XXI.
Cornelio,
ya no estaba para nada de buen humor, los demonios que mantenían la ilusión a
flote y que al mismo tiempo, eran esclavos y amos de él, lo habían obligado
durante la noche a largarse de ese pueblo, pues su reino se tambaleaba debido a
que había gente tras él, gente que estaba profundamente interesada en socavar
la fuente de todo su poder, y aunque deseaba con el alma poder haberlos
identificado, no podía, debía hacerlo como cualquier mortal, pues las voces de
las sombras, no podían darle ninguna pista al respecto.
Damián
dio un sobresalto cuando las puertas traseras de su furgoneta se abrieron de
golpe, más aún porque en ese momento comenzaba a haber movimiento en el circo y
él trataba de enfocar algo medianamente interesante; era su hermano Vicente que
con todo estruendo, lanzaba dentro su carro de basurero, con todo tipo de
desperdicios y tierra en su interior, y comenzaba a sacarse, entre saltitos y
contorciones, como una serpiente que pretende mudar su piel, su overol
polvoriento para lanzarlo a los pies de su hermano, éste lo reprendió alarmado,
“¡Pero qué mierda crees que estás haciendo?” Vicente estaba tan acelerado, que
apenas le alcanzaba el oxígeno para hablar, “¡Se van! deja eso, hay que guardar
todo…” Damián confirmó aquello con su cámara-telescopio, todas las tiendas
caían una a una y rápidamente se convertían en bultos que cargaban en fila
hacia los camiones, eran sorprendentemente rápidos, como una colonia de
hormigas desmantelando un insecto mayor, “¡Mierda!” gruñó, “Tenemos la mitad de
nuestras cosas en el cuarto de la pensión” Se pasó al asiento del conductor y
prendió un cigarro, su hermano cerró las puertas traseras de un golpe y se
instaló a su lado, “Volveremos por nuestras cosas una vez que sepamos
exactamente dónde se detendrá el circo. No podemos perderlo de vista ahora…
Además, conocí a un tipo allí, una especie de hombre-mono, todo cubierto de
pelo. Prometió ayudarnos…” Damián miró a su hermano con una ceja increíblemente
levantada, “¿Cuánto dinero te pidió?” Vicente también prendió un cigarro y se
relajó con un codo apoyado en la ventanilla, “No quiere dinero, me pidió la
foto que le tomé a la sirena. No te lo vas a creer, pero me aseguró que él
también salía en una de las fotografías, pero sin todos esos pelos en el cuerpo”
Damián no prestó atención a aquello último, “¿Le diste una de nuestras fotos a
ese tipo?” Vicente se excusó diciendo que aquella foto no valía para nada, pero
Damián pensaba que aquello era una tontería, pues el tipo ese, podía
mostrársela a su jefe y delatarlos. Vicente se defendió con que hizo lo que
tenía que hacer en el momento, pues él trataba de tomar una foto y el
hombre-mono lo sorprendió, y Damián remató reclamando que nada de esto hubiese
sucedido si el tonto de Diego Perdiguero hubiese hecho bien su trabajo. La
discusión fue acalorada pero se evaporó en la nada cuando Damián, de un
vistazo, vio que el terreno donde estaba el circo, estaba vacío. Se puso pálido
y durante varios segundos era incapaz de procesar lo que acababa de suceder, no
lo podía creer, se bajó del vehículo sólo para dar una vuelta en redondo sobre
sí mismo y acabar insultando, golpeando y dándole de patadas en los neumáticos
a su pobre furgoneta. Vicente no podía golpear nada, se bajó del vehículo para dar
algunos pasos atontados, apretándose la cara con ambas manos y contemplando el
horizonte con completa desilusión, tanto, que se dejó caer sobre sus rodillas, como
quien encuentra agua tras varios días de vagar por el desierto y luego descubre
que sólo es un espejismo. Una pequeña luz de ilusión se encendió cuando
descubrieron huellas de los camiones en el camino, pero se apagó pronto cuando
llegaron al pavimento, la carretera corría en ambos sentidos y era imposible
adivinar qué dirección habían tomado los camiones. “¡Mierda!” volvió a gritar
Damián golpeando el volante del coche con las palmas de las manos. El circo se
había evaporado delante de sus propias narices y ni siquiera habían visto por
dónde se fue.
Cuando
Diego Perdiguero despertó, se encontraba en una especie de jaula completamente
oscura. Cabía en su interior acostado a lo largo, pero era imposible ponerse de
pie sin chocar con el techo a la mitad. Podía sentir con las manos que era una
jaula con la mitad inferior de las paredes de madera y la otra mitad con
barrotes. Una jaula que, aunque él no tenía cómo adivinarlo, hace poco había
albergado al pobre de Braulio Álamos. Algo raro sucedía con su lengua, como si
fuera una cosa muerta en su boca que no podía mover. Recordaba haber convencido
a Cornelio Morris de que le diera un trabajo en el circo, la chica alada estaba
con él en la oficina, era una muchacha simpática y risueña, Cornelio le ofreció
un trago de un buen licor, y finalmente acabó firmando un contrato. Sonreía
feliz, ese era su plan, eso era exactamente lo que él quería, estar dentro del
circo para mantener informados a los hermanos Corona de su ubicación, para que
estos tomaran sus fotografías, luego recibir su dinero y simplemente largarse de
allí, pero no siempre las cosas salen como uno espera. Luego de poner su
rúbrica sobre el papel que tenía enfrente, Diego preguntó confiado que qué era
lo que debía hacer ahora y Morris respondió aún más confiado y complacido “Nada
por el momento. Cuando debas hacer algo, lo sabrás…” Luego de eso no recordaba
mucho, como que se le había nublado la mente o se había dormido durante horas,
tal vez el licor que había tomado tenía algo, pero Cornelio había servido los
vasos en frente de él y ambos se los bebieron de un trago. No sabía cuánto
tiempo había pasado ni por qué estaba dentro de una jaula, pero pronto se
enteró. Sentía muy cerca a Cornelio Morris gritando fuera de su jaula con su
megáfono, presentando a una nueva atracción, un ser humano único en el mundo,
encontrado en una cueva oscura y húmeda de una remota zona montañosa de un
pequeño y lejano reino llamado Pravia, dónde se crió completamente solo, “…alimentándose
de alimañas y sabandijas, la oscuridad de las cavernas lo habían dejado
prácticamente ciego y muy sensible a la luz, y la soledad le había impedido de
aprender cualquier tipo de lenguaje humano. Ruego a las buenas almas
impresionables, mantengan la precaución en todo momento” Acabó Cornelio y la
gran lona que cubría la jaula fue retirada. La luz entró como arena en los ojos
de Diego Perdigueo, quien se los cubrió con un grito que sonó similar al de un
animal humanoide. El no podía saberlo, pero sus pupilas se habían expandido dramáticamente hasta casi cubrirle todo el ojo, de modo que la luz podía ser tan agresiva para él, como el fuego. Podía ver mucha gente observándolo asombrados por todas
partes, aunque apenas podía distinguir manchones de luz y sombra por más que se
restregara los ojos, sin embargo, él no podía reconocer a nadie y nadie parecía
reconocerlo a él. Entonces sintió pasitos diminutos correteando por el interior
de su jaula y toda su atención se volcó a ellos, pequeñas manchas pardas que se
movían bordeando las paredes y que hacían un sonido que le parecía de lo más
interesante, se le llenó la boca de saliva, se quedó inmóvil y en cuclillas, ya
no le importaba la multitud que lo observaba, unos emocionados y otros
expectantes, todos sus sentidos estaban en aquellas manchas pardas, hasta que
de un manotazo rápido y certero atrapó una, la cogió de un apéndice duro que se
le enroscaba en los dedos, la elevó sobre su cabeza, tragó saliva antes de
abrir la boca tanto como le era posible y se metió dentro aquella cosa que
luchaba inútilmente por no ser engullida. Su sabor, como su textura y el sabor
de los fluidos que le brotaban era lo más delicioso que Diego jamás había
probado, los pequeños huesos rompiéndose ante la presión de sus muelas era de
lo más satisfactorio que había sentido en toda su vida, todo aquello era un
placer indescriptible. Apenas tragó y saboreó, inmediatamente se apresto a
capturar otra, la gente estaba eufórica, muchos con un asco que no intentaban
disimular, pero aun así nadie podía dejar de ver cómo ese hombre devoraba con
tal gusto y apetito las ratas vivas que le habían tirado dentro.
León Faras.