viernes, 31 de octubre de 2014

Isidora.

Sus pasitos menudos se sienten correr,
en la soledad que inunda todo el lugar.
Hace mucho tiempo que dejó de toser
¿por qué su mamá no la vino a buscar?

Que su pena termine, desea Isidora,
pero no encuentra el camino de huida.
Su cuerpo está bajo tierra y ella lo ignora,
su alma en un laberinto que no tiene salida

Isidora quisiera volver con sus padres
que su madre vuelva a cepillarle el pelo
que le lea sus cuentos al llegar cada tarde
que le quite el miedo y el desconsuelo

Abraza su muñeca de vestido gastado,
visitantes extraños le provocan espanto,
ellos profanan el Hospital abandonado.
La osadía termina si escuchan su llanto.

A veces tiembla su muñeca asustada
como buena madre, la debe arrullar
hacerla dormir en la noche cerrada.
Se te hiela la sangre si la oyes cantar.

Pobre Isidora, qué injusto destino
su alma vaga sola en el hospital
su rostro de niña se diluye en el frío
su voz inocente te pone a temblar.


León Faras.

jueves, 30 de octubre de 2014

Simbiosis. Una visita al Psiquiátrico.

II.

Era una preciosa tarde de domingo, que inspiró a Edelmira a decidir sacar a jugar  a su hijo a un parque cercano y comer golosinas e invitó a Miguelito para que se les uniera. Entonces Bernarda animó a su hija para que ambas salieran a dar un paseo por el centro de Bostejo para disfrutar del sol y la brisa y de paso, llevar a la pequeña Matilda a respirar un poco de aire fresco. Ulises se había ido al negocio de Octavio por lo que las mujeres invitaron a la señora Alicia para que no quedara sola en casa, y aprovecharan de hacerle una visita a Estela quien no había llegado para el almuerzo.

Como toda tarde de domingo, y especialmente cuando el clima era tan espléndido, la plaza de Bostejo se llenaba de gente que deambulaba por ella en grupos o en parejas buscando distracción y esparcimiento, numerosos comerciantes compartían espacio con artistas callejeros que luego de realizar su arte, recolectaban monedas entre su público. Las mujeres se instalaron en uno de los asientos del nivel intermedio de la plaza para descansar, disfrutar de la fresca sombra de los árboles y atender a Matilda, a pesar de que esta dormía pacíficamente como siempre. Por más que observaron en todas direcciones, no fue fácil encontrar a Estela, el lugar era un enjambre de personas y ruidos; música y conversación; niños reían y corrían por un lado y comerciantes gritaban sus productos por otro, solo lo consiguieron gracias a que el traje de payaso de Alberto y sus globos eran lo suficientemente vistosos como para que llamaran la atención en la multitud, pero cuando lograron acercarse al chico y este les señaló dónde estaba Estela, resultó que ninguna de las mujeres la reconoció hasta enterarse de que la muchacha llevaba peluca y pintura en la cara como parte de un disfraz de muñeca, solo entonces pudieron dar con ella. La chica estaba contenta, disfrutando plenamente de su trabajo, la tarea de usar disfraz y acercarse a los niños con las invitaciones para el show de títeres o para vender sus dulces le había encantado, y la aceptación de la gente, sobre todo los más pequeños, había sido de lo mejor, “Cuando Matilda cumpla su primer año, te pediré que te disfraces de nuevo para su fiesta” dijo Aurora y la idea se quedó flotando en el aire por unos segundos, como si se tratara de una revelación colectiva, pues todos ahí pensaron lo mismo, que aquella sería una excelente forma de que los muchachos ganaran algún dinero.

Edelmira estaba sentada en un asiento de piedra, observaba a los niños desde prudente distancia mientras estos se divertían en los juegos infantiles, Miguel ya había hecho amigos nuevos entre los otros niños, mientras Alonso se entretenía solo, abstraído del mundo en un banco de arena que lo absorbía por completo. Aquello era en cierta forma bueno para la mujer, ella mantenía su trabajo separado de su hijo tanto como podía, pero no podía asegurarse de nada, por lo que la personalidad ensimismada de su hijo era buena para ella, él nunca tendría muchos amigos y eso lo mantendría a salvo, hasta cierto punto, de la crueldad de los niños. Una mujer se sentó a su lado, era más joven que Edelmira pero no más atractiva, su vestimenta y su peinado no lucían nada, traía un coche de bebé, Edelmira la observó por debajo del ala de su ancho sombrero, le pareció familiar el rostro pero tardó algunos segundos en reconocerlo, se veía completamente diferente fuera del prostíbulo donde ambas trabajaban “Leticia, que grata sorpresa. ¿Estás bien?” La mujer solo miraba hacia donde estaban los niños jugando “Hola, ¿ese de ahí es tu hijo?; sí que ha crecido” su voz y la expresión de su rostro no habían cambiado en nada, era triste y melancólica como siempre, Edelmira observó el carrito, un bebé de menos de un mes dormía en su interior “Así que, esta es la grave enfermedad de tu hermano menor, ¿no?”Leticia también miró hacia el coche, “¿Eso fue lo que te dije a ti? no lo recordaba. No, ni siquiera tengo hermano menor, he dicho demasiadas mentiras, a Rubén, a ti… a mi madre. Una mentira diferente para cada cual” Edelmira no comprendía “¿Rubén?; ¿Qué tiene que ver Rubén?” Rubén era el hombre al que recurrían las chicas cuando algún cliente se negaba a pagar lo acordado o cuando alguno se tornaba especialmente agresivo. Leticia miró a los ojos a su amiga, necesitaba confiar en alguien, hablar sin tener que inventar cada palabra de lo que decía. “Él es el padre, aunque por supuesto se lo negué, le dije que era de un cliente, sabes que no es paternidad lo que busca en nosotras. Además, lo primero que me dijo cuando le comenté mis sospechas fue que tenía que hacerme un remedio o irme a la calle” Edelmira miró a los niños que jugaban. Hace años cuando apenas era una chiquilla, había pasado por lo mismo, “remedio o la calle”, ya había probado la calle demasiado tiempo, así que eligió el remedio, nunca más lo volvió a hacer. “Y elegiste la calle, obviamente. ¿Dónde te estás quedando? ¿Necesitas algo?” guardaron silencio mientras una pareja de adultos pasaba por su lado, luego continuaron “Estoy bien, estoy con mi madre, por supuesto ella no sabe nada, piensa que me dejé engatusar por algún sinvergüenza de la casa donde se supone que trabajo cuidando a un enfermo por las noches…”; “Con lo de dejarte engatusar por un sinvergüenza tiene razón” dijo Edelmira con un toque de reproche “Sí, es cierto…” admitió Leticia “…pero ya está hecho. Ahora necesito conseguir trabajo de nuevo” El bebé despertó y Leticia debió tomarlo y pasearlo un poco para tranquilizarlo. Edelmira preguntó “¿Y estás segura de que Rubén es el padre de tu bebé?” era una duda válida pero irrelevante al mismo tiempo, Leticia respondió con una sonrisa triste “¿Y eso en qué cambia las cosas?...” ante el silencio de Edelmira, agregó “…Me tengo que ir. Me gustó verte.”

“Estela, ¿no has comido nada? Pensé que irían a casa a almorzar” La señora Alicia, como casi siempre, lucía muy preocupada “¿Podemos comer más tarde? Con don Jonás hemos comprado y comido emparedados y zumo. Dice que le ha ido realmente bien con nuestra ayuda y a nosotros también. ¡Mira, casi he vendido todos los dulces!” La muchacha estaba entusiasmada y la miraba suplicante para que le permitiera quedarse un rato más y terminar con el trabajo, “¿Y quién es ese don Jonás?” preguntó la señora Alicia tomando una actitud fingidamente severa, “Es el titiritero…” respondió Estela sin poder dejar de sonreír “…por eso estoy vestida así. Promocionamos su espectáculo y luego vendemos nuestras cosas a los niños, hacemos buen equipo. Solo nos queda una función más, ¿sí?” La señora Alicia se mostró realmente sorprendida “¿Jonás?; ¿ese titiritero es Jonás del Arroyo?” Estela no conocía a ningún otro Jonás ni tampoco a otro titiritero, por lo que se volteó hacia su amigo payaso buscando una confirmación y este asintió con la cabeza “El mismo… ¿Le conoce?” La mujer pareció suspendida en recuerdos por un breve momento y luego respondió “Sí, evidentemente.”



León Faras.

lunes, 13 de octubre de 2014

El gran Diluvio.

El gran diluvio.

…La enorme puerta de gruesos y toscos maderos era golpeada por una multitud desesperada sin que pudiera abrirse. Por entre las rendijas podía verse dedos asomarse pidiendo ayuda y ojos muy abiertos, ávidos de auxilio. Los gritos helaban la sangre.

El anciano volvió en sí buscando sujetarse de algo porque se desvanecía, los trances en los que entraba eran tan profundos y prolongados que a menudo lo desorientaban en el tiempo y en el espacio. Se trataba de un brujo respetado y reconocido en la región, sus pronósticos eran certeros, y las personas creían en ellos más que en sí mismos. Otros miembros más jóvenes de la tribu se apresuraron a sujetarlo, con sumo cuidado le ayudaron a sentarse y lo acompañaron hasta que el viejo se recuperó. “¿Qué fue lo que viste, Padre?” todo el mundo, más allá de que fueran familiares o no, le llamaba “Padre” era una especie de título o reverencia. Le acercaron un poco de agua en un cuenco que el viejo bebió con ganas y luego habló, “había, una choza como la nuestra, hecha de gofer pero mucho más grande. Estaba invertida, de modo que la cima del techo se apoyaba en el suelo y no podía mantenerse de pie sin pilares que la sostuvieran. La base estaba abierta a los cielos…” los hombres y mujeres que le escuchaban, se miraron sin entender, a veces las visiones de Padre eran extrañas, pero no por eso perdían veracidad. Uno de los hombres preguntó “¿Quién vive en esa choza tan extraña, Padre?” el viejo miraba al fuego enfrente de él, y estiraba la mano con cuidado, como tratando de tocar algo en su mente, esa imagen se desvaneció y el anciano respondió “nosotros viviremos en ella, será nuestro refugio” la gente no entendía nada, estaban muy bien donde estaban y sus chozas eran perfectas con el techo sobre sus cabezas como les gustaba que fuera y como debía de ser, pero nadie tendría el atrevimiento de dudar de las revelaciones de Padre y mucho menos de contradecirle, entonces otro de los hombres preguntó “¿dónde está esa choza, Padre?; ¿está demasiado lejos de aquí?” ese hombre era un cazador, y había recorrido tanto como puede hacerlo un hombre sobre sus pies, y en ninguna parte había siquiera escuchado de tan extraña construcción. “No tendremos que ir a ninguna parte, esa choza estará aquí, debemos de construirla nosotros mismos” concluyó Padre con un tono de quien anuncia lo que será, un mal necesario.

            La noticia se esparció con facilidad, debido a que las visiones de Padre eran tema de conversación obligado mucho más allá de su comunidad. A los pocos días llegaron hombres de otras tierras, preocupados en saber si era cierto lo de la choza invertida y si ellos también necesitarían refugio, los materiales para iniciar la construcción se amontonaban en gran cantidad, así como también recipientes con plantas y vegetales comestibles y un buen número de ganado. Padre les respondió que sin duda, sí “…el agua será tal, que necesitarán protegerse de ella bajo sus pies, por eso la choza debe tener el techo hacia abajo” los hombres se preocuparon, su líder, conocido por todos como Tresdedos preguntó “¿podemos unirnos a su grupo, Padre?, tenemos hábiles constructores y buenos cazadores” Padre asintió “Por supuesto que sí, pero deberán asegurarse con una buena cantidad de provisiones vivas, o no durarán el tiempo suficiente” los hombres parecían no creer “¿provisiones vivas Padre?; ¿cuánto tiempo estaremos en el refugio?” el viejo respondió sin rodeos, “Lo que tarda la tierra en cubrirse de agua por completo y volver a secarse”

            La escena se repitió en más de una oportunidad, hombres de distintos puntos llegaron a corroborar los rumores y a unirse al grupo y su arduo trabajo, tanto en la construcción, como en el abastecimiento de víveres. Gracias al gran numero de brazos que llegaron, se avanzaba rápido en los trabajos al mismo tiempo que se estrechaban lazos y se unían familias, la choza invertida tomaba una forma y un tamaño absolutamente desconocido para cualquiera de los hombres o mujeres que trabajaban allí, lo que hacía que pocos pudieran imaginar la forma en que ese armatoste se convertiría en su refugio o en su salvación. Por las noches, un grupo cada vez mayor se reunía en torno a un gran fuego para recuperar fuerzas y escuchar las narraciones, en las que Padre participaba y aprovechaba de repartir enseñanzas, sobre qué esperaba la divinidad de nosotros y la mejor forma de comportarnos frente a distintas situaciones. Trataba sobre todo de inculcarles el amor y respeto por los demás, los últimos pasajes de la visión que había tenido lo torturaban dolorosamente sin poder compartirlos con nadie, todas esas personas atrapadas, debía haber una razón, solo sabía que haría todo lo necesario para salvar a toda esa gente.

            Los trabajos terminaron, y la gente quedó asombrada y orgullosa de la forma y tamaño de su construcción, sin duda una obra de la que se hablaría en incontables generaciones. Las primeras gotas de agua comenzaron a caer ese mismo día y Padre ordenó que subieran todas las provisiones y luego todas las personas, todo lo que debía hacerse ya estaba hecho y solo quedaba esperar. En ese momento, un gran número de personas que se acercaban apresurados fueron avistadas, venían desde muy lejos, marchando apenas se habían enterado de las predicciones, traían provisiones pero la mayoría las habían agotado en el viaje, estaban cansados y temerosos, rogando que los dejaran entrar en el refugio, la mitad de ese grupo eran mujeres y niños pequeños, Tresdedos intervino diciendo que había espacio y provisiones suficientes para todos y Padre estuvo de acuerdo, con lo que el grupo volvió a crecer. La lluvia tomó consistencia poco a poco durante el día y continuó durante la noche y durante todo el día siguiente y la siguiente noche, y así, hasta desbordar todos los ríos, lagos y riachuelos, conquistando suelos que nunca antes había conquistado, y subiendo cada vez más por las paredes de la choza invertida, en cuyo interior los hombres temían que no fueran lo suficientemente altas para que el agua no los cubriera también. El asombro y la admiración fueron generalizados el día en que la choza invertida comenzó a flotar y a moverse suavemente con el vaivén de las aguas, la gente no dudó en celebrar bajo la lluvia con música y bailes, pues con seguridad era una intervención divina que la colosal estructura que habían construido no sucumbiera a las aguas, sino que se mantuviera sobre estas, pero el buen ánimo duró solo unos días, hasta cuando se acercaron a un islote formado recientemente en el que un gran número de desdichados, hambrientos y sin resguardo del aguacero, rogaban a gritos ser salvados. Tresdedos intervino de inmediato asumiendo su rol de líder, “No podemos recibir más gente, no podremos alimentarlos a todos. Debemos alejarnos de aquí lo antes posible y no tentar su desesperación” Padre no estaba de acuerdo, “Esos gritos nos acompañaran hasta el final de nuestros días, pero sobre todo a mí, que debí construir este refugio para salvar a todo el que lo necesite y no para un número determinado de hombres. ¿Si ese fueras tú, tus padres, tus hijos? ¿No desearías y considerarías justo ser salvado?” Tresdedos no podía discutir con eso, pero eso no cambiaba la insensatez de aumentar aún más el número de personas dentro del refugio “Tú eres nuestro patriarca y apoyaré tu decisión, pero hay una verdad que no debes ignorar: No todos pueden ser salvados” “Una verdad sin duda, pero que es más fácil de admitir cuando se está del lado seguro” respondió Padre, con lo que Tresdedos cogiendo una cuerda, animó a todos los que lo quisieran seguir a rescatar a esas personas.

            El rescate se llevó a cabo, aunque el espectáculo que se dio fue perturbador y desagradable, los hombres se peleaban, se insultaban, se agredían por salvarse, muchos perecieron ahogados en la lucha por la supervivencia. Ni un solo niño logró llegar a bordo del refugio, aparte de un bebé que una mujer traía atado a su espalda. Muerto. Los días pasaron y la lluvia no se detenía, el clima dentro del refugio se tensaba y dividía, las personas se separaban en clanes y poco compartían entre sí, de vez en cuando aparecían pequeñas disputas y rencillas causadas por un poco de alimento o una cobija para dormir, por lo general Padre era el único que podía intervenir sin caldear más los ánimos pero no siempre estaba disponible para ello. Un día descubrieron que una familia entera se había enfermado, nada habían dicho por temor a ser expulsados, pero ya no lo podían ocultar, una serie de protuberancias grotescas deformaban su cuerpo el que se llenaba de llagas que con el paso del tiempo laceraban su carne, haciéndolo perder partes, la enfermedad era horrible, contagiosa y muy temida. Una especie particularmente agresiva de lepra. El pánico se esparció, muchos no dudaron en exigir que los enfermos fueran arrojados al agua, hasta que ellos mismos o sus parientes cercanos se veían infectados, entonces el discurso cambiaba. Padre, Tresdedos, sus familias y seguidores atendían a los enfermos en lo que podían, aliviando su sufrimiento, sin deshacerse de ninguno de los contagiados, debido a que, a pesar de las horribles deformaciones, ninguno había perecido aun. Hasta el día en que Tresdedos se presentó ante Padre, “Ya no volverás a bajar a atender a los enfermos…” dijo  “…yo y mi gente nos encargaremos de todo…” Padre no comprendió lo que sucedía hasta que Tresdedos le mostró el vientre, una voluminosa protuberancia emergía de él, estaba contagiado y salvo Padre y su familia, todos los demás también, entonces Tresdedos entró en la parte baja del barco y le pidió a Padre que cerrara la puerta por fuera, Padre se negó, pero Tresdedos insistió “Preocúpate de los tuyos. No todos pueden ser salvados”


            La visión de Padre cobró vida en los días sucesivos, al verse encerrados los hombres se lanzaron contra los portones, gritando y pidiendo clemencia, sus cuerpos se deformaban terriblemente, unos perdían el cabello, otros, sus miembros, el sufrimiento y la desesperanza se apoderaron de todos ellos. Padre y los suyos se mantuvieron sanos solo por obra divina, los portones no volvieron a abrirse y los alaridos y golpes terminaron por acallarse. Y la lluvia por fin se detuvo. Días después avistaron tierra, los montes y cerros ya se asomaban nuevamente, la choza invertida se detuvo y Padre y su familia descendieron, la felicidad y gratitud se mezclaban con la tristeza de haber perdido a tantos buenos hombres y mujeres, tal vez si no hubiese salvado a esas personas del islote, la enfermedad nunca hubiese llegado a bordo, pero ya no había nada que hacer. En realidad sí había algo que hacer, debían sacar los cuerpos y darles sepultura según su costumbre. Los portones se abrieron, pero lo que encontraron allí fue sencillamente increíble. Había animales, miles, que con los rayos del sol se despertaron y comenzaron a moverse con lentitud, espantando la modorra que los embargaba, grandes, pequeños y en su mayoría, nunca antes visto por Padre y su familia. No había un solo humano, ni vivo ni cadáver, solo animales que salieron del refugio y se esparcieron por el mundo. Un majestuoso y bello tigre salió al final, pareció saludar a Padre antes de irse, cojeaba levemente de su pata delantera, Padre notó que solo tenía tres dedos en ella.


León Faras. 

jueves, 9 de octubre de 2014

Del otro Lado.

XIX. 


Era casi medio día cuando Alan llegó al cementerio, había estado pensando en algún sistema de comunicación más práctico para hablar con Laura, la nieta de Manuel, pero aun no se decidía, papel y lápiz no era el mejor sistema para comunicarse con los espíritus, porque para estos últimos era demasiado complejo maniobrar objetos materiales a voluntad, aunque con el tiempo, sí eran capaces de lograrlo y ejemplos de eso sobraban. Lo de reunirse en el cementerio fue más que todo un impulso, debían programar juntarse en otro lugar fuera del dormitorio de la chica y el cementerio fue lo primero que se le ocurrió en ese momento antes de salir huyendo por la ventana, aunque con respecto a la tumba de ella y que estuviera tan cerca del punto de reunión, esa no había sido más que una rara coincidencia, la pileta era solo un punto de referencia y Alan no tenía idea que esta se encontraba junto al mausoleo de la familia de Laura. 

Se adentró en el cementerio con paso tranquilo, había poca gente como era costumbre en un día ordinario, pensando en lo que haría, pasó junto a un tipo con pinta de vagabundo, sentado en el suelo frente a una tumba lúgubre y abandonada cavada en la tierra, en la que solo se podía ver un par de tarros oxidados con restos podridos y pestilentes de flores y una burda cruz de madera con la pintura descascarada y un nombre conservado a medias escrito con una caligrafía muy desprolija, “¿Ya me parecía extraño no haberte encontrado antes por aquí?”Alan no pensó que le hablaran a él en primer lugar, pero luego de echar una ojeada, reconoció al tipo que estaba ahí, a pesar de la capucha que le cubría la cabeza, era Gastón Huerta, aquello le estropeó el humor de inmediato, “De haber sabido que tu tumba estaba aquí, hubiese evitado acercarme” dijo Alan sin detenerse “…Esta no es mi tumba” respondió el encapuchado, y agregó “¿creerías que es la de un ángel?” Alan se detuvo, Huerta permanecía con la vista fija en aquella cruz deteriorada y fea, “La Clarita era un ángel. Ella era lo único bueno, lo único santo que teníamos. No debía morir, o tal vez nunca debió de nacer allí. También fue culpa mía, lo sé, pero ya no está aquí, ya no puedo pedirle que me perdone…ella no me escucha” Alan no tenía ni idea de lo que le estaba hablando, pero todo lo que podía imaginar le dibujaba una expresión de repulsión en el rostro. No estaba seguro de querer saber la respuesta de lo que iba a preguntar, pero igualmente lo hizo “¿Quién era esa Clarita y qué cosa le hiciste, miserable?”Huerta se puso de pie, pero no levantaba la vista “…Ella era mi hermanita, una enana encantadora, que se hacía todo ella misma y encima nunca te decía que no, cuando le pedías algo, siempre contenta a pesar del ambiente repugnante en el que vivíamos, turbio y lleno de porquería que hacíamos todos ahí…todos, menos ella… siempre bien peinada y lista para irse al colegio…o preparando la mesa para un almuerzo que nunca estaba listo…” Alan escuchaba esperando lo peor, mientras Gastón hablaba ido, con la vista húmeda, perdida en otro lugar y en otra época, “…Yo debía encargarme de ella, de que estuviera bien, de que no le pasara nada, se lo había prometido… Pero no estuve con ella cuando incendiaron la casa… estaban todos más que borrachos y sin embargo solo ella murió, ella que solo dormía… a mí me fueron a buscar, me hablaban del incendio y yo no entendía nada, no podía ni siquiera pensar, me llevaron casi a tirones, yo no quería ir, quería seguir en lo mío… Al día siguiente mi mamá preguntaba por la Clara para mandarla a comprar, había presenciado todo sin enterarse de nada… solo sabía que le dolía demasiado la cabeza… ¿sabes cómo se recupera un alcohólico después de algo así? Solo bebiendo… mi madre no dejó de beber nunca más… y cuando no lo hacía, solo lloraba… y yo perdí mi razón para vivir… con la mierda hasta el cuello, ella era la razón para luchar... yo quería que la Clara estudiara, ayudarla a conseguir una profesión, darle algo… algo bueno, algo que yo nunca conseguiría para mí, pero de lo que también pudiera sentirme orgulloso… que ella saliera de todo ese ambiente porque si no, al final… la terminaría convirtiendo, contaminando como a mí… o peor… la iba a matar… y la mató.”

Alan no estaba preparado para sentir compasión por el hombre que más desprecio le provocaba, pero toda esa historia había logrado acercarlo a eso, a comprender, en parte, que un mismo hombre puede ser una persona totalmente distinta y tener un destino muy diferente, dependiendo del ambiente en el que nace y se cría. Nadie es completamente bueno o completamente malo, solo es lo que es, porque así fue moldeado, hasta transformarse poco a poco en el adulto que luego tomará, para bien o para mal, las decisiones de su vida, pero eso no quita que todos arrastremos un resto de inocencia en lo que hacemos, hasta a Gastón Huerta se le debía conceder un mínimo de su inocencia original, porque no solo el pecado puede ser original, cuando todos partimos de cero, dispuestos solo para recibir aquello que el mundo tenga para nosotros, y hay veces en que el mundo no te deja demasiadas opciones. Alan digería todo eso, mientras Huerta volvía a agacharse frente a la tumba de su hermana, satisfecho con todo lo que había dicho, “Siento mucho lo de tu hermana pequeña” dijo Alan con honestidad, comprendiendo bien la envergadura de la pérdida y las infames circunstancias en las que se había llevado a cabo, “Yo lo siento aun más…” respondió Huerta abrazándose las rodillas, “…así como también lo que sucedió con tu hijo. No hay un solo día en que no me arrepienta, en que no pida perdón y no sienta pánico de irme de este mundo… la culpa y el miedo son mis cadenas y están conmigo todo el tiempo” Alan tuvo la intención de retirarse, estaba confundido, se detuvo, se rascó la cabeza y se volvió hacia Gastón “Mira, sé que no podemos ser amigos, y que lo más probable es que nunca lo seamos, pero… estoy haciendo algo y tal vez puedas ayudarme, si quieres… a lo mejor, con el tiempo podemos encontrar la forma de aliviar toda esta porquería que no para de atormentarnos” Huerta se puso de pie con algo de incredulidad pero luego lo aceptó con disposición “claro, ¿en qué te puedo ayudar?”  Alan le explicó lo de Laura y lo de su intención de comunicarse con la difunta “Pues lo más simple…” respondió Huerta de inmediato “…es usar una tabla Ouija” Alan no parecía impresionado “lo sé, ¿pero de dónde sacaremos una?” “Sé donde conseguir una. Ven conmigo” Gastón ya se iba pero Alan lo detuvo “Espera, dejaré un mensaje”


Alan se dirigió hacia la pileta, en el camino se topó con un bonito ramo de calas blancas adornando una tumba igualmente de inmaculado blanco, decorada con mármol y bronce… una fachada pulcra y elegante pero con un detalle de bastante mal gusto según le pareció al hombre, las flores eran plásticas, pero pensó que a él sí le servirían, para llamar la atención de Laura quien no veía flores vivas, o una buena imitación de ellas, desde el día de su muerte. Al llegar, la tumba de Laura tenía una buena cantidad de flores vivas y naturales como era de esperar en una tumba relativamente reciente, pero estas serían invisibles para la chica, por lo que las calas resultarían perfectas. Alan acomodó las flores en un espacio de la lápida y entre estas, puso la hoja de papel en la que la chica había escrito con lápiz labial, para que Laura supiera que estaba en el lugar correcto, “Bueno, espero que esté aquí para cuando regresemos…” Gastón Huerta que esperaba a algunos metros se le ocurrió que podía dejarle su reloj detenido en una hora específica, de esa manera no se pasarían horas tratando de coincidir en estar en el mismo lugar y a al mismo tiempo, la idea le pareció genial a Alan y así lo hizo, “Nada mal, eh…” dijo reconociendo la buena ocurrencia.


León Faras.