Una
Navidad para Estela.
I.
En
casa de la señora Alicia por lo general durante el día, se encontraban solo
ella y Estela, las que además de encargarse de las siempre inacabables labores
hogareñas, se preocupaban del pasivo y silencioso Alonso, a quien Edelmira,
aseaba y vestía por las mañanas para que saliera de la habitación mientras ella
dormía algunas horas más, y ahora también del pequeño Miguel, el hijo menor de
Bernarda, la cual trabajaba aseando y ordenando la sucursal que las tiendas
Sotomayor tenían en Bostejo, y hermano de Aurora, que con el parto casi a
punto, aun salía a vender sus cigarrillos tanto en la estación como en el
mercado y otros lugares de la ciudad. Miguelito era un niño acostumbrado a
entretenerse solo, en sus cortos años siempre sus mayores habían permanecido
ocupados o ausentes, consiguiendo dinero para subsistir y para darle a él lo
que necesitaba, por lo que sabía que en eso no podía intervenir y buscaba
entretención con los otros niños del conventillo en idéntica situación, cosa
que ahora debía conformarse con el pequeño Alonso. Ulises trabajaba en una
nueva figura, una virgen María, había visto muchas veces que la gente construía
pequeñas grutas en sus casas donde ponían vírgenes de yeso a la que le prendían
velas en agradecimiento o para pedirle favores, por lo que pensó, sería una
buena idea trabajar en una, con la cabeza suavemente inclinada y cubierta de un
velo, el cabello sobre su pecho y las palmas de las manos pegadas en una pasiva
y misericordiosa oración, quedaban pocos días para navidad y esperaba tenerla
lista para entonces. Pero aquella mañana había salido temprano y sin nada, ni
sus trabajos ni sus herramientas, incluso la Virgen permanecía en la vieja caja
de madera junto a la cama del viejo, eso
llamó mucho la atención de Estela pero no quiso comentarle nada a la señora
Alicia para no parecer entrometida.
Esta
apareció desde la planta alta cargando una gran caja de cartón, la que Estela
se apresuró a ayudar a tomar, pero se sorprendió al darse cuenta que su peso
era mucho menos de lo que pensaba, la llevaron a la cocina, estaba llena de
polvo y ambas mujeres debieron sacudirse la ropa cuando la hubieron dejado
sobre la mesa. Tardaron bastante tiempo en deshacer los nudos de las amarras
pero la señora Alicia insistió en no cortarlos, todo aquello tenía mucho
tiempo, tanto el cordel como lo que había dentro, todo llevaba bastante tiempo
guardado e inalterable, luego sacudieron el polvo de la caja y pudieron
abrirla, eran adornos de navidad, guirnaldas y coronas, esferas brillantes y
campanas; estrellas y cintas, todo muy antiguo y cubierto de ese polvo fino que
entra hasta los rincones más inverosímiles pero en perfecto estado. Estela se
veía entusiasmada, como si se tratara de algo sumamente valioso y delicado,
cosa que en cierto sentido era verdad, tomó una corona verde hecha de papel
adornada con moños de tela roja y una hermosa campana de metal en su centro,
“Es para la puerta…” le dijo la señora Alicia, “…pero antes hay que limpiar
todo esto” y en poco rato la mesa estaba llena de sucios artículos de
decoración que ambas mujeres limpiaron y sacudieron con cuidado y dedicación,
afuera, los dos niños jugaban bajo el naranjo del patio con las canicas que
Edelmira les había comprado. Hacía mucho tiempo que no se celebraba navidad en
esa casa, porque hace varios años que en esa casa no existía la unidad y el
calor de una familia, pero desde hace un tiempo, la condición de propietaria e
inquilinos se había ido difuminando, fusionando sentimientos e intereses y
volviendo a aquel grupo de personas en una especie de manada, de clan, en algo
muy parecido a lo que sería un grupo de congéneres, una familia y con todos los
deberes y privilegios de esta, “Además está la familia de Ulises, los niños,
estás tú… yo me doy cuenta que te entusiasma la idea de celebrar la navidad
otra vez” dijo la señora Alicia mientras pulía una guía de diminutas campanas
de metal que parecían valiosas, “¿Cómo celebrabas la navidad de niña?”, Estela
detuvo su trabajo unos segundos para recordar, “Eran fechas para trabajar, papá
decía que todo el mundo gastaba el poco dinero que tenían sin demasiadas
consideraciones y eso había que aprovecharlo, podías vender casi cualquier cosa
en navidad, eso decía” Alicia también detuvo su trabajo, “pero… alguna
celebración harían luego, en casa, por la noche… una cena quizá” Estela negó
con la cabeza, “Mamá es de esas personas que creen que sus hijos deben comenzar
a devolver las atenciones invertidas en ellos de bebés, lo antes posible, por eso
quizá Dios no le dio más que uno…” El mayor placer en la vida de la madre de
Estela era ser atendida, gozaba pidiéndole a su hija cosas que tenía al alcance
de su mano solo para no moverse de donde estaba, disfrutaba si le llevaban sus
alimentos donde se encontraba y sobre todo si era en cama, tanto que se acostaba
temprano y se levantaba tarde solo para esto, su ideal de vida probablemente
era la de un emperador Romano, aseado, ventilado y alimentado en la boca por
sus sirvientes, cosa que estaba muy lejos de la vida que llevaba pero que constantemente
buscaba acercar a costa de su hija, esto había forjado el carácter y la forma
de ser de Estela, su independencia y su necesidad de ser útil eran directa
consecuencia del trato que le daba su madre “…las únicas celebraciones que
recuerdo en casa, no eran para niños, según papá, solo me iba a dormir y ya.” La
conversación había dejado un dejo de imprevista tristeza e incomodidad en el
ambiente, pero todo eso se esfumó rápidamente cuando se sintió desde la puerta
principal el alboroto que traían Ulises y su nieta Aurora, la señora Alicia se
puso de pie sonriendo y tomó a Estela, sorprendida e incrédula, para que la
acompañara a la sala de entrada, “ojala les haya ido bien con lo que les pedí”,
dijo la mujer casi llevando de tirones a la muchacha.
León
Faras.