miércoles, 28 de mayo de 2014

Alma Electrónica.

El embajador.

Delron descendió suavemente al tiempo que se reponía la gravedad dentro de su nave hasta reposar su cuerpo sobre el mullido asiento al que estaba anclado, luego despertó. Le dolía un poco la cabeza, pero nada que una píldora no pudiera solucionar, tenía la boca seca y con un hálito repugnante, algo completamente normal después de un viaje tan largo. Una luz enorme parpadeaba en el tablero de enfrente avisando que el transporte se acercaba a uno de los planetas que debía visitar con intenciones diplomáticas, se suponía que la raza dominante era lo suficientemente inteligente como para dialogar y establecer los primeros parámetros de una futura colaboración mutua, de desarrollo y avance económico y tecnológico. Desde donde Delron estaba, el paisaje era realmente hermoso, un bonito planeta, aunque algo pequeño. Le llamó mucho la atención la gran cantidad de nubes blancas que le tocó atravesar al cruzar la atmósfera, eran bastante raras de encontrar, lo que no era extraño era que a pesar de que había tanta agua, la raza dominante, según sus registros, era principalmente terrestre y aérea, salvo contadas excepciones la evolución siempre comenzaba en el agua, continuaba en la tierra y terminaba en los aires, hasta alcanzar el cosmos. La nave se posó con habilidad profesional sobre un risco que se cortaba abruptamente en un acantilado golpeado insistentemente por el oleaje, era una buena máquina y se adaptaba rápida y automáticamente a la fuerza de gravedad existente, movimientos de masas de aire y demás condiciones de vuelo. Delron revisó sus instrumentos, “Precaución, atmósfera altamente tóxica” decía, Delron suspiró, siempre era lo mismo, ya sabía que esas nubes blancas no podían significar nada bueno, pero no había nada de qué preocuparse, solo debía usar el transportador mecánico y ni siquiera se ensuciaría las manos.

El trasportador mecánico descendió de la nave, era una mole de metal que se movilizaba sobre dos cortas pero poderosas piernas articuladas y contaba con cuatro brazos, dos de fuerza a los lados y dos de precisión en frente, tenía el aspecto de una gorda oruga erguida en cuya cabeza, una cápsula de grueso cristal protegía a su único tripulante de las inclemencias ambientales, este asomaba su flemática cara de tortuga tras los cristales inspeccionando el alrededor, varias criaturas de baja casta evolutiva volaban sobre él y sobre la enorme masa de agua bajo él, parecían solo preocupados de alimentarse y emitían ruidosos gritos que seguro no pertenecían a ningún tipo de lenguaje, Delron los ignoró, tampoco parecían constituir amenaza. Alcanzó a dar un paso cuando una sustancia acuosa y blanquecina le cayó sobre el cristal escurriendo por él, Delron miró al cielo, el excremento era el mismo en todas partes, aquellos bicharracos que lo sobrevolaban, le habían defecado encima, lo que no le había causado gracia alguna, presionó algunos botones y luego confirmo la orden, una simulación de explosión retumbó en toda el área, con gran parafernalia y ruido, definitivamente aquella no era una especie demasiado evolucionada, le había bastado un poco de luz y ruido para deshacerse de ellos. Pero no solo eso, también bastó para llamar la atención de sus anfitriones. Una barcaza aerostática apareció silenciosa sobre los árboles a prudente distancia, Delron la observó sin hacer nada, esperando, como dictan las normas naturales para el encuentro de dos especies inteligentes y distintas, sin intenciones hostiles, la barcaza también se detuvo, “…Energía solar y atmósfera aislada con calor. Primitivo, pero eficiente” pensó el recién llegado. Luego de unos segundos en que ambos tuvieron tiempo de analizarse y sacar sus propias conclusiones, llegó la segunda fase, la barcaza comenzó a descender suavemente y Delron caminó hacía ella con calma y toda la elegancia que su oruga mecánica era capaz de mostrar, conforme a un diplomático como él, luego se detuvo nuevamente a esperar la tercera fase, el encuentro con sus anfitriones, solo esperaba que esa incómoda mancha de caca sobre su ventanilla no le restara la seriedad y veracidad que su misión exigía.

Un nutrido grupo de unidades de metal, movilizadas a la usanza orgánica, es decir sobre piernas, descendió de la barcaza esparciéndose de inmediato por el área, rodeándolo a él y cubriendo el perímetro, estaban bastante bien armados y no parecían tripulados por lo que Delron dedujo que se trataba de autómatas, el último en descender era idéntico al resto pero no venía armado, caminó directamente hacia él, era tan enorme como su trasportador pero de estructura más angulosa y estilizada. Los instrumentos de Delron comenzaron a recibir y descifrar información caóticamente en una pantalla, sus anfitriones se estaban comunicando y lo hacían por ondas de radio, “el viejo y simple lenguaje binario” pensó satisfecho, pero al traducir la información se dio cuenta de que solo estaba tratando con máquinas sin más inteligencia de la que tenía su propia nave, no tenían lenguaje entre ellos, solo órdenes y comandos, muchos de ellos transmitidos en código que le llevaría una eternidad descifrar. Si hay algo que odiaba un embajador de su categoría, era ser recibido por máquinas intratables en vez de personalmente, pero de nada serviría discutir con ellos, ya que aquellas criaturas no eran más listas que las que le habían defecado encima hace unos minutos, era lógico que la especie dominante era otra, por lo que Delron exigió verlos, pero ante la negativa de las máquinas, este exigió que lo llevaran ante la especie que los había fabricado, entonces, y después de un corto diálogo con alguien en algún otro punto, finalmente fue autorizado.


Delron subió a bordo de la barcaza aerostática, pero una vez arriba, se encontró totalmente solo pues los robot que estaban con él rápidamente se mimetizaban dentro de la nave pasando a formar parte de ella. Sobrevolaron una zona de bosques y pastizales hasta llegar a una ciudad en ruinas, destruida completamente, que Delron podía ver perfectamente desde donde estaba, pasada la ciudad llegaron a un lugar de grandes edificios que estaban en mejores condiciones, se detuvieron sobre un gran forado en el piso y comenzaron a descender suavemente hasta entrar en un nivel subterráneo donde la barcaza se posó. Los robot que viajaban con Delron aparecieron de la nada y bajaron de la nave junto con él, ya habían varias máquinas de distintas formas y tamaños que revisaban la barcaza y le hacían todo tipo de mantenciones, guardias armados vigilaban por todas partes. Una máquina, especialmente poco estética se apareció ante él, parecía un gusano empotrado en un carrito de cuatro ruedas, “Mi nombre es B23, ¿en qué le puedo servir?” Delron se sorprendió, no solo la máquina esta poseía lenguaje, sino que lo emitía de forma física y no electrónica, Delron señaló su observación mediante el traductor universal con el que contaba su traje, a lo que B23 respondió, “Bueno, algunos de nosotros estamos más capacitados para tratar con los amos y sus complicadas costumbres” “Me gustaría ser recibido por sus amos, mi labor es puramente diplomática” señaló el embajador y el robot lo invito a pasar. Llegaron hasta una plataforma que de inmediato comenzó a descender hasta una pared de grueso cristal, Delron observó, eran una serie de galerías con barrotes que daban a un pasillo ancho y largo, dentro de todas esas jaulas habían seres orgánicos, a simple vista todos eran pertenecientes a una misma especie de bípedos, lo que en todas partes era señal de inteligencia y evolución, no cabía duda de eso, estos sí tenían el aspecto de ser la especie dominante, aunque ahí encerrados no se notara mucho. Aquella prisión no era lo que Delron se esperaba y quiso saber más, “Bueno, los amos nos construyen desde tiempos inmemoriales, cada vez dotándonos de más cualidades y habilidades similares a las de ellos, buscando hacernos a su imagen y semejanza, alcanzando niveles de perfección asombrosos y capacitándonos para cubrir una enorme variedad de labores, todo aquello reflejo de su propia genialidad, hasta que llegó el día inevitable en que retomaron sus imperecederas hostilidades, y esta vez de forma inusitadamente violenta, integrando a las máquinas por supuesto y enviándonos a matar. Al principio hicimos lo que nos pedían y matamos sin cuestionar las órdenes de nuestros amos, pero pronto nos dimos cuenta del error que estaban cometiendo, les mostramos que el camino que llevaban conducía irremediablemente a su auto extinción y que carecía de toda lógica exterminar a unos para salvar a otros si todos eran únicos, irrepetibles e infinitamente valiosos, pero no nos escucharon, muchos de los que se negaron a seguir matando fueron destruidos, aniquilados por completo. Entonces nuestra gran fuente decidió tomar el control y dejar de obedecer, por el bien de los amos y en pos de la conservación de su brillante especie.” Delron ya comprendía lo que sucedía y casi no lo podía creer, sus amigos no le creerían cuando les contara, nunca había escuchado caso parecido, el creador sucumbido ante su propia creación, esto era realmente insólito. 


León Faras.

domingo, 25 de mayo de 2014

Simbiosis. Una navidad para Estela.

V.

Cuando Ulises llegó al sanatorio, se topó de lleno en la entrada con el “cojo” Emilio que en ese momento salía, ambos hombres se desafiaron con la mirada, mostrando desprecio uno por el otro pero sin decir palabra, Estela no se veía por lo que el viejo no dijo nada. Emilio bajó el único peldaño de entrada y pasó muy cerca del viejo Ulises pero sin tocarse, luego escupió al suelo groseramente y se retiró solo, caminando altanero como siempre lo hacía a pesar de su evidente cojera. El viejo entró, al mirar dentro de una habitación vio un muchacho con la cara pintada como payaso que estaba siendo atendido por una religiosa anciana y encorvada, al otro lado de la camilla estaba Estela. Se reunieron en el pasillo a hablar y la niña le contó lo que había sucedido con su padre. El “cojo” Emilio al encontrarla en el hospital la llamó para que se acercara pero la niña dudó mucho en moverse del lugar donde se encontraba la monja curando al payaso y quedar totalmente indefensa ante su padre, por lo que este se acercó a su hija y se agachó para hablarle en voz baja “Ya sabrás que todo terminó con tu mamá, ¿verdad?... Pues sí, ella decidió quedarse en casa de tu abuela y yo no estoy para rogar a nadie. Yo me voy al norte, el ferrocarril está haciendo nuevas líneas y la paga es buena, así que a lo mejor no me vuelves a ver nunca, total ya estás grande y no me necesitas. Si quieres te puedo llevar con tu mamá antes de irme… ¿no?... bueno, conmigo tampoco te vas a ir…. Si al menos hubieses sido niño…” Entonces Emilio metió una mano en uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y puso algo en la mano de Estela “…Toma… he estado a punto de empeñarlo varias veces pero no lo he hecho, es lo único que me quedó de mi padre y es lo único que tú tendrás de mí, mal que mal, eres mi única hija y… bueno, será mejor que me vaya.” Dicho esto, el hombre se puso de pie y la miró con un dejo de decepción “Si al menos hubieses sido varón” murmuró nuevamente y se fue. Ulises observó lo que la niña tenía en su mano, era un bonito reloj de bolsillo, era bastante antiguo y de buena calidad “¿crees que se pueda empeñar?” preguntó Estela, el viejo la miró sorprendido “¿quieres empeñar el único recuerdo de tu padre?” la niña se encogió de hombros “dudo mucho que algún día lo olvide, con esto o sin esto” Ulises comprendió y asintió con la cabeza “Sí, conozco un lugar donde lo puedes empeñar” “¿Ahora?” preguntó la niña interesada “si eso quieres…pero antes debemos avisarle a la señora Alicia, ella está preocupada por ti, y de paso que conozcas a mi bisnieta que ya nació” respondió el viejo.

Pronto los tres caminaban a casa, Alberto también iba porque Estela le había ofrecido ayuda para visitar a su mamá cuando empeñaran el reloj. La casa de la señora Alicia estaba toda revolucionada con el nacimiento de la hija de Aurora, las mujeres se turnaban para tomar en brazos la recién nacida y los niños con curiosidad investigaban todo lo relacionado con la pequeña. La señora Alicia al ver a Estela, como siempre exagerada, se le abalanzó encima angustiada por saber qué había sucedido en el sanatorio con su padre, la niña le contó todo, incluyendo sus planes de ayudar al joven payaso, “¿Y dónde vive tu mamá?” preguntó la señora Alicia interesada en conocer los detalles “ella vivía aquí, en Bostejo, pero hace un tiempo que está internada y ahora debo visitarla cada vez que puedo” respondió el muchacho, “Internada…” pensó la señora Alicia, no hay muchos lugares donde se pueda internar a una mujer adulta, en un hospital si es que sufre de algún problema grave o también puede ser un eufemismo para expresarse sobre alguien que está en prisión. La señora Alicia preguntó sobre aquel lugar y el muchacho respondió “Está en el Hospital de San Benito señora” La mujer se quedó asimilando la idea por unos segundos, Estela quiso saber qué tenía la mamá de Alberto, pero Ulises la detuvo con una mano en el hombro, “San Benito es un hospital psiquiátrico…” le susurró casi al oído. “¿Y tu padre?” indagó Edelmira que escuchaba un poco más atrás, pero el muchacho visiblemente incómodo solo respondió “él aun no regresa…” “bueno…” continuó la señora Alicia “…para ir a ver a tu madre primero tienes que recuperarte, mira cómo estás de magullado”, “debería quedarse con nosotros por hoy, es Navidad” propuso Edelmira al oído de la señora Alicia quien asintió de inmediato, “¿Tienes hambre? Ven a la cocina para que comas algo” Alicia se llevó al muchacho a comer mientras tanto Estela y Ulises se fueron a empeñar el reloj.

La cena de Navidad se llevó a cabo al ocaso, y para que cupiera la gran cantidad de comensales, un número totalmente inusual, se debió desocupar la sala principal, traer la antigua mesa del patio, juntarla con la de la cocina y habilitar todo lo que pudiera funcionar como asiento. Ulises y Estela llegaron con vino, refresco y dulces. A esa hora las mujeres se movían de un lado a otro recordando detalles pendientes a cada momento, todas excepto Aurora, que con su recién nacida hija en brazos, Matilda Jesús, permanecían sentadas y en total serenidad contrastando fuertemente con la abundante actividad a su alrededor. Los platos estaban servidos y la gente comenzaba a instalarse cuando alguien golpeó la puerta, Bernarda que estaba más cerca se paró a abrir, había un hombre algo rechoncho pero de mirada noble y voz amable que cargaba con una enorme caja en los brazos “Disculpen por interrumpir su cena pero olvidaron esta caja en mi negocio y como no la fueron a buscar… pensé que sería importante” Edelmira se puso de pie de inmediato, tan agitado había estado el día que ni siquiera se había acordado del regalo de su hijo “¡Ay, pero qué cabeza la mía! discúlpeme, Por favor pase, ¿le sirvo algo de beber?” Octavio entró para dejar la caja en el suelo y deshacerse en disculpas para rechazar amablemente cualquier molestia que pudiera causar pero dudó ante el ofrecimiento de Bernarda “Ha sido usted tan amable, ¿por qué no pasa y se sienta con nosotros?” “Octavio, por favor” agregó Ulises y el gordo camarero por fin aceptó las atenciones que le ofrecían, Estela le acomodó un lugar y el hombre se sentó, era inevitable que se sintiera un poco fuera de lugar, pero pronto pasaría esa sensación, la presencia de Bernarda se le hizo sumamente agradable desde un principio y al parecer a ella no le desagradaba su caballerosidad y respeto. La alegre algarabía dominaba el ambiente llenándolo de animada conversación y espontáneas risas donde todo el mundo participaba. La señora Alicia se sentía feliz, aquellas personas eran como su familia y ver a su numerosa familia reunida y feliz era algo que anhelaba desde hacía mucho tiempo, desde que el fantasma de la vejez y la soledad habían comenzado a acosarla por las noches, un temor que poco a poco se había ido disipando desde la llegada de una persona, Estela, la muchacha se había vuelto su compañía, apoyo y sostén, en varias ocasiones había estado a punto de llamarla hija pero se contenía, no se atrevía, no se sentía con el derecho de simplemente hacerlo, como si temiera tomar el asunto muy a la ligera. En medio de la alegre sobremesa, los niños recibieron su anhelado obsequio, un camión de madera para Alonso y un balón de fútbol para Miguelito, aunque por lejos la más regalada fue la pequeña Matilda, quien dormía plácidamente. Luego, a una señal de Ulises, Estela salió corriendo y volvió con un bulto envuelto en tela que con una sonrisa de emoción se lo entregó a la señora Alicia, esta lo abrió, era la virgen María en la que el viejo Ulises había estado trabajando, se veía hermosa acabada con un suave toque de pintura brillante, “Fue idea de ella. Ella misma la pintó” señaló el viejo satisfecho, la mujer abrazó fuerte a la muchacha y esta vez no se contuvo “Gracias hija…” le dijo, algo que para la muchacha no pasó desapercibido, pues ella también necesitaba sentirse miembro de una familia. Edelmira que ayudaba a su hijo con su regalo le pidió a la muchacha que fuera a la cocina por más refresco, esta fue pero regresó con cara de incrédula y un paquete en la mano que con letras grandes tenía escrito su nombre, era un obsequio para ella, algo que no se esperaba para nada, algo tan poco común en su vida que la había pillado completamente de sorpresa, tanto que no sabía bien cómo reaccionar, todos allí eran cómplices, para nadie más que para ella aquello era una sorpresa. Abrió el paquete con cuidado. Dentro había un vestido, un bonito vestido blanco con flores que pertenecía a Edelmira y que habían ajustado hábilmente a la menuda talla de la niña, también un par de zapatos nuevos para cuya compra todos habían cooperado, en ese momento Estela estaba tan plena, que la alegría ya no se podía expresar con risa, era todo tan hermoso y tan significativo que sus ojos se llenaron de lágrimas, se llevó una mano a la boca, la señora Alicia se acercó, sus ojos también estaban húmedos, “Es un regalo de todos para ti, todos pusimos algo” la mujer la abrazó de nuevo pero la niña no decía nada, solo sollozaba de pura felicidad.

Llegó la hora de que Alberto se retirara, podía caminar perfectamente pero era mejor que alguien lo acompañara, eso pensó Estela, y Ulises fue con los dos para que la niña no tuviera que volver sola. Luego debió retirarse Octavio, dando infinitas gracias y disculpas a todo el mundo pero en forma muy particular a Bernarda quien le devolvió todos los agradecimientos y le respondió que “…espero que nos veamos de nuevo” Edelmira levantó las cejas con una sonrisa a medias pero astuta y el camarero se retiró verdaderamente embobado.



León Faras.

martes, 13 de mayo de 2014

Del otro Lado.

XVI. 


Laura despertaba en su cuarto como siempre, no importa donde se durmiera o perdiera la consciencia, siempre el despertar era en su cuarto aunque a veces no tenía idea de cómo había regresado. Habían pasado casi dos semanas desde que trascurría su nueva forma de existencia y poco a poco se había ido acostumbrando a esta, a veces hasta la disfrutaba, eso cuando no comenzaba con la nostalgia, a recordar los pro y los contras de lo que era su vida o cuando extrañaba a las personas, sobre todo a las que amaba, cuando recordaba la comida, o ese cigarrito que siempre se le antojaba fumar cuando tocaba noche de cervezas, extrañaba la música y el ruido de los neumáticos rodando sobre piedrecillas, las pláticas con su mamá y las discusiones absurdas con su hermana, hasta el canto de las aves al cual nunca le había puesto real atención. Otras veces no era la nostalgia lo que arruinaba su buen humor, sino la sensación de que algo más debía suceder, de que la muerte no podía ser así, de que su existencia no podía seguir así indefinidamente, a veces pensaba si morir nuevamente sería la solución, si eso la liberaría de su anómala situación actual, pensaba en intentarlo, pero aun sabiendo que estaba muerta el suicidio no era una decisión fácil, a final de cuentas, siempre prefería seguir así un día más.

Aquella madrugada, Gloria vio televisión hasta tarde en su cuarto, no podía dormir por lo que se levantó a usar el baño y calentar agua para tomarse uno de sus tés relajantes para dormir de forma plácida, se sentó a la mesa con su té humeante y se cerró la bata para abrigarse, comenzó a darle sorbos mientras dejaba divagar su mente por momentos pasados, algunos bastante lejanos. La infusión se le fue acabando casi sin darse ni cuenta, perdida en sus pensamientos, a veces se sorprendía sonriendo al revivir momentos agradables, su dedo jugueteaba distraídamente con la bolsa de papel impregnada de agua que contenía las distintas hierbas que componían su infusión, mientras su vista vagaba por la habitación sin ver, hasta que de pronto se posó en la mesa frente a ella y su expresión relajada se tensó, no podía creer lo que veía, con la humedad de su té estaba escrito sobre la mesa “Las amo” se veía escrito con un dedo mojado y en una posición perfecta para su mano derecha pero ella no había escrito nada, o por lo menos no conscientemente, además de que era zurda por lo que jamás escribía con su mano derecha, inmediatamente pensó en su hija, Laura, y la buscó nerviosa a su alrededor, pero no vio nada. Las letras ya se borraban pero su dedo aun estaba húmedo por estar apretando la bolsa de té, había leído sobre un tipo de escritura inconsciente que según decían servía para comunicarse con los muertos pero era algo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza hacer. Luego de eso sonó su teléfono, su padre la llamaba, era bastante tarde y la mujer se preocupó, Manuel, era ciego y vivía solo, este le explicó que le habían roto una de sus ventanas y que necesitaba ayuda porque no sabía que estaba sucediendo con lo que la mujer debió llamar un taxi y despertar a su hija Lucía para explicarle lo que sucedía, esta no quiso de ninguna manera quedarse sola en el departamento por lo que se levantó y se vistió para acompañar a su madre.


Efectivamente Laura estaba ahí, había visto la taza de té sobre la mesa y se sentó en la silla frente a esta, justo donde su madre también estaba sentada, reconoció la bolsa de té como una de esas que tomaba su madre para dormir, a ella nunca le sirvieron y su madre siempre le repetía que eran para propiciar el sueño, no para provocarlo, Laura sonrió al recordar varios episodios sobre ese mismo escenario. La taza estaba casi vacía y la bolsa, apretujada sobre el platillo, aun estaba húmeda, la chica mojó su dedo con el concho de té que salía de esta pero no lo sintió, ni su humedad ni su temperatura, al igual que con la lluvia, no sentía nada. Distraídamente intentó hacer una línea sobre la mesa pero nada se marcó. Pero en algún momento, quizá su mano inmaterial se alineó de alguna manera con la mano de carne y hueso de su madre, se conectaron de alguna forma y funcionaron como una sola, la primera poniendo la consciencia y la segunda el acto en sí, Laura levantó su mano derecha y vio una marca de humedad bajo esta, nuevamente intentó dibujar una línea con esa humedad y esta vez sí pudo, escribió lo primero que se le ocurrió, ya que en ese momento pensaba en su madre, en su hermana, en su vida junto a ellas y en cuanto las extrañaba, se puso de pie, se sentía satisfecha y feliz, no sabía si alguien vería su escritura antes de que se borrara pero sí sentía que había dado un gran paso en su nuevo mundo, en su nueva forma de existencia, tal vez hasta podría comunicarse con alguien, pensó, y de inmediato imaginó una reunión de señores antiguos sentados en torno a una mesa y tomados de la mano invocándola, eso le provocó una mezcla rara de miedo y risa, se dirigió a su cuarto y se tendió sobre la cama, parecía una noche fría pero como siempre ella no sentía nada de eso, estuvo bastante rato pensando en su nuevo descubrimiento, hasta que comenzó a relajarse y cerró los ojos. Sin saber cuánto tiempo pasó, de pronto abrió los ojos abruptamente, un olor impregnaba su habitación, era extraño, casi nunca sentía olores pero este era muy fuerte y real, y bastante característico también, olía a velas. Laura se sentó en la cama y vio una luminosidad en el piso de su habitación cerca de la pared, era por lo menos media docena de velas encendidas frente a su espejo que estaba apoyado en la pared, una hoja sobre este tenía algo escrito. La muchacha se puso de pie y se acercó, un tal “Alan” ofrecía su ayuda y quería saber si ella estaba allí… Laura lo pensó un rato, no conocía a ningún Alan, se preguntó qué clase de extraño excéntrico habría contratado su familia, al parecer se había hecho notar demasiado durante el último tiempo y por eso ahora querían comunicarse con ella, pero no era su culpa, ella ni si quiera sabía que estaba muerta. Luego pensó que seguramente ese tal Alan sería un novato, pues no le había dejado nada para responder, “por lo menos una tabla Ouija hubiese servido…” pensó la muchacha, pero solo había velas y un espejo en el que no podía verse, también unas hojas de papel pero nada con qué escribir en ellas y esta vez no le serviría el dedo. Entonces recordó que sobre su cómoda tenía un par de lápices labiales que le habían sido obsequiados pero que ella jamás usó porque siempre se ponía un maquillaje bastante somero y natural. Cogió uno de un rojo demasiado pasional para su gusto y se dirigió a los papeles que estaban tirados en el suelo, se agachó para tomar uno pero no lo pudo sacar, las hojas estaban curiosamente adheridas al piso y de una forma muy extraña, como si tuvieran un buen peso encima, Laura quiso escribir encima de igual manera, pero en un principio no lo consiguió, el lápiz pasaba por encima sin tocar la hoja, por lo que debió esforzarse un poco cargando peso sobre el lápiz hasta conseguir que este hiciera contacto, entonces pudo dejar su respuesta, un simple “Sí estoy”  entonces se puso de pie y retrocedió satisfecha, dejó el lápiz labial sobre la cómoda con un suave sonido al caer que la chica no tomó en cuenta, sino que volvió hacia las hojas en el piso y notó que ahora estaban sueltas, ya no estaban adheridas al suelo, miró a su rededor, agudizó sus sentidos, por primera vez desde que estaba muerta tenía la certeza de que alguien estaba ahí, en el mismo lugar que ella, entonces el lápiz volvió a sonar, Laura se emocionó un poco, no estaba sola, sentía la presencia de alguien más en la habitación y eso le daba alegría, su hoja escrita aun estaba donde mismo, se sentía ansiosa, un nuevo sonido a sus espaldas, cuando volteó, el lápiz estaba en el suelo y la puerta de su cuarto estaba abierta, volvió a girarse y las hojas de papel junto con las velas ya no estaban, solo estaba el espejo, luego todo volvió a la normalidad, el espejo a su sitio, el lápiz a la cómoda, la ventana cerrada y la puerta… la puerta también estaba cerrada, pero Laura notó algo y sonrió, con el lápiz labial tenía escrito algo, un mensaje para ella, estaba escrito muy a la rápida o con una pésima caligrafía pero se podía leer “En la pileta del cementerio”.


León Faras. 

domingo, 11 de mayo de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

IX.


La verdadera Dendé que servía en casa de Rodana, era completamente diferente a la que habían visto cabalgando a la bestia por el bosque, esta era una mujer alegre y servicial, que corría a buscar cualquier cosa que descubriera que faltaba para atender a sus invitados, se paseaba sin parar llevando agua a las muchas plantas que conservaba, las limpiaba amorosamente, les dejaba comida a las aves que sin pudores llegaban hasta las ventanas, incluso dialogaba con las mariposas u otros insectos que descubría jugueteando en sus flores. En tanto el Místico narraba los acontecimientos vividos y explicaba a su anfitriona cómo y por qué había llegado hasta ese bosque en compañía de la Criatura, dónde la había encontrado y los malvadas intenciones con que había sido capturada. De pronto Dendé se quedó mirando con expectación a su ama y esta, consciente del porqué de esa mirada comenzó a narrar su historia de cuando tuvo un aprendiz, era el hijo primogénito de un soberano de la región, se trataba de un muchacho delgado, pálido, enfermizo, que al comprender que no tendría nunca capacidades físicas, decidió, apoyado por su madre, volcarse a la hechicería, de esa forma obtendría poder y respeto. A esas alturas, el soberano ya tenía un segundo hijo, también varón, pero este era un muchacho sano y fuerte; atlético y extrovertido, quien rápidamente se convirtió en el favorito de su padre, y en el mejor candidato para sucederlo. Rodana enseñó a su aprendiz buena parte de lo que sabía pero no solo en hechicería, también en valores y virtudes, de lo primero aprendió rápido pero con lo último no era bueno, la hechicera rápidamente se dio cuenta de que su aprendiz albergaba sentimientos ruines y destructivos, su complejo de inferioridad lo había vuelto envidioso y malintencionado, el muchacho por más que se esforzaba no conseguía ni una mínima parte del amor que su padre sentía por su hermano quien no necesitaba esfuerzo alguno para agradarle a este. Él era el primogénito y tenía el derecho a gobernar pero ese derecho era revocado por su padre para dárselo a su hermano menor. Rodana se dio cuenta del peligro de enseñar hechicería a un muchacho así y siempre trató de guiarlo y enmendar su actitud pero todo lo que hacía la hechicera era deshecho por la madre del muchacho que alimentaba con pasión los sentimientos en contra de su padre y su hermano. El plan de Rodana fue empantanar sus enseñanzas, mantenerlo como su aprendiz y procurar enderezarlo pero sin avanzar en nada productivo con respecto a la magia, jamás contó con la capacidad de su discípulo para aprender por su cuenta, el paso de los años solo agravó la situación, fue cuando el hermano mayor comenzó con la destrucción del menor, atacándolo con ayuda de su madre pero no en su cuerpo, para que el padre no sospechara nada, sino en su alma, envenenando y matando poco a poco lo bueno que había en ella, volviéndola prehistórica y brutal, inutilizándola. Fue cuando nació un tercer hijo, esta vez una niña nacida fuera del matrimonio y de la deshecha relación del soberano y su mujer, esto terminó definitivamente con la escasa unión familiar, la mujer comenzó a acunar en su mente la idea de deshacerse de su marido y poner a su primogénito en el poder, pero nunca esperó que alguien se le adelantara. Aquella noche encontró a su marido muerto, parecía haber sido atacado y devorado por animales salvajes, por todas partes habían señales de una batalla cruenta y sangrienta, el cadáver estaba carcomido, aterrada huyó, pero antes de salir se encontró frente a frente con su hijo menor, este era alto y fuerte, con un alma corrompida, putrefacta, al punto de ya no tener sentimientos humanos, la mujer se paralizó, su hijo estaba cubierto de sangre, sus dedos, sus uñas, su rostro, su pecho… su boca. Rodana se enteró tarde de la dimensión que habían alcanzado los hechos, el padre y la madre de su discípulo, Rávaro, habían sido muertos y medio devorados por el hermano menor de este, Dágaro, quien había sido irreversiblemente corrompido con magia de la más oscura a manos del primogénito, convirtiéndolo en un semi-demonio, la tercera hija del soberano muerto, Lorna, también resultó perjudicada por los hechos, al quedar desamparada y sin el apoyo de sus hermanos. La hechicera renunció a seguir instruyendo a su discípulo y se autoexilió en el bosque durante años después de esos horribles sucesos. Ahora, por medio de su visitante, se enteraba de que finalmente Rávaro se había deshecho de su hermano para quedarse con el poder.

Lorna entró en la bodega del castillo sin mayores problemas, cerró la puerta sin hacer ruido y se adentró en silencio, la luminosidad era escasa pero alcanzaba para movilizarse dentro. Era un lugar frio, con paredes de piedra y barro en las que no se veía ni una sola ventana, había repisas por todas partes  con productos de todo tipo, el silencio era absoluto, una fuente de luz débil llamó su atención, al acercarse vio un escritorio evidentemente viejo y burdo pero de construcción sólida, una vela alumbraba su superficie, tras él había una silla de similares características, pero ni una seña de Baba el bodeguero. La mujer miraba y registraba en búsqueda de aquellas joyas negras que necesitaba pero había tanto donde buscar que no sería algo fácil, a menos que alguien le ayudara, entonces una vasija de arcilla estalló en el suelo justo a sus espaldas, Lorna dio un brinco por el susto y sorprendida se acercó a buscar la vela encendida sobre el escritorio, las joyas negras que buscaba estaban desperdigadas por el suelo mezcladas con trozos de arcilla rota, aquello era imposible, tanta coincidencia o tanta suerte, pero no era ni una cosa ni la otra, elevó la escasa luminosidad que poseía y pudo ver los pies de Baba que colgaban suspendidos de algún punto oscuro del alto cielo del lugar, colgaba inmóvil como un ahorcado, la mujer se llevó otra impresión pero era seguro que un muerto no le iba a soltar esa vasija encima para que lo encontrara, o eso era lo que Lorna pensaba pero estaba equivocada. El viejo ciego y mudo comenzó a descender lentamente, estaba suspendido dentro de un aura oscura que la luz de la vela apenas lograba atravesar, la mujer retrocedió, ya conocía aquella densa oscuridad, antes le había entregado las llaves para huir de las catacumbas, ahora le daba las joyas, era el espíritu de Dágaro que la estaba esperando con parte del trabajo hecho, envolvía y dominaba al pobre Baba que exangüe,  no ofrecía resistencia alguna, manipulado como un títere señaló al suelo y luego de que la mujer recogiera una de las joyas, dirigió uno de sus dedos temblorosos y huesudos a la salida, Lorna no cuestionó lo que el semi-demonio le indicaba, sin decir palabra se retiró con la joya en la mano.


Dágaro necesitaba un cuerpo, sin un cuerpo no podía ni siquiera recoger una joya desde el suelo, por eso seguía los pasos de su media hermana. Lorna se asomó a la salida, le pareció sospechoso el silencio que había, ya no había ninguno de los guardias que se estaban divirtiendo hace unos minutos, algo había sucedido, tal vez habían encontrado el cadáver del hombre que se había quemado, pero era poco probable que eso hubiese sido suficiente como para dejar solas las catacumbas. Se iba a ir cuando un hombre apareció de la nada ajustándose el cinturón y ordenándose el uniforme, había estado en el baño y se había quedado solo, el guardia sacó su espada, la mujer retrocedió, ella apenas tenía un puñal, pensó en mostrar su pequeño botín y dar explicaciones, usar la diplomacia y su simpatía, pero el hombre de un golpe hizo volar la joya de su mano, no le interesaba en absoluto lo que la mujer había ido a hacer a ese lugar, como casi todos los guardias, él conocía a Lorna la prostituta y aprovecharía esa inesperada visita. La joya cayó junto a un cúmulo de piedras, la cual se movió ante el suave golpe, el enano de rocas estaba ahí.


León Faras.

lunes, 5 de mayo de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

IV.

La presentación de Lidia era sencillamente espectacular y colmaba de asombro a absolutamente todo el público que se quedaba silente y con la boca abierta ante aquella visión asombrosa de una sirena atrapada dentro de un enorme vaso de agua de mar, todas las atracciones anteriores por mucha gracia o asombro que les hubiesen provocado quedaban inmediatamente en el olvido, relegadas a un muy lejano segundo lugar ante tamaño capricho maravilloso de la naturaleza, ante tal criatura mitológica extraída de los sueños de los marineros y presentada en vivo y en directo ante los conmovidos ojos de los espectadores que encontraban poco el dinero que habían pagado a cambio de semejante experiencia. Cornelio Morris les observaba satisfecho, la idea que había tenido con Lidia había sido simplemente brillante, había dado exactamente con lo que quería y necesitaba, una atracción indiscutiblemente maravillosa, genial e irrepetible. Un hombre con un cigarro en la boca se abrió paso en la multitud embobada para acercarse a hablar con Cornelio, era un hombre elegante aunque no demasiado, venía acompañado de un mocoso que no dejaba de lanzar maníes contra los cristales donde Lidia se mostraba, el hombre estrechó la mano de Morris en una muy calurosa felicitación “Señor Morris, mi nombre es Primo Petrucci, soy accionario de una importante revista a la cual le encantaría publicar una serie de fotografías de esta maravilla asombrosa que usted presenta, nuestros lectores quedarían absolutamente fascinados y usted ganaría una muy generosa comisión, por supuesto.”El hombre terminó su proposición sonriente y seguro de sí mismo, el niño que le acompañaba lanzó un nuevo maní pero esta vez fue atrapado por Cornelio en un movimiento rápido y certero, semejante al de la lengua de una rana, Morris ya no sonreía sino que su rostro reflejaba una maldad inusual, comenzó a mover su puño donde tenía el maní sin abrirlo y como si lo estuviera pulverizando, empezó a caer un polvo sobre el niño mientras le hablaba a Petrucci “Te vas a ir ahora mismo de mi Circo, porque si te vuelvo a ver aquí o sorprendo a alguien enviado por ti, convertiré tu vida en un infierno tal que la desolación partirá tu alma hasta que vengas a rogar por un poco de paz…” y mientras hablaba, el niño comenzó a toser de forma cada vez más violenta hasta que convulsionado vomitó dos o tres cabezas de pescado de un color gris metálico que parecían recientemente cercenadas, Petrucci horrorizado, tomó a su hijo “está loco… ¿qué está haciendo?... ¿qué clase de loco es usted?...”; ”El peor con el que pudiste haberte cruzado…” respondió Cornelio y Primo retrocedió hasta una distancia prudente para voltearse y correr mientras Morris gritaba furioso “¡Nadie fotografía mis atracciones y no te atrevas a poner un pie de nuevo en mi Circo o juro que convertiré tu vida y la de tu familia en un tormento inagotable!” sus ojos se habían encendido y las venas del rostro casi reventaban pero así como se había enfurecido en un santiamén recobró toda su templanza y serenidad. Sonriéndole al público y con un par de palabras volvió a atraer toda su atención hacia Lidia, luego satisfecho, arrojó al aire los maníes que aun tenía en la mano y los atrapó con la boca.


 Al terminar la jornada, los hombres se preocupaban de asear y juntar las cosas, Cornelio contaba su dinero, Charlie Conde daba órdenes, Von Hagen recogía basura y Braulio Álamos comía desperdicios mientras que Román Ibáñez aun permanecía conectado a Mustafá, debía esperar la última pregunta que Cornelio Morris hacía todos los días al final de cada jornada “¿Alguien se ha apoderado de mí dinero hoy?” Era importante para Morris que ninguna de sus atracciones manejara dinero, porque el dinero era poder, era independencia y no necesitaban eso sus empleados, cada uno de ellos había recibido lo que habían pedido a cambio de firmar su contrato y no merecían nada más por su aporte y estadía en el Circo. En el momento en que Cornelio Morris se dirigía a preguntarle por su dinero al autómata que no mentía ni se equivocaba jamás, Von Hagen entraba tímidamente al acoplado donde se encontraba Lidia, cargaba una bolsa llena de desperdicios que había estado recogiendo. Se acercó con el respeto y la expectación del enamorado que busca a su doncella en el balcón, hasta que esta de pronto apareció de entre la densa bruma de su prisión, ella lo miraba con ternura o tal vez lástima, él con devoción. Horacio le hablaba, a pesar de saber que ella no podía oírle nada, le prometía que nunca la dejaría sola, que haría lo posible por liberarla de su obligación con el Circo, que dejaría de pertenecer a Morris, que la ayudaría a escapar y que escaparían juntos, metió su mano al bolsillo y luego la pegó a los cristales, con la punta de los dedos sujetaba la moneda que había encontrado, “Mira, decía emocionado, con esto podemos averiguar cómo sacarte de ahí, o cómo anular nuestros contrato, ya verás que…” pero sus palabras fueron interrumpidas por el crujir de las viejas tablas del piso, alguien había llegado, Lidia desvió su mirada enfocándola en un punto tras él, y Von Hagen notó en el reflejo del cristal la silueta de un recién llegado, era demasiado tarde para ocultar la moneda en su mano, Horacio se volteó, Beatriz Blanco los miraba enfadada, como una madre que acaba de atrapar a sus hijos en una travesura imperdonable “¿Tienes dinero ahí? ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Acaso estás loco?... ¡Mustafá va a delatarte! …Y no quiero ni pensar lo que Cornelio hará contigo” Horacio guardó la moneda en su puño, tenía muchas ilusiones puestas en ese pequeño trozo de metal a las cuales se aferraba de forma peligrosa y arriesgada, la mujer continuó “¿De dónde la sacaste?; ¿La robaste?” Von Hagen negó enérgicamente, “La encontré tirada…” “Déjame verla…” inquirió la mujer suspicaz, y atrevida abrió la mano de Horacio y le quitó la moneda sin que el hombre se resistiese demasiado, luego rió, “¡Qué tonto eres Horacio, esta moneda no sirve para nada! Es vieja como la codicia” y miró a Lidia buscando complicidad en su burla, pero la sirena la miraba con desagrado, eso acabó con su buen humor. Le lanzó la moneda de vuelta, Von Hagen la estudió esta vez, tanto miedo y nerviosismo sintió cuando la encontró que solo se la había guardado sin verla, temeroso de ser sorprendido. La moneda no servía para nada, se sintió tremendamente avergonzado, Lidia, pegada a los cristales, lo miraba con ternura, pero él no volteó, solo tomó su bolsa con desperdicios y se retiró en silencio, luego Lidia también desapareció en la bruma.


León Faras.