viernes, 25 de octubre de 2013

La Prisionera y la Reina. Capitulo tres.

I.

Lorna llevaba varios minutos sola y a oscuras, tenía hambre, olía mal y estaba fastidiada con esa criatura que la había sacado del foso de las catacumbas para abandonarla en un túnel en medio de la nada y sin saber que hacer o a donde ir. Hasta el enano de rocas, del cual creía que iba a ser más difícil deshacerse, desde hacía rato que no daba señales de vida. Podía tantear en la oscuridad algunas piedras pero ninguna que perteneciera a su compañero de fuga, hasta se sentía absurdamente traicionada. Un sonido de derrumbe la sobresaltó, lo último que necesitaba era que el agujero donde estaba metida se viniera abajo, pero pronto notó que el sonido era extenso y se aproximaba, era sin duda el enano de rocas, su compañero no se había ido después de todo, pudo oír una extraña oración en su particular idioma, pero esta vez no se trataba de piedrecillas, parecía que molía algo más grande y sonoro, duro y hueco, si le estaba tratando de decir algo, la mujer no entendería nada, se lo dijo, y como respuesta recibió que el enano depositara todo los restos de lo que molía sobre ella. A Lorna le pareció el colmo de la mala educación, no era su culpa no entenderle ni tampoco se pondría a comer tierra para hablar con él, pero cuando quiso limpiarse, notó cierta textura que le llamó la atención, lo liviano y duro la ayudó a reconocer en parte lo que tocaba, los bordes, el tamaño, no podía ser, aquello eran nueces, ese enano la estaba alimentando, la mujer se llevó a la boca un trozo y lo confirmó, le quiso preguntar al enano de donde había sacado esos frutos pero solo obtuvo un nuevo estruendo de cáscaras duras que estallaban bajo la presión de su mandíbula y una nueva descarga de alimento. El subterráneo había sido gentil dejándola cerca de una salida al exterior, túneles que ya existían y que solo un subterráneo podía conocer, pero al ser de día no se podía acercar más a la luz de la salida. El enano sí había continuado hasta salir, pero al ver que su compañera no salía, regresó. Quien sabe que instinto, experiencia o coincidencia lo llevó a llevarle alimento a la chica.

Ranc y Hanela trabajaban afanosamente en un rincón de la gran cueva, el chico pronto daría su salto al vacío como la costumbre lo dictaba y la chica le ayudaba en la construcción de sus enormes alas de madera y piel. Quería terminar antes de que su padre regresara y su compañera lo alentaba a que así sería, esta última no tenía familia, pero eso no fue una carencia, había sido criada por una mujer que nunca tuvo hijos propios, ambas se regalaron la felicidad que les faltaba. Ya casi tenía edad suficiente para ser considerada adulta, sería una mujer más dentro de su comunidad y podría convertirse en la cabeza de su propia familia.

Cuando Idalia vio que se dirigían al abismo tuvo cierto temor, para ella como para muchos los salvajes vivían cerca de los acantilados y seguramente tenían algunas cuevas donde refugiarse en este, pero algo como una ciudad vertical era completamente inimaginable, por lo que la sensación desagradable de recrear en su mente aquel empujón hacía el vacío que se imaginaba cerca, la angustiaba. Solo se tranquilizó cuando vio que los niños en medio de juegos y risas llegaban al borde y sin inconvenientes saltaban mientras su padre les seguía el juego. Al llegar a la orilla, la mujer vio como los niños descendían por un camino de buen grosor dando saltitos y molestándose como todos los niños del mundo. El caminito bajaba zigzagueando hasta una angostura a mediana profundidad dentro del abismo, donde un puente colgante comunica ambos lados. La mujer maldita, como si su vista hubiese sido atraída por el instinto hacia una cosa maravillosa que debía ser vista, alzó la mirada levemente inclinada hacia atrás, hacia el otro extremo del abismo para toparse con la legendaria y asombrosa ciudad vertical de los salvajes, más grande de lo que jamás se hubiese imaginado la dejó pasmada por varios segundos, era una ciudad de verdad, completa, que colgaba de los bordes del abismo como una gigantesca enredadera de fantasía, le pareció incluso ver un ave gigantesca volando cerca de esta. Los gritos de los niños que corriendo cruzaban el endeble puente la trajo de vuelta a la realidad, el hombre tras ella aguardaba cordial, cuando ella le dirigió la mirada el salvaje le respondió con dos palabras que Idalia no entendió pero que supuso que se trataba de seguir caminando.


Los cantos de aves y la creciente luminosidad la hicieron casi desesperarse, el aire era más puro y fresco y eso se podía sentir. Lorna salió del agujero y se encontró fuera de las ciénagas del semi-demonio, el enano estaba parado escudriñando el horizonte, un páramo que se iba secando y volviendo estéril a medida que se alejaba. Estiró sus miembros y espalda con sabrosa complacencia, sonriendo mientras miraba a su alrededor, conocía el lugar, sabía hacia donde estaba la ciudad, el castillo del semi-demonio, también sabía que aquella lejana tierra dura y árida hacía donde miraba el enano, era la tierra de las bestias, de inmediato la rechazó como destino próximo, debía volver al castillo y conseguir una joya negra para Dágaro, hacer volver al semi-demonio como aliado, era mejor que tener al despreciable de Rávaro en el poder, pensaba que el enano podría ayudarla, sus habilidades de camuflaje eran de una notable credibilidad, pero aún no sabía si este podía entenderla, ella no le entendía nada, además, si el enano decidía otra cosa, no había nada que ella pudiera hacer para persuadirlo. Tal vez la tierra de las bestias representaba para el enano de rocas algo parecido a su hogar y por eso la contemplaba con insistencia, Lorna volvió a mirar, algo llamó su atención, una mancha enorme pero muy lejana parecía haberse movido, incluso estarse moviendo, muy lentamente pero en movimiento, lo curioso era que se trataba de algo enorme. Pasarían varios minutos antes de que la mujer notara que aquello era una enorme plataforma tirada por animales con una bestia capturada encima.


León Faras.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Alma Electrónica.

Zombis de metal.

Una reducida patrulla de aplacadores corría a paso firme dibujando en la luminosidad artificial del horizonte sus largos e imponentes doscientos doce centímetros de altura. Alguna vez protegieron seres humanos, ahora buscaban aplastar cualquier indicio de la revolución orgánica, y también a sus aliados mecánicos. Estos últimos eran fáciles de reconocer, además de la primitiva costumbre de usar un nombre, hablaban. Las máquinas se identificaban con números de serie y se comunicaban por ondas de radio, el lento y engorroso sistema de emitir sonidos para hablar solo se usaba para dirigirse a un humano, pero los robots contaminados con el virus “Alma” parloteaban sin cesar como si no supiesen transmitir información de otra manera.

La media docena de robot estilizados como guerreros africanos, se detuvieron al borde de la cornisa, un abismo artificial de varias decenas de metros de altura. Ninguno de ellos se sobresalto cuando emergió de las profundidades la gigantesca barcaza aerostática que venía por ellos, estabilizándose al alcance de un paso de los robots aplacadores. En el interior los asientos y controles estabas desocupados, creados originalmente por humanos y para humanos ahora no tenían ningún sentido, los robot rápidamente formaban parte de la infraestructura de la barcaza y se comunicaban con ella traspasando y recibiendo información de manera instantánea y por medio de conexiones inalámbricas.

La barcaza, una vez sellada completamente, descendió vertical y libremente hasta que sus poderosos motores la detuvieron antes de tocar el suelo de forma alarmante, una arriesgada maniobra que por supuesto no alteró en lo más mínimo a ninguno de sus pasajeros. Abrió sus compuertas y de ellas emergieron al menos una centena de  aplacadores que habían sido recolectados y reunidos por la barcaza para controlar una emergencia.

M&L, una de las empresas más grandes en desarrollo de la robótica, tenía en frente una de sus enormes y bien nutridas bodegas de acopio, un edificio del cual, emergían sin parar decenas y decenas de autómatas en estado embrionario, muchos de ellos mutilados, debido a que habían sufrido la usurpación de piezas de recambio, como partes básicas de su carcasa o miembros. Totalmente inofensivos si no fuera porque alguien los había despertado luego de un suministro masivo del virus Alma, el cual se propagó a todos activando funciones básicas en máquinas sin sistema operativo, o en palabras sencillas una multitud de robots idiotas obedeciendo a su programación básica. Comunicarse con ellos era inútil, podían recibir información pero eran incapaces de procesarla, eran el equivalente a humanos sordos, con una inteligencia mínima y asustados, algunos de ellos armados. Y su número se acercaba rápidamente a los mil.

Cuando la joven muchacha entró a las bodegas de M&L fue solo para ocultarse de las barcazas que patrullaban, su chaparro y fornido acompañante, un autómata semejante a un fisicoculturista de baja estatura, bautizado con el inverosímil nombre de Vodka, la aventó con mínimo esfuerzo por una de las ventanillas, era un lugar que frecuentaban en busca de piezas de recambio, tenía bodegas llenas de robot completos pero con sus memorias vacías, sin programas que le dijeran que hacer o como comportarse, como funcionaba el mundo y cual era su función en él, máquinas que las ratas mutilaban para completar a otras que sí funcionaban y sí podían recibir el virus Alma. Pero en esta oportunidad no andaban en busca de piezas, solo huían. Si aquella barcaza los había detectado, enviaría aplacadores y no tendrían ninguna oportunidad contra ellos. Debían buscar una salida rápido. No sintieron ningún ruido pero de pronto entró una luz poderosa y cegadora que inundó el pasillo repleto de puertas donde estaban, la barcaza investigaba. La muchacha y el robot se arrastraron pegados a la pared siguiendo cada vez más pasillos y más puertas, varias iluminarias colgaban descuajadas del cielo, todo era monótono de no ser por el mobiliario estropeado que abundaba por todas partes y los innumerables papeles tirados. Al final solo estaban las escaleras y su universal opción de subir o bajar, ninguna era una salida y subir solo los alejaba del suelo, por lo que sin pensarlo demasiado comenzaron a bajar hasta que una puerta los saco a una pasarela de metal que pasaba por encima de un espacio subterráneo enorme repleto de centenares de autómatas que en algún momento estuvieron listos para salir al mercado y que ahora solo juntaban polvo y óxido siendo víctimas además, del hurto de partes de sus cuerpos.

Al llegar abajo, la multitud de máquinas parecía abrumadora, a simple vista eran pocos los que estaban intactos, y muchos ni siquiera podían mantenerse en pie debido a sus numerosas mutilaciones, otros carecían de cáscara y dejaban ver sus interiores de cables sueltos y engranajes resecos, pero todos estaban en un estado de hibernación que los mantenía en un funcionamiento mínimo y ajenos a todo estímulo exterior, vivos, se podría decir, debido a su suministro de energía de múltiple fuente e híper eficiencia que hacía que no se quedaran sin energía prácticamente nunca.

Una explosión alarmantemente cercana, sobresaltó a la muchacha y puso alerta a Vodka, los aplacadores simplemente habían destruido una pared para ingresar, y no tardarían en encontrarlos, eran muy eficientes siguiendo rastros humanos, había que salir de ahí, otra explosión, otra pared destruida que acortaba distancia. El círculo se cerraba, retrocedían escondiéndose como si la oscuridad los pudiera ocultar a los sentidos de los aplacadores, pero de los humanos desesperados pueden nacer las ideas más increíbles, las máquinas podían transmitirse información sin conexión, y esta multitud de robots solo necesitaban de la información necesaria para funcionar, Vodka la miró con una emulación bastante convincente de perplejidad, “no tenemos un sistema operativo ni un ordenador para activar las funciones, y si lo tuviéramos, no queremos que estas máquinas se despierten, nos destruirían en el acto”, “Pero el virus Alma, razonó la muchacha, es un sistema operativo básico en si mismo, ¿no?” otra explosión, esta sí que estaba cerca, “Sí, respondió Vodka, muy básico pero ni siquiera eso ten…” sus palabras se interrumpieron por una imagen que contradecía toda lógica, la muchacha le apuntaba con su arma, él se sabía  humano y era absurdo que otra humana quisiera matarlo, la muchacha tenía los ojos llenos de lágrimas “Lo siento Vodka, perdóname…” El primer disparo descuajo el brazo armado del robot, el segundo perforó su pecho y le arrojo al piso, aún tenía consciencia en sus circuitos cuando la muchacha comenzó retirar las carcasas del cráneo del robot en busca de la placa removible con el chip contaminado con el virus Alma, Vodka dejaría de ser su compañero, y pasaría a ser el androide de contención E767 y en el acto comenzaría a comunicar la ubicación de la humana a sus colegas que ya estaban cerca.

Los aplacadores llegaron rápidamente a la bodega subterránea, la señal aunque silenciada abruptamente, había sido fuerte y clara. Escudriñaron el lugar, comenzaron a abrirse paso por entre la multitud de autómatas vacíos, que solo mantenían el equilibrio sin responder a los empujones y codazos que recibían, eso, hasta que la red interna de conexión de cada robot recibió el paquete de datos del virus Alma y lo esparció, un procedimiento que era bloqueado por robot funcionales, fue recibido y procesado sin objeciones por estas máquinas vacías y sedientas de información. Ilustrativamente, el virus se encontraba como un solitario pirata que se tomaba un barco sin tripulación, por lo que manejarlo correctamente era imposible. Las máquinas adoptaron las funciones del virus Alma pero sin tener la capacidad de llevarlas a cabo comenzaron a moverse como seres idiotas, que tardaban minutos en tomar una decisión como qué hacer frente a un obstáculo que impedía cumplir su único objetivo, avanzar. Los aplacadores pronto fueron absorbidos por la multitud que intentaban atravesar, de inmediato abrieron fuego derribando algunas decenas de zombis mecánicos, lo que generó un caos en estos cuyo instinto de supervivencia era especialmente fuerte en el sistema de emulación humano, Alma. Antes de ser despedazados, los aplacadores lanzaron la señal de emergencia la que fue respondida en el acto.


La muchacha ya estaba a salvo observando desde prudente distancia la calle repleta de máquinas desorientadas que se movían sin rumbo, arrastrándose muchas de ellas debido a las mutilaciones que habían sufrido, chocando unas con otras o dando tumbos mientras eran acribilladas por un centenar de aplacadores que acababan de llegar al lugar y que debían acabar con todo robot infestado del virus Alma, incluso aquellos pobres idiotas.


León Faras.