martes, 13 de agosto de 2024

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

LXXVIII.



Cípora caminaba con la cara afligida, mordiéndose las uñas de una mano y abrazándose el vientre a sí misma con la otra, como si una preocupación muy grande le royera no solo los sesos, sino también las tripas. Se acercó a Lorina que con muda devoción terminaba de afeitar la cabeza de Costia, el cual ya no quería levantar la mirada del suelo ni a la sombra para no dañarse los ojos. “Ya lo tienes bajo control, ¿eh?” Le dijo con una sonrisa amarga y condescendiente, exactamente igual como la que su madre le daba desde su lecho de muerte. ¡Como si fuese ella la que se iba a morir y no su madre! Lorina apenas le echó un vistazo de medio segundo y siguió con su tarea. Cípora apagó la sonrisa, pero no la amargura. Conocía a su amiga más que nadie y ella no era así con los hombres, ella era parlanchina, respondona, quejumbrosa y distraída, por el contrario, ahora la veía sumisa, silenciosa y concentrada, incluso amorosa, y el cambio era demasiado fuerte. Ella venía a decirle que Nina estaba impaciente, preguntándose por qué Lorina estaba tratando los piojos a un hombre al que de todos modos iban a matar, si podían perfectamente quemar esos bichos junto con todo el resto de su cuerpo, como todos los demás cadáveres, pero no le dijo nada de eso. “Él no tenía piojos, ¿verdad, Lori?” Lorina le echó un vistazo apenas mayor que el anterior y negó con un muy leve movimiento de la cabeza. “Solo era un poco de Urticario.” Susurró. Cípora volvió a sonreír, pero esta vez su sonrisa era más bien dolorosa. Se acuclilló junto a ella. “¿Qué piensas hacer?” Lorina estiraba una tarea que hace rato hubiese terminado de haber querido. Se encogió de hombros con la fugacidad de un espasmo, y Cípora se llevó la mano a la frente con aflicción y un suspiro, como si se temiera algo muy grave pero que es preciso afrontar. “Nina no lo va a aprobar…” Advirtió, a pesar de que, probablemente, Lorina ya sabía eso y por eso era que se tardaba tanto. “Vas a tener que ocultarlo y decirle a Nina que te distrajiste por un segundo y se te escapó…” Conspiró Cípora, y Lorina la miró como si acabara de leerle la mente. “En el campo hay muchos agujeros y casuchas que usan los pastores como refugio…” Continuó Cipo, aleccionando a su amiga pero sin prestarle ni la más mínima atención al hombre del que hablaban. “Pueden ocultarse en uno de esos, con todo este embrollo, todo el mundo tiene algo mejor que hacer y nadie se preocupará de buscarlos.” La mujer echó un vistazo sumamente sospechoso en todas direcciones, y continuó:Luego tienen que irse de aquí por la noche, lejos. Ah, pero consigue un caballo, o no llegarás muy lejos con esa pata coja.” Le recomendó sin remilgos de los que Cípora carecía y Lorina ignoraba. La mujer iba a continuar dándole instrucciones específicas sobre lo que tenía que llevar y lo que no era necesario en huidas como esas, cuando la voz de Nina sonó a algunos metros tras sus espaldas. “¿Qué hacen?” Preguntó su jefa. Ambas mujeres se pararon de un salto, como si se hubiesen quemado el trasero de pronto, e iban a dar una muy buena respuesta que no dejara lugar a dudas, pero entonces la sorpresiva carrera de Costia, desesperada y casi a ciegas, chocándose con todo a su paso, las dejó con las palabras en la boca. “Se escapó.” Comentó Lorina varios segundos después, señalando la dirección con el pulgar y sintiéndose tonta al hacerlo, y más con la mirada de Nina, que con sus manos en la cintura, parecía una severa maestra de escuela ante el más bruto de sus alumnos, pero Cípora estaba ahí para restarle importancia al asunto, disipándolo todo con las manos, como si solo se tratara de un poco de polvo y un par de moscas. “Bueno, ya está. Se morirá de algo por ahí de todos modos, no volverá, y si vuelve, pues entonces ahí lo cogemos, lo matamos y listo. Si de todos modos, y con tanta gente muerta al rededor, las ganas de matar a alguien no pueden ser tan grandes.” Concluyó.



Gina canta, y no hay nadie que tenga la capacidad de ignorarla o la arrogancia para aburrirse de su voz, y mientras canta, el más pequeño de sus hijos se adormece en los brazos de Grisélida, a la que ya llama abuela, porque el mocoso rápidamente comprendió que podía conseguir de la vieja casi cualquier cosa si así lo hacía. Nazli llevaba el negocio con mano segura, manteniendo todo en su sitio y bajo su atenta mirada y la vieja dueña se sentía satisfecha con eso.¿Por qué demonios se llama la descorazonada este sitio?” Preguntó Nazli de pronto y sin venir a cuento de nada, como esas dudas maduradas durante tanto tiempo que, llegado el momento, caen solas y sin apenas la ayuda de nadie. Grisélida sonrió como sonríen los viejos cuando quieren presumir de su sabiduría y experiencia y le habló sobre cuando ella era joven y su madre aún vivía. En ese tiempo conoció a un joven de su misma edad o más o menos, que era el hijo de un curador de carne ignorante y grosero que vendía con gritos destemplados sus productos en la calle por la que ella solía transitar, a ella no le agradaba nada ese viejo, pero el joven era todo lo contrario, él era amable, divertido, incluso culto, porque era un hombre curioso con verdaderas ansias de saber más que un simple oficio para ganarse la vida. “Yo le entregué el corazón a ese hombre sin que me lo pidiera y él simplemente se lo llevó.” Confesó la vieja, con los sentimientos aún vivos a pesar de los años, y continuó. “Nunca pude amar a nadie másno como a él. Gorman lo intentó en su momento, vaya que lo hizo, pero yo no pude quererlo de la misma manera, y entonces comenzó a llamarme la Descorazonada y yo llamé así a este lugar para cerrarle la boca.” “Ese hombre del que hablas… ¿te rompió el corazón, acaso?” Preguntó Pidras con gravedad, que escuchaba atento desde su lugar en la cocina la historia de la vieja, de la que nunca se había oído hablar antes. “No… yo me engañé sola. Él nunca me prometió nada, jamás se interesó en mí ni en nadie más que yo supiera, a él solo le preocupaba saber cosas… esas cosas por las que nadie se preocupa, a él sí le interesaban.” La vieja sonrió en un dulce recuerdo ya sin intenciones de disimular ni guardarse nada dentro. “Recuerdo cuando intentaba explicarme por qué las cosas son de cierto color algunas y de cierto color otras… ¿Se imaginan? ¿Quién se pregunta algo así? Pero para él, eso era algo interesante, un lenguaje secreto que debía ser descifrado. Yo no le entendía mucho, pero podía pasarme horas solo escuchándolo.” Su cara lo decía todo, esa mujer todavía amaba a ese hombre. Cuando emergió de sus recuerdos y se dio cuenta de que se había perdido en ellos por un rato, sonrió nuevamente, como quien es atrapado en medio de una travesura y reveló al fin lo que todos estaban esperando. “Su nombre era Duma.”


León Faras.

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