El ataque de los inmortales.
I.
El ambiente dentro del castillo de
Rimos era asfixiante, la escasez de luz natural se sumaba al saturado aire que
reinaba en su interior en determinadas ocasiones, sin contar el constante frío
independiente de la temperatura exterior y la humedad en ciertas épocas del
año. Para alguien que se lleva gran parte del día encerrado aquí es bien
difícil que tenga una buena salud, pensaba Rúia, mientras se dirigía hacia el
cuarto del rey de Rimos con una bandeja donde llevaba el almuerzo de este: queso,
frutos secos y agua. La puerta estaba abierta y la chica se asomó con
precaución, Ovardo era ciego, que más daba si echaba un vistazo, le vio sentado
en la cama profundamente pensativo, apretaba con su puño algo que colgaba de su
cuello mediante un cordel de cuero. La mujer pidió permiso para pasar y le dejó
la comida sobre una mesa cerca de él, pudo ver con libertad el objeto que
colgaba del cuello del rey, una pequeña botella de vidrio en la cual había un
líquido que parecía simplemente agua. Cuando Rúia salió del cuarto, el viejo
rey volvió a sus recuerdos, los que ya no podía evadir.
Era agradable para sus oídos el
sonido que provocaban las herraduras de su caballo sobre los adoquines que
pavimentaban la entrada de Rimos, eso pensaba Ovardo, la suave y fresca brisa
en las alturas de su reino refrescaba su rostro en aquel caluroso atardecer.
Venía acompañado de dos de sus hombres de confianza, a su derecha el veterano
Sinaro Camo, siempre recto y orgulloso sobre su cabalgadura, parece soberbio
pero quienes lo conocen saben que no es así. Sus enormes bigotes lo hacen
inconfundible. A la izquierda del joven príncipe de Rimos cabalga Emmer Ilama,
apenas mayor que Ovardo, gran amigo de este, la permanente sonrisa en su rostro
muestra la confianza que se tiene a si mismo, así como también la que inspira
en los demás, el joven príncipe se dirige ante la presencia de su padre, el
rey, con un importante encargo. En las cercanías del castillo de Rimos la
efervescencia es aturdidora, decenas de hombres trabajan en su construcción,
aunque sería más acertado hablar de formación, de darle forma al duro cerro,
para convertirlo en el baluarte de Rimos y de su soberano. Ovardo llega a la
casona ubicada en una meseta natural que sobresale de la pared del cerro más
adentrada en la ciudad, su hogar antes de que el castillo se pensara en
construir, mucho más agradable y acogedora en su opinión, antes de entrar
despide a sus hombres, aconsejándoles reunirse con sus familias, pues pronto
deberán partir nuevamente, él mismo hará lo propio también, Sinaro con una
grave inclinación de cabeza, hace girar su caballo y emprende rumbo hacia su
hogar, para reunirse con su mujer y sus tres hijos, Emmer, por su parte,
desciende de su cabalgadura y la guía a un bebedero próximo al hogar del rey
donde, mientras su animal calma la sed, él se sienta a esperar, pues su interés
está dentro de aquella casona. Nivardo Hidaza, rey de Rimos, está en su
interior, sentado en su trono conversa con Serna, un clérigo y consejero, quien
en su momento le informó al rey de las nefastas consecuencias que traía beber de
la fuente de Mermes, insinuándole que podían ser de gran ayuda en una campaña
bélica, mientras los hombres que bebieran de ella solo supieran de la
inmortalidad que adquirirían, obviando que esta inmortalidad se extendería
irremediablemente en un perpetuo sufrimiento, guiando indirectamente a su
señor, a tomar la decisión de apoderarse del poderío agrícola de Cízarin,
sacrificando sólo una parte de su ejército, entre estos su propio hijo, quien
comandaría la batalla.
Ovardo entró en el amplio salón
principal con una pequeña caja de madera entre sus manos, sus pasos sonaron
secos y limpios sobre el pulido piso de madera, Serna le dirigió una mirada de
fingida bienvenida, que el príncipe ignoró, parándose frente a su padre y entregándole
la caja, este examinó su interior y la volvió a cerrar, “Excelente, ¿las
probaste, funcionan bien?”, “perfectamente, la fuente está cerrada como lo
pediste” luego de este comentario, Ovardo ya se retiraba cuando el rey lo
detuvo, “¿A dónde vas?, es una importante campaña la que comandarás y debes
estar preparado” , “voy a ver a mi esposa”, “recuerda que saldremos mañana,
quiero que esté todo listo”, “así lo haré, después de ver a mi mujer”. Mientras
el príncipe de Rimos se retiraba, pudo oír los susurros que Serna transmitía a
su padre, era imposible descifrarlos, pero fácil de deducir lo que el
manipulador consejero le comentaba en voz baja a su rey.
León Faras.