viernes, 26 de julio de 2024

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

LXXVII.



Los caballos sobrevivientes, abandonados por el ejército cizariano y sus amos muertos, aún vagaban por los campos mordisqueando la hierba de las cabras y buscando quien los empleara. Cherman se hizo de un bonito ejemplar completamente negro que hacía juego con los trapos que usaba como ropa, de similar color. Llegó tarde a la batalla pero esto no acabaría así, solo había sido una derrota parcial, Cízarin insistiría con un segundo golpe más fuerte y certero y Bosgos no se iría a ninguna parte, así que montó ese caballo, envolvió en una tela su espada curva, que ahora era suya, pero que perteneció a Boras, y partió de mañana hacia Cízarin sin decirle nada a nadie, como un viajero común y corriente y además lisiado, incapaz de perjudicar a alguien ni de ser una amenaza para nadie y lo cierto era que Cherman, sin una espada en la mano, no impresionaba mucho.



Bacho, debido al drástico descenso de individuos que sufrió su banda en su último asalto a Confín, debió abandonar por un tiempo el negocio de asaltar aldeas y ahora se dedicaba a asaltante de caminos, lo que era más trabajo y menos ganancias pero con un par de compinches bien dispuestos, se podía obtener buenos beneficios que al final se repartían entre menos, obteniendo él la tajada más gorda, por supuesto, que era el del cerebro detrás de las operaciones y se necesitaba de uno bueno, porque se debía elegir un lugar solitario, pero no demasiado que no pasara ni un alma por ahí y solo perdieran su tiempo, ni con mucho tránsito que se vieran sobrepasados en número y debieran huir con las manos vacías, también se debía elegir bien la hora del día para tener un manejo eficiente del tiempo, porque nadie quería solo esperar sentados mientras sus bolsillos permanecen vacíos, sin hacer nada ni ganar nada, eso impacientaba a las personas y las personas impacientes hacen cosas tontas, porque para ellos es mejor hacer una estupidez que quedarse sin hacer nada y como cabecilla, había que saber lidiar con ellos, por lo que sí, el trabajo de ser jefe no era cosa fácil y por eso debía ganar más. Aunque, últimamente les había ido bastante mal en elegir la hora y el lugar, al último que quisieron asaltar fue a un carbonero tuerto a la bajada de Rimos, tan humilde y pordiosero el pobre, que los hizo sentirse avergonzados de su trabajo, y por poco le dan ellos una limosna a él, por lo que ahora se habían trasladado a la intersección donde los caminos de Rimos, Bosgos y Cízarin se unían, justamente allí donde Emmer fue ajusticiado por deserción, un camino bastante transitado a veces, pero muy apto para emboscar. Eran las primeras horas de la tarde y a lo lejos se divisó la silueta de un jinete acercándose a un trote ligero desde Cízarin, parecía alguien joven, tal vez una chica, para algunos de los compinches de Bacho, ese era un muy buen botín también.



Rubi no podía creerlo, le creía a su madre porque era su madre, pero el cuento de Yurba no podía creerlo. “¿¡Una bruja con cara de cabra que le había apuñalado el corazón en un sueño!?” ¿Es que acaso la tomaba por idiota? Mientras tanto, Telina sufría pensando que todo había sido por su culpa sin poner en duda ni media palabra dicha por el fulano ese. Falena dudaba, porque el cuento de la mujer con cara de cabra de Bosgos era uno muy popular y con muchas versiones distintas, pero no era más que un cuento, aunque la versión de Yurba era nueva. Yurba, entonces, recordó de pronto la experiencia de morir apuñalado en el corazón con la misma vividez con la que la experimentó en su momento y entró en pánico ante la existencia real y tangible de la cicatriz en su pecho, sintió la angustia que da lo inevitable e irreversible y comenzó a respirar con dificultad y a lloriquear, agarrándose de las faldas de Te, pidiéndole a ésta que le ayudara, que no podía estar muerto, que era un hombre joven y que siempre había tenido buena suerte y salud, pero la mujer solo lo miraba con angustia y los ojos llenos de lágrimas sin poder hacer nada por él, mientras Rubi, por su parte, lo miraba perpleja y con vergüenza ajena en el rostro ante su patético comportamiento. Tibrón se había ido hace rato a buscar algo mejor que hacer en otra parte y Falena sentía que solo podía solucionarse esto hablando con la bruja, pero no con la cara de cabra esa, de la que no se sabía más que cuentos, sino con la bonita, la que le dio el amuleto, parecía amable y seguramente, si le explicaba bien lo que había sucedido, aquella podría ayudarle o al menos darle alguna información útil. Yurba era un fastidio, descarado, petulante e incapaz de cerrar la boca cuando debía, pero también era un buen amigo, leal y valiente, dispuesto a hacer lo que fuera por quienes respetaba o consideraba familia y eso incluía abandonar su trabajo para terminar apuñalado por brujas en medio de una guerra, por lo que debía al menos intentar hacer algo por él.



Bacho siempre presumía de tener educación y buenos modales con las chicas, lo que lo distinguía por encima de los bárbaros con los que solía codearse, aunque su aspecto no lo diferenciaba en lo más mínimo. Vio a Falena acercarse y se paró en medio del camino con un bonito garrote de madera con anillado de hierro en su parte más gruesa, cruzado sobre sus hombros por detrás de la nuca y sujeto con ambas manos, eso además de una amplia sonrisa que él creía que daba confianza a las chicas para acercarse; su camisa abierta dejaba ver su pecho bronceado y brillante de sebo, mientras sus compinches se miraban entre sí en una conversación muda que acababa en una risotada tonta de tanto en tanto, mientras jugueteaban con bastones en las manos y sendos cuchillos colgando de sus cinturones. Los bastones eran para derribarla en caso de que pretendiera salir huyendo en su caballo, Falena lo sabía bien, esa era la única utilidad práctica de esos palos largos, eso, y para darle una zurra a alguien que debe aprender una lección pero sin matarlo en el proceso, lo que se llama una paliza. Pero la chica no pensaba huir, tenía sus armas con ella y podía defenderse. Bacho y sus hombres fingieron asombro y temor al verla sacar sus dos espadas, esa chiquilla, aunque supiera usar esas cosas, no era rival para los tres, solo lo haría más divertido, pero entonces apareció un abuelo montado en un caballo manchado de blanco y negro como una vaca, sin montura ni riendas, tirando de un burro pardo cargado de leña y acompañado de dos perros, Punto y Remo, los cuales saludaron a la muchacha con un muy breve movimiento de sus colas, pero nada para los hombres. “Valientes hombres para enfrentarse a una chiquilla con una espada en cada mano.” Dijo el señor Sagistán sin sarcasmo, parándose en medio. Bacho miró al abuelo tirando el mentón hacia afuera y apretando el ceño. Ese viejo le recordaba a su padre y él odiaba a su padre. “Mira abuelo, no pareces llevar nada de valor encima excepto por la vida, así que, por qué no sigues tu camino y conservas la poca que te queda.” Sus compinches celebraron su ingenioso y elaborado comentario, el viejo en cambio comenzó a bajarse de su caballo con cuidado para no dañarse un tobillo. “En eso te equivocas…” Le dijo, hurgando dentro de su morral, del que sacó un pequeño bulto que cabía en su puño, envuelto en un trapo que descubrió con cuidado frente al rostro del curioso bandido. “Se puede conseguir un excelente precio por esto si…” Bacho solo veía un estúpido puñado de cenizas, pero entonces el viejo se las lanzó a la cara de un soplido y aunque no parecieron tener ningún efecto en un principio, más que hacer enfurecer al salteador, éste pronto comenzó a soltar tosidos que se le escapaban con cada vez más fuerza y frecuencia, hasta el punto de volverse un ataque de tos y tener que dejar de lado todas sus intenciones delictivas para enfocarse solo en llevar aire a sus pulmones sin acabar escupiéndolos, mientras el señor Sagistán sacaba de su atado de leña un cayado, retorcido y anguloso como las raíces del Cohi, el árbol más viejo del mundo, y se enfrentaba a los compinches de Bacho. Para cuando éste pudo recobrar la paz en sus pulmones, limpiarse las babas y secarse las lágrimas, se dio cuenta de que estaba solo, sus compañeros ya no estaban, mientras Falena permanecía asombrada de ver todo lo que se podía hacer con un simple bastón y la ayuda de dos buenos perros, claro. Bacho pensó en soltar algunas amenazas para hacer de su inminente retirada algo más digno, pero se contuvo, y fue lo mejor, porque al voltearse se encontró con otro jinete y a este sí lo conocía, era aquel cojo con la pata de hierro que había matado a la mitad de sus hombres en Confín, junto con el manco y el gigante ese. Bacho se sintió desilusionado de la vida, ¡qué día más de mierda! Desde cuando era que todos, jóvenes, viejos y lisiados, habían aprendido a defenderse. Sin embargo, nadie le dijo ni le hizo nada y el bandido, sonriendo con suficiencia, como si todo estuviera bajo control, comenzó a retroceder hasta los árboles cercanos para luego desaparecer, pero sin carreras, sino que con toda calma y guardando su dignidad.


León Faras.