domingo, 21 de diciembre de 2014

Tu presencia.

Tu presencia está aquí ahora, en tu propio espacio y tiempo pero aquí, tan potente y persistente que me impregna, me manipula, me forma y me educa. No te imaginas cuanto has destruido para luego volver a edificar, ante un espectador maravillado que ve como la naturaleza obra milagros tan fácilmente y con tanta autoridad. Dudo de que naufrago alguno haya contemplado con más felicidad y esperanza su salvación en alta mar, allá, lejos aún pero consciente de haber sido encontrado y que la salvación por primera vez en mucho tiempo, existe, y se puede soñar libremente con ella. Irrumpiste para quedarte, cosida a alguna parte de mi ser de donde no podría sacarte sin rasgarla, sin dañarme a mí mismo, sin abrir una herida... sutilmente dosificada por algún curandero celestial, un alquimista místico que obró con todo su talento en ti, dotándote de las perfecciones que te hacen idónea y de las imperfecciones que te hacen única... no soy culpable ni responsable, no podría, no sabía que para encontrar lo que buscas, primero debías dejar de buscar...ni tampoco sabía que alguien estaba poniéndome atención cuando te invocaba...  solo he sido espectador y receptor de lo más bello e inusual que me ha pasado...algo que ya amaba antes de saber que existía.

Tu presencia está aquí ahora, recordando mis objetivos, marcando el paso de mis sueños, como una galera cuyo único remero soy yo, en la cual el látigo de tus labios, me obliga a hundir los remos en mi realidad que es un océano hasta llegar a ti, el único puerto, sin provisiones más que las añoranzas de tu piel, sin más viento que tu voz, sin otro faro más que tus ojos. Si piensas que exagero recuerda que soy navegante inexperto, que nunca había abandonado mi realidad para lanzarme a soñar descaradamente, como si no hubiera otro futuro más que el que sueño contigo, irrompible y perpetuo. Ya dejé de temer, si alguna vez lo hice, ya no, ahora solo confío, pero sin el esfuerzo que alguna vez le puse, mi confianza es natural, liviana e insistente, renovable... no es carga tuya ni mía, es consecuencia, es fruto para saborear y no raíz para sostenerse. Ya sé que no eres doncella del balcón ni yo un Cyrano de Bergerac, pero si las palabras salen es porque estaban ahí, y si las escribo para ti es porque las has inspirado, no son simple retórica aduladora sin médula, sino hijas de tu presencia ausente.


León Faras.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Simbiosis. Una visita al Psiquiátrico.

III.

“¿Es que no le vas a decir nada? es tu amigo desde siempre. Tienes que al menos contarle qué es lo que pasa” dijo Diógenes, quien sostenía a mitad de camino, entre el mesón del negocio de Octavio y su boca, su segundo vaso de vino, mientras el gordo mesero abría los ojos sorprendido, como si acabase de recibir un ataque a traición. El viejo cliente continuó “…Mírate, ya pasaste la mitad de tu vida y te queda solo la mitad más corta. No pierdas el tiempo y díselo” Ulises que estaba a punto de retirarse del negocio, se detuvo intrigado, “¿Qué pasa con ustedes dos? ¿Qué es lo que me van a decir?” el camarero estaba sin palabras y solo movía la cabeza mirando estupefacto a los dos, Diógenes insistía “¡Díselo de una vez! te comportas como un chiquillo” Octavio mudó su rostro de sorpresa a enojo, cosa que era muy rara en él “¡No sé por qué te cuento mis cosas! esto no es asunto tuyo y no deberías divulgarlo como vieja ociosa que…”; “¡Que alguien me diga qué está pasando!” interrumpió Ulises con un vozarrón ya en el límite de su paciencia. Diógenes bebió un sorbo de su vaso y se puso un cigarrillo en la boca “Sé que no es asunto mío, pero si hablaste conmigo, fue porque no te atreves a decírselo a quien corresponde y necesitas ayuda. Y yo te estoy ayudando” y luego de encender su cigarro se volteó hacia Ulises “…A Octavio le gustaría conocer un poco más a tu hija…” y se quedó pegado tratando de recordar “… ¿cómo se llamaba?”Agregó. Ulises apretaba el ceño con una mueca en la boca sin entender cuál era el sentido de todo eso “¿Conocer un poco más a mi hija?...” Octavio dejó en paz por fin un vaso al que le restregaba un paño con nerviosa insistencia para tratar de salir del entuerto en el que el viejo Diógenes lo había metido, “Bueno Ulises, tú me conoces de años, sabes cómo soy yo, un hombre de bien, respetuoso, responsable, trabajador… he llevado este negocio solo durante…” Ulises notó que el monólogo de Octavio se extendía innecesariamente y decidió interrumpirlo “Sí, sí, sí. Nos conocemos de años, pero no me dices qué tiene que ver mi hija con todo esto” El camarero se quedó con la mitad de su discurso en la boca, indeciso ante la mirada expectante de los dos viejos frente a él, hasta que, cuando al fin juntaba el valor suficiente para hablar, entró Alamiro con toda su extrovertida personalidad, sentándose junto a Diógenes, poniendo sus lentes de sol sobre el mesón, repasándose el peinado, pidiendo un vaso de vino blanco y haciendo comentarios sobre su apreciación del clima y la economía local sin poner la menor atención a la discusión que se estaba llevando a cabo en el lugar. Pronto notó el incómodo silencio que se mantenía y que el vino blanco que había pedido no le llegaría muy luego, por lo que no le quedó otra que preguntar “¿Pasó algo?” Diógenes apagó su cigarrillo, “Este aun no le dice nada a Ulises” le comentó al recién llegado como si se tratara de un tema de dominio público “Pues a lo mejor se arrepintió. Yo pienso que eso del matrimonio a la larga no sirve para nada bueno” “¿¡Matrimonio!?” dijo Ulises, mientras Octavio comenzaba a exasperarse “¿¡Pero de qué estás hablando hombre?!” Diógenes se limpiaba el vino del bigote con toda calma mientras Alamiro continuaba completamente dueño de la situación “Sobre lo que Diógenes me contó acerca de tus sentimientos hacia la hija de nuestro amigo Ulises… aquí presente” los ojos se posaron en el viejo Diógenes y este se excusó con absoluta normalidad, “Somos tus amigos, y solo queremos ayudarte” Ulises comenzaba a comprender todo y una sonrisa divertida se dibujó en su rostro “Te seré sincero…” dijo “…Te conozco y sé que eres un hombre noble, pero no esperes que mueva un solo dedo en tu favor con mi hija…” Octavio pareció defraudarse por un segundo, pero el viejo Ulises continuó “Sin embargo, tampoco pondré trabas. Ya ambos están bien crecidos y no necesitan ni mi ayuda ni mi permiso para… conocerse un poco más. Ella es una gran mujer, al igual que tú, así que solo sé sincero y trátala bien… y a sus hijos. No olvides que tiene hijos.” Octavio sonreía agradecido “Por supuesto. Gracias Ulises.” “¿Y dónde está el vaso de vino que te pedí?”Alegó Alamiro y rió, disipando rápidamente la seriedad del momento.

Cuando Edelmira regresó, se llevó a los niños inmediatamente a la cocina para que bebieran refresco, allí encontró a la señora Alicia que en ese momento hablaba con Bernarda y Aurora “…es una historia sumamente vieja. Imagínate, si éramos unos jovenzuelos…” “Me huele que es una historia de las que me gustan” dijo Edelmira sonriendo mientras Bernarda le cedía el asiento y se retiraba para llevar a asear a los niños. “…Es sobre un hombre, ¿verdad?” agregó, con una mirada astuta y maliciosa, y la sorpresa de Aurora por acertar, confirmó de inmediato las sospechas de Edelmira “¡Lo sabia! He visto demasiadas mujeres hablando de amores pasados. Yo misma me incluyo. Si yo les contara mi historia con el padre de Alonso…” Y Edelmira hizo una pausa mirando al cielo y aspirando hondo “…Si él viviese, mi vida sería muy diferente” Aurora se puso repentinamente triste “¿Está muerto?” “Sí…” contestó la mujer “…pero otro día te contaré esa historia, ahora, vamos a escuchar lo que nos tiene que decir Alicia sobre su amor de juventud” y con esas últimas palabras rió traviesamente contagiando a Aurora. La señora Alicia lucía confundida, “¡Ay Edelmira! ya no tenemos edad para este tipo de historias sobre amores platónicos de juventud” “Vamos mujer…” respondió la aludida “…Si las mujeres estamos hechas para las historias de amor.”

Esteban Trigo era el nombre del padre de la señora Alicia, un hombre con la tristemente común tendencia a no creer en sí mismo, en parte herencia de su padre, que siempre le inculcó que la vida no era sino un penoso camino cuesta arriba, lleno de sacrificios y trabas sin fin de los que no había escapatoria para los que no nacían bien provistos de dinero y encima alejados del amor de Dios. Había adoptado la frustración como una forma de vida y sin parar alejaba de su alcance los objetivos que deseaba cumplir. No logró casarse con la mujer que él quería, ni el trabajo que quería, ni los hijos que quería. Apenas consiguió una casa de un tamaño superior al de lo común, con un número exagerado de habitaciones para su reducida familia, que se redujo aún más con la muerte de su mujer, pero para ello debió vivir al borde de la insuficiencia económica durante toda su vida, luchando contra sí mismo, pero culpando a los demás del gigantesco lastre emocional y sicológico que arrastraba, castrándole la capacidad de ser feliz y nublándolo de interminables preocupaciones. Tal fue el hombre que crió a la joven Alicia Trigo, y que le entregó la formación necesaria para comportarse correctamente en cualquier situación, manejar la economía doméstica con sabiduría, dominar las labores del hogar, dedicar su tiempo libre en actividades productivas y bellas dignas de una mujer bien educada y por supuesto, mantener bien alejados a los pretendientes que no podían ofrecer algo igual o superior, económicamente hablando, a lo que ya tenía. Alicia tenía habilidad e interés en convertirse en una digna y preparada dueña de casa, pero en el último punto fue donde falló, según su padre, haciéndose amiga de un joven artista callejero, hijo de una familia de saltimbanquis. “¡Un artista!” exclamó Edelmira fascinada.

En ese momento se escuchó sonar la puerta de la calle, Estela y Alberto volvían, una extraña expresión en sus rostros preocupó a las mujeres, algo había sucedido. La muchacha no tardó en hablar “Estuvimos hablando con Alberto sobre mi familia, mis padres… y al parecer somos hermanos.”



León Faras.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Del otro lado.

XX. 


Laura estaba apoyada en la pileta de agua con la hoja de papel y el reloj infantil en la mano mientras digería la idea de haber confirmado que estaba muerta. Lo curioso, era que había recibido la noticia bastante tranquila, tal vez eso era debido a que ya lo venía adivinado desde antes, sin embargo y como es costumbre, una certeza siempre engendra nuevas dudas: ¿Cómo había sucedido?, ¿Por qué ella de nada se había enterado?, quizá la muerte era así de imperceptible después de todo, suave y silenciosa o tal vez la muerte no existía, solo era una especie de liberación en que la carne, ya de por sí materia renovable del mundo, o polvo como dice la religión, era abandonada por el raro milagro de la vida para volver a sus orígenes y la vida quedaba en esencia, en espíritu, desnuda de su materialidad, ajena al mundo físico y sus leyes, sujeta a su propio ciclo… Laura se inclinó dentro de la pileta, su mano llegó hasta el espejo de agua sin reflejarse en este y sin perturbarlo al entrar, donde podía ver una nube grande a un lado y un gran trozo de cielo azul en el otro, en medio del cual brillaba el sol, un sol pequeño que se movía suave con el vaivén del agua sucia y estancada, de pronto algo se movió en el reflejo, un punto, oscuro y fugaz había atravesado la pileta de lado a lado, la chica se enderezó y observo el cielo, en todas direcciones, luego su rededor, no había nada, aunque sabía que había visto algo, algo efímero pero real, volvió a escudriñar la pileta pero esta no le mostraba nada más que el reflejo del cielo. Laura se quedó meditando intrigada, como quién descubre una pista importante dentro de un enigma intrincado pero interesantísimo. Un ave, había visto un pequeño pájaro pasar volando. Decidió ponerse a caminar en la dirección en que había visto pasar al ave pero pronto desistió de buscarla, su mundo seguía igual de solitario y silencioso, tal vez había sido una alucinación, pero no estaba segura de que los muertos tuvieran alucinaciones.

Era curioso ponerse a comprobar que no había una sola tumba igual a otra, tal como aquellas personas fueron en vida, sus sepulturas eran completamente diferentes entre sí, en antigüedad, tamaño o mantención. Incluso muertas, las personas seguían marcando diferencias, consciente o inconscientemente, en su milenaria obsesión por ser únicos dentro de una multitud. Hermosos mausoleos inmaculados y brillantes por un lado, con placas de mármol y argollas de bronce y por otro lado, indignos nichos del color moribundo de la pintura derrotada por la intemperie, quebrados y con trozos de madera apolillada en su interior o restos óseos  que ni siquiera olor desprenden ya, exhibidos sin decoro, como quien pone a la vista resignado y sin pudores su desnudez, sin nombre o una fecha que les diera un vestigio de identidad o de procedencia, mientras otros ni con eso contaban, apenas con un rectángulo de tierra removida ya dura y reseca, cubierta de maleza fea y rígida con apenas una cruz de madera que señala que aquel es el lugar de descanso de un cadáver. Laura recorría el cementerio distraídamente, dejando que su mente hablara sola como siempre, mientras ella observaba sin ver. Un bonito mausoleo llamó su atención, parecía nuevo y con seguridad pertenecía a alguien importante, en su interior, una virgen oraba con gran congoja en su rostro y en la fachada una gran placa de bronce con los datos del difunto brillaba intensamente. El nombre era desconocido para Laura pero algo allí la maravilló, un movimiento nuevamente la intrigó, volteó a ver tras sus espaldas pero nada había allí, sin embargo, en el reflejo de la bruñida placa, podía distinguir claramente un árbol cuyas ramas se mecían con la brisa, un árbol que en su mundo no existía, estaba allí, en el reflejo del bronce. Entonces el pájaro había sido real, pensó la muchacha, el mundo vivo que ella no podía percibir, se volvía una imagen muerta en un reflejo que ella ya comenzaba a captar, su espíritu novato de a poco comenzaba a acostumbrarse a su nueva realidad, sus sentidos maduraban lentamente aprendiendo como percibir lo que le rodeaba, con el tiempo alcanzaría la madurez suficiente para ver y oír todo tal y como lo hacía en vida, o tal vez mejor que antes, por el momento ya daba su primer paso.


Su mundo comenzaría a cambiar paulatinamente de aquí en adelante y eso la llenaba de entusiasmo.


León Faras.

viernes, 28 de noviembre de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

XIII.

En la profundidad del bosque, la agradable reunión en casa de Rodana llegaba a su fin. La Criatura ya hace un rato que dormía plácidamente bajo el dominio de la hechicera de las jaulas, en un lecho que Dendé había preparado para ella, mientras el Místico y su anfitriona fumaban en una acogedora terraza con vista a un pequeño trozo de cielo entre el follaje iluminado por la luna. Les preocupaba qué haría Rávaro con todo el poder que había conseguido al matar a su hermano, era un tipo ambicioso, cruel y ahora además poderoso, eso lo convertía en un peligro inminente del que había que preocuparse y así lo harían. Dendé apareció para avisar que el lecho para el Místico estaba listo y este se retiró a descansar agradeciendo la hospitalidad, luego de eso la enana volvió y su ama le pidió que le trajera una de sus jaulas, una en particular que contenía una pequeña pluma en su interior. Apenas la toma puede invocar su hechizo ya lanzado, inmediatamente obtiene el control del ave al que pertenece esa pluma. Rodana mira, piensa y hasta respira a través del ave, puede oír con claridad lo que ocurre a su alrededor e incluso puede sentir la molestia física del pájaro en su pata izquierda luego de haber recibido una mordida furiosa por parte de una de sus presas, el ambiente es más oscuro en las sombras donde el ave se oculta pero sus ojos ven bien en la oscuridad. Un chillido agudo y estridente se oye lejano, el sonido es reconocible para la hechicera pero poco probable, realiza un vuelo entre los árboles para detenerse en una rama más cercana e investigar. Una silueta pasa saltando de árbol en árbol a toda velocidad, antes de alejarse suelta un nuevo chillido, Rodana no tiene dudas ahora, es un Grelo solitario, pero que ande solo es tan raro como que ande de noche, tanto los Grelos como sus ranas son criaturas principalmente diurnas, sin embargo las situación no tardó en volverse más inusual, una horda de Grelos seguía al primero tan rápido como los animales que cabalgaban eran capaces, soltando sus desagradables aullidos y dejando tras de sí una estela con su repugnante olor. Algo muy inusitado estaba sucediendo, porque difícilmente aquello se trataba de una cacería, a menos que fueran ellos las presas.

El ave se elevó por sobre los árboles para investigar, y no tardó en divisar aquello que provocó la estampida de los Grelos. A una centena de metros una columna de denso humo era impulsada hacia el cielo con fuerza, mientras todo el entorno estaba iluminado, era fuego, sin duda, pero aquello no se trataba de un simple incendio. El sonido galopante de un motor de vapor que se oía cada vez más claro comenzó a preocupar a la hechicera, los árboles cercanos se inclinaban y quejaban como si resistieran un gran peso, el abundante follaje no le permitía ver con claridad desde las alturas, pero Rodana ya podía adivinar de qué se trataba semejante estructura monstruosa, no muchos poseían el genio y los recursos para crear magia usando la ciencia a tal nivel de espectacularidad. Se trataba de Galbatar, el alquimista. Y para la hechicera era un misterio qué lo había traído hasta aquí.

Ya poco falta para el alba, pero nadie se ha movido del patio del castillo del semi-demonio. Un hombre calvo y de aspecto gordinflón, estaba inclinado sobre el cuerpo inerte de la Bestia con el oído pegado a la caja torácica de esta, mientras Rávaro y los demás hombres que habían presenciado el combate contra el Enano de Rocas, sobre todo aquellos que habían apostado dinero, esperaban un diagnóstico con anhelante silencio. El corazón del gigantesco animal se oía débil y lejano, al igual que su respiración. El hombre luego bajó hacia el vientre de la Bestia, hacía muecas difíciles de interpretar, despegando la oreja y pegándola en otro sitio, sin que esto le ofreciera ninguna certeza, estaba confundido, oía el sonido característico de rocas que chocan y se frotan entre sí, pero no podía descifrar si aquella muestra de vida pertenecía al Enano, lo que era bastante probable, dada la naturaleza indestructible de este o eran simples movimientos digestivos en las tripas de la Bestia, cuyo organismo trabajaba para digerir el cuerpo extraño en su interior, lo que era poco creíble, debido a que ese cuerpo extraño estaba hecho de roca sólida. Rávaro perdía la paciencia, le había costado bastante caro que atraparan a esa bestia como para que ahora simplemente muriera sin prestarle ningún beneficio, estaba pensando ya en usar su magia para mantenerla con vida cuando el estómago del animal empezó a contraerse con violencia, provocándole a la Bestia una respiración anormal y dolorosa. Esta empezó a moverse, a tratar de incorporarse, parecía tener un ataque, vigorosas contracciones remecían su cuerpo inconteniblemente, la baba le colgaba de las fauces que cogían aire con dificultad y lo expulsaban con furia. El gordinflón empezó a retroceder con los brazos abiertos alejando a los curiosos, era un animal enorme y nada podían hacer para contenerlo, parecía que en cualquier momento iba a caer fulminado. Entonces, la Bestia estiró su cuello hasta el límite de su capacidad natural apuntando hacia el suelo mientras abría su hocico tanto como le era posible emitiendo ruidos realmente grotescos y como si se tratara de un perro envenenado, vació su estómago hasta que este se contrajo completamente en su vientre. Un montón de rocas cayó al suelo en medio de un gran charco de restos de comida a medio digerir y jugos gástricos, después de eso, la Bestia volvió a caer, pero esta vez el alivio que sentía era evidente, su respiración volvía a llevar un ritmo pausado y normal y el sufrimiento que la atormentaba por fin se había apaciguado. El Enano de Rocas se puso de pie cubierto por un líquido viscoso y de olor fuerte que no era otra cosa que vómito de bestia, claro que eso poco le podía importar a un enano de rocas, caminó hacia la multitud, ya no caminaba con la misma elegancia de antes pero aquello era comprensible después de haber salido del estómago de un animal. Instintivamente los soldados comenzaron a retroceder para abrirle paso, algunos con profundo respeto, otros con admiración y otros felices porque acababan de ganar lo que habían apostado, pues el Enano estaba incólume y la Bestia moribunda. Rávaro también lo observaba inmóvil, se preguntaba de dónde había salido semejante criatura, tal vez perteneciera como mascota a su medio hermano, podía serle muy útil si descubría cómo controlarlo, pensaba en ello cuando sus cavilaciones fueron interrumpidas por un ruido fuerte y que sin querer llamó la atención de todos, a alguien se le había quebrado el endeble techo de la herrería y había caído dentro, con gran escándalo de fierros que se golpean entre sí y maderas que se rompen y seguido de la réplica de un par de caballos asustados y un perro que pretendía hacer bien su trabajo de cuidar el lugar. Las antorchas se multiplicaron para iluminar al que había caído. Para todos fue una sorpresa pero especialmente para Rávaro, era su media hermana, Lorna, y nada le impediría ahora sacarla de en medio como lo había hecho con Dágaro, de hecho, matar a Lorna era por lejos, mucho más sencillo para él.


León Faras.

viernes, 21 de noviembre de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

VIII.

Charlie Conde se había quedado largo rato contemplando el mar, aspirando su aroma y sintiendo su brisa fresca en el rostro, añorando tiempos en que la vida le sonreía y lo hacía sentirse afortunado y agradecido de ser uno de sus hijos, esa vida que giraba en torno al mar y sus bendiciones. Siempre pensó que ahí estaba su destino, su felicidad y que también ahí con seguridad estaría su muerte. Ya no podía acceder a esa vida nunca más, pero tal vez podría entregarle su cuerpo deforme y atormentado al océano para que lo purificara y lo liberara, como un dios redentor. Abstraído en sus cavilaciones no se dio cuenta de la presencia de Von Hagen hasta que este le habló “…Debes venir conmigo, tengo que mostrarte algo”

En la entrada del acoplado, el gigante Ángel Pardo montaba guardia hasta que Horacio volviera con alguien. La muchacha estaba sentada en la puerta con los pies colgando. Charlie Conde, inesperadamente se sorprendió al verla como si se tratara de algo que no debía suceder “¿¡De dónde salió esta niña!?” la muchacha era despierta y replicó de inmediato “¡No soy una niña; tengo dieciséis!...” y luego agregó con algo de incomodidad “…Es solo que no he comido bien últimamente…” el gigante respondió “Estaba oculta entre los bultos” pero Conde no le dirigió la mirada puesto que su joroba le incomodaba al alzar la vista “Dice que quiere quedarse aquí, en el Circo” agregó Horacio con nerviosismo mientras Charlie se rascaba el cuello con una fea mueca en el rostro “Miente, no creo que tenga más de quince años, tal vez solo catorce. No debería estar aquí, este no es lugar para una niña…” y luego dirigiéndose a la muchacha agregó “¿Cómo te llamas?” esta respondió sin rodeos “Eloísa” “¿Y por qué quieres quedarte aquí en lugar de estar en tu casa, con tu familia?” Conde parecía reprenderla y Eloísa parecía defenderse de una amenaza “¡No pienso volver a casa con mi familia! y si no me dejan quedarme, tendré que vivir en la calle, como un animal, sin amparo ni cobijo, expuesta al hambre, a la humedad y…” “¡Bueno, ya basta!” la interrumpió Charlie Conde, y agregó más bajo, como para sí mismo “…Hay personas que no saben cuidar a sus hijos” y esa frase le provocó una mueca de desprecio que le duró varios segundos. Luego de que los recuerdos y las imágenes en su mente se disiparon, volvió a la realidad “Bueno, si quieres quedarte, tendrás que hablar con Cornelio Morris, él decide quién se queda y quién no. Te llevaré con él” A la muchacha se le iluminó el rostro y de un brinco se bajó del acoplado entusiasmada “¡Muchas gracias! Les prometo que no se van a arrepentir” Von Hagen y el gigante se miraron con un dejo de compasión y preocupación por la chica. Quién sabe qué haría Morris con ella, y ella iba feliz en su búsqueda. Ambos la acompañaron, después de todo, ellos la habían encontrado.

Como siempre Cornelio se disgustaba al ser molestado en su oficina y más aún ahora, que luego del incidente en los acantilados, donde se les había ocurrido detenerse a los hermanos Monje, el poco buen humor que podía haber tenido se había estropeado por completo, pero Charlie Conde conocía bien a su jefe, y sabía con qué cosas lo podía interrumpir y con cuáles no. Entró a la oficina luego de golpear la puerta, Morris fumaba y se bebía un trago buscando un relajo, pero recibió a Conde como era de esperarse, disgustado y sin paciencia “Lo que sea que necesites, dilo rápido y más vale que sea importante” Conde se atrevió incluso a jugar un poco con su confianza al darle suspenso al tema, se acercó a la botella de licor y se sirvió un trago, era el segundo al mando y se sentía con ciertos privilegios, “Creo que más que importante, lo que traigo te alegrará tanto que hasta te olvidarás de lo que sucedió en los acantilado…” Morris le observaba como conteniéndose para no explotar, realmente el suspenso no le estaba cayendo nada bien “Deja de forzar tu suerte y dime qué es lo que quieres, porque si no tienes una buena razón para molestarme y encima beberte mi licor, no me importará lo…” En este punto Charlie supo que era momento de hablar sin rodeos, se acabó su vaso de una sentada y lo golpeó sobre la mesa “Los muchachos encontraron a una niña oculta entre los bultos. Dice que quiere pertenecer al Circo” “¿Una niña?; ¿Y está dispuesta a firmar un contrato?” preguntó Morris interesado “No solo dispuesta, bastante ansiosa diría yo”

Alfredo Toledo era uno de los trabajadores del Circo, armaba y desarmaba las instalaciones luego de cargar y descargar los camiones junto al resto de los hombres. Dos de sus amigos se habían quitado la vida hace poco rato en los acantilados y se lamentaba de no haber sido él uno de ellos, quizá por falta de valor o solo de iniciativa. Él era un simple obrero y Cornelio Morris tenía un método diferente para contratar trabajadores que el que usaba para sus atracciones. Hace ya varios años, Alfredo Toledo era uno de los numerosos trabajadores del gran mercado central donde a diario llegaban productos desde todas partes del país: Carnes, frutas, verduras y productos del mar. Durante todo el día era necesario cargar y descargar camiones que llegaban repletos de sacos y cajas y se iban repletos de más sacos y más cajas. Aquel día, Alfredo viajaba de copiloto en el camión de un viejo comerciante amigo suyo, el que siempre requería de sus servicios como cargador, los años y la obesidad del conductor del vehículo, hace rato que habían deteriorado su corazón, el cual, eligió el peor momento para dejar de funcionar. El infarto fue fulminante y el camión sin chofer doblegó la baranda del puente que cruzaban en ese momento precipitándose al pedregoso lecho del río, que contaba con bastante poca agua en esa época del año. Pero por una extraña razón, el camión se detuvo antes de que su eje trasero se despegara por completo del puente, Toledo, aterrado y aferrándose con desesperación a su asiento, no podía creer que algún hecho providencial le estuviera salvando la vida, volteó a mirar a su acompañante pero en su lugar había otro hombre, uno que jamás en su vida había visto antes, se vestía elegantemente y usaba numerosas joyas. Este hombre le dijo sin rodeos que irremediablemente, el día de su muerte había llegado, que en ese preciso instante, estaba viviendo sus últimos segundos de vida en este mundo, y que él estaba allí para ofrecerle una opción: Sacarlo de ahí con vida a cambio de que trabajase para él. Alfredo no entendía nada, temeroso se asomó por la ventana, estaban solos, y nada parecía sostener el camión, “¿quién eres?” preguntó asustado mientras el hombre a su lado encendía un cigarro “Mi nombre es Cornelio Morris, no necesitas saber más. Lo que sí necesitas, es decidirte rápido porque no podemos esperar mucho tiempo. Esto es muy sencillo, tienes un contrato delante de ti, si lo firmas, sigues con vida y trabajas para mí, si no lo firmas, yo me largo y tu vida sigue su curso normal hasta terminar de forma espectacular y dolorosa en los próximos segundos…” La mente de Alfredo estaba bloqueada, no podía pensar ni entender, la hora de su muerte había llegado y esa era una información que nadie está preparado para digerir, “¿Estás preparado para morir?” preguntó Morris y el asustado hombre negó con la cabeza. “Firma entonces y trabaja para mí” y Toledo volvió a negar con la cabeza, Morris hizo una mueca de resignación, tal parecía que con este hombre no se estaba entendiendo, “Pues bien, no te haré perder más el poco tiempo que te queda…” y en ese instante el camión fue liberado de la extraña fuerza que lo mantenía suspendido y cayó en medio del desesperado grito de Alfredo que decía “¡Es que no sé escribir!”


Pudo ver con aterradora claridad toda la caída vertical del camión y quedaron grabados en sus oídos los sonidos de los fierros de la cabina estrellándose contra el duro e irregular terreno, pero nada más. Luego de eso, como si despertara de un sueño o de una extraña visión, se encontraba en una oficina frente al tal Cornelio Morris y otro tipo jorobado y feo que sonreía con malicia, plasmando una marca con su dedo pulgar en una hoja de papel. La cobardía natural ante la inminencia de la muerte lo había dejado sin opciones y ahora el resto de su vida le pertenecería al Circo de Cornelio Morris.


León Faras.

domingo, 16 de noviembre de 2014

El encargo del Diablo.



La noche estaba más oscura que nunca, la lluvia caía gruesa y perpendicular sobre las viejas tejas de madera de la cabaña ubicada en la cúspide de una delgada y larga formación rocosa, en la que no podía caber nada más a excepción de la precaria vivienda y un viejo y atormentado árbol seco hasta las raíces, que se aferraba al peñasco para no caer, náufrago y vestigio de una tierra arrasada por el clima y la erosión. La luz amarillenta del fuego iluminaba los vidrios de las ventanas, empañados por el contraste del calor y el frío. De una chimenea de lata, flaca y chueca, brotaba un humo blanco que pacífico, se movilizaba en sentido contrario a la lluvia. En su interior vivía Noelia, una bruja superviviente de la vieja escuela, una mujer voluptuosa y coqueta, de anchas caderas y generoso busto, exhibido sin complejos por el escote de su vestido negro y ceñido. Dejaba caer con gracia extraños polvos dentro de un caldero hirviente, mientras consultaba un libro milenario ubicado en un atril, el que era iluminado por una vela adherida a un cráneo humano, junto a esta, un cuervo viejo reposaba solemne sobre un perchero. En una esquina, sobre una silla de manufactura clásica dormía plácidamente Diana, su gata, tan coqueta y refinada como su dueña y junto a la puerta, reposaba una atrofiada escoba. Noelia canturreaba ocupada en sus asuntos cuando se oyó que alguien golpeó su puerta, la mujer se sobresaltó pero se puso contenta, no cualquiera podía visitarla, justamente por lo inaccesible de su casa, pero cuando sucedía se emocionaba como una niña pequeña. Se arregló el cabello y se alisó el vestido con las manos antes de abrir la puerta, un rayo rajó el cielo en ese preciso instante.

El Diablo entró quitándose el sombrero y el abrigo que Noelia se apresuró a recibir, asombrada ante la inesperada e ilustre visita. A pesar del chaparrón, toda su ropa estaba seca, “Veo que te sorprendes de verme…espero no ser inoportuno” Dijo Lucifer, a lo que Noelia respondió con una sonrisa nerviosa, “Por supuesto que no, es solo que… no recuerdo haberte invocado… ¿o sí?” Y dirigió una mirada de severa duda al cuervo, mientras colgaba las prendas de su visita, pero el ave solo se encogió de hombros. “No, no has sido tú. Soy yo quien necesitaba verte” Dijo el recién llegado y se dejó caer en el mismo lugar donde estaba, con lo que la bruja debió reaccionar y con un rápido hechizo hacer que la silla, donde cómodamente reposaba Diana, volara para atajar el cuerpo del Diablo, cosa que este tomó como algo de lo más natural. La gata, por su parte, cayó dando un aullido de protesta, y una mirada de muy mal humor que la mujer respondió con una mueca de justificación y disculpa, para que buscara otro lugar donde continuar su siesta. Luego sirvió dos diminutos vasos de un fuerte licor y le ofreció uno a su visitante “Pues… usted dirá para qué soy buena” Lucifer se bebió su vaso como si se tratara de agua pura de vertiente, lo que hizo dudar a Noelia si había servido de la botella correcta. “Estoy aquí porque sé que no solo eres buena, si no que de las mejores. No seas modesta Noelia, odio la modestia. Necesito que hagas para mí un conjuro de horror, el más poderoso y eficiente que conozcas. Te pagaré bien” Concluyó el Diablo sacando de su bolsillo interior lo que parecía ser una esfera de oro macizo. Noelia se bebió su vaso de una sentada también, pero a ella le pareció lava ardiente, lo que la dejó sin habla por unos segundos. “¿De qué clase de horror?, ¿algo así como revivir algunos muertos tal vez?...”La bruja sonreía entusiasmada y encantadora “…Conozco un conjuro que los haría levantarse y aterrorizar a todo un pueblo,” Y terminó con una graciosa mímica que al Diablo no le hizo gracia alguna “No, ya no funcionan como antes, necesitaríamos muchos cadáveres recientes y que no estuvieran en esas tontas cajas de madera donde los ponen desde la última vez. Además son torpes y huelen mal, y ni siquiera atacan a nadie… lo que yo necesito es infundir el terror en sus corazones, que sepan quién soy yo y que conmigo no deben jugar” Noelia lo miraba con los ojos muy abiertos, “¡Ratas!” Dijo y el Diablo frunció el ceño “Las ratas…” Continuó la bruja “…Son perfectas, abundantes, omnipresentes y muy fáciles de dominar, además, transmiten cualquier cosa que quieras.” El Diablo hizo una mueca de poco convencimiento “Las ratas son geniales pero, ya sabes lo que pasó con ellas la última vez, hubiesen exterminado a toda la humanidad con aquello de la peste si no interferimos y… ese no es mi negocio. Un mundo sin humanos no es divertido”, Noelia reflexionaba unos segundos cuando alguien habló “¿Y qué tal, una prisión para almas?” El Diablo se volteó sorprendido hacia el cuervo, Noelia se excusó “Mi cuervo no habla demasiado pero cuando lo hace, no es en vano” “Ya veo…” La bruja explicó mientras le daba una caricia de premio a su cuervo “Una prisión de almas es un conjuro que evita que alguien muerto en un lugar se vaya de ese lugar, puedes ponerlo por el tiempo que quieras y con los años convertir cualquier sitio en un espacio lleno de espíritus errantes… lo usamos en lugares con abundantes muertes como cárceles u hospitales… pero tú lo puedes usar donde quieras…” Lucifer entrecruzó los dedos y sonrió complacido “Sé exactamente donde lo pondré. Hazme uno y que sea para llevar”

Noelia lo preparó todo en un santiamén, realmente encantada de ganarse una tan generosa recompensa y de forma tan fácil y rápida y se lo entregó en un bonito frasco de vidrio tapado con un trozo de tela cuadriculada, sujeta con un cordel, como si se tratara de esas mermeladas artesanales que venden en los pueblos pequeños. Curiosa y animada, preguntó mientras le ayudaba a ponerse el abrigo “¿Sería muy indiscreta si pregunto dónde lo piensas usar?” El Diablo respondió ya listo para irse “Tengo unos amigos míos que ahora les ha entrado deseos de arrepentirse de sus sabrosas vilezas y yo no puedo permitir que me abandonen después de tanto tiempo, eso no es justo ¿no te parece?”Dicho eso, desapareció en la oscuridad de la noche dejando solo el galope de su caballo en el aire y las chispas de sus herraduras de oro.



León Faras.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda Parte.

XVII.

En el momento en que el ejército de  Rimos fue sorprendido en los campos de Cízarin y acribillados con flechas, Ranta tuvo la destreza y rapidez para lanzarse al suelo desde su caballo y protegerse detrás de él. El animal cayó al suelo agonizante mientras él, con la espada en mano y el corazón acelerado, se prestaba a combatir. Entonces uno de sus compañeros le estiró el brazo y lo ayudó a subirse en la grupa de su animal, el cual de inmediato salió en estampida junto con el resto. Lo que vio en ese momento, no era fácil de comprender o de digerir, el jinete que lo llevaba, un soldado llamado Vanter, tenía una flecha clavada en el cuello, más o menos debajo de la oreja izquierda, y al parecer, ni siquiera lo había notado. Ranta se revisó el cuerpo con una ojeada rápida para verificar que no estuviera herido sin haberlo notado. Comenzó a creer que el agua de la fuente de Mermes tal vez sí funcionaba, aunque no podía estar del todo seguro, antes ya había visto hombres pelear días enteros con graves heridas en sus cuerpos sin que estos fueran inmortales, pero la herida que no te mataba no era lo peor de todo, si no que lo que le seguía, la infección, ese era el verdadero temor, porque, por lo general se trataba de una muerte lenta, dolorosa y sin honor de ninguna especie. Cuando la milagrosa fuente de Mermes recuperara completamente a un hombre de una herida infectada, entonces Ranta creería completamente que sí eran inmortales.

La última corrida de los caballos antes de salir de los campos, provocó una enorme y molesta lluvia de jugoso lodo sobre los jinetes al pasar corriendo sobre extensos charcos, aquello era desagradable y afectaba tanto en la destreza de los soldados como en su estado de ánimo, tal como lo había planeado Zaida y sus hombres. Al salir de los campos, la ciudad ofrecía varias entradas, de las cuales, la principal era recta, amplia e iluminada mientras que las otras eran bastante más angulosas, angostas y oscuras. El rey Nivardo eligió la avenida principal de la ciudad y el grueso de sus hombres le siguieron. Para los jinetes aquello era más conveniente que los recovecos oscuros de los callejones, sin embargo algunos eligieron las callejuelas angostas y mal iluminadas para no moverse apretujados y estorbarse con los otros, uno de estos pequeños grupos sorprendió en su camino a unos soldados de Cízarin armados con espadas y escudos que aguardaban para atacar. Los jinetes, lejos de detenerse, espolonearon los caballos para arremeter contra los soldados que estaban a pie, pues sus animales le otorgaban la gran ventaja de atropellar y pasar por encima de los enemigos, sin embargo el angosto pasadizo era un lugar idóneo para tender trampas. Una cuerda se tensó sorpresivamente y sin que fuera percibida a tiempo atrapó por el cuello a los jinetes que cayeron golpeándose contra los animales que venían atrás, los caballos continuaron solos, mientras que los soldados de Rimos se pusieron de pie tan rápido como les fue posible, aunque magullados, el veterano Sinaro Camo estaba entre ellos, miró a sus espaldas, ellos eran solo cuatro y pronto se agruparon cubriéndose las espaldas mutuamente, de las sombras del callejón aparecieron por lo menos una docena de hombres de Cízarin armados y dispuestos a acabar con el asunto lo más rápido posible, pues ya estaban instruidos que no debían desgastarse peleando, solo atacar y retirarse. Y así lo hicieron, atacaron con furia y en grupo, el experimentado pero ya viejo Sinaro Camo logró esquivar una espada, bloquear la otra pero una tercera se clavó en su zona lumbar, ambos, el atacante y la víctima pudieron sentir el filo de la espada deslizándose sobre el borde superior del hueso de la pelvis, hasta salir por el vientre. Sinaro golpeó con el codo la mandíbula de su atacante y le agarró el cuello con una mano como una tenaza de hierro y comenzó a estrangularlo hasta que sus fuerzas se agotaron y poco a poco dejó de hacer presión, la espada fue retirada y el cuerpo herido del veterano cayó al suelo, siendo dejado atrás por el círculo que se empequeñeció, ahora, eran solo tres contra doce. Los tres se defendieron con destreza, pero sin poder provocar daño alguno, más bien, alargando una derrota inminente. La marcada desventaja numérica provocó un rápido agotamiento en los tres soldados de Rimos, pronto uno perdió su espada con la que se defendía y cayó al suelo de un puntapié, jadeante y resignado supo que iba a morir pero su victimario perdió el brazo sorpresivamente antes de que pudiera usarlo para matarlo e inmediatamente otro de los soldados de Cízarin cayó con una profunda herida en el cuello sin comprender lo que sucedía. Sinaro Camo se había puesto de pie y luchaba después de haber sido atravesado por una espada, ni siquiera sus propios compañeros lograban convencerse de aquello, nadie creía realmente que los efectos inmortales de la fuente de Mermes fueran verdaderos pero lo que veían no admitía dudas y provocó un fuerte golpe de energía y valor en sus compañeros, así como también, temor e incredulidad en sus enemigos, la derrota segura que ya todos temían se convirtió en una victoria ineluctable, pues a ellos la muerte no los detendría. Los soldados de Cízarin comprendieron aquello y se retiraron tal cual eran sus órdenes de atosigar y moverse pero lo hicieron con un dejo de preocupación y tres hombres menos. Algo no natural estaba sucediendo, y sería mejor que Zaida y los demás lo supieran.


Debían continuar a pie, pero de pronto Sinaro tuvo un fuerte dolor que no le permitió seguir caminando y debió apoyar una rodilla en el suelo, se observó la herida en el vientre, de esta manaba un líquido blanquecino como el suero de la leche cortada, mientras en la carne abierta se aglutinaba una sustancia oscura y pegajosa como alquitrán, parecía que su sangre se hubiese dividido y descompuesto, lavando y taponando la herida de una forma anormal y grotesca, que quemaba la carne viva mientras se esparcía, sujetándose de ella con brazos largos y angulosos semejante a las raíces de un árbol, sin embargo, el dolor se volvía soportable, y pronto el veterano soldado se pudo poner de pie nuevamente. Había un extraño silencio en el ambiente, al parecer se habían quedado bastante rezagados.


León Faras.

viernes, 31 de octubre de 2014

Isidora.

Sus pasitos menudos se sienten correr,
en la soledad que inunda todo el lugar.
Hace mucho tiempo que dejó de toser
¿por qué su mamá no la vino a buscar?

Que su pena termine, desea Isidora,
pero no encuentra el camino de huida.
Su cuerpo está bajo tierra y ella lo ignora,
su alma en un laberinto que no tiene salida

Isidora quisiera volver con sus padres
que su madre vuelva a cepillarle el pelo
que le lea sus cuentos al llegar cada tarde
que le quite el miedo y el desconsuelo

Abraza su muñeca de vestido gastado,
visitantes extraños le provocan espanto,
ellos profanan el Hospital abandonado.
La osadía termina si escuchan su llanto.

A veces tiembla su muñeca asustada
como buena madre, la debe arrullar
hacerla dormir en la noche cerrada.
Se te hiela la sangre si la oyes cantar.

Pobre Isidora, qué injusto destino
su alma vaga sola en el hospital
su rostro de niña se diluye en el frío
su voz inocente te pone a temblar.


León Faras.

jueves, 30 de octubre de 2014

Simbiosis. Una visita al Psiquiátrico.

II.

Era una preciosa tarde de domingo, que inspiró a Edelmira a decidir sacar a jugar  a su hijo a un parque cercano y comer golosinas e invitó a Miguelito para que se les uniera. Entonces Bernarda animó a su hija para que ambas salieran a dar un paseo por el centro de Bostejo para disfrutar del sol y la brisa y de paso, llevar a la pequeña Matilda a respirar un poco de aire fresco. Ulises se había ido al negocio de Octavio por lo que las mujeres invitaron a la señora Alicia para que no quedara sola en casa, y aprovecharan de hacerle una visita a Estela quien no había llegado para el almuerzo.

Como toda tarde de domingo, y especialmente cuando el clima era tan espléndido, la plaza de Bostejo se llenaba de gente que deambulaba por ella en grupos o en parejas buscando distracción y esparcimiento, numerosos comerciantes compartían espacio con artistas callejeros que luego de realizar su arte, recolectaban monedas entre su público. Las mujeres se instalaron en uno de los asientos del nivel intermedio de la plaza para descansar, disfrutar de la fresca sombra de los árboles y atender a Matilda, a pesar de que esta dormía pacíficamente como siempre. Por más que observaron en todas direcciones, no fue fácil encontrar a Estela, el lugar era un enjambre de personas y ruidos; música y conversación; niños reían y corrían por un lado y comerciantes gritaban sus productos por otro, solo lo consiguieron gracias a que el traje de payaso de Alberto y sus globos eran lo suficientemente vistosos como para que llamaran la atención en la multitud, pero cuando lograron acercarse al chico y este les señaló dónde estaba Estela, resultó que ninguna de las mujeres la reconoció hasta enterarse de que la muchacha llevaba peluca y pintura en la cara como parte de un disfraz de muñeca, solo entonces pudieron dar con ella. La chica estaba contenta, disfrutando plenamente de su trabajo, la tarea de usar disfraz y acercarse a los niños con las invitaciones para el show de títeres o para vender sus dulces le había encantado, y la aceptación de la gente, sobre todo los más pequeños, había sido de lo mejor, “Cuando Matilda cumpla su primer año, te pediré que te disfraces de nuevo para su fiesta” dijo Aurora y la idea se quedó flotando en el aire por unos segundos, como si se tratara de una revelación colectiva, pues todos ahí pensaron lo mismo, que aquella sería una excelente forma de que los muchachos ganaran algún dinero.

Edelmira estaba sentada en un asiento de piedra, observaba a los niños desde prudente distancia mientras estos se divertían en los juegos infantiles, Miguel ya había hecho amigos nuevos entre los otros niños, mientras Alonso se entretenía solo, abstraído del mundo en un banco de arena que lo absorbía por completo. Aquello era en cierta forma bueno para la mujer, ella mantenía su trabajo separado de su hijo tanto como podía, pero no podía asegurarse de nada, por lo que la personalidad ensimismada de su hijo era buena para ella, él nunca tendría muchos amigos y eso lo mantendría a salvo, hasta cierto punto, de la crueldad de los niños. Una mujer se sentó a su lado, era más joven que Edelmira pero no más atractiva, su vestimenta y su peinado no lucían nada, traía un coche de bebé, Edelmira la observó por debajo del ala de su ancho sombrero, le pareció familiar el rostro pero tardó algunos segundos en reconocerlo, se veía completamente diferente fuera del prostíbulo donde ambas trabajaban “Leticia, que grata sorpresa. ¿Estás bien?” La mujer solo miraba hacia donde estaban los niños jugando “Hola, ¿ese de ahí es tu hijo?; sí que ha crecido” su voz y la expresión de su rostro no habían cambiado en nada, era triste y melancólica como siempre, Edelmira observó el carrito, un bebé de menos de un mes dormía en su interior “Así que, esta es la grave enfermedad de tu hermano menor, ¿no?”Leticia también miró hacia el coche, “¿Eso fue lo que te dije a ti? no lo recordaba. No, ni siquiera tengo hermano menor, he dicho demasiadas mentiras, a Rubén, a ti… a mi madre. Una mentira diferente para cada cual” Edelmira no comprendía “¿Rubén?; ¿Qué tiene que ver Rubén?” Rubén era el hombre al que recurrían las chicas cuando algún cliente se negaba a pagar lo acordado o cuando alguno se tornaba especialmente agresivo. Leticia miró a los ojos a su amiga, necesitaba confiar en alguien, hablar sin tener que inventar cada palabra de lo que decía. “Él es el padre, aunque por supuesto se lo negué, le dije que era de un cliente, sabes que no es paternidad lo que busca en nosotras. Además, lo primero que me dijo cuando le comenté mis sospechas fue que tenía que hacerme un remedio o irme a la calle” Edelmira miró a los niños que jugaban. Hace años cuando apenas era una chiquilla, había pasado por lo mismo, “remedio o la calle”, ya había probado la calle demasiado tiempo, así que eligió el remedio, nunca más lo volvió a hacer. “Y elegiste la calle, obviamente. ¿Dónde te estás quedando? ¿Necesitas algo?” guardaron silencio mientras una pareja de adultos pasaba por su lado, luego continuaron “Estoy bien, estoy con mi madre, por supuesto ella no sabe nada, piensa que me dejé engatusar por algún sinvergüenza de la casa donde se supone que trabajo cuidando a un enfermo por las noches…”; “Con lo de dejarte engatusar por un sinvergüenza tiene razón” dijo Edelmira con un toque de reproche “Sí, es cierto…” admitió Leticia “…pero ya está hecho. Ahora necesito conseguir trabajo de nuevo” El bebé despertó y Leticia debió tomarlo y pasearlo un poco para tranquilizarlo. Edelmira preguntó “¿Y estás segura de que Rubén es el padre de tu bebé?” era una duda válida pero irrelevante al mismo tiempo, Leticia respondió con una sonrisa triste “¿Y eso en qué cambia las cosas?...” ante el silencio de Edelmira, agregó “…Me tengo que ir. Me gustó verte.”

“Estela, ¿no has comido nada? Pensé que irían a casa a almorzar” La señora Alicia, como casi siempre, lucía muy preocupada “¿Podemos comer más tarde? Con don Jonás hemos comprado y comido emparedados y zumo. Dice que le ha ido realmente bien con nuestra ayuda y a nosotros también. ¡Mira, casi he vendido todos los dulces!” La muchacha estaba entusiasmada y la miraba suplicante para que le permitiera quedarse un rato más y terminar con el trabajo, “¿Y quién es ese don Jonás?” preguntó la señora Alicia tomando una actitud fingidamente severa, “Es el titiritero…” respondió Estela sin poder dejar de sonreír “…por eso estoy vestida así. Promocionamos su espectáculo y luego vendemos nuestras cosas a los niños, hacemos buen equipo. Solo nos queda una función más, ¿sí?” La señora Alicia se mostró realmente sorprendida “¿Jonás?; ¿ese titiritero es Jonás del Arroyo?” Estela no conocía a ningún otro Jonás ni tampoco a otro titiritero, por lo que se volteó hacia su amigo payaso buscando una confirmación y este asintió con la cabeza “El mismo… ¿Le conoce?” La mujer pareció suspendida en recuerdos por un breve momento y luego respondió “Sí, evidentemente.”



León Faras.

lunes, 13 de octubre de 2014

El gran Diluvio.

El gran diluvio.

…La enorme puerta de gruesos y toscos maderos era golpeada por una multitud desesperada sin que pudiera abrirse. Por entre las rendijas podía verse dedos asomarse pidiendo ayuda y ojos muy abiertos, ávidos de auxilio. Los gritos helaban la sangre.

El anciano volvió en sí buscando sujetarse de algo porque se desvanecía, los trances en los que entraba eran tan profundos y prolongados que a menudo lo desorientaban en el tiempo y en el espacio. Se trataba de un brujo respetado y reconocido en la región, sus pronósticos eran certeros, y las personas creían en ellos más que en sí mismos. Otros miembros más jóvenes de la tribu se apresuraron a sujetarlo, con sumo cuidado le ayudaron a sentarse y lo acompañaron hasta que el viejo se recuperó. “¿Qué fue lo que viste, Padre?” todo el mundo, más allá de que fueran familiares o no, le llamaba “Padre” era una especie de título o reverencia. Le acercaron un poco de agua en un cuenco que el viejo bebió con ganas y luego habló, “había, una choza como la nuestra, hecha de gofer pero mucho más grande. Estaba invertida, de modo que la cima del techo se apoyaba en el suelo y no podía mantenerse de pie sin pilares que la sostuvieran. La base estaba abierta a los cielos…” los hombres y mujeres que le escuchaban, se miraron sin entender, a veces las visiones de Padre eran extrañas, pero no por eso perdían veracidad. Uno de los hombres preguntó “¿Quién vive en esa choza tan extraña, Padre?” el viejo miraba al fuego enfrente de él, y estiraba la mano con cuidado, como tratando de tocar algo en su mente, esa imagen se desvaneció y el anciano respondió “nosotros viviremos en ella, será nuestro refugio” la gente no entendía nada, estaban muy bien donde estaban y sus chozas eran perfectas con el techo sobre sus cabezas como les gustaba que fuera y como debía de ser, pero nadie tendría el atrevimiento de dudar de las revelaciones de Padre y mucho menos de contradecirle, entonces otro de los hombres preguntó “¿dónde está esa choza, Padre?; ¿está demasiado lejos de aquí?” ese hombre era un cazador, y había recorrido tanto como puede hacerlo un hombre sobre sus pies, y en ninguna parte había siquiera escuchado de tan extraña construcción. “No tendremos que ir a ninguna parte, esa choza estará aquí, debemos de construirla nosotros mismos” concluyó Padre con un tono de quien anuncia lo que será, un mal necesario.

            La noticia se esparció con facilidad, debido a que las visiones de Padre eran tema de conversación obligado mucho más allá de su comunidad. A los pocos días llegaron hombres de otras tierras, preocupados en saber si era cierto lo de la choza invertida y si ellos también necesitarían refugio, los materiales para iniciar la construcción se amontonaban en gran cantidad, así como también recipientes con plantas y vegetales comestibles y un buen número de ganado. Padre les respondió que sin duda, sí “…el agua será tal, que necesitarán protegerse de ella bajo sus pies, por eso la choza debe tener el techo hacia abajo” los hombres se preocuparon, su líder, conocido por todos como Tresdedos preguntó “¿podemos unirnos a su grupo, Padre?, tenemos hábiles constructores y buenos cazadores” Padre asintió “Por supuesto que sí, pero deberán asegurarse con una buena cantidad de provisiones vivas, o no durarán el tiempo suficiente” los hombres parecían no creer “¿provisiones vivas Padre?; ¿cuánto tiempo estaremos en el refugio?” el viejo respondió sin rodeos, “Lo que tarda la tierra en cubrirse de agua por completo y volver a secarse”

            La escena se repitió en más de una oportunidad, hombres de distintos puntos llegaron a corroborar los rumores y a unirse al grupo y su arduo trabajo, tanto en la construcción, como en el abastecimiento de víveres. Gracias al gran numero de brazos que llegaron, se avanzaba rápido en los trabajos al mismo tiempo que se estrechaban lazos y se unían familias, la choza invertida tomaba una forma y un tamaño absolutamente desconocido para cualquiera de los hombres o mujeres que trabajaban allí, lo que hacía que pocos pudieran imaginar la forma en que ese armatoste se convertiría en su refugio o en su salvación. Por las noches, un grupo cada vez mayor se reunía en torno a un gran fuego para recuperar fuerzas y escuchar las narraciones, en las que Padre participaba y aprovechaba de repartir enseñanzas, sobre qué esperaba la divinidad de nosotros y la mejor forma de comportarnos frente a distintas situaciones. Trataba sobre todo de inculcarles el amor y respeto por los demás, los últimos pasajes de la visión que había tenido lo torturaban dolorosamente sin poder compartirlos con nadie, todas esas personas atrapadas, debía haber una razón, solo sabía que haría todo lo necesario para salvar a toda esa gente.

            Los trabajos terminaron, y la gente quedó asombrada y orgullosa de la forma y tamaño de su construcción, sin duda una obra de la que se hablaría en incontables generaciones. Las primeras gotas de agua comenzaron a caer ese mismo día y Padre ordenó que subieran todas las provisiones y luego todas las personas, todo lo que debía hacerse ya estaba hecho y solo quedaba esperar. En ese momento, un gran número de personas que se acercaban apresurados fueron avistadas, venían desde muy lejos, marchando apenas se habían enterado de las predicciones, traían provisiones pero la mayoría las habían agotado en el viaje, estaban cansados y temerosos, rogando que los dejaran entrar en el refugio, la mitad de ese grupo eran mujeres y niños pequeños, Tresdedos intervino diciendo que había espacio y provisiones suficientes para todos y Padre estuvo de acuerdo, con lo que el grupo volvió a crecer. La lluvia tomó consistencia poco a poco durante el día y continuó durante la noche y durante todo el día siguiente y la siguiente noche, y así, hasta desbordar todos los ríos, lagos y riachuelos, conquistando suelos que nunca antes había conquistado, y subiendo cada vez más por las paredes de la choza invertida, en cuyo interior los hombres temían que no fueran lo suficientemente altas para que el agua no los cubriera también. El asombro y la admiración fueron generalizados el día en que la choza invertida comenzó a flotar y a moverse suavemente con el vaivén de las aguas, la gente no dudó en celebrar bajo la lluvia con música y bailes, pues con seguridad era una intervención divina que la colosal estructura que habían construido no sucumbiera a las aguas, sino que se mantuviera sobre estas, pero el buen ánimo duró solo unos días, hasta cuando se acercaron a un islote formado recientemente en el que un gran número de desdichados, hambrientos y sin resguardo del aguacero, rogaban a gritos ser salvados. Tresdedos intervino de inmediato asumiendo su rol de líder, “No podemos recibir más gente, no podremos alimentarlos a todos. Debemos alejarnos de aquí lo antes posible y no tentar su desesperación” Padre no estaba de acuerdo, “Esos gritos nos acompañaran hasta el final de nuestros días, pero sobre todo a mí, que debí construir este refugio para salvar a todo el que lo necesite y no para un número determinado de hombres. ¿Si ese fueras tú, tus padres, tus hijos? ¿No desearías y considerarías justo ser salvado?” Tresdedos no podía discutir con eso, pero eso no cambiaba la insensatez de aumentar aún más el número de personas dentro del refugio “Tú eres nuestro patriarca y apoyaré tu decisión, pero hay una verdad que no debes ignorar: No todos pueden ser salvados” “Una verdad sin duda, pero que es más fácil de admitir cuando se está del lado seguro” respondió Padre, con lo que Tresdedos cogiendo una cuerda, animó a todos los que lo quisieran seguir a rescatar a esas personas.

            El rescate se llevó a cabo, aunque el espectáculo que se dio fue perturbador y desagradable, los hombres se peleaban, se insultaban, se agredían por salvarse, muchos perecieron ahogados en la lucha por la supervivencia. Ni un solo niño logró llegar a bordo del refugio, aparte de un bebé que una mujer traía atado a su espalda. Muerto. Los días pasaron y la lluvia no se detenía, el clima dentro del refugio se tensaba y dividía, las personas se separaban en clanes y poco compartían entre sí, de vez en cuando aparecían pequeñas disputas y rencillas causadas por un poco de alimento o una cobija para dormir, por lo general Padre era el único que podía intervenir sin caldear más los ánimos pero no siempre estaba disponible para ello. Un día descubrieron que una familia entera se había enfermado, nada habían dicho por temor a ser expulsados, pero ya no lo podían ocultar, una serie de protuberancias grotescas deformaban su cuerpo el que se llenaba de llagas que con el paso del tiempo laceraban su carne, haciéndolo perder partes, la enfermedad era horrible, contagiosa y muy temida. Una especie particularmente agresiva de lepra. El pánico se esparció, muchos no dudaron en exigir que los enfermos fueran arrojados al agua, hasta que ellos mismos o sus parientes cercanos se veían infectados, entonces el discurso cambiaba. Padre, Tresdedos, sus familias y seguidores atendían a los enfermos en lo que podían, aliviando su sufrimiento, sin deshacerse de ninguno de los contagiados, debido a que, a pesar de las horribles deformaciones, ninguno había perecido aun. Hasta el día en que Tresdedos se presentó ante Padre, “Ya no volverás a bajar a atender a los enfermos…” dijo  “…yo y mi gente nos encargaremos de todo…” Padre no comprendió lo que sucedía hasta que Tresdedos le mostró el vientre, una voluminosa protuberancia emergía de él, estaba contagiado y salvo Padre y su familia, todos los demás también, entonces Tresdedos entró en la parte baja del barco y le pidió a Padre que cerrara la puerta por fuera, Padre se negó, pero Tresdedos insistió “Preocúpate de los tuyos. No todos pueden ser salvados”


            La visión de Padre cobró vida en los días sucesivos, al verse encerrados los hombres se lanzaron contra los portones, gritando y pidiendo clemencia, sus cuerpos se deformaban terriblemente, unos perdían el cabello, otros, sus miembros, el sufrimiento y la desesperanza se apoderaron de todos ellos. Padre y los suyos se mantuvieron sanos solo por obra divina, los portones no volvieron a abrirse y los alaridos y golpes terminaron por acallarse. Y la lluvia por fin se detuvo. Días después avistaron tierra, los montes y cerros ya se asomaban nuevamente, la choza invertida se detuvo y Padre y su familia descendieron, la felicidad y gratitud se mezclaban con la tristeza de haber perdido a tantos buenos hombres y mujeres, tal vez si no hubiese salvado a esas personas del islote, la enfermedad nunca hubiese llegado a bordo, pero ya no había nada que hacer. En realidad sí había algo que hacer, debían sacar los cuerpos y darles sepultura según su costumbre. Los portones se abrieron, pero lo que encontraron allí fue sencillamente increíble. Había animales, miles, que con los rayos del sol se despertaron y comenzaron a moverse con lentitud, espantando la modorra que los embargaba, grandes, pequeños y en su mayoría, nunca antes visto por Padre y su familia. No había un solo humano, ni vivo ni cadáver, solo animales que salieron del refugio y se esparcieron por el mundo. Un majestuoso y bello tigre salió al final, pareció saludar a Padre antes de irse, cojeaba levemente de su pata delantera, Padre notó que solo tenía tres dedos en ella.


León Faras. 

jueves, 9 de octubre de 2014

Del otro Lado.

XIX. 


Era casi medio día cuando Alan llegó al cementerio, había estado pensando en algún sistema de comunicación más práctico para hablar con Laura, la nieta de Manuel, pero aun no se decidía, papel y lápiz no era el mejor sistema para comunicarse con los espíritus, porque para estos últimos era demasiado complejo maniobrar objetos materiales a voluntad, aunque con el tiempo, sí eran capaces de lograrlo y ejemplos de eso sobraban. Lo de reunirse en el cementerio fue más que todo un impulso, debían programar juntarse en otro lugar fuera del dormitorio de la chica y el cementerio fue lo primero que se le ocurrió en ese momento antes de salir huyendo por la ventana, aunque con respecto a la tumba de ella y que estuviera tan cerca del punto de reunión, esa no había sido más que una rara coincidencia, la pileta era solo un punto de referencia y Alan no tenía idea que esta se encontraba junto al mausoleo de la familia de Laura. 

Se adentró en el cementerio con paso tranquilo, había poca gente como era costumbre en un día ordinario, pensando en lo que haría, pasó junto a un tipo con pinta de vagabundo, sentado en el suelo frente a una tumba lúgubre y abandonada cavada en la tierra, en la que solo se podía ver un par de tarros oxidados con restos podridos y pestilentes de flores y una burda cruz de madera con la pintura descascarada y un nombre conservado a medias escrito con una caligrafía muy desprolija, “¿Ya me parecía extraño no haberte encontrado antes por aquí?”Alan no pensó que le hablaran a él en primer lugar, pero luego de echar una ojeada, reconoció al tipo que estaba ahí, a pesar de la capucha que le cubría la cabeza, era Gastón Huerta, aquello le estropeó el humor de inmediato, “De haber sabido que tu tumba estaba aquí, hubiese evitado acercarme” dijo Alan sin detenerse “…Esta no es mi tumba” respondió el encapuchado, y agregó “¿creerías que es la de un ángel?” Alan se detuvo, Huerta permanecía con la vista fija en aquella cruz deteriorada y fea, “La Clarita era un ángel. Ella era lo único bueno, lo único santo que teníamos. No debía morir, o tal vez nunca debió de nacer allí. También fue culpa mía, lo sé, pero ya no está aquí, ya no puedo pedirle que me perdone…ella no me escucha” Alan no tenía ni idea de lo que le estaba hablando, pero todo lo que podía imaginar le dibujaba una expresión de repulsión en el rostro. No estaba seguro de querer saber la respuesta de lo que iba a preguntar, pero igualmente lo hizo “¿Quién era esa Clarita y qué cosa le hiciste, miserable?”Huerta se puso de pie, pero no levantaba la vista “…Ella era mi hermanita, una enana encantadora, que se hacía todo ella misma y encima nunca te decía que no, cuando le pedías algo, siempre contenta a pesar del ambiente repugnante en el que vivíamos, turbio y lleno de porquería que hacíamos todos ahí…todos, menos ella… siempre bien peinada y lista para irse al colegio…o preparando la mesa para un almuerzo que nunca estaba listo…” Alan escuchaba esperando lo peor, mientras Gastón hablaba ido, con la vista húmeda, perdida en otro lugar y en otra época, “…Yo debía encargarme de ella, de que estuviera bien, de que no le pasara nada, se lo había prometido… Pero no estuve con ella cuando incendiaron la casa… estaban todos más que borrachos y sin embargo solo ella murió, ella que solo dormía… a mí me fueron a buscar, me hablaban del incendio y yo no entendía nada, no podía ni siquiera pensar, me llevaron casi a tirones, yo no quería ir, quería seguir en lo mío… Al día siguiente mi mamá preguntaba por la Clara para mandarla a comprar, había presenciado todo sin enterarse de nada… solo sabía que le dolía demasiado la cabeza… ¿sabes cómo se recupera un alcohólico después de algo así? Solo bebiendo… mi madre no dejó de beber nunca más… y cuando no lo hacía, solo lloraba… y yo perdí mi razón para vivir… con la mierda hasta el cuello, ella era la razón para luchar... yo quería que la Clara estudiara, ayudarla a conseguir una profesión, darle algo… algo bueno, algo que yo nunca conseguiría para mí, pero de lo que también pudiera sentirme orgulloso… que ella saliera de todo ese ambiente porque si no, al final… la terminaría convirtiendo, contaminando como a mí… o peor… la iba a matar… y la mató.”

Alan no estaba preparado para sentir compasión por el hombre que más desprecio le provocaba, pero toda esa historia había logrado acercarlo a eso, a comprender, en parte, que un mismo hombre puede ser una persona totalmente distinta y tener un destino muy diferente, dependiendo del ambiente en el que nace y se cría. Nadie es completamente bueno o completamente malo, solo es lo que es, porque así fue moldeado, hasta transformarse poco a poco en el adulto que luego tomará, para bien o para mal, las decisiones de su vida, pero eso no quita que todos arrastremos un resto de inocencia en lo que hacemos, hasta a Gastón Huerta se le debía conceder un mínimo de su inocencia original, porque no solo el pecado puede ser original, cuando todos partimos de cero, dispuestos solo para recibir aquello que el mundo tenga para nosotros, y hay veces en que el mundo no te deja demasiadas opciones. Alan digería todo eso, mientras Huerta volvía a agacharse frente a la tumba de su hermana, satisfecho con todo lo que había dicho, “Siento mucho lo de tu hermana pequeña” dijo Alan con honestidad, comprendiendo bien la envergadura de la pérdida y las infames circunstancias en las que se había llevado a cabo, “Yo lo siento aun más…” respondió Huerta abrazándose las rodillas, “…así como también lo que sucedió con tu hijo. No hay un solo día en que no me arrepienta, en que no pida perdón y no sienta pánico de irme de este mundo… la culpa y el miedo son mis cadenas y están conmigo todo el tiempo” Alan tuvo la intención de retirarse, estaba confundido, se detuvo, se rascó la cabeza y se volvió hacia Gastón “Mira, sé que no podemos ser amigos, y que lo más probable es que nunca lo seamos, pero… estoy haciendo algo y tal vez puedas ayudarme, si quieres… a lo mejor, con el tiempo podemos encontrar la forma de aliviar toda esta porquería que no para de atormentarnos” Huerta se puso de pie con algo de incredulidad pero luego lo aceptó con disposición “claro, ¿en qué te puedo ayudar?”  Alan le explicó lo de Laura y lo de su intención de comunicarse con la difunta “Pues lo más simple…” respondió Huerta de inmediato “…es usar una tabla Ouija” Alan no parecía impresionado “lo sé, ¿pero de dónde sacaremos una?” “Sé donde conseguir una. Ven conmigo” Gastón ya se iba pero Alan lo detuvo “Espera, dejaré un mensaje”


Alan se dirigió hacia la pileta, en el camino se topó con un bonito ramo de calas blancas adornando una tumba igualmente de inmaculado blanco, decorada con mármol y bronce… una fachada pulcra y elegante pero con un detalle de bastante mal gusto según le pareció al hombre, las flores eran plásticas, pero pensó que a él sí le servirían, para llamar la atención de Laura quien no veía flores vivas, o una buena imitación de ellas, desde el día de su muerte. Al llegar, la tumba de Laura tenía una buena cantidad de flores vivas y naturales como era de esperar en una tumba relativamente reciente, pero estas serían invisibles para la chica, por lo que las calas resultarían perfectas. Alan acomodó las flores en un espacio de la lápida y entre estas, puso la hoja de papel en la que la chica había escrito con lápiz labial, para que Laura supiera que estaba en el lugar correcto, “Bueno, espero que esté aquí para cuando regresemos…” Gastón Huerta que esperaba a algunos metros se le ocurrió que podía dejarle su reloj detenido en una hora específica, de esa manera no se pasarían horas tratando de coincidir en estar en el mismo lugar y a al mismo tiempo, la idea le pareció genial a Alan y así lo hizo, “Nada mal, eh…” dijo reconociendo la buena ocurrencia.


León Faras.

martes, 30 de septiembre de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

XII.

Al otro lado del abismo y después de las enormes llanuras y lejanas colinas, el sol salía majestuoso iluminándolo todo, todo excepto el interior del abismo y por añadidura la ciudad vertical de los salvajes. Idalia, la mujer maldita, permanecía inmóvil recostada sobre su costado, aunque hacía rato que ya no dormía, tal vez había dormido demasiado durante el tiempo que fue prisionera, o tal vez era que su pronta ejecución, aquella misma mañana, le habían quitado el sueño, aquello le asustaba terriblemente, sí, estaba decidida a quitarse la vida, y ese era su único consuelo, que su muerte acabaría con Rávaro, pues ese siempre había sido su plan, llevárselo a la tumba preso de su maldición, pero ese abismo le aterraba y aquella criatura de lava o lo que fuera de la que tanto hablaba esa gente, le aterraba aun más, sin embargo, la muerte siempre es la misma, aunque las formas de morir sean tan variadas, no esperaba hacer de su muerte un acto de valentía o trascendencia, sino uno de pura y llana venganza, acabar con la vida del que tanto daño y sufrimiento había causado.

Sucedió aquel día en que se supo del embarazo de Moriel, la hermosa chica que Rávaro había elegido como amante, esta había huido atemorizada, cuando le hicieron ver que a pesar de la cantidad y variedad de amantes ocasionales que Rávaro había tenido en su privilegiada posición, no contaba con descendencia conocida, lo que con seguridad significaba que el señor de aquellas tierras no podía engendrar, por lo que no tenía chance de convencerle de que el hijo fuera suyo. Rávaro, en compañía de varios de sus soldados, llegó hasta una casa cercana a su castillo, una casa con una pequeña granja y un precario establo como había muchas allí, en ella un hombre reparaba una valla mientras su hija de diez años se entretenía con su gato pequeño. Rávaro se detuvo en la entrada y contempló algo que traía guardado en su puño, era un trozo de cristal que brillaba intensamente, luego de eso entró en el hogar, fue atendido con humildad por el hombre y su esposa, los soldados se esparramaron por los alrededores de la vivienda. Rávaro estudió la casa con detenimiento, agudizando sus sentidos. Dejó el cristal brillante sobre la mesa y les explicó a los dueños de casa que él había mandado a hacer un hermoso collar con la otra mitad de esa piedra y se lo había regalado a la hermosa Moriel, por la cual sentía un profundo afecto, lo había hecho así porque dicho cristal brillaba más intensamente al estar unido a su otra mitad y se opacaba con la distancia, por lo que era fácil encontrar el otro trozo y a juzgar por el brillo que tenía ahora se podía decir que el collar estaba bastante cerca, tal vez dentro de esa casa. La pareja se miró entre sí y luego al piso, según ellos no sabían nada sobre aquel collar ni sobre aquella muchacha. Mentían evidentemente. Entonces Rávaro hizo brotar de la nada fuego desde la base de una de las paredes cercanas y esta comenzó a quemarse con viveza, preguntó dónde ocultaban a la chica, pero la pareja se mantuvo en silencio, entonces las llamas brotaron en otra de las paredes y crecieron rápidamente hasta el cielo, la mujer rogaba clemencia con desesperación, alegando inocencia, el lugar se convertía en un infierno abrasador ante el cual Rávaro ni se inmutaba, volvió a preguntar mientras el fuego comenzaba a desmoronar la casa, desde afuera, uno de los soldados apareció, con dificultad debido al intenso calor, le informó a su jefe que habían atrapado a dos mujeres, una de ellas era Moriel, la otra parecía ser una de las hijas del matrimonio, al ver la casa en llamas habían salido de su escondite. Rávaro ordenó que subieran a Moriel al carro, se encargaría de ella personalmente, con la otra podían hacer lo que quisieran. Esas fueran sus palabras, y provocaron que la madre se lanzara a sus pies rogando misericordia,  pero Rávaro la apartó con un suave movimiento que la dejó inconsciente, luego tomó su cristal y se retiró, y como si hubiese sido su presencia lo único que mantenía la casa en pie, esta de desmoronó devorada por el fuego con sus dueños atrapados en su interior. Al salir, vio un soldado que, con una rodilla en el suelo, hablaba con la hija menor de aquella familia, le había dado un par de monedas, y le decía que todo eso pasaría pronto y que ella estaría bien.


Aquel fue el día en que Idalia, la mujer maldita, se enteró de la maldición que cargaba sobre ella y las demás mujeres de su familia. Su hermana se lo contó antes de convencerla de que debía irse sola a casa de sus tíos y primos, pues ella tenía que hacer algo importante antes. Idalia se fue, pero tuvo la mala idea de regresar por su gato, en el establo encontró a su hermana colgada de una viga, la maldición se encargaría de acabar con aquellos que habían abusado de ella. Ahora era su turno, descendería a las profundidades del abismo y acabaría con su vida en las fauces de esa criatura, de esa forma Rávaro moriría y el círculo por fin se cerraría.


León Faras.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

VII.

El olor que había en la jaula de Braulio Álamos era realmente repugnante, casi tanto como el aspecto que había adoptado el pobre hombre. Su subida de peso en apenas veinticuatro horas era alarmante, permanecía abstraído de la realidad completamente anestesiado, sin enterarse de su encierro, manteniendo un apetito voraz que parecía no tener fin, pero incapaz de comunicarse ni menos de encargarse de sus propios deshechos, lo cual ofrecía un espectáculo realmente desagradable, y que la gente pagaba por ver. Von Hagen llegó hasta él con una cubeta, un trapero y un mísero trocito de vela que Charlie Conde le había dado para iluminarse mientras aseaba el piso de la jaula, por el momento era solo eso pero pronto necesitaría un baño también el hombre que estaba ahí dentro, o se quedaría sin público debido a la peste. Álamos se movía lento y aletargado buscando desperdicios para llevarse a la boca sin prestarle la menor atención a Horacio que hacía lo posible por limpiar el tosco piso de madera donde reposaba el “Tragatodo”y por evitar que este no intentara comerse el único y miserable trozo de vela que lo iluminaba. El “Tragatodo”, así lo habían presentado al público y con seguridad así pasaría a llamarse desde ahora, porque al igual que todos, debía tener el nombre de una atracción y no el de una persona. La pequeña Sofía le había hablado de él, según ella, había visto cómo las personas le lanzaban monedas con intención de que Braulio se las comiera, entonces Horacio pensó que era posible que encontrara una moneda en algún lugar de la jaula, solo necesitaba una, con una moneda podía consultar a Mustafá qué necesitaba hacer para liberar a Lidia de su encierro o como anular los contratos que los mantenían presos del Circo, el autómata podía responder a cualquier pregunta y esa era su gran esperanza. El mal olor y lo desagradable del trabajo que le habían encargado no eran nada comparado con la ilusión de que solo una moneda fuera hallada, por lo que luego de retirar los desperdicios, registró las rendijas del suelo, incluso movió cuanto pudo a Braulio para poder ojear bajo el pesado cuerpo de este, pero no encontró ninguna, luego volvió a revisar toda la basura que había sacado pero sin suerte, se sintió frustrado, nuevamente cuando la suerte parecía sonreírle, le daba la espalda a último minuto y lo dejaba sin nada, burlándose de él y de sus vanas esperanzas. Entonces se le ocurrió otra idea, no era tan descabellada como parecía, pero si fallaba, significaba entonces que sí realmente el destino, algún dios o lo que fuera, disfrutaba destruyendo sus planes y viéndolo fracasar humillado una y otra vez. Miró en todas direcciones que nadie estuviera cerca, casi no le quedaba lumbre, por lo que antes de quemarse los dedos, cogió una varita de madera y armándose de valor, comenzó a hurguetear los excrementos del “Tragatodo”, era una medida desesperada pero por suerte funcionó. Dos monedas aparecieron entre los deshechos, la adrenalina de Horacio se disparó, era demasiada emoción y nerviosismo difícil de disimular, quería correr hasta donde estaba Lidia y mostrárselas pero sabía que no podía hacer eso, ni siquiera podría guardárselas sin delatarse él mismo, por lo que decidió ocultarlas, después de limpiarlas, en la misma jaula de Braulio, aquello era perfecto, habían entre las tablas y los fierros abundantes grietas y rendijas donde meter las monedas y además nadie deseaba acercarse a esa jaula ni menos hurgar en ella, por lo que estarían seguras hasta que llegara el momento de usarlas.

Cuando los hombres terminaron de guardar todo en los camiones tomaron posiciones también dentro de estos donde simplemente debían sujetarse para no caerse, porque el viaje para ellos sería instantáneo, los mellizos hacían su truco y en el mismo minuto en que todo quedaba listo para partir ya era tiempo de bajar todo de nuevo y armarlo esta vez en un lugar distinto.

La luna estaba gigantesca saliendo desde el mar, un mar tranquilo, oscuro y frío. El pueblucho al que habían llegado, no era más que un reducido y pobre caserío de pescadores que apenas se mantenía en pie, el clima allí era húmedo y frío. Estaban en un gran descampado en la cima de unos acantilados. Muchos hombres del circo incluyendo a su jefe, se acercaron a la orilla a echar un vistazo, el fondo era rocoso y la caída mortal, eso no le agradó a Cornelio, pero antes de que dijera nada, uno de sus hombres se lanzó al vacío… y luego otro. “¡Fuera de aquí todo el mundo o el próximo que quiera morir, será por mi mano y con mis métodos!” gritó Morris e hizo retroceder a la muchedumbre, para luego dirigir una mirada de profundo disgusto a los mellizos Monje por llevar su Circo a orillas de un acantilado donde la libertad era tan “tentadora”, estos habían conducido por horas hasta encontrar un lugar adecuado donde instalarse, no había mucho más para elegir en esa región “Está bien…” respondió Morris “…pero si alguien más decide ponerle fin a su contrato en ese risco, ustedes serán los responsables” Luego se retiró vociferando a sus trabajadores para que se apresuraran en bajar todo y lo dejaran armado lo antes posible. Los mellizos se vieron obligados a montar guardia para que no se produjeran más suicidios en ese lugar, y todo el mundo sabía que estos dos viejos eran difíciles de burlar, Román Ibáñez había conseguido una botella de licor y se alejaba silencioso para beberla en paz, mientras Von Hagen cubierto con un abrigo a pesar de su abundante pelaje, ayudaba a descargar los camiones pensando en cómo se sentiría Lidia si fuera liberada en el mar gracias a él, nadie la podría perseguir allí, sería libre, aunque él no la pudiera acompañar, ella se lo agradecería por siempre y probablemente nunca lo olvidaría. Sus pensamientos e ilusiones se terminaron en el momento en que sintió un llamado apagado y vio la cara de preocupación del gigante del Circo, un hombre de dos metros y medio con el curioso nombre de Ángel Pardo, este le hacía señas con cierta urgencia desde uno de los acoplados que estaban descargando, Horacio se acercó y el gigante señaló algo entre los bultos y las lonas. Una muchacha sucia y mal alimentada estaba atrapada allí, se había escondido mientras los hombres guardaban todo, pero con seguridad se hubiese asfixiado si no hubiesen retirado las cosas que la cubrían inmediatamente. La adolescente no se sorprendió nada con el aspecto de los dos hombres pero sí comenzó a rogar que no la delataran con su familia, “…por favor, déjenme viajar con ustedes… no me envíen de vuelta a casa” Von Hagen la miraba amable y sorprendido “…pero muchacha, si ya estás bastante lejos de casa…” la chica no lo creyó, “pero si ni siquiera nos hemos movido…” Ángel Pardo miró a su compañero con gravedad “no podemos mantenerla oculta. ¿Qué crees que hará Morris con ella si la descubre?” Horacio miraba preocupado a la chica “Ese no es el problema, hará lo que hace con todos. La hará firmar un contrato y la convertirá en una atracción…” la idea dibujó una sonrisa de felicidad en la muchacha, luego Von Hagen agregó “…El problema, es qué hará don Cornelio con nosotros si nos descubre ocultando a alguien”



León Faras.