XXII.
Dagar,
el capitán encargado de ir en busca del príncipe Ovardo y llevarlo de vuelta a
Rimos, tenía un problema. Nadie le había avisado que el príncipe era un
estropajo inerte incapaz de valerse por sí mismo, de haberlo sabido se hubiesen
provisto de un carro o un coche o al menos un caballo extra, pero, por descuido
debido al ajetreo que había en el palacio de Rimos o simple humor negro, a él
nada le dijeron y al príncipe, no le dejaron más que un criado. Uno de sus
hombres debería caminar, lo cual no era nada alentador para nadie, el camino de
vuelta a Rimos era largo y empinado y las armaduras poco amigables para el
ejercicio, Barros sugirió con humildad, “Si quiere lo podemos llevar sobre
Cantinero…”, “¿Quién?” el capitán cortó la sugerencia autoritario, tenía por
costumbre quedarse con la mueca de la pregunta pegada en la boca, el trampero
continuó, “…nuestro asno, Cantinero, nosotros vamos hacia allá y la verdad
estamos acostumbrados a hacer el camino a pie, señor” Cal Desci se preguntó qué
era más indigno para un príncipe, que lo llevaran como un bulto cruzado delante
del jinete o montado a lomos de un asno cubierto por el olor de animales
muertos o el de sus cueros arrancados recientemente. Uno de los soldados
pensaba lo mismo, “Use mi caballo señor… yo lo llevaré caminando.”Le dijo a su
capitán. Nuevamente tuvieron que espantar a los perros que rodeaban el cuerpo
del príncipe para levantar a este del suelo, era un hombre sin fuerzas que
difícilmente se mantendría erguido sobre el caballo, sin voluntad para regresar
a Rimos o para resistirse a que lo llevaran, un hombre derrotado moralmente. El
capitán Dagar reemplazó la piel que lo cubría por su capa, para ocultar parte de
su patética figura y emprendieron la marcha, los perros caminaban junto al
señor de Rimos, al igual que Cal Desci, quien iba temeroso de que este cayera
en cualquier momento, Barros, su hijo y el asno cerraban la triste comitiva.
Emmer
Ilama corría por los oscuros laberintos de Cízarin en busca del hogar de la
familia de Nila, algunos soldados corrían delante de él. Tenía la esperanza de
que ella ya hubiera salido de la ciudad, mas, aquella era una esperanza débil y
el temor a que aun estuviera allí era más fuerte. Cuando le parecía que iba
bien encaminado y sentía que la orientación le funcionaba, aparecía una
callejuela cerrada con troncos y púas y los jinetes debían detenerse como
podían sobre el abundante y jugoso barro que estaba por todos lados, en algunos
casos los esfuerzos eran inútiles, los cascos no lograban agarrarse de nada y
la colisión era inevitable y mortal, al menos para el animal. Emmer y otros
cuatro hombres, detuvieron su carrera a tiempo sobre un gran charco de barro, advertidos
por una sospechosa antorcha en medio del camino, pero esa antorcha no estaba
sola, estaba en la mano de un hombre, un hombre viejo atrapado entre las púas de
madera, atravesado por al menos media docena de estas y encima rematado por una
gran cantidad de flechas, su caballo no lucía mejor. Los jinetes se acercaron,
dos de ellos bajaron de sus cabalgaduras, algo no estaba bien, no tenía sentido
la forma como se habían ensañado con aquel hombre. El viejo soldado, estaba
vivo, como un inmortal de Rimos que era, pero acunado en medio de una exagerada
multitud de flechas, muchas de ellas clavadas a su cuerpo y en dirección
contraria a las púas que salían de él, la antorcha estaba atada a su mano, de
modo que le era imposible desprenderse de ella, mientras que su otra mano había
sido inmovilizada, clavándola al tronco donde estaba atrapado, pero lo más
extraño era que aquel hombre tenía los ojos vendados y una mordaza en la boca.
Los soldados de Rimos lo reconocieron, “¿Gabos?, Pero… ¿Qué demonios te
sucedió?” dijo uno mientras le quitaba la venda de los ojos y la mordaza de la
boca, Gabos los miró con dificultad para reconocerlos e inmediatamente
escudriñó los tejados cercanos “Es una trampa…” habló en un susurro como para
sí, pero cuando los arqueros de Cízarin aparecieron sobre los techos cercanos,
su susurro se convirtieron en gritos “¡Es una trampa!” Las flechas se dejaron
caer como una lluvia empujada por un fuerte viento sobre hombres y animales por
igual, Emmer azotó su caballo con premura apenas vio el peligro, no pensaba
quedarse ahí, corrió a todo lo que pudo en dirección contraria hasta encontrar
otro camino para llegar hasta Nila, sin embargo, las cosas no le estaban
resultando bien, su caballo de pronto se hundió en el suelo lanzando a su
jinete de punta violentamente, Emmer sintió un fuerte dolor, como si algo le
hubiese pinchado directamente contra el hueso, y no estaba errado, tenía dos
flechas clavadas en el muslo, una de ellas se había quebrado por la caída y una
más que le perforaba un riñón, en su precipitada huída no lo había notado, lo
que significaba que menos había notado el triste estado de su caballo. Siete
flechas habían terminado por hacer colapsar su organismo y el animal cayó
estrepitosamente, perdiendo sus fuerzas de forma súbita, y arrastrando su pesado
cuerpo por el suelo hasta detenerse ya sin vida. La callejuela era angosta y
oscura y daba en línea recta con uno de los accesos principales de la ciudad,
por este se veía un nutrido grupo de soldados de Cízarin acercándose, Emmer no
lo sabía pero se trataba de Rianzo y su grupo de soldados que, avisados por la
almenara sobre el otero, entraban en la ciudad en tropel cerrando el cerco.
Emmer estaba solo, y si lo atrapaban, también estaría perdido, debía
escabullirse en la oscuridad, buscar un lugar donde ocultarse, evitar el gran
número de jinetes que se aproximaba, pero eso no fue necesario porque estos de
pronto se detuvieron, un hombre solo les hacia frente a todo un nutrido grupo
de soldados armados y montados, un soldado de Rimos… parecía estar borracho,
Emmer no lograba ver quien era pero tampoco le importaba demasiado averiguarlo,
aquella distracción le daría tiempo para huir y así lo hizo, con las flechas
aun clavadas a su cuerpo.
Para
Rianzo y sus hombres lo más extraño en su entrada a la ciudad, era la ausencia
de cadáveres humanos, porque animales habían encontrado varios, pero ningún
hombre, ningún enemigo, lo cual era a lo menos insólito por no decir imposible.
Tanto así que su primer encuentro con un inmortal de Rimos los dejó tan
consternados que su impetuosa entrada se diluyó hasta detenerse por completo,
un soldado de Rimos que deambulaba con paso torpe y la mirada perdida, además
de asquerosas cicatrices en su cuerpo. El vigía que lo había visto entrar en la
ciudad lo reconoció en seguida, “¿Qué broma es esta? Ese es el hombre de
avanzada que vi pasar solo antes que los demás entraran, pero… ahora se ve
diferente” “Parece un completo idiota…” Puntualizó Rianzo bajando de su caballo
y desenvainando su espada, luego se acercó al pobre de Ranta para estudiar de
cerca sus desagradables cicatrices, otro soldado se apresuró a desmontar
también “Cuidado señor, puede ser un truco” dijo sacando un afilado puñal y
posándoselo con firmeza en la garganta de Ranta parado detrás de este, por si
intentaba pasarse de listo, pero Ranta parecía totalmente ido, ausente, la baba
le mojaba el mentón mientras su boca no paraba de balbucear ruidos sin sentido.
El hombre del puñal lentamente bajó su arma convencido de la completa ineptitud
de aquel pobre infeliz y un pequeño corte apareció en el cuello del inmortal
que de inmediato se cerró monstruosamente como el resto de sus heridas. Rianzo
y el soldado a su lado se miraron asqueados e incrédulos sin tener respuesta
para aquello, entonces, el hermano del rey de Cízarin se dio la vuelta “Acaba
con este horrible esperpento” dijo antes de subir a su caballo. El soldado
desenvainó su espada y la levantó, Ranta ni se inmutó ante su inminente muerte,
o mejor dicho decapitación, porque hablar de muerte ante un inmortal no es lo
más adecuado, tampoco su cuerpo se inmutó cuando perdió su cabeza de un mandoble,
literalmente hablando, incluso dio un par de pasos antes de desmoronarse. Rianzo
y sus hombres no pudieron evitar antes de continuar, ver con repugnancia como
la cabeza de Ranta seguía balbuceando como si nada, aun con el mentón húmedo de
baba.
León Faras.