La
hacedora de vida.
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El
aire dentro del departamento, era siempre pesado, viciado, aunque en el resto de
la ciudad no era mucho mejor, tanto que ya a nadie le importaba mayormente, pero
si el aire era malo, el agua era peor, en su mayoría fabricada y descontaminada químicamente
y con un persistente sabor artificial. El espacio dentro era reducido y
caluroso, hacinado de objetos y artefactos de uso cotidiano algunos y otros no
tanto, que ocultaban casi la totalidad de las paredes, iluminado todo con una innatural
luz amarillenta, salvo por el dormitorio donde había una ventana, pequeña y
enrejada. Por el cielo y por los rincones del habitáculo corrían tuberías, como
venas o intestinos metálicos expuestos a la vista debido a la escasez de
espacio, arrastrando y repartiendo sus fluidos o tragando ruidosamente los
desechos esterilizados del edificio y sus habitantes, el suelo era de un
amarillo pálido, sucio y deteriorado. El ruido de los ventiladores desaparecía
en el ambiente por su incansable insistencia y solo se hacían notar cuando, por
alguna falla en la energía, se detenían. Nora abrió el refrigerador y sacó una
bolsa sellada, era un refrigerador compacto y abombado con unos toscos
controles en frente, la exorbitante cantidad de basura había obligado a
inclinarse por una tecnología más burda pero resistente, con menos brillos y
colores y más ruda eficiencia, lo mismo con la alimentación, la bolsa que Nora
sacó, solo tenía información en varios idiomas que nadie leía ya, sin
publicidad ni atributos especiales, el alimento de su interior era aceptablemente
bueno, pero totalmente sintético, la alimentación natural era simplemente
insostenible, su producción era demasiado cara, lenta y dependiente de una
infinidad de factores, eso sin contar el espacio que exigía. Insostenible. Las
bolitas, duras y lechosas, se acumularon dentro de un pocillo donde Nora las
vertió, y las metió dentro de otro aparato parecido a un horno, capaz de dotar
mágicamente a esas bolitas de color, sabor y textura, todo a elección dentro de
una respetable gama de opciones, distribuidas en tres perillas que giraban y un
botón de encendido, bueno, mágicamente es solo un decir, en realidad se trataba
de reacciones químicas. Del interior del aparato sacó una sustancia compacta y
fría parecida a un flan de un atractivo color fucsia, se la llevaba sin mucho
entusiasmo al sillón, arrastrando los pies a cada zancada, cuando sonó el
timbre de la puerta.
Nora era una joven delgada y
desaliñada pero bonita dentro de lo normal, con una marcada falta de entusiasmo
por vivir, por lo general dentro de su departamento vestía solo una playera
grande y holgada sobre su ropa interior, debido al constante calor. Vivía sola,
aunque ese término no era tan exacto en su caso, aun así, el espacio del lugar
reducía considerablemente las posibilidades de llevar compañía permanente. Se
acercó a la puerta y miró por el ojo mágico, un hombre estaba parado afuera,
solo le veía una gorra deportiva vieja y que llevaba abundante barba, por lo
demás, no le pareció para nada conocido. Nora abrió la puerta hasta que la
cadena de seguridad de diez centímetros se tensó, y se asomó por ese espacio, el
hombre tenía un niño en brazos, un niño que a todas luces parecía muerto. “¿Es
usted la hacedora?” El desconocido la miró entre expectante y desilusionado, como
si esperara encontrar a alguien con un aspecto diferente, Nora odiaba ese
nombre, la hacía ver como si fuera capaz de hacer cualquier cosa, pero ya la
habían tildado así y poco se podía hacer al respecto, “¿Qué quiere?” dijo la
muchacha sin responder a la pregunta del hombre, “Necesito su ayuda… por favor…
ya perdimos a uno, mi mujer no resistirá perder a otro… ella está mal… le
pagaré como sea… no tenemos mucho dinero pero haré lo que quiera… por favor…”
He ahí un claro ejemplo de lo engañador que podía resultar el nombre que le
habían dado. El hombre rogaba, evidentemente desesperado, Nora respondió de
manera agria, era la mejor manera de terminar con las vanas esperanzas de aquel
tipo “Está usted equivocado, yo no puedo ayudarlo…” El desconocido insistió
tratando de evitar que Nora cerrara la puerta pero al final la chica lo
consiguió “¡Lo siento mucho, de verdad, pero no puedo ayudarlo!” gritó esta
desde dentro, sin saber qué más decir, se restregó la cara con ambas manos y se
volvió, temerosa de que el timbre volviera a sonar, pero no lo hizo. Luego de
esa experiencia, prefirió un cigarrillo al espurio flan fucsia. Se dejó caer en
el sillón y encendió la televisión para despejarse, la estructura de esta era
tan tosca a base de tubos de hierro y rejas, que de no ser por el monitor de
enfrente, parecería un motor de generador o algo parecido, el control remoto
seguía la misma norma, podías aturdir fácilmente a alguien con él, además de
eso, realizaba pocas funciones pero de manera eficiente. El cuarto de estar,
era reducido como todos los demás, con un gran mueble cubriendo toda la pared, mitad
puertas y cajones y mitad repisas llenas de libros, libros que por cierto, hace mucho tiempo que ya no se hacían con árboles. Detrás de Nora estaba el
esterilizador, parecía una máquina de esas que venden gaseosas, pero en
realidad su función era neutralizar los malos olores y las propiedades
contaminantes de los desechos humanos antes de arrojarlos fuera del edificio, toda
vivienda debía contar con uno en buen estado y también habían varios en los
baños públicos repartidos por la ciudad. Nora cambió de canal, el pestañeo que
hizo la televisión, la hizo notar un movimiento, algo se arrastraba saliendo de
debajo del mueble frente a ella, un birrioso gato obeso de color negro, pero no
un gato de verdad, sino un muñeco de tela, un muñeco vivo. Sus delgados miembros,
flácidos y sin articulaciones y que además acababan en manos y pies desproporcionadamente
grandes, eran lastres inútiles a la hora de mover su cuerpo gordo y su enorme
cabeza sonriente, había algo de milagro y algo de espanto en ese muñeco, por un
lado, la vida anidada en un objeto inerte, el movimiento de este, la voluntad y
autonomía para desplazarse, aunque muy trabajosamente, de un lugar a otro, pero
por otro, la horrorosa existencia de un ser vivo en un cuerpo inútil, una vida
sin sentido, una cosa de la que no se podía siquiera saber hasta qué punto
podía sentir su entorno o comprender su estado o su realidad, era como
despertar un día convertido en una roca y sin poder saber si quiera que eres
una roca. Nora lo recogió y lo miró con una mezcla de rechazo y compasión, como
si uno mirara a alguien a quien quiere mucho pero que de pronto huele horrible,
el gato miraba hacia un punto indeterminado del espacio con unos ojos plásticos enormes, gastados por andar arrastrando
la cara por el suelo, tan inservibles para mirar como lo era su diminuta nariz adherida
con pegamento para respirar y le sonreía sin sonreír, con una boca enorme de
dientes imposibles. Le recordaba a Nora la versión más trágica y triste del
payaso y su sonrisa falsa pintada en la cara. Pero ese esperpento tenía vida, y
lo peor o más triste era que nadie sabía cómo quitársela, porque nada
sustentaba esa vida, simplemente Nora se la había dado, ese era su don y a
veces no era para nada genial. Había pensado muchas veces en deshacerse de él,
del gato, no de su don, incluso en tirarlo dentro del esterilizador, pero al
final nunca se atrevía a hacer nada y siempre terminaba abriendo la puerta de
algún mueble y arrojándolo dentro, la que le parecía, la menos cruel de las
opciones.
De pronto sintió deseos de ir al
baño, esa era una contrariedad, pues no podía usar el retrete aun, había
sucedido un pequeño incidente, un accidente imprevisto y mientras no lo
solucionara debía conseguirse el baño con los vecinos o derechamente hacer sus necesidades
en un tiesto, cosa que esta vez no haría, por lo engorroso y desagradable que
resultaba meter su propia caca dentro del esterilizador, por lo que se puso una
falda y salió de su departamento, en el pasillo, estrecho, sucio y con rayados en
las murallas, se encontró al hombre sentado en el suelo con el pequeño en
brazos. Nora de verdad había pensado que este se había ido, pero ahí estaba, el
hombre se puso de pie de un salto bloqueándole la pasada, el pasillo era angosto,
las luces funcionaban a intervalos iluminando todo a medias y encima Nora
necesitaba cada vez con más urgencia usar un baño. El hombre insistió con
vehemencia, que la muchacha contrarrestó con razón “Escúcheme, lo que usted me
pide, es imposible. Usted tiene un cuerpo sin vida y yo puedo darle vida, sí,
pero no puedo devolverle a su hijo, su hijo ya se fue y nada hará que regrese…
¿Me está escuchando?” El hombre solo miraba a su muchacho y sollozaba “…por
favor, haré lo que sea… por favor” Nora podía seguir explicándole que ella no
podía devolverle la vida a nadie, que dotar de vida un cuerpo muerto no era lo
mismo que resucitarlo, que la vida que ella daba era otra, diferente a la que
el niño tenía antes de morir y que irremediablemente el tiempo convertiría en
un monstruo al pequeño, del que luego querrían deshacerse y no sabrían cómo.
Pero tenía tantas ganas de usar un baño, que se ahorró la tabarra y aceptó, “Está
bien, usted gana. Pero déjeme pasar de una vez, por favor” Y de un empujón se
abrió paso hasta alcanzar la escalera que bajó a toda prisa. Ni siquiera miró
al niño, ni siquiera lo tocó, no pronunció conjuros misteriosos ni hizo pases
mágicos, pero el niño abrió los ojos, y su padre lo estrechó llorando. Así era
su don y así lo ejercía, sin aspavientos ni parafernalia.
Con respecto a su váter, este estaba
en perfecto estado, el problema era otro, en realidad se trataba de un huésped inesperado.
Todo fue culpa del torpe de Yen Zardo y de su amigo Reni Rochi, quienes
pensaron que sería muy gracioso ponerle un desestabilizador al androide
mensajero que visitó el edificio, y en realidad ver a un robot tambaleándose
como un borracho y esforzándose por hablar coherentemente es bastante gracioso,
el problema es que el mensajero, de estructura tosca y tecnología bastante
básica, traía un mensaje muy importante para Nora, quien al abrir su puerta, se
encontró de golpe con la máquina que se le vino encima porque, en su afán por
mantener el equilibrio, estaba afirmado en la puerta, solo de suerte no la
aplastó, pero para recuperarse botó el dispensador de agua, luego casi se cae
él por intentar recogerlo mientras se esforzaba por dar su mensaje en un
lenguaje lento y sumamente enredado, cambiándole aleatoriamente las sílabas a
las palabras y el orden de las mismas. Nora mantenía la distancia, porque
intentar sostener una máquina así, era una locura debido a su peso, mientras
trataba de entender algo del galimatías que el robot pronunciaba, sin éxito por
cierto. La broma terminó, cuando un nuevo tambaleo hizo que el robot se apoyara
en el panel eléctrico electrocutándose él y dejando sin luz a la mitad del
edificio y deteniendo los ventiladores. Yen Zardo, parado en la puerta, se
rascaba la cabeza mientras sonreía forzadamente, era apuesto y simpático, pero
tan superficial como un charco, a su lado, Reni Rochi se había dado sendo frentazo
en la pared por lo mal que había terminado la broma, este era un tipo gordo y
grande, con personalidad, por lo general serio y sensato y más inteligente que
su compañero, aunque eso no lo excluía de cometer una que otra estupidez de vez
en cuando. Nora, los miraba como a un par de niños que en vez de comerse la
comida, se la han aventado encima. No tuvo tiempo de regañarlos como deseaba,
porque la gente del edificio comenzó a preguntarse qué había pasado con la
electricidad, por lo que los muchachos se apresuraron a tomar al robot y
esconderlo, y en un departamento tan pequeño solo podía hacerse aquello o en el
dormitorio o en el baño, por lo que el robot quedó inconsciente sentado en su
váter, desde donde Nora no había podido moverlo aun, debido a su considerable
peso. Sin embargo, la cosa no había terminado ahí, pues Nora también había
cometido una tontería en su afán y urgencia por oír el mensaje, en un acto
desesperado le había infundido vida, aunque, al ser esta una máquina compuesta
de piezas, el don se vio limitado solo a la cabeza del robot, así que el trasto
sentado en su retrete, electrocutado del cuello para abajo, no dejaba de mover
la cabeza y de tratar de balbucear sonidos durante todo el día y la noche.
León Faras.