XXI.
Cuando
el general Rodas llegó, Siandro y Zaida observaban cómo los primeros focos de
incendio aparecían en la ciudad, “Están quemando la ciudad con nuestras propias
antorchas, tal vez no debiste dejárselas servidas” dijo el joven monarca de
Cízarin con un tono de reproche, la vieja ni lo miró para responderle, “¿Crees
que el ejército invasor se hubiese confiado y adentrado en una ciudad a
oscuras?...” y luego alzando la voz agregó “¿Alguna novedad general?” pero al
dirigirle la mirada, su expresión cambió por completo, “¿Qué es esto, general?”
Rodas y sus hombres traían prisionero a Darco, el enorme soldado de Rimos con
la mirada bizca y el cuerpo aun cubierto de flechas, “Pensé que le interesaría
ver esto, mi señora” dijo Rodas, al tiempo que retiraba una nueva saeta del
cuerpo del prisionero, y la monstruosa cicatrización se volvía a repetir,
Siandro hizo una mueca de asco e incredulidad, mientras Zaida respiraba hondo antes
de responder, “Entonces es cierto…” La mujer ya había recibido un par de
informes de boca de algunos soldados, que hablaban de una antinatural habilidad
del enemigo para recuperarse rápidamente de heridas, ciertamente mortales, pero
al verlo, todo cambiaba repentinamente, las palabras se volvían hechos, y las
decisiones debían ser tomadas de acuerdo a estos. Darco fue llevado a una celda
mientras Zaida se quedaba meditando unos segundos, “General Rodas, vamos a
quemar los puentes, excepto el principal, de esa manera centraremos nuestras fuerzas y controlaremos
su avance.” “¿Los caballos mueren… o es que también las bestias poseen esta
extraña habilidad?” preguntó Siandro, quien oía atentamente desde donde estaba
parado “Los caballos sí mueren mí señor” respondió Rodas de inmediato, Zaida le
dio una mirada de aprobación al joven monarca, “Bien pensado, su alteza…” dijo,
y agregó dirigiéndose a Rodas “...atacaremos a hombres y bestias por igual… aunque
después de ver esto, no sé si sea lo más correcto hablar de… hombres”
Una
vez que el general se retiró, Zaida llamó a uno de sus soldados que poseía un
cuerno “Da la señal” le dijo y este se retiró, luego ordenó a su grupo que
montara, una vez que los puentes ardieran, deberían centrar sus fuerzas en el
principal, Siandro y su guardia personal permanecieron donde estaban, tras la
mirada de la vieja, este respondió “Ya te dije que no correré tras ellos, si me
quieren, que vengan por mí…” Zaida hizo una pequeña reverencia desde su caballo
y ordenó el avance de sus hombres, poco convencida aun, de las supuestas habilidades
para luchar de las que presumía su nieto y rey.
Los
hombres de Rimos pronto se dieron cuenta de que mantener el grupo unido en la
ciudad sería imposible a menos que pudieran regresar al camino principal, pero
ya estaban tan divididos que aquella idea quedaba descartada, las calles se
angostaban y se dividían sin cesar como ramas de un árbol, disgregando al
ejército cada vez más que sencillamente no cabía en ellas, al rey Nivardo
entonces no le quedó más remedio que cambiar la batalla a “De hombre a hombre” por
donde un ejército no puede pasar, un hombre sí puede y además hacerlo rápido, si
el grupo no podía mantenerse unido, entonces se separaría por completo, cogió
una antorcha del camino y la lanzó a un establo cercano el cual se encendió
rápidamente “¡Sepárense, quemen todo, arrasen con todo! ¡No olviden que son
inmortales! ¡Los inmortales de Rimos!” El rey avanzó al galope por las
callejuelas vacías seguido de un grupo cada vez más pequeño de hombres, el caos
a lo lejos se oía cómo comenzaba a propagarse junto con el fuego, luego Nivardo
se detuvo, un grueso brazo del río Jazza les cortaba el paso, Ranta se bajó de
un salto, aun compartía el caballo de Vanter, desenvainó su espada y escudriñó
el lugar, la rivera del río era angosta para los caballos, el puente más
cercano estaba a varios metros y en llamas, con seguridad, los hombres de
Cízarin estaban prendiendo fuego a sus propios puentes para cortarles el paso,
deberían regresar para buscar otra forma de pasar, ayudado de una antorcha que
uno de los hombres traía, buscó otro camino, otra callejuela oscura, a un par
de metros en el interior de una de estas, encontró una cuerda tensada a veinte
centímetros del suelo, demasiado obvia para un hombre pero efectiva para un
tropel de jinetes, y más allá, una porción del camino cubierta con una delgada tela
oscura, “Un foso…” pensó Ranta, dio un paso con cuidado de no tocar la cuerda
tensada para echarle un ojo a la trampa, pero al hacerlo, sintió la resistencia
de algo finísimo bajo su pie que inmediatamente se cortó, Ranta comprendió que había mordido el anzuelo, desesperado, levantó la antorcha pero no vio
nada, entonces se volteó, “Oh mier…” su grosería quedó inconclusa, un tronco
liberado lo golpeó en el pecho como un puño gigante y lo arrojó al medio de la
trampa. No importa cuánto se conozca sobre el funcionamiento de esa trampa,
siempre te sorprende y siempre por detrás.
Cuándo
sus compañeros se acercaron a verle, lo encontraron tendido de espalda sobre el
piso, varias puntas de madera se asomaban saliendo de su cuerpo, además de una
alojada en la base de su cráneo que le mantenía la cabeza ligeramente
levantada, aquella trampa no era un foso, apenas un bajo excavado en el camino
para que las cortas y agudas puntas de madera quedaran disimuladas a ras de
suelo. Pero Ranta estaba vivo. Sus ojos, muy abiertos, se mantenían fijos en un
punto indeterminado, su boca se movía sin parar, como haciendo un gran esfuerzo
por hablar, o tal vez, presa de un temblor incontenible, también sus miembros
se movían, aunque eran movimientos estériles sin ninguna intención de conseguir
algo. Los soldados lo miraban como quien ve a una presa, que luego de ser
cazada, ha quedado en demasiado mal estado para ser comida, Vanter le dio una palmada
en el brazo a un compañero para que le ayudara a sacarlo de ahí, “Vamos, es un
inmortal también, ¿no?” entre los dos lo tomaron y no sin un esfuerzo
considerable lo sacaron de ahí, como era de esperarse, sus heridas se taparon
de inmediato y comenzaron a enraizarse, lo pusieron de pie y lo sujetaron hasta
que pudo sostenerse por sí solo, pero Ranta ya no era el mismo, era un completo
idiota, un idiota que en su primer intento por caminar se golpeó contra una
pared y luego echó a andar de nuevo contra las púas de donde lo habían sacado,
aquello ponía en serias dudas el beneficio de la inmortalidad para esos
hombres, pues volvían a sentirse vulnerables, eran inmortales, no cabía duda,
pero el estado de Ranta, para muchos era peor que la muerte, era una muerte en
vida. Nivardo, que observaba aun desde su caballo, notó ese peligroso
sentimiento en sus soldados y les ordenó montar, “¡Déjenlo ya! la herida en su
cabeza fue demasiado profunda. Tenemos un reino que tomar.” El rey echó a
correr hasta encontrar un nuevo camino por el que fue seguido por sus hombres, una
chiquilla que corría aterrada apenas alcanzó a pegarse a la pared para que el
tropel de jinetes pasara sin tocarla. En un nuevo giro, el grupo quedó frente
al otero de Cízarin, sobre el cual se veía claramente un gran fuego que ardía,
“Una almenara…” dijo el rey, y agregó “…están llamando refuerzos, pero ¿A
quiénes?”En ese momento una lluvia de flechas les cayó desde los tejados, la
elección del camino había sido mala, no tenían salida y si se quedaban ahí iban
a ser acribillados, entonces le dieron de golpes a una puerta hasta que esta cedió,
el primer hombre en entrar recibió un golpe en la cabeza que lo aturdió de
inmediato, los otros ingresaron sin problemas, en el interior, una mujer enorme
montaba guardia con un garrote “Tráenos agua mujer, tengo sed” dijo un soldado, otro que
hacía buen esfuerzo por alcanzarse una flecha en su omóplato agregó “O vino
sería mejor, si tienes” otro soldado echaba un ojo por las rendijas de la
ventana y otro veía con incredulidad como su rey había resultado herido y
sangraba de la parte frontal del hombro. El que había recibido el golpe en la
cabeza, ya se ponía de pie, sobándose enérgicamente. Pronto todos notaron que
su rey no era un inmortal como ellos, “Señor, usted no bebió de la fuente,
¿verdad?” “No…” respondió este con severidad “…era mi hijo quien debía estar
aquí…” Un buen ruido de jinetes se oyó aproximarse y los hombres decidieron
refugiarse en la parte alta de la casa. En ese lugar se escondía un buen número
solo de mujeres, armadas con palos y utensilios de cocina principalmente, Nivardo
de pronto reparó en una de ellas “Tú… yo te conozco… tú eres la criada que
atiende a la mujer de mi hijo, ¿Qué demonios estás haciendo aquí?” Para Nila
encontrarse al rey de Rimos también era una sorpresa, ella no sabía nada de lo
ocurrido con Ovardo.
Solo
dos hombres se encargaban de llevar a Darco atado de manos a una celda, solo
dos hombres, para un soldado enorme, experimentado, hábil luchador y además
inmortal. Un codazo brutal en el rostro de uno de sus custodios arrojó a este
al suelo sangrando de la nariz, el otro desenvainó su espada pero Darco la tomó
con ambas manos por el filo, ni una gota de sangre brotó de estas, luego le
descargó un rodillazo en el vientre y lo remató con un golpe certero con la
cacha de su misma espada en la nuca. Segundos después, Darco estaba libre y armado y
los dos hombres que lo llevaban, muertos.
León Faras.