miércoles, 30 de abril de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XIII.

A un lado de la ciudad y pegado al otero de Cízarin, se encontraba el cuartel del ejército, una construcción amplia y austera pero bastante sólida, en él estaba la armería, las caballerizas, las instalaciones donde habitaban las tropas y las canchas de entrenamiento. Pegado al enorme cerro se encontraban los cuatro torreones unidos entre sí por puentes techados, donde se almacenaban las armas, las armaduras y todo tipo de pertrechos usados por los soldados durante sus campañas, era ahí donde el ajetreo se concentraba, casi mil hombres se preparaban para luchar. Los palomares estaban ubicados en la cima de los torreones, en ese momento, la atención estaba puesta sobre los centinelas que habían sido enviados a husmear los alrededores en busca de alguna señal o atisbo del ejército enemigo, cada uno de ellos llevaba un par de palomas con una cinta atada a su pata cuyo color y diseño identificaba la zona que debía explorar el jinete. Una paloma llegó aquella tarde y de inmediato fue revisada. Pocos minutos más tarde un mensajero llegaba donde Zaida y el general Rodas se encontraban, este último recibió la información, “El jinete soltó el ave desde el Suroeste…es la primera y única que ha regresado” La anciana mujer contemplaba el oeste en ese momento, los cerros y montañas donde Rimos estaba acunado eran perfectamente visibles desde allí, “hay que interrogar al jinete apenas regrese, necesitamos saber exactamente lo que vio…” El general Rodas asintió con gravedad, luego vino un pequeño diálogo para cerciorarse de que las tropas estuvieran preparadas y posicionadas como habían acordado y que los campos fueran anegados de barro como los necesitaban, el general nuevamente asintió con gravedad “Todo se está llevando a cabo según sus órdenes” Zaida agradeció y le permitió retirarse al general, pero cuando este se iba la vieja recordó una nueva orden, “General… que nadie más abandone la ciudad.”

Al retirarse el general Rodas, llegó Rianzo adonde Zaida se encontraba, se veía serio pero sereno “Dicen que el ejército enemigo ya se aproxima…” “Hasta ahora solo una paloma ha regresado de los doce centinelas que enviamos, solo falta que el jinete confirme la información pero… aun no vuelve” informó la vieja volteándose a mirar a su nieto, le sorprendió ver de pronto en él tanta gravedad, en su actitud, en su mirada “… pero tampoco ha llegado ningún ave con la cinta blanca ¿verdad?” La cinta blanca para los soldados de Cízarin era la cinta del error, una paloma con esa cinta anunciaba que el mensaje anterior era falso o accidental, cada centinela llevaba al menos una de ellas, Zaida negó con la cabeza, Rianzo continuó con la misma templanza de un principio  “Espero que tengas algún puesto disponible para mí, me pondré a tu disposición para la batalla, pero antes hay algo que debo hacer…” Terminando de decir esto ya se retiraba, pero su hermano, que llegaba en ese momento acompañado de algunos de sus inútiles consejeros  escuchó las últimas palabras y preguntó con cierto tono de agrio sarcasmo “¿Y qué es aquello tan importante que debes hacer?” Rianzo respondió sin titubeos “poner a salvo a Brelio, mi hijo” Siandro rió de forma fingida y burlesca “¿A Brelio? Una cría bastarda engendrada en una mujerzuela… Eso no es un hijo” Zaida lo miró con odio, Rianzo ni se inmutó “Al menos uno de nosotros debe preocuparse de engendrar en este reino hermanito, y tú no nos das demasiadas esperanzas de un heredero…” dicho esto se retiró bajo la mirada de desprecio de su hermano, este se volteó para descargar su disgusto con Zaida, pero esta también se había retirado, satisfecha por la respuesta de Rianzo, el que de pronto se había convertido en su nieto favorito, y dejando a Siandro solo con sus acompañantes.


Cal Desci permaneció largo rato sentado sobre una piedra, contemplando al príncipe de Rimos sin saber qué hacer, este estaba tirado en el suelo, acurrucado dando incontenibles sollozos que tenían su rostro penosamente cubierto de tierra, saliva y mocos, pero sin una sola lágrima brotada de sus ojos muertos. Prefería mil veces haberse ido de regreso con los otros criados o más aun, con el ejército de Rimos, que tener que quedarse ahí, contemplando una figura tan patética que no le provocaba ni pena ni compasión, sino solo vergüenza y rechazo. Lo que sí le causaba pena, era saber que aquella figura pertenecía a Ovardo, príncipe de Rimos, a quien antes servía con gusto, respetaba sin esfuerzo y admiraba con humildad, era una persona que merecía ser príncipe y rey porque era bueno con los que no eran nada en esta vida, porque era justo, valiente y querido. Sin embargo ahora estaba reducido a nada, abandonado por todos y solo acompañado por un muchacho que de todas maneras no quería estar ahí. Cal Desci no se atrevía a hacer nada ni decir nada, con seguridad Ovardo no tenía idea de su existencia, y no pensaba en tomar ninguna iniciativa por su cuenta, el tiempo pasaba y el príncipe seguía en el mismo lugar y en las mismas condiciones en que lo habían dejado y sin ninguna señal de recuperación. La situación para el muchacho era desastrosa, no podía irse y llegar solo, seguramente lo colgarían si abandonaba también al príncipe, y tampoco podía simplemente tomarlo y llevárselo, el muchacho se puso de pie, dudó y se volvió a sentar, entonces sintió un sonido, algo o alguien se acercaba desde la profundidad del bosque, un perro enorme llegó al trote y se detuvo a olfatear el cuerpo de Ovardo, tres más de diferentes portes que le seguían a corta distancia, llegaron y le imitaron, Cal Desci se puso de pie asustado, explicar que el príncipe había sido devorado por perros era aún peor, aunque realmente la peor situación era que los perros decidieran devorarlo a él, trató de espantarlos tímidamente pero sin resultados, uno de los perros le ladró y eso bastó para que el muchacho desistiera inmediatamente, entonces un silbido hizo que los animales dejaran en paz al príncipe y se fueran, luego de unos segundos regresaron pero esta vez venían acompañados de dos hombres, uno viejo y el otro más viejo que tiraban de un asno cargado de trampas, pieles y animales sin vida. Tenían un aspecto terrible y olían peor que el asno, ambos se detuvieron ante el cuerpo de Ovardo, se miraron entre sí sin entender mucho y luego a Cal Desci, quien aun no podía saber si  la situación mejoraba o se estaba volviendo cada vez peor.  


León Faras.

martes, 29 de abril de 2014

Historia de un amor.

VIII.

“¿Y qué fue lo que te dijo esa rata finalmente?” Bruno viajaba cómodamente instalado sobre el bolso de Miranda como siempre, esta llevaba el libro negro sin título sujeto contra su cuerpo, “creo que lo que me quiso decir es que este libro es mío…” El gato la miró con suspicacia y poco convencimiento, “bueno, es tuyo ahora porque no encuentras a quien pertenece, ¿no?” El camino de tierra continuaba y debían desviarse hacia la pronunciada pendiente que ingresaba de vuelta al pueblo, “no, al parecer el libro siempre ha sido mío…” la chica dudó un poco y agregó “…o lo será en algún momento” Bruno hizo un gesto de aburrimiento “o sea que te lo vas a quedar y ya no vamos a buscar al tipo que lo olvidó” “¡es que nadie lo olvidó! Te digo que es mío” Miranda continuó su camino, al pasar junto al mercado compró en uno de los puestos exteriores una deliciosa y humeante tortilla que compartió con su compañero felino, este aún no estaba convencido y quiso continuar con la conversación, Miranda lo miró arrugando la nariz “¡trágate eso antes de hablar, gato maleducado!” Bruno, con la boca llena de tortilla, debió hacer un buen esfuerzo para masticar rápido y tragar para poder hablar “¿no habrás sido engañada por esa rata?” La muchacha frunció el ceño “¿qué quieres decir? la idea de consultar a Almendra, fue tuya” el gato ya tenía preparada su respuesta “¿pero cómo sabes que esa rata era realmente Almendra? A mí no me pareció para nada sabia…” Caminaban en ese momento por la pequeña y a esa hora, escasamente concurrida plazoleta del pueblo, un amplio círculo de piedra con abundante vegetación confinada dentro de abundantes y amplios cercos con tierra, la iglesia se podía ver sobresalir al otro lado de la manzana, un hombre transitaba justo frente al santo edificio. Miranda aun discutía con Bruno “Creo que sí era Almendra y para mí, sí era sabia, pero si tiene razón o no, eso aun no lo sabemos” Frente a ellos el hombre cruzaba la calle rumbo a la plazoleta. Bruno insistía majaderamente, “Ambos sabemos que ese libro lo encontraste en la librería de Eulogio, y ya pertenecía a alguien más… no hay que ser un sabio para saber que en primer lugar, no era tuyo” El hombre caminaba hacia ellos, Miranda se detuvo para explicarse correctamente “Sí, lo encontramos en la librería de Eulogio, pero ese libro ya tenía mis palabras escritas, la hoja que copié, muchas cosas, muchos detalles, como si me perteneciera, como si fuera mío, aunque aun no sepamos cómo ni cuándo…” Bruno comprendió la idea pero no alcanzó a decir nada, vio cuando el hombre iba a pasar junto a ellos, vio que el hombre traía un libro negro en su mano muy similar al de Miranda y vio que esta se volteaba distraídamente para reanudar su marcha justo en ese momento, ambos chocaron por sus hombros, el libro negro cayó al suelo e inmediatamente después el gato le cayó encima.


El hombre pidió disculpas, realmente había sido un empellón fuerte aunque totalmente involuntario, Miranda sabía que se había volteado distraídamente y que el atropello podía ser más que justificado, no era primera vez que le sucedía y gracias a Dios nunca había chocado con algo realmente peligroso, iba a decir algo pero se quedó callada, aquel hombre le pareció familiar apenas lo vio, la ropa informal, el pelo corto y descuidado, la barba de un par de días, no lo conocía pero en algún lado lo había visto, el hombre no se movía, la insistente mirada de la chica lo mantenía retenido. De pronto la chica lo recordó, no podía estar segura porque no conocía su rostro, pero ya sabía de dónde provenía esa imagen en su mente que asociaba con aquel hombre, era el hombre de aquel día en que encontró el libro, el que se encontraba en la librería de Eulogio, era a quien supuestamente pertenecía el libro, Miranda llena de ilusión balbuceó un “espera…” y veloz se agachó a recoger el libro, Bruno aun se encontraba sobre él y su rostro reflejaba una enorme confusión que la chica no tomó en cuenta, corrió al gato para agarrar el libro y triunfante se lo mostró al hombre “¿Este libro es tuyo?” El hombre la miró sorprendido y sin comprender la emoción respondió sin entusiasmo “Sí…”, y agregó “…lo acabo de comprar” Miranda pasó de la emoción a la incomprensión y luego sonrió incrédulamente “Pero si este libro no es nuevo…” dijo, pero su argumento se derrumbó de inmediato, era idéntico al que había encontrado pero con la diferencia de que este estaba en perfecto estado, inmaculado, total y completamente sin uso. Miranda buscó a su alrededor, en su ropa, en el piso y solo vio a Bruno que tan sorprendido como ella negaba con la cabeza “…solo cayó un libro al suelo, solo uno…” ronroneó el gato.


León Faras.

miércoles, 23 de abril de 2014

Ángel de la guarda.


Estoy a tu lado siempre,
Mi trabajo es vigilar tu ruedo
Cuando duermes puedo ver tu soñar
Ante tus pesadillas también siento miedo

Para mí no importa tu credo
Mi prioridad es tu bienestar
No es fácil para mí hablarte
Tampoco para ti escuchar

Te sigo, te siento hablar
Siento de cerca tus sentimientos
Tu felicidad me llena de dicha
Y siento en mi piel tu sufrimiento

Mis alas son un complemento
Para cumplir mi obligación
Limpiar tu camino en todo momento
Si no lo consigo, te pido perdón

Quisiera evitarte todo dolor
Quisiera ser tu puente ante todo río
Pero no importa lo que yo quiera
Lo que importa es tu libre albedrío

No te alarmes cuando sientas frío
Te llevaré donde haga calor
Y si el frío está dentro de ti
Buscaré para ti el amor

Si te equivocas no sientas pudor
Si te caes no temas pararte
Pero si te sientes demasiado agotada(o)
Ten por seguro que lograré levantarte

Y cuando de las puertas del cielo estés delante
Yo las cruzaré tras de ti
Pondré mi alma para salvar la tuya
Pues para eso siempre existí.


León Faras.


Mujer.

Moradora eterna de nuestra mente
Cuantos sentimientos has forjado
Inspiradora constante, amante fecundo
En todas las formas que se han inventado

Demasiadas injusticias has soportado
Desde los mismos albores de la humanidad
Casada a la fuerza, cazada por bruja
Momentos horribles de oscuridad

Ha sido más grande tu voluntad
De sobreponerte de tanto daño
Venciendo uno a uno todos los prejuicios
Nada más que tu fuerza te ha levantado

Tu exquisita figura ha maravillado
A hombres de toda clase de vida
Pero ninguno jamás ha calculado
La sangre que en tu nombre ha sido vertida

No solo la sangre, también la tinta
Eres la vertiente de la inspiración sedienta
Vuelves al ignorante un artista
Haciendo que la primavera en el papel florezca

El más bello milagro en ti se manifiesta
Cuando de tu vientre sale un nuevo ser
El vínculo más grande del mundo se crea
Cuando de tu pecho le das de comer

Sé que no puedo con estas líneas agradecer
El inmenso legado que dejas a cada momento
Sin embargo me atrevo a tratar de expresar
Mujer, este pequeño pero sincero reconocimiento.


León Faras.


La Locura.


En un cuarto blanco y oscuro
De suaves paredes acolchadas
Mi mente vaga desnuda y sin rumbo
Aunque mis manos permanecen atadas

Constantemente aparecen bandadas
Hablan y ríen a mí alrededor
Los de negro señalan qué es lo correcto
Los de blanco me indican qué es un error

No es mi culpa, pero me da terror
Saber que no veo lo que me quieren mostrar.
Sus medicamentos en nada me ayudan
Pero no logro hacerme escuchar.

Trato de la cordura identificar
Entre tantas obsesiones que siento
¿No entienden que me duele y sufro?
Que es por eso que me pongo violento

Hay veces que por momentos
Siento atisbos de lucidez,
Pero es imposible que me defienda
De aquello que no puedo ver

He llegado a comprender
Que es mejor la locura
Que cuando vislumbro mi situación
Es peor que una tortura.

Comprender que no tengo cura
Comprender que nunca me soltarán
Comprender que mis únicos caminos
En mi mente siempre estarán

Los destinos que me esperarán
Están reducidos a un claustro
Si mi única realidad es mentira
Porque mi universo solo es un cuarto

A veces me siento harto
Quisiera dar vuelta la hoja
Mas ni siquiera sé si reconoceré
A la muerte cuando me recoja.


León Faras.

martes, 22 de abril de 2014

Simbiosis. Una Navidad para Estela.

IV.

Solo Diógenes estaba sentado frente a un café aun intacto cuando los rápidos y sonoros tacos de Edelmira entraron en la cafetería descansando la enorme caja que traía en los brazos sobre el mesón, Octavio apareció de pronto tras este al ponerse de pie y notó de inmediato que la mujer lucía preocupada, Edelmira preguntó con cierta urgencia por Ulises pero este se había ido hace un par de minutos “…pero, ¿pasó algo?; ¿La podemos ayudar?” Octavio era amable y servicial por naturaleza pero especialmente cuando estaba atendiendo su negocio y Edelmira se veía un poco desesperada, “Su nieta, parece que se va a mejorar y todavía tengo que ir por el doctor…” el camarero parecía confundido, miró a su antiguo cliente pero este solo se encogió de hombros mientras se acercaba la taza a la boca, “No sabía que Ulises tenía una nieta enferma…” dijo con gravedad,  pero Edelmira los miró a los dos como si le estuvieran jugando una broma “¡un hijo… va a tener un hijo!” casi gritó, lo que hizo que los dos hombres notaran la urgencia de la situación de una sola vez y al unísono, “Usted vaya por el doctor, yo voy por Ulises y le digo que se vaya para la casa ahora” para la mujer aquello era lo que quería escuchar por lo que agradeció y se fue a toda la velocidad que sus bonitos zapatos le permitían, luego Octavio ya cerraba su negocio cuando vio que Diógenes trataba de acabar su café caliente con prisa “¡Date prisa viejo! Luego te acabas ese café” “¿y qué hacemos con la caja?” preguntó el aludido. La enorme caja que Edelmira cargaba había quedado abandonada sobre el mesón, por lo que el camarero debió volver a entrar, guardar la caja tras el mesón y volver a salir con lo que Diógenes ganó finalmente los segundos que necesitaba para acabar su café y salir, cerraron el negocio momentáneamente y se fueron.

En el mercado, Estela esperaba a la señora Alicia que hacía unas compras cuando sucedió un incidente que cambió los planes de ambas, uno de los numerosos perros del mercado quiso probar suerte con los cerdos destazados que en ese momento unos hombres descargaban en el puesto de carnes, acercándose sigilosamente al mesón y estirando el cuello hasta estar a punto de coger uno por las patas cuando fue sorprendido y ahuyentado de forma tal que el animal, en medio del susto de recibir un castigo que seguramente conocía muy bien, corrió sin ver hacia donde, chocando bastante fuerte con las piernas del chico disfrazado de payaso que vendía globos haciendo que este despegara los dos enormes y rojos zapatos del suelo al mismo tiempo, la caída fue colosal, y los globos se elevaron inexorablemente hasta perderse. Estela se quedó con los ojos como platos pero inmóvil, mientras el chico se ponía de pie con dificultad, muchas personas se acercaron a mirar pero la señora Alicia fue quien finalmente llegó a ayudar al muchacho, este cojeaba dolorosamente pero más se quejaba de su brazo derecho, con lo que la mujer y Estela debieron insistir mucho y con no poco esfuerzo para que el chico caminara hasta el sanatorio. El plan era seguir con las compras después de dejar al muchacho siendo atendido, pero al llegar se encontraron con que no había médico, “…acaba de salir el doctor, debía atender de urgencia un parto” la mirada de la religiosa irradiaba compasión, la señora Alicia y Estela se miraron “¿…un parto?” un presentimiento llenó de angustia a la mujer quien decidió salir corriendo a casa en el momento en que la religiosa les pedía que ayudaran a entrar al muchacho accidentado para atenderlo, con lo que Estela se encargó de ayudar a caminar al pobre payaso malherido hasta una de las camillas.

Edelmira irrumpió en la casa seguida del doctor topándose de inmediato con los dos niños, su hijo Alonso y el pequeño Miguel, ambos estaban juntos, sentados en un sofá de la sala medio petrificados por los desgarradores gritos que venían desde dentro del cuarto principal donde se encontraba Aurora dando a luz asistida por su madre Bernarda, “¿mi hermana se va a morir?” preguntó Miguelito profunda y sinceramente acongojado con lo que Edelmira debió abrazar a ambos niños y llevárselos a la cocina, “¡Ay niño!, ¿cómo se va a morir? solo son algunos gritos, si las mujeres gritamos por todo, hasta por una rata” El doctor Rivera ya iba camino a ver a su paciente sin necesidad de indicaciones, pero cuando iba a tomar la puerta para abrirla, se formó un silencio bastante inusual para un parto, un silencio abrupto que alertó incluso a Edelmira quien ya salía de la habitación, entonces y casi inmediatamente el llanto de un recién nacido los tranquilizó de nuevo, el médico abrió la puerta y encontró a su paciente con el rostro bañado en sudor y lágrimas, agotada pero feliz y satisfecha y a la madre de esta que sostenía en brazos a un bebé que mediante el llanto aprendía a usar sus pulmones para respirar por sí solo. Mientras Edelmira observaba desde lejos emocionada y abrazada a su hijo, Miguelito corrió a ver cómo era un recién nacido, Bernarda orgullosa, se la mostró “mira, eres tío de una niña preciosa” el pequeño Miguel estaba en blanco, incrédulo de haber conseguido un nuevo rango dentro de la familia. La señora Alicia llegó luego y al poco rato apareció Ulises, el doctor Rivera ya terminaba con su trabajo asegurándose que tanto la madre como la criatura estuvieran en buen estado de salud antes de retirarse, fue el momento que Ulises aprovechó para preguntarle al médico por el estado del “cojo” Emilio, haciéndose pasar por un amigo que pretende ir de visita, “Ah, pero no se preocupe, él ya está bien, pasará la navidad con su familia”

El médico se retiró y entre Ulises, Edelmira y la señora Alicia, se quedó un sentimiento denso, una preocupación, Emilio saldría del hospital y habría que tener cuidado con lo que haría, ¿…y Estela?” recordó el viejo de pronto, la señora Alicia se llevó ambas manos a la boca lo que siempre era un mal presagio “la dejé en el sanatorio…” confesó “…es que íbamos a dejar a un chico que tuvo un accidente cuando supimos lo del parto…”

El payaso malherido era apenas un muchacho llamado Alberto, estaba sentado en la camilla bastante ofuscado, Estela notó lágrimas en sus ojos y por eso se quedó, pensó que estaba triste o con dolor pero el chico por sobre todo estaba enojado, había perdido sus globos y con ellos todo su dinero, “¿…y te regañarán por eso?” la muchacha estaba sinceramente interesada, algo que para Alberto no era muy habitual, por lo que su actitud era un tanto defensiva, “no, nadie va a regañarme, es solo que necesitaba ese dinero…” y luego de una pausa agregó en un tono más bajo, “…es que pensaba visitar a mamá” “¿y dónde está tu mamá?” fue la última pregunta de Estela antes de que entrara la religiosa con todos sus implementos para limpiar heridas y hablando con alguien que le seguía “…¿ve? Le dije que era su hija la que estaba aquí” tras la monja venía el “cojo” Emilio, vestido y listo para irse.




León Faras.


jueves, 10 de abril de 2014

Del otro Lado.

XV. 


Manuel estaba a punto de ir a recostarse un rato después de un almuerzo abundante y delicioso cuando sintió el llamado de Alan desde la ventana de su casa, el viejo con un entusiasmo repentino se acercó a abrir la puerta “Adivina quién se acaba de ir de mi casa…” Alan entró y se dejó caer sobre una de las sillas del comedor que estaban pegadas a la pared sin ánimos de jugar a las adivinanzas “no sabía que Beatriz te venía a visitar” El tono de voz de su amigo hizo que el viejo ciego perdiera su entusiasmo inicial y lo cambiara por un tono casi de justificación, “de vez en cuando viene, hablamos de ti, de mí, de Silvia, de cuando todos éramos jóvenes” Silvia había sido la mujer de Manuel, pero había muerto muy joven por problemas al corazón, Gloria, la hija, ni siquiera recordaba su rostro de no ser por algunos retratos. “¿Te vio?” Alan estuvo a punto de responder que sí pero prefirió mentir, Beatriz jamás recordaría haberle visto, “no, pero yo a ella sí, y créeme que cada vez que la veo se me viene a la mente un gran amor mezclado con un dolor gigantesco y es como si todo volviera a ocurrir” Un largo e incómodo silencio se instaló hasta que el propio Alan lo rompió dejando de lado la nostalgia para cuando estuviera a solas, “Escucha Manuel, tengo que asegurarme de que tu nieta está efectivamente habitando su departamento. Necesito algunas horas a solas en el departamento de tu hija. De noche” El viejo se extrañó un poco de la petición “pero si te digo que está ahí, todos sabemos eso, por eso es que te he pedido que me ayudes” Pero para Alan no era tan fácil “escucha viejo, cuando un ser querido muere, la gente no lo deja ir fácilmente, sobre todo si se trata de personas jóvenes con mucha vida por delante, y aunque el espíritu ya se haya ido las personas siguen oyendo y viendo cosas porque así lo desean. No dudo de lo que dice tu hija, además, he averiguado un par de cosas y prometo seguir investigando pero necesito cerciorarme por mi mismo” Al viejo no le agradó la idea pero a final de cuentas le pareció sensata “¿Y tienes alguna idea?”, “sí, y lo haremos esta misma noche”

Alan aguardó sentado solo en la banca que el viejo Manuel tenía en su patio delantero hasta que oscureció, y luego hasta que la noche estaba bien entrada. Pensaba miles de cosas mientras jugueteaba con una piedra, haciéndola girar en las manos y cambiándola de una a otra. El encuentro con Beatriz aun estaba muy presente y le pesaba haberse dejado ver, la conmoción que le causó y la posterior duda por la ausencia de recuerdo, inevitablemente pensaba en su hijo, en el momento de su muerte y en todos los sentimientos terribles que vivió en el corto lapso de tiempo que pasó de la muerte de su hijo hasta la última sensación de la bala rompiendo el hueso en su sien, apenas nueve minutos, antes de que cualquiera lo pudiera evitar. Consultó su ridículo reloj infantil que había podido tomar prestado ya que era el único más barato que se encontraba funcionando en la tienda, y que pensaba devolver cuando fallara la batería, marcaba las tres de la madrugada, era buena hora para ponerse en marcha, se puso de pie y caminó hasta la reja de la entrada, salió a la calle y antes de cerrar la verja dio la vuelta y lanzó con buena potencia la piedra que llevaba en su mano haciendo estallar el gran ventanal del comedor de la casa de su amigo, luego cerró la reja con calma y comenzó a caminar sin apuro rumbo al departamento de Gloria, el lugar donde se suponía encontraría a Laura, la nieta de Manuel. Solo esperaba que ese viejo testarudo entendiera el mensaje y llamara a su hija y a su nieta por teléfono como si le hubiese sucedido una emergencia, aunque para un viejo ciego y solo aquello era una emergencia, porque solo le había dicho que le daría una señal pero no le dijo nada sobre romperle una ventana.

Iban a ser las cuatro de la mañana cuando Alan metió la llave que el viejo le había pasado en la cerradura de la casa de Gloria, la madre de Laura, una llave que nunca había sido usada de un departamento en el tercer piso con una gran cantidad de plantas amontonadas a un lado de la puerta por fuera. Era una buena hora para estar seguros de que el espíritu se encontrara presente, ya que no lo podría ver. Entró sin hacer ruido y posó el oído en cada uno de las puertas de todas las habitaciones para cerciorarse que no hubiera nadie, encontró tres dormitorios, el primero estaba ordenado pero se podía ver que pertenecía a una mujer adulta, era el de la madre, el de en medio estaba bastante más desordenado y con la decoración de una adolescente, “…y en la puerta número tres… bingo” pensó Alan, la habitación de Laura era la de una difunta, sin vida, como una dramatización de museo, todo limpio y en perfecto orden, sobre la cómoda había una fotografía, una mujer con sus dos hijas, era fácil reconocer cual era Laura, a Alan le pareció una chica atractiva, luego miró a su rededor, no tenía toda la noche, sabía muy bien que en la situación o estado en que estaba Laura percibía cualquier cosa que no tuviera vida o que no proviniera de algo vivo, por lo que era posible llamar su atención y hasta comunicarse con ella a pesar de que no podían verse ni oírse, una tabla ouija le hubiese servido bien, pero solo traía lo que había podido conseguir en casa de Manuel pero con eso debía bastar. Varias velas, las prendió y las apagó varias veces antes de dejarlas encendidas en el piso para que el humo y el olor característico de la vela se esparcieran por la habitación, un espejo, no trajo ninguno pero en todas las habitaciones de chicas había uno, y Laura tenía uno de buen tamaño, lo puso tras las velas apoyado en la pared, los espejos tenían ciertas facultades místicas, además que multiplicaría la luminosidad y llamaría mejor la atención, sacó algunas hojas de papel, usó algunas para dejarlas en el piso donde luego se sentaría, otra la dejó apoyada en el espejo con un mensaje escrito “Laura, soy Alan, un amigo, puedo ayudarte y trato de llamar tu atención, ¿Estás aquí?” Luego se sentó a esperar algún mensaje, una señal, una luz que se encendiera, algo que cayera, cualquier cosa que se moviera, pero nada sucedió, era posible que la chica no estuviera presente en el departamento, él sabía perfectamente que los espíritus en pena hacían muchas cosas en su nueva forma de existencia pero las personas las interpretaban erróneamente, por otro lado, también era posible que no existiera ningún espíritu en ese lugar, y que todo se tratara de una mala interpretación de fenómenos naturales por parte de la familia, pero no sería una noche perdida ni tampoco era un error de la familia, a las cinco treinta las velas iban consumidas ya a la mitad cuando algo sonó sobre la cómoda, Alan se puso de pie de un salto, un lápiz labial parecía fuera de lugar en medio de todo ese orden, el sonido había sido leve, Alan lo irguió sobre la mesa y con un suave empujoncito lo hizo caer de lado, era el mismo ruido que había oído, había sido usado, se notaba un gasto en la punta y no en la zona que normalmente se gastan esos lápices, por lo que el hombre comenzó a buscar en rededor, seguramente había escrito algo en alguna parte pero revisó el suelo, las paredes, el espejo, la cómoda, hasta el techo por absurdo que sonara pero no encontraba nada, en ese momento sonó la puerta de entrada al departamento, las mujeres llegaban, Alan se apresuró a recoger sus cosas cuando lo vio, en las hojas sobre las que estaba sentado, escrito con lápiz labial decía “Sí estoy” eso lo puso feliz como si hubiese ganado un premio importante, pero debía dejar algo antes de irse, se apresuró, la voz de Gloria se escuchó justo afuera de la habitación, tomó todas las velas.

Gloria abrió la puerta guiada por su olfato y por el fuerte olor a humo y vela encendida que había en todo su departamento, detectó de inmediato el labial en el suelo y el espejo apoyado en la pared, además de la ventana abierta, “Ya está Laurita desordenando su pieza…” dijo en voz alta por si “alguien” le escuchaba. Su hija menor, Lucía, se paró en la puerta con un gran cansancio dibujado en el rostro “…Y después nos tratan de locas por decir que vivimos con un fantasma…” dijo con un dejo de sarcasmo antes de irse a su cuarto, Gloria dejó todo como debía estar y se fue al suyo cerrando la puerta tras de sí.


Alan se había lanzado justo a tiempo por la ventana desde el tercer piso pero estaba bien, hace mucho que no sentía dolor, del físico al menos, se guardó los papeles y echó a caminar, solo esperaba que Laura encontrara su mensaje antes que alguien más y así poder reunirse. 



León Faras.

martes, 8 de abril de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

VIII.


Baros aun se encontraba metido en una jaula, había visto como Rávaro incineró a su jefe de guardias sin mover un solo dedo y temía el mismo destino para él. Cuando ya se lo llevaban, Baros quiso saber si era cierto que Orám había sido amante de la mujer maldita, Rávaro respondió que sí, al igual que ellos dos, entonces el prisionero pensó, que la maldición era falsa lo que Rávaro desmintió rápidamente, la maldición es verdadera pero es solo de la mujer maldita y no de sus amantes, era la mujer la que no debía morir. Rávaro no tenía ningún impedimento para acabar con él de la misma forma como había acabado con Orám, pero antes  le ofrecería un trato, ambos tenían el mismo interés en encontrar a la mujer maldita, así que lo enviaría a él en una misión diplomática, muy acorde a sus cualidades, a negociar la recuperación de Idalia. 

Lorna había robado algunos frutos para comer y se había ocultado dentro del castillo que conocía bien, ya antes lo había hecho cuando el semi-demonio Dágaro murió por causa de la Criatura, y ahora volvía precisamente para devolverle la vida. Las joyas que le había pedido eran pequeñas piedras con la facultad mística de traer las almas del otro mundo a este y retenerlas dentro de cuerpos materiales nuevamente, el tétrico ejército de Dágaro estaba compuesto como ya se ha dicho, por almas de antiguos guerreros apresadas en cuerpos metálicos de lustrosas armaduras. Ahora Lorna necesitaba tan solo una de esas piedras y un cuerpo adecuado para que Dágaro volviera, tomara a su ejército, su castillo y acabara con su hermano Rávaro, pero para conseguirla debería bajar a las catacumbas, justo antes de llegar al pozo de las celdas había un pequeño pasillo que conducía a las bodegas, donde encontraría a Baba, el imperecedero bodeguero del castillo, un anciano ciego y mudo a causa de su antiguo amo y que hace años no respiraba aire fresco o sentía el calor del sol.


Con la llegada del atardecer Lorna se puso en movimiento, solo llevaba una roca en caso de que necesitara defenderse, era lo mínimo hasta que consiguiera otra cosa, la penumbra dentro del castillo era bastante más espesa que afuera y pronto deberían encender las antorchas, por lo que había un lapso de tiempo en que se podían recorrer los pasillos a oscuras sin llamar mayormente la atención, como lo haría cualquiera de los innumerables roedores y otros seres que de la ciénagas buscaban refugio y abrigo en los recovecos del castillo. Llegó a las escaleras de roca que conducían a los pisos inferiores, y comenzó a bajarlas pero una luminosidad creciente en el pasillo de abajo y el sonido de pasos la hizo volver rápidamente, se pegó a la pared y vio pasar a dos guardias, uno delante con una antorcha y otro atrás armado que llevaban en medio a un maltratado Baros pero caminando por su cuenta y sin grilletes de ningún tipo, no lo había visto desde que junto con Serna habían planeado matar a la mujer maldita para deshacerse de Rávaro pero todo había resultado mal y solo él había sobrevivido, le pareció muy extraño que lo llevaran sin cadenas, como si no temieran que fuera a huir. Pero esas cavilaciones solo le tomaron algunos segundos, debía seguir. Amparada en la oscuridad bajó las escaleras pero una vez abajo se detuvo ante un murmullo, alguien tarareaba una canción, se trataba de un hombre que venía encendiendo las antorchas del pasillo, Lorna se le acercó con la espalda pegada a la pared hasta llegar al lado del hombre que en ese momento se volteaba con una botella empinada sobre la cara bebiendo un largo trago de licor, cuando bajó la botella el hombre debió entornar los ojos para ver bien a la atractiva mujer que aparecía ante sus ojos manteniendo ambos brazos en alto e iluminada por la trémula luz de su antorcha. Lorna bajó los brazos de un movimiento rápido y con la piedra que tenía en sus manos le dio un golpe terrible en la cabeza al pobre tipo que dentro de su borrachera no sintió verdaderamente el golpe, pero su aturdido cerebro sí, sintiendo de pronto que ya no podía funcionar más y desconectando todas las funciones. El hombre se desplomó y aunque el golpe no lo mataría ya no se volvería a poner de pie, las llamas de la antorcha que tenía en la mano hicieron contacto con el licor de la botella y el que llevaba sobre la ropa incinerando el cuerpo rápidamente, Lorna tomó un puñal que el hombre tenía al cinto evitando quemarse las manos y se alejó antes de que llamara la atención. Al poco rato sintió los gritos angustiosos del hombre que en un intento desesperado de su cuerpo por salvarse se despertaba sin una consciencia real solo para dar gritos y movimientos automáticos que pronto se extinguieron del todo. Eso llamaría la atención de alguien por lo que la mujer se apresuró a alejarse rumbo a las catacumbas. El recorrido hasta allí le pareció sospechosamente solitario, no era un trayecto demasiado largo pero era extraño que no se hubiese topado con ningún soldado de Rávaro, pero la duda quedaría resuelta al llegar al último de los pasillos, al final de este, frente a las celdas que llevaban al foso, los soldados estaban reunidos, al menos una docena de ellos estaban ahí, haciendo un círculo y disfrutando de algo que sucedía dentro del círculo, Lorna no tuvo problema en alcanzar el pasillo que conducía a las bodegas pero algo la hizo detenerse unos segundos para ver qué era lo que mantenía entretenido al grupo de hombres y la respuesta no dejaría de sorprenderla. El enano de rocas estaba ahí, los hombres que se jactaban de su fuerza, hacían esfuerzos por separar las piedras que formaban el cuerpo del enano solo consiguiendo un par de centímetros, pero el enano sin grandes esfuerzos reunía sus piedras a veces apretando los dedos de sus agresores lo que provocaba el estallido de carcajadas por parte de los demás, de esa forma el enano se iba ganando poco a poco el aprecio de los hombres. La mujer no entendía como el enano había llegado hasta allí o por qué, pero le sería de gran ayuda para hacer su trabajo sin mayores inconvenientes. 


León Faras. 

sábado, 5 de abril de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

III

La pequeña Sofía caminaba entre la multitud de personas que maravilladas observaban el espectáculo, llevaba el vestido rojo con bordes blancos que Beatriz había elegido para ella aquel día, observando a la gente como se quedaba viendo con la boca abierta a Braulio Álamos que como idiotizado devoraba envoltorios de papel, servilletas e incluso monedas metido en una jaula, las mujeres se llevaban la mano a la boca con asombro y asco mientras los hombres reían aparatosamente ante tal espectáculo. Luego observó como algunas muchachas mayores gastaban su dinero y se sorprendían al oír las revelaciones de Mustafá, el autómata quien parecía ser bastante acertado, incluso con los triviales problemas amorosos de las adolescentes, siguió caminando hasta donde un grupo de personas observaba el espectáculo de los hermanos Monje, la niña los observó durante unos minutos maravillada, de las veces que había visto su espectáculo aun no se cansaba de ver como esos dos hombres hacían desaparecer las cosas ante los ojos de las personas y luego hacerlas aparecer a voluntad y de una forma incomprensible e increíble, intercambiándose las cosas sin que nadie notara como, eran dos ancianos idénticos que en un show sin mayor parafernalia, uno de ellos cubría al otro con una capa oscura, el oculto desaparecía ante los ojos de los demás e inmediatamente salía de entre el público aplaudiendo su propia desaparición ante el profundo asombro de la multitud. Ellos mismos se encargarían de dar paso a la siguiente atracción, poniendo una jaula velada sobre el escenario en la que ambos entraban, Cornelio Morris aparecía para hacer una presentación que llenaba de tensión y ansiedad al público, para luego retirar el velo de la jaula y presentar al “Hombre simio domesticado” Von Hagen aparecía dentro de su jaula y la gente retrocedía incrédula, era una gran sorpresa para todos pero no para Sofía, ella veía a Horacio como un amigo, alguien confiable, amable y comprendía que aquello no era más que un espectáculo para toda esa gente. La niña siguió su camino, su madre pronto haría su espectáculo de contorción y debía verla antes, le dio la vuelta al camión para buscarla en el acoplado tras el escenario donde debía estar pero no la encontró, fue al pequeño cuarto desmontable que ambas compartían pero tampoco la encontró allí, pronto le tocaría actuar, era extraño, debía peguntarle a alguien pero todos estaban ocupados en sus presentaciones, de pronto recordó a Román Ibáñez, él no hacía ningún espectáculo, solo debía encargarse de Mustafá, este como siempre estaba atendiendo a su inagotable público a la entrada de su tienda de lona azul decorada con estrellas y lunas que aportaban un ambiente místico, en la parte de atrás seguramente estaría el enano, haciendo quien sabe qué cosas para que el autómata funcionara. La niña llegó hasta allá, Román le parecía un hombre gracioso, un poco extraño pero sobre todo le agradaba que fuera de su estatura, el lugar estaba cerrado pero la niña corrió la cortina, su expresión cambió drasticamente, alguien volvió a cerrar la cortina de forma violenta y la tomó por los hombros, era el horrible Charlie Conde que la había sorprendido justo a tiempo, con una sonrisa falsa y una amabilidad forzada le preguntó qué buscaba, “…a mamá” respondió Sofía un poco intimidada, “Está con Lidia, en el primer camión” y la niña retrocedió con algo de susto aun por lo que había visto y por el propio Conde que por más que tratara de ser amable siempre le daba miedo. Cuando la niña se fue Charlie movió la cortina y echó un vistazo dentro para cerciorarse de que todo estaba en orden, ahí estaba el pequeño Román Ibáñez, sentado y apoyado contra la espalda de Mustafá, temblando, con el rostro bañado en sudor, los ojos horriblemente blancos y con una espuma amarillenta brotando por la comisura de los labios, los cuales los movía como si murmurara sin producir sonido alguno mientras el autómata realizaba sus predicciones. Charlie Conde sonrió grotescamente y volvió a cerrar la cortina, echó un vistazo al escenario, un murmullo generalizado se esparcía por el público, Von Hagen sorprendía a todos una vez más al hablar.


La pequeña Sofía encontró a su madre pasando un trapo con energía sobre una gran superficie de vidrio que ella, como todos, conocían muy bien, una limpieza que no era de gran ayuda porque tras el cristal solo se podía ver una espesa bruma en constante y lento movimiento, una buena cantidad de agua tan turbia como el agua de un charco sobre la tierra. La pequeña Sofía se detuvo en la entrada, “¿Porqué no le cambian el agua a Lidia? Siempre está tan sucia” Beatriz se alarmó un poco al oírla, no la sintió llegar, vestía su pequeño y ajustado trajecito con el que actuaba, asemejaba una bailarina de ballet, “no lo sé… siempre está así, supongo que para ella está bien” Sofía se acercó al cristal, le caía bien Lidia pero le daba mucha pena, vivía en una prisión de la que no podía salir. Pegó una mano al cristal, de esa manera siempre hacía que la mujer dentro del acuario gigante se acercara, no tardó en aparecer una silueta fantasmal y oscura de la que emergió una mano más oscura aun, que se pegó al vidrio a la misma altura que la mano de la niña, la silueta se acerco más aun y se pudo ver una mujer de largo cabello ondulante que observaba con infinita dulzura a la niña, a ambos lados del cuello tenía aberturas por las que respiraba como los peces, sus manos eran como las de un pato, con membranas entre los dedos, lo mismo en sus pies. Sofía y Lidia se mostraban tanto cariño con la mirada que molestó a Beatriz, quien ordenó a la niña que se alejara, pero la niña no hacía nada malo por lo que la contorsionista tomó a su hija de un brazo y la alejó de ahí de un tirón, lo que le valió una mirada de furia por parte de Lidia. A la tensa escena le puso fin Charlie Conde quien venía a buscar a Beatriz para que se presentara ante el público y para cerciorarse de que estuviera todo listo con Lidia, por lejos, la principal atracción del circo.


León Faras.