miércoles, 8 de noviembre de 2017

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XXIX.

El palacio de Rimos, estaba animado sólo por el insistente repicar de la lluvia, sin embargo, la efervescencia de sus moradores se reactivó con la noticia del regreso del príncipe Ovardo. Las especulaciones se multiplicaron entre la servidumbre como la maleza en el campo: unos decían que el príncipe había regresado muy malherido de la batalla, otros aseguraban que el enemigo lo había atrapado, le había arrancado los ojos y lo había liberado, como escarmiento para él y para quienes lo siguieran y que la batalla por supuesto, estaba perdida. También había rumores de que el príncipe no estaba herido, sino que se había derrumbado emocionalmente, luego de enterarse de la muerte de su esposa y que había abandonado a sus hombres, los cuales seguían luchando solos, otros un poco más idealistas, replicaban que no estaban solos, sino que el rey Nivardo había tomado el lugar de su hijo y que la batalla aun no estaba definida. Nadie tenía certeza de nada, a pesar de la convicción que algunos mostraban al hablar, casi como si hubiesen estado presentes. Sin embargo, había un pequeño rincón, dentro de la cocina del palacio, en el que dos jóvenes y humildes sirvientes hablaban a solas y con toda propiedad de lo que habían visto: la acongojada Teté y el joven Cal Desci, ellos habían estado presentes en la dolorosa muerte de la princesa Delia y en la apabullante caída del príncipe Ovardo, e intercambiaban sus ingratas experiencias bebiendo un tazón de caldo caliente, el mismo cocido que habían mandado a preparar para que la princesa se recuperara luego del parto.

Para los “Machacadores”, el trabajo que le habían encargado se había vuelto un fastidio mucho antes de lo que esperaban, los cadáveres enemigos eran escasos, y más que nada se dedicaban a recorrer la ciudad de un lado a otro encontrando muertos y heridos de su propio bando por los que poco o nada podían hacer. Lo más interesante que habían encontrado había sido la cabeza del desafortunado Ranta, separada de su cuerpo, pero aun balbuceando sin hablar y moviendo los ojos sin ver; les dio tan mala impresión, que la machacaron por sospecha de que, de alguna manera, se uniera con su cuerpo y los atacara. Luego de mucho rato recorriendo los oscuros callejones, chapoteando en el barro, mojados de pie a cabeza y con pocas ilusiones de que su trabajo sirviera de algo, por fin encontraron a un soldado enemigo tirado en el suelo, parecía muerto, aunque aquello en su experiencia recientemente adquirida, no era nada seguro; tenía una profunda herida en el cuello por la que parecía que se había drenado todo el cuerpo y una bonita armadura decorada con los característicos diseños de enredaderas espinosas de Rimos. Parecía valiosa. También la espada y el puñal que llevaba en la cintura. Uno de los machacadores no dudó en intentar saquear el cadáver, pero su compañero lo detuvo con una advertencia: Era mejor asegurarse antes. Y de dos mazazos destrozó la cabeza del rey Nivardo de Rimos, y lo convirtió en un muerto más, dentro de una ciudad llena de muertos.

El capitán Albedo, de ninguna manera había llegado hasta la casa de Qrima por pura casualidad, él cumplía con una orden que le había dado Rianzo, el hermano del rey, y que era encargarse de la seguridad de su hijo Brelio y de Darlén, la madre de este. El viejo Qrima, era un paso intermedio en la misión que le habían encargado, ya que si las cosas empeoraban en la ciudad, debían llevarse a la muchacha y a su hijo fuera de Cízarin y eso era lo que venía a hacer, sin embargo, encontrarse con un soldado Rimoriano armado allí, era toda una sorpresa y no de las gratas. La hermosa Darlén, incómoda por la tensa situación, devolvió el bebé a Nila y agradeciendo la hospitalidad y cuidados de Qrima, se puso a disposición del capitán Cizariano para acelerar el proceso y que se retiraran pronto, pero Albedo no opinaba igual, para él, como para cualquier soldado, le parecía sumamente grave albergar y esconder enemigos cuando en su ciudad, su propia gente estaba siendo asesinada y quemando sus casas, dejando viudas y huérfanos por miles; para él no había excusas ni términos medio: si ayudas a un enemigo, pasas a ser enemigo también y debías ser tratado como tal, “No puedo pasar esto por alto: llévense a estos hombres y quemen la casa…” dijo, borrando su irritante sonrisa por primera vez desde que llegó. Un joven soldado tardó menos de diez segundos en salir y volver con una pequeña vasija de barro en una mano y una antorcha sin encender en la otra, lanzó el recipiente a la pared de un rincón para romperlo y desparramar el aceite que traía dentro y acercó la antorcha a la lumbre que iluminaba la casa, para encenderla, entonces Qrima se puso de pie, cogió su arco de la mesa y con toda tranquilidad, le apuntó con la flecha al rostro del soldado con la antorcha “No lo hagas, muchacho, dicen que una flecha en la cara duele más que en cualquier otra parte” Albedo estiró hacia afuera las comisuras de los labios y apretó los dientes haciendo un sonido sibilante, como dándole a entender que aquello de amenazar a un soldado Cizariano, era un error que sólo podía empeorar las cosas. Desenvainó su espada “¿Será posible que nos hayamos equivocado tanto contigo?...” Emmer protegía tras él a Nila y al bebé, mientras Darlén y su hijo Brelio permanecían custodiados por dos soldados Cizarianos junto a la puerta. Qrima aun apuntaba con su arco al muchacho de la antorcha. El capitán Albedo comenzó a pasearse con confiada precaución “…o tal vez sólo sea que estás confundido, aunque confundir el bando en el que estás, es algo muy estúpido en estas circunstancias, incluso para alguien como tú. Deja que te ayude…” dicho esto, se giró rápidamente hacia Emmer y le hundió su espada en la boca del estómago, ante el grito de horror de Nila. Qrima agarró a su sobrina de un brazo y la puso tras él. Albedo continuó “…baja ese arco, anciano ¿o es que aun crees que tienes algo que proteger?” Qrima mantenía su arco listo para disparar, Nila lloraba aferrada al bebé tras él “Yo ya hice lo que me pediste, sólo deja en paz mi casa. Nadie más tiene que morir aquí” “Tienes razón…” replicó Albedo, “…entonces ¿por qué sigues apuntándome con ese arco?” en ese momento, la tensión en el rostro del viejo, se relajó, al igual que la de la cuerda de su arco, el cual comenzó a caer lentamente hasta quedar apuntando al suelo. Albedo volvió a sonreír. Cogió un pañuelo de su manga y se dispuso a limpiar su espada, la sangre adherida a esta no era para nada normal: granulosa, pegajosa y negra. Nila detuvo su llanto. Albedo comprendió que algo sucedía, todos parecían sorprendidos de ver lo que estaba sucediendo tras él, al voltearse, Emmer estaba de pie, sin ninguna muestra de dolor y con su espada en la mano. “Pero…” fue todo lo que pudo decir el capitán antes de que el Rimoriano le cortara la garganta. Los seis soldados Cizarianos se mostraron alterados, con el desconcierto que produce lo desconocido y anormal y el miedo que causa enfrentarse a un inmortal por primera vez. Dos lucharon al mismo tiempo contra Emmer, mientras alguien daba la orden de quemar la casa e irse, el soldado de la antorcha titubeó, Qrima no le había quitado el ojo de encima, el muchacho se arriesgó a tratar de encender su antorcha y la flecha del viejo terminó alojada en su cara con fría precisión, tal como se lo había advertido y tal como se lo había advertido, parecía doler mucho más que en cualquier otra parte. Emmer derrotó a sus dos enemigos con habilidad y se abalanzó contra el tercero que parecía repartir órdenes desesperadas desde la entrada, los otros dos avanzaron decididos a eliminar al viejo, pero este, astutamente, lanzó su flecha contra la lámpara de aceite, apagando la pequeña lumbre y sumiendo la casa en total oscuridad.


Los sonidos y los ligeros destellos nacidos de los golpes de espada, chispas fugases en la oscuridad, pronto se extinguieron por completo, luego, una flecha se oyó salir del arco de Qrima y después largos segundos de silencio con el sonido monótono de la lluvia como fondo. Solo al cabo de un rato un generoso chorro de chispas, nacidos entre una piedra y un cuchillo, encendieron un brasero y la luz regreso, Qrima estaba junto al brasero, tras él estaba Nila aferrada al bebé que, alimentado y limpio no parecía tener nada más que exigirle a la vida. En la puerta estaba Emmer, en su antebrazo izquierdo, una profunda herida se cerraba dejando su monstruosa cicatriz enraizada. Darlén y su hijo permanecían en el mismo rincón, expectantes y asustados, y de los dos soldados que quedaban, uno permanecía de pie, inmóvil, con los ojos abiertos y una flecha atravesándole el cuello, mientras el otro, lo sostenía por detrás sin enterarse aun de que mantenía en pie a un cadáver. El sobreviviente dejó caer a su compañero y se quedó con aspecto desolado: un monstruo al que no se le podía matar y un abuelo que le metería una flecha entre los ojos antes siquiera de acercarse, tales eran sus opciones, “Estás muerto, hijo” le dijo Qrima con cierto brillo de piedad en los ojos, el Cizariano apretaba su espada y respiraba con fuerza, como un animal dentro de una trampa, “Tranquilo abuelo, todavía respiro…” “Lo digo por la herida que tienes en el mentón…” señaló el viejo. Era una herida insignificante pero limpia, hecha por un arma bien afilada, “…Yo no soy Cizariano, soy Bosgonés” concluyó Qrima. Emmer lo miró con el ceño apretado y luego al soldado de Cízarin, “¿Bosgos? Veneno…” El muchacho se tocó el mentón y luego se examinó la punta de sus dedos ensangrentados, él, al igual que casi todo el mundo, sabía que Bosgos era una ciudad cercana conocida por su enorme creatividad a la hora de producir venenos. Eso no era justo, no estaba dispuesto a aceptarlo, morir envenenado era lo peor, era una muerte sucia, reservada para traidores y hombres deshonrados, “No voy a morir así…” aseguró, y se lanzó contra Emmer en un ataque brutal y desesperado que el Rimoriano apenas pudo contener y luego de eso, siguió atacando con violencia desmedida hasta que el muchacho en su ceguera, clavó su espada en un poste mientras el arma de Emmer le rebanaba el estómago. Este, luego de recuperar el aliento, observó que la herida del mentón era realmente diminuta, “¿Qué clase de veneno usas? ha de ser realmente poderoso” El viejo recogía la antorcha apagada del piso, “No uso ningún veneno” replicó indiferente, Emmer le dirigió una mirada de duda a Nila y luego a Qrima de vuelta “¿Mentiste? ¿Por qué?” El viejo encendía la antorcha en el brasero, “El chico estaba aterrado, necesitaba que le quitaran el miedo a morir…” “Entonces, ¿tampoco eres de Bosgos?” “Sí lo soy, y allá nos dirigiremos. Este sitio ya no es seguro ni para ustedes ni para mí” concluyó el viejo, lanzando la antorcha sobre el aceite esparramado e incendiando su propia casa antes de salir.


León Faras.