lunes, 29 de octubre de 2012

Y Dios creó a la mujer.

Y Dios creó a la mujer...

Y en ese día sexto, de inmediato nació junto con la mujer el machismo, porque desde el principio de los tiempos le impuso con quien debía vivir el resto de su vida, en ninguna parte dice que le preguntaron a Eva si quería a Adán y es imposible que haya sido el único hombre sobre la tierra… ya sabes, por aquello de que cuando Caín es expulsado encuentra más gente en su camino que no eran familiares suyos. El machismo y todas sus nefastas consecuencias cuando es llevado tan solo un poquito al extremo, es de origen religioso. Apenas es creada, la mujer arrastra al hombre hacia el padre de todos los pecados, bajo engaño de la serpiente, esta última, otra damnificada del Génesis, y como consecuencia la raza humana completa es expulsada del jardín del Edén, en ese mismo momento nace la más apropiada excusa, el motivo más justificado para poner desde ahí en adelante, a la mujer uno o dos peldaños más abajo del hombre, peldaños enormes por lo demás, porque hasta estos momentos, recién está logrando subirlos, y cualquiera sabe que estando arriba, es solo cuestión de tiempo pisar al que está abajo, y así se hizo, una y otra vez. 

Lo primero, fue asumir la incapacidad de la mujer para tomar cualquier tipo de liderazgo negándosele incluso la participación en cualquier toma de decisiones importantes, después de lo del dichoso árbol, las decisiones importantes debían ser tomadas por hombres en lugar de la mujer, incluso (y especialmente) las que le atañían directamente. Esto llevó a que incluso el adjetivo “primogénito” no tuviera originalmente su equivalente femenino, puesto que una hija no servía como heredera, solo para ser vendida como esposa, y era vendida porque literalmente era entregada al mejor postor, la belleza, virtud e incluso la virginidad de una hija era lo que ahora llamaríamos “valores agregados” a la hora de buscarle un marido, y aquello debía ser lo antes posible, es decir siendo apenas unas niñas que tenían su primera menstruación, para delegar la carga que significaba su crianza y obtener los mejores beneficios de ella, sus futuros maridos no siempre serán tampoco ni jóvenes ni apuestos, ni siquiera se les aseguraba un buen trato, la mujer era calificada como objeto, que de ser pertenencia de su padre pasaba a ser pertenencia de su esposo sin que tuviera la menor injerencia en tal decisión. La mujer, su belleza, su atractivo intrínseco, por tanto, también pasaban a ser un objeto, muy valioso si que quiere, pero un objeto, célebre es la frase de Teresa, hija de Bermudo II de León quien entregó a su propia hija al harén de Almanzor para mantener la paz “La paz de los pueblos debe descansar en las lanzas de sus guerreros, y no en el coño de sus mujeres”, sin embargo, Teresa era más útil como obsequio que como mujer. 

Luego, se tomó como clara y obvia, la conexión directa de la mujer con las fuerzas oscuras y demoniacas, ella ya había sido seducida por el diablo una vez y de seguro volvería a serlo, lo cual era tremendamente peligroso para el hombre, siempre propenso a caer en los artilugios seductores femeninos. Esta creencia, nacida en el Génesis, convirtió a la mujer en instrumento del demonio para llevar al hombre por el mal camino, es decir, la mujer ni siquiera era importante en el valor de su alma, era más útil siendo utilizada para capturar almas de varones, que al parecer valían más en los mercados del infierno. Esto resultaba perfecto para exculpar al hombre de casi cualquier atrocidad cometida en contra o por una mujer, pues la responsable sin duda alguna debía ser ella, quien siempre estaba atenta a las órdenes de Lucifer y cuyas maniobras de seducción, eran sencillamente ineluctables. Dicho vínculo de la mujer con el príncipe de las tinieblas, mantenía a esta bajo permanente sospecha, la mujer por tanto, fue obligada, incluso por la fuerza, obligación que nunca fue puesta sobre el hombre, nunca, a ser dechado de pureza, recato, virtud y santidad, como único medio para asegurar su buen camino, puesto que el más leve desliz, aún aquellos que nada tenían que ver con su voluntad, eran inmediatamente asumidos como maniobras demoniacas sin otro objeto que enchuecar la siempre recta vía de los varones. Innumerables han sido las mujeres que murieron sometidas a las más horrendas torturas y vejámenes asegurando su inocencia en las violaciones y vejaciones de las que habían sido víctima. Esto sin contar la abrumadora cantidad de mujeres martirizadas y asesinadas por la Santa Inquisición, bajo absurdo y nunca comprobado, acto de hechicería. 

El placer sexual en la mujer fue brutalmente condenado para evitar que la mujer tuviera siquiera la capacidad de buscarlo, la chocante y atroz práctica de la circuncisión femenina entre otras prácticas no menos crueles, fueron difundidas como medios tan válidos como necesarios para mantener a la fuerza la frágil virtud de la mujer. El hombre en cambio, no padeció ni la sombra de aquello, la circuncisión masculina es un mero trámite al lado de la sufrida por las mujeres, y en muchas culturas, el hombre satisfacía sus deseos sexuales con otros hombres de forma totalmente natural y aceptada, dejando a la mujer solo para la reproducción. Algo así como que Dios le había entregado a la mujer el placer sexual como un obsequio que la mujer era incapaz de utilizar correctamente y que por lo tanto el hombre estaba obligado a arrebatárselo para salvar su alma, un alma que por cierto, permanentemente estaba al borde del abismo. 

Dirás que todo esto es oscurantismo, ignorancia medieval o historia pasada de moda, pero su nauseabunda estela, y los coletazos de este patrón universal aún nos golpean a cada momento, mientras los príncipes azules, falsos y decadentes, todavía contaminan sus tiernas mentes, haciendo más fácil el cumplimiento de la voluntad de Dios. 

León Faras.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Filosofía drástica y trasnochada.

“Todo es una ilusión”, decía un maestro budista de un viejo libro que leí hace poco, y quiero creerle, porque a veces me siento atado, cargado como una mula que lleva media tonelada de basura a ninguna parte en particular, aplastado por la insignificancia de ser una efímera partícula de algo tan grande que ni siquiera puedo ver o dimensionar sin que pueda llegar a ser una parte importante o gravitante dentro de lo que quiera que sea aquello, solo, envuelto en ese individualismo irrompible que significa saber que eres uno y nunca podrás alcanzar algo más que eso, de que una multitud no necesariamente es compañía, y de que la compañía misma es tan frágil como los sentimientos que genera, aun cuando ese sentimiento parezca inmenso. Cuanto de lo poco que tengo y de lo poco que sé, que me he esmerado en saber me es realmente útil, muchas veces uno se topa con la perturbadora idea de que lo importante es insignificante y luego esa misma idea se da vuelta, que lo pequeño y simple es lo que realmente importa, pero nada de eso es completamente correcto, porque todo depende de que lado del río estés, todo es relativo, ¿no?, la tierra es enorme hasta que ves el real tamaño del sol, y este es una vulgar brasa si lo comparas con Antares, lo mismo con mis problemas, mis sueños, mis necesidades… es una estupidez, pero cada vez que quiero darme el gusto de sentir que no estoy bien en algún sentido, me asalta esa gastada y manoseada frase de que ”hay quienes están mucho peor”, ok, lo entiendo, pero luego miras a un lado y te das cuenta que tú eres el único buitre parado aún en el solitario árbol mientras los demás se pelean por el mejor trozo de la carroña, y los que “están peor”…bueno sabes que existen, aunque ninguno de esos buitres lleva un cartel en la cabeza que te lo indique, engullir es la única norma, como patéticos agujeros negros incapaces de tragar más de lo que sus estómagos resisten y obligados a acumular, para no caer en la categoría de los que “no tiene ni donde caerse muertos”, dirás que eso solo se remite a la condición de lo material, de lo tangible, pero podemos ir más allá, si quieres, podemos pensar que nuestro más grande y puro sentimiento no es más que una egoísta necesidad, quien se atreve a pensar que el amor más grande, como el que se le da a un hijo, por ejemplo, es un sentimiento biológico y evolutivamente IMPUESTO para proteger y así asegurar la continuidad de la especie, pura química orgánica, casi suena a pecado, pero muchas especies no lo tienen, y la técnica es simplemente procrear más de lo que el ambiente es capaz de destruir, las tortugas marinas por ejemplo, perdón por lo frío que voy a decir, pero, uno amaría igual a sus hijos si simplemente en vez de tener unos pocos a lo largo de nuestra vida, estuviésemos capacitados para tener miles, la madre naturaleza no siempre comparte ni comprende nuestros sentimientos e inexorablemente estamos unidos a ella, ahhh… el amor, el amor, a veces pienso que no es más que la constante lucha contra ese intrínseco sentimiento de soledad propio de cada uno de nosotros, porque, para qué amamos si no es para sentirnos amados, quien no ama deseando, anhelando que lo amado nos ame, podemos hablar de amor desinteresado, pero hasta que punto ese amor desinteresado es realmente por decisión propia, y no es lo que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida, basta con enterarse de que muchas, muchísimas personas son incapaces de amar de la misma manera porque su vida ha sido carente de enseñanzas en ese aspecto, y entonces lo que amas no es más que lo que te han enseñado a amar. Si te enteraras de que aquel ideal soñado, esa perfección personificada depositaria de todos los buenos sentimientos de los que te sientes capas de entregar no es más que el residuo de años acumulando ideas, parámetros, seca y fría información; si te enteraras que tus parangones de belleza, de conducta, de riqueza (incluso si no los tienes) son información acumulada desde tu más tierna infancia; si te enteraras que los sentimientos son solo una respuesta de tu cerebro hacia lo que, según le han enseñado, es bienvenido o mal venido, entonces, los sentimientos carecen de valor, por eso, y ahora lo veo, las religiones pregonan amar incluso aquello que desprecias o que te desprecia, porque si no, es como no amar nada. Me gustaría que alguien me dijera, así, a ciencia cierta, cuantas de las certezas a las que me aferro son naturales y cuantas artificiales, entiéndase, fabricadas por el hombre, por ejemplo, quien tiene la certeza de que la maldad es maldad y la bondad es bondad si desconoce los resultados de estas, quien tiene la certeza de que los sueños se cumplen si la mayoría son olvidados, de que aquello último que compré o que compraste realmente lo necesitabas, de que tengo que ir al trabajo todos los días, de que tengo que comer balanceado o dejar de fumar, de que una vida sana te hará vivir más o mejor, de que si engordas eres menos atractivo para quien sea que deba encontrarte atractivo, de que el total de las enfermedades son reales, de que estamos destruyendo el planeta, de que somos libres, de que somos pobres o ricos, de que lo que ves, es lo que es. Una vez oí una historia sobre un pollo que salía temprano en la mañana a recorrer el campo y una vaca…bueno…lo cagaba. Pero el pollo sintió que ya no tenía frío, que estaba cómodo y abrigado ahí, dentro de la bosta, pero luego vino un cernícalo, jote, halcón o algo así, y lo sacó de donde estaba para comérselo… bueno, la moraleja es que no siempre el que te caga te hace un daño y no siempre el que te saca de la mierda es para ayudarte…esto solo me confunde más… a que atenerse entonces, si Dios debe sonreírse al enterarse de mis necesidades absurdas y patéticas, y no menos de mis problemas y aflicciones, eso si Dios existe, cosa que no voy a cuestionar, no por temor, si no por ignorancia hacia el real concepto de lo que es Dios por sobre el que me han dibujado…el viejo pascuero o papá Noel o como lo llamen, todos sabemos que no existe, pero cualquiera puede serlo para uno o dos niños en navidad, Dios es lo mismo, pero todos los días. Me atengo a la ignorancia, mi ignorancia es mi única certeza, es lo único que tengo y estudio y aprendo solo para verla con mayor claridad, para dimensionarla sin nunca lograr hacerlo del todo, eso me lleva al punto, paradójico por cierto, de que, mientras más ignorante me siento, por ende mejor soy, hasta el paroxismo, o sea un iluminado, no me miren así, seguramente Buda, Cristo o Mahoma eran completamente ignorantes. 


 León Faras.

jueves, 18 de octubre de 2012

Para Dulcinea.

Pocos han de ser los enemigos
que en tu nombre he de doblegar 
si tu exquisita belleza ha de igualar 
las hazañas que tu servidor ha pretendido 

A todos ellos postraré a tus pies 
derrotados y sometidos a tu escrutinio 
arrepentidos y humildes como un niño 
cuya travesura no volverá a cometer. 

He oído de torvos gigantes 
cuya sola existencia ofende tu beldad 
atrevidos, se jactan de su maldad 
serán polvo bajo los cascos de Rocinante 

Lucharé hasta gastar mi último aliento 
solo para enaltecer tu inmaculado nombre 
y que ningún impertinente en sombre 
tu rutilancia, ineluctable como el viento. 


 León Faras.

miércoles, 3 de octubre de 2012

La Bibliotecaria. Un cuento Steampunk. Final.


Diana guió a la pareja entre las instalaciones hasta una enorme cortina de metal formada de placas articuladas. Mientras caminaba, fue aclarando sus dudas sobre el cómo lograría volar ese armatoste si no contaba con ninguna turbina ni hélice de ningún tipo que lo propulsara, además las alas que le había puesto eran desproporcionadamente enormes y torpes, y su estructura llena de articulaciones, arruinaban cualquier intento de estabilidad en el aire. Diana presionó un botón y la cortina comenzó a correr hacia un extremo, tanto la Bibliotecaria como Marcus se quedaron con la boca abierta durante varios segundos. Un hermoso y enorme dragón de metal con un imponente cuello de cisne curvado en una “S” perfecta, yacía sentado sobre una plataforma montada sobre rieles, sus alas recogidas, cubrían su cuerpo en gran parte, el cual estaba rematado en una larga cola de látigo con punta de flecha. Poseía tres cabinas de controles, una en la grupa del animal, desde donde se manejaban las fuentes de energía y las presiones que movían toda la estructura, ahí fue instalada la Bibliotecaria. La segunda se encontraba en la cruz del dragón, cerca de donde comenzaba el cuello y en la cual estaban los controles de maniobra y velocidad, donde se instaló Diana, y la tercera estaba en la cabeza, en la que su operario se encargaría de los dos cañones de repetición rápida y del poderoso cañón central, que disparaba gas inflamado encapsulado bajo presión en burbujas de sutilísimo metal líquido. Luego de atarse el cinturón que la aseguraba a su asiento y ajustarse las gafas de aviador, la Bibliotecaria comenzó a poner en marcha las calderas internas del dragón, que pondrían en movimiento toda la estructura además de comenzar a calentar y distribuir el Vitrón por las venas del animal artificial. Al alcance de su mano se encontraban los controles de la plataforma bajo ellos, los activó y una aguja comenzó a acusar el aumento de presión en el mecanismo que lanzaría al dragón de metal por la gran abertura en frente hacia el vacio de los acantilados, “posición de despegue” gritó la Bibliotecaria y bajo los comandos de Diana, la criatura mecánica se agazapó, estirando su cuello como una lanza y despegando ligeramente las alas del cuerpo, prestas a desplegarse. En ese momento, una sirena comenzó a sonar estridente por sobre el ruido de los motores que funcionaban a esa hora, las luces, parpadeantes en un principio, comenzaron a iluminar todo el hangar. Un guardia, al otro lado de las instalaciones notó la cortina abierta y tras estas, vio los movimientos del dragón, un despegue no autorizado estaba en proceso y en poco tiempo, los gritos y los pasos apresurados se multiplicaron. Hombres armados llegaban de todas partes, “¡vámonos de aquí!” gritaba Marcus comenzando a ponerse nervioso por la agitación que habían causado, pero aún no podían, la temperatura del Vitrón era insuficiente, y el aparato que los expulsaría fuera no alcanzaba la fuerza necesaria, caerían inexorablemente como una roca si se apresuraban.

            Guardias armados comenzaron a acercarse lentamente y con sus rifles dispuestos, dando órdenes, Diana lentamente sacó sus manos de los controles y las mostró, mientras Marcus sonreía nervioso susurrando un “¿Qué estamos esperando?”, solo la Bibliotecaria se mantenía inmutable, el manómetro de la plataforma ya tenía energía comprimida suficiente, pero la temperatura del Vitrón demoraba en cubrir una extensión enorme como el cuerpo de Zafiro. Un guardia se acercó hasta casi apuntarle a quemarropa, “salga de ahí señora…” sus palabras sonaron con escasa convicción, la Bibliotecaria sonrió con inocencia, mordiéndose el labio inferior, “No me dispararás, ¿o sí?, ¿acaso no sabes que no puedo moverme?...” El guardia dudó, el Vitrón alcanzó su máxima expansión y la Bibliotecaria accionó la plataforma. Un grito desde el otro lado apenas se oyó por sobre el rugir que produjo la explosiva descompresión, “¡¡deténganlos!!” Belisario acababa de llegar, cuando toda la estructura, con el dragón encima fue impulsada hacia delante en un impresionante chasquido, como una catapulta, lanzando al colosal aparato al vacio, mientras decenas de inútiles disparos se perdieron en el espacio. El armatoste fue arrojado con la gracia de un clavadista, perdiendo altura a medida que avanzaba, Marcus apenas se recuperó del golpe que le produjo la inercia, comenzó a gritar al ver el suelo ante él acercándose a una velocidad vertiginosa, mientras Diana, concentrada en sus instrumentos, aguardó el momento indicado para accionar los pedales aferrada a los controles, las enormes alas se desplegaron en un solo movimiento y el dragón de metal describió una gran curva, elevándose en un planeo largo y majestuoso, incluso Marcus respiro con alivio y hasta disfrutó del vuelo, pero sólo por unos momentos.

            Tres impactos de bala recibió Zafiro en el cuello, uno logró perforar el metal y otro rebotó muy cerca de Diana. Una de las naves Saeta ya le había dado alcance soltando una ráfaga sobre ellos, antes de recoger sus alas hacia atrás como una polilla y elevarse, a gran velocidad por sobre la cabeza de Marcus, dos Saetas más se acercaban muy abiertas, una por cada lado. “El cañón principal es demasiado poderoso, usa los de repetición”, Marcus oyó la voz de la Bibliotecaria casi en su oído, se escuchaba cavernosa pero con claridad, tardó unos segundos en percatarse de la bocina que tenía junto a su cabeza, un tubo de bronce que conectaba los tres controles que gobernaban a Zafiro, “¡te escuché, te escuché!”, respondió con emoción, incrustando sus ojos en los visores que tenia enfrente a través de los cuales veía el horizonte cortado por dos líneas en cruz. Diana describía en el cielo amplios círculos subiendo y bajando en piruetas para esquivar los insistentes ataques de las Saetas que los acosaban, como esos perros salvajes que cazan grandes presas en las sabanas africanas. A veces tenía éxito. En sus movimientos logró ponerse tras una saeta por escasos segundos que Marcus aprovechó para soltarle una ráfaga que le partió la aleta de cola y le alcanzó la turbina, la máquina dañada perdió el control y cayó girando sobre si misma, pasando a llevar la proa de una barcaza anclada a la fortaleza. La explosión fue presenciada de cerca por Belisario desde el puente, “alisten la artillería”, si las Saetas no eran efectivas, los obligaría a acercarse al alcance de los poderosos cañones de la fortaleza. La Bibliotecaria observó como el poder del primer par de calderas del dragón disminuía, y comenzó a usar el segundo, después de esas, solo le quedaría la reserva. En un vuelo recto, Zafiro podía cubrir grandes distancias sin problema, pero con todas las maniobras que estaban obligados a hacer, la energía se agotaba rápidamente. Las dos Saetas que quedaban atacaban alternadas por ambos flancos, cruzándose de un lado a otro, como pequeñas aves que defienden su nido de una mayor, acertando en sus disparos con alarmante efectividad, que Diana hacía lo posible por evitar. Marcus tenía menos suerte, con unos blancos tan pequeños como rápidos. La suerte los acompañó cuando el dragón se elevaba y en un movimiento brusco, Diana lo volvió en picada hacia el piso tratando de esquivar los disparos que le propinaban desde atrás, el ala de Zafiro impactó de lleno sobre la Saeta que volaba paralela al dragón, enviándola al suelo en línea recta, la explosión de esta última fue generosamente celebrada por la tripulación del armatoste.

            -El resto de las Saetas están listas, señor, ¿las enviamos?- informó un guardia a Belisario que contemplaba el combate aéreo en la boca del hangar.

            -No- respondió inmutable –ordena a las barcazas que suelten bombas sobre la ciudad, los haremos regresar.

            El guardia pareció no comprender la orden.
            -¿Señor…?

            -Ya me oíste –con la mirada de Belisario, el guardia comprendió que no habrían más explicaciones.

            La drástica orden fue transmitida por señales de luces a las barcazas, las cuales solicitaron repetición y confirmación de la orden antes de ejecutarla. Aún incrédulos, los comandantes la pusieron en marcha.

            La solitaria Saeta dio un amplio giro y volvió a la fortaleza, Diana le siguió. Reparó en las barcazas que se desenganchaban y avanzaban lentamente, “será fácil huir de esas”, pensó, y se aprontó a dar la vuelta cuando la primera bomba cayó sobre la periferia de la ciudad, “¿¡qué rayos fue eso!?”. Los tres tripulantes de Zafiro contemplaron como una porción de la ciudad era totalmente destruida por una explosión absurda, parecía un error, un accidente, pero solo pasaron unos segundos hasta que otra bomba cayó, de parte de una segunda barcaza próxima a la anterior, “¿pero que se supone que están haciendo?”, chilló la muchacha enfadada, “¡Maldito seas! Somos nosotros o la ciudad”, sentenció la Bibliotecaria, comprendiendo el abyecto plan de Belisario. Una tercera bomba fue lanzada y el terror y el caos se desataron entre la población de Ruguen.

            No había forma de que las barcazas aerostáticas esquivaran el ataque de Zafiro, eran demasiado vulnerables. Un vuelo alto, un amplio rodeo, y se encaminaron hacia la barcaza más próxima, la primera en bombardear la ciudad. Su comandante debe haber pasado un buen susto, al ver ese amenazante armatoste de metal acercándose rápidamente a su nave de madera. Marcus con los ojos pegados al visor y los pulgares en el gatillo del cañón principal, aguardando solo asegurar el objetivo. Un golpe violento sacudió a Zafiro y a toda su tripulación, desestabilizándolo por momentos, parecía como si hubiesen chocado con algo. Demasiado tarde para salir de la trampa. Un enorme y humeante cañón se asomaba por una escotilla circular y giratoria a un extremo de la boca del hangar, el impacto había dañado seriamente las costillas de la criatura mecánica que lo había soportado a duras penas. Otro cañón les esperaba en el otro extremo. La Bibliotecaria alarmada, notó como descendía la presión del Vitrón, ya no había forma de huir, en solo minutos el peso los haría caer como roca, Diana intentó con poco éxito elevarse mientras insistentes ráfagas de metralla golpeaban la barriga de Zafiro, “Hay que salir, hay que salir, ¡¡hay que salir de aquí!!”, la Bibliotecaria llevó su voz en aumento hasta terminar en un grito desesperado, que Diana oyó sin necesidad del comunicador, mientras Marcus, sin usar el visor para apuntar, simplemente comenzó a soltar bolas de fuego contra la fortaleza. Una hizo desaparecer el globo que sostenía a una de las barcazas, la que se estrelló contra el suelo inexorablemente, otra se coló en la boca del hangar provocando una gran explosión entre los artefactos ahí acumulados, otras más chocaron contra las paredes de la fortaleza salpicando material candente en todas direcciones. Diana accionó la palanca junto a su asiento y este salió expulsado de Zafiro por una catapulta, un tubo adherido al respaldo, infló en cuestión de segundos un globo de helio que contuvo su caída, la Bibliotecaria le siguió no sin antes insistir en sus gritos. Marcus vio la fortaleza encima y se apresuró a huir, pero un violento choque lo aturdió a medias. El segundo cañón golpeaba de lleno a Zafiro descuajándole una de sus alas y haciéndolo girar completamente sobre si mismo.

La Bibliotecaria vio impresionada mientras descendía suavemente, como el dragón penetraba por la boca del hangar cayendo con todo su peso dentro de la fortaleza, provocando una explosión ingente, que se vio aflorar por todas las grietas y recovecos del edificio. Mientras Diana, alejada unos metros gritaba “¡Don Aurelio!, ¡no lo veo!, ¡no veo a don Aurelio!”.

Marcus despertó aún sintiendo como las llamas deshacían su cuerpo en un último segundo de vida, pero el calor y el dolor solo estaban en su recuerdo, pronto notó que ya no estaba sobre Zafiro, si no, atado a la silla en el palacio de Leonor y bajo la asombrosa máquina del profesor Pigmalión. Había regresado a su cuerpo, maduro y mutilado. Frente a él, la Bibliotecaria y Diana le observaban, recién conociendo al hombre que había suplantado a Aurelio. Un poco más atrás divisó a su mujer y a su hijo, ambos se veían sanos y salvos, mientras Leonor sonreía encantadoramente, “Buen trabajo Marcus, buen trabajo”.

Fin.

León Faras.