viernes, 21 de junio de 2013

Alma electrónica.

Alta mar.


En alta mar, las máquinas no tenían el alcance para ejercer su dominio, por lo que todo funcionaba automáticamente hasta que se acercaban lo suficiente a las primeras barcazas flotantes aéreas que podían funcionar como enlace. Era poco el tráfico marítimo que existía, las máquinas no tenían comunicación y eso hacía del océano un lugar seguro aunque no la solución definitiva. Solo eran seis hombres a bordo de un pesquero mediano, se habían alejado lo suficiente de cualquier costa como para no tener que temer a las barcazas vigilantes, hace solo un par de horas que había anochecido y una que llovía, era una lluvia totalmente vertical, y el mar la recibía sin demasiado disgusto. Una enorme mancha oscura se divisó a lo lejos, uno de los hombres que vigilaba dio la alarma, solo dos de los seis hombres que iban a bordo eran hombres de mar, el resto solo eran marineros circunstanciales, quien gritó era un profesor de cuarenta y tres años. El capitán se asomó a cubierta con un impermeable amarillo, tenía casi sesenta años, era pescador antiguo y dueño del barco, una mancha oscura en un cielo oscuro y sobre un mar oscuro era difícil de ver y más aún de identificar pero un relámpago lejano lo volvió fácil, un buque avanzaba en el horizonte, no llevaba ni una sola luz encendida, era solo una mancha enorme y negra, incluso las naves con sistema de navegación automático y sin tripulación usaban luces para ser vistas. El pesquero apagó sus luces, serían demasiado evidentes en una noche como esa, pero continuaron acercándose, el buque se movía muy lento, como si anduviera a la deriva, tal vez se había quedado sin energía, tal vez sin tripulación. Desde que las máquinas tenían el control no era algo raro un buque con esas características pero como fuese, sin duda era una oportunidad de tomar cosas de invaluable utilidad, combustible de cualquier tipo o medicamentos, mapas o instrumentos, aun en los barcos más automatizados el papel de la parte humana era fundamental y no se había desechado, por lo que era posible incluso hallar alimentos en buenas condiciones. Si el buque estaba  a la deriva efectivamente, no ofrecería ningún riesgo mientras se mantuvieran a prudente distancia de las costas, lejos de las barcazas que solicitarían identificación, activación de los sistemas de seguridad y si nada de eso sucedía, la destrucción del buque. Los hombres remolcaban un bote a remo, y además llevaban una balsa inflable a bordo, pero se inclinaron por el bote, mucho más estable y sigiloso para moverse cuando era necesario. El sobrino del capitán, un hombre de casi cuarenta años era el timonel, solo él se quedó a bordo del pesquero los otros cinco abordaron el bote y se acercaron al buque que aún no mostraba ninguna señal de vida, ni natural ni artificial. La lluvia era copiosa pero el mar estaba relativamente tranquilo, lo suficiente como para que un bote maniobrara, el más joven de los hombres fue el primero en subir, no alcanzó a estar dos años en el ejército pero practicaba alpinismo desde los catorce, el joven soldado una vez arriba soltó la escalera de cuerdas que cargaba para sus compañeros y echó un rápido vistazo al rededor, del mismo bolso donde cargaba la escalera, sacó una pistola, no era de gran ayuda contra las máquinas pero era mejor que nada, no había nada en la cubierta y aparte de la lluvia solo se oía el suave rechinar de la grúa que se balanceaba, aún faltaba que subiera el último hombre cuando un rugido comenzó a oírse junto con un silbido estridente y molesto de metales mal lubricados, los motores se ponían en marcha, la inercia del empujón que recibió el barco por poco y los bota, los hombres se agazaparon, el profesor que aún estaba colgando se aferró a la escalera y durante cinco minutos eternos aguardaron, luego entre quejumbrosos chillidos los motores se detuvieron, el buque no estaba totalmente sin energía, pero los sistemas automáticos habían activado los planes de ahorro, los motores funcionaban solo para corregir la dirección o cuando la velocidad disminuía demasiado, eso no cambiaba mucho el panorama, las máquinas siempre han trabajado así, los hombres aún tenían una oportunidad de sacar algo de provecho. La calma retornó y los hombres se dividieron en dos grupos, el capitán y el profesor, revisarían el puente y las cabinas, los otros tres, la carga, porque se trataba de un buque de carga, los de pasajeros hace mucho que habían dejado de circular, por falta de pasajeros, precisamente, con una grúa en la proa, el puente de mando con todos los controles en la popa y entre ambos toda una cubierta plana y despejada donde se encontraban apilados cerca de una centena de containers, seguramente no llevaban algo de demasiada importancia o las máquinas lo llevarían bien protegido, no se les daba bien usar llaves o cerraduras, se les daba mejor usar armas. Soldado iba seguido de payaso, un tipo larguirucho y de anteojos que había nacido en un circo, dado su pasado se tomaba las cosas muy en serio, tras este iba un músico, tocaba cualquier instrumento de cuerda, tanto con arco como con uñeta, nada más lejos de lo que cargaba ahora, una escopeta de repetición, este último fue el que vio las manchas de sangre en uno de los container y llamó a los otros dos, soldado las inspeccionó, eran sangre seca o la lluvia la hubiese lavado.
           
Profesor y capitán eran dos tipos que se llevaban bien, ambos eran sensatos, cultos y respetuosos, cuando llegaron al puente lo encontraron destruido, una explosión en el interior había hecho volar por los aires todo dentro de este, capitán echó un ojo dentro y vio vidrios en el interior, si la explosión arroja todos los vidrios hacia afuera, esos habían sido arrojados antes, “una granada” comentó profesor, “Yo diría dos…” corroboró capitán y profesor asintió. Eso había puesto fin a los sistemas principales de seguridad y navegación automáticos, ellos no eran los primeros humanos que abordaban ese buque, seguramente esos mismos habían dejado sin energía el barco y solo funcionaba con la reserva, arrastrándose por el mar como un animal herido que precisa llegar a su cueva para recuperarse. En las escaleras de estribor encontraron un cadáver, o lo que quedaba de él, las aves ya había dado cuenta de buena parte, la cabeza se había desprendido y caído al mar, el cuerpo tenía numerosos disparos, también encontraron varias manchas de sangre en las paredes y el piso, se había llevado a cabo una batalla y al parecer los humanos habían perdido, aunque las máquinas tampoco habían salido incólumes, “Algo importante debió haber llevado este buque” comentó profesor, “¿por qué habla en pasado? Los containers aún están aquí” preguntó capitán, “porque si aún tuviera su carga, tendríamos media centena de robot patrullando y una barcaza sobre nosotros, ¿no cree usted, capitán?” El viejo capitán se quedó pensando con la vista en el mar, allá lejos en el horizonte le pareció ver una mancha larga y oscura como un puerto, vagamente visible en una noche lluviosa, “…una barcaza sobre nosotros…” las palabras le hacían eco, una inspiración que se negaba a aparecer con claridad lo mantenía rumeando las palabras del profesor, tal vez estaban cerca de la costa, entonces una barcaza agotada luego de los altercados sufridos, se adelantaría a tierra para pedir apoyo, el que no tardaría en llegar.

Soldado y su grupo habían llegado a los pies de la grúa de proa bordeando los containers, el cuerpo de un hombre difícilmente identificable estaba ahí, tenía una granada en lo que le quedaba de mano, no alcanzó ni siquiera a quitarle el seguro, músico la tomó y la guardó en el bolsillo de la chaqueta, hasta ahora de la incursión no habían sacado casi nada positivo, esperaban que los containers llevaran algo que valiera el esfuerzo, fueron a abrir uno, no les costó demasiado, las máquinas no eran hábiles con las cerraduras, el rayo de luz de la linterna que cargaba payaso entró y salió rápidamente del interior de ese contenedor dejando una imagen de brillos y sombras móviles en la retina de los hombres, estaba repleto de robot soldados formados y de pie, eso significaba que no se trataba de androides de fábrica embalados y sin sistema operativo incapaces de mantener el equilibrio por si solos, no, estos estaban totalmente operativos y lo más preocupante, armados. Los hombres se quedaron afuera evitando hacer cualquier ruido, payaso apagó la linterna mientras que músico urgía por irse, seguramente estaban invernando, podían despertarse por cualquier cosa, incluso por ese rayo de luz, y si despertaba uno ese activaría a los demás de forma automática y sincronizada. El oleaje aumentaba acercándose a la costa y el buque se mecía con suavidad, en cada movimiento del barco, los robot daban unos pasos a los lados para mantener el equilibrio aún dormidos lo que ponía más nerviosos a los hombres, era mala idea seguir ahí, comenzaron a regresar, no había nada que hacer en ese barco, tomaron otro camino más corto a la escalera y al bote y apuraron el paso, de pronto soldado vio algo que lo hizo detenerse, uno de los containers estaba con una de sus puertas abierta y estaba en frente por donde debían pasar, lo que se alcanzaba a ver del interior no habían máquinas, pero en su mayoría era oscuridad, no se arriesgarían a encender la linterna, si hubiera robot despiertos ahí no estarían dentro, soldado se acercó y pasó rápidamente al otro lado, músico vigiló la boca del container y pasó también sin que nada sucediera, tal vez estaba vacío, llegó el turno de payaso y este cruzó sin problemas pero al detenerse tras sus compañeros algo le atenazó el brazo, el larguirucho tipo se volteó y disparó su revólver asustado, un muchacho cayó con dos perforaciones en el estómago y balbuceando palabras en otra lengua, había permanecido oculto ya por cuatro días desde que el abordaje de él y sus compañeros había fracasado, payaso quedó estupefacto, sus lentes mojados no le permitían ver bien y el muchacho lo había agarrado de sorpresa en vez de hablar, trató de justificarse, “tal vez no quería hacer ruido” comentó el músico, pero nadie quería oírlo, sin embargo tenía razón, los ruidos anormales eran peligrosos y los disparos fueron suficientes para despertar a los androides de los containers cercanos, una pequeña lucecita se les encendió en la sien derecha y sus sistemas comenzaron a operar, una señal comenzó a transmitirse rápida y sistemáticamente de robot a robot y de container a container, un protocolo de seguridad se ejecutaba y las máquinas comenzaron a abrir sus contenedores. Los hombres corrieron frenéticamente, al encaminarse rumbo a la escalera de abordaje divisaron a capitán listo para bajar que desesperado les gritaba, soldado le hizo señas para que guardara silencio, las máquinas le oirían, pero el viejo gritaba y gritaba, cuando por fin le oyeron ya no tenía caso, el buque se iluminó sobre ellos, una barcaza aerostática llegaba flotando con sus silenciosos motores eléctricos, pasando por sobre la torre de control del barco, se enteró a la velocidad de las ondas de radio de lo que sucedía y se estacionó sobre ellos para abrir fuego, en ese momento, los motores del buque se pusieron en marcha nuevamente, el movimiento brusco hizo trastabillar a soldado y caer a los dos que lo seguían, capitán cayó al mar pero profesor alcanzó a sujetarse, cinco proyectiles lo atravesaron antes de que se soltara y cayera al agua sin vida. Para el resto solo el mar los podía salvar, el agua los ocultaría, tanto de la visión electrónica de las máquinas como de la infrarroja, un punto de calor era invisible en un océano de frío, los androides bípedos no eran tan rápidos como los humanos que imitaban pero eran cientos, músico desde el piso le voló la cara a uno con su escopeta e hizo que varios se tropezaran con él, luego le dio a tres en las piernas con un solo disparo haciéndolos tropezar, en ese momento todo se iluminó, la barcaza estaba sobre ellos, “¡¡Al mar, al mar!!” gritó músico, soldado y payaso saltaron la barandilla y oyeron unos disparos más antes de entrar al agua, pero no alcanzaron a oír la explosión, la barcaza acribilló a músico haciendo detonar la granada que llevaba en su bolsillo, solo vieron los restos de los robots destrozados que estaban más próximos a músico y que caían en el momento que salían a tomar aire.


Capitán había logrado alejarse del buque tomado del bote cuando una luz, mucho más pequeña que los focos de la barcaza, lo iluminó, Timonel, su sobrino, se acercaba en la balsa flotante, payaso y soldado estaban con él, todos entumecidos hasta los huesos, pero con vida.


León Faras.

martes, 18 de junio de 2013

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.


IV.


Acostumbrado a no dormir demasiado, Emmer abrió los ojos antes del amanecer, desnudo en el lecho circunstancial donde había pasado la noche notó de inmediato la ausencia de Nila, quien hace solo un par de minutos había abandono el cuarto. En lugar de ella, el soldado halló a su lado un sencillo pero bello colgante que la muchacha llevaba siempre consigo, una piedra semi-transparente con una luna tallada. El cordel estaba roto. Ese simple hecho bastó para devolverle la preocupación, si Nila se lo hubiese dejado apropósito, se lo habría sacado sin cortarlo, pero como se había desprendido, el hombre lo tomó como un mal presagio, como si los dioses pretendieran dejarle solo un frío recuerdo de su amada.
           
            Ya casi era medio día, todo el pueblo se encontraba en la entrada del reino, para despedir a la fracción de su ejército que se dirigía en gloriosa campaña por la conquista de nuevos territorios para Rimos y su gente, sin embargo, solo se oían rumores del destino que tomarían las tropas, se hablaba de una misión rápida y fácil, debido al escaso contingente reunido, solo quinientos jinetes guiados por el príncipe Ovardo, era difícil pensar, o creerle a aquellos que aseguraban, que la idea del rey era atacar y apropiarse de Cízarin, un reino capaz de defenderse con el doble de soldados bien preparados y armados y bastantes más, si decidían incluir milicia popular, era una locura pensar que el rey Nivardo cometería una irresponsabilidad como esa. Este se encontraba al frente de sus hombres, ataviado con su elegante y pulida armadura, hermosamente ornamentada con las enredaderas de espinas características de su reino, junto a su inseparable consejero, Serna. La tropa de hombres permanecía aún distendida, afinando los últimos detalles en sus armaduras y cabalgaduras, discutiendo los asuntos de la campaña sin demasiado alarde, guardando la seriedad y compostura acorde al gran desafío que se avecinaba, en frente de ellos, Ovardo observaba sin escuchar el diálogo de su padre con su despreciable consejero, ocupando su mente en el retraso de su amigo Emmer, quien al parecer era el único ausente. Al cabo de unos minutos este detuvo su caballo al lado del príncipe de Rimos, mirando al frente, disimulando su retraso, su amigo le echó un vistazo casual e inmediatamente otro más prolongado, fijando la mirada en el colgante que Nila había olvidado y que se asomaba en la base de su cuello, “lindo colgante” dijo, suponiendo que se trataba de un obsequio, un amuleto para la suerte o un recuerdo entre amantes, y luego agregó, “La próxima vez, espero que le permitas a Nila venirse antes, comprendo que deben estar juntos pero, no me gusta dejar a Delia con nadie más, necesito que la cuiden bien…”, el soldado, aunque su preocupación era sincera, la aprovechó para desviar la conversación de los asuntos que ocupaban a Nila en esos momentos, “¿Aún es delicada su salud?”, “Sí, respondió Ovardo, pero lo que me molesta es que no la puedo disuadir de que deje esos turbios presentimientos que la acosan, no deja de sentir que algo malo sucederá”, ambos hombres miraban al frente “ella se preocupa por ti” dijo el soldado, “ella se preocupa demasiado, eso dañará a mi hijo”, respondió el futuro rey. En ese momento sonó un cuerno, fuerte y claro, anunciando que el momento de la partida había llegado, todos los hombres montaron, se acomodaron sus yermos, la gente estalló en gritos de despedida y de buena suerte, algunos también en llantos, al paso, la columna de jinetes cruzó el umbral de Rimos, los dos pilares de piedra blanca pisando algunas flores que los niños habían recogido durante toda aquella mañana y que arrojaban a los pies de los caballos honrándolos y despidiéndolos como era la costumbre, el grupo de soldados se encaminó cerro abajo, en dirección al santuario de la diosa Mermes, donde, antes de dirigirse hacía Cízarin, beberían de su fuente para obtener la valiosa inmortalidad que la diosa prometía y así, convertirse en el ejército más poderoso y glorioso jamás conocido, su leyenda no tendría parangón, su superioridad sería indiscutible, ellos serían un ejército de inmortales. 


León Faras.

jueves, 13 de junio de 2013

Del otro lado.


VI.


Ángelo Valdés y Gustavo Fuentes eran vecinos y amigos de niños pero se habían distanciado con el tiempo, Laura sospechaba que ella había sido el motivo y no estaba tan equivocada, a Ángelo le gustó ella siempre y nunca dijo nada, por otra parte, Gustavo sin ningún interés especial simplemente probó suerte con Laura, a ella le pareció atractivo en ese momento y comenzaron a andar, nunca llegaron a ser novios propiamente tal, si no, más como amigos que juegan a ser novios y así continuaron.

            Laura viajaba en el microbús de regreso a casa, como siempre, la Marisol la había acompañado hasta el paradero, le quedaba de camino y siempre lo hacía, pero ese día sin razón que Laura supiera, se quedó con ella hasta que el bus llegó. Iba poca gente a esa hora, con un rápido vistazo vio que Ángelo Valdés venía sentado en uno de los asientos de atrás, no era raro encontrarlo en distintos puntos de la ciudad, nunca trabajaba en un solo sitio, ella se sentó tras el chofer, prefería el primer asiento del lado de la puerta, pero iba ocupado por un señor que al parecer dormía, usaba el pelo muy corto y cara de pocos amigos, tal vez un guardia de seguridad o algún uniformado en su día libre, era la impresión que daba. Comenzaba a relajarse y a cerrar los ojos cuando le sonó el teléfono celular, la llamaba su novio para preguntarle donde estaba, a ella no le gustó el tono de la pregunta pero respondió escuetamente que se encontraba en el bus, ni donde ni en cual, Gustavo asumió el resto y le dijo que la esperaba en la población. Laura colgó. Habían ciertas cosas que había descubierto con el tiempo de su novio que no le gustaban, una de esas era ese tono cortante y autoritario que usaba, como para mostrar que estaba molesto, como si la gente debía enterarse y tener precaución cuando él estaba molesto, como si ella debía adoptar cierta aptitud por el hecho de que a su novio le había parecido mal algo, lo cual era muy inmaduro, pero peor eran las tontas razones de él para enfadarse, no era un tipo violento y Laura no le tenía miedo, pero era demasiado inseguro y cualquier rumor o comentario de inmediato lo envolvía y lo preocupaba de forma exagerada, luego quería que las cosas se hiciesen a su manera y como Laura no pretendía obedecerle incondicionalmente, se producían problemas que no quebraban la relación solo porque esta no tenía ninguna firmeza, es difícil quebrar algo que es blando y fláccido, incluso metafóricamente hablando. En pocos minutos Laura se había relajado nuevamente y volvía a cerrar los ojos, nunca más los volvería a abrir. El bus continuó su camino sin contratiempos y se encaminó rumbo a la población, pasaba justo por fuera de esta, se detuvo en la esquina, Laura dormía el sueño programado de los que viajan a menudo, la llamada de Gustavo había retrasado todo su itinerario biológico y no había despertado a esas alturas como siempre lo hacía, el paradero estaba a la vuelta y Ángelo se puso de pie para bajarse, Richard Cortez, el Chavo se podía ver allí acompañado de otros tipos más, probablemente la Macarena también estaba, era común ver a ambos ahí, aquella era su base de operaciones para sus negocios turbios y de baja calaña. El bus tuvo luz verde y dio la vuelta hacia la izquierda rumbo a la parada, el chofer miró a la derecha y frenó pero demasiado tarde, el otro vehículo venía muy rápido y no hizo ningún amague ni de detenerse ni de evitar la colisión. El impacto dio de lleno justo entre la puerta y el primer asiento, donde iba sentado el tipo con aspecto de guardia, el choque fue violento y el estruendo enorme, los tipos del paradero se fueron de inmediato, en poco tiempo se iba a llenar de policías y preguntas, el Chavo le pasó algo a su mujer y esta se fue corriendo también, además de este, en el paradero también estaba Gustavo Fuentes, fueron los únicos dos que se quedaron ahí. Se iban a acercar en ese mismo momento pero la explosión del auto los detuvo.

Ángelo Valdés resultó con un fuerte golpe en la cabeza y unas pocas magulladuras sin importancia, como estaba de pie, vio el auto que se aproximaba y se protegió a medias. El cabo primero Andrés Miranda murió instantáneamente, iba sentado en el primer asiento y recibió la totalidad del impacto, Laura Moros debido a que iba con su cuerpo relajado y a que el golpe fue lateral, no debería haber sufrido heridas de gravedad ni letales, pero fue encontrada muerta por los bomberos y equipos de emergencia, tenía una herida en su costado que le había atravesado el corazón, luego se supo que se trataba de una herida de bala, el arma fue encontrada de inmediato, pertenecía al cabo Miranda, era su arma de servicio y estaba tirada en el mismo bus. No tenía más huellas por lo que finalmente se dedujo que el arma se había disparado accidentalmente y el proyectil había impactado a Laura de forma fatal y fortuita.



León Faras.

martes, 11 de junio de 2013

La Prisionera y la Reina. Capítulo dos.


VII

A solo algunos pasos más adelante el terreno se cortaba verticalmente dejando una caída de unos diez metros, el místico y la criatura se acercaron con cautela, un nuevo grito de una bestia los hizo agazaparse instintivamente. Al asomarse hacia abajo, vieron a la bestia, medía más de cinco metros y jadeaba con furia, estaba cubierta de flechas sobretodo en los miembros y la espalda, totalmente inofensivas considerando su tamaño y el grosor de su piel y pelaje pero era obvio que no pretendían matarla con esas irrisorias armas, el objetivo era otro, en ese momento tres jinetes la acosaban, sin parar de moverse y lanzándole flechas untadas previamente con algún líquido irritante para volverlas más molestas, otros jinetes idénticos a los que corrían, observaban a prudente distancia, al parecer eran relevos, un segundo grupo que se turnaba con el primero para mantener un asedio constante sobre la colosal criatura, el hombre moribundo que encontraron el místico y la criatura era sin duda uno de ellos, un mal cálculo y la bestia lo había hecho volar hasta ahí arriba de un golpe mortal, todo golpe que daba la bestia era mortal. No lejos, dos carros tirados por caballos se posicionaban cerca de la bestia, llevaban cada uno, una catapulta apenas más alta que un hombre, cargados con rocas unidas a largas y angostas redes las que estaban repletas de “arrancamoños” cosidos grandes como puños, semillas duras y espinosas que una vez adheridas al pelaje era imposibles de retirar sin arrancar pelo también, los hombres vendaban su cabellera pero incluso debían tener cuidado con sus largas barbas. La bestia bramaba estridentemente ante el acoso de los jinetes, agotada, lanzaba manotazos inútiles, una de las redes fue lanzada cruzándole la espalda y alcanzando el brazo opuesto, adhiriéndose con fuerza al espeso pelaje de la bestia, el acoso de los jinetes continuaba sin pausa y la segunda catapulta disparó alcanzando un hombro, y que con un desafortunado movimiento de la bestia terminó uniendo el brazo con la pierna del mismo lado, entorpeciendo sus movimientos, luego la primera catapulta hizo su segundo disparo pero fatalmente uno de los extremos quedó unido al carro y la bestia con un movimiento de su brazo libre, hizo volar por los aires el armatoste con los caballos unidos a él, uno de los hombres murió en el acto por el impacto, los otros lograron saltar y sobrevivir. Los restos del carro destrozado eran arrastrados por la bestia que con cada movimiento más debía luchar contra las redes que poco a poco la inmovilizaban, una nueva red fue lanzada por la catapulta que quedaba cubriendo la cabeza de la bestia agotada y casi totalmente maniatada, sin resuello, se apoyó contra la pared justo debajo del místico. Entonces una plataforma con ruedas mucho más grande que los pequeños carros de catapultas, comenzó a acercarse, era tirada por una docena de bueyes enormes. Tenía un grueso y resistente arco en la parte delantera y bajo este un eje con una rueda dentada a cada lado. Lanzaron sobre la bestia decenas de afilados ganchos de asalto, atados a gruesas cuerdas que pasaron por sobre el arco y enganchados a la rueda dentada, dos hombres hacían girar el eje acortando las cuerdas pero las ruedas dentadas se atascaban cuando la bestia tiraba, de modo que con cada vuelta del eje el espacio entre la bestia y la plataforma se reducía, hasta que lograron tenerla arriba, con cuerdas fijas a la plataforma se sujetaron sus pies y el eje siguió girando hasta que todas las cuerdas quedaron tensas, entonces la plataforma inició una lenta marcha. Los cazadores reunieron todas sus cosas y juntaron a sus hombres y animales, cuatro estaban heridos aunque no de gravedad, dos muertos con seguridad, uno ahí mismo y otro había sido lanzado a varios metros, por lo que dos hombres fueron a buscarlo, nunca abandonaban a sus muertos o heridos, luego de varios minutos lo encontraron, los hombres se miraron, era curioso, estaba casi desnudo, le faltaban los pantalones, las botas y el cinturón, no vieron a nadie y no había tiempo ni necesidad de averiguar que había sucedido con la ropa de su desdichado compañero. Sus colegas seguramente ya habían abierto los cueros de vino y estarían comiendo y descansando, por lo que solo tomaron al muerto desnudo y se fueron.

Ya lejos de allí, el místico caminaba a buen paso, la criatura le seguía graciosamente vestida, las botas le habían quedado un poco grandes, pero el místico las cortó a lo largo y se las vendó como sandalias a los pies,  los pantalones eran anchos pero el cinturón solucionó eso, la capa que ya traía completó el atuendo.


León Faras. 

jueves, 6 de junio de 2013

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.


III.

La joven criada se dirigió a la parte trasera de la casona, y luego en dirección a una terraza lateral, rodeando todo el inmueble para llegar al lugar donde Emmer Ilama le esperaba en un pequeño asiento de piedra orillado en aquel jardín delantero carente de plantas. El soldado le oyó venir y se puso de pie con una suave sonrisa en los labios y satisfacción en los ojos, el abrazo fue digno de dos personas que se necesitan más de lo que se tienen y el prolongado beso demostraba que su relación había dejado atrás el cortejo hace mucho, “¿esperó por mí durante mucho?”, Nila preguntó con sincera preocupación, “eso no importa, tu ausencia siempre es eterna”, la muchacha sonrió con complicidad ante la galante zalamería de su prometido, “yo también tenía muchas ganas de verlo”, “lo sé…”, respondió Emmer ampliando más su sonrisa. Un anhelado encuentro como este que debía ser con el calor del amor que ambos se profesaban se veía opacado por la preocupación que inundaba irremediablemente todo lo que les rodeaba, el ataque a Cízarin se llevaría a cabo al día siguiente en el cual Emmer estaba obligado a participar, sabiendo que el conflicto afectaría directamente a la familia de la mujer que amaba o incluso causarles la muerte a alguno de ellos. Por su parte Nila tenía conciencia de que la traición o la deserción por parte de un soldado de Rimos eran castigadas con la muerte, por lo que en ningún caso se le ocurriría pedirle a su novio que desistiera de cumplir con su deber.

Nila, cambiando abruptamente el tenor de la reunión, bajó la cabeza para tomar el aliento necesario y luego levantó la mirada fijándola en los ojos de Emmer, “voy a ir a Cízarin”, le espetó a quemarropa, como si tuviera algo muy caliente en su boca y que debía escupir antes de que siguiera haciéndole daño, “¿Qué?...pero...no puedes, no debes…” el soldado se mostró incrédulo, eso era algo que no se esperaba, la idea de que Nila se encontrara en Cízarin en el momento del ataque se le hacía fuertemente perturbadora, casi como si se anticipara una desgracia que sabía, no podría soportar. La chica lo abrazó, y con la cabeza pegada en su pecho continuó hablando, “volveré de inmediato, no debes preocuparte por mi, pero debo hacerlo, mis padres, mi hermana y su familia están allá…ellos no tienen ni idea, es necesario que les avise…”, Emmer la abrazó fuerte, “pero, no es tan fácil, sabes que si te sorprenden pueden acusarte de traición, ellos pueden…” Nila tomo la cara de él entre sus manos e interrumpió el fatal desenlace de las conjeturas del soldado “no, no pienses eso, no dejaré que me descubran...viajaré antes de que el sol salga, conozco bien la ruta, llegaré antes del medio día”

La invasión a Cízarin no se llevaría a cabo hasta el atardecer del día siguiente, en estricto rigor, había tiempo para que la muchacha viajara, pusiera al tanto a su familia de la inminente guerra y salieran de ahí, por lo menos, tales fueron los argumentos que tranquilizaron a la pareja sobre el viaje de Nila. Ambos permanecieron abrazados en silencio, tal vez por la posibilidad inherente de no volverse a ver, tal vez porque querían aprovechar el poco tiempo que pasaban juntos en sentirse mutuamente.
La luz del día ya comenzaba a diluirse en las sombras del universo infinito, el frío ocaso se esparcía con rapidez, la pareja se encaminó hacia  una pequeña habitación desocupada destinada al descanso nocturno de los guardias. Solo una lámpara de aceite iluminó sus cuerpos cuando empezaron a desnudarse, a besarse con ascendente ímpetu y a saciar toda la sed que tenían uno del otro, dejando aquella noche poco tiempo para el descanso.


León Faras.

sábado, 1 de junio de 2013

Del otro lado.

   
V.


La presencia de Laura entre sus familiares, amigos y antiguos vecinos era más que su recuerdo, se había propagado la idea de que su alma permanecía en los lugares que frecuentaba en vida, en su casa y en los departamentos cercanos. Su madre y hermana repetidas veces oían y veían cosas, su televisor se prendía, las luces se apagaban, las puertas se abrían, a veces en su presencia, otras veces cuando estaban seguras de cómo debían estar, muchos vecinos decían haberla visto u oído, su novio Gustavo estaba seguro de haber oído su risa y de sentir sus pasos reptantes en más de una ocasión, y lo repetía constantemente a cualquiera que quisiese oírlo, aunque en realidad sus experiencias podían atribuirse más a la sugestión que a algo real, pero siendo el novio no podía ser menos que el resto de la gente. Marisol, la chica de la tienda donde trabajaba Laura percibió algunas cosas sospechosamente cambiadas de lugar en su trabajo pero no lo comentó con nadie, era distraída y nunca estaría totalmente segura de que si las cosas se habían movido solas o habían quedado así, a menos que sucedieran frente a ella, pero nunca había sucedido eso. Loreto Erazo, su amiga, no había visto ni oído nada y no quería de ninguna manera oír ni ver nada, esas cosas le aterraban y aseguraba que podía darle un patatús si algo sobrenatural le sucedía, mientras tanto que la señora Inés, vecina de Loreto y dueña del gato que se había llevado el susto de su vida, culpó a su hijo Renato, muerto hace más de dos años, de haberle prendido el televisor, apagado la luz y de asustar a su pobre gato “Sandro”, el cual tardó todo un día en regresar, lejos de atribuir al espíritu de Laura aquella presencia en su casa, decidió que debía mandar a hacer una nueva misa por el eterno descanso del alma de su aún disconforme hijo. Luego tenemos a Virginia, la madre de Gustavo, una mujer enamorada de su hijo a pesar de los pocos logros de este, celosa de su novia no tenía una relación sana con Laura, aunque tampoco le alegraba lo sucedido a su nuera, la presencia del espíritu de esta en la población para ella, no eran más que habladurías de gente ignorante, y sugestión e inconformismo en el caso de su familia. Su hijo no le comentaba nada de lo que creía oír, aunque no se trataba de situaciones reales con seguridad, Mario Fuentes, su padre, era un tipo opacado por su esposa, obstinado e inteligente pero más propenso a trabajar a escondidas que a oponerse a su mujer, no le gustaba discutir y simplemente lo evitaba, Laura le caía bien pero tenía cosas más importantes de que ocuparse. Richard Cortez, conocido en todas partes como el Chavo, era un tipo que aparentaba unos cuarenta y tantos, medio delincuente y medio honesto, el típico sujeto que no duraba mucho tiempo en ningún trabajo, por lo que no dudaba en conseguir dinero extra ilegalmente, por lo general drogas de baja categoría, el Tavo le había comprado en más de una oportunidad, también se dedicaba a veces a la reducción de especies, no había visto ni oído nada paranormal pero no dudaba de aquellos que sí, curiosamente, era el único que aseguraba que la muerte de Laura no había sido un accidente, y repetía que “…a la Laura, la mataron” como algo que sólo él podía ver, algo que sólo alguien con su experiencia podía notar. La Macarena, su mujer, solo asentía, siempre asentía sobre todo, podía estar de acuerdo con una cosa y luego podía estar de acuerdo con algo totalmente contrario y mutuamente excluyente, lo que demostraba que nunca daba su opinión sobre nada, solo asentía. El cura José María aconsejaba rezos, misas y sahumerios, la muchacha no podía encontrar el camino a Dios y así descansar en paz, por lo que debían ayudarla, aunque en realidad para el sacerdote aquello era una historia más que repetida, en casi todas las familias debía haber por lo menos alguien que asegurara que el espíritu de aquel familiar recientemente fallecido continuaba entre ellos, era algo muy común en su oficio y aunque no siempre meritaba que interviniera, sí se daba con mucha frecuencia, por lo general era solo falta de resignación de los familiares, pero no por eso podía negarles sus servicios. Ángelo Valdés, el admirador secreto, el enamorado incondicional, ese que toda mujer tiene y que puede pasar toda una vida sin que nadie se entere con el fantasma del rechazo encima, dueño de un amor por Laura grande y fuerte como un roble pero sin raíces, sin el conocerse, sin una relación que lo sustente, él era un buen ejemplo de ese enigma sobre el amor sin motivo que crece sin medida. Desde la muerte de Laura, sus sueños con ella se habían intensificado en frecuencia y realismo.


El problema de Laura Moros, era que su muerte se había producido sin que lo notara, ella no sabía que estaba muerta y no había nada que se lo hiciera ver ni nadie que se lo dijera, la vida había desaparecido de su mundo porque no podía percibirla y no podía controlar su inmaduro cuerpo inmaterial, por lo que su mente y su consciencia le jugaban trucos todo el tiempo, solo porque ahora habitaban un cerebro inmaterial que aún no estaba listo. Ella creía hacer cosas que en realidad no hacía, y creía que cosas no funcionaban cuando sí lo hacían, por lo que toda esa presencia que ejercía en su población era nada más que experimentación de su entorno, era investigación, su investigación por saber qué estaba pasando, no tenía ni idea de que era un alma en pena, de que el mundo seguía su curso normal a su alrededor pero sin ella, de que ejercía presencia material en la vida de los demás.


León Faras.