sábado, 25 de enero de 2014

Simbiosis. Una navidad para Estela.

Una Navidad para Estela.

I.

En casa de la señora Alicia por lo general durante el día, se encontraban solo ella y Estela, las que además de encargarse de las siempre inacabables labores hogareñas, se preocupaban del pasivo y silencioso Alonso, a quien Edelmira, aseaba y vestía por las mañanas para que saliera de la habitación mientras ella dormía algunas horas más, y ahora también del pequeño Miguel, el hijo menor de Bernarda, la cual trabajaba aseando y ordenando la sucursal que las tiendas Sotomayor tenían en Bostejo, y hermano de Aurora, que con el parto casi a punto, aun salía a vender sus cigarrillos tanto en la estación como en el mercado y otros lugares de la ciudad. Miguelito era un niño acostumbrado a entretenerse solo, en sus cortos años siempre sus mayores habían permanecido ocupados o ausentes, consiguiendo dinero para subsistir y para darle a él lo que necesitaba, por lo que sabía que en eso no podía intervenir y buscaba entretención con los otros niños del conventillo en idéntica situación, cosa que ahora debía conformarse con el pequeño Alonso. Ulises trabajaba en una nueva figura, una virgen María, había visto muchas veces que la gente construía pequeñas grutas en sus casas donde ponían vírgenes de yeso a la que le prendían velas en agradecimiento o para pedirle favores, por lo que pensó, sería una buena idea trabajar en una, con la cabeza suavemente inclinada y cubierta de un velo, el cabello sobre su pecho y las palmas de las manos pegadas en una pasiva y misericordiosa oración, quedaban pocos días para navidad y esperaba tenerla lista para entonces. Pero aquella mañana había salido temprano y sin nada, ni sus trabajos ni sus herramientas, incluso la Virgen permanecía en la vieja caja de madera junto a la  cama del viejo, eso llamó mucho la atención de Estela pero no quiso comentarle nada a la señora Alicia para no parecer entrometida.

Esta apareció desde la planta alta cargando una gran caja de cartón, la que Estela se apresuró a ayudar a tomar, pero se sorprendió al darse cuenta que su peso era mucho menos de lo que pensaba, la llevaron a la cocina, estaba llena de polvo y ambas mujeres debieron sacudirse la ropa cuando la hubieron dejado sobre la mesa. Tardaron bastante tiempo en deshacer los nudos de las amarras pero la señora Alicia insistió en no cortarlos, todo aquello tenía mucho tiempo, tanto el cordel como lo que había dentro, todo llevaba bastante tiempo guardado e inalterable, luego sacudieron el polvo de la caja y pudieron abrirla, eran adornos de navidad, guirnaldas y coronas, esferas brillantes y campanas; estrellas y cintas, todo muy antiguo y cubierto de ese polvo fino que entra hasta los rincones más inverosímiles pero en perfecto estado. Estela se veía entusiasmada, como si se tratara de algo sumamente valioso y delicado, cosa que en cierto sentido era verdad, tomó una corona verde hecha de papel adornada con moños de tela roja y una hermosa campana de metal en su centro, “Es para la puerta…” le dijo la señora Alicia, “…pero antes hay que limpiar todo esto” y en poco rato la mesa estaba llena de sucios artículos de decoración que ambas mujeres limpiaron y sacudieron con cuidado y dedicación, afuera, los dos niños jugaban bajo el naranjo del patio con las canicas que Edelmira les había comprado. Hacía mucho tiempo que no se celebraba navidad en esa casa, porque hace varios años que en esa casa no existía la unidad y el calor de una familia, pero desde hace un tiempo, la condición de propietaria e inquilinos se había ido difuminando, fusionando sentimientos e intereses y volviendo a aquel grupo de personas en una especie de manada, de clan, en algo muy parecido a lo que sería un grupo de congéneres, una familia y con todos los deberes y privilegios de esta, “Además está la familia de Ulises, los niños, estás tú… yo me doy cuenta que te entusiasma la idea de celebrar la navidad otra vez” dijo la señora Alicia mientras pulía una guía de diminutas campanas de metal que parecían valiosas, “¿Cómo celebrabas la navidad de niña?”, Estela detuvo su trabajo unos segundos para recordar, “Eran fechas para trabajar, papá decía que todo el mundo gastaba el poco dinero que tenían sin demasiadas consideraciones y eso había que aprovecharlo, podías vender casi cualquier cosa en navidad, eso decía” Alicia también detuvo su trabajo, “pero… alguna celebración harían luego, en casa, por la noche… una cena quizá” Estela negó con la cabeza, “Mamá es de esas personas que creen que sus hijos deben comenzar a devolver las atenciones invertidas en ellos de bebés, lo antes posible, por eso quizá Dios no le dio más que uno…” El mayor placer en la vida de la madre de Estela era ser atendida, gozaba pidiéndole a su hija cosas que tenía al alcance de su mano solo para no moverse de donde estaba, disfrutaba si le llevaban sus alimentos donde se encontraba y sobre todo si era en cama, tanto que se acostaba temprano y se levantaba tarde solo para esto, su ideal de vida probablemente era la de un emperador Romano, aseado, ventilado y alimentado en la boca por sus sirvientes, cosa que estaba muy lejos de la vida que llevaba pero que constantemente buscaba acercar a costa de su hija, esto había forjado el carácter y la forma de ser de Estela, su independencia y su necesidad de ser útil eran directa consecuencia del trato que le daba su madre “…las únicas celebraciones que recuerdo en casa, no eran para niños, según papá, solo me iba a dormir y ya.” La conversación había dejado un dejo de imprevista tristeza e incomodidad en el ambiente, pero todo eso se esfumó rápidamente cuando se sintió desde la puerta principal el alboroto que traían Ulises y su nieta Aurora, la señora Alicia se puso de pie sonriendo y tomó a Estela, sorprendida e incrédula, para que la acompañara a la sala de entrada, “ojala les haya ido bien con lo que les pedí”, dijo la mujer casi llevando de tirones a la muchacha.





León Faras.

domingo, 19 de enero de 2014

Del otro lado.

XII. 


Laura comenzó a relajarse y a disfrutar de su paseo en bus hasta que se puso cómoda, se sentó junto a la ventanilla y desde ahí observaba como desfilaban casas y negocios, plazas y parques, edificios y vehículos estacionados por todas partes, nada de personas ni animales ni otros vehículos en movimiento, aunque eso ya casi no le perturbaba tanto como al principio, comenzaba a acostumbrarse. De tanto en tanto, el microbús en que viajaba se orillaba, se detenía, abría sus puertas y luego continuaba, la chica imaginaba a las personas que presumiblemente subían o bajaban en ese momento y eso le divertía, también verse en pijama viajando en bus, imaginó que de pronto todo volviera a la normalidad y todo el mundo la pudiera ver en esa facha, eso la hizo reír suavemente, pero en realidad no esperaba que sucediera.

En una esquina el bus se detuvo y no volvió a moverse, no se orilló, solo se detuvo en plena calle, pasaron un par de minutos en que Laura esperó, pensó que tal vez se trataría de algún desperfecto mecánico pero las cosas seguían igual, varios otros vehículos se acumulaban a su lado detenidos, no los veía llegar, solo los veía cuando se detenían y no volvían a moverse, algo raro sucedía sin duda, las puertas del bus se abrieron, al parecer el viaje había terminado, pensó la chica, y no se reanudaría muy pronto. Laura se bajó y pudo ver un embotellamiento larguísimo  en aquella esquina, desde su lado y de los que venían del otro lado para virar en la misma avenida, miró a su rededor y solo vio autos atascados y apretujados con espacio entre ellos apenas para no tocarse, se coló hasta la orilla donde podía caminar con más soltura y comenzó a avanzar hasta que lo primero que vio fue las luces de colores de los autos de policía que bloqueaban el camino, un accidente, pensó Laura y siguió acercándose expectante, estacionados a un lado de la policía vio las ambulancias, dos de ellas estaban allí completamente abiertas y con sus balizas encendidas igual que los vehículos policiales, habían varias camillas y todo el piso estaba mojado recientemente, mucho más que por la lluvia de la noche anterior, finalmente vio los camiones de bomberos que apuntaban a un edificio de apartamentos no demasiado alto que se quemaba en su tercer piso y hacia arriba, las llamas salían por las ventanas y el humo, que teñía las paredes de negro, era arrastrado por el viento que ella no sentía en dirección contraria, en ese momento había un verdadero caos a su rededor, las cosas aparecían y desaparecían en la medida que se quedaban inertes o alguien les daba vida moviéndolas, escaleras, escombros, mangueras, todo lo podía ver mientras no estuvieran en manos de alguien, sin embargo se trataba de un caos silencioso y tranquilo para ella, un caos sin vida.


Decidió entrar en el edificio, no eran como aquel donde ella vivía, que tenían las escaleras por fuera, estas eran interiores, pero las puertas estaban abiertas de par en par y entró con precaución, la planta baja lucía con total normalidad, como si nada sucediera en los pisos de arriba, un par de mangueras enormes subían las escaleras, había bastante agua y un par de puertas abiertas de los apartamentos, Laura caminó hasta la escalera, instintivamente llevó una mano a la pared para apoyarse al subir pero la retiró antes de tocarla, una mano ensangrentada se había apoyado ahí y la mancha la acusaba perfectamente, hizo una mueca y miró hacia arriba como queriendo encontrar algo, pero todo estaba tan tranquilo como siempre por lo que siguió subiendo, pero esta vez, sin intentar tocar nada, en el segundo piso ya se veía bastante humo, las puertas de los departamentos en su mayoría estaban abiertas y se podía ver el interior de esas viviendas forzosamente abandonadas, pero ella no sentía nada, ni el calor que dentro del edificio era sofocante, ni el fuerte olor del humo cuando quema plásticos, telas y todo tipo de materiales orgánicos e inorgánicos y que asfixiaba sin piedad dentro de ese encierro en el que estaba, aparte de eso, aún se veía todo estable y relativamente normal, el humo que había allí venía desde arriba y era en el siguiente piso donde el incendio estaba declarado. La chica siguió subiendo casi con timidez, había mucha agua por todas partes y además polvo de extintores en paredes y suelo, el humo casi no dejaba ver por lo denso y oscuro que era aunque no le afectara más allá de no dejarla ver con claridad, desde donde estaba podía ver las habitaciones con sus muebles y cortinas  convertidas en bolas de fuego, como una niña perdida que se despierta y sale en pijama a ver qué sucede, así caminaba Laura, lentamente y sorprendida, con toda su atención puesta en lo que veía y que era nuevo y alucinante, era un espectáculo que en condiciones normales le causaría pánico y bastante daño físico así como andaba pero en su estado tan particular podía ver todo con total confianza y sin ninguna incomodidad. Fue en ese momento cuando dentro del abundante humo que salía por la puerta de un departamento, le pareció ver algo, como si una parte del humo hubiera tomado una forma específica, la forma de un rostro humano, incluso con parte de su cuerpo dentro de lo que el humo podía mostrar, solo duró un segundo pero le quedó grabado en la retina a la chica que se quedó de pie frente a ese umbral, le dio la impresión de que era la cara de un hombre maduro, de expresión seria, ceñuda, pero tranquila, y por más que miró con insistencia no lo volvió a ver, había humo por todas partes pero solo ahí había visto algo tan asombroso y decidió entrar. Ni siquiera contuvo su respiración para atravesar el denso y oscuro humo que inundaba todo en ese momento, pasó con los ojos bien abiertos y una vez que las cosas se aclararon un poco la chica se detuvo en seco, el departamento aquel estaba total y completamente envuelto en llamas, no había mueble, cuadro de la pared, cortina o alfombra que no estuviera encendido, la chica se adentró con timidez y curiosidad por ese infierno inocuo para ella, a ratos, lenguas de fuego la acariciaban en las piernas o en la espalda sin que ella lo notara ni su frágil pijama lo acusara, una pequeña mesa de centro comenzaba a contagiarse del fuego que ya cubría casi por completo la alfombra sobre la que estaba, sobre ella había un pequeño cuadro, uno de esos marcos para fotos que venden en cualquier parte, en él aparecían una pareja de ancianos y un niño, demasiado pequeño para ser hijo, pero con seguridad era nieto o bisnieto, Laura le pareció que el rostro del hombre era el mismo que acababa de ver, bueno, ese rostro de la foto se veía mucho más nítido que el que ella había visto, continuó, la cocina era pequeña y ardía completamente, junto a ella, una puerta de material ligero, se quemaba, estaba cerrada y por todas sus rendijas, sobre todo por abajo, dejaba escapar denso humo negro, como si algo le estuviera susurrando lo que debía hacer, sintió el impulso de abrir la puerta, y lo hizo, podía hacerlo porque no estaba enterada de su muerte y aun tenía todo el convencimiento de lo que era capaz y de lo que no, no atravesaba la puerta como un fantasma porque no sabía que podía hacerlo, en cambio abrirla, era a lo que estaba acostumbrada y de lo que era segura. Era un dormitorio y estaba completamente cerrado, con lo que al abrir la puerta el humo encerrado dentro escapó con furia y las llamas pudieron tomar una bocanada de oxigeno que las hicieron crecer de forma violenta e intimidante, con lo que Laura se hubiese rostizado en el instante pero nada de eso le afectaba, entró caminando de lado, tratando de evitar las inmensas lenguas de fuego solo por costumbre, se acercó a una ventana y la abrió, el humo se disipó un poco y pudo ver una cama matrimonial, ardía completamente, lo mismo el closet a su lado, los veladores y hasta la televisión, en el suelo había un montón de ropa que también ardía, a Laura le pareció ver algo y se acercó, el humo era abrumador y no dejaba ver mucho pero en cuanto dejó un espacio, la chica pudo distinguir lo que temía, una mano humana se asomaba de ese bulto, aquello era una persona, un cadáver, salió de ahí tan rápido como pudo, afuera todo estaba cubierto de los polvos químicos de los extintores y de agua por todas partes que habían reducido el fuego y multiplicado el humo, Laura casi no veía nada y solo la luminosidad de algunas lejanas ventanas y de focos de fuego le ayudaban, buscó las escaleras, un nuevo rostro diluido en el humo se le travesó golpeándola sin que lo sintiera, lo que la obligó a frenarse instintivamente pero con un susto de muerte, también le pareció ver un niño que corría entre la bruma pero ya no quería saber nada más, se sentía dentro de una casa de terror de la cual ya le urgía salir, encontró las escaleras y las bajó corriendo sin prestar atención a nada más que a su carrera desenfrenada, hasta alcanzar la calle y alejarse de ahí.


León Faras. 

jueves, 16 de enero de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

V.

Idalia fue dejada por el salvaje en una cueva donde un reducido grupo de mujeres mayores vivían, su hijo mayor, Rancober, llegaba corriendo a recibirlo, sus alas casi estaban terminadas y quería que su padre las viera. Antes de irse el hombre pronunció algunas palabras en su lengua para que las mujeres se preocuparan de darle de comer y beber a la mujer maldita. Hanela también llegaba en ese momento, dejando a solas a Ranc con su padre, venía a ver si podía hacer algo por su madre adoptiva. Esta era una mujer madura, usaba el cabello muy corto y le faltaba el brazo derecho casi por completo, luego de intercambiar algunas palabras, ambas se acercaron a Idalia con una fuente con fruta, la mujer le habló, pero de inmediato comprendió que la forastera no comprendía el idioma de los salvajes, entonces probó con su lengua materna, pues ella también era forastera. Idalia aceptó los alimentos y ambas mujeres pudieron conversar pues la recién llegada no sabía aún qué estaba haciendo allí, la mujer manca y su hija se miraron con preocupación, solo había un destino posible para ella y era el mismo que para todas las mujeres de la ciudad vertical que tenían edad suficiente y que no eran madres, enfrentar al Débolum, ella misma lo había hecho y había tenido suerte, solo había perdido un brazo y esperaba que su hija se hiciera mujer pronto para que tuviera su propia familia y no tuviera que pasar por lo mismo. El Débolum era una criatura mística, acorazada de roca incandescente que habitaba un lago de lava en el fondo del abismo y que debía convertirse en el protector de la ciudad de los salvajes, sabían que sería una mujer la que lograría gobernarlo y que esta llegaría en el momento indicado, pero no habían dado con la mujer correcta aún y solo habían conseguido una alarmante baja en la población femenina de la ciudad, por eso una mujer como Idalia siempre sería bienvenida en la ciudad de los salvajes. Esa era la razón por la que estaba allí, para ser entregada a una criatura colosal que habitaba un lago de lava en las entrañas del abismo. Pensó en escapar de tan horrible destino pero no sabía cómo salir de la ciudad vertical ni adonde ir, además, no contaba con la energía para huir, estaba agotada y débil desde mucho antes de ser encontrada por los salvajes, no había escapatoria y se entregaría a su destino, estaba cansada y no quería luchar.

Los guardias del castillo del semi-demonio contemplaban el espectáculo con asombro, los doce bueyes tiraban lentamente de la gigantesca estructura en la que traían a una bestia viva y perfectamente maniatada, haciéndola pasar bajo el arco de los enormes portales hacía el patio interior de la fortaleza, los mercenarios a punta de gritos y azotes traían el encargo para Rávaro, este observaba maravillado y satisfecho desde su balcón su nueva adquisición, sonreía malévolamente, era perfecta, él podría manipularla a su antojo y formaría parte de su nuevo y colosal ejército, contra el cual no habrían rivales dignos. Mientras los habitantes del castillo no cabían en su asombro y los mercenarios, ostentosos, presumían de sus enormes capacidades, Lorna se movía agazapada bajo la plataforma hasta que vio un hueco donde escabullirse y esconderse dentro del castillo, las caballerizas estaban cerca, podría ocultarse allí luego. Echó un vistazo y notó como los portales se cerraban, junto a estos y apegado a la pared había un pequeño cúmulo de rocas que pasaba desapercibido para todo el mundo, la mujer no lo podía creer, tal vez se equivocaba pero le pareció que era demasiado similar a su pequeño compañero de huida aunque era difícil de creer que el enano de rocas aún la estuviera siguiendo.

Aunque la criatura se veía tranquila, para el Místico cabalgar sobre los hombros de una bestia escapaba a todo lo razonable, mientras la enana que conducía ni siquiera hablaba y la hermosa criatura disfrutaba del paseo, él no sabía adónde iba ni por qué estaba ahí y eso lo incomodaba. Él era un místico y hubiera podido librarse de los Grelos fácilmente de haberlo necesitado, pero sin embargo no decía nada, veía la jaula que llevaba colgada del bastón en su mano la enana y pensaba en Rodana, la bruja de las jaulas, solo ella andaría con una jaula vacía y solo ella podría cabalgar una bestia con tal dominio de la situación, pero en el fondo no lo sabía, nunca había visto a la misteriosa hechicera y jamás se la había imaginado tan pequeña.


Mientras la bestia era dejada inmovilizada en el patio del castillo, Orám le contaba a Rávaro en su aposento casi al oído todo lo que había sucedido con la huida de la mujer maldita y el lugar donde esta se refugiaba, poniendo énfasis en la muerte de Serna, víctima y responsable de este lamentable suceso y exponiendo un castigado Baros como chivo expiatorio para que su jefe tuviera contra quien desencadenar toda su molestia y frustración. Rávaro se restregó los ojos con agotamiento fingido, aquello era una tontería superlativa, se trataba del desaparecimiento de una mujer desnutrida, drogada y enjaulada, metida dentro de un agujero tras una puerta que permanece cerrada la que a su vez está dentro de las catacumbas de las cuales nadie sale con vida. Orám se excusó con humildad y ofreció sus servicios para traer a la mujer maldita de vuelta  pero a su jefe no le había caído nada bien que le arruinara su mejor momento. En eso entró el líder de los mercenarios que habían capturado a la bestia a buscar el pago por sus servicios, Rávaro le dijo que le pagaría lo acordado, luego se dirigió a Orám y le dijo que podía retirarse, pero antes de que este pudiera salir se desplomó sin ningún gobierno sobre su propio cuerpo, Rávaro lo miraba fijamente y con desagrado, respirando sonoramente por la nariz, mientras el viejo jefe de guardias, inmovilizado, ni siquiera podía gritar, de su cuerpo comenzó a salir un humo negro y apestoso, su piel comenzó a resecarse rápidamente, luego a ennegrecerse y a ampollarse, hasta que finalmente las llamas brotaron y no se extinguieron hasta no dejar más que cenizas del cuerpo de Orám. Entonces Rávaro, con el rostro completamente sudado, respiró hondo y se calmó. El líder de los mercenarios observó toda la escena sin siquiera inmutarse. Rávaro, agotado, le dio lo acordado y lo despachó con total normalidad.

León Faras.

martes, 14 de enero de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

IX.

El rumor del ataque de Rimos se extendió tan eficientemente que llegó a los oídos de la particular realeza de Cízarin, los mellizos Siandro y Rianzo. El primero era quien llevaba el cartel de soberano, era el mayor de los dos por casi una hora, responsable y preocupado principalmente en labores económicas y políticas de su pueblo, excesivamente civilizado, poseía modales demasiado refinados, incluso afeminados al punto de evitar cualquier contacto físico con otras personas menos preocupadas de su impecable higiene que él, estas actitudes le jugaban en contra al tener que ganarse el respeto y la confianza de los demás. El segundo era un irresponsable y vividor, no le interesaba gobernar porque llevaba la vida que quería siendo el hermano del rey, bebedor y mujeriego, tenía a varias prostitutas trabajando para él en el palacio, en su serrallo personal, a las que proveía de todo lo que necesitaran. Los padres de los mellizos habían muerto hace tiempo ya, la madre debido a las hemorragias producidas en un parto doble y complicado, y su padre por una infección adquirida por una herida hecha durante una jornada de cacería. Solo los dos hermanos estaban ahí para defender Cízarin en caso de que los rumores resultaran ciertos y fueran atacados, ellos y el siempre eficiente general Rodas. Este último se encontraba junto a Siandro discutiendo las acciones y precauciones que debían tener para no ser tomados por sorpresa ni para reaccionar exageradamente en el caso de que los rumores resultaran falsos. Cuando Rianzo apareció, parecía recién despertando y así era, la esplendida luminosidad del gran salón principal le molestaba ferozmente en los ojos, sumándose a su ya molesta resaca, “¿Desde cuándo hay asuntos urgentes que requieren mi atención en este lugar?” protestó ironizando su poca injerencia en los asuntos políticos de Cízarin, “hay rumores de un ataque…” le informó Siandro pero fue interrumpido por su hermano que se hurgueteaba una muela en ese momento “¿…Rumores?”, “Un rey siempre debe poner atención a los rumores de su pueblo…” la voz era de una anciana que en ese momento entraba custodiada por dos soldados, Zaida era la abuela materna de los mellizos, diagnosticada de locura por los sabios pero por orden de su yerno, el difunto rey, permanecía encerrada en una habitación aislada, tenía la ropa increíblemente harapienta y sucia y el cabello pringoso y enredado por completo en masas que le colgaban, caminaba con dificultad pero no por causa de la vejez, que era menos de lo que su aspecto insinuaba ni tampoco de algún problema físico, sino que debido a los grilletes que le obligaban a usar cada vez que salía de su habitación, “los rumores son ciertos y más les vale estar preparados” dijo mientras enfrentaba con desprecio la arrogante mirada de su nieto Rianzo, en realidad no tenía idea si aquello era cierto o no pero esa era su apuesta y no tenía nada que perder. Luego dirigiendo una mirada al general, le saludó con gran familiaridad “Rodas, ¿Cómo estás hijo? Supe lo de tu padre, créeme que lo sentí mucho, me hubiera gustado asistir pero tenía asuntos ineludibles que atender” dijo mostrando sutilmente sus cadenas, el aludido hizo una reverencia de agradecimiento por el gesto que no había recibido de parte de nadie más. Zaida fue en su juventud toda una leyenda, una generala que no evitaba ni enemigos ni campos de batalla, una mujer que luchaba como un demonio poseído y que motivaba a sus hombres a pelear igual, una guerrera respetada y temida. Tuvo un hijo que siguió sus pasos pero sin tanta suerte y cayó pronto en el campo de batalla, y una hija que se casó con un joven soberano de una tierra lejana, Cízarin. Todo bien hasta que esta murió, Zaida, ya con varios años encima, acusó a su yerno de buscar la muerte de su hija en el parto de forma intencional encaprichado con una joven y noble amante la que le había exigido más de lo que le podía dar, con lo que el rey se enfureció y se propuso quitarla de en medio, solución que llegó gracias a unos sabios consejeros que le sugirieron “internarla” debido a problemas de salud en su mente, Zaida fue diagnosticada de demencia y encerrada en un cuarto aislado donde no contaba con las mínimas condiciones razonables para vivir. 

“¿Qué está haciendo esta vieja aquí?” preguntó Rianzo quién aún no conseguía pensar con claridad, “Yo la mandé a traer, creo que…” respondió su hermano pero como siempre, su delicadeza era interrumpida, “Estoy aquí porque temen perder la fuente que costea tus vicios y sus lujos, que nada les ha costado pero que tanto temen prescindir…” Zaida se acercó a Siandro el que se empequeñeció en su asiento evitando tocarla con una mueca de insoportable asco, alejándose como si hubiera un escudo invisible entre ambos, la anciana lo miró con pena ante tal patética reacción a los malos olores del cuerpo "¿Le temes a la mugre, al cebo del cuerpo, a la sangre reseca… a los cadáveres masacrados y pestilentes cubiertos de sus propias heces?” el joven rey, con un pañuelo cubriéndose la boca estaba a punto de vomitar, “La guerra llegará aquí con todas sus inmundicias y tú te refugiarás tras un pañuelo, mientras tu hermano…” continuó acercándose a Rianzo “…esperará la muerte entre lágrimas de borracho, sabiendo que ha sido responsable de más víctimas entre su propia gente que entre soldados enemigos… sin nadie capaz de dirigir, todo recaerá sobre los hombros del general Rodas, que nada podrá hacer recibiendo órdenes desesperadas e imposibles, rogarán para salvar sus pellejos y obtener algo de dignidad a cambio de un reino entero, su propio reino. Serán arrasados sin remedio y olvidados para siempre.” La anciana los dejó meditar un rato, si no estaban convencidos de que necesitaban su ayuda, aún le quedaban varios argumentos para intimidarlos, “Te traje aquí porque pensé que podías darnos tu consejo” dijo Siandro con desagrado, Zaida lo miró con profunda seriedad, “¿a quién?; a ti que vomitarías frente a un conejo destripado o a tu hermano que aún no entiende lo que está sucediendo” ambos mellizos guardaron silencio, “libérame y te daré a Rimos.”  Rodas mostraba una sonrisa apenas perceptible, aliviado en su interior de que alguien como Zaida se hiciera cargo.


León Faras.

jueves, 9 de enero de 2014

Historia de un amor.

IV.

Miranda por lo general, cuando andaba en la calle o cualquier otro lugar a la vista de los demás, usaba una característica expresión en su rostro que evitaba cualquier intento de acercamiento por parte de algún osado aventurero que la pudiera ver como posible victima de sus encantamientos, caminaba seria y sin fijar la mirada en nadie en particular y lo hacía porque no quería relacionarse con nadie, ya no confiaba en el viejo método del flirteo, de la coquetería y el galanteo, eran como una mala alimentación, muy apetitosa y agradable pero con consecuencias nocivas y muy difíciles de recuperar, a nivel mental sobretodo, pero también físico, y eso no volvería a suceder.

Poco tiempo después estaba sentada tras el mostrador en su trabajo, donde aprovechaba el tiempo sin público, que a veces era agotador, en la lectura de sus libros que nunca le faltaban, podía desconfiar y desanimarse de conocer personas nuevas pero nunca de leer un libro desconocido para ella, más de alguna vez había sentido sentimientos fuertes por personajes ficticios, eso no era raro, los personajes ficticios son auténticos dentro de su argumento, si dicen que son sinceros, son sinceros, si dicen que son mentirosos, son mentirosos, no hay matices o circunstancias especiales como con las personas que  dependen del contexto, del ánimo, del ambiente y hasta de los niveles hormonales o de azúcar para determinar su comportamiento y sentimientos, Miranda no se excluía a sí misma, por lo mismo prefería los libros que las personas nuevas. El libro negro ese, aún lo tenía y aún no buscaba si tenía algún nombre o dirección escrita, no se animaba a husmear demasiado en él, no se sentía cómoda metiendo sus narices en asuntos ajenos, no le interesaban y tampoco tener que dar explicaciones si era sorprendida, sin embargo ese libro estaba en su poder, formaba parte de su responsabilidad y si no lo había abandonado ya, era mejor que intentara averiguar quién era el dueño para devolverlo. Las primeras dos hojas estaban en blanco, ya las había visto, en la siguiente encontró una página que se notaba con antiguos dobleces estirados, que pronto la chica notó que se trataba de una hoja que había sido arrancada, doblada y luego puesto de nuevo allí con sumo cuidado de modo que casi no se notaba que estaba floja, estaba llena de un párrafo escrito a mano pero con una letra imprenta clara que llevaba por título, “Conjuro” y decía así:


“Tantas Fuerzas que retozan en el mundo,
Descollante manada de corceles de éter
Que briosos, tiran los coches sin mirar la carga
Ni el estado del camino bajo sus cascos.
La pasión, la atracción, la voluntad,
Los sueños, la alegría, la verdad.
En su Auriga me convierto y mi deseo será su senda.
Que nunca más la mundanidad y sus vicios
Priven al amor de su exultante grandeza
Y exijo para el amor que aguardo lo más selecto
Y con premura, pues ya no quiero esperar más.
Reclamo de Penélope su fidelidad
La que nunca dudó del retorno de Ulises
Ni nunca se doblegó ante el peso
De la coerción que la cercaba.
Solicito la tenacidad y rebeldía de Julieta
Quien a pesar de la legión que se alzó
En contra del amor que la colmaba
Jamás mermó en su deseo de estar con su amado.
Demando que se fusionen, como nunca se ha hecho
La candente pasión carnal de Cleopatra,
Ígneo instinto, avasallador y dominante
Con el cándido y noble sentimiento de Tisbe
Puro y enaltecedor, como el amor mismo,
Pues su resultado será la mecha
Del más ineluctable sentimiento.
Ordeno que el resultado de lo que pido
Sea más fuerte que el brebaje que unió a Isolda y Tristán
Y más duradero que la atracción de Eurídice y Orfeo.

Los Alfanas están azuzados,
La ruta está trazada.”


Al final de la página estaba garabateada una frase en manuscrito que decía: “Por tu pronta respuesta, muchas gracias” esta llamó mucho su atención porque nuevamente era su letra, reconoció de inmediato la particular forma en que garabateaba las letras “G”, las “a” y las “t”, esta vez no estaba Bruno para tener que negarlo o desmentirlo como la vez anterior, esa era su letra, no tenía duda, solo que ella nunca había escrito allí. Le interesó la forma de solicitar el amor en aquel escrito, sin conformidades ni eufemismos, sin medias tintas, era así como ella lo quería, verdadero y poderoso, pero más llamó su atención que, fuera quien fuera el que escribía con su letra, le agradecía al final como si un amor con semejantes cualidades colosales y casi mitológicas se le hubiese presentado. Tal vez funcionaba, por qué no, buscó una hoja en blanco dentro del mismo libro y la arrancó, su dueño no se enfadaría por una hoja menos, además, probablemente ni siquiera lo notaría, luego tomó un lápiz y comenzó a escribir el conjuro en su hoja, lo escribió con letra imprenta, porque su letra habitual y más cómoda, muchas veces ni ella la entendía del todo, lo leería por las noches y si funcionaba le escribiría su agradecimiento como correspondía. Conjuros y rituales, inciensos y velas de colores, ese tipo de cosas le caían como anillo al dedo, le agradaban, le acomodaban mucho. Una vez terminó de escribir pasó de la conformidad al asombro, ambas hojas eran idénticas, parecían escritas por la misma persona, claro que a la suya solo le faltaba los dobleces y el agradecimiento, pero en todo lo demás eran iguales, aquello era increíble, como si hubiese copiado la letra y los espacios de forma inconsciente, para procurar hacerla lo más legible posible, pero aún así era muy raro. Miranda cerró el libro, lo guardó en su bolso y se quedó perdida pensando, o más bien, concentrada en las borrosas imágenes de su confundido cerebro, hasta que una pareja de ancianas la sacaron de sus meditaciones, le recordaron que estaba en su trabajo y que requerían atención, la chica volviendo a la realidad, tomó la hoja del mostrador, la dobló y se la metió en un bolsillo.


León Faras. 

domingo, 5 de enero de 2014

Simbiosis. La hija de Ulises.

La hija de Ulises.


III.


La ciudad cambió drásticamente a medida que se alejaban del centro y se acercaban a la periferia, pero no solo a la vista, todos los sentidos se vieron afectados. La gente ya no se veía digna y orgullosa, sino derrotada y frustrada, las fachadas resquebrajadas y desteñidas, líquidos nauseabundos corriendo libremente hasta estancarse en fétidos charcos donde perros enfermos y vagos calman la sed, basura imposible de contener en un solo lugar, gritos de discusiones y excesos a lo lejos, enfermedad y miseria por todas partes. Aquello era peor para Estela que la peor cara de Bostejo, adonde mirara la muchacha sentía compasión y pena, Edelmira debía darle de tirones a la muchacha que constantemente quería detenerse a atender las súplicas de los numerosos mendigantes que al ver a las mujeres bien vestidas, se acercaban a pedir dinero. En una de la esquinas, una muchacha apenas mayor que Estela vendía cigarrillos sueltos a los transeúntes luciendo una enorme barriga de embarazo, Edelmira luego de comprarle dos, le preguntó por la dirección que buscaban, la muchacha le respondió que el conventillo que buscaban estaba cerca, este no era más que una ya muy deteriorada casona de una planta con patio interior en la que cada cuarto era arrendado por una familia distinta que compartían el único baño y la única cocina, el agua potable y la electricidad eran lujos inexistentes en ese ambiente. En todos los cuartos del conventillo se podían encontrar recién nacidos o ancianos postrados como regla general y en algunos casos ambos. Dos mujeres, una mayor que sostenía del brazo a otra increíblemente anciana estaban en las afueras del conventillo, Edelmira le preguntó por Bernarda a la más joven, esta respondió que no conocía los nombres de todas personas que vivían allí, había llegado hace poco y trabajaba todo el día afuera, pero la anciana levantando un dedo esquelético mencionó el nombre y el apellido de la mujer que buscaban, “¿Bernarda Sepúlveda, dijo?” tanto Estela como Edelmira sintieron emoción de dar con la persona que buscaban pero esa emoción pronto se desvaneció, “Me dijo que su esposo se había ido y no había vuelto a saber de él, con dos hijos, se le hizo difícil conseguir el dinero para pagar el arriendo y se había debido marcharse hace un par de días” dijo la anciana sumamente acongojada y agregó “…era una buena mujer, me hubiese gustado ayudarla.” Por desgracia no tenía idea de donde podían encontrarla, eso era algo que Estela no se esperaba, la carta no decía nada de eso, tal vez tenía algún otro familiar o amigo que desconocían, tal vez se encontraría con su esposo en otro lugar, el caso era que la única pista que traían ya no les servía. Estela se entristeció mucho, cosa que Edelmira notó de inmediato pero no dijo nada, llegando a una esquina, había una calle larga con una pronunciada pendiente donde las mujeres debieron detenerse abruptamente porque era usada por muchachos que se lanzaban en carros pequeños  que alcanzaban altas velocidades en sus descensos, dos o tres muchachos encaramados apenas sobre estrecho carretones se lanzaban pendiente abajo en desenfrenadas carreras de velocidad y vértigo no exentas de accidentes que resultaban en moretones y raspallones, solo providencialmente nunca habían accidentes graves. Estela contempló con la boca abierta y admiración la arriesgada actividad que realizaban esos chicos y lo infinitamente dichosos que se veían, eso hasta que su atención quedó atrapada en el horizonte al final de aquella calle y más allá de la costanera que la cortaba, una línea perfectamente recta separaba el azul del cielo de otro azul más oscuro pero casi igual de enorme, “¿qué es eso…?” preguntó la muchacha con ingenuidad, “Ese… es el mar Estela” respondió Edelmira complacida. Ver el mar por primera vez siendo ya adulto, o casi, debe ser similar a lo que vive un ciego de nacimiento que de pronto tiene visión, porque es algo que la imaginación no puede crear sin ayuda de los ojos, es demasiado grande, demasiado increíble. A medida que se acercaba la muchacha ya maravillada, iba descubriendo más y más, el sonido del oleaje, el de las aves marinas, su aroma, la brisa húmeda, realmente no se lo esperaba y el espectáculo la mantenía absorta, caminando del brazo de Edelmira que le señalaba, las olas, las rocas, las gaviotas y pelícanos, realmente se sentía como una hormiga, pero nunca se esperó que el charco fuera tan grande, luego le preguntó a Edelmira por qué se había juntado toda esa arena en la playa y por qué era que el oleaje no se acababa nunca o qué había al otro lado de toda esa agua, a lo que la mujer no supo que responder por lo que recurrió a su brillante ingenio, “¡vamos niña!, deja de preguntar tanto o arruinarás la magia de este hermoso lugar” luego se sentó en la arena, mientras Estela iba a sentir el mar en sus pies, en sus manos y en su boca.

Terminado el bocado que llevaban, caminaron por la costanera disfrutando del mar y la brisa, ya comenzaba la tarde y pronto deberían abordar el tren de regreso, en ese momento, un señor muy bien vestido, de cabellos blancos cuidadosamente peinados y elegantes mostachos, detuvo a Edelmira con suma educación guiado por una joven señorita sonriente que le tomaba por el brazo, El caballero y la joven dama, luego de estar seguros entre ellos se dirigieron a una sorprendida Edelmira, “Mi queridísima dama, mi hija a reconocido en ustedes a las gentiles señoritas que hoy salvaron a mi nieto de lo que hubiese sido un muy triste accidente” en ese momento, Estela y Edelmira reconocieron a aquella joven como la descuidada madre que aquella mañana por poco, y gracias a la atenta reacción de Estela, hace que el coche de su bebé fuera arrollado por un vehículo, “Encontrarlas aquí ha sido una feliz coincidencia y me gustaría recompensarlas de alguna manera, mi nombre es Eulogio Sotomayor y soy dueño de las tiendas Sotomayor” concluyó el caballero. Las mujeres sintieron que la reacción del señor era exagerada y rechazaron cualquier recompensa económica a pesar de la insistencia del anciano, este frustrado y con su hija acongojada le entregó una de sus tarjetas de presentación con las direcciones de sus numerosas tiendas, “Por favor, si algo puedo hacer por ustedes, no duden en visitarme” luego de eso, él y su hija se despidieron con formales ademanes.

La afluencia de público en la estación era igual, si no mayor que cuando las dos mujeres llegaron aquella mañana, un abrumador caos de personas hacía difícil el avance, así como su comunicación entre sí. Una cara conocida emergió de entre aquella multitud, era la chica embarazada que vendía cigarrillos, se reconocieron y se saludaron con afecto, Edelmira aprovechó para comprarle uno y encenderlo mientras esperaban su tren, “¿trabajas también aquí?” le preguntó cordial a la chica, esta sonrió pero bajó la mirada al suelo, con su madre y su hermano pequeño estaban durmiendo ahí, en la estación, por lo menos tenían techo, “Solíamos vivir en aquel lugar que buscaban por la mañana, pero mi padre no regresó, y nos quedamos sin dinero para la renta” dijo la muchacha desviando la mirada, algo avergonzada por contar cosas tan personales a personas desconocidas, Estela nunca perdía la esperanza por lo que de inmediato preguntó, “¿No conociste a un mujer llamada Bernarda Sepúlveda?” la chica miró a Estela como si esta le hubiese dicho una obviedad absoluta “Claro que sí, ¿Por qué?” Edelmira sonrió “¿Sabes dónde está?” “está por allí” dijo la muchacha señalando uno de los extremos de la estación, “Ella es mi madre…”

Entre el dinero de Edelmira y Estela, más lo que había logrado reunir, la chica de los cigarrillos,  Aurora y Bernarda su madre, reunieron el dinero de los cinco boletos de tren para viajar a Bostejo, la situación no era nada buena allí y nada le impedía irse.

Aquella noche, en la casona de la señora Alicia, la música del viejo Crispín alegraba una velada llena de emociones, donde Ulises con lágrimas en los ojos, abrazaba a su única hija después de muchos años y conocía por primera vez a sus dos nietos, Edelmira, con un vaso de vino blanco en la mano, sonreía satisfecha mirando a Estela que estaba junto a Alicia quien tenía al pequeño Alonso sentado en sus faldas, el único que no estaba a punto de llorar con semejante escena. “Espero que pueda encontrar trabajo pronto, lo va a necesitar” Le comentó Alicia a Estela en un susurro, esta pareció tener una idea genial, se puso de pie de un salto y corrió donde Edelmira quien luego de una conversación corta y risitas cómplices volvió con un trozo rectangular de cartulina, era una tarjeta de presentación de las tiendas Sotomayor. Estela se veía radiante, “tal vez la podemos ayudar”

León Faras.

Simbiosis: situación en la cual, dos individuos, por lo general de distinta especie, se asocian para vivir, obteniendo beneficio uno del otro. (Nota del Autor.)



viernes, 3 de enero de 2014

Del otro lado.

XI. 


Julieta se quedó de pie en el bus y al lado de la Macarena y su hermana Jimena, la viuda, era un espíritu y para ella viajar de pie o sentada era exactamente lo mismo, las leyes de la física como la gravedad o la inercia ya no la afectaban, por lo menos, mientras no se materializara como Alan. Siempre le pasaban cosas curiosas cuando se subía a un bus, una vez se sentó junto a la ventana para ver el recorrido y a pesar de que el transporte se llenó casi por completo, nadie utilizó su asiento o el del lado, era raro, para los demás no era más que un asiento vacío, pero todos pasaron de largo, como si se tratara de alguna vibra extraña o algo así. En otra ocasión, estando de pie en el pasillo como ahora, vio claramente como un tipo metía su mano en el bolso de una mujer mayor que dormía, no supo qué hacer, le gritó al tipo, le habló a la señora, gritó mirando a sus alrededor si es que alguien se daba cuenta de lo que sucedía pero al ver que nadie hacía nada, dio un grito junto a la mujer como solo una fanática que ve pasar a su cantante favorito a pocos metros lo haría. La mujer despertó suavemente y el robo se frustró, tal vez solo fue coincidencia, porque ha probado gritar de esa manera en otras ocasiones y con nulos resultados, pero en ese momento, Julieta se sintió bien. Otra vez un ciego le pidió permiso para pasar y ella se lo dio, luego se sintió un poco tonta al recordar que ella era un fantasma y que aunque quisiera no podía impedirle el paso pero en ese momento la costumbre fue más fuerte.

Durante su recorrido las dos mujeres solo hablaron cosas irrelevantes que no le interesaban a nadie más que a ellas, una llamada telefónica corta y siguieron su camino. Bajaron en la parada de buses fuera de la población donde vivían, la misma en la que Laura había muerto, el Chavo salió a recibirlas, caminaba apurado y parecía de mal humor, Julieta los siguió de cerca, algo había sucedido que tenía alterado al tipo ese, hablaba rápido y en un lenguaje extraño para Julieta, codificado como el de los delincuentes, mirando a todas partes mientras lo hacía y cuidándose de que no lo oyeran, pero algo sacó en limpio de todo eso la fantasma, la policía había estado ahí haciendo averiguaciones, el arma era robada, según las últimas pericias, resultaba que no tenía porque estar en las manos del difunto esposo de Jimena en ese momento ni en ningún otro, había sido extraída de forma irregular. El grupo se adentró en la población con Julieta siguiéndoles, esta ni se inmutó al ser atravesada por un vehículo que pasaba en ese momento, a plena luz del día era completamente invisible, “y todavía hay que comprar esos remedios…” se escuchó decir a la Macarena con desesperación fingida, solo para hacer notar que habían perdido un dinero que necesitaban, por lo que fue regañada por el Chavo que aseguró conseguiría el dinero de otra forma, pero que cerrara la boca. El grupo entró a su departamento y le cerraron la puerta en la cara a Julieta que obviamente no sufrió ningún daño si no que quedó con la mitad de su cuerpo inmaterial dentro de la casa, se movió a un rincón mientras Macarena se iba a una de la habitaciones, el resto se quedó hablando sobre esa arma que al parecer ellos esperaban, sobre las preguntas que pronto la policía le haría a Jimena y lo que esta respondería y sobre un dinero que no llegaría para costear unos medicamentos que el Chavo debería conseguir por otros medios. 

El lugar era pequeño y no tenían las comodidades que antes tuvieron, habían debido vender muchas de sus cosas, Julieta notó sobre la mesa del comedor, uno muy viejo y gastado, una bolsa de plástico repleta de cajas de medicamentos, y en una esquina había una silla de ruedas replegada, el angosto pasillo se veía bastante oscuro pero al final se iluminaba desde el interior de un cuarto, se dirigió hacia él con precaución, oía lo que parecía ser una televisión encendida en aquel cuarto, por un segundo olvidó que solo podía actuar como una espectadora de lo que ocurría en esa casa y sintió la ansiedad de quien husmea sin autorización, eso hasta que la Macarena le diera un susto de muerte al salir del cuarto de repente y la atravesara sin notar siquiera su presencia. La chica se regañó a si misma por asustarse de esa manera, “un vivo asustando a un muerto”, pensó, y soltó una risa seca y apagada. La puerta había quedado abierta a medias, aunque en realidad nunca estaba cerrada del todo, una medida que se tomaba en esa casa para hacer más expedito el acceso a esa habitación, esta estaba iluminada por una ventana protegida por barrotes y un visillo transparente que se movía con la brisa, la televisión sonaba sin que nadie le prestara atención, en una cama especial para postrados, particularmente alta, yacía un muchacho de no más de quince o dieciséis años, con sus brazos y piernas recogidos en una posición clara de alguien con serios daños en su sistema nervioso y en su rostro la expresión del retraso mental severo. Julieta entró con timidez, prendada del rostro de aquel chico que ella veía como alguien normal atrapado en un cuerpo defectuoso, ella entendía aquello como nadie y sabía que una vez llegado el momento, sería liberado y podría disfrutar de todo cuanto ahora no podía. Sintió un sentimiento ilógico y potente de conexión con ese muchacho, de amor, sorpresivo e irracional pero tan verdadero como era capaz de reconocerlo, en vida no había tenido oportunidad de enamorarse como la adolescente que era, su ceguera, su enfermedad y su juventud no se lo permitieron, pero ahora, sin esperárselo siquiera, estaba ahí olvidándose de todo y entregando su corazón de la forma más pura, aquella capaz de esperar el tiempo que sea necesario sin debilitarse ni desviarse, sin más objetivo que amar aunque no pueda ser amada, aún.

León Faras.