lunes, 31 de marzo de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XII.


La tarde ya estaba avanzada cuando un jinete de Rimos ingresó a toda velocidad al patio exterior del palacio y tras él un carruaje igual de acelerado que se detuvo contra la voluntad de los agitados corceles que tiraban de él. El jinete, quien ya traía buen retraso, bajó de un salto y abrió la puerta del carruaje para agilizar la maniobra tanto como se lo habían exigido, de este descendieron una mujer mayor de piel morena y gruesas caderas, otra de mediana edad y muy similares características y otra mucho más joven, flacucha y pálida, que a paso acelerado entraron al palacio y fueron conducidas de inmediato a la habitación de la princesa Delia quien había roto aguas y ya se encontraba en labores de parto. Cuando Dolba, su hija y su ayudante llegaron al cuarto se toparon con una sirvienta que con rosto descompuesto por la angustia y la desesperación, cargaba con un bulto de sábanas empapadas en sangre diluida, lo que alarmó mucho a las comadronas que llegaban pero aun más al soldado que las guiaba, quien tragó saliva y agradeció mentalmente que su trabajo solo llegara hasta ahí, tras ellas entró Teté visiblemente nerviosa con un montón de linos limpios para la princesa los que recibió Dolba con autoridad y se los entregó a su ayudante, luego se dirigió a la sobrepasada Teté, “Ve a la cocina y que preparen un caldo negro de ternera y sus interiores con todas sus hierbas …” La princesa ardía en fiebre y se encontraba bañada en sudor, en un estado de semi-inconsciencia en el que balbuceaba palabras ininteligibles mientras las mujeres que la asistían le enjugaban el rostro con paños fríos, logrando solo que brotara insistente vapor de la piel de Delia. La hija de Dolba comenzó a preparar una infusión contra la fiebre mientras que esta confirmaba el estado de salud de su paciente tocándole la frente, un vistazo de inquietud a su ayudante quien repartía los paños limpios fue suficiente para transmitirle la preocupación por la gravedad del estado de la princesa, la sentencia de la comadrona más experimentada de Rimos fue tan drástica que heló la sangre de todas quienes estaban ahí, “Si no salvamos a esta criatura, ambas morirán”

Cuando Arlín regresó al prostíbulo donde trabajaba venía agotada cargando un niño de tres años, mientras que tras ella la hermana de Nila, Aura, traía tirando de la mano a una niña de seis, ambos pequeños eran los hijos de esta última, la cual debió refugiarse con su madre porque su esposo se encontraba fuera de Cízarin en ese momento. Nila la abrazó fuertemente y saludó a sus sobrinos que apenas conocía. Aida llegaba en ese momento, saludó a su hija mayor con sorpresa y afecto, ella y las mujeres que trabajaban para ella habían transformado su establecimiento por completo retirando todas las cortinas, cojines y alfombras, dejando el piso y las murallas desnudas y toscas, cerraron todas las ventanas y las trancaron y luego reunieron todo lo necesario en una sola habitación de la planta alta donde se atrincherarían todas las mujeres durante la noche.

El hombre decidió moverse en el momento preciso y la flecha se le clavó en un costado, justo entre las costillas por detrás del brazo, se tiró al suelo para ocultarse y trató de detectar de donde o quien le había disparado, pero la vegetación en las afueras de Cízarin era abundante y así como lo ocultaba a él también ocultaba a su enemigo. Le dolía una barbaridad pero tal vez no era de mucha gravedad, con gran dificultad se la trató de quebrar para que no le estorbara lo que le provocó una nueva oleada de intenso dolor, la madera del astil no era la que normalmente se usaba en Cízarin, se trataba de un extranjero. Su caballo no estaba lejos, si podía llegar hasta él podría huir de regreso a la ciudad, aguzó el oído tanto como pudo pero no oyó nada que delatara a su atacante, iba a comenzar a arrastrarse cuando un relincho lejano pero vigoroso lo detuvo, otro caballo al parecer aun más lejano imitó el sonido del primero lo que preocupó de sobremanera al hombre, tal vez la vieja loca tenía razón y el ejército de Rimos ya llegaba, en tal caso necesitaba llegar a su caballo y sobrevivir o de nada serviría su descubrimiento. Comenzó a moverse agazapado, arrastrando la punta de su espada Pétalo de Laira que lo identificaba como un legítimo soldado de Cízarin aunque no llevaba armadura de ningún tipo, bajó una pequeña pero pronunciada pendiente de tierra dura y deshidratada en la que resbaló golpeándose en el trozo de madera clavado a su costado con lo que debió quedarse quieto unos segundos apretando los músculos de su cuerpo para contener el grito de dolor que por poco se le escapa. Su caballo no estaba lejos, ya lo podía ver atado al arbusto donde lo había dejado, era un sitio despejado y se enojó consigo mismo por tener que salir a campo abierto, notó el nerviosismo del animal lo que era un mal augurio, con gran esfuerzo y precaución el hombre se acercó a su caballo, con los ojos bien abiertos mirando en todas direcciones, lo tomó de las riendas y lo tranquilizó, todavía podía salir vivo de esta, levantó las mantas que cubrían la grupa del animal, bajo esta cargaba un par de jaulas pequeñas dentro de las cuales estaban apresadas un par de palomas en reducidos espacios que debían ser liberadas en el caso de que el soldado que las llevaba divisara al ejército enemigo aproximándose para que acusaran la dirección en la que este venía, tomó una y se la apretó contra el cuerpo con el brazo más débil debido a la flecha, el otro lo necesitaría para subir a su caballo.


Lamentablemente en este caso el hombre que el rey Nivardo había enviado delante de su tropa había sido más astuto, ya había visto al vigía y le había acertado una flecha en el costado, se acercaba sigiloso, divisó un caballo atado a un arbusto en una zona despejada y se alegró de que solo fuera uno, se aproximó aguzando los sentidos y evitando ser visto hasta unos metros del animal, este se puso nervioso al sentir su presencia, entonces vio salir al hombre herido por su flecha de entre los matorrales, preparó su arco, el herido miraba para todas partes asustado pero no hacia donde su verdugo le acechaba, este esperó a que el hombre subiera  a su caballo, haría un blanco más limpio y fácil. La flecha le entró por la sien derecha atravesándole el cerebro, el hombre ni siquiera gritó, estático como estaba se dejó caer de su caballo llegando al suelo de forma violenta pero ya muerto, ni siquiera se enteró de lo que había sucedido. Ranta emergió de la vegetación con precaución, era un hombre delgado y de baja estatura, no muy fuerte pero astuto y con una habilidad innata para el arco perfeccionada con los años. Revisó el aspecto del suelo, no habían rastros de otros hombres u otros caballos, dejaría ese animal atado en el paso del ejército para que fuera encontrado mientras él seguía su trabajo, pero antes debía borrar las huellas y ocultar el cadáver, por lo que volteó el cuerpo para poder arrastrarlo pero el vuelo de una paloma que por poco lo golpea en el rostro lo hizo soltarlo, el ave había quedado atrapada por el brazo del hombre que había muerto con los músculos contraídos y los nervios tensados y al verse liberada salió de improviso sorprendiendo al astuto Ranta, este soltó una patada de frustración sobre el cadáver, no le gustaba ser sorprendido así, “una paloma es solo una paloma si no lleva ningún mensaje” pensó, había quedado con la desagradable sensación de que había sido burlado y eso lo puso de mal genio, luego tomó el cuerpo y lo ocultó, debía seguir con su trabajo.


León Faras. 

sábado, 29 de marzo de 2014

Historia de un Amor.

VII.

En el trayecto Miranda le habló a la rata sobre el libro, sobre aquellas frases escritas aparentemente con su letra pero no por su puño, y sobre la hoja asombrosamente duplicada, el roedor parecía profundamente interesado, “… ¿se trata de un libro nuevo o viejo?”. Miranda ya divisaba el pozo de construcción firme pero antigua, con un pretil de angulosas rocas y un techo de tejas sostenido sobre dos gruesos pilares de piedra igualmente, una hermosa y llamativa enredadera de flores similares a las de la vainilla decoraba uno de los pilares casi hasta su cima. La muchacha se lo pensó unos segundos antes de responder “…pues por lo que parece es un libro que tiene algún tiempo de uso”, “¿no será que escribirás en ese libro en algún momento?” dijo la rata y bajó por el brazo de la muchacha hasta el pretil del pozo “pero lo que me preocupa no es lo que pueda escribir en un futuro, sino lo que ya está escrito en él” corrigió la muchacha, la rata señaló una cubeta para que la chica extrajera agua y mientras Miranda hacía su trabajo la rata le contó una historia, “Antiguamente, las mujeres recibían de manos de su marido un collar al momento de casarse, ese collar llevaba solo un adorno colgado que simbolizaba el compromiso, a medida que la mujer vivía su vida, se le iban agregando adornos correspondientes a los sucesos que vivía, nacimiento de los hijos, muerte de personas cercanas, traslados, tiempos de separación, todo quedaba reflejado en ese collar que la mujer cargaba hasta el día de su muerte y que luego se llevaba a la tumba…” la rata hizo un ademán de impaciencia para que la chica continuara subiendo la cubeta con agua del fondo del pozo y continuó con su historia, “…un día una muchacha encontró un collar en el suelo, este reflejaba toda una vida encima, al tratar de averiguar a quien pertenecía, no encontraron a nadie que hubiese perdido uno, obviamente pertenecía a alguien pero nadie supo a quien, entonces decidieron consultar a los ancianos, pues un collar como ese, con tantos años de uso no aparecía de la nada. Los ancianos dijeron que si el collar no pertenecía a ninguna de las mujeres casadas, ni vivas ni muertas, entonces debía pertenecer a la muchacha que lo había encontrado” Miranda tomó su cubeta llena de agua con ambas manos y comenzó a caminar con la rata sobre su hombro, iba confundida, no comprendía bien la moraleja de la historia “¿eso significa que la muchacha debió quedarse con el collar aunque no le perteneciera?” la rata se acomodó sentándose sujeta del cabello de la chica, “no, el collar sí le pertenecía y su vida completa sucedió tal como estaba reflejada en el collar” Miranda se detuvo en seco y se quedó observando un punto indeterminado del espacio mientras le hablaba secamente a la rata que llevaba en su hombro “¿Me estás diciendo que el libro ese dice cómo va a ser mi vida?” “Bueno… un libro y un collar no son lo mismo, pero a veces cuando se pregunta demasiado por el futuro, el futuro responde.”


Miranda llegó de vuelta al autobús abandonado donde Bruno ya se había acomodado sobre uno de los asientos que a esa hora eran acariciados por los cálidos rayos del sol de la tarde. La chica acomodó nuevamente la barra que haría de base para el balde apenas sujeta en uno de sus bordes para que el mínimo tirón del cordel la aflojara de uno de sus extremos y puso con mucho cuidado la cubeta llena de agua sobre esta, atada a la escotilla del techo, de esa manera solo caería el agua. La trampa que usaba la rata como precaución estaba lista nuevamente. “Bueno, ya me tengo que ir, muchas gracias por todo…” dijo la chica cordial y agregó mientras ya caminaba hacia la salida “…¡vamos Bruno!” pero este confundido no sabía que sucedía, se lanzó al suelo cuando vio que su ama ya bajaba del autobús y se largó solo haciendo una mueca de despedida a la rata que lo observaba desde uno de los asientos, afuera Miranda lo esperaba para cargarlo sobre su bolso, “¿qué sucedió?, ¿no se supone que debías hablar con Almendra?” la muchacha caminaba rápido y de muy buen humor “Ya lo hice Bruno, ya lo hice”.


León Faras. 

jueves, 27 de marzo de 2014

Simbiosis. Una Navidad para Estela.

III.

Cuando Ulises llegó a casa, encontró a su nieta Aurora siendo atendida por el doctor Rivera, la señora Alicia estaba ahí y le explicó lo sucedido mientras Edelmira se encargaba de los niños, “pues solo puedo recomendar reposo, todo está normal…” dijo el doctor, y continuó “…esta muchacha dará a luz muy pronto y debemos estar preparados. En cuanto rompa aguas deberán llamarme de inmediato.” El médico se quedó dando algunas recomendaciones sobre las precauciones que debían tomar tanto la señora Alicia como la propia Aurora, mientras el viejo Ulises salía del cuarto, en la sala encontró a Edelmira preocupada, esta preguntó por Aurora y el viejo por Estela, en ese momento se dieron cuenta de que no había señales de la muchacha, “…tal vez Alicia o el doctor le dieron algún encargo” fue la respuesta de Edelmira que conformó a ambos. En ese preciso momento Estela llegaba al sanatorio para saber cómo estaba su padre, lo encontró tendido y con la vista perdida en una ventana lejana, el hombre giró la cabeza por intuición y se sorprendió al ver a su hija parada ahí, no esperaba que volviera, se sentó en la cama y con tono severo le pidió que se acercara pero la chica no se movió, “solo quería saber cómo estás, ¿qué sucedió?…” dijo inexpresiva, “nada, un encontrón con un tipo que me tenía “sangre en el ojo”, pero el doctor dice que estaré bien, aunque tuve suerte, pudo ser peor” Estela continuaba parada bajo el umbral de la puerta, “¿Y mamá, no está contigo?” a Emilio le molestó que en su estado no despertara en su hija el temor que acostumbraba, temor que él interpretaba como respeto y autoridad paterna, pero no dijo nada de eso y solo se limitó a responder con tono agrio “Está con tu abuela y tu tía…” La madre de Estela no era buena para estar sola y Emilio no era bueno para acompañarla, eso lo sabían ambos. La llegada de una de las religiosas interrumpió la parca conversación, al enterarse de quien era la niña le acarició la cabeza con cariño “no te preocupes linda, tu papá estará contigo para Navidad…” y fue a atender a su paciente, cuando se volteó para decirle a la niña que debía cambiar las vendas, esta, ya no estaba.

Estela caminaba rápido, sentía angustia, su padre podía estar recuperado para Navidad y para eso solo faltaba una noche, tenía miedo que la obligara a irse con él. Cuando llegó a casa, Ulises ya había hablado con la señora Alicia sobre lo sucedido con Emilio, y esta ya sospechaba que la muchacha se hubiese encontrado con él cuando fue a buscar al doctor, cosa que Estela confirmó cuando le preguntaron. La señora Alicia mostró mucho más ansiedad y nerviosismo que la niña pero el viejo las tranquilizó a ambas, no le quitaría los ojos de encima mientras estuviera en la ciudad, luego tomó su bolso, su Virgen a medio terminar y se fue, “no quiero que andes sola por ahí, ¿me oíste?” le ordenó la mujer a Estela y esta asintió con la cabeza, luego ambas se fueron a ver como seguía Aurora.

Al día siguiente los preparativos para noche buena comenzaron temprano, tanto así que incluso Edelmira sorprendió a todo el mundo saliendo temprano en la mañana y completamente arreglada tirando de la mano al pequeño Alonso vestido igualmente de punta en blanco y perfectamente peinado, Bernarda y Estela ayudaban en la cocina mientras Aurora y el pequeño Miguel tomaban desayuno, Ulises había salido temprano, tenía esperanzas de vender alguna de sus figuras. La señora Alicia vio que Edelmira salía y quiso saber por qué no le daba desayuno al pequeño, “Hoy desayunaremos fuera, tenemos que ir por el obsequio para Alonso” dijo la mujer sonriendo, la señora Alicia se alarmó un poco “¿Pero no vas a arruinarle la sorpresa de mañana al niño…?” “Las sorpresas son para los niños que tienen padre” respondió Edelmira justo antes de cerrar la puerta, sin arruinar para nada su espléndido humor. Bernarda desde la cocina escuchó el comentario, y lo sintió fuerte, sus hijos no tenían padre ahora y su hija iba rumbo a ser madre soltera también, Edelmira ya había pasado por eso antes y sabía que la honestidad estaba por sobre la ilusión. Sin embargo, Bernarda ya le había comprado una pelota a su hijo, en Avemar siempre tenían una para jugar con su grupo de amigos y acá ya le echaba de menos. 

Ulises entraba a la cafetería de Octavio a desayunar, como siempre el negocio estaba abierto y listo para atender a su fiel clientela. Su dueño era un hombre consagrado a su trabajo, solitario, casi tímido fuera de lo estrictamente laboral. Había heredado el negocio y el hogar de su difunto padre, y de los que conservaba ambos casi en idéntico estado, tal como los recibió, sin mejoras ni remodelaciones. Ya se encontraba avanzado en lo que la gente llama la mediana edad y nunca se había casado debido a que se había pasado la vida manteniendo a flote su negocio, ocupándose de él todos los días y todo el día, asumiendo su vida de esa manera y nada más, Ulises le pidió un sándwich de ave y preguntó si se sabía algo sobre la recuperación de Emilio. En ese momento llegó Alamiro, siempre con su peinado impecable y sus anteojos de sol, se sentó y le hizo al camarero una “C” con los dedos pulgar e índice, venía malhumorado “¡Qué horror de fechas! ¡Entre mi mujer y mis hijas me van a dejar en la calle!” “esa es culpa tuya” le reprochó Octavio mientras le ponía enfrente una diminuta taza de café, y Ulises, que pensaba lo mismo agregó “Si siempre les has dado lo que te han pedido y ahora te quejas” Alamiro solo agachó la cabeza y estiro la trompa como en un doloroso beso a su café caliente “no sé de dónde voy a sacar el dinero…”

La señora Alicia y Estela llegaban al mercado, debían comprar algunas cosas para la cena de esa noche, un muchacho vestido como un colorido payaso vendía globos para los niños y Estela decidió comprar dos. En ese momento Bernarda cocinaba en casa cuando su hijo Miguel entró a la cocina muy acelerado, venía asustado, no podía hablar y solo levantaba un brazo tembloroso apuntando a la sala, cuando la mujer se asomó a mirar, vio un canasto de ropa esparramado en el piso y a su hija acurrucada en el suelo con las manos en la entrepierna de la que brotaba abundante líquido. El momento del parto había llegado y estaba sola, “¡ve por tu abuelo, corre!; ¡y que traigan al doctor, tu hermana va a tener un hijo!”, para Bernarda aquello no era algo que la asustara, ella misma había parido a su hija en casa de su madre, en el campo, alumbrada con velas y asistida solo por ancianas, solo esperaba que el niño viniera sin complicaciones. Miguelito salió disparado, por suerte encontró a Edelmira, porque su abuelo Ulises no estaba en el lugar donde siempre se ponía a trabajar. La mujer comprendió rápidamente la atropellada e inexacta información que el niño le daba y debió pensar rápido porque además de los niños cargaba con una enorme caja que era el regalo para su hijo, por lo que ordenó a Miguel que se volvieran rápidamente pero que tomara la mano de Alonso que era un poco más pequeño y no la soltara hasta que llegaran a casa, “¡Bendito niño que quiere llegar para Navidad!”dijo, para luego partir corriendo tan rápido como sus delicados zapatos y la aparatosa caja que cargaba se lo permitían a la cafetería de Octavio, era una mujer astuta y conocía bien al viejo Ulises.





León Faras.

lunes, 17 de marzo de 2014

Del otro lado.

XIV. 


Laura no llegó muy lejos en su huida, se derrumbó en una pequeña plazoleta cercana donde lloró y lloró hasta hartarse tirada en el suelo de tierra dura donde debía haber seguramente un lindo césped. Necesitaba desahogarse por la experiencia que había vivido pero también por la situación en la que estaba, en la que ella no podía ver a la gente pero esta seguía ahí, había visto nítidamente sus formas, las formas de sus cuerpos moldeadas en el denso humo, había visto pisadas sobre el suelo húmedo y huellas de sangre, incluso un cadáver, el lugar estaba lleno de gente pero esta era imperceptible a sus sentidos, “…como si fueran fantasmas, como si todo el mundo se hubiese vuelto fantasmal” pensó, y la idea la perturbó un poco al principio, pero luego tomó un sentido distinto, porque asumió con toda seriedad que la fantasma era ella, ella estaba muerta, por eso que el humo no le había afectado en lo más mínimo su respiración, por eso que el fuego la había abrasado sin provocarle daño, por eso que había podido moverse con total tranquilidad sin sentir el calor sofocante ni la asfixiante atmósfera. La muerta era ella, solo que todo esto era muy diferente de lo que se esperaba.

Ya más tranquila decidió regresar, el escenario no había cambiado demasiado, los camiones de bomberos seguían ahí, también la policía que al parecer habían normalizado el tránsito porque casi no habían vehículos particulares o de locomoción colectiva, pasó junto a una de las ambulancias, había una camilla dentro que llamó la atención de Laura pues tenía la marca de un cuerpo encima, un bulto invisible que dibujaba su silueta sobre el blando relleno de la camilla, sobre esta, la muchacha encontró cabello, era fino y cano, la chica se sentó en el interior del vehículo, en el suelo, entre los estrechos espacios de la ambulancia, había una billetera de cuero negra, Laura la abrió con cuidado y pudo ver una identificación, pertenecía a un hombre maduro llamado Alfonso Prieto, repitió el nombre en voz alta y luego mentalmente mientras cerraba los ojos y se dejaba caer lentamente hacia atrás hasta apoyar la cabeza en la pared, buscando imaginar aquel señor como si lo tuviera en frente, como si pudiera hablarle, como si pudiera verlo. Cuando abrió los ojos se llevó un buen susto que la hizo casi ponerse de pie si no fuera porque se encontraba dentro de una ambulancia, el señor Alfonso Prieto estaba ahí frente a ella, tirado sobre la camilla con la camisa abierta y el pecho desnudo, era el mismo hombre de la foto salvo porque no se había afeitado aquella mañana, era impresionante, sus ojos y su boca estaban entreabiertos y húmedos con lágrimas y saliva respectivamente, tenía el cabello revuelto, ya no se movía nada y Laura comprendió que se trataba de un cadáver, uno que acababa de morir, entonces la chica al parecer se le ocurrió algo, miró frenética en todas direcciones, se asomó fuera de la ambulancia, salió de ella y se dio toda una vuelta echando un vistazo a su alrededor, miró al cielo incluso pero no vio el espíritu de aquel hombre en ninguna parte a pesar de que ella era una muerta y ese hombre acababa de morir. Incluso los muertos estaban fuera de su alcance.


Laura se alejó caminando, no volvió a mirar pero el cuerpo de aquel hombre ya no estaba y los paramédicos trabajaban con una nueva camilla y una nueva persona que aun podía ser salvada. La vida se desarrollaba con la normalidad de siempre en el mundo de los vivos mientras la muchacha sumaba rarezas a su existencia, las personas solo se le hacían visibles cuando se volvían cadáveres, lo muerto era lo único visible para un muerto como ella. Estaba lejos de su casa, el bus que la había llevado hasta allí ya no estaba, pero nada de eso importaba realmente, no sentiría hambre, ni frío, ni se expondría a ningún peligro nunca más. Caminó durante un buen rato, le servía para pensar, analizar y comprender su nuevo entorno, su nueva realidad. Se entretuvo mirando y descubriendo los residuos que la vida dejaba, las marcas, las huellas, la basura, caminó por el medio de la calle sin ningún apuro haciendo uso de su privilegio como ente invisible e inmaterial hasta que de pronto se detuvo, había llegado frente a una iglesia, una iglesia alta e imponente apostada en una esquina del centro de la ciudad, nunca había entrado en ella, nunca había sido una persona cercana a la fe ni se había sentido creyente, un poco simpatizante tal vez, respetuosa pero indiferente. Ahora Dios se había olvidado de ella, no pertenecía ni al mundo de los vivos ni al de los muertos, se preguntó si su situación actual sería consecuencia de su falta de fe, si acaso los no-creyentes se quedaban una eternidad vagando en soledad, si habían más como ella o era la única. Entró a la iglesia y tal como esperaba no encontró nada distinto, el mismo silencio y soledad, la misma ausencia de todo. Se sentó con timidez en uno de los asientos más cercanos a la entrada, se preguntó si eso sería el limbo del que alguna vez le hablaron. Subió los pies arriba del asiento y se acurrucó, ya no quería caminar más.


León Faras. 

viernes, 14 de marzo de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

VII.


El aparataje que se armó para mover a la bestia de la enorme plataforma donde venía y dejarla inmovilizada en el patio interior del castillo que pertenecía al semi-demonio permitió a Lorna pasar desapercibida, ingresar al castillo y ocultarse de todos, o mejor dicho de casi todos, porque el enano de rocas aun le seguía, lo vio acercarse por la orilla de los muros hasta los establos rodando tímidamente sin levantar ninguna sospecha y volviéndose un montón de piedras cada vez que alguien aparecía de improviso, Lorna estaba realmente sorprendida, no solo por la habilidad del enano para no ser visto, sino que también por su extraña lealtad para con ella, tanta como para regresar tras ella después de haber huido del castillo. Entender a un enano de rocas era algo que estaba definitivamente fuera de su alcance por lo que sus razones seguirían siendo un misterio para ella, de todas maneras no podía preocuparse de él, debía ocultarse, esperar la noche y luego buscar esas joyas para que el espíritu de Dágaro pudiera tomar un cuerpo físico y se hiciera cargo del despreciable Rávaro.

El bosque se fue volviendo cada vez más tupido a medida que la bestia se internaba, avanzaba casi al trote y parecía conocer muy bien el camino por donde su gran tamaño pasaba sin problemas entre los árboles. El suelo estaba tapizado de hojas secas y las enredaderas ascendían por los troncos de los gigantescos árboles para no ser sofocadas por estos. La bestia se detuvo junto a uno de estos árboles enormes y acercó con cuidado uno de sus hombros a una escalera que comenzaba en la altura a enroscarse por el tronco, en ese momento, la enana que gobernaba a la bestia extrajo un cuchillo de su cinturón y tomó a la Criatura por el cabello, el Místico se alarmó y quiso intervenir, pero la enana solo cortó un mechón de pelo y luego descendió campante de su enorme y peluda cabalgadura hasta la escalera que le quedaba a un paso, ató a la bestia con una cuerda ridículamente pequeña a una rama ridículamente débil también como si de un pequeño cachorrito se tratara, y luego, sin decir palabra, subió por la escalera hasta perderse de vista tras el tronco del árbol. El Místico y la Criatura se quedaron ahí, expectantes y desinformados, sin saber bien donde estaban o qué hacer, en eso un agujero se abrió de lo que parecía ser una estructura construida en el espacio entre el follaje de dos o tres árboles, del agujero se asomó una mujer, muy diferente a la enana que habían conocido y los llamó con un leve dejo de sarcasmo, como si ya se conocieran y se esperaban. La Criatura aceptó la invitación de inmediato y el Místico le siguió con precaución.


La escalera giraba por el tronco hasta toparse con una puerta que los esperaba abierta hacia afuera porque luego de la puerta la escalera continuaba algunos escalones más hasta llegar a una habitación de tosca estructura pero increíblemente acogedora y cálida, estaba iluminada por rayos de sol que cruzaban la sala de un lado a otro, mariposas entraban y salían por los mismos agujeros, junto con algunos brotes tiernos, había un escritorio con su silla, también varios asientos y una hornilla de piedras con su correspondiente chimenea para cocinar, pero lo más evidente era que en todas partes había una multitud de jaulas colgadas de distintas formas y tamaños, tubulares, cuadradas, alargadas y hasta esféricas, y al fondo se podía ver una nueva escalera la que subía a una planta alta. Al entrar el Místico y la Criatura, la enana barría el piso canturreando de forma acelerada, casi nerviosa, al verlos se sorprendió pero luego se entusiasmó de forma incomprensible y feliz soltó la escoba para ir, según dijo, a preparar té para los invitados, era la misma enana que había cabalgado una bestia con ellos hasta allí pero se comportaba como una ama de casa hacendosa y emocionada de recibir las desconocidas visitas de su marido y es que ella, no tenía recuerdo de haber visto alguna vez a los recién llegados porque había actuado completamente bajo el dominio de su querida ama, Rodana, la hechicera de las jaulas. Esta estaba sentada al fondo de la habitación pero se puso de pie de inmediato con una sonrisa suave, era una mujer de mediana edad, de aspecto austero pero de modales refinados, miró al Místico, un colega se podría decir y luego a la Criatura, no era común ese tipo de visitas y se preguntaba porque una pareja tan singular vagaba por su bosque. El Místico se apresuró a advertirle sobre la letalidad de la mirada de la criatura pero Rodana lo tranquilizó, no solo ya lo sabía desde que los encontró junto a los Grelos, sino que desde antes que entraran, ella había puesto el mechón de pelo de la Criatura dentro de una de sus jaulas, de forma que su hechizo ya estaba sobre ella y la gobernaba, tanto a la Criatura como a su letalidad, de la misma forma que lo hacía con la bestia que mansa aguardaba afuera y como lo había hecho con Dendé, su muy querida y leal sirvienta, la cual llegaba en ese momento con una bandeja con varias tazas de té, uno de los mejores té que existían, por cierto, para acompañar la muy amena plática que se avecinaba. 



León Faras.

martes, 11 de marzo de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

II.

El día aclaró como todas las mañanas pero el sol no se vio, Cornelio salió de su oficina, metió una mano dentro de su abrigo y sacó unos bonitos anteojos de marcos brillantes de metal y cristales redondos color café oscuro que usaba siempre durante el día y vio satisfecho como habían dejado la tarima que usaban como escenario armada enfrente de uno de los acoplados de los camiones que a su vez funcionaba como camerino de las atracciones del circo, también la gruesa cortina de sucio grana que funcionaba como telón y los vistosos carteles con morbosos y llamativos anuncios, todo instalado durante la noche. Morris consultó su reloj de bolsillo y luego contempló por algunos segundos un añoso árbol de tronco atormentado totalmente desnudo de hojas y se preguntó si estaría muerto o solo invernando, luego miró hacia el horizonte y sonrió, era un buen día para trabajar. Uno de los hombres afinaba los últimos detalles para tener listas las jaulas, las cuales no eran en absoluto necesarias, pero lo que la gente pagaba, fácilmente se duplicaba solo por poner barrotes entre ellos y las atracciones, el público se impresionaba mucho más y eso era en el fondo lo que buscaban y por lo que pagaban, Horacio Von Hagen era un hombre cuyo cabello rojizo claro cubría todo su cuerpo incluyendo la totalidad de su rostro, como si de un raro simio escandinavo se tratara, con la sola excepción de las palmas de las manos y las plantas de los pies, usaba solo un pantalón de tela de color marrón oscuro en ese momento lo que alarmó a Cornelio “¡Ponte una camisa!, no quiero que la gente te vea así fuera de la jaula”, se trataba de un hombre tímido, nervioso y de poco carácter, por lo que se apresuró en cumplir la orden como si temiera recibir un castigo, luego continuó con su trabajo, poniendo el letrero de su propia jaula. Antes de irse, Morris preguntó por el recién llegado, la voz de Horacio sonaba trémula, “Al parecer Román se está encargando de él ahora.” Román Ibáñez Salamanca era el pomposo y desproporcionado nombre para un hombre que no llegaba al metro de altura, un enano pernicioso y malhumorado, encargado de Mustafá, el inquietante autómata arábigo tras la jaula de cristal que por una moneda despertaba para responder cualquier pregunta que se le formulara.

La pequeña Sofía se encontraba de pie frente a una jaula en cuyo interior un hombre sin camisa devoraba con apetito un periódico como si se tratara de carne seca, la niña estaba perfectamente habituada a ver cosas extrañas en el circo y lo hacía como cualquier niño, con naturalidad y sin prejuicios pero se había detenido porque no conocía a aquel hombre, nunca lo había visto, pero sobre todo por ese inhabitual apetito para comer desperdicios que el hombre exhibía, en su espacio había varios y parecía acabar con ellos rápidamente, Braulio echó un vistazo a la niña y se quedó prendado de la compasión con que era observado, hasta ese momento no estaba consciente de que despertara ese tipo de sentimiento en la gente, por un minuto notó lo que estaba haciendo, se dio cuenta de que llevaba largo rato comiendo basura y que su boca estaba llena de ella, se metió los dedos dentro de la boca y extrajo una bola baboseada y triturada de papel de periódico que miró incrédulo, sintió asco de sí mismo y volvió la vista a la niña pero ya no estaba ahí, en su lugar había aparecido Cornelio Morris que se pegó a los barrotes con una sonrisa forzada y con pocas palabras convenció al pobre Braulio de que volviera a meterse la bola de papel en la boca y continuara comiendo, en eso había llegado el pequeño Román cargando trabajosamente una bolsa con más desperdicios que había estado recolectando, “¿Dónde estabas?” le preguntó su jefe, mientras tomaba a la pequeña Sofía por los hombros y se la llevaba de ahí “Buscando comida para tu nueva atracción… no ha dejado de comer desde que lo trajeron” Román hablaba con una mueca extraña en la boca, como si sintiera desprecio por todo el mundo, Morris dejó a la niña esperando unos metros alejada y regresó “Déjalo ya y encárgate de lo tuyo, se supone que la gente llegará pronto y deberá pagar por alimentarlo…” Luego anunció que como siempre se haría cargo de la boletería mientras se retiraba llevando tomada cariñosamente de la mano a la pequeña Sofía y le contaba una aparatosa historia que inventaba en el momento, “…Ese hombre es un “Cometodo” debes tener cuidado porque puede comer cualquier cosa, viene de un lejano país donde todos son así…”; “¿hasta los niños?” preguntó la pequeña convencida  “Sí, aseguró Cornelio, incluso los niños…”


“El asombroso caso del hombre-simio domesticado” rezaba el cartel que Von Hagen acababa de instalar sobre la jaula que él mismo debía ocupar, lo miraba y lo veía ya como algo rutinario, ese era el nombre con el que se presentaba al público, ya casi no le provocaba esa sensación desagradable de un principio, esa vergüenza, hasta sentía cierto placer por el asombro de la gente cuando él terminaba su acto hablando, muchos se quedaban con la boca abierta porque esperaban más al simio que al hombre. Ya todo estaba listo para recibir al público y él debía prepararse, pero en ese momento fue cuando vio algo que brilló en el suelo, un fragmento de algo metálico y redondo semi-cubierto por el abundante polvo, Horacio reconoció lo que era y se puso nervioso de inmediato, la adrenalina le hizo temblar las manos y su respiración se aceleró, miró en todas direcciones acusando su estado y sin saber qué hacer, quiso meterse a su jaula pero no podía dejar aquello ahí, era una moneda, dinero, estaba ahí de antes que ellos llegaran y nadie en el circo podía tener dinero a excepción de Cornelio Morris, si le sorprendía una moneda lo castigaría, si la dejaba ahí alguien más la podía usar, era una encrucijada terrible para una personalidad débil como la de Von Hagen, pero por otro lado, se trataba de una oportunidad de oro para sus ilusorias intenciones con Lidia, la indiscutida atracción más importante del circo, la que siempre estaba oculta y que solo era anunciada como “La criatura más asombrosa que sus ojos verán nunca”.


León Faras.  

sábado, 8 de marzo de 2014

El último vuelo.

Se levantó de la silla, y fue nuevamente a preguntar. Obtuvo, por décimo cuarta vez la misma respuesta, “Su nombre no está en la lista, señorita, lamentablemente no la puedo dejar pasar” Para Maite aquello era el colmo del mal servicio, ¿Cuánto tiempo más la tendrían esperando ahí? Ni siquiera estaba segura de donde estaba, seguramente una escala no programada, porque ese no era el aeropuerto de Santiago, no era ninguno de los aeropuertos de Latinoamérica que ella conocía más que bien. Más encima el único funcionario era un señor nonagenario que solo se limitaba a tranquilizarla y a consultar su libro, ¿pero en qué país estaría que no tenían ni siquiera computadores? Se sentía muy nerviosa, y esa angustia siempre le descompensaba el organismo, ahora necesitaba un baño, ya no aguantaba más y lamentablemente no conseguía una sola respuesta coherente del señor tras el mesoncito, Maite volvió a acercársele, esta vez dispuesta a darle lástima si era necesario para sensibilizarlo y lograr por lo menos alguna información útil para saber donde estaba y como salía de ahí, “Señor, por favor, si no puede dejarme ir ni darme información alguna, ¿podría usted comunicarse con alguien que pueda, con algún superior suyo, tal vez? Mis pies están congelados, mi nariz paspada por completo, no me he cambiado la ropa en no sé cuantos días y necesito un baño urgentemente, además no puedo dormir ahí, sería como recordar mi pobre infancia, pobre no porque no tuviéramos dinero, sino porque soy la menor de nueve hermanas muy insensibles”, el hombre de edad bastante avanzada, calvo y de generosa barba le miró con infinita paciencia, tolerancia mejor dicho, por sobre sus diminutas gafas… “Señorita, si su nombre no está en la lista no puede salir de aquí, pero no se preocupe, pronto solucionaremos su problema, sea paciente…” pero Maite ya no quería ser paciente y casi se subió sobre el mesón para reclamar y ser escuchada “… ¿paciente? Mire señor, llevo sentada ahí más de diez horas, muchos que han llegado se han ido o los ha dejado pasar y a mí aún me mantiene esperando, ¿qué es lo que pasa?...y además, yo viajaba con 17 deportistas, llevaban una identificación y estaban acompañados de personal técnico, dígame, ¿Dónde están todos ellos?, ¿Porque solo yo estoy retenida en esta terminal?…” Entonces San Pedro le contestó ya decidido a terminar con el asunto “Ellos sobrevivieron hija mía… ellos sobrevivieron…”


 León Faras.

viernes, 7 de marzo de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XI.

En un claro del bosque de Rimos y rodeado de la multitud de árboles secos que sin explicación se acumulan cerca del santuario de Mermes, los criados prepararon la comida para el ahora, ejército de los inmortales, cerdo, cordero y vino, pero este último cuidadosamente racionado, pues las consecuencias de la dosis de alcohol pasaban rápidamente del valor a la estupidez y alguien como el rey Nivardo no permitiría eso, aunque también sabía que no había hombre que no fuera a la batalla ligeramente embriagado. Los hombres comieron con apetito pero sin la batahola y el buen humor que acostumbraban, la ceguera de su comandante los había calado profundamente y lo observaban desde lejos, compadeciendo su dolor y frustración pero sobre todo su deshonra, Ovardo se sentía en ese momento destruido para el resto de su vida, humillado y despojado de todo lo que era. Desde donde estaban, Emmer y Sinaro lo observaban con profunda seriedad y respeto, ninguno se acercaría pues sería como remarcar la dolorosa caída de su amigo y comandante. Un poco más allá, el gigante Abaragar observaba a su príncipe con indignación mientras masticaba un enorme trozo de carne, había conocido hombres en situaciones mucho peores que habían luchado feroces hasta triunfar o morir, sin haberse rendido jamás de esta manera. A su lado, su pequeña hermana Nazli, la única mujer del grupo, comía en silencio con la vista en el fuego, nunca se metía en los asuntos de los demás, pues había sudado sangre defendiendo que nadie tenía derecho de meterse en sus asuntos, junto a ella, Gabos, el soldado Rimoriano de más edad, había dejado de lado la comida y la bebida, le dolía sinceramente ver al príncipe Ovardo así, todos sabían que no podría hacer nada de lo que estaba destinado, que no volvería a luchar en una batalla ni a gobernar su reino, además no había consuelo disponible para un hombre que a los ojos de todo el mundo estaba realmente muerto en vida, y de esa manera se le trataba, como a un muerto cuya pérdida se llora en silencio y sin lágrimas, lo irónico, era que se trataba de un hombre ahora inmortal.

Cuando el rey Nivardo consideró que ya había llegado el momento, formó a sus hombres y los preparó para marchar ignorando por completo la lamentable figura de su hijo, solo le pidió a Serna que junto con los criados le ayudaran a volver de vuelta a Rimos, “Ni siquiera eso podrá hacer solo” dijo mientras se subía a su caballo, luego le hizo una seña a un hombre junto a él para que anunciara con su cuerno que la marcha se iniciaba, y el ejército de quinientos inmortales se alejó en silencio. Ovardo escuchó el sonido de los cascos de los caballos hasta que desaparecieron, apretando puños y dientes soportó hasta donde su dignidad pudo y luego lo desató todo en un grito desgarrador que inquietó a algunos de los caballos que marchaban tanto como a sus jinetes a pesar de la distancia que ya habían recorrido, luego de eternos segundos el grito se extinguió cuando se vaciaron por completo los pulmones de los que luego brotó llanto, tanto o más doloroso que el alarido que lo precedió, doblegando físicamente a un hombre adulto y fuerte hasta caer al suelo, acurrucado como un niño pequeño, incapaz de controlarse. Para los criados aquella era una escena que no podían creer, esa criatura patética no podía ser Ovardo Hidaza príncipe de Rimos, incluso Serna se compadecía viendo con piedad la derrota tan estrepitosa de un hombre joven y poderoso. Movilizó a los criados para que organizaran todo en silencio y luego montado en su caballo eligió a uno de ellos al azar para que se quedara y acompañara al príncipe de vuelta a casa cuando estuviera en condiciones. El criado era solo un muchacho y se llamaba Cal Desci.


Cízarin no era una ciudad preparada para resistir un ataque, no tenía muros, ni atalayas, ni fortificaciones de ningún tipo, pero tenía kilómetros de campo, un otero solitario y casi vertical y una ciudad intrincada de edificios bajos, sólidos y calles angostas, era una ciudad difícil de defender lo que generó la duda del general Rodas, pero Zaida pensaba diferente “No vamos a defender la ciudad general, la ciudad nos defenderá a nosotros…” iban a usarla para ocultarse, para preparar emboscadas, para confundir al enemigo, agotarlo y acabar con él en forma paulatina y organizada “…no le daremos la cara al enemigo, no queremos medir fuerzas con él, sino eliminarlo. Usaremos grupos pequeños, que se releven constantemente y que ataquen de distintos francos, los debilitaremos, los dividiremos y los acabaremos general” Rodas no era un hombre acostumbrado a este tipo de enfrentamientos más digno de grupos populares e irregulares, lo suyo era comandar a su ejército a la batalla y enfrentarse de igual a igual con el enemigo, pero este no era el caso, pues el enemigo pretendía tomar ventaja atacando de improviso y eso no era justo ni honorable, por lo que la estrategia que Zaida le proponía se le hacía sumamente interesante “…el rumor del ataque ya debe estar más que diseminado por la población, ¿Ha sido abundante la deserción?”, Rodas respondió con gravedad, “Según los informes que he recibido, solo algunas pocas familias han salido de la ciudad, el grueso está aquí aun” Zaida meneó la cabeza asintiendo “Quiero que los que decidan irse, que lo hagan ya, no quiero que luego nos arruinen la sorpresa. Los que se queden, que sepan que deberán pelear, defender sus casas o cuidar de los heridos” El general Rodas hizo una pequeña reverencia con su cabeza “Cómo usted ordene mi señora” y se retiró.



León Faras. 

martes, 4 de marzo de 2014

Historia de un amor.

VI.

La visita a la librería de Eulogio no dio ningún resultado, el viejo solo aseguró que él vendía libros impresos, que jamás había visto en su vida aquel libro que la Chica le enseñaba y que nadie nunca había preguntado en su negocio por un libro sin nombre y sin autor. Miranda dio las gracias solo por cortesía y se marchó, Bruno viajaba sobre su bolso y había presenciado la agria escena “¡Bah! Ese viejo está cada día más gruñón. ¿Y si visitamos a Almendra? Ella es muy conocedora” Visitar a Almendra era algo que ni siquiera había pasado por la cabeza de la muchacha, le parecía una medida un poco extrema, exagerada, no se trataba de un tema demasiado relevante como para ir a molestar a una sabia, pero el gato insistió, un libro perdido no es tema para molestar a alguien como Almendra, eso lo sabía, pero aquello de la hoja del conjuro era a lo menos curioso, y que su letra apareciera en más de una ocasión dentro de un libro en el que no has escrito nunca, era más que interesante. Eso era verdad, pensó la muchacha, había cosas que sí merecían la opinión de una experta y tal vez no sería una molestia a final de cuentas, Almendra era una criatura bastante amable, que no desdeñaba ayudar cuando podía, seguramente los pondría en el camino correcto.

Yendo en dirección contraria al Jacarandá y cruzando un trozo considerable del pueblo, pasando junto a la iglesia y doblando antes de llegar al mercado, bajando hasta el largo y sombreado camino de tierra, franqueado por una verja eterna por un lado y moras, álamos y sauces por el otro, hasta la curva que enfila rumbo a las montañas, desde donde ya se puede ver el solitario y aromático boldo a cuya sombra descansa el viejo autobús abandonado, pintado de un blanco y celeste que ya se acercan más a distintos tonos de gris, de bordes redondeados en toda su carrocería y con dos de sus llantas menos reemplazadas por un trozo de tronco de árbol y una pila de ladrillos, lentamente colonizado por la naturaleza y en vías de ser absorbido por esta. Allí vivía Almendra, como toda sabia verdadera, de forma austera y solitaria. Dicen que alguna vez fue humana, que tuvo nombre y vida de humana, pero de eso ya hace mucho, en su larga vida a utilizado muchos cuerpos que la naturaleza le ha brindado, ha recorrido el océano, ha volado, ha vivido en árboles y bajo la tierra, ha comido seres vivos y ha sido alimento, el círculo que cada uno hace en su vida ella lo ha completado varias veces y de muchas formas distintas.

Cuando la muchacha y el gato llegaron era ya media tarde, parecía estar todo vacío y en silencio. Miranda se agachó hasta el suelo para echar un ojo bajo el autobús y luego le dio la vuelta por detrás mientras Bruno subía a mirar que encontraba en el interior. Al cabo de unos minutos un grito ahogado del gato alertó a la muchacha, cuando subió, encontró una versión tragicómica de su amigo, quien estaba totalmente empapado con todo lo que eso significaba para un felino que realmente odia el agua, había caído en una trampa de finos cordeles que dejaron caer una cubeta de agua sobre él por acercarse demasiado sin comunicar sus intenciones. Una gran rata parda lo observaba desde lo alto del respaldo de uno de los pocos asientos sobrevivientes parada con sus brazos colgando delante como si fuera una suricata, al ver a la muchacha, preguntó con una suave voz femenina “¿El felino viene contigo?” “¿Tú qué crees espabilada…?” respondió Bruno absolutamente cabreado por estar mojado hasta los bigotes, Miranda, divertida, lo elevó del suelo y lo dejó sobre un asiento del otro lado del pasillo, con cuidado, como si apestara o como si temiera mojarse los zapatos, “Él es Bruno, y sí, viene conmigo…” La rata se dejó caer donde estaba separando las piernas y posando las manos como si montara un caballo, “Pues, podrían haber llamado antes de entrar con un gato aquí, debo tener ciertas precauciones para mi seguridad y la de las otras criaturas”, “tienes razón, pero es que buscábamos a alguien…” Dijo la chica e hizo una mueca al ver a Bruno lamiéndose sin pudores todo su cuerpo para secarse, este levantó la cabeza, “No esperábamos encontrar ratas parlanchinas y sus juguetes” y volvió a contornearse para seguir con su labor, el roedor pareció indignado, “¿Mi juguete? ¿Tienes alguna idea de cuánto me tardé en llenar esa cubeta de agua?” La cabeza del gato emergió del fondo de su cuerpo al desenrollarse con una expresión de desagrado cubierto por amargo sarcasmo “¿y esperas que me sienta halagado por todo tu trabajo invertido en dejarme cubierto de… de… de dónde sacaste esta agua?” la rata se puso de pie lista para irse “¡Pues deberías agradecer que esta vez solo era agua!” y se lanzó del respaldo hacia el asiento para tirarse al piso cuando Miranda la detuvo “¡Espera! ¿Tú eres Almendra?” la rata se detuvo con aires de impotencia, como si no pudiera dejar sin respuesta esa pregunta en particular “Ah, sí, ya había olvidado que habían llegado aquí buscando a alguien… no, yo no soy Almendra, ella llegará pronto, pero mientras esperas tal vez podrías ayudarme con esa cubeta, cerca de aquí hay un pozo” La rata se encaramó sobre un hombro de la muchacha y le mostró el camino, Bruno prefirió quedarse, no sería de gran ayuda y además aun no terminaba su aseo “si ves a alguien, se cortés” le recomendó la rata antes de irse y luego le cuchicheó a Miranda “¡Gatos!, todos son iguales…y dime, ¿cuál era esa pregunta que traías?, tal vez pueda ayudarte.”




León Faras.