jueves, 20 de diciembre de 2012

La ciudad dormida.


Totalmente estresado y al borde del colapso nervioso logró huir el macaco Rhesus, conocido como Abu de las instalaciones del laboratorio B.E.P.G. luego de que un incendio hiciera caer la rama de un árbol sobre los cristales de su patio de juego. El mono, totalmente asustado y desorientado debido al siniestro, además de su ya deplorable condición mental, atacó violentamente a uno de los bomberos que intentó ayudarlo, provocándole heridas de mordedura en una de sus manos y rasguños en el rostro, antes de perderse en el parque contiguo a las instalaciones. El hombre fue trasladado al hospital y Abu es buscado intensamente.

A la mañana siguiente, los primeros rayos solares de un día despejado, iluminaban la habitación del hospital donde Ángel Alegría se recuperaba de las heridas en su mano y rostro, no había lesiones de gravedad según el médico de turno, pero lo mantendrían en observación, debido a que los ataques de animales frecuentemente son fuente de contagio de enfermedades. Tanto para el paciente como para el personal del hospital, era un misterio la presencia de policías profundamente interesados en su caso, a pesar de que no había presentado ninguna complicación en su diagnostico, y la única incomodidad sufrida además de las molestias propias de las heridas, fue que no pudo conciliar el sueño aquella noche, nada de que preocuparse si consideramos el estado de tensión al que había sido sometido tras el ataque, seguramente algunos medicamentos habían prolongado la segregación de adrenalina provocando insomnio temporal.

Todo aquel día, y la noche que le siguió, el bombero continuó en inevitable vigilia lo que alertó a su trasnochada enfermera, la cual tampoco había pegado los ojos durante su turno nocturno, a pesar de haberlo intentado, esta antes de retirarse dejó constancia en su informe de aquello. El médico no encontró anomalías en su estado derivadas de las heridas y recetó suaves soporíferos para tratar el insomnio.

Luego de su tercera noche sin dormir, Ángel Alegría padecía todos los estragos del cansancio severo, nula concentración, estrés mental, mal humor. Numeroso personal del hospital comenzó a acusar síntomas similares que no solo alertó a los médicos si no también a la policía, quienes, mediante una orden arbitraria emitida directamente del gobierno, pusieron el establecimiento en cuarentena, sin dar mayores explicaciones del por qué, sin embargo, con el correr de los días, los casos de insomnio tanto dentro como fuera del hospital se multiplicaron de forma alarmante, obligando a las autoridades a improvisar establecimientos para aislar a todos los que acusaran problemas para dormir, transformándose estos en encierros para verdaderos zombis babosos y conflictivos que a cada momento se volvían más difíciles de controlar.

En las afueras del hospital, un grupo de mujeres se reunió para atraer a las personas que sin parar llegaban a tratarse, asegurando que mediante sencillas sesiones de hipnosis, podrían solucionar el insomnio de forma rápida y saludable, tras la cancelación de un precio razonable acorde a las circunstancias. Su negocio se derrumbó cuando dos de las integrantes del grupo debieron internarse en los locales de cuarentena luego de tres noches sin poder dormir.

Al cabo de nueve días fue encontrado el cadáver de Abu a doce kilómetros del laboratorio de donde huyó, su traslado a este fue inmediato. Esa misma tarde Ángel Alegría y otros trece pacientes, eran los primeros en ser sometidos a un coma inducido, debido a que su organismo ya no soportaba la falta de sueño por medios naturales, este procedimiento no solucionaba el problema, pero al menos retardaría la aparición de daños permanentes en sus organismos.

La presión de los medios de comunicación, así como también del resto de la población obliga a las autoridades a reconocer que la epidemia de insomnio es producida por un virus alterado genéticamente de forma accidental, durante experimentos científicos de estudio. Se trabaja incesantemente en el antídoto el cual está cerca debido a la aparición de Abu, el primer infectado, el cual contiene la lectura genética del virus en su forma primaria. La verdad de que dicho virus estaba siendo desarrollado como arma bacteriológica para provocar el colapso masivo de tropas enemigas no es admitida nunca.

Tras tres semanas de epidemia y con el 50% de los infectados en estado de coma inducido, el gobierno presenta su primer antídoto desarrollado a partir del virus que originalmente infectó a Abu, el cual falla estrepitosamente debido a que el grueso de la población presenta una infección causada por una variedad nueva y mejorada del virus ya llamado, “Insomnus”.

Finalmente el ejército interviene para evitar que nadie entre o salga de la ciudad, mientras la cura tarda en aparecer. Los científicos trabajan sin cesar en un nuevo antídoto que detenga el constante contagio de nuevos individuos.

Dos meses después del primer contagio la ciudad entera duerme completamente aislada del resto del país, solo científicos, médicos y personal del ejército vagan por sus solitarias calles, el contagio se ha detenido pero el virus Insomnus sigue evadiendo los nuevos intentos de antídoto. Los contagiados sufren en silencio la falta de descanso y las labores propias del sueño que el coma inducido no puede proporcionar.  

Extraoficialmente, ya hay tres países interesados en adquirir cepas del nuevo virus Insomnus para fines bélicos…


León Faras.

martes, 4 de diciembre de 2012

Relato Erótico. Tres.


Domingo.

Plan B. (2/2)

Algunos minutos después, el agua deliciosamente tibia de la tina casi llega a su límite cuando entras en ella, te acomodas entre mis piernas dándome la espalda, te recuestas sobre mí y yo te abrazo, puedo escuchar que en el equipo de música comienza a cantar Alannah Myles, Black velvet, “Terciopelo negro”, eso despierta mi imaginación, entonces cojo la botella del shampoo, vierto una generosa porción en mi mano y me entrego a acariciar tu negra cabellera en un acto que será tan grato para ti, como para mí.

Enciendes un cigarrillo para los dos y te vuelves a relajar apoyando la cabeza en mi hombro, donde mis labios se entretienen con el lóbulo de tu oreja. Nuestros cuerpos se reconocen desnudos, en horas de contacto planeado sin que haya ningún velo artificial de por medio, conectándose a través de la piel, de las yemas de los dedos, de los labios, empleando el tacto como si no hubiesen más sentidos, sintiendo como propias las palpitaciones en el cuerpo del otro, la piel erizada, la respiración. Un ejercicio practicado tantas veces hasta eliminar toda extrañeza de tu contacto, hasta mimetizar el sentido de lo ajeno y el límite de tu cuerpo y el mío y donde el proceso previo, tan imprescindible a veces, se vuelve una relación sexual en si misma, que reemplaza la conexión carnal por un contacto minucioso e ininterrumpido, prolongado y excitante, donde la desnudez de uno desaparece en la piel del otro.

Mi hombro cede hacia atrás haciendo resbalar tu cabeza por mi brazo para tener tu boca al alcance de mi boca, donde aquellos besos que se presentan, se desarrollan sosegados como caricias que guardan plena consciencia de su humedad y calor, precediendo el contacto de la lengua al de los labios que se atrapan y se liberan en suave y prolongada contienda que no tiene premura en terminar, mientras los dedos se deslizan sigilosos, lubricados con el agua de la bañera, por tu cuello y tu hombro, quitando del camino tu cabello empapado que se pega a la piel. Me es fácil alcanzar tu mentón y cuello que ofreces con comodidad para que lo bese sin la desesperación de otras veces, si no con la calma de quien disfruta de cada paso que da, yendo y viniendo, volviendo a tu boca, donde tus labios y tu lengua aguardan siempre dispuestos, sintiendo tu pierna que se desliza por la mía sabiendo que no solo las manos están hechas para acariciar. No necesito buscar tu seno para alcanzarlo, mi mano se posa con suavidad en él, descartando el ímpetu de veces anteriores y que ahora parece tan inadecuado, para acariciarlo casi con timidez, pero procurando recorrerlo todo, como un ciego que depende de sus manos para ver, sin ignorar sus límites y alrededores, no tardan mis labios en acompañar a mis dedos, besando tu pezón y su contorno con marcada ternura, sin la ansiedad acostumbrada, yemas y labios se ayudan y complementan, haciendo cortas pausas que vuelven más minuciosa la labor. Tus manos sujetan mi cara y me llevan con suavidad de vuelta a tus labios, mientras te acomodas para quedar frente a frente, descansando tu peso sobre mis piernas en el reducido espacio que ofrece la tina, pero que es suficiente para los dos, el agua se sacude superando los bordes sin que ninguno lo note o le de importancia. Tu cadera retrocede levemente cuando tus labios comienzan a recorrer mi mentón y mi cuello, mis hombros y mi pecho, terminando su recorrido de vuelta en mi boca, luego el espacio entre los dos se reduce bruscamente alterando la pasividad del agua, mis brazos se cruzan en tu cintura asiéndote con fuerza y nuestros sexos ya despiertos entran en contacto comenzando un juego de fricción lubricados por el agua jabonosa. Mis manos recorren tu espalda ya sin el control del principio, manteniéndote pegada a mí mientras los besos se vuelven poco a poco más enérgicos, más anhelados y anhelantes.

Tus caricias son ahora más bruscas e intensas, yo te aprieto a mí pero lo que nos mantiene juntos es el incesante roce. El agua se sacude violentamente cuando busco salir de bajo tuyo, cuando nos retorcemos sin despegarnos demasiado para cambiar de juego, intercambiando posiciones, el aire escasea en los pulmones y la respiración se agita, apoyado en los azulejos que empotran la bañera te elevo tomado de tu cintura sacando gran parte de tu cuerpo fuera del agua, los débiles soportes de la cortina crujen al tratar de soportar el peso de ambos, pasados a llevar en un ciego acomodamiento de torpes manotazos que rápidamente se deshacen de los embases y botellas que estorbaban en el lugar que te acomodas, donde una toalla aparece casi mágicamente, como si siempre hubiese estado ahí, quedas a conveniente altura sobre mí que sigo en el fondo de la tina. Sobre mis rodillas y entre tus piernas, tus pechos quedan a la altura de mi boca, recupero la calma perdida para besarlos, su zona intermedia, tu estómago, tus muslos, advierto que tomas una suave bocanada de aire cuando poso mis labios en la sensible parte superior de tu entrepierna. Tal vez aún no lo adviertas, pero pronto notarás que esa no es solo una parada, que mis intenciones son quedarme ahí hasta el final, sobre todo cuando mis brazos se deslizan bajo tus piernas elevándolas ligeramente y obligándote a inclinarte hacia atrás.

Mi lengua entra al juntar mis labios y vuelve a salir cuando estos se separan, repitiéndolo una y otra vez y solo variando muy levemente el lugar donde se posa mis húmedas caricias, pronto tu respiración se hace más sonora, sin despegarme puedo verte que cierras los ojos, ambos centramos toda nuestra atención y sentidos en mi boca y tu sexo. Las reacciones automáticas de tu cuerpo llevan una de tus manos a mi pelo, sujetándolo con firmeza pero sin brusquedad cuando  alargo mis caricias, cubriendo tus bordes de arriba abajo en toda su extensión, terminándolas en besos intencionalmente cargados y prolongados que hacen que tus piernas se junten instintivamente, pero que con poco esfuerzo vuelves a relajar. Mis manos se sujetan firmemente a tus caderas para que mi lengua ejerza presión, la que se mueve de lado a lado ayudada por toda mi cabeza que se sacude entre tus piernas, para luego bajar y subir, pasando a llevar tus pliegues entre mis labios que se cierran suavemente, dejándolos escurrir entre ellos, y repitiendo la operación en ambos lados. Tus gemidos brotan junto con la humedad de tu interior que constantemente reemplazo por la de mi lengua y mis labios, insistiendo en mi recorrido ascendente que siempre termina en tu punto más sensible, donde permanezco alternando entre el roce de mi lengua y el cierre arrastrado y húmedo de mis labios. Tus piernas me aprietan instintivamente mientras tu cadera, a la cual me aferro, intenta retroceder cuando el primer orgasmo se anuncia, te sacudes hacia adelante forzando tu respiración la que termina en gemidos cada vez más seguidos e intensos que te obligan a sujetarte de mi cabeza en un arrebato de involuntaria desesperación, mientras palabras contenidas no alcanzan a salir ahogadas en tu garganta, hasta que finalmente curvas tu espalda rindiéndote a un orgasmo que ya no puedes contener y que yo me encargo de prolongar manteniendo mi boca pegada a tu entrepierna y en constante movimiento.

Me separo sin alejarme para permitirte una leve recuperación, hasta que tus músculos se relajan y tu respiración casi se normaliza. Luego vuelvo a comenzar a besarte con ternura, volviendo a reemplazar toda la humedad que ha emanado de tu interior por la de mi boca, para continuar buscando otro de tus orgasmos que por esta vez son mi único objetivo.


León Faras.