XV.
Aun
caían las últimas gotas de la que había sido una lluvia espectacular y
abundante, la luz del día ya se había ido y los hombres del circo por fin se
tomaban un descanso, secándose y secando sus cosas junto a los braseros o a
improvisados fuegos encendidos en tarros de lata. Von Hagen sentado en una caja
de madera con los pies descalzos, mantenía su único par de zapatos en vilo, secándolos
sobre las brasas, en las que también hervía suavemente una tetera. A su lado,
Ángel Pardo saboreaba un mate sentado sobre un taburete, un asiento pequeño
para sus piernas desproporcionadamente largas, como si fuera un saltamontes
sentado sobre una pequeña piedra “No puedo creer que esté muerto…” dijo este,
llenando nuevamente de agua el mate, y alcanzándoselo a su compañero, “…No era
un mal tipo, solo que no sabía bien cómo lidiar con su trabajo y el resto de
nosotros” Horacio asentía en silencio, todo lo relacionado con la muerte de Charlie
Conde, le parecía de lo más inverosímil, “…Es cierto. En este sitio te mueres y
simplemente desapareces sin que a nadie le importe… ¿sabes? más vale que
hablemos de otra cosa” “Cierto…” convino el gigante, recibiendo el mate de
vuelta vacío, para volver a llenarlo. La lluvia ya se había detenido
completamente cuando apareció Eloísa, se veía radiante, sus ojos brillaban y no
dejaba de sonreír “¿Y, qué les parece?; ¿Genial no?” dijo abriendo los brazos y
dándose una vuelta para lucir sus alas, como una chica coqueta que desea que le
confirmen lo bien que le queda su vestido nuevo. “Ni que lo digas… nos hemos
quedado con la boca abierta al verte. Fue alucinante” respondió Pardo
ofreciéndole el mate que la chica aceptó gustosa, “Realmente espectacular”
agregó Von Hagen. Eloísa se sentía feliz y orgullosa de sí misma y eso era algo
muy raro para una atracción del circo de Cornelio Morris, tan inaudito, que era
difícil suponer si aquello era algo bueno o malo, sin embargo, ellos eran los
primeros que la chica conocía allí y los únicos con los que podía compartir su
felicidad, a excepción de Charlie Conde, al que también recordaba “¿Dónde está
su amigo? aquel de la enorme joroba en su espalda, lo he estado buscando para
agradecerle pero, no lo he visto por ninguna parte” “Está muerto…” respondió
Cornelio Morris parado fuera de la tienda. Ese hombre siempre aparecía de la
nada, justo en el lugar donde no estabas mirando, “…ven linda, tengo algo para
ti” Agregó, tomando suavemente a la muchacha por el hombro, mientras les
dirigía una mirada a los dos hombres sentados, que a Von Hagen le pareció
amenazante.
Vicente
Corona se quitó la chaqueta y se remangó la camisa, luego con sumo cuidado
comenzó a desembalar los equipos. Diego Perdiguero, que en ese momento bebía
una taza de café, se puso de pie para mirar de cerca el extraño aparato que
Vicente armaba, “¿Qué demonios es eso?” el aludido no pudo menos que sonreír,
“Esto es el futuro, amigo mío” Los hermanos Corona se tomaban muy en serio su
trabajo y además de eso, se podía decir que eran bastante innovadores y
visionarios, pues después de muchos intentos, pruebas y ensayos, habían logrado
desarrollar un eficiente aunque aparatoso híbrido entre una cámara fotográfica
de cajón y un telescopio especialmente acondicionado, que les permitía capturar
objetivos a una prudente distancia, algo sumamente útil en su oficio, cuyos
detalles técnicos guardaban celosamente, pues no les interesaba en absoluto
popularizar su creación. Habían alquilado una pequeña habitación exenta de
lujos, pues tenían como regla general, no llamar la atención mientras estaban
haciendo un trabajo, sin importarles dormir en el suelo o en su furgoneta o
comer cualquier cosa que les quitara el apetito, incluso sus atuendos eran de
lo más corrientes. Ya una vez terminado el encargo, podían volver a disfrutar
de los lujos que les permitía su pujante y particular oficio. La idea, era
tomar la mayor cantidad de fotos posibles para terminar el trabajo en un solo
día, pues sabían que si el circo simplemente decidía marcharse, perderían mucho
tiempo en volver a localizarlo, para ello solo necesitaban dos cosas, un buen
lugar donde instalarse con su cámara y un hermoso día soleado y de lo primero
ya se estaba encargando Damián Corona. Lo mejor de todo, era que las fotos que
tomaran valdrían oro en el mercado. Enrique Bolaño les había encargado
fotografiar la sirena, pero cuando viera esa criatura volando como un mismísimo
ángel del cielo, pagaría lo que le pidieran y si se negaba, había muchos más
que con seguridad estarían encantados de publicar algo así en sus medios.
“Oh,
un hecho lamentable, al parecer tuvo una discusión con un tipo y este le
disparó…” Eloísa se llevó una mano a la boca consternada, “Oh, por Dios…”
Cornelio continuó con tono paternalista “…sí, la gente se está volviendo loca.
Puedes juzgarlos por sus rostros o por su aspecto, pero no puedes saber qué
diablos tienen en la cabeza… Es el mundo en el que nos toca vivir. Pero será
mejor que dejemos descansar en paz al pobre Charlie, ven, deja que te muestre
lo que tengo para ti…” Cornelio Morris llevó a la muchacha hasta una tienda en
perfecto estado, al menos comparada con la de los trabajadores, en la puerta
estaba parada la pequeña Sofía, realmente emocionada con las alas nuevas de
Eloísa. En el interior de la tienda, Beatriz Blanco se afanaba en los últimos
detalles. Ya había repartido o desechado todas las pertenencias del antiguo
dueño y trasformado el lugar en un sencillo pero acogedor hogar para la
muchacha, algo que Eloísa nunca antes había tenido, apenas Cornelio le informó
que era suya, la chica se le lanzó encima y se le quedó pegada en un abrazo
largo y emotivo, tan espontáneo para una como inesperado para el otro. La
pequeña Sofía rió y aplaudió abrazada a su feo pero querido conejo de trapo,
mientras Beatriz observaba incrédula y sorprendida la escena, más aun cuando
Cornelio correspondió ese abrazo con una increíblemente afectuosa caricia en la
cabeza de la chica, algo que la mujer fue incapaz de descifrar de qué clase de
sentimientos o intenciones provenía. “Serás nuestra estrella. Mañana debutarás
y estoy seguro de que serás la atracción más grande y maravillosa que estas
personas hayan visto y verán en toda su vida…”
Era
de madrugada cuando Horacio Von Hagen se levantó de su cama, en la otra litera,
Ángel Pardo dormía profundamente, con ambos pies desbordados fuera de las
cobijas y uno de sus brazos colgando hasta el suelo. El hombre simio salió de
su tienda, observó a todos lados, cogió un palo que había reservado como garrote
y se perdió furtivo en la oscuridad de la noche. Se sentía increíblemente
asustado, su corazón parecía querer delatarlo con el ruido que hacía y las
manos le temblaban. Las aves nocturnas le parecían especialmente grandes y activas
esa noche, los ronquidos de los hombres, más ruidosos y sus sueños, más
livianos; realmente estaba luchando con todo contra sí mismo y su propia
inseguridad y no se sentía para nada vencedor, sino más bien, alguien que
resiste a duras penas. Las monedas que encontró, aun estaban escondidas entre
las rendijas de las tablas del piso de la jaula de Braulio Álamos, a pesar de
que esta había sido limpiada y lavada para quitarle en parte el horroroso hedor
que acumuló el “Cometodo” mientras estuvo ahí. Von Hagen siguió caminando
buscando las sombras y deteniéndose cada vez que algo crujía bajo el peso de su
pie, incluso los crujidos más pequeños, se acercó sigiloso hasta la tienda de
Mustafá, se asomó conteniendo el aliento y vio que el hombre que Cornelio había
dejado de guardia, dormía plácidamente en un rincón, tirado en el suelo,
abrazado a sí mismo y con una manta enrollada bajo la cabeza a modo de almohada,
la escopeta del hombre estaba tirada en el suelo junto a él, eso lo alivió en
parte, pues honestamente no se sentía capaz de aturdir a un hombre con su
garrote. Horacio tomó el arma y la apoyó en una pared fuera del alcance
inmediato de aquel hombre que dormía, en caso de que este despertara, luego se
plantó frente a la caja de vidrio y cogió una moneda de su bolsillo. Tenía la
sensación de que su respiración podía ser oída en todo el campamento. Horacio
sabía que Mustafá despertaba con una melodía aguda y desafinada, pero estaba
preparado para eso y cubrió la bocina con un pañuelo al momento que echaba la
moneda en la ranura con una mano sumamente temblorosa. El lugar estaba
pobremente iluminado por un brasero encendido, lo que contribuía a hacer más
tétrica la figura del muñeco arábigo que lo observaba expectante a oír su
pregunta, “¿Cómo libero a Lidia del estanque de agua sin que ella muera?” Von
Hagen se agachó y pegó su oído a la bocina aun cubierta con su pañuelo y oyó
una inquietante respiración desde el otro lado, luego una respuesta que ya
había oído antes de boca de Román Ibáñez, “Antes debes matar a Cornelio Morris”
Horacio esperaba otra cosa, algo más a su alcance, algo de lo que se sintiera
más capaz. En ese momento, una voz sonó en su oído como un susurro que por poco
lo mata de un infarto, “¿Qué haces?”
Eloísa,
feliz y emocionada como estaba, no había conseguido pegar los ojos, por lo que
había salido a estirar sus alas nuevas en la fresca noche. Desde el aire vio a
Horacio moverse sigiloso por el campamento y divertida y traviesa, lo había
seguido hasta allí. Von Hagen se vio obligado a explicarle todo en un largo e
incómodo susurro, pero dejándole muy en claro que estar ahí estaba
terminantemente prohibido, que nadie debía saberlo y que no debían hacer ningún
ruido para no delatarse. La chica miró a Mustafá poco convencida, luego le
pidió una moneda a Von Hagen con una sonrisa como una pequeña que le pide
dinero a su padre para comprar sus golosinas favoritas. Horacio le dio una de
sus monedas nervioso y resignado “¡Bueno, pero date prisa!” la chica la echó
con seguridad y preguntó: “¿Mi padre está muerto, verdad?” Luego oyó la
respuesta “No, aun no lo está” Eloísa se levantó y miró a Von Hagen con
desilusión “La verdad, no creo que esta cosa funcione…” Horacio se extrañó, por
lo que todos sabían, el muñeco jamás se equivocaba, pero debían salir de ahí y
hacerlo ya. Lo hizo con extremo sigilo, seguido de cerca por Eloísa, pero
cuando se volteó para advertirle a la chica que guardara silencio, esta, ya
había desaparecido en el aire.
León Faras.