XXIX.
Cuando
recibió la llamada, no se esperaba para nada que el cura le tuviese noticias
tan pronto, este, necesitaba de su presencia, pues él no tenía el don de ver y
conversar con espíritus. Olivia salió de inmediato para reunirse con él, pero
al llegar a la calle señalada, no lo vio por ninguna parte hasta que el
sacerdote se le acercó por detrás y la tomó por el brazo, Olivia se quedó
sorprendida, aunque lo hubiese visto, probablemente no lo hubiese reconocido, estaba
vestido con ropa casual, sencilla, gastada y fuera de moda, lo que lo confundía
muy bien con el resto de la gente, aquello no era raro, lo curioso era verlos
juntos, el manido vestido de ella, también era propio del siglo pasado,
parecían una pareja de provincianos que visitan por primera vez la ciudad, Richard
Cortez, que acompañaba al cura en ese momento, lo notó de inmediato, era
evidente como encajaban a la perfección uno al lado del otro, como si fueran
familiares, o más aun, un matrimonio con varios años de convivencia a cuestas.
Se quedó a parte observando mientras la pareja se saludaba y hablaban
brevemente con una calidez y un gusto natural, lo cierto es que junto a ellos,
cualquiera se podía sentir excluido de la ecuación. Para Olivia, el Chavo no
tenía nada que lo delatara como un espíritu ya, era sólo un hombre más, aunque
con una increíble historia tras él, que ella no ponía en duda. Richard los
llevó a las afueras de la ciudad, donde estaban las instalaciones de la antigua
industria textil arruinada hace muchos años, estructuras de cemento, cuadradas
y llenas de los agujeros oscuros que antes eran las puertas y las ventanas. Un
sitio tétrico, en especial de noche, frecuentado por vagabundos, borrachos o
drogadictos, pero también por materializados que al igual que los anteriores,
buscaban alejarse de una sociedad que los ignoraba. Un lugar que los tres
conocían bien, aunque por diferentes razones. Era de día y el sitio se veía
desierto, pero en realidad nunca lo estaba. El interior de los edificios era
completamente desagradable y hostil a los sentidos, todo destruido, lleno de
basura y con las paredes rayadas, olía a meados, excrementos y descomposición, el
Chavo recogió un palo del suelo, el cura y la bruja lo observaron como si
pensara golpear a alguien, pero sólo golpeó en el suelo, una vez, luego otra
vez, luego dos y después otra vez una, y se quedó expectante. No recibió
respuesta. Siguieron avanzando, en algunas habitaciones, la oscuridad era
total. Richard repitió la contraseña, nada, pero cuando dieron un par de pasos
se escuchó la respuesta a cierta distancia: tres golpes seguidos. Ese era un
materializado. El padre José María no vio nada, sólo podía recordar haber visto
al Chavo y a Olivia hablando con algo en la penumbra, pero debió esperar a que
terminaran para enterarse. Los materializados se van, usan su nueva condición
para buscar sitios más acogedores o agradables, para recorrer el mundo sin
restricciones, para aislarse en la naturaleza, sólo se quedan los que tienen
ataduras emocionales, aquellos que no están listos para desligarse de su vida
antes de la muerte. El hombre que buscaban ya no estaba y era posible que ya no
regresara en mucho tiempo. Según les explicó el Chavo, se trataba de un hombre
de aspecto joven de nombre Joel, que gustaba mucho del mar y que constantemente
hablaba de que ese era el lugar que él elegiría para pasar su eternidad. Ya
eran varios días que no se le veía por la ciudad, por lo que era de suponer que
ya se había marchado a algún punto del planeta cercano al mar o, nada se lo
impedía, el mar mismo, “Él fue quien salió del autobús el día del accidente, él
le disparó a Laura, aunque conociéndolo, no logro entender por qué lo hizo…”
explicó Richard al cura, sabiendo que lo que habían conseguido, no era de gran
ayuda, y agregó, “…escuche Padre, si esto es importante, deme algunos días,
veré qué más puedo averiguar” El cura le estrechó la mano, “Lo es Richard,
gracias” Antes de irse, Olivia decidió ofrecerle su ayuda si algún día tomaba
la decisión, “No eres inmortal, hay una manera si algún día decides que… ya
estás harto de este mundo”
Manuel
Verdugo escuchó atentamente y en silencio toda la historia que Alan le contó
sobre su nieta, el asesinato de esta y el motivo por el cual la habían matado.
Trató de entender y de imaginar cómo era ser un espíritu, un materializado y
qué clase de cosa era un Escolta y sin lograr dimensionar completamente el
contexto de la situación y el mundo en el que se desarrollaba, la aceptó como
el enfermo que le cree a su médico sin ver ni entender lo que ocurre dentro de
su cuerpo ni tener remota idea de cómo son los microbios que le han atacado,
sin embargo, y como el supuesto enfermo lo haría, sólo se limitó a preguntar
qué era lo que se debía hacer para eliminar a ese microbio aterrador que estaba
acechando a su nieta para borrarla del universo, Alan se restregó su áspero
mentón, “…es lo que estamos tratando de averiguar…” “Por Dios…” dijo el viejo
ciego, apretando su bastón con ambos puños. Iba a agregar algo más, pero en ese
momento se sintió abrirse la reja de su casa y las voces y las risas de mujeres
que llegaban animadas, cargadas con bolsas y bandejas. Su hija Gloria se le
acercó y aun con las manos ocupadas, le dejó caer un sonoro beso en la mejilla
a Manuel que todavía no se enteraba de qué sucedía, tras ella, su vieja amiga,
Beatriz, también lo saludaba
cariñosamente y le deseaba un feliz cumpleaños, mientras su nieta Lucía tomaba
fotografías con su teléfono celular, recién en ese momento el viejo cayó en la
cuenta de que era su cumpleaños. Debido a su ceguera y a su edad madura, hacía
mucho tiempo que las fechas le eran indiferentes y si por alguna razón debía tomar
en cuenta alguna, su hija se encargaba de recordársela con anticipación, salvo
ahora que estaba de cumpleaños y lo quisieron sorprender. Las mujeres
invadieron su casa y organizaron todo en un santiamén, prepararon la mesa y
sentaron a Manuel en la cabecera con una copa de vino en la mano, todo sucedió
rápido y con el entusiasmo de sus visitantes, el viejo se olvidó por un
segundo, hasta que su nieta Lucía revisando su teléfono lo notó, pero no supo
qué era, se lo mostró a su madre: en las primeras dos fotografías que había tomado
al llegar, aparecía un hombre de pie junto a Manuel, un hombre que nadie había
visto cuando llegaron, un hombre que no estaba ahí o se hubiesen dado cuenta, un
hombre que nunca vieron entrar ni salir. El teléfono celular pasó de mano en
mano hasta que de pura curiosidad, lo tomó Beatriz, sólo para participar del
pequeño revuelo que había causado la imagen con el hombre misterioso, sin
embargo, su sonrisa se desvaneció hasta desaparecer tras una mano con la que se
cubrió la boca, consternada. Aquello era imposible, pero el hombre de la
fotografía era Alan, su marido, el hombre que hace tantos años se había quitado
la vida de un tiro en la cabeza tras la muerte de su hijo, y estaba igual a
como se le podía ver aquel nefasto día. Las cámaras no olvidaban como las personas,
y su imagen había quedado capturada antes de que sigilosamente abandonara el
lugar. De los presentes, sólo ella podía reconocerlo y aunque nadie podía
corroborárselo, Beatriz no tenía ninguna duda de que Alan, su marido, había
estado ahí. La fiesta de cumpleaños se apagó hasta quedarse en silencio,
Beatriz tenía los ojos con lágrimas mientras Lucía observaba a su alrededor temerosa
de encontrarse con algún fantasma espiándolas desde algún rincón, Manuel secó
su copa de vino de un largo trago y se quedó serio, con sus ojos pálidos
saltando de un lugar a otro, en el vacío de su oscuridad. Podía imaginar la
escena, rememorar todo lo vivido después de la muerte de su amigo, entender lo
duro y doloroso que había sido para Beatriz. Estaba seguro de que hablar de él
no sería una buena idea, pero aun así lo hizo, “Él siempre te recuerda y está
preocupado por ti…” Sabía que en ese momento lo estaban mirando como a un
desquiciado que la ceguera, la vejez y la soledad finalmente lo habían hecho
hablar con fantasmas, pero no Beatriz, ella seguro lo miraba expectante “…siempre
quiso que rehicieras tu vida y que fueras feliz… eso lo hizo feliz a él…”
Beatriz sonrió, por un minuto se había olvidado de todo lo que la rodeaba,
“¿Hablas con él?” preguntó con un brillo de ternura en los ojos, “A veces…
aunque saber que ahora está esa foto, me tranquiliza. No me estoy volviendo
loco…” respondió el viejo con una sonrisa torcida, mientras dejaba caer su
cabeza sobre su pecho. La velada continuó, aunque con un cariz distinto, pausado
pero interesante. Continuaron hablando de Alan, pero sin adentrarse en los
escabrosos detalles de su muerte, ni tampoco, nada sobre lo que Manuel había
hablado con él de su nieta Laura, eso ya sería demasiado para un solo día.
“Un
Escolta persiguiendo a Laura…” pensaba Richard mientras regresaba a casa, se
preguntaba si realmente estarían seguros de eso y de ser así, cómo habían
logrado endosarle un Escolta a un inocente. Él sabía de los Escoltas, aunque en
todos sus años de vivo y de muerto, nunca había visto uno, pero sabía que
mientras no tuvieras a uno respirando en tu oreja, no se podía imaginar lo aterrador
que era. La idea lo acompañó hasta llegar a su departamento, pero allí se
encontró con que su mujer, la Macarena, lo esperaba ansiosa, casi eufórica,
“¡Por fin llegas! Ven, tengo que mostrarte algo” sobre la mesa había una caja
de metal, la mujer le demandó que la abriera él mismo y que mirara dentro con
sus propios ojos, el Chavo lo hizo con algo de recelo, como quien sospecha que
va a ser víctima de una broma, pero luego su cara cambió, la caja estaba llena
de dinero en fajos metidos dentro de bolsas plásticas, “¿Tú no tuviste nada que
ver con esto?” preguntó la Macarena con ojos de cachorro abandonado, el Richard
negó con la cabeza “¿De dónde sacaste esto?” La mujer le explicó que alguien
llamó a su puerta, y que al abrir no había nadie, sólo esa caja de metal en el
suelo, creyó que podía tratarse de una broma o de un error, pero la caja tenía
una nota encima que decía “Para Lucas” por lo que la tomó, y con toda la
desconfianza del mundo, le echó un vistazo dentro “¡Casi se me cayó el pelo!”
concluyó la mujer mordiéndose la uña de su dedo meñique. No tenían ninguna idea
de quién o por qué les había dado ese dinero, pero no lo iban a rechazar. Julieta
sonreía satisfecha, observando la escena desde la penumbra del pasillo, luego se
volvió a la habitación de Lucas a contarle lo que había hecho, le hablaba de todo,
todo el día, le gustaba pensar que los pequeños gestos que el muchacho realizaba
con esfuerzo, eran respuestas para ella, eran muestras de que él podía sentir su
presencia, y que la disfrutaba como ella.
León Faras.