XXXII.
Damián
Corona, que era el más serio y profesional de los dos, de haber podido, hubiera
mandado al diablo a todos, incluso a Bolaños y a Perdiguero, y regresar a su
estudio y a su tienda a terminar sus días haciendo retratos familiares, pero
Vicente que era más de aceptar desafíos y correr riesgos, finalmente lo
convenció de que al menos, debían averiguar qué carajos le habían hecho al
pobre de Diego Perdiguero y de ser posible, sacarlo de allí, “Vamos a terminar
comiendo putas ratas vivas encerrados en una jaula, en un circo de mierda que
desaparece como por arte de magia, ya lo verás, ¡Nuestra madre estaría
orgullosa!” Alegaba Damián mientras conducía, y luego, soltaba una retahíla de
insultos y groserías acompañados de golpes al volante, que evidenciaba lo bien
provisto que estaba de una gran variedad de ellos, mientras su hermano ponía
toda su atención en el camino y en el rastro de pintura blanca que cada vez
aparecía más disperso, “Siempre quise pertenecer a un circo de fenómenos,
¿Sabes? ¡Este era el sueño de mi vida!” Damián seguía con su monólogo, que ya
había dejado de lado por un momento los insultos, para seguir con el sarcasmo,
“¡Para aquí!” Gritó Vicente, señalando un cruce, “O tal vez, como ya tiene un
mono, un pájaro y un pescado, nosotros terminemos convertidos en lagartos, “Los
Hermanos Lagarto” ¿Qué te parece?” Continuaba Damián. Vicente escudriñaba el piso en todas direcciones buscando una
mísera gota de pintura blanca que les indicara la dirección correcta, cuando de
pronto tuvo una inspiración, “Espera, ¿Qué dijiste?” “¿De Qué?” respondió su
hermano, que sólo estaba vaciando su mente en modo directo, sin pensarse
demasiado lo que decía, “Convertidos en lagartos, ¿Crees que ese tipo
transforma a las personas en bichos raros de feria?” Damián se lo pensó uno o
dos segundos, “Si me lo hubieses dicho antes, te hubiese dicho que era una imbecilidad,
pero acabamos de ver dos camiones desaparecer frente a nuestras propias narices,
¿Fue un truco? ¡Diablos, el mejor que yo haya visto! Y además convenció a
Perdiguero de meterse en una jaula y comer ratas vivas, ratas capaces de correr
y chillar, ¡Se las comía! ¡Vivas! Ese que ni siquiera le gustan los mariscos
¡Si yo lo vi!” Vicente trataba de recordar algo, “¿Cómo dijo el hombre mono?
Que había firmado un contrato…” Damián fingió un amago de llanto, “Si alguien
viene ahora y me dice que ese tal Cornelio es el puto Diablo, el Príncipe de
las Tinieblas en persona, ¡Te juro que me lo creo!” Luego de eso, y con más
dudas de las que tenía antes, Vicente siguió escudriñando los caminos hasta dar
con una gota más de pintura que indicara por donde debían ir. Una gotita que
cada vez se hacía más escasa y difícil de hallar.
“Mamá,
¿Quién era mi papá?” Preguntó de pronto Sofía mientras merendaba unos muy ricos
pastelitos con leche, porque había que reconocer que Beatriz tenía una mano
exquisita para la bollería y los postres. La niña agregó, acomodando a un lado
la bola de masa molida y jugosa que tenía en la boca “…porque sé que Cornelio
no es mi papá” Beatriz doblaba ropa de rodillas en el piso, detuvo su labor con
esa cara de mala espina, como cuando uno se huele que un comentario es
tendencioso, “Cornelio se ocupó de nosotras y siempre se ha preocupado por ti,
él es como si fuera tu padre” Beatriz tenía esa molesta costumbre de ponerse a
la defensiva a la mínima, lo que la delataba cuando un tema en particular no le
resultaba cómodo, su hija lo sabía mejor que nadie, “Lo sé…” le dijo ésta,
secando de un trago su vaso de leche, “…pero yo sólo quiero saber quién era mi
verdadero papá, qué hacía, ¿Tenía algún nombre?” Beatriz seguía doblando ropa
pero ahora lo hacía con cierta rudeza, “¡Por supuesto que tenía un nombre,
Sofía! ¿Pero eso qué importa ahora? ¡Fue hace tanto tiempo!” Beatriz no lo
notó, pero la niña sí, “¿Hace cuánto? ¿Cuántos años, mamá?” La mujer no supo
qué responder, “Bueno, desde que tú naciste, ¿no?” Balbuceó la mujer tratando
de conservar algo de su autoridad, pero la niña sabía que su madre en ese
momento navegaba en un bote que hacía aguas por todas partes, “¿Cuántos años
mamá, catorce, quince?” “No es mi culpa que no hayas crecido…” admitió la mujer
al fin, consciente de que la niña había perdido la ilusión y había visto la
verdad al viajar con los hermanos Monje, “Nadie te está culpando mamá, yo sólo
quería saber algo más sobre mi papá” De pronto la niña se había vuelto muy
madura, aunque su rostro y su cuerpo de niña, hace rato que habían vuelto,
Beatriz parecía incapaz de recordar nada sobre el padre de Sofía, y tampoco de
inventárselo, la niña se le acercó mirándola muy seria, “¿Cuál era su nombre?”
“¿No lo recuerdas?” insistió la pequeña, Beatriz necesitaba decir cualquier
cosa en ese momento, pero nada salía de sus labios, “Tuviste una hija con un
hombre, y ni siquiera recuerdas su nombre” inquirió la niña, que de niña ya
sólo tenía el aspecto, “Mamá…” dijo por último, justo antes de irse sin esperar
una respuesta “¿Eres tú mi verdadera mamá?”
Con
el ocaso, los maravillados visitantes del circo comenzaron a ser evacuados,
pero cordialmente invitados para regresar con sus familiares y amigos al día
siguiente. Aún quedaban algunos rezagados cuando la niña encontró a Von Hagen
todavía metido en su jaula, y ésta además, cerrada con un enorme candado,
aquello era muy raro, Horacio, luego de su presentación, era libre de vagar por
ahí, el hombre le explicó que Cornelio le había pedido algo que él no había sido
capaz de hacer y por eso lo habían castigado con algunos días de encierro, pero
que no estaba tan mal y que seguro sería por poco tiempo, la pequeña se sentó
junto a la jaula, estaba en un sitio apartado de donde se concentraba el
movimiento en ese momento, “Horacio, ¿Desde hace cuánto tiempo estás en el
circo?” Horacio lo pensó por unos segundos, debía ser por lo menos desde hace
una década, aunque ahora que lo pensaba, no había visto un calendario en años,
y hace tiempo que no tenía la certeza de qué fecha era. No estaba seguro de
nada, pero aventuró unos diez años más o menos. La niña continuó “¿Por qué llegaste
aquí?” Bueno, eso sí lo recordaba bien, “…El frío, el frío me trajo aquí, había
pasado en la calle una de las noches más heladas que yo haya tenido nunca y se
me venía otra igual o peor encima, que sabía que, ese frío, sin un fuego, un
techo o una manta que te separe del hielo del piso, no lo iba a poder aguantar.
Ese día me levanté dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de no volver a
dormir en la calle” Sofía escuchaba y reflexionaba, “Pero… tú ya eras así, ¿no?
cubierto de pelos antes de entrar al circo” Horacio lo negó con pasiva
convicción, “No, yo era un tipo normal, ¿Viste cómo llegó Eloísa? Una chiquilla
normal, hambrienta y necesitada, así llegamos todos, también el pobre de
Braulio” Inmediatamente, Horacio escudriñó todo su alrededor, temiendo que
alguien más pudiese oír sus palabras y decírselas a su jefe. La niña parecía
estar viendo u oyendo cosas muy interesantes en su mente, “¿Y Lidia?”
finalmente preguntó, le tenía un cariño especial, mezclado con algo de lástima,
a la sirena, a pesar de que nadie le había dicho que aquella era su tía.
Horacio se rascó la barba y volvió a comprobar que no hubiera nadie cerca,
“Ella ya era la estrella de este circo cuando yo llegué. No sé cuánto tiempo
lleve encerrada allí, pero sé que ella también es una persona normal, como todos…”
La niña lo miró con cierto dejo de duda, “Dicen que fue capturada en el mar y después
comprada por Cornelio” Horacio negó enérgico, “No es cierto… ella llegó
caminando aquí, igual que todos” Sofía miró ahora en rededor, “¿Estás seguro?”
dijo, acercándose a la jaula. Horacio en ese momento sólo se atrevió, aunque
luego se arrepentiría, como siempre le ocurría, “¿Puedes guardar un secreto?
Pero de esos que nadie lo puede saber… Nadie” recalcó, la niña asintió,
entonces el hombre metió la mano en su bolsillo y sacó la foto de Lidia, donde
aparecía con forma humana y encerrada en una jaula precaria como un gallinero,
“Unos hombres se colaron en el circo para fotografiarla y esto fue lo que
apareció” le explicó Horacio, Sofía no podía creer lo que veía, Von Hagen sacó
su peludo brazo por entre los barrotes, “¿Y ves a ese tipo paliducho que
observa de manos en los bolsillos? ¿Sabes quién es?” La niña negó con la cabeza
pero luego tuvo una inspiración, “¿Tú…?” El hombre mono asintió con cierto
orgullo infundado en el rostro, como si en aquella foto apareciera exhibiendo algún triunfo. En ese momento aparecía la pareja más dispareja
que uno se podía imaginar, Ángel Pardo le traía una manta, Román Ibáñez, una
botella de licor para compartir. Horacio se espantó, pero la niña ya había
escondido la foto en su pequeño bolso. Se despidió de Von Hagen y de los que
recién llegaban con una sonrisa y una mano en alto y le prometió a Horacio que
volvería a verle. Román se le quedó mirando mientras la niña se alejaba, no
podía explicarlo, pero su andar era diferente, no era el típico movimiento infantil
de los niños que pretenden andar con trotes y saltitos para todas partes, Sofía
de pronto caminaba como una señorita, el enano no le dio mayor importancia pero
sí que llamó su atención.
León Faras.