domingo, 19 de abril de 2015

Simbiosis. Una visita al Psiquiátrico.

IV.

“¿Pero de qué estás hablando niña?, ¿De dónde sacaron eso de que son hermanos?” exclamó la Señora Alicia sorprendida. Ambos niños estaban parados ahí juntos, uno al lado del otro como cómplices que se prestan mutuo apoyo. Aunque ya se habían quitado los disfraces, sus rostros tiernamente pintados todavía, suavizaban la situación en cierta medida, “Aquella vez que estuvo en el sanatorio dice que lo vio… mi papá estaba ahí, ¿se acuerdan?” Edelmira escuchaba a Estela interesada, todo aquello le parecía muy extraño, “¿Y él no te conoció?; ¿no te dijo nada?” le preguntó al muchacho, “No, no me ha visto en años supongo y además yo llevaba puesto el disfraz. Yo tengo pocos recuerdos de él, de su cara, rara vez se aparecía por la casa y para mí era como cualquier otra persona. Al principio me pareció ver algo familiar en él en el sanatorio, creí reconocerlo pero no estaba seguro, pero luego, cuando lo vi cojear…” el muchacho se detuvo, se veía acongojado en esa parte del relato, duras imágenes volvían a su mente, “¿Tu padre también cojeaba?” preguntó la señora Alicia con suavidad, el muchacho contenía un nudo en la garganta, era solo un niño endurecido por fuera. Tenía lágrimas en los ojos, “…la última vez que lo vi en mi casa fue cuando supe que él era mi papá. Ese día se fue cojeando de casa.” Alberto guardó silencio mirando el suelo con la cabeza gacha y Estela continuó, “Yo recuerdo que lo vi una mañana con la rodilla vendada, mi mamá en la noche había debido curársela y vendársela pero el dolor era tan grande que finalmente tuvo que ir a ver al doctor. Yo no podía preguntarle qué le había pasado, pero la explicación que le dio a todos fue que había tenido una riña y que el otro hombre al verse perdido, le había enterrado una cuchilla en la pierna. Eso fue lo que le contó a todos.” Alberto logró ponerse firme y controlar el llanto que ya le afloraba, se pasó la manga por los ojos y dijo “No fue ninguna riña… Fui yo…” Edelmira ya lo intuía, pero para la señora Alicia aquello era imposible de creer “¿Cómo que fuiste tú? ¿Qué quieres decir?” El niño revivió la escena en su mente. Su madre tirada en el suelo, tratando de contener los puntapiés que Emilio le daba en el vientre, descalza y con el pelo en la cara cubriendo un llanto incontenible de angustia, miedo y dolor. Los insultos inundando toda la casa y fuera de ella también. Él con el dolor ardiente como un látigo en la mejilla por la bofetada que había recibido “…la cuchilla estaba ahí, en el suelo tirada, corta y aguda, también estaban tirados los tomates que habíamos pelado con ella y el pan que íbamos a comer. Yo no sabía qué hacer, gritaba pero nadie me hacía ningún caso, entonces la tomé y se la enterré con todas mis fuerzas. El golpe que me dio fue tan fuerte que me quedé un buen rato en el suelo, sin poder moverme…” Y Emilio dejó de golpear a la mujer pero redobló el esfuerzo que hacía con su lengua, profiriendo multitud de insultos y amenazas, procurando ser lo más ofensivo e hiriente posible, repitiendo más de una vez que el primer embarazo había sido un error, pero un error que no se volvería a repetir, hasta que la sangre que brotaba de su herida fue tanta que comenzó a preocuparle y decidió que debía irse, no sin un tremendo esfuerzo y muecas de dolor con más insultos mordidos a cada paso que daba. La madre de Alberto tuvo un aborto en los días sucesivos debido a la golpiza, del cual el muchacho nunca se enteró, se trataban solo de un par de meses de un embarazo del que ella no hablaba, de hecho, desde algunos años ella no hablaba casi nunca y lloraba casi siempre, él no entendía bien qué le pasaba y cuando le hablaron de que tenía una profunda depresión tampoco entendió mucho, le dijeron que necesitaba medicamentos y cuidados especiales porque ya no podía valerse por sí sola. Entonces se la llevaron.

Al día siguiente, llegaba Diógenes puntual como siempre al medio día a la cafetería de Octavio cuando inesperadamente debió detenerse. El local estaba cerrado. Aquello era tan inusual que el viejo simplemente no supo qué hacer, sencillamente no estaba preparado para el día en que ese negocio no estuviera abierto y listo para atenderle, tal vez algo malo había sucedido. El viejo Diógenes se echó atrás para mirar las ventanas del segundo piso, que era donde vivía Octavio, pero solo vio las mismas viejas y desteñidas cortinas de siempre, preocupado se fue hacia la puerta a golpearla, Alamiro lo encontró allí, “Vamos hombre, si nadie va a atenderte…” Diógenes detuvo los golpes en la puerta y le prestó atención, Alamiro continuó, “…lo acabo de ver pasar, iba apurado y apenas me saludó. Tendría algún trámite urgente que hacer” “Tiene que ser algo realmente urgente, Octavio nunca había tenido el negocio cerrado” dijo el viejo aun desconfiado, “Después le preguntaremos qué le ocurrió, seguro que se trata de algún trámite importante. Ahora vamos donde Armandito, a ver si nos fía un café”

Octavio llegó hasta una esquina y se detuvo, no estaba muy convencido de lo que iba a hacer, lo había hecho algunas veces de joven, no siempre con buenos resultados, pero ahora que era un hombre adulto, se sentía tonto y hasta un poco ridículo. Un par de personas, clientes suyos, le saludaron al pasar y este les sonrió incómodo y solo les levantó la mano, si alguien se le ocurría preguntarle qué estaba haciendo ahí, seguro que no sabría qué responder. Consultó su reloj, era la hora en que debía decidir si continuar o marcharse de vuelta a su negocio e inmediatamente imaginó las explicaciones que tendría que darle a Diógenes y sobre todo a Alamiro, que lo había visto al pasar. Si se iba ahora, tendría que inventar algo convincente, lo cual era poco convincente para él, porque no se le daba bien mentir y cualquiera que lo conociera un poco podía darse cuenta de que estaba inventando algo y con seguridad terminaría todo en una incómoda escena de viejos regañándole y diciéndole lo que tenía y lo que no tenía que hacer como si fuera un pelele cualquiera. Octavio dio un suspiro y continuó, ya estaba en eso y no podía echarse para atrás ahora, llegó a la calle vieja, sombreada por las gruesas y deterioradas murallas del hotel Bostejo, una maravilla de la arquitectura descolorida y agrietada, pero con sus románticos balcones de fierro forjado, firmes como el primer día. El tranvía pasó sin prisa frente a él, lo siguió con la mirada y luego cuando la devolvió al frente ella cruzaba la calle hacia él. Ya lo había visto y sonreía, “¡Octavio, qué sorpresa!, ¿qué vientos le traen por aquí?” dijo Bernarda deteniéndose a su lado, quien había salido de su trabajo en las tiendas Sotomayor y se dirigía a almorzar, cosa que el camarero ya se había preocupado de averiguar antes y por eso se encontraba en ese lugar y a esa hora. “En realidad, estoy aquí por usted. Me gustaría hablarle una palabrita” Bernarda se mostró sorprendida pero no disgustada, “Dígame entonces pues. ¿Pasó algo malo?” “No, no… no ha pasado nada malo, yo solo quería decirle algo… más bien, hacerle una pregunta… no estoy acostumbrado a hacer este tipo de cosas y… espero que no resulte demasiado incómodo…” Octavio hablaba y hablaba sin decir nada y además, cada vez que alguien pasaba caminando cerca, él hacía una pausa y luego continuaba, tensando más la situación y creando más y más ansiedad en Bernarda que trataba de entender qué le quería decir “…Es algo que me viene dando vueltas y me he decidido a cerrar la cafetería y venir aquí, porque para mí es importante saber si usted… bueno, tampoco pretendo hacerla sentir incómoda a usted, es solo que…” Entonces Bernarda lo interrumpió, aunque lo hizo con amabilidad y una sonrisa “Ay Octavio, pero dígame de una vez. Cualquiera pensaría que me quiere pedir una cita.” El camarero se quedó mudo, como si lo hubiesen sorprendido en algo indebido. Todo su discurso previo para prepararse para decir lo que sentía, había chocado contra la obviedad de sus intenciones, que además eran tan obvias que Bernarda las había usado a la ligera como ejemplo y la mujer, que no tenía un pelo de tonta, lo notó en el acto, convirtiendo su sonrisa en sorpresa “¿O era eso lo que me quería pedir?” Octavio siguió sin palabras, tratando de ver en los ojos de Bernarda si el terreno que estaba pisando era firme o todo se estaba derrumbando. No había en ella una señal de rechazo, tampoco se había movido del lugar donde estaba, ni había dicho palabra alguna en contra de aquella suposición, por lo que el camarero, después de unos instantes se animó a hablar, “…Sí, bueno, más o menos. Es que me gustaría saber si usted aceptaría comer conmigo esta noche… en mi cafetería” Bernarda estaba todavía un poco desconcertada pero no se mostraba renuente, “¿Y quién atenderá su cafetería mientras tanto?” preguntó, “Estará cerrada…” dijo Octavio realmente ilusionado “…me gustaría que solo estuviésemos los dos, conocernos un poco… conversar” La mujer lo miró a los ojos y por más que lo miró, solo vio una honestidad casi infantil, “Entonces, sí es una cita” dijo en un susurro y al camarero no le quedó otra que asentir, pero luego agregó inmediatamente “Si usted está de acuerdo, claro” Bernarda se sintió alagada, era una sensación bonita la que le provocaba toda la amabilidad y el respeto de Octavio, sumado a la evidente sinceridad y transparencia que desprendía en sus palabras y gestos, algo bastante distante de lo que había sido el hombre que eligió como padre para sus hijos. La mujer hizo una pausa, tal vez porque todo eso que sentía en ese momento le era agradable y deseaba saborearlo un poco más pero Octavio lo interpretó distinto “Por favor…” dijo el hombre, “…no debe sentirse presionada, si no puede o no tiene ganas, pues…” “¡Sí quiero!” respondió la mujer con energía para borrar cualquier duda de Octavio, y agregó “Es solo que por un momento me sentí como si tuviera quince años de nuevo” y volvió a sonreír. Aquello no era diferente a lo que Octavio sentía, el hombre flotaba en ese momento, “Yo también me siento nervioso como un chiquillo…entonces, ¿Le parece a las ocho?”, “A las ocho.” dijo la mujer.





León Faras.

domingo, 12 de abril de 2015

Los Condenados.

Ciudad de Salvajes.

El reducido casino de la nave estaba desierto salvo por una mesa donde Vilma secaba su diminuto vaso de licor de un trago y lo volvía a llenar, era el sexto, junto a ella Nardi jugueteaba entre los dedos con su tercer vaso, ya sabía que no podía seguirle el paso a la chica y debía tomarse las cosas con calma. Frente a él, Marcus estudiaba un grueso libro concienzudamente, delante de este permanecía su primer vaso intacto, el hombre levantó la vista y vio como la chica volvía a vaciar el contenido de su vaso de un trago “¿Por qué bebes tanto si sabes que no te puedes emborrachar?”, Vilma saboreó el contenido de su vaso antes de tragarlo y respondió “¿Y por qué vuela el ave dentro de su jaula si sabe que no puede ir a ningún lado?” Nardi sonrió mientras besuqueaba su vaso robándole un sorbo de líquido, “La mejor respuesta del sabio es otra pregunta” dijo Marcus, y tomó su vaso en la mano para brindar, “¿Y tú por qué lees tanto si sabes que no puedes ser más listo?” dijo la chica con absoluta seriedad, lo que provocó la risa de los dos hombres, luego los tres secaron sus vasos y Vilma los volvió a llenar sin ninguna mueca en su rostro, incapaz de reír como era. Caín entró en ese momento, “Prepárense muchachos, ya casi llegamos…”

La nave se posó en un amplio páramo que parecía pavimentado de gigantescas rocas como placas, numerosas estructuras rocosas lejanas semejaban ciudades medievales, con sus torres y cúpulas. Los hombres descendieron, mientras Vilma bajaba a Beatrice, su viejo y querido vehículo de combate, ella misma lo había bautizado así y se lo tenía escrito en un costado con letras toscas y negras. Más de alguna vez le habían preguntado el porqué de un nombre femenino para una máquina tan robusta y poderosa, ella siempre bromeaba con la respuesta, pero cuando Marcus le preguntó lo mismo, le dijo que “…el nombre femenino es por su carácter, y que sea Beatrice es porque más de una vez le he visto escapar del infierno”; “Como el gran amor de Dante” agregó el artillero comprendiendo inmediatamente la alusión. A pocos kilómetros de ellos, se podía ver una construcción artificial, como una pequeña ciudad de metal y vidrio que yacía en medio de una planicie a tan solo un par de kilómetros. Caín se paró en el borde de la meseta a contemplarla, mientras los otros preparaban las cosas, una vez que todo estuvo listo se pusieron en marcha. Marcus abrió una caja grande de metal en la parte de atrás y comenzó a repartir en silencio armas para todos, incluso Nardi tuvo que aceptar una, “¿Sabes exactamente qué pasó aquí?” preguntó Vilma dirigiéndose a su jefe pero sin despegar la vista del camino, “No, desconozco los detalles, como siempre no nos dicen mucho, solo sé que ahí dentro funcionaba un gigantesco laboratorio biológico, algo salió mal, se escapó  de las manos y la gente comenzó a infectarse con algo, evacuaron a los que aún parecían sanos y al resto los abandonaron a su suerte… encerrados ahí dentro.” “¿Abandonados y encerrados? Ja…” dijo la chica imitando una risa fingida y seca “…y se supone que nosotros somos los delincuentes” Caín continuó mientras preparaba su arma “No había mucho más que hacer en este lugar desolado, el hecho es que continuaron recibiendo mensajes de auxilio hasta que los generadores dejaron de funcionar y la energía se acabó” Nardi escuchaba con el rostro desencajado, “¿Dices que ese lugar está lleno de personas con una enfermedad contagiosa?” Caín también parecía afectado por su propio relato “De eso ya han pasado más de dos meses, probablemente solo hayan cadáveres” El resto del recorrido, que no era mucho, se hizo en silencio hasta que la voz del Coronel se escuchó a través de los parlantes del vehículo, “¿Llegaron al lugar?”; “Ya casi” respondió Caín con sequedad “Entiendo…” dijo el Coronel “…Espero que todo salga bien y ojala que si alguien aun está con vida allí, le encuentren. Como sea, tengan cuidado.” Esa última recomendación dejó a todos más preocupados de lo que ya estaban, nunca el Coronel había mostrado tener la más mínima preocupación por ellos o por sus vidas y ahora les pedía que tuvieran cuidado. “Esto sin duda estará feo” concluyó Nardi en el momento en que Vilma detenía a Beatrice frente a las enormes y elegantes puertas de metal y vidrio del edificio.

Los hombres se bajaron para inspeccionar el lugar, solo Vilma se quedó en su puesto. Caín observaba el interior a través de los cristales cuando Marcus le llamó. A varios metros de allí, muy cerca de las paredes de la construcción, había al menos una docena de cuerpos humanos en un avanzado estado de putrefacción, la mayoría era sólo huesos y ropa desgarrada, el artillero alzó la vista señalando una serie de ventanales en la parte alta sobre ellos, muchos de los cuales estaban rotos, “Es como si los hubiesen lanzado desde ahí, ¿no te parece?” Caín asintió, en ese instante, se escuchó un ruido de cristales rotos, cuando regresaron, Nardi había abierto las puertas, “Son cerraduras electromagnéticas que sin energía se convierten en cerraduras ordinarias que se pueden abrir desde dentro” explicó. El sitio verdaderamente era como un pueblo, moderno y techado con galerías a ambos lados y con una amplia avenida para el paso de vehículos grandes. Al entrar los recibió una bocanada de hedor a muerte, el lugar estaba en penumbras pero se podía ver que todo adentro era un desastre, estaba todo tirado, había restos de sangre seca por todas partes, algunos restos humanos y numerosos agujeros de bala, como si se hubiese llevado a cabo una pequeña batalla campal en ese lugar, los hombres encendieron sus linternas, “¿Esto fue hecho con un lanzallamas?” dijo Marcus con incredulidad mientras inspeccionaba una gran mancha en la pared. “Oh por Dios, aquí dentro hay personas…” dijo Nardi mientras alumbraba a través de la ventana el interior de una oficina cerrada. Debían de ser unos veinte, de pie, mirando hacia la pared moviéndose con un casi imperceptible vaivén, parecían salvajes con el pelo largo y desordenado, las uñas crecidas y sucias y sus ropas horriblemente deterioradas, no parecían prestarles atención a pesar de que todas las linternas los iluminaban. “¡Hola, hola!” Nardi comenzó a golpear el cristal con suavidad “¿Pueden oírme?” insistió. Caín trató de abrir la puerta pero estaba cerrada con llave, “¿Crees que debamos dejarlos salir?” preguntó Marcus nervioso, “Son personas y están con vida…” respondió su jefe, “…¿No es eso a lo que vinimos?” “¿Por qué los habrán dejado ahí dentro?...” preguntó Nardi al tiempo que Caín retrocedía un par de pasos y le daba dos tiros a la cerradura. Aquello desató el caos.

Los salvajes encerrados ahí dentro acusaron un terrible dolor, retorciéndose y llevándose ambas manos a los oídos, se voltearon hacia la puerta, entonces pudieron ver sus rostros, estaban carcomidos, con heridas abiertas por todos lados. La calma con la que estaban en segundos se convirtió en una furia incontenible, se abalanzaron en tropel contra la salida dándose de golpes unos a otros, descontrolados y ciegos de ira. “¡Cierra! ¡Cierra!” gritó Marcus desesperado, pero la cerradura estaba irremediablemente rota y a duras penas lograron aferrarse a la puerta para contener a los salvajes que trataban de alcanzarlos con numerosos brazos que se colaban inevitablemente. El hedor que desprendían era indescriptible, desechos humanos y putrefacción. Marcus disparó por el espació de la puerta que quedaba con la esperanza de disuadir y contener a sus atacantes pero solo empeoró las cosas, el insoportable dolor que les provocaba el sonido de las detonaciones hizo que la furia con la que los atacaban se redoblara. La ventana estalló en mil pedazos, Nardi fue agarrado del brazo por uno de los salvajes, por un segundo le pareció diferente al resto, tal vez era que aun usaba anteojos, era un viejo de barba vestido con una sucia bata blanca como las que usan los médicos. Pronto el salvaje lo soltó, quedó ensartado en un trozo de vidrio muriendo ahí mismo aplastado por los otros que le pasaban por encima. Vilma detuvo el vehículo a su lado y comenzó a disparar con sangre fría y precisión a los que ya salían por la ventana o mejor dicho, caían expulsados por los que venían más atrás “¡Suban!”Gritó. Nardi estaba horrorizado y no necesitó que se lo repitieran. Marcus y Caín ya habían soltado la puerta y disparaban mientras retrocedían pero más y más salvajes salían del interior, enloquecidos de rabia. “¡Suban ahora!” repitió Vilma cuando una nueva ventana se rompió completamente y otra horda de salvajes comenzó a caer desde una de las galerías superiores. Caían torpe y atropelladamente pero no sentían más dolor que el de sus oídos. Los hombres se lanzaron hacia el vehículo tan rápido como pudieron mientras el terrible ataque continuaba, dos salvajes se lanzaron sobre Caín al mismo tiempo, al primero lo derribo de un disparo pero cuando le disparó al segundo, su arma sonó vacía. El salvaje mordió su brazo con una fuerza impresionante pero logró zafarse y subir al vehículo, “¡Arranca, arranca!” gritó mientras Vilma aceleraba golpeando a varios salvajes a su paso.

No se detuvieron hasta llegar a una enorme bodega, amplia y alta como un galpón solo iluminado por las luces de Beatrice, numerosos camiones y vehículos de carga reposaban ahí, además de grandes cantidades de material de todo tipo apilados junto a las paredes. Un par de salvajes se podían ver vagando por ahí pero no prestaban la menor atención a su presencia. Aprovecharon de recargar las armas y Caín de revisarse el brazo, la chaqueta que llevaba le había protegido pero aún así la fuerza de la mordida le había desgarrado la piel, “No se ve tan mal” dijo Vilma, Caín la miró como si aquello hubiese sido una broma pero la chica como siempre no sonreía, “La herida no me preocupa…” dijo el hombre “…he recibido heridas mucho peores, lo que me preocupa es que esta mierda sea contagiosa. No quiero terminar vagando en este lugar, cagándome encima y comiendo quien sabe qué porquerías” “Sí eso sucede, yo misma te pegaré un tiro” respondió la mujer y nuevamente Caín la miró no muy seguro de que si aquello era una broma o hablaba en serio. Marcus cogió el botiquín para desinfectarle la herida pero algo lo detuvo, en el silencio del lugar se escuchó lejano pero nítido el grito de una mujer y lo más preocupante era que parecía venir del lugar donde habían sido atacados por los salvajes, un segundo grito los hizo ponerse en marcha en esa dirección. Una mujer apareció de pronto en la oscuridad del pasillo corriendo hacia ellos y Vilma debió apretar los frenos a fondo para no arrollarla. Una multitud de salvajes aun exaltados le perseguían, “¡Abajo, abajo! ¡Métase abajo!” gritó Caín señalando el vehículo y luego volteándose hacia atrás gritó “¡Marcus el cañón! ¡Ahora!” El disparo retumbó en el lugar como un trueno, iluminando el pasillo en gran parte de su extensión y haciendo desaparecer de una vez la turba de salvajes que ya se acercaban peligrosamente. La mujer salió de debajo del vehículo algo aturdida por el estruendo pero todavía alarmada por la situación “Hay que salir de aquí rápido, esa explosión debe de haberse escuchado en todo el edificio y ahora todas esas cosas estarán furiosas y vendrán hacia acá” “¿Todavía hay más?” Preguntó Nardi incrédulo “Muchos más” “Estos solo eran el comité de bienvenida…” Bromeó Vilma sarcástica, y agregó “…¿Y ahora hacia donde?” “Hacia la salida” ordenó Caín pero la mujer se negó tajante “Aún no podemos irnos”

La mujer no exageraba cuando dijo que habían todavía muchos salvajes vagando en el lugar y que con la detonación del cañón seguramente estarían de malas, pero arriba del vehículo y en movimiento no corrían mayores peligros. Era un recorrido corto y Vilma hacía lo posible por no arrollar a todos los salvajes que se le atravesaban por delante pero no siempre lo conseguía y Beatrice cada vez olía peor. Al fin la mujer señaló un lugar, se detuvieron, subieron una escalera y entraron en una oficina iluminada con luz natural, lo que había allí los maravilló a todos, incluso a Vilma que rara vez parecía sorprenderse de algo. Estaban sobre un gigantesco prado cubierto de flores de distintos colores y tamaños y conviviendo en perfecta armonía, todo dentro de una colosal cúpula de vidrio. Ya había pasado una buena cantidad de tiempo que ninguno de ellos veía algo así “El sistema de riego es completamente automatizado y trabaja con energía solar. Es una de las pocas cosas que aun funcionan en este lugar desde que apagamos los generadores.” “¿Ustedes apagaron los generadores de energía?” preguntó Marcus, “Sí, y nos salió bastante cara la aventura, pero el ruido infernal de esas máquinas mantenía permanentemente alterados a los salvajes y el silencio era más seguro para todos” entonces la mujer se fijó en la herida de Caín “¿eso es una mordida?” preguntó, el hombre asintió con desgano y la mujer agregó “Vengan conmigo” El grupo atravesó algunas oficinas hasta llegar a un salón amplio, como esos usados para dar conferencias, completamente iluminado por grandes ventanales, la mujer entró allí y formó uno al lado del otro a cinco niños, dos niños y tres niñas. La menor tendría unos meses de vida, y era sujeta por la mayor, una chica de unos trece años. Caín y sus hombres miraron a los niños y luego se miraron entre sí, “Son solo niños…” balbuceó Marcus como ratificando una verdad obvia “¿Es que ni siquiera se llevaron a los niños?” preguntó Vilma realmente indignada. La mujer reflejó desprecio en su rostro y en sus palabras para contestar “Esos animales…sacaron a la mayoría de los niños, pero estaban llenos de miedo, alguien comenzó a disparar y todo se fue al diablo, todo se llenó de salvajes enfurecidos que mientras más les disparaban, más aparecían, algunos de nosotros decidimos ocultarnos con los niños mientras todo se calmaba, pero cuando todo terminó ya no quedaba nadie, solo nosotros y los drogados” “¿Los drogados?” repitió Caín sin tener claro de a quienes se refería, la mujer le habló a la mayor de las niñas mientras tomaba el bebé en sus brazos, “Ve por el botiquín…” y luego se dirigió al grupo “…Sí, así les llamamos a veces”, “¿Por qué drogados?” preguntó Vilma “¿No lo saben?... todo esto es culpa de una droga” “¿No es una enfermedad contagiosa?” preguntó Nardi incrédulo, “No…” dijo la mujer “…fue culpa de una droga, un medicamento realmente fabuloso para manejar la depresión, la ansiedad o el estrés, sumamente útil en este lugar remoto e inhóspito, todos la tomaban, casi como si fueran aspirinas… habían hecho innumerables pruebas y nada parecía salir mal pero… algo pasó, algo se contaminó o se mezcló mal y… la gente comenzó a transformarse, se primitizaron y se volvieron intolerantes al ruido, inmunes al dolor físico y además dejaron de dormir, de hecho, el insomnio es uno de los primeros síntomas… lo que hacía que las personas precisamente tomaran más droga” “¿Cómo están seguros de que fue esa droga la causante y no cualquier otra cosa?” preguntó Caín preocupado por la mordida en su brazo. “Porque los que no la tomábamos no nos convertimos… los niños y las embarazadas por ejemplo” La niña llegó con el botiquín y Nardi pensó en dirigir la conversación en otra dirección “Bueno, fue una suerte que al menos pudieran enviar esos mensajes de auxilio, ¿no?” La mujer lo miró extrañada, “Nosotros no enviamos ningún mensaje de auxilio, era muy arriesgado salir con los generadores funcionando” Entonces la niña que ya comenzaba a curar a Caín habló “¿Lo ves? te lo dije… fue el doctor, ¡yo lo vi!””¿Qué fue lo que viste niña?” preguntó Caín “El doctor estaba entre los vagabundos, se veía como uno de ellos, pero yo lo vi y él me miró, sonrió y me hizo una seña para que guardara silencio… él no era uno de ellos” “Si es así, el pudo enviar los mensajes hasta que la energía se cortó…” razonó Marcus “… ¿pero dónde está ahora?” Nadie respondió a esa pregunta, hasta que Nardi pareció recordar algo, “Aquel doctor… ¿Era un hombre mayor, de barba y anteojos que vestía una bata blanca?” “¡Tú también lo viste!” dijo la niña entusiasmada, “Creo que sí… me sujetó el brazo cuando se rompió la ventana y se formó el desmadre en la entrada. Estaba encerrado bajo llave con los salvajes, parecía uno de ellos, tal vez ya era uno de ellos. No podíamos hacer nada por él” “Entonces solo quedamos nosotros…” dijo la niña con tristeza mientras guardaba todo de vuelta en el botiquín.


El vehículo se dirigió a la salida a buena velocidad con todos los sobrevivientes a bordo, debiendo golpear a varios salvajes por el camino para abrirse paso. La voz del Coronal se escuchó por los parlantes “¿Encontraron a quien envió los mensajes de auxilio?” “No…” respondió Caín “…pero sea quien sea que haya sido, salvó la vida de una mujer y cinco niños” Después de algunos segundos respondió el Coronel en un tono menos autoritario y más amable “…Un médico los estará esperando para revisarlos.” Y cortó. “¿Qué crees que harán con este lugar y todas las personas que vagan ahí dentro?” preguntó Vilma a Caín sin quitar los ojos del camino “Hay muchas personas ahí y todas ellas tienen una historia, una familia, alguien que tarde o temprano preguntará por ellos. Ya veremos si para ese entonces aún queda algo de este lugar.”


León Faras.