sábado, 31 de agosto de 2024

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

LXXIX.



La taberna Tres Cuernos era un sitio deprimente donde cada uno de los que se había librado de la masacre, bebía un trago amargo en nombre de los caídos, sabiendo que para la próxima sería su turno. “Mierda…” Se quejaba Cal Desci. “Creí que acompañados de esos Tronadores gigantes, apenas íbamos a sudar… ¡Ja!” Aregel, a su lado, asentía sin despegar la vista de su jarra, como si esperara que esta hiciera algo interesante en cualquier momento. “Te lo garantizo amigo…” Continuó Cal. “De la siguiente, uno de los dos no va a volver…” “Probablemente no.” Replicó el otro en un susurro inanimado, luego ambos guardaron silencio por un rato, alimentando aun más así el desaliento del que todos estaban contagiados. “¿Y si me corto un dedo?” Propuso Cal, estudiándose la mano con detenimiento, y como su amigo no hizo más que mirarlo como a un idiota que de pronto comienza a golpearse la cabeza sin motivo, añadió: “¿Crees que eso me exente del servicio?” Aregel, que pensaba que su amigo se había emborrachado demasiado rápido esta vez, se rio sin ganas y volvió a contemplar su jarra. “Tal vez si te cortas una mano, pero por un dedo, solo te dirán que eres un estúpido que merece morir antes que los demás menos estúpidos que tú…” Cal enchuecó la boca en un gesto de desaliento, con un dedo estaba dispuesto, pero una mano entera… eso era demasiado. “Estamos jodidos.” Sentenció.



Falena continuó su camino hacia Bosgos, mientras el viejo Sagistán y el hombre de la pierna de hierro se miraban, descifraban y evaluaban mutuamente y ambos eran experimentados en ello. “Hijo, por qué no me ayudas, ¿sí? No es fácil para un viejo como yo subir a un caballo sin montura.” Pidió el abuelo con tono humilde y gesto adolorido y Cherman no dudó en desmontar y asistirlo, él era un hombre amable, y más si se le pedían las cosas de esa manera, pero también, porque quería saber quién era esa muchacha. Era la segunda vez que la veía y algo muy raro había en ella. “¿Por qué?” Preguntó el abuelo ya desde la cima de su caballo, Cherman no sabía el porqué, era solo que podía ver que esa muchacha no era una chica ordinaria. “Vamos, hijo. Mi casa no está lejos. Comamos algo.” Le invitó Sagistán.



Tú eres rimoriano, ¿verdad, hijo?” Afirmó el abuelo, poniendo sobre la pequeña mesa de su patio un plato con ciruelas secas y otro con habas hervidas. La respuesta fue casi imperceptible, pero suficiente para el abuelo que sonrió satisfecho. “Como mi padre solía decir, puedes ocultar quién eres pero no de dónde eres.” Dijo, Sentándose a la mesa con una jarra de jugo de manzana ligeramente fermentado y dos vasos. “Yo alguna vez fui rimoriano también, ¿lo imaginas? Aunque la mayor parte de mi vida la he vivido aquí, en Cízarin…” Dijo Sagistán, sirviendo los vasos. A Cherman le admiraba la familiaridad con la que el viejo le trataba, pero no le resultaba incómoda, más bien curiosa. “Dejé Rimos siendo bastante joven y jamas volví, como si me hubiese ido muy lejos.” Rio el viejo de su propio comentario, pero luego se justificó. “Me peleé con mi hermano, ya sabes como es eso. Pensé que después de un tiempo beberíamos algo, hablaríamos y todo se olvidaría, pero nunca fue así.” Sagistán se metió un par de habas gordas en la boca. “Y tú, ¿tienes hermanos?” Preguntó el viejo, entre masticadas. Cherman negó con la cabeza. “Tuve una hermana, murió a los nueve años de la fiebre mata-niños. Ese fue un mal año, poca comida, animales flacos, todos estábamos débiles y hambrientos. La fiebre se llevó a casi todos los niños de la aldea.” El viejo lamentó oír aquello y Cherman agregó. “Para entonces, yo tenía unos quince o dieciséis años, mi padre también ya estaba muerto de una infección que no pudo vencer y mi madre y yo vivíamos con mi abuelo. Al año siguiente yo perdí mi pierna cuando un tronco me la aplastó, también estuve cerca de la muerte, como una maldición familiar, pero mi madre y mi abuelo no me dejaron ir.” Sagistán estaba serio. “¿Qué aldea era esa, hijo?” Cherman escupió los cuescos de un par de ciruelas y respondió que solo se trataba de una aldea de leñadores en las partes más altas de Rimos. En ese momento, el viejo Sagistán ya no comía ni bebía nada, solo escuchaba. “¿Cómo se llamaba tu padre, hijo?” Cherman lo miró divertido, como si de pronto y sin razón alguna, todo se hubiese vuelto demasiado serio. “Bazarán” Respondió. El viejo apretó los labios y por un segundo pareció que iba a soltar una lágrima. “Y ese condenado mal nacido, ¿nunca te habló de tu tío Sagistán?” Cherman se mostró incrédulo. Negó con la cabeza. “Nunca oí de ti antes.” Confesó, e iba a hacer un par de preguntas pero el viejo se le adelantó. “Eres soldado, ¿verdad? Puedo reconocer lo que el entrenamiento hace con las personas, con sus posturas y ademanes, además, vi la espada en tu caballo. ¿Por qué te hiciste soldado?” Preguntó, como retándolo. “Yo quería hacerlo, siempre quise, aunque para mi madre y mi abuelo esa era una idea muy tonta. Entonces pasó lo de mi pierna, tenía pocas esperanzas de empuñar una espada algún día, pero después de eso, ya no tenía ninguna.” Dijo, y mientras secaba su vaso de un trago, el viejo lo animó a continuar. “Entonces un día llegó mi abuelo, con una pierna de hierro en una mano y una espada de verdad en la otra y me llevó en dos años desde mi lecho, donde no era más que un inútil decepcionado de sí mismo, hasta las puertas del mismísimo ejército de Rimos.” “Ese era el señor Argán, ¿verdad? Tu abuelo.” Apuntó el viejo, y añadió. “Era un buen hombre y el mejor carpintero que yo haya visto, pero no era soldado.” Cherman se mostró extrañado y complacido de que conociera a su abuelo. “No, no lo era, pero era un hombre tenaz, y si él decidía que yo debía ser soldado antes que un inútil cojo por el que todos sienten lástima, nada en el mundo lo detendría. ¿En verdad tú eres mi tío?” Preguntó, tomando finalmente esa idea como posible. “Pregúntale a tu padre.” Respondió el viejo con falso resentimiento, y luego de algunos segundos de silencio, continuó. “Bazarán era mi hermano menor, él y yo durante mucho tiempo planeamos salir de esa aldea, buscarnos un futuro mejor en otra parte, pero justo el último día, él decide que no se va a ningún lado y dejarme solo, para quedarse con una chica… una chica que en ese momento, era la muchacha más caprichosa que hayas conocido. Sí, tú madre era una encantadora jovencita muy antojadiza, que se la ponía muy difícil a sus pretendientes con sus juegos. Entonces nos peleamos como nunca lo habíamos hecho antes, yo no cambiaría mis planes por él, y él no dejaría a esa chica por mí. Fin de la historia. Ese día yo me fui sin despedirme ni mirar atrás y él no hizo nada por intentar detenerme. Ni siquiera me deseó buena suerte.” Cherman se quedó procesando todo eso en silencio por unos segundos, para luego preguntar. “¿Cómo supiste que yo era tu sobrino?” “¿Cómo podría saberlo? Tú querías saber sobre esa muchacha del camino, dijiste que no te parecía una chica ordinaria, por eso estamos aquí, porque no te equivocas.” El viejo llenó los vasos y levantó el suyo como si pretendiera brindar. “El hijo de Bazarán en mi casa. ¡Quién lo diría!”


León Faras.

martes, 13 de agosto de 2024

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

LXXVIII.



Cípora caminaba con la cara afligida, mordiéndose las uñas de una mano y abrazándose el vientre a sí misma con la otra, como si una preocupación muy grande le royera no solo los sesos, sino también las tripas. Se acercó a Lorina que con muda devoción terminaba de afeitar la cabeza de Costia, el cual ya no quería levantar la mirada del suelo ni a la sombra para no dañarse los ojos. “Ya lo tienes bajo control, ¿eh?” Le dijo con una sonrisa amarga y condescendiente, exactamente igual como la que su madre le daba desde su lecho de muerte. ¡Como si fuese ella la que se iba a morir y no su madre! Lorina apenas le echó un vistazo de medio segundo y siguió con su tarea. Cípora apagó la sonrisa, pero no la amargura. Conocía a su amiga más que nadie y ella no era así con los hombres, ella era parlanchina, respondona, quejumbrosa y distraída, por el contrario, ahora la veía sumisa, silenciosa y concentrada, incluso amorosa, y el cambio era demasiado fuerte. Ella venía a decirle que Nina estaba impaciente, preguntándose por qué Lorina estaba tratando los piojos a un hombre al que de todos modos iban a matar, si podían perfectamente quemar esos bichos junto con todo el resto de su cuerpo, como todos los demás cadáveres, pero no le dijo nada de eso. “Él no tenía piojos, ¿verdad, Lori?” Lorina le echó un vistazo apenas mayor que el anterior y negó con un muy leve movimiento de la cabeza. “Solo era un poco de Urticario.” Susurró. Cípora volvió a sonreír, pero esta vez su sonrisa era más bien dolorosa. Se acuclilló junto a ella. “¿Qué piensas hacer?” Lorina estiraba una tarea que hace rato hubiese terminado de haber querido. Se encogió de hombros con la fugacidad de un espasmo, y Cípora se llevó la mano a la frente con aflicción y un suspiro, como si se temiera algo muy grave pero que es preciso afrontar. “Nina no lo va a aprobar…” Advirtió, a pesar de que, probablemente, Lorina ya sabía eso y por eso era que se tardaba tanto. “Vas a tener que ocultarlo y decirle a Nina que te distrajiste por un segundo y se te escapó…” Conspiró Cípora, y Lorina la miró como si acabara de leerle la mente. “En el campo hay muchos agujeros y casuchas que usan los pastores como refugio…” Continuó Cipo, aleccionando a su amiga pero sin prestarle ni la más mínima atención al hombre del que hablaban. “Pueden ocultarse en uno de esos, con todo este embrollo, todo el mundo tiene algo mejor que hacer y nadie se preocupará de buscarlos.” La mujer echó un vistazo sumamente sospechoso en todas direcciones, y continuó:Luego tienen que irse de aquí por la noche, lejos. Ah, pero consigue un caballo, o no llegarás muy lejos con esa pata coja.” Le recomendó sin remilgos de los que Cípora carecía y Lorina ignoraba. La mujer iba a continuar dándole instrucciones específicas sobre lo que tenía que llevar y lo que no era necesario en huidas como esas, cuando la voz de Nina sonó a algunos metros tras sus espaldas. “¿Qué hacen?” Preguntó su jefa. Ambas mujeres se pararon de un salto, como si se hubiesen quemado el trasero de pronto, e iban a dar una muy buena respuesta que no dejara lugar a dudas, pero entonces la sorpresiva carrera de Costia, desesperada y casi a ciegas, chocándose con todo a su paso, las dejó con las palabras en la boca. “Se escapó.” Comentó Lorina varios segundos después, señalando la dirección con el pulgar y sintiéndose tonta al hacerlo, y más con la mirada de Nina, que con sus manos en la cintura, parecía una severa maestra de escuela ante el más bruto de sus alumnos, pero Cípora estaba ahí para restarle importancia al asunto, disipándolo todo con las manos, como si solo se tratara de un poco de polvo y un par de moscas. “Bueno, ya está. Se morirá de algo por ahí de todos modos, no volverá, y si vuelve, pues entonces ahí lo cogemos, lo matamos y listo. Si de todos modos, y con tanta gente muerta al rededor, las ganas de matar a alguien no pueden ser tan grandes.” Concluyó.



Gina canta, y no hay nadie que tenga la capacidad de ignorarla o la arrogancia para aburrirse de su voz, y mientras canta, el más pequeño de sus hijos se adormece en los brazos de Grisélida, a la que ya llama abuela, porque el mocoso rápidamente comprendió que podía conseguir de la vieja casi cualquier cosa si así lo hacía. Nazli llevaba el negocio con mano segura, manteniendo todo en su sitio y bajo su atenta mirada y la vieja dueña se sentía satisfecha con eso.¿Por qué demonios se llama la descorazonada este sitio?” Preguntó Nazli de pronto y sin venir a cuento de nada, como esas dudas maduradas durante tanto tiempo que, llegado el momento, caen solas y sin apenas la ayuda de nadie. Grisélida sonrió como sonríen los viejos cuando quieren presumir de su sabiduría y experiencia y le habló sobre cuando ella era joven y su madre aún vivía. En ese tiempo conoció a un joven de su misma edad o más o menos, que era el hijo de un curador de carne ignorante y grosero que vendía con gritos destemplados sus productos en la calle por la que ella solía transitar, a ella no le agradaba nada ese viejo, pero el joven era todo lo contrario, él era amable, divertido, incluso culto, porque era un hombre curioso con verdaderas ansias de saber más que un simple oficio para ganarse la vida. “Yo le entregué el corazón a ese hombre sin que me lo pidiera y él simplemente se lo llevó.” Confesó la vieja, con los sentimientos aún vivos a pesar de los años, y continuó. “Nunca pude amar a nadie másno como a él. Gorman lo intentó en su momento, vaya que lo hizo, pero yo no pude quererlo de la misma manera, y entonces comenzó a llamarme la Descorazonada y yo llamé así a este lugar para cerrarle la boca.” “Ese hombre del que hablas… ¿te rompió el corazón, acaso?” Preguntó Pidras con gravedad, que escuchaba atento desde su lugar en la cocina la historia de la vieja, de la que nunca se había oído hablar antes. “No… yo me engañé sola. Él nunca me prometió nada, jamás se interesó en mí ni en nadie más que yo supiera, a él solo le preocupaba saber cosas… esas cosas por las que nadie se preocupa, a él sí le interesaban.” La vieja sonrió en un dulce recuerdo ya sin intenciones de disimular ni guardarse nada dentro. “Recuerdo cuando intentaba explicarme por qué las cosas son de cierto color algunas y de cierto color otras… ¿Se imaginan? ¿Quién se pregunta algo así? Pero para él, eso era algo interesante, un lenguaje secreto que debía ser descifrado. Yo no le entendía mucho, pero podía pasarme horas solo escuchándolo.” Su cara lo decía todo, esa mujer todavía amaba a ese hombre. Cuando emergió de sus recuerdos y se dio cuenta de que se había perdido en ellos por un rato, sonrió nuevamente, como quien es atrapado en medio de una travesura y reveló al fin lo que todos estaban esperando. “Su nombre era Duma.”


León Faras.