jueves, 28 de abril de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 III.



Teté entró a Cízarin donde todo el ambiente olía a humo y ceniza y a algo más, algo que Teté no podía identificar porque era algo complementaba nuevo, se trataba del olor de cientos de inmortales calcinados, cuyo desagradable aroma se quedaría impregnado en la memoria de todos por mucho tiempo. Zaida de inmediato envió a un par de sus soldados en busca de nodrizas para la princesa que acababa de nacer, “Encargate de la muchacha y la niña… después de todo, fue idea tuya” Anunció Siandro a su abuela, mientras él tomaba otro camino seguido de su guardia. Tenía un asunto pendiente que atender y que le preocupaba, había encargado a medio Cízarin la búsqueda de su hermano, aunque las posibilidades de encontrarlo eran bajas, el río Jazza no era famoso por devolver con vida los cuerpos que engullía, especialmente en época lluviosa, pero al menos deberían hallar sus restos. “Yo sabía que la princesa iba a morir… lo supe en cuanto la vi” Comentó de pronto Teté sin venir a cuento, como cuando algo te pesa en la mente y lo sueltas solo porque ya no lo aguantas más, los únicos que la acompañaban era la vieja Zaida y el general Fagnar y ambos se miraron extrañados, “¿Cómo lo sabías? ¿Estaba muy mal su salud?” Preguntó la mujer, Teté la miró arrepentida de haber hablado sin que se lo pidieran, pero ya era tarde, “Es que yo puedo ver cuando la vida se agota en una persona…” Anunció la muchacha con timidez, “Curioso don” Comentó el general, “¿Cómo es posible?” Agregó. Teté solo miraba a la princesa que dormía en sus brazos, como si le hablara a ella, “No lo sé, no puedo explicarlo, es como si una luz los iluminara y los hiciese ver diferentes del resto, muy diferentes. No sé por qué los demás no lo notan si es tan claro” “¿Ves esa luz en mí?” Preguntó la vieja, Teté le echó una ojeada y negó con la cabeza, “Hazme un favor, avísame si la ves, quisiera estar sobre aviso para dejar solucionados algunos asuntos antes de irme” Concluyó la mujer, como si el don de la muchacha fuese algo de lo más corriente. Luego de avanzar algunos metros en silencio, la chiquilla volvió a hablar sin venir a cuento de nada, “Falena” Dijo, apenas audible, Zaida debió pedirle que se lo repitiera. Telina volvió a mirarla asustada, como si estuviera abusando de la paciencia de alguien superior, “Falena, ese nombre me gusta…” Concluyó.



La carreta estaba en un estado lamentable, y el viejo maldecía cada bache del camino que hacía crujir las viejas y resecas articulaciones de su vehículo, que en cada metro que avanzaba parecía siempre estar dando su último esfuerzo. Los caballos tampoco se veían mejor, estaban flacos y desganados, como muertos por dentro. Uno de ellos tenía un ojo completamente nublado por el que no veía ni un pijo. De pronto le pareció sentir algo entre los arbustos que flanqueaban el camino, el ruido de un animal que se escondía entre ellos, uno grande, pero no alcanzó a ver nada porque entonces una de sus ruedas se empinó, como si pasara por encima de una piedra y se dejó caer haciendo crujir dolorosamente el eje trasero y dejando la carreta a punto de desbaratarse. Por suerte que iba casi vacía o el vehículo entero se hubiese partido en dos. Un hombre salió de entre los arbustos celebrando, burlándose del innecesario sufrimiento de su carreta y otro desde el otro lado, se acercaba riendo a plena mandíbula. El viejo pensó que serían bandidos, pero para serlo parecían idiotas como festejaban, además, qué podrían quitarle a alguien como él, aparte de ese cuarto de oro que tenía enterrado en su casa hace incontables años y con el que podría haber comprado otra carreta nueva, pero que no se atrevía a desenterrar por miedo a quedarse sin nada, aunque era imposible que esos bandidos lo supieran. Los hombres se reunieron detrás de su carreta y entre risas y festejos recogieron del suelo una enorme liebre a la que habían estado persiguiendo por una hora al menos, y la que finalmente había acabado, cansada y con mala suerte, aplastada por la rueda de aquel vetusto vehículo de andar patético que le rompió algo importante. El viejo macilento hubiera pensado que tal vez aquellos no eran más que unos pobres enajenados de los que las ciudades desechan hacia los campos para que no molesten, si no fuera porque el rostro de uno de ellos, a pesar de lo descuidados que se veían, le resultó familiar, “Eh, señores, no buscamos problemas, no somos más que pobres comerciantes huyendo de la guerra” Dijo con gravedad, como si se tratara de alguien importante, hablándole cosas importantes a gente importante. Janzo, que en ese momento sostenía la liebre por las patas traseras, lo miraba incrédulo y amenazante luego de haber dejado parte de su orgullo persiguiendo a ese animal como un perro hambriento por más de una hora, Emmer, a su lado, le dio un toque con el codo y le señaló la parte trasera de la carreta: cubierto por una sucia manta, llevaba un cuerpo humano que, por lo poco que podían ver, (solo los pies y una mano,) parecía estar momificado, como esos pobres desgraciados que mueren de sed en el desierto y que son encontrados casi enteros años después. Los hombres se miraron, aquel viejo acababa de hablar en plural, “Ese es mi padre…” señaló el viejo, pestañeando con fuerza y apuntando el cadáver que cargaba atrás, “Tenemos una pequeña casa no lejos de aquí. Cízarin se ha vuelto peligroso, pero eso ustedes seguramente lo saben bien” Emmer le dejó en claro que no querían hacerle daño, que solo buscaban algo de comer, y al viejo le pareció aquello maravilloso, “Oh, ¿Están hambrientos? ¿Tal vez sea que carguen con algo de valor los señores?” Preguntó interesado, empinando las cejas. El viejo sabía muy bien cómo tratar a potenciales clientes. Janzo cargaba con algunas moneda Cizarianas, porque a Emmer lo habían dejado sin nada luego de ser capturado, ejecutado y liberado, pero el asunto era que, aparte de la momia que llevaba atrás, no se le veía absolutamente nada que pudiera ofrecer, “Yo y mi padre, somos los mejores curadores de carne de toda la región” Señaló el viejo, así, en tiempo presente e incluyendo a la momia, mientras se ponía de pie sobre su carreta y abría el cajón sobre el que iba sentado, del cual sacó un hermoso y gordo trozo de carne curada con sal, de la que el viejo parecía estar muy orgulloso. La pieza, de verdad se veía y olía grandiosa, “¿Qué carne es?” Preguntó Janzo, “Cerdo.” Aseguró el viejo de inmediato, y agregó, “…del mejor cerdo de Cízarin. Esa liebre deberán comerla pronto, pero esta maravillosa pieza de carne puede conservarse perfectamente durante días” Concluyó, con un pestañeo incómodo y obsesivo. A Janzo le pareció un trato justo. Antes de que el viejo se fuera, le preguntaron dónde podían conseguir agua bebestible, porque a pesar de la copiosa lluvia, no habían encontrado más que barro en ese camino miserable. El viejo, cuyo nombre jamás preguntaron, les señaló una vertiente que brotaba de debajo de la tierra con agua fresca de entre un cúmulo de rocas, pero les advirtió que deberían alejarse bastante del camino para encontrarla.



Luego de una hora de pacífico y quejumbroso andar, el viejo se encontró con otro viajero que venía en sentido contrario, cuya carreta rivalizaba con la suya en cuestiones de antigüedad y mantención permisiva. Ambos se reconocían como habitantes de Cízarin, aunque lo suyo estaba muy lejos de considerarse una amistad en su más pálida expresión, aun así el viejo sintió la obligación moral de advertirle al otro las condiciones en las que estaba el lugar al que se dirigía, aunque de mala gana, como refunfuñando, Qrima, que conducía la otra carreta hacia Cízarin, respondió también con un gruñido, como si lo hubiesen tratado de imbécil indirectamente, “Ya lo sé, pero tengo asuntos pendientes allí…” El viejo respondió algo entre dientes que no se entendió y ambos siguieron su camino.


León Faras.

lunes, 18 de abril de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 II.



¿Listo? Una…” ¡Pum! Con una presión fuerte, certera y sobre todo inesperada, el húmero se encajó en su articulación con un sonido como de piedras que chocan bajo el agua, tensando los tendones al máximo de nuevo y arrastrando el pesado hueso de vuelta a su sitio por encima de los demás. El sonido que provocó era suficiente para imaginarse el dolor, pero Emmer ya tenía algo de experiencia y no se impresionaba con facilidad ante un hueso descoyuntado, pero con las fracturas sí, eso ya era una cosa más seria. El hombre, maldijo, pateó el suelo como si tratara de matar una víbora y se dio un buen golpe con la frente contra un árbol, pero el intenso dolor fue amainando hasta que el movimiento retornó a la articulación y la tortura con la que llevaba varias horas tratando, terminó, “Me dirijo a Bosgos…” Señaló Emmer, amistoso, luego preguntó, “¿y tú?” El hombre lo miró como cuando un completo idiota dice algo sumamente inteligente. Era muy poco más adonde se podía llegar por ese camino triste y desolado, que no fuera a la ciudad independiente de Bosgos. El hombre asintió con poco entusiasmo y lo invitó a compartir su caballo, era lo menos que podía hacer, hace unos minutos se sentía morir de dolor y ahora ya se sentía con fuerza para avanzar, aunque esa fuerza no duraría por mucho tiempo, porque por lo visto, ninguno de los dos llevaba provisiones, ni tan solo un poco de agua, y viajando juntos, ambos sabían que no podían forzar demasiado su caballo o lo reventarían, por lo que deberían conformarse con un trote ligero y hacer un alto en el camino para buscar algo de comer y pasar la noche, “¿Cuál es tu nombre?” Preguntó Emmer, sentado en la grupa del caballo, el hombre guardó silencio unos segundos antes de responder, como si no le hubiese agradado la pregunta, “Me llaman Janzo…” respondió al fin



En el puerto fluvial de Jazzabar, poco había repercutido el fallido ataque de Rimos sobre Cízarin, en verdad aquel lugar de terreno artificial era casi como un reino independiente. A buena altura sobre el río, encaramada sobre una multitud de largos pilotes que a su vez estaban apoyados en plataformas que descasaban sobre pilotes más viejos aún, plataformas donde las personas habían construido sus casas, calles y negocios, ahí encima de todo estaba “la Descorazonada” la taberna de Grisélida, un local bien ubicado cerca de la Rueda, donde los asistentes al espectáculo podían pasar a descargar sus impresiones y llenar los buches con cerveza y masas cargadas con fritanga. Junto a la mujer, cuyos años ya contaban más de cincuenta, trabajaba Gorman, un ebrio de similar edad que había demostrado ser un cocinero eficiente, “Está cerrado” exclamó la mujer mientras barría su local. Su voz era aguda y ligeramente gangosa. Nazli acababa de entrar y ya se sentía insegura, caminando sobre tablas que se curvaban y rechinaban a gran altura bajo el peso de su menuda figura, “Busco trabajo…” Anunció la chica, la que aún llevaba la ropa corta que le había quedado luego de su encuentro con el viejo caníbal y la pequeña cicatrización en su frente cubierta con un coqueto e improvisado cintillo, a Grisélida le pareció que otra vez habían confundido su negocio con un prostíbulo. Se lo había planteado muchas veces pero definitivamente no tenía el espacio suficiente para lanzar ese tipo de negocio ahí, le indicó brevemente dónde podía hallar trabajo y siguió meneando su escoba. Nazli se quedó parada contemplándose a sí misma, definitivamente necesitaba ropa más acorde a la situación. Grisélida le echó otro vistazo, como tratando de decidir si había aparecido otra chica similar en su negocio o era la misma de antes que aún no se iba, “¿Todavía estás ahí?” “Puedo barrer, ordenar o atender las mesas…” Insiste la muchacha, aunque en realidad jamás a trabajado de camarera en su vida, Gorman, con su larga cabellera crespa y encanecida, se asoma desde la cocina. El hombre tiene la boca más grande que Nazli haya visto nunca, “Puede ayudarme con los trastes aquí que no paran de amontonarse” Sugiere con aire inocente, “Si tú quieres darle parte de tu paga, puedes quedártela” Le espeta la mujer y el hombre recula sin insistir. Luego Grisélida se dirige a la muchacha, “Escucha, chica, no voy a negar que estamos hasta el cuello de trabajo y que por los dioses que nos vendría bien algo de ayuda, pero con todo lo que hay que pagar, apenas nos queda para vivir… ¿lo entiendes?” Pero Nazli solo está interesada en pasar unos días desapercibida y sobreviviendo sin robar, hasta que las cosas se calmen y vuelvan a la normalidad, y para eso, Jazzabar era el lugar ideal, “Escuche, solo me conformaría con la comida, y un lugar donde dormir… afuera la ciudad es un desastre, está llena de muertos y de casas a medio quemar y yo no tengo a donde ir” Grisélida mira a Gorman y este le hace un gesto levantando las cejas y tirando hacia abajo las comisuras de su enorme boca, “Está bien…” acepta la mujer, y agrega, “Pero te advierto que nuestra clientela no es la más educada ni tiene los mejores modales, así que tendrás que ganarte su respeto rápidamente o la pasarás realmente mal con esos chicos… si sabes a lo que me refiero” Nazli lo comprende, a pasado toda su vida entre hombres, comiendo, bebiendo y peleando entre ellos y muchos de ellos eran unos completos palurdos que se merecían por lo menos una nariz rota al momento de conocerlos, pero que luego se convirtieron en sus camaradas, “Estaré bien…” Responde la chica al tiempo que recibe la escoba, entonces se empieza a oír un griterío no muy lejos, no sabe si se trata de una bulliciosa celebración o de una violenta revuelta, pero no es ni una ni la otra, es solo que la Rueda ha vuelto a funcionar.



La gente no podía creer lo que veía, el nuevo Tigar en la Rueda era un viejo, uno completamente calvo que se dejaba crecer un par de ridículas trenzas en el mentón. Su espalda y sus brazos eran como los de un leñador, eso sí, ¡pero era un viejo! Que además solo cargaba con un par de hachas irrisoriamente pequeñas, como las que uno le daría a su hijo para picar leña fina en el monte, y como si todo eso fuera poco, el viejo tenía un aspecto tan calmado y afable que no inspiraba ningún temor ni respeto, a diferencia del anterior, el gran Tigar, que de solo verlo te cagabas encima. Todo el mundo se preguntaba de dónde carajos había salido y por qué Cegarra lo había nombrado el nuevo Tigar, tendrían que esperar a verlo para saberlo, pero en la Rueda nadie estaba dispuesto a esperar con paciencia y educación y los luchadores aficionados a ganar dinero con las apuestas hacían fila para pelear en la Rueda, ahora que el gran Tigar ya no estaba más y que el nuevo, era un viejo con pinta de monje. Uno de los más populares era Pasco, un pescador propietario de su propio barco, amante de las trifulcas pero que sin embargo, había sabido mantenerse lejos de la Rueda mientras el gigante de Tribalia fuese el campeón, ganando muchas otras peleas menores. Usaba una espada mediana en la mano izquierda y un pesado machete en la derecha, el mismo con el que decapitaba sus pescados. Tenía el pelo negro, largo y pringoso que le colgaba a mechones y una permanente y forzada expresión de enojo en la cara, Garma, en cambio, estaba tranquilo, a pesar de la lluvia de insultos y desechos que le caía encima, sentado bajo un pequeño alero, instalado precisamente para proteger a los luchadores mientras esperaban, del descontento del público, una precaución instaurada después de que, en una ocasión, a uno lo dejaran inconsciente de una pedrada antes incluso de luchar. El alero es retirado y el viejo Garma se pone de pie. Recorre el agujero con expresión amable, Pasco está ansioso, tiene al público de su parte, es su momento de convertirse en el Tigar y va por él, pero al primer intento, el hacha del viejo entra recta como una estocada y le golpea en la nariz con la punta del mango. Sin esfuerzo, solo con precisión. Ahora la cara de Garma es mucho más severa y sus movimientos más enérgicos. Se acabó el viejo amable. Pasco sangra copiosamente, sorbe fuerte por la nariz y escupe una bola sanguinolenta por la boca, fue sorprendido, pero no le volverá a suceder. Intenta un nuevo ataque, pero el hacha de Garma vuelve a entrarle, rápida y violenta, esta vez ascendiendo directo al mentón y sacudiéndole toda la cabeza con fuerza, mientras la otra hacha es ensartaba en su rodilla y arrancada de esta junto con el tendón y un dolor infernal. Una patada en el pecho lo arroja de espaldas al suelo sin posibilidades de defenderse y sin decir ni una palabra ni darle tiempo de decir nada a su enemigo, Garma le parte en dos el corazón de un hachazo y vuelve a su lugar a sentarse. La gente ya no apoya a Pasco.


León Faras.

sábado, 9 de abril de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 Tercera parte.



FALENA.



I.



El yelmo de Nivardo, rey de Cízarin, rodó por el barro a los pies de Serna, el único capacitado para recibir la real comitiva cizariana en ese momento, “Espero que con esto baste, el resto del cuerpo del rey Nivardo no estaba en condiciones de ser transportado” Anunció Siandro con liviandad, y se quedó esperando una réplica que nunca llegó, por lo que continuó, “Asumo que su hijo Ovardo estará en casa para recibirme” Serna estaba tan impactado como todos los presentes, preguntándose cómo un ejército de quinientos inmortales había sido aplastado en tan solo una noche, solo podía pensar en una traición, en una insurrección masiva de las tropas o hasta en un cambio de bando, “¿Cómo murió?” Preguntó el clérigo mirando el yelmo, al rey de Cízarin eso le pareció divertido, no la pregunta en sí, sino que ese hombre siguiera haciéndole preguntas en vez de estar hablando con el que debía ser el nuevo rey de Rimos, “Venimos a hablar con el príncipe Ovardo, no contigo…” Dijo Zaida, con dureza, pero sin pretender sonar amenazante, Serna comprendía eso, “Mucho me temo que eso será imposible en este momento, el estado del príncipe es… delicado” Zaida y su nieto se miraron con el ceño apretado, no tenían ni idea de que el príncipe Ovardo estuviera enfermo o herido, pero debía de ser algo muy grave como para ser incapaz de hacerse cargo de las consecuencias de perder una batalla que ellos mismos han iniciado, eso o estaba demasiado avergonzado del patético intento de conquista de su padre, cómo fuera, “Tal vez la princesa Delia esté dispuesta a recibirnos en nombre de su esposo” Sugirió Siandro, no sin algo de socarronería en el tono, Serna debió admitir que eso sería aun más imposible. Todo aquello parecía ser un mal chiste, como si les estuvieran poniendo excusas absurdas para evitar hacerse responsables de los daños materiales y humanos que había ocasionado su tonto intento de invasión, pero el clérigo hablaba en serio y podía probarlo. Fagnar aceptó la oferta, ya que Siandro no entraría allí para ser emboscado por un enemigo desleal que atacaba de noche y por la espalda. Poco rato después salía el general, su rostro perturbado reflejaba que lo que había visto resultaba convincente, tras él, una jovencita cargaba con un recién nacido en brazos que por primera vez recibía los rayos del sol, “No sé cómo explicarlo…” Se excusó Fagnar, y agregó, “…parece como si el príncipe Ovardo fuese víctima de un horrible maleficio que lo ha destruido por dentro sin tocar su cuerpo, excepto… sus ojos, que se asemejaban a ciruelas resecas al sol de todo un verano” Maleficio o no, ellos no habían tenido nada que ver, se apresuró a aclarar Siandro; con respecto a la princesa Delia, efectivamente había muerto durante el doloroso parto de la bebé que cargaba Teté en ese momento, ya que había sido necesario rajarle el vientre a la madre para sacarle la cría, confirmó el general con toda la circunspección de la que disponía, que no era poca. Y luego, ya aclarada la situación y sin nadie presente de la realeza rimoriana más que una niña recién nacida, Siandro comenzó a hacer sus exigencias mientras Serna lo oía con la cara de quien resiste un viejo y conocido dolor que de pronto regresa. Comenzó apropiándose de la mitad de la riqueza de Rimos y también de sus recursos naturales por tiempo indefinido, como compensación por los numerosos daños. La fabricación de armas y armaduras estaría de ahora en adelante controlada completamente por la corona cizariana; Rimos no podría fabricar ni un cuchillo sin que Cízarin lo supiera. Ordenó que lo que quedaba del ejército rimoriano estaría bajo las órdenes de Cízarin, e instauró el servicio militar obligatorio y de por vida para al menos un varón por cada familia de Rimos, ejército que debería estar disponible para servir en cualquier momento que Cízarin lo requiriera. Determinó que el príncipe Ovardo seguiría con su condición de gobernante de Rimos, pero como reino vasallo de Cízarin. Finalmente decretó que el linaje real de Rimos se acababa con el príncipe Ovardo, que su hija sería llevada a Cízarin y criada como una cizariana, y que si el príncipe decidía contraer un nuevo matrimonio en el futuro, este sería morganático, es decir, con una plebeya. Cuando Siandro terminó con sus exigencias, el silencio era vergonzoso, Serna estaba aplastado bajo la responsabilidad, y la mirada de los oficiales presentes que sabían que él era en parte responsable de esta desastrosa situación, solo se atrevió a hacer un torpe comentario, “Algunas familias querrán reclamar por los cuerpos de sus seres queridos…” El rey de Cízarin le respondió mirando en otra dirección, “Pueden reclamar un puñado de cenizas, si quieren, todos los miembros de su ejército han sido apilados en el campo y calcinados. Las columnas de humo aún pueden verse desde aquí” Efectivamente, las columnas de humo habían estado casi toda la mañana ahí, pero jamás ninguno se imaginó que en realidad era su ejército el que ardía. Luego, y sin nada más que agregar, el rey de Cízarin espoleó suavemente su caballo para que comenzara a andar, mientras la vieja Zaida pedía al capitán Dagar, con educada autoridad, un caballo para transportar a la joven Teté junto con la recién nacida, “No te preocupes, no te faltará nada, ya tienes un trabajo allá” Le advirtió la vieja a la muchacha. “El ejército de Cízarin tomará posesión de Rimos paulatinamente y de forma permanente, por favor, prepárense para llevar este proceso de la forma menos desagradable posible” Anunció Fagnar antes de irse también.



Mientras descendían el zigzagueante y empinado camino de Rimos hacia el bosque muerto, Teté se atrevió a preguntar por cuál sería su trabajo en Cízarin, Zaida la miró con una suave sonrisa, “¿Cuál es tu nombre, muchacha?” le preguntó a su vez, la chiquilla respondió que su nombre era Telina, pero que todo el mundo la había llamado desde siempre Teté, “Bien Telina, pues tu trabajo será cuidar de esa pequeña hasta que crezca…” Y ante la cara de agobio que puso la muchacha, la vieja agregó, “No te preocupes, niña, obviamente te conseguiremos algunas nodrizas para que la amamanten por ti” Teté no podía creer semejante responsabilidad, ¡cuidar de la hija del príncipe Ovardo ella sola! Seguro que si algo le sucedía a esa pequeña, a ella la azotarían, o le cortarían una mano… o algo peor. Es que habiendo tantas mujeres más experimentadas, ¿por qué siempre le tocaba a ella? A veces el destino era muy cruel con las criaturas más débiles. Se lamentaba la muchacha, cuando Zaida interrumpió sus pensamientos, “Por cierto, ¿cómo se llama la bebé?” Preguntó la vieja, la chiquilla la miró asustada; la niña apenas había nacido, su madre había muerto horriblemente y su padre apenas y podía balbucear su propio nombre en este momento. Si alguien había pensado en un nombre para la pequeña, a ella sería la última persona a la que se lo dirían, “No lo sé, señora…” respondió Teté, acostumbrada a ser lo más escueta posible ante la autoridad. Como le habían inculcado siempre: “solo responde sí o no, nadie está interesado en conocer tu opinión.” Entonces la vieja le dijo con absoluta naturalidad que debía pensar en un nombre para la niña. Teté creyó que había oído mal, ¿cómo alguien como ella iba a ponerle el nombre a la hija de un príncipe y de una princesa? La respuesta de Zaida la dejó más perturbada de lo que ya estaba, “Ahora, tú eres su madre.”


León Faras.

domingo, 3 de abril de 2022

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

 LXIV.



Los cuerpos rimorianos que aún no están calcinados, son amontonados en el campo para ser quemados. Los campesinos y sus niños, curiosos por naturaleza, se espantan al ver movimientos y balbuceos en aquellos despojos humanos, como lombrices que se retuercen al ser cortadas a la mitad por el azadón del labrador. Más de alguno de ellos tiene la fuerza suficiente para ponerle la piel de gallina a todos con un grito de dolor, al ser encendida la pira. Desde prudente distancia, en el monte, un niño de diez o doce años ve las llamas y oye los alaridos con espanto, comprende perfectamente lo que está ocurriendo y además sabe que el cuerpo de su padre, con seguridad, también está ardiendo allí. Le brotan lágrimas de los ojos cuando una mano se posa sorpresivamente en su hombro, es un hombre encapuchado y vestido con harapos que tira de un asno cargado de leña, él no lo reconoce, pero el hombre a él sí, “¿Aregel? ¿qué rayos estás haciendo aquí?” El sol le da a contraluz y es difícil verle el rostro, pero su voz es familiar. Tiene la cara embarrada, y se ha cubierto un ojo con una sucia venda para ocultar una horrible cicatrización, “¿Mi padre está ahí?” Pregunta el muchacho, aunque con algo de certeza en el tono, señalando la pira que arde con sorprendente fuerza, el hombre no lo sabe, pero ha estado en la batalla, y visto lo visto, apostaría su ojo bueno a que sí, “Perdimos, hijo, todos están ahí. Yo me salvé por los pelos” Dice Gánula, y luego añade, “Debes irte y hacerte cargo de tu familia ahora, se avecinan tiempos difíciles me temo…” 


Bosgos, la capital de los venenos, era un amplio poblado sin calles ni plazas en el que todo el mundo había construido su casa donde le había dado la gana, en torno al pozo que inauguró el pueblo. Ahora habían más pozos pero las casas seguían esparramadas como si se tratara de una partida de dados. Era difícil orientarse para un bosgonés que no había ido en años, como el viejo Qrima, sobre todo con el pujante mercado que se habría paso por todas partes y que mutaba constantemente, parecía que todo el mundo tenía algo que vender o algo que comprar en Bosgos, desde granos y hortalizas, hasta carne de perro azaroso charqueada para algunas preparaciones no culinarias. No muchos conocían al viejo y menos aun eran los que lo recordaban, luego de años viviendo en Cízarin, pero confiaba en que su hermana mayor sí lo hiciera. Esta era una mujer con una infinidad de años encima, una dentadura inexplicablemente envidiable, tres veces viuda sin hijos vivos, y con un pequeño pero próspero negocio de venta de hongos de todo tipo, menos comestibles, que cultivaba en una gruta oculta a los ojos de los curiosos, gracias a su aspecto de bruja malvada que inspiraba temor en sus vecinos, una reputación que la mujer no se preocupaba por desmentir. Su nombre era Gilda. Qrima detuvo su coche frente al puesto que recién se abría a esa hora, cerca del mediodía, el coche era bonito, los cizarianos tenían buen gusto para la artesanía, a diferencia de los rimorianos cuyo gusto estético estaba atrofiado por su brutal pragmatismo. La vieja pensó en una buena venta para un cliente importante pero poco a poco su radiante sonrisa se desvaneció cuando vio el desalentador aspecto de su hermano luego de conducir toda la noche bajo un contundente aguacero, “Vaya, así que sigues con vida…” Fue el ácido comentario de la mujer, antes de seguir con sus asuntos fingiendo desilusión y desinterés, “Necesito tu ayuda…” Replicó el viejo, forzadamente humilde, la vieja soltó una carcajada burlesca, no había visto a su hermano en veinte años y ahora aparecía para pedirle ayuda, “Es por tu sobrina…” Añadió Qrima. Gilda pareció confundida al principio, pero luego recordó a la hija del difunto hermano menor de ambos, y de la que este nunca se hizo cargo, “¿Nila?” Los rumores de la batalla contra Cízarin apenas habían llegado a Bosgos, donde, alguno de los que habían huido durante la noche llegaron allí sembrando algunos comentarios, pero en general, nadie le había dado mayor importancia, lo que Nila y la hermosa Darlén le contaron a la vieja, ya era mucho más serio, “Por supuesto que las chicas y sus niños pueden quedarse, pero con respecto a ti…” Exclamó Gilda, haciéndose la ofendida por los años de ausencia, pero su hermano menor estaba demasiado hambriento y cansado como para más reproches, “No te preocupes por mí, buscaré un lugar donde comer algo y dormir algunas horas y me volveré a ir, solo necesito que me prestes tu carreta, te dejaré a cambio el coche” La vieja protestó, un coche tan fino como ese, no le prestaba ninguna utilidad a alguien como ella, pero Qrima ya cerraba el trueque, “Solamente uno de estos caballos vale más que tu carreta entera, así que no te quejes”



Emmer tenía un gran camino por adelante, por un terreno abandonado de la mano de Dios en el que apenas y se podía encontrar vida inteligente. Era mediodía, y aunque él era un inmortal, eso no lo libraba de estar sediento y también algo hambriento. De pronto, un sonido en la hojarasca llamó su atención, tal vez solo una rata demasiado gorda, pero no esta vez, era un caballo que mordisqueaba la escasa hierba del arcilloso suelo, tenía bridas pero no montura. Emmer se acercó apaciguándolo, con las manos en alto y haciendo sonidos dignos de un apaciguador de caballos, cosa que el animal no apreció en lo más mínimo, quizá porque no estaba solo; bajo un árbol, un hombre sentado en el suelo, con aspecto maltratado, empuñaba un cuchillo. No fue algo muy impresionante para el rimoriano, el tipo parecía haber recibido una paliza peor que él, se veía más agotado aunque tenía un caballo, y con el hombro izquierdo dislocado hacia atrás, que debía dolerle una barbaridad. Ambos podían adivinar con un vistazo que el otro también era soldado aunque les faltara la mitad de su atuendo, por lo que no era necesario ni mencionarlo. Para Emmer, un hombre en semejantes condiciones no representaba un obstáculo demasiado peligroso, aun estando desarmado, pero él era un soldado y no un bandido, “¿Está roto?” Preguntó, señalando el brazo del que estaba sentado, este negó con la cabeza, siempre con el cuchillo en alto, “Bien, eso es bueno. Puedo ponerlo en su sitio, sé cómo se hace…” Dijo Emmer, amistoso y confiable, pero el otro seguía con el filo de su arma por delante, “¿Cómo sé que lo que quieres no es estrangularme para quedarte con mi caballo?” Preguntó, poniéndose de pie con dificultad, Emmer lo miró con la cara de quién no ha entendido el remate de un chiste, “No te ofendas, pero, no estás en tu mejor momento, si quisiera hacerlo, lo haría sin artimañas…” En eso tenía razón, y lo cierto era que ese hombro lo estaba matando de dolor y no podía arreglarlo él solo, por lo que el hombre se tragó su orgullo, bajó su arma y accedió.



El capitán Dagar y su escuadrón volvían sin prisa a su hogar, cuando el más lento de sus hombres, Cuci, le advirtió de una extraña comitiva que comenzaba a ascender el penoso camino a Rimos, al cabo de un buen rato aguzando la vista, el oficial exclamó, “Oh, mierda… ¿tan pronto?” Aquel era el mismísimo Siandro rey de Cízarin, acompañado de su abuela Zaida, del general Fagnar y un pequeño grupo de soldados y portaestandartes con la flor de Cízarin en alto, que venían a negociar los términos de su aplastante victoria, aunque lo menos a lo que Siandro estaba dispuesto, era a negociar.



Fin de la Segunda parte.


León Faras.