domingo, 21 de julio de 2013

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.


V.


Nila había partido antes del alba hacia Cízarin y a esa hora del medio día ya tenía ante sus ojos el cerro a cuyo rededor se encontraba la ciudad, rodeada de innumerables kilómetros de tierras cultivadas, donde hombres sonrientes trabajaban la tierra al sol, mujeres cargaban semillas en sus delantales y decenas de carretas se desplazaban con la gran variedad de productos que esa tierra fértil podía ofrecer. Mientras se acercaba la muchacha podía oír a dos hombres que discutían acaloradamente al parecer por no poder acordar el precio más conveniente de una carga de grano, Nila pensó en lo absurda que sonaba aquella discusión, con el fantasma de la guerra sobre sus cabezas, luego, revivió su propia infancia al divisar un par de niños que jugaban entre los pastizales mientras su madre trabajaba cerca de ahí en la cosecha de legumbres. Sintió que el peso de la información que cargaba estaba tomando su real volumen, la culpabilidad de no prevenir a esas personas, no tanto porque fueran su pueblo, si no porque eran inocentes se le estaba haciendo cada vez más palpable, ellos eran los que más sufrirían sin ser creadores ni participantes de la batalla que se avecinaba, todo lo que veía a su rededor era acompañado de un final inminente en su interior, los bellos campos serían quemados, muchos niños morirían y los que no, llorarían junto a los cadáveres de sus padres, los sobrevivientes huirían despavoridos sin saber adonde ni por qué. Una mujer se acercó a la jinete que llegaba e interrumpió los angustiantes pensamientos de esta, amigas desde niñas, la mujer la reconoció apenas la vio, llegó con una sonrisa amplia, disfrutando plenamente de un encuentro retardado varios años, en cambio Nila solo se angustió más al verla, la mujer estaba evidentemente embarazada y tras ella un niño de unos cinco años le miraba aferrado a la falda de su madre, la sonrisa en el rostro de esta se desvaneció instantáneamente al ver la aflicción de su amiga, Nila se apeó de su caballo y la abrazó, no podía hacerlo, no podía callar aquello que evitaría tanto dolor y desconsuelo, “Debes huir de aquí, debes salir de Cízarin antes del atardecer y llevarte los niños, Rimos atacará al ocaso…” la mujer apenas digirió la información que le caía atropelladamente y con las preguntas atoradas en su garganta vio a Nila subirse de nuevo a su animal y apresurar su ida, solo alcanzó a soltar un par de palabras y oír a su amiga que gritaba mientras apuraba su carrera “¡llévate a los niños, debes llevarte a los niños!”.


León Faras.

lunes, 15 de julio de 2013

Del otro lado.


VII.


El viejo Manuel le había explicado de la mejor forma que pudo, los pormenores de la muerte de su nieta Laura, Alan había puesto especial interés en los detalles. Este llegaba al paradero de buses donde el accidente se había producido, se dirigía rumbo a la población de la chica rumeando todos estos detalles, primero, que la chica hubiese muerto de un disparo le llamaba mucho la atención, porque, descartando al difunto dueño del arma, el que le había disparado se había encontrado con la oportunidad luego de un hecho tan imprevisto como aquel accidente, al parecer el uso del arma de fuego fue totalmente circunstancial, él no tenía ninguna duda de que se trataba de un asesinato, y por lo tanto podía hacer conjeturas sobre quien podría haber sido el asesino que se había encontrado con esa oportunidad tan bien servida que solo le tocó actuar, no podía saber aún si los planes de asesinar a la chica ya existían desde antes, pero al parecer sí las razones para hacerlo. Sabía que el novio de Laura, Gustavo, estaba allí cuando ella murió y que este había sido el primero en verla, incluso antes que los equipos de emergencia, en su declaración aseguró que había encontrado a su novia sin vida, a pesar de que hubiese hecho todo lo posible por salvarla. Además de Laura y el cabo Miranda, el otro difunto era el chofer del vehículo más pequeño, pero a pesar de esto, solo el alma de Laura continuaba vagando en aquel lugar, para Alan eso significaba que solo se había cometido un asesinato. Un bus se detuvo para dejar pasajeros y Alan subió, lo único que podía hacer por el momento era pensar, nunca había sido detective de nada ni le había interesado jamás serlo, en su condición no podía ni siquiera hacer preguntas, había formas de contactar a Laura, pero siendo un materializado, le era muy difícil actuar, además que dependía mucho de la suerte y de las circunstancias, solo una cosa podía asegurar, habían matado a esa muchacha, si era cierto que aún vagaba por ahí, entonces no se trataba de un accidente, “un accidente”, se repitió en su mente, las otras víctimas probablemente estarían todavía en este mundo, tal vez alguno de ellos no se haya ido todavía y lo podía localizar, obtener una versión preferencial y más aclaratoria sería provechoso para ayudar a su viejo amigo Manuel, había un lugar que un muerto que sabe que está muerto, siempre visita antes de irse, y ese lugar no estaba lejos. Un grupo de colegiales se puso de pie para bajarse y Alan los siguió, llegaría al cementerio a pie, tenía una amiga ahí.

Un lugar que un muerto que sabe que está muerto siempre visita antes de irse y Alan sabía muy bien lo muerto que estaba y las muchas veces que había visitado ese lugar, su tumba por supuesto, pero principalmente la de su hijo. Segundo Segura era el panteonero, había visto y saludado a Alan muchas veces pero como para todo el mundo, siempre era como verlo por primera vez, le pareció raro ver a ese completo desconoció entrar a su cementerio pero lo olvidó de inmediato y siguió con sus quehaceres. Un espíritu vivía allí hace algunos años, había decidido quedarse por razones muy claras pero no hace tanto tiempo como para materializarse como Alan, se llamaba Julieta y era un caso especial, para ella su vida comenzó el día en que murió, era una muchacha de unos quince años al momento de su muerte, ciega de nacimiento y enfermiza en un hogar pobre, el mundo se abrió ante ella cuando la tuberculosis terminó con su cuerpo material, no solo dejó de sufrir o de pasar necesidades, también comenzó a ver las maravillas del mundo, conoció por fin los colores, las flores, las nubes que nadie nunca le había podido explicar, el sol y el agua, cosas cotidianas pero que eran imposibles de imaginar sin verlas, toda esa curiosidad contenida se desató en aquel momento y la hicieron quedarse, había tanto por ver, ella continuó con su familia por un tiempo, pero cuando estos se mudaron de la ciudad, ella se vino al cementerio, desde entonces vivía allí, desde entonces que se conocían ella y Alan, “…justo a tiempo” saludó la niña cordial cuando lo vio aproximarse, se abrazaron con cariño, caminaron y conversaron, Alan le explicó lo que sabía sobre Laura y lo que quería averiguar, Julieta le dijo que sí había un hombre que había llegado hace pocos días, solo uno, como con todos los nuevos que llegaban, ella había hablado con él, por lo general estaban llenos de dudas y hablar con alguien de su misma condición, los tranquilizaba, un accidente automovilístico había sido la causa de su muerte, él viajaba en un bus según dijo, Alan quiso verlo pero Julieta no sabía nada de aquel tipo desde hace un par de días, “tal vez ya decidió irse…” dijo la chica levantando las cejas y bajando su boca en una mueca, “Sí, tal vez, respondió Alan pensativo y agregó, ¿Dónde está su tumba?”; “es esa…”, respondió Julieta apuntando al final del pasillo que cruzaban en ese momento, “…donde están esas dos mujeres”. Macarena, la mujer del Chavo estaba allí junto con su hermana, la viuda, frente a un montículo de tierra cubierto de ramos y coronas de flores aún vivas, Alan no conocía a ninguna de las dos y solo se limitó a verlas de cerca cuando pasaron por ahí, nada más se podía hacer en ese momento. El paseo continuó y también la conversación, cuando de pronto Alan tuvo un recuerdo involuntario de una duda ya pasada hace rato, un retroceso mental, “¿Por qué cuando me viste llegar me dijiste “justo a tiempo…”?; ¿acaso me esperabas o algo así?” Julieta dudó un poco pero pronto recordó, “Ah, yo no, pero alguien más sí, tenías visita”; “¿Beatriz?” preguntó Alan algo perdido, Julieta asintió.

Una mujer madura estaba sentada en una banca de cemento frente a la tumba de Alan y su hijo, una anciana que dejaba de lado a sus hijos y nietos para visitar la tumba de su primer hijo que había muerto cuando ella era joven, y la de su primer amor, el que se había suicidado luego de haber matado accidentalmente al pequeño. Alan la observó sin que ella lo notara, no era una buena idea que ella lo viera, él era un difunto desde hace mucho, además ella, aunque lo reconociera, no podría recordarlo. Era una anciana pero seguía siendo la mujer que más había amado en su vida.



León Faras. 

martes, 9 de julio de 2013

La Prisionera y la Reina. Capítulo dos.


VIII

Los subterráneos, eran criaturas cuya piel parecía corteza de árbol, rugosa y dura, tenían el aspecto de una persona de largos y delgados miembros al erguirse pero al transportarse asemejaban arañas y lo hacían tanto por el piso como por paredes totalmente verticales, su rostro alargado y de ojos grandes recordaba al de los saltamontes, eran excelentes excavadores que prioritariamente vivían solitarios y bajo tierra donde eran capaces de ver en la oscuridad más absoluta, por otro lado, la luz se les hacía insoportable, lo que los obligaba a evitar salir a la superficie, las rarísimas veces que lo hacían era por poco tiempo y solo durante la noche. Uno de estos seres fue el silencioso salvador de Idalia, y uno de estos mismos seres era quien había arrastrado a Lorna y a un indiferente enano de rocas hacia los drenajes del foso de catacumbas que desembocaban en los abismos de donde solo se podía salir volando o morir en sus profundidades, pero para un subterráneo era un lugar muy cómodo, frío y oscuro. En una extensión de varios kilómetros, literalmente la tierra se había partido en dos, dejando una ancha falla de ingente profundidad y donde los salvajes probaban su valor lanzándose al vacío.

La tierra de los salvajes estaba al otro lado de la falla, aunque hace tiempo ya que vivían en el abismo mismo, en las paredes de este justo debajo del brazo de río que caía y se perdía en la oscuridad del precipicio. Este era parte de sus vidas desde siempre, el abismo los ocultaba, los protegía del peligro, los retaba cuando alcanzaban edad suficiente y los obligaba a ser valientes, disciplinados, los obligaba a volar. En vez de huir de aquel aterrador peligro, lo adoptaron como padre y protector, comenzaron con los recovecos pequeños que la naturaleza les ofrecía, las cuevas naturales y angostos pasadizos donde debían moverse con la espalda pegada a la pared para no caer, con el tiempo, ahora habían conseguido tener una ciudad vertical adherida a las paredes del abismo por innumerables estacas que constantemente se multiplicaban y renovaban, con pasadizos de madera cómodos y seguros, con cuevas cavadas por ellos donde vivían familias completas, comunicadas unas con otras, con escaleras y cuerdas y encima de todo, una enorme rueda de madera que giraba gracias al agua canalizada que caía sobre ella y que le daba su fuerza al ascensor que los ayudaba a descender hasta las zonas más bajas de la ciudad vertical. En medio de esta ciudad estaba la gran cueva, la más grande y antigua de todas, tan amplia como para que los hombres pudieran construir y preparar sus enormes alas en su interior con las que luego caminarían sobre la plataforma para probar su valor y habilidad lanzándose al vacío. A esta ciudad era donde Idalia, la mujer maldita, se dirigía, conducida por los salvajes que la habían encontrada, aunque no estaba totalmente segura si como invitada o como prisionera.

Rávaro aún no se enteraba de que todo era un desastre a su alrededor y creía que tenía razones suficientes para sentir una felicidad completa, no sabía que Idalia había huido e iba rumbo a la ciudad vertical de los salvajes, donde él acumulaba algunos enemigos que podían acabar con la mujer sin dudar si supieran que su vida estaba atada a la de ella, tampoco sospechaba que su media hermana Lorna ya no estaba encerrada en su celda si no que en la oscuridad del foso de drenajes, planeaba la forma de darle al espíritu del semi-demonio lo que quería, un cuerpo. Ni menos podía saber que la criatura, en compañía del místico llegaría dentro de poco a los bosques, donde Rodana, conocida como la hechicera de las jaulas, vivía desde hace años, una mujer con el poder de inclinar la balanza definitivamente, si elegía un bando.

Fin del capítulo dos.

León Faras.