sábado, 15 de junio de 2024

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

LXXV.



En un pequeño bosquecillo, cerca de donde, precisamente, había acampado el ejército cizariano antes del ataque, tenía su campamento Vanter y Gúnur, Cherman los acompañaba esa mañana, ya que ninguno de los tres compartía esa moderna costumbre de desayunar y sus estómagos no estaban acostumbrados a pensar en comida antes del mediodía. “¿Y qué fue de ti después del ataque?” Preguntó Vanter, revolviendo un agua de hierbas que, además de abrigar las tripas, era estimulante para el ánimo. Cherman le contó cómo, en la locura de un ataque sin tino ni guía, terminó metido en un circo de peleas a muerte, y también sobre Nut, su gigante nuevo amigo Jazzabariano. “¿Jazzaba… qué?” Preguntó el otro con disgusto, como si le estuvieran tratando de tomar el pelo. Cherman se abrigaba las manos acercándolas al fuego. Le habló sobre la existencia del curioso reino de Jazzabar y su peculiar rey Cegarra, del lugar donde estos organizaban su espectáculo, de cómo terminó cayendo al río por un agujero, de la fea muerte de Damir y del destino incierto de los otros que estaban con él. Entonces, y mientras aún hablaba, tomó una delgada varita de la fogata con una llama diminuta en la punta y comenzó a observarla a una peligrosa corta distancia. Vanter lo miró preocupado. “No sé si lo sabes, pero, no deberías…” El otro, lo miró confiado. “Sí, lo sé. Féctor me lo dijo.” Luego se lanzó un pequeño escupitajo entre los dedos e hizo desaparecer la llamita de un apretón. “Pero le tengo más miedo al miedo mismo, que a lo que sea que pueda matarme.” Vanter nuevamente tenía su cara de disgusto, no sabía si felicitarlo o darle un golpe en la cabeza por tamaña osadía, pero no hizo ninguna de las dos, solo sacudió la cabeza, como quien se espanta una mosca de la nariz, y preguntó: “¿Entonces, viste a Féctor?” Gúnur servía el té en silencio. Otra vez ese tal Féctor, Vanter no paraba de hablar de él. Cherman asintió. “Es un hombre nuevo, Vanter, no creerías lo que ha cambiado, ahora es sencillo y amable; volvió a sonreír y a recuperar su confianza, pero sin esa petulancia insolente que molestaba a todos…” “Entonces, el que le cortó la mano le hizo un favor.” Comentó Vanter en voz baja, mirando de reojo a la mujer que le acompañaba. Cherman guardó silencio, él no había mencionado nada sobre la mano cercenada y sin embargo, Vanter ya lo sabía. Más de alguna vez se le preguntó a Féctor qué le había pasado, pero él solo respondía que “había tenido mala suerte,” “que solo fue una mala jugada del destino” o cosas así, vagas, como si no quisiera hablar al respecto. Ahora, mirando a Vanter, podía ver que aquel sabía lo que había sucedido y que solo estaba esperando a que le preguntara para decírselo, pero, si Féctor no quiso mencionarlo, él no tenía derecho a indagar en el tema solo por satisfacer su curiosidad, simplemente, no era asunto suyo, por lo que solo sonrió, bebió un sorbo de su té, y asintió. “Sí, puede que tengas razón.”



Todos en casa de Teté estaban consternados con la noticia y ella más que todos, porque incluso le pidió a su hija Falena que se quitara el amuleto porque ya no era necesario, Yurba había sacrificado su vida por ellas, y aunque todos en casa, y especialmente sus hijas, creían en ella y en su don a ojos cerrados, esta vez era muy difícil de aceptar lo que decía. Yurba era el más sorprendido pero el menos preocupado, ya más repuesto, sonreía con su risa torcida alegando, con todo respeto eso sí, que Teté había perdido un poco la cabeza esta vez porque lo que estaba diciendo no tenía ningún sentido. Y dándose golpecitos con la punta de los dedos en el pecho repetía: “Pero si estoy aquí, ¡aquí! No me he ido a ninguna parte. ¡Esto es absurdo!” Discutía con gesto de superioridad. Fue entonces cuando Rubi vio una marca que no había visto antes, justo allí donde Yurba se golpeaba. Era pequeña, como el ancho de un cuchillo talabartero, y notoriamente más pálida que el resto de su piel. El hombre alegó que solo se trataba de una pequeña cicatriz, pero por más que lo intentó, no pudo precisar cómo o cuándo se la había hecho, y un soldado siempre recordaba eso, ya que, si bien, las heridas no debían mencionarse siquiera, las cicatrices, por otro lado, eran tema de conversación en cualquier cantina y cada una de ellas debía tener una buena historia detrás… pero esta no. “Parece cauterizada.” Opinó Falena, y Yurba se acarició la herida con un vago recuerdo de ardor. Ya no reía, ahora dudaba. “Es pequeña para una espada… tal vez una lanza.” Señaló Tibrón, mirando de cerca. “O un cuchillo.” Agregó Rubi. “…O un puñal.” Completó Yurba, sin estar muy seguro de por qué. “Entonces, ¿fue un puñal?” Preguntó Rubi, con esa determinación que era difícil de eludir, pero Yurba solo tenía esa palabra flotando en su mente pero sin ningún contexto. “¡Un inocente!” Exclamó de pronto, como si estuviera recolectando piezas esparcidas por el viento. “¿Un inocente te hizo esto con un puñal!” Preguntó Falena. “Sí.” Respondió Yurba. “¡No!” Se corrigió luego. Era como seguir un rastro y luego darse cuenta de que se va en la dirección equivocada. “No estoy entendiendo nada.” Se quejó Rubi con sus brazos en jarra, una postura preocupante para muchos. Yurba buscaba en sus recuerdos como quien escarba en la tierra con sus propias uñas, hasta que de pronto apareció en su mente la imagen de un joven ratero muriendo ante sus ojos. “La sangre de un inocente.” Pronunció con el tono con que se pronuncia una revelación. “¿Quién es el inocente? ¿Tú?” Preguntó Rubi, inclinándose hacia delante como si le hablara a un niño. Yurba negó con la cabeza, en verdad no lo sabía, solo se acariciaba la cicatriz con la yema de los dedos y se repetía en la mente lo del puñal y la sangre como si pretendiera atraer las ideas a su cabeza con un señuelo, pero estas se le escondían como las visiones de un sueño al despertarse el soñante. “¡Esto es ridículo! Tal vez la cicatriz sí la tenía desde antes y simplemente no la habíamos notado.” Exclamó Tibrón, golpeándose los muslos con las palmas de las manos, pero no, Yurba estaba muy cerca de encontrar algo, podía sentirlo como si tuviera un hilo del que solo se necesita tirar para llegar al objetivo. “La sangre del inocente… era para salvarte a ti.” Dijo, sin recordarlo todo con claridad, pero sí estando muy seguro de eso. Rubi lo miró incrédula, ¿acaso la estaba culpando a ella de su herida? E iba a protestar, pero su mamá, que no había pronunciado palabra durante todo el interrogatorio, se le adelantó. “Entonces, ¿encontraste a la bruja que buscabas?” “La bruja.” Repitió Yurba.


León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario