VII.
El
viejo Manuel le había explicado de la mejor forma que pudo, los pormenores de
la muerte de su nieta Laura, Alan había puesto especial interés en los
detalles. Este llegaba al paradero de buses donde el accidente se había
producido, se dirigía rumbo a la población de la chica rumeando todos estos
detalles, primero, que la chica hubiese muerto de un disparo le llamaba mucho
la atención, porque, descartando al difunto dueño del arma, el que le había
disparado se había encontrado con la oportunidad luego de un hecho tan
imprevisto como aquel accidente, al parecer el uso del arma de fuego fue
totalmente circunstancial, él no tenía ninguna duda de que se trataba de un
asesinato, y por lo tanto podía hacer conjeturas sobre quien podría haber sido
el asesino que se había encontrado con esa oportunidad tan bien servida que
solo le tocó actuar, no podía saber aún si los planes de asesinar a la chica ya
existían desde antes, pero al parecer sí las razones para hacerlo. Sabía que el
novio de Laura, Gustavo, estaba allí cuando ella murió y que este había sido el
primero en verla, incluso antes que los equipos de emergencia, en su
declaración aseguró que había encontrado a su novia sin vida, a pesar de que
hubiese hecho todo lo posible por salvarla. Además de Laura y el cabo Miranda, el otro difunto era el chofer del
vehículo más pequeño, pero a pesar de esto, solo el alma de Laura continuaba
vagando en aquel lugar, para Alan eso significaba que solo se había cometido un
asesinato. Un
bus se detuvo para dejar pasajeros y Alan subió, lo único que podía hacer por
el momento era pensar, nunca había sido detective de nada ni le había
interesado jamás serlo, en su condición no podía ni siquiera hacer preguntas, había
formas de contactar a Laura, pero siendo un materializado, le era muy difícil
actuar, además que dependía mucho de la suerte y de las circunstancias, solo
una cosa podía asegurar, habían matado a esa muchacha, si era cierto que aún
vagaba por ahí, entonces no se trataba de un accidente, “un accidente”, se
repitió en su mente, las otras víctimas probablemente estarían todavía en este
mundo, tal vez alguno de ellos no se haya ido todavía y lo podía localizar,
obtener una versión preferencial y más aclaratoria sería provechoso para ayudar
a su viejo amigo Manuel, había un lugar que un muerto que sabe que está muerto,
siempre visita antes de irse, y ese lugar no estaba lejos. Un grupo de
colegiales se puso de pie para bajarse y Alan los siguió, llegaría al
cementerio a pie, tenía una amiga ahí.
Un
lugar que un muerto que sabe que está muerto siempre visita antes de irse y
Alan sabía muy bien lo muerto que estaba y las muchas veces que había visitado
ese lugar, su tumba por supuesto, pero principalmente la de su hijo. Segundo
Segura era el panteonero, había visto y saludado a Alan muchas veces pero como
para todo el mundo, siempre era como verlo por primera vez, le pareció raro ver
a ese completo desconoció entrar a su cementerio pero lo olvidó de inmediato y
siguió con sus quehaceres. Un espíritu vivía allí hace algunos años, había
decidido quedarse por razones muy claras pero no hace tanto tiempo como para materializarse
como Alan, se llamaba Julieta y era un caso especial, para ella su vida comenzó
el día en que murió, era una muchacha de unos quince años al momento de su
muerte, ciega de nacimiento y enfermiza en un hogar pobre, el mundo se abrió
ante ella cuando la tuberculosis terminó con su cuerpo material, no solo dejó
de sufrir o de pasar necesidades, también comenzó a ver las maravillas del
mundo, conoció por fin los colores, las flores, las nubes que nadie nunca le
había podido explicar, el sol y el agua, cosas cotidianas pero que eran
imposibles de imaginar sin verlas, toda esa curiosidad contenida se desató en
aquel momento y la hicieron quedarse, había tanto por ver, ella continuó con su
familia por un tiempo, pero cuando estos se mudaron de la ciudad, ella se vino
al cementerio, desde entonces vivía allí, desde entonces que se conocían ella y
Alan, “…justo a tiempo” saludó la niña cordial cuando lo vio aproximarse, se
abrazaron con cariño, caminaron y conversaron, Alan le explicó lo que sabía
sobre Laura y lo que quería averiguar, Julieta le dijo que sí había un hombre
que había llegado hace pocos días, solo uno, como con todos los nuevos que
llegaban, ella había hablado con él, por lo general estaban llenos de dudas y
hablar con alguien de su misma condición, los tranquilizaba, un accidente automovilístico
había sido la causa de su muerte, él viajaba en un bus según dijo, Alan quiso
verlo pero Julieta no sabía nada de aquel tipo desde hace un par de días, “tal
vez ya decidió irse…” dijo la chica levantando las cejas y bajando su boca en
una mueca, “Sí, tal vez, respondió Alan pensativo y agregó, ¿Dónde está su
tumba?”; “es esa…”, respondió Julieta apuntando al final del pasillo que
cruzaban en ese momento, “…donde están esas dos mujeres”. Macarena, la mujer
del Chavo estaba allí junto con su hermana, la viuda, frente a un montículo de
tierra cubierto de ramos y coronas de flores aún vivas, Alan no conocía a
ninguna de las dos y solo se limitó a verlas de cerca cuando pasaron por ahí,
nada más se podía hacer en ese momento. El paseo continuó y también la
conversación, cuando de pronto Alan tuvo un recuerdo involuntario de una duda
ya pasada hace rato, un retroceso mental, “¿Por qué cuando me viste llegar me
dijiste “justo a tiempo…”?; ¿acaso me esperabas o algo así?” Julieta dudó un
poco pero pronto recordó, “Ah, yo no, pero alguien más sí, tenías visita”; “¿Beatriz?”
preguntó Alan algo perdido, Julieta asintió.
Una
mujer madura estaba sentada en una banca de cemento frente a la tumba de Alan y
su hijo, una anciana que dejaba de lado a sus hijos y nietos para visitar la
tumba de su primer hijo que había muerto cuando ella era joven, y la de su
primer amor, el que se había suicidado luego de haber matado accidentalmente al
pequeño. Alan la observó sin que ella lo notara, no era una buena idea que ella
lo viera, él era un difunto desde hace mucho, además ella, aunque lo reconociera, no podría recordarlo.
Era una anciana pero seguía siendo la mujer que más había amado en su vida.
León Faras.