XXIII.
Tanto
Nila como Arlín, Grela, Aura y el resto de mujeres refugiadas en el prostíbulo
de Aida veían con incredulidad y asco las horrendas cicatrices de aquellos
soldados y cómo se retiraban las flechas del cuerpo sin que este sangrara ni
pareciera debilitarse. Solo Nila podía imaginar qué clase de truco era ese,
Emmer le había hablado de la fuente de Mermes y la supuesta inmortalidad pero
de la que nadie estaba muy convencido. Sin embargo, Nila tenía una preocupación
mucho más seria e inmediata, pues, para el rey Nivardo y sus hombres, luego de
encontrarse con ella, no se les hizo nada difícil atar los cabos sueltos y
deducir quién había puesto sobre aviso a los Cizarianos de su ataque. Ella, en
su posición de criada de la princesa Delia, podía haberse enterado fácilmente
de los planes del rey de Rimos y evidentemente los había delatado para salvar a
su familia. Había sido un torpe descuido de su hijo y su mujer haber permitido
que una criada se enterara de todo y otro aun más torpe, haberla dejado salir
del reino con esa información. Nila se defendió diciendo que no había hecho
nada, que solo había ido hasta allí para estar junto a su familia, pero el rey
no le prestó atención “Matadla…” Vanter, quien estaba más cerca de la chica,
miró a sus compañeros con ruda preocupación, todos sabían de la relación de
Nila con Emmer, su compañero, y tener que matarla era una misión ingrata y
desagradable para ellos, pero nadie se negaría a cumplir un mandato del rey, sin
embargo, en el momento en que Vanter levantaba su espada, frío y con la mente
en blanco para liberar su voluntad de la responsabilidad de ese asesinato que
él no quería cargar, el humo, el calor y las llamas comenzaron a hacerse
evidentes, el prostíbulo de Aida comenzaba a arder y afuera les aguardaba probablemente,
una buena cantidad de enemigos a los que además, deberían enfrentar sin
caballos, “Todos afuera…” ordenó el rey, pero obligando a las mujeres a ir delante,
quienes se agruparon en torno de los dos hijos de Aura, la hermana de Nila. El
humo inundaba toda la planta baja del edificio haciendo difícil el avance y el
calor se volvía cada vez más intenso, el grupo avanzó a tientas, entre tosidos
y llantos de mujeres hasta la entrada, esta se abrió y el grupo se precipitó
hacia afuera en busca del cada vez más difícil de conseguir oxígeno, con las
espadas empuñadas y listas y protegidos por el grupo de mujeres como un escudo humano,
listos para enfrentarse a sus enemigos, sin embargo, nada sucedió. No había
enemigos esperándolos afuera, los arqueros, como había sido ordenado, habían
atacado y huido y el fuego había sido encendido por un grupo de sus propios
compañeros, quienes simplemente seguían la orden de su rey de quemar todo a su
paso, solo encontraron los cadáveres de algunos de sus propios caballos que
resultaron demasiado heridos para huir. Las llamas crecían cada vez con más
viveza y el calor también, en un callejón estrecho y sin salida, lo que obligó
al grupo de soldados y su rey, a alejarse rápidamente para buscar el refugio de
la oscuridad y una nueva ruta para continuar. Sólo Nila fue arrastrada con
ellos y nada pudieron hacer su madre, su hermana o cualquier otra de las
mujeres por evitarlo. El rey Nivardo, pudo ordenar ejecutarla en ese mismo
instante, como el trámite rápido y fácil que era antes de continuar, pero la
situación le obligaba a actuar con rapidez, a tomar decisiones instantáneas, a
dirigir sin asomo de dudas ni titubeos, y lo primero era salir del alcance del
fuego y de la vista de los arqueros Cizarianos. La ciudad era un caos
espantoso, el fuego se multiplicaba por todas partes, los habitantes corrían,
gritaban, lloraban. El ejército de Nivardo se dispersaba cada vez más, sin
tener ni idea de lo que sucedía con el resto de los hombres, los callejones
oscuros y estrechos ocultaban peligros reales e imaginarios constantemente en
cada uno de sus quiebres y recovecos, nadie sabía dónde estaba exactamente ni
hacia donde iba, todo el ataque era un completo desastre que solo se mantenía
en pie porque los hombres de Rimos no temían por su vida, porque eran
inmortales y eso los hacía sentirse poderosos, casi como dioses que pueden enfrentar
un ejército por si solos. En ese momento, en el que el rey de Rimos y sus
hombres se internan cada vez más profundamente en las venas más periféricas y
angostas de la ciudad, la aguda punta de una horqueta de madera atravesó el
cuello del soberano sin que ninguno de los hombres de su ejército de inmortales
pudiera evitarlo, así, rápido y de improviso, Nivardo murió a manos de un
muchacho asustado, parado frente al cadáver de su padre muerto que al igual que
él, y antes que él, defendía a su familia que vagaba buscando refugio, luego de
que su hogar fuese incendiado, tal como el de sus vecinos y el de innumerables
otros habitantes de la ciudad. Nivardo cayó, ahogándose en su propia sangre, pronunciando
palabras ininteligibles y enfrentando lo inevitable con desesperada rabia, mientras
el muchacho que le había dado muerte, desaparecía en la noche. Los hombres se
quedaron ahí, confundidos ante la muerte de su comandante y rey, pero lo
cierto, era que solo ellos lo sabían, para todos los demás soldados de Rimos y
sus enemigos, el rey seguía vivo, luchando e instándolos a tomar Cízarin, y
para ellos sería igual. Debían ponerse en marcha, pero antes, tenían un asunto
pendiente, Nila.
Darco
era un hombre de muy pocas palabras, escaso sentido del humor y difícil de
intimidar, esto último, aun antes de saberse un inmortal. Salió del cuartel
donde habían intentado encerrarlo con total despreocupación, sosteniendo las
dos espadas robadas a sus guardias bajo el brazo, mientras se quitaba los
restos de las amarras que le habían puesto en las muñecas, en su espalda, aun
conservaba algunas de las flechas que le habían clavado, pero aquellas no
afectaban en nada su habilidad para luchar. No encontró ninguna oposición hasta
llegar al patio donde se encontraba Siandro, rey de Cízarin, y su guardia
personal. Darco no intentó huir ni ocultarse, realmente era un hombre difícil
de impresionar, caminó sin prisa a la vista de ellos con una espada en cada
mano, dos Pétalo de Laira Cizarianas, mucho más livianas que las que
acostumbraba a usar, pero de buen temple. Los guardias salieron a su encuentro,
Darco retrocedió para evitar ser rodeado, invitando con el filo de sus espadas
a acercarse a los más próximos a él, dos aceptaron la invitación. Siandro
observaba en silencio. El estilo de lucha del Rimoriano era muy poco elegante y
de baja escuela, con una guardia simiesca, con la espalda curva y los brazos
caídos, observando a sus enemigos con su desconcertante bizquera. Las flechas
en su espalda se sacudían al ritmo del movimiento de sus hombros, lo que le
daba un aspecto inhumano. Uno de los guardias atacó primero, Darco bloqueó con
su espada y respondió con un brutal empellón con su hombro, que arrojó
violentamente al guardia al suelo, un movimiento poco convencional para un
combate de espadas, pero ese guardia de estar solo, probablemente estaría
muerto. El otro guardia tuvo menos suerte, su ataque no fue bloqueado, sino que
fue respondido por otro ataque de mayor alcance, un ataque certero largamente
entrenado, en línea recta, directo a su cuello, que se anticipó al suyo. El
guardia golpeado ya se ponía de pie y dos más se acercaban, Darco volvió a
retroceder para evitar que los tres le rodearan, rara vez atacaba primero, pero
esta vez lo hizo con el que estaba más cerca, haciendo un giro con ambas
espadas extendidas, cuyos dos golpes consecutivos desarmaron a su adversario,
entonces atacó el otro guardia y cuando el Rimoriano iba a defenderse, fue firmemente
atenazado por detrás por el soldado desarmado. La espada de su enemigo atravesó
su estómago, Darco le descargó una patada imposible en dichas condiciones, de
no tratarse de un inmortal, que alejó a su enemigo y provocó que él y el
guardia que lo apresaba, cayeran sobre sus espaldas, uno sobre el otro, quebrando
algunas de las flechas en su espalda y haciendo brotar por su pecho otras, entonces,
y ante la atónita mirada de todos, el soldado de Rimos cogió con ambas manos la
espada enterrada en su cuerpo y la hundió con todas sus fuerzas, reforzadas con
un grito temible, atravesándose a sí mismo y matando al hombre que estaba bajo
él, luego la retiró por completo y la monstruosa cicatrización cubrió su herida
con un horrible enraizado que casi le envolvió el tronco por completo, sin
contar las que ya tenía. Luego de un momento en el que nadie hizo nada, Darco
se puso de pie con la espada ensangrentada en la mano, se arrancó del pecho las
flechas que se habían asomado y volvió a mirar desafiante a sus enemigos, totalmente
recuperado.
Los
guardias se prepararon para atacar, pero esta vez, y luego de lo que acababan
de ver, en mayor número, pero Siandro los detuvo, estaba impresionado, aunque
no de las habilidades para luchar del Rimoriano, sino de su inmortalidad. El
rey de Cízarin estaba convencido de que su esgrima era muy superior, pero para desarrollarla
bien, necesitaba cierta libertad, se quitó el yelmo y las piezas de su armadura
que le estorbaban, dejándose protegidos sólo sus antebrazos, pecho y espalda,
luego cogió sus dos espadas y adoptó una elegante postura de fina escuela, con
una espada delante y la otra más atrás. El círculo de guardias se cerró y el
duelo entre el rey y el inmortal comenzó.
León Faras.