III.
“¿Es
que no le vas a decir nada? es tu amigo desde siempre. Tienes que al menos
contarle qué es lo que pasa” dijo Diógenes, quien sostenía a mitad de camino, entre el mesón del negocio de Octavio y su boca, su
segundo vaso de vino, mientras
el gordo mesero abría los ojos sorprendido, como si acabase de recibir un
ataque a traición. El viejo cliente continuó “…Mírate, ya pasaste la mitad de
tu vida y te queda solo la mitad más corta. No pierdas el tiempo y díselo”
Ulises que estaba a punto de retirarse del negocio, se detuvo intrigado, “¿Qué
pasa con ustedes dos? ¿Qué es lo que me van a decir?” el camarero estaba sin
palabras y solo movía la cabeza mirando estupefacto a los dos, Diógenes
insistía “¡Díselo de una vez! te comportas como un chiquillo” Octavio mudó su
rostro de sorpresa a enojo, cosa que era muy rara en él “¡No sé por qué te
cuento mis cosas! esto no es asunto tuyo y no deberías divulgarlo como vieja
ociosa que…”; “¡Que alguien me diga qué está pasando!” interrumpió Ulises con
un vozarrón ya en el límite de su paciencia. Diógenes bebió un sorbo de su vaso
y se puso un cigarrillo en la boca “Sé que no es asunto mío, pero si hablaste
conmigo, fue porque no te atreves a decírselo a quien corresponde y necesitas
ayuda. Y yo te estoy ayudando” y luego de encender su cigarro se volteó hacia
Ulises “…A Octavio le gustaría conocer un poco más a tu hija…” y se quedó
pegado tratando de recordar “… ¿cómo se llamaba?”Agregó. Ulises apretaba el
ceño con una mueca en la boca sin entender cuál era el sentido de todo eso
“¿Conocer un poco más a mi hija?...” Octavio dejó en paz por fin un vaso al que
le restregaba un paño con nerviosa insistencia para tratar de salir del
entuerto en el que el viejo Diógenes lo había metido, “Bueno Ulises, tú me
conoces de años, sabes cómo soy yo, un hombre de bien, respetuoso, responsable,
trabajador… he llevado este negocio solo durante…” Ulises notó que el monólogo
de Octavio se extendía innecesariamente y decidió interrumpirlo “Sí, sí, sí.
Nos conocemos de años, pero no me dices qué tiene que ver mi hija con todo
esto” El camarero se quedó con la mitad de su discurso en la boca, indeciso
ante la mirada expectante de los dos viejos frente a él, hasta que, cuando al
fin juntaba el valor suficiente para hablar, entró Alamiro con toda su
extrovertida personalidad, sentándose junto a Diógenes, poniendo sus lentes de
sol sobre el mesón, repasándose el peinado, pidiendo un vaso de vino blanco y
haciendo comentarios sobre su apreciación del clima y la economía local sin
poner la menor atención a la discusión que se estaba llevando a cabo en el lugar.
Pronto notó el incómodo silencio que se mantenía y que el vino blanco que había
pedido no le llegaría muy luego, por lo que no le quedó otra que preguntar
“¿Pasó algo?” Diógenes apagó su cigarrillo, “Este aun no le dice nada a Ulises”
le comentó al recién llegado como si se tratara de un tema de dominio público
“Pues a lo mejor se arrepintió. Yo pienso que eso del matrimonio a la larga no
sirve para nada bueno” “¿¡Matrimonio!?” dijo Ulises, mientras Octavio comenzaba
a exasperarse “¿¡Pero de qué estás hablando hombre?!” Diógenes se limpiaba el
vino del bigote con toda calma mientras Alamiro continuaba completamente dueño
de la situación “Sobre lo que Diógenes me contó acerca de tus sentimientos
hacia la hija de nuestro amigo Ulises… aquí presente” los ojos se posaron en el
viejo Diógenes y este se excusó con absoluta normalidad, “Somos tus amigos, y
solo queremos ayudarte” Ulises comenzaba a comprender todo y una sonrisa
divertida se dibujó en su rostro “Te seré sincero…” dijo “…Te conozco y sé que
eres un hombre noble, pero no esperes que mueva un solo dedo en tu favor con mi
hija…” Octavio pareció defraudarse por un segundo, pero el viejo Ulises
continuó “Sin embargo, tampoco pondré trabas. Ya ambos están bien crecidos y no
necesitan ni mi ayuda ni mi permiso para… conocerse un poco más. Ella es una
gran mujer, al igual que tú, así que solo sé sincero y trátala bien… y a sus
hijos. No olvides que tiene hijos.” Octavio sonreía agradecido “Por supuesto.
Gracias Ulises.” “¿Y dónde está el vaso de vino que te pedí?”Alegó Alamiro y
rió, disipando rápidamente la seriedad del momento.
Cuando
Edelmira regresó, se llevó a los niños inmediatamente a la cocina para que
bebieran refresco, allí encontró a la señora Alicia que en ese momento hablaba
con Bernarda y Aurora “…es una historia sumamente vieja. Imagínate, si éramos
unos jovenzuelos…” “Me huele que es una historia de las que me gustan” dijo
Edelmira sonriendo mientras Bernarda le cedía el asiento y se retiraba para
llevar a asear a los niños. “…Es sobre un hombre, ¿verdad?” agregó, con una
mirada astuta y maliciosa, y la sorpresa de Aurora por acertar, confirmó de
inmediato las sospechas de Edelmira “¡Lo sabia! He visto demasiadas mujeres hablando
de amores pasados. Yo misma me incluyo. Si yo les contara mi historia con el
padre de Alonso…” Y Edelmira hizo una pausa mirando al cielo y aspirando hondo
“…Si él viviese, mi vida sería muy diferente” Aurora se puso repentinamente
triste “¿Está muerto?” “Sí…” contestó la mujer “…pero otro día te contaré esa
historia, ahora, vamos a escuchar lo que nos tiene que decir Alicia sobre su
amor de juventud” y con esas últimas palabras rió traviesamente contagiando a Aurora.
La señora Alicia lucía confundida, “¡Ay Edelmira! ya no tenemos edad para este
tipo de historias sobre amores platónicos de juventud” “Vamos mujer…” respondió
la aludida “…Si las mujeres estamos hechas para las historias de amor.”
Esteban
Trigo era el nombre del padre de la señora Alicia, un hombre con la tristemente
común tendencia a no creer en sí mismo, en parte herencia de su padre, que
siempre le inculcó que la vida no era sino un penoso camino cuesta arriba,
lleno de sacrificios y trabas sin fin de los que no había escapatoria para los
que no nacían bien provistos de dinero y encima alejados del amor de Dios. Había
adoptado la frustración como una forma de vida y sin parar alejaba de su
alcance los objetivos que deseaba cumplir. No logró casarse con la mujer que él
quería, ni el trabajo que quería, ni los hijos que quería. Apenas consiguió una
casa de un tamaño superior al de lo común, con un número exagerado de
habitaciones para su reducida familia, que se redujo aún más con la muerte de
su mujer, pero para ello debió vivir al borde de la insuficiencia económica
durante toda su vida, luchando contra sí mismo, pero culpando a los demás del
gigantesco lastre emocional y sicológico que arrastraba, castrándole la
capacidad de ser feliz y nublándolo de interminables preocupaciones. Tal fue el
hombre que crió a la joven Alicia Trigo, y que le entregó la formación
necesaria para comportarse correctamente en cualquier situación, manejar la
economía doméstica con sabiduría, dominar las labores del hogar, dedicar su
tiempo libre en actividades productivas y bellas dignas de una mujer bien
educada y por supuesto, mantener bien alejados a los pretendientes que no
podían ofrecer algo igual o superior, económicamente hablando, a lo que ya
tenía. Alicia tenía habilidad e interés en convertirse en una digna y preparada
dueña de casa, pero en el último punto fue donde falló, según su padre, haciéndose
amiga de un joven artista callejero, hijo de una familia de saltimbanquis. “¡Un
artista!” exclamó Edelmira fascinada.
En
ese momento se escuchó sonar la puerta de la calle, Estela y Alberto volvían,
una extraña expresión en sus rostros preocupó a las mujeres, algo había
sucedido. La muchacha no tardó en hablar “Estuvimos hablando con Alberto sobre
mi familia, mis padres… y al parecer somos hermanos.”
León
Faras.