lunes, 28 de mayo de 2012

Irreal.

Sin tiempo ni colores, ni sonidos ni brisa,
yermo cosmos de mutismo endurecido
con pasajeros indiferentes en un mundo ajeno
que arrastran vidas frágiles y sin propósito.
Despierta tu presencia acabando con el absurdo,
tu voz y tu risa suenan dentro de mi
haciendo feliz este efugio momentáneo
ignorante de su naturaleza fugaz.
Frágiles cuerdas de voluntad
dotan de sentido un universo irracional
subyugando nuestro pronto destino
donde dibujas lo que ambos queremos.
Luego toda la creación desaparece
alcanzo tus labios sin esfuerzo
tu cintura se diluye en mis manos.
Una vez más he soñado contigo…

León Faras.

viernes, 18 de mayo de 2012

El último día.

El bloque B del Hospital Siquiátrico de San Genaro estaba totalmente alborotado, una multitud se había reunido fuera de las rejas mientras en el interior y a los pies del edificio la policía y ambulancias se mantenían expectantes con sus motores encendidos y sus balizas funcionando, que junto a la desorganización reinante, provocaban un ambiente de nerviosismo y ansiedad. Tanto los policías como enfermeros y doctores entraban y salían, corrían de un lado a otro y se detenían a hablar por teléfono evidentemente alterados. Los bomberos y la prensa ya estaban en camino. En la cornisa del bloque B un paciente del manicomio estaba parado, no había amenazado con lanzarse y nadie tenía claro cuales eran sus intenciones, sin embargo contemplaba a toda esa gente con aparente pasividad. Era un hombre que no llegaba a los cuarenta años, alto y fuerte, y con un rostro bien proporcionado que pasaba con extrema facilidad de la ternura a una siniestra maldad. No estaba considerado como peligroso, por lo menos nunca había intentado agredir físicamente a nadie, pero dentro de su estado de locura era un hombre sumamente inteligente y con un notable poder de convicción. De hecho, las razones por las que estaba ahí, era por haber provocado un total de 43 asesinatos y 39 suicidios, sólo con sus persuasivos, aunque inadmisibles, argumentos, incluyendo a dos de estos últimos estando recluido. Una hermosa y joven doctora estaba parada a unos metros intentando dialogar con él. 

 -No me obligues a ir por ti, LeRoua, sabes que haré cualquier cosa por detenerte. 

 -¿No te parece inconteniblemente estimulante la libertad?, siente todo esta energía en movimiento, abierta a ser direccionada a antojo. 

 -Sabes que no llegarás lejos. Tú no debes estar aquí y mucho menos allá afuera, si sales de aquí me encargaré de que no regreses. 

 -Vamos…- dijo el hombre con una sonrisa incrédula -¿me vas a decir que no lo notas?, ¿no sientes ese aroma lejano, ese calor incipiente?, ¿no lo oyes acaso? 

 -Siempre ha estado esa peste presente para mí. Te lo advierto LeRoua, estarás solo, y ese será tu fin.

 -Estás nerviosa…quizá seas tú quién está sola. Será mejor que te vayas mientras puedas. Cuando los círculos se completan, nada sale de su interior… 

 -No iré a ninguna parte y no permitiré que tú lo hagas. 

El hombre rió y su risa era burlona –Me encanta esa forma que tienes de enfrentarme, tan ruda…tan ingenua…

De pronto la mujer lo notó, algo cambiaba en el aire que cobraba vida, conciencia, y se esparcía con rapidez, oyó, más allá de lo que cualquier persona puede oír la algarabía del desenfreno. Las compuertas se abrían y no eran precisamente las que ella esperaba…el hombre tenía razón, el circulo se había cerrado. 

-¿Qué sucede?- preguntó él – ¿tanto tiempo aquí ha atrofiado tus sentidos?

 -El momento a llegado LeRoua, ahora ya no seré buena contigo.

 -¿Por qué me sigues llamando así…?- dijo el hombre al tiempo que su cuerpo se encendía en llamas, avanzando por su cuerpo hasta cubrirlo por completo, calcinándolo y volviendo su piel de una tonalidad roja sangre, a plena vista de toda la multitud que contemplaba la escena, luego, de la espalda de LeRoua se desplegaron alas de enorme envergadura, para cuando las llamas se extinguieron, su fisonomía había cambiado por completo. El demonio movió su cuello como soltando sus vértebras. La gente aterrada huía despavorida. Luego miró por última vez a la mujer y se lanzó al vacío. Esta corrió tras él y le cayó en la espalda aferrándose a su cuello, uno de sus brazos se los incrustó en un costado rasgando las entrañas del demonio, que, sintiendo el intenso dolor de tener ese brazo en su interior, se lanzó contra un edificio cercano golpeando a la mujer contra la pared y atravesando el muro, rompiendo todo a su paso sin lograr desprenderse de la tormentosa carga en su espalda. La mujer, con sus uñas comenzó a desgarrarle el rostro arrancándole trozos de piel mientras le despedazaba los brotes de sus alas con los dientes, el demonio, trataba de volar golpeándose y tratando de alcanzar con sus garras a la mujer que le destrozaba su interior con el brazo cada vez más dentro suyo, desesperado, revolcándose en un incontenible suplicio, en un vano intento por sacarse a ese verdugo adherida a su cuerpo. De pronto el demonio sintió como su energía se desvanecía súbitamente, dejó de luchar al quedarse sin fuerzas, su cuerpo desgarrado languideció. Con los ojos muy abiertos, en un último intento por alargar sus últimos segundos de existencia, vio el brazo de la mujer aferrada a su espalda cubierto por viscosos y oscuros líquidos además de restos de sus interiores que se mostraba ante él, en la mano tenía su duro y oscuro corazón arrancado.

 La mujer se puso de pie y se dirigió al forado en la pared por donde habían entrado, la destrucción en la ciudad y más allá de ella era total, todo estaba en escombros y gruesas columnas de denso humo negro brotaban por todas partes, los cielos estaban convulsionados e innumerables criaturas aladas revoloteaban por todas partes. En eso un pequeño agujero se abrió en el oscuro y turbio cielo, un rayo de luz entró por él. La mujer sonrió, llegaban los refuerzos. Entonces su cuerpo se iluminó tanto como para cegar aun hombre, le brotaron un par de enormes y bellas alas blancas y luego moviendo el cuello, como soltando sus vértebras, se lanzó al vacio. 

 León Faras.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Amor artificial.

Amor artificial. 

Imaginemos una máquina, no importa su función. Imaginemos que su forma es cuadrada y que está cubierta por, a lo menos, una centena de engranajes, de distintas formas, tamaños y durezas, pequeños, grandes, gruesos, delgados, unos repletos de dientes diminutos y otros con dientes escasos y enormes; unos expuestos en la superficie y otros muy cubiertos debajo. Esta máquina tiene un motor en su centro, el cual genera el movimiento de todos los engranajes. Vale considerar que a pesar de que la rotación del motor es solo una, no todos los engranajes se mueven a la misma velocidad ni en la misma dirección y que a pesar de la variedad de ellos, están distribuidos de tal forma que su funcionamiento es armonioso. Todos estos engranajes, independiente de su forma, tamaño y cadencia, se pueden agrupar en tres grupos según su función, los primeros son los de “tránsito” y simplemente traspasan el movimiento y fuerza venida del motor a otros engranajes, los segundos son los de “generación” y están encargados de provocar e impulsar las tareas que la máquina debe cumplir y el tercer grupo pertenece a los de “anclaje”. Ahora, para entender la función de este tercer grupo, imaginemos que nuestra cámara mental se aleja y podemos ver en cuadro completo, que se trata de una innumerable cantidad de máquinas puestas unas al lado de otras que, en términos generales, parecen todas similares pero con un mínimo de observación notaremos que estructuralmente son distintas como huellas dactilares. De cada una de ellas sobresalen estos engranajes de “anclaje” por sus cuatro caras, cuyo trabajo no es otro que interactuar con las máquinas próximas y así realizar tareas en conjunto. Cuales sean estas tareas, no es algo relevante. Considerando que estas máquinas son diferentes entre si, sabremos que sus engranajes de anclaje no siempre calzan y pueden diferir en su forma, resultando muchas veces penosa e incluso imposible la asociación y otras veces en su velocidad o cadencia, donde casi siempre termina imponiéndose el engranaje más fuerte lo cual tarde o temprano causará desequilibrios que se irán acumulando hasta llegar a convertirse en serios daños en la estructura del más débil. 

 Entre las máquinas existe una leyenda, bastante utópica por lo demás, que señala que para cada máquina existe otra cuya compatibilidad es perfecta, es decir, que sus engranajes de anclaje son idénticos en forma, velocidad y posición, y de esta se desprende otra leyenda, más utópica aún que la anterior, según la cual, existe una posición determinada para cada máquina en la cual el conjunto entero trabajaría en completa armonía como una sola. En muchas oportunidades ha proliferado la noticia de que dos máquinas han encontrado una comunión ideal, sin embargo, tras un riguroso análisis, se ha determinado que la compatibilidad no ha sido perfecta, si no que se trata de diferencias diminutas que han sido limadas con el tiempo, imponiendo su forma el engranaje de mejor temple y provocando deformaciones en el más débil las que terminan atrofiando en mayor o menor grado el complejo sistema al que pertenece este último, un daño que a largo plazo puede ser nefasto, en algunos casos y en otros, puede ser finalmente absorbido y asumido como natural. 

 Debido a que la leyenda se vuelve cada vez más leyenda y que cada máquina está construida y diseñada para funcionar en conjunto con otras, es que cada máquina se vea en la obligación de buscar incesantemente en la multitud a otra con la cual compatibilizar y una vez encontrada, la unión se lleva a cabo ignorando o soportando el mal funcionamiento que puede llegar a terminar con la separación inminente o la destrucción total de una de ellas. Esto a provocado que los engranajes con mayor grado de adaptación y por lo tanto, con mayor capacidad de tolerancia sean cada vez más imprescindibles. 

 León Faras.

viernes, 4 de mayo de 2012

Realidades paralelas.

Es curioso, he andado toda la mañana con esa rara sensación. Desperté como siempre, mi mujer aún dormía pero ahí comenzó todo, me quedé viéndola largo rato, más de lo que se le ve a alguien que ves, valga la redundancia, todos los días, la conocía, obvio, me casé con ella, pero ese conocimiento sobre ella no era en base a momentos vividos, me era ajena, como si todo lo que supiera de ella lo hubiese leído en algún libro o visto en alguna película. Recordaba el día en que nos conocimos y el de nuestro matrimonio, pero no sentía haber vivido esos días, estaban carentes de emociones, de sentimientos. Eso era lo raro, pero no era todo, tenía persistente la figura de otra mujer, que sentía no solo conocer, no solo amar, si no también necesitar. Una mujer con la que sí había compartido momentos realmente hermosos y otros no tanto, pero con la cual había vivido de verdad, sin embargo no lograba encajar esos momentos en ningún período de mi vida, como si pertenecieran a uno de esos sueños dotados de tangible realidad, y porque además estaban desarrollados en un lugar que dejé hace ya varios años. Con mi casa me pasó exactamente lo mismo, conocía cada rincón de ella pero sin sentirla mía, como si le perteneciera a algún pariente cercano, como cualquier lugar conocido pero sin un solo lazo que me uniera a él, excepto por algunos pobres objetos que podía reconocer como parte de mi universo, ese ejemplar de “Príncipe y mendigo” edición del 52 que perteneció a mi padre, y que estaba arrinconado e intimidado por una nueva y lujosa colección de libros sobre sicología, ¿sicología?... o ese ajedrez de madera hecho en la mueblería de mi tío, o la añeja colección de fotografías de mi familia guardada en el velador, aunque solo las más antiguas. Muy pocas cosas de ese lugar tienen alguna trayectoria como para identificarme con ellas, el resto solo existen sin estar muy seguro de por qué, lo cierto es que algo ubicado en mi inconsciente parece estar firmemente enraizado emocionalmente hasta el punto de volver tan vana mi realidad que me quita todo interés por vivirla.

 Sin embargo esa otra mujer, la de los sueños, la del rostro incognoscible, la que se soba su enorme barriga de varios meses sonriente en un rincón de una chabola de madera bruta, donde la cama y la cocina comparten el mismo espacio, donde las sillas son de distinta manufactura y hasta diseño, donde la ropa se guarda en cajas de cartón. Ella es la que grita en mi corazón, la que mi alma reconoce, la que habita en un pasado inexistente.

 León Faras.