidamente.

        La pasada noche estaban en su campamento, hace solo unos días que habían dejado las cavernas donde pasaban la crudeza del invierno. Habían tenido suerte en la cacería y cenaban animosamente, rememorando entre gruñidos y risas las anécdotas del día, al rededor de una gratificante fogata. En ese momento Río notó la ausencia de su mujer, a quien llamaremos Luna y con ella la de su pequeño hijo, Nube. Este último llevaba un par de días bastante enfermo, muy débil y con sangrado en las encías. Las extensas rogativas a los dioses no habían dado resultado y finalmente la vida del pequeño estaba en sus manos, sin que los hombres pudieran hacer nada. Ante tal sentencia, Luna había tomado una drástica decisión que llevó a cabo en secreto aquella noche, pues era algo tan atrevido que jamás se lo permitirían. Si los dioses no venían, ella llevaría a su hijo hasta allá.

         El grupo siguió el rastro de Luna hasta un pequeño y tupido bosque que estaba en un amplio encajonamiento entre dos cerros. Efectivamente el lugar era para ellos el hogar de varios dioses, tanto buenos como malos, sin que ellos pudieran identificarlos. En cierta ocasión un grupo de cazadores habían entrado tras su presa, ignorantes del lugar que profanaban, un enorme y furioso animal les cortó el paso, pero alguna bondadosa deidad les envió un gran felino que se interpuso y facilitó su huida, salvándoles la vida. Pero sin duda el más poderoso, y el más temido, era aquel dios que rugía y resoplaba desde lo profundo de aquel bosque, tan fuerte que algunas noches turbulentas lo podían oír desde sus refugios, enojado soltando cavernosos rugidos y chasquidos que retumbaban en la noche, a veces incluso acontecían terribles confrontaciones con los dioses del cielo, quienes se manifestaban con rayos que iluminaban todo fugazmente y estremecedores estruendos. Y Luna había entrado allí.

          El valor del más poderoso guerrero flaqueaba ante la desesperación de una madre.

         El cielo se había tornado gris casi por completo y el viento cálido seguía arrimando nubes que no tardarían en soltar su cargamento de agua. Tanto Padre como el resto del grupo estaban seguros que entrar allí traería nefastas consecuencias. Guía observaba intranquilo, mientras el viejo mordisqueaba su colmillo con preocupación. Finalmente Río, obedeciendo más a su instinto de padre que al de conservación, se adentró en el bosque, Guía le siguió y Padre, murmurando algo entre dientes que le ayudara a vencer su miedo, entró seguido de cerca por Alma. Gruesos goterones comenzaron a caer, despertando poco a poco los bramidos del dios del bosque, sin que ellos supieran si era a causa de su presencia o del atrevimiento de Luna. Sin duda aquella tormenta, dada la época del año, sería breve, pero se anticipaba como bastante intensa. Se adentraron tanto como ningún hombre lo había hecho jamás tras los pasos de Luna, sin que esta apareciera, al cabo de una media hora, ya llegaban al límite de los árboles, los rugidos se escuchaban a intervalos y más cerca que nunca, haciéndolos dudar de la viabilidad de su cometido. La lluvia ya era intensa, y el viento remecía los árboles. Venciendo el pánico que sentían salieron ilesos al otro extremo del bosque, donde el terreno se cortaba abruptamente y le daba lugar a una gran formación rocosa debajo de ellos, que contenía a duras penas los embistes del océano crispado, el cual ellos jamás habían visto. Un ojo de mar estalló muy cerca de donde ellos estaban, provocando un chasquido y un rugido ensordecedor, al tiempo que escupía una gran cantidad de agua de mar hacía el cielo. Hubiesen salido huyendo en ese momento de no ser por que Guía con un contenido gruñido anunció que Luna se encontraba a orillas del acantilado, de rodillas con su hijo en brazos, protegiéndolo como podía de la lluvia y el viento.

         Casi a la fuerza, y tan rápido como pudieron, el grupo se llevó a la mujer y a su pequeño, atravesando el bosque de regreso sin volver la vista, esperando que con piedad fueran perdonados y que se les permitiera regresar con vida a su hogar. Una vez fuera, el grupo buscó refugio a orilla del cerro, donde unas rocas salientes les protegieron de la lluvia que aún tupía.  Guía, en espontánea inspiración, se alejó y recolectó las primeras bayas silvestres que parecían maduras y se las ofreció a Luna, quién comenzó a exprimirlas, dando al pequeño Nube de su jugo, para tranquilizarlo con el dulzor de este.

         Después de pocos días, el niño mostró una mejoría evidente, llegando a recuperarse gracias al valiente atrevimiento de su madre y a la generosa bondad del dios del bosque.




León Faras.