jueves, 21 de mayo de 2015

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

X.

“¿Y estás seguro de lo que viste?” preguntó Enrique Bolaño sentado en un elegante sofá de cuero mientras botaba la ceniza de su cigarrillo en un cenicero frente a él. Primo Petrucci desde el otro lado de su escritorio de roble respondió apremiante “Por supuesto que sí. ¡Mi hijo se puso a vomitar cabezas de pescado enteras y en frente de mí! ahogado, tosía y escupía horriblemente, lo hubieses visto, pensé que…” “Estoy hablando de la sirena…” Le interrumpió Bolaño quien, en el fondo de su corazón, no sentía ni la más mínima preocupación por lo que fuera que le sucediera al hijo de su socio, “… ¿Estás completamente seguro de que no se trataba de algún truco o montaje?” “Oh…” respondió Petrucci con un leve disgusto, “…la sirena era completamente real, puedo asegurártelo.” Enrique se echó atrás cómodamente en su sofá con la vista perdida en algún punto indeterminado de la habitación, “Pues entonces vamos a conseguir esas fotografías como sea, lo quiera o no ese tipo… ¿Cómo se llamaba?” “Cornelio Morris” respondió Petrucci y luego agregó “…pero te advierto que deberás tener cuidado, ese tipo es un loco peligroso, hasta se atrevió a amenazarme” “¿Con una demanda? ¡Qué lo haga! nuestros abogados lo destrozarán.” “No con una demanda, me amenazó con todas las penas del infierno para mí y mi familia. Y por lo que le hizo a mi hijo, creo que hablaba en serio” “¡Tonterías!...” respondió su socio “…te asustas demasiado fácilmente con las divagaciones de un demente, pero no te preocupes, tú no vas a volver allí y por supuesto que yo tampoco iré. Enviaré profesionales que se encarguen de hacer un buen trabajo.” Petrucci no era de los que se asustaba fácilmente ni menos un tonto, sabía exactamente lo que había visto y se daba cuenta de que había algo más que solo palabras en las amenazas de Morris, pero por otro lado podía sentirse seguro mientras no se acercara a ese circo de nuevo y la idea de tener esas fotos en la portada de su revista le resultaba aun, sumamente atractiva, “Bien…” dijo al fin “…pero es un circo itinerante, seguro ya se han ido del lugar donde estaban, ¿cómo piensas encontrarlo?”, “Ya te lo dije…” respondió Bolaño poniéndose de pie, “…enviaré profesionales” agregó mientras se dirigía a la puerta, pero antes de salir, un pequeño remordimiento lo hizo preguntar sin sentir verdadero interés  “Tu hijo está bien, ¿verdad?” Petrucci se dio cuenta de eso, pero de todas maneras respondió con más detalles de los que su socio estaba interesado en conocer “Sí, está bien. Tenía una sensación desagradable en el estómago, pero el médico no le encontró nada raro, dijo que lo más probable era que algo de lo que había comido le había caído mal, y eso fue lo que le dijimos a su madre, ya sabes cómo se ponen las mujeres, pero tuve que sobornar al pequeño para que no contara en casa nada sobre las cabezas de pescado, de todas formas, no hubiésemos tenido forma de explicar algo así…” Petrucci hizo una pequeñísima pausa que Bolaño aprovechó en el acto para salir de allí, “Me da gusto saberlo.” soltó mientras ya cerraba la puerta.


Con el comienzo de un nuevo día, el Circo ya estaba listo para funcionar y recibir a sus visitantes, pero estos eran tan escasos como pobres, por lo que Morris los recibía de mala gana, disgustado y con deseos de irse de allí lo antes posible, sabía que no podía acercarse demasiado a las grandes ciudades pero, estos puebluchos insignificantes no le generaban ninguna ganancia, sin embargo, los pocos pobladores de aquel pueblo pesquero eran personas sencillas que se maravillaban de todo lo que veían y se mostraban entusiastas y asombrados de cualquier cosa, tanto así, que Von Hagen no había necesitado encerrarse en su jaula y realizar el show simiesco de siempre para impresionar a sus espectadores, simplemente se paseaba tranquilo, saludando con su natural amabilidad y dejándose tocar por los niños que al verlo sonriente, abandonaban las faldas de su madre para acercarse, todo lo contrario del pequeño Román Ibáñez, que deambulaba borracho y malhumorado, soltando insultos y amenazas a las personas que se detenían a observarlo y lo señalaban con el dedo, como si fuera la primera vez que veían a un enano, tanto así, que Charlie Conde debió mandarlo a que fuera a hacer su trabajo con Mustafá, antes de que Cornelio se diera cuenta de que solo andaba vagando, pero el enano le espetó con desprecio, “¡Vete al infierno, Lamebotas!” y siguió su camino, grosero y desafiante. Un poco más allá lo detuvo Horacio preocupado, el enano estaba borracho y eso lo podía meter en graves problemas, se lo trató de hacer entender, pero Román luego de beber un trago y limpiarse la comisura de su boca con la manga le soltó una risotada “No seas idiota, ya estamos metidos hasta el cuello en problemas, pobres y esclavizados hasta el fin de nuestros días por un sicópata demente que se cree dios, pero por muy merecido que sea el castigo, eso no quiere decir que lo deba aceptar de buena gana. Pero tú, eres una buena persona Horacio, un imbécil redomado, pero buena persona, tú debes tener cuidado, estás enamorado, todos lo saben, incluso Cornelio lo sabe, pero nadie te cree capaz de nada, pero yo sí, porque un idiota enamorado puede ser aun más idiota y hacer estupideces impensadas…” el enano se había puesto repentinamente serio y le hablaba como si su borrachera se hubiese esfumado, Von Hagen, asombrado, no podía soltar ninguna palabra “…como tratar de destruir los contratos, eso cortaría las cadenas, lo sé, Mustafá me ha dicho cosas, me muestra imágenes para tentarme y destruirme, ese miserable quiere que lo libere para acabar conmigo, pero de nada serviría si no acabas con Morris… debes matar a Cornelio, para conseguir lo que deseas tienes que…” Un repentino puntapié  en su espalda lo interrumpió de sopetón y lo envió volando sobre Horacio, haciendo rodar por el suelo a ambos, Cornelio Morris agarró por el cuello al enano y lo elevó sin esfuerzo, estaba rojo de ira “Enano miserable, ¡te atreves a conspirar contra mí, a desafiarme!” Román comenzó a quedarse sin aire y su vista se nubló hasta quedar en tinieblas, entonces tuvo una alucinación, estaba encerrado dentro de una estrecha caja de madera y enterrado vivo, asfixiándose en total oscuridad, incapaz de salir de allí y sin que nadie pudiera oírlo o ayudarlo. Solo algunos segundos duró esa horrible y desesperante vivencia antes de que Morris lo soltara y el enano recuperara el aliento y volviera a ver la luz del día, aterrado y sudoroso, estaba totalmente desarmado, incapaz de desafiar a nada, Cornelio se agachó para hablarle “Ya te lo había advertido, no olvides por qué estás aquí. Esa solo fue una pequeña muestra de lo que tú hiciste con Mustafá, de tu propia maldad, y casi te has meado en los pantalones. Sabes que eres capaz de cosas mucho peores y también sabes que yo puedo volverlas contra ti. Si quieres vivir un infierno, te daré un infierno, solo tienes que pedirlo” Luego le dirigió una penetrante mirada a Von Hagen que temblaba de miedo a su lado, se mostraba tan insignificante como siempre y Morris sabía que no había necesidad de aleccionarlo, “Saca esta basura de aquí” le dijo refiriéndose al enano y luego cambiando el tono de su voz y la expresión de su rostro, se dirigió a la multitud, “Damas y caballeros, por favor no dejen de presenciar la sorprendente habilidad de nuestra espectacular contorsionista. Seguro los dejará boquiabiertos” y la gente le hizo caso en el acto, olvidando lo sucedido y agrupándose a mirar la actuación de Beatriz Blanco, luego Morris tomó por los hombros a la pequeña Sofía que estaba de píe junto al escenario donde actuaba su madre y la alejó de allí para que también olvidara lo sucedido “Vamos preciosa, vamos a buscar alguna golosina para ti…” la niña lo miró inquisidora, sin moverse del lugar donde estaba, “¿Querías hacerle daño al pequeño señor?” era respetuosa al dirigirse a sus mayores y esa era la forma más correcta que ella conocía para dirigirse a Román, Cornelio le sonrió amable, “No, no le he querido hacer ningún daño, no podría, pero él es un hombre que abusa del alcohol y cuando lo hace no se comporta como debiera” la niña comenzó a caminar  “Hoy hice un dibujo con mi mamá, ¿Quieres que te lo muestre?” dijo la pequeña ya casi sin recordar el acceso de ira de Morris, “Claro que sí linda, me muero de ganas de verlo” respondió el hombre con excelente humor.


León Faras.

domingo, 3 de mayo de 2015

Zaida.

I.

La lluvia, ansiadamente esperada, llegaba apenas a tiempo para extinguir los últimos focos de fuego de una pequeña aldea devastada por la guerra, mojando los restos humeantes de las humildes chozas de los campesinos y los cadáveres de los que no habían alcanzado a escapar a tiempo. Las chacras, pobres y de pequeño tamaño, pronto se volvieron lodazales donde algunas cabras que no habían sido capturadas, regresaban para alimentarse de los cultivos, al no estar sus dueños para protegerlos. Una fracción del ejército amigo llegaba al lugar de camino a la capital, se cubrían los hombros y espaldas con pieles y las cabezas con anchos sombreros de fibras vegetales que los protegían según fuera el caso, tanto del sol como de la lluvia, su comandante solo se diferenciaba del resto de sus hombres porque cabalgaba a la cabeza del grupo, pero su apariencia era como la de cualquiera de sus soldados. A su lado, viajaba un anciano flaco montano en un asno que le había servido de guía en las montañas que acababan de cruzar, se cubría la cabeza con la capucha de su túnica totalmente empapada. La escena era desoladora, aunque para estos hombres no era nada nuevo, indolentes, debían recoger cualquier cosa que les sirviera de alimento y que los invasores no se hubiesen llevado o destruido y seguir su camino, dejándole los cuerpos a las aves de rapiña que no tardarían en limpiar el lugar del hedor de la muerte.

De seguro fue obra de la providencia, porque la niña no se movía ni emitía ningún sonido, solo mantenía la vista fija en el rostro desencajado de su madre muerta, ausente y con sus emociones bloqueadas, velando el gran cadáver de toda su aldea y de todos sus pobladores. Una de sus cabras regresaba al hogar cuando fue abatida por una flecha certera, su piel y su carne serían útiles para los soldados que la fueron a recoger, uno de estos en un vistazo casual vio a la chiquilla, parecía muerta, con manchas de sangre y los ojos abiertos pero inmóviles, al acercarse, la niña le dirigió una mirada indiferente y eso fue suficiente para confirmar que sí estaba con vida. Pronto el comandante, el anciano y varios hombres más estaban allí planificando qué hacer con la pequeña, “Hay que llevarla a otra aldea donde los pobladores puedan hacerse cargo de ella” propuso un soldado, “Las aldeas han sido arrasadas. No podemos darnos vueltas hasta encontrar una que aun no haya sido destruida” replicó otro, “Es la única sobreviviente, la muerte hubiese sido lo más justo para ella” sentenció otro soldado. Entonces el anciano se dirigió al comandante, “Señor, deja que yo me la lleve…” El comandante lo miró incrédulo “¿No estás un poco viejo para hacerte cargo de un niña?”; “Buscaré un lugar para ella, ¿Quién sabe, mi señor, si al salvarse una vida no se está salvando a toda la humanidad?, además, ustedes ya no me necesitan y tampoco pueden permitir que esta pequeña les acompañe” respondió el viejo en tono de justificación, “Tampoco puedes estar seguro de que si la vida que salvas no será luego la perdición de todos nosotros, pero si eso es lo que quieres…” dijo el comandante, “…no seré yo quien se oponga. Te deseo a ti y a tu nueva protegida un buen camino de regreso a casa” Luego sacó una pequeña bolsa de cuero con monedas de su cinturón para lanzársela al viejo como pago, pero este se negó efusivamente “No, no, no mi señor, yo no puedo recibir eso” “Yo no sé cómo ustedes los monjes de las montañas pueden vivir sus vidas sin jamás usar plata, oro ni nada parecido…”repuso el comandante entre divertido y frustrado con la respuesta del viejo, este pidió disculpas y se excusó “Esas son solo más ataduras para el hombre, lo que sí me gustaría pedirte, si no es molestia, es una de las pieles que usan… no es para mí, sino para cubrir a la niña. El viaje es largo y el clima en las montañas arrecia de sobremanera”

El viejo monje subió a la niña sobre su asno y la envolvió en la piel que le habían dado para protegerla del clima, “¿Cómo te llamas?” pregunto el viejo amable a la niña que apenas asomaba una pequeña porción de su rostro por entre los bordes de la piel que la cubría, pero no recibió ninguna respuesta de esta, “Bien, mi nombre es Badú, soy un monje de las montañas, cuidaré de ti de ahora en adelante y procuraré que nada te falte ¿Tienes hambre?” preguntó el viejo registrando su morral en busca de algún fruto seco, pero se detuvo al ver la absoluta indiferencia de la pequeña, “Bueno, yo tampoco soy muy bueno para comer. Recogeremos algunas cosas para el camino y nos pondremos en marcha. Hay un refugio cerca, podremos prender un fuego y cubrirnos de la lluvia. Estaremos muy cómodos, ya verás”

Badú se puso a caminar tirando del asno donde la niña viajaba totalmente abandonada a su destino, como un muñeco inerte sin ningún interés en la vida y su porvenir. El camino era inhóspito, y a medida que subían por estrechos y duros senderos, el viento frío se aliaba con más fuerza a la lluvia para mantener alejados a los intrusos, pero el viejo monje no era ningún intruso, todo allí era familiar para él, era su ambiente, su clima, su hogar, se asemejaba a los árboles que crecían allí, de troncos rugosos, madera dura y estructura atormentada, esculpidos por el rigor del ambiente. El monje caminaba sin apuro seguido del asno que tampoco era ajeno a todo aquello, el agua corría por las quebradas, muchas veces terminando en angostas y largas cascadas de formidable belleza que Badú conocía bien, porque hace siglos que eran las mismas y en los mismos lugares y habían senderos adecuados que las rodeaban o les pasaban por debajo para quienes conocían a la montaña. Al llegar a una saliente pudieron detenerse, enclavado en la pared de roca habían dos gruesos pilares de madera que sostenían un pequeño techo de tejas y bajo este un único peldaño de piedra que invitaba a entrar. El interior del refugio estaba forrado de madera y el cambio de temperatura dentro era evidente desde el primer momento, había una cavidad para encender fuego con una salida para el humo y junto a esta una buena porción de leña totalmente seca, “¿Ves? Esta leña ha sido dejada aquí para nosotros, mañana antes de continuar nuestro viaje, la repondremos en agradecimiento al siguiente viajero que necesite refugio. Así funciona toda la vida en el universo, es un ciclo que nunca debes olvidar: Recibir, agradecer y dar.” La niña lo escuchaba pero seguía ausente, Badú continuó amable y compasivo “Has vivido demasiadas cosas en muy poco tiempo, solo necesitas vivir más lento para que el tiempo alcance a lo que has vivido y volverás a la normalidad y la montaña es el mejor lugar para eso”


El día se terminó allí, pero la lluvia continuaría durante toda la noche, el viejo alimentó a su asno, el cual también se encontraba dentro del refugio y luego sacó un trozo de pan de cebada que le alcanzó a la pequeña con una sonrisa amable, esta lo recibió y se lo llevó dentro de su escondite de piel, mientras él apoyaba la espalda en la pared y masticaba largamente semillas tostadas. No cerró los ojos hasta que vio que la niña dormía, para entonces, la noche ya estaba bien entrada.


León Faras.

viernes, 1 de mayo de 2015

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XIX.

Al menos una veintena de soldados de Rimos ingresaron en un callejón pobremente iluminado de no más de cuatro metros de ancho, se habían separado del grueso del ejército y avanzaban por su cuenta persiguiendo sombras que aparecían y se escondían entre las intrincadas callejuelas de Cízarin, frente a ellos, el camino estaba bloqueado por un gruesa formación de siluetas agazapadas, protegidas con escudos y armados con lanzas, inmóviles en la penumbra. Los soldados de Rimos se lanzaron sobre ellos dispuestos a pasarles por encima con sus caballos y eso hicieron, sin que ninguna de las siluetas ofreciera resistencia siquiera, solo rodaron como palitroques mientras las viejas lanzas, los escudos y algunos yelmos deteriorados volaban por los aires ante la violenta embestida. Demasiado tarde se dieron cuenta del engaño, habían volteado una gran cantidad de vasijas y barriles de aceite empapándolo todo de combustible y encerrándose en un callejón que terminaba en una empinada escalera de piedra. De la cima de esta fueron lanzadas solo tres flechas encendidas sobre ellos y el infierno se desató, los animales aterrados lanzaron al suelo a la mayoría de sus jinetes y con partes de sus cuerpos encendidos, huyeron sin que nada ni nadie intentara detenerlos. Trece hombres quedaron allí, haciendo lo posible por librarse de las llamas que abrasaban sus cuerpos, provocándoles numerosas quemaduras, algunas de considerable gravedad. Entonces por las escaleras aparecieron una decena de soldados verdaderos armados con espadas y escudos que se les abalanzaron encima dando golpes mortales. Los soldados de Rimos que estaban menos dañados por el fuego sacaron sus espadas para luchar, Emmer Ilama estaba allí y reaccionó rápido ante el mandoble que le dejaban caer sobre la cabeza pero sin poder evitar que este cercenara el brazo de un compañero caído, sin embargo su giro fue preciso y su espada golpeó violenta la espalda de su oponente. Pero entre sus enemigos habían algunos bastante hábiles y uno en especial que destacaba sobre los demás, se llamaba Toramar y le apodaban “Diez espadas”, poseía un talento innato y una habilidad exquisita esquivando los ataques con movimientos ágiles, saltos y giros rápidos que siempre acababan en ataques certeros y mortales que atravesaban estómagos o cortaban gargantas, mientras varios de sus compañeros caían, él avanzaba con seguridad usando su espada “Pétalo de Laira” como una extensión de su brazo que en su mano parecía tener vida propia. Emmer se defendió con habilidad, pero sus ataques siempre llegaban tarde a su objetivo, rasgando el aire donde antes se encontraba el cuerpo de Toramar, este, finalmente desvió un ataque de su oponente con su espada, en vez de esquivarlo y aprovechando la misma posición, golpeó de vuelta con violencia el mentón de Emmer con la empuñadura para luego propinarle una fuerte patada que hizo caer estrepitosamente a un rival ya cansado y adolorido, luego se paró sobre él y alzó su espada para darle la estocada final, pero se detuvo totalmente desconcertado, pues toda la realidad que él conocía en un instante dejaba de tener sentido y parecía haberse trasladado a un mundo de sueños donde las situaciones más inverosímiles podían suceder. A solo un par de metros, un soldado de Rimos sentado en el suelo, recogía su brazo, totalmente separado de su cuerpo y lo volvía a su sitio, donde un cúmulo grotesco de una materia negra y grumosa se esparcía en tentáculos sobre la extremidad de aquel hombre hasta la punta de los dedos y estos nuevamente se conectaban para volver a moverse. Otro hombre se ponía de pie como si nada, con una gruesa y alargada protuberancia en su garganta de la cual salían numerosas extensiones como raíces que le surcaban el rostro y el pecho. Otro más, que había sufrido graves quemaduras, estaba de pie un poco más alejado con buena parte de su cuerpo manchado de negro y con las raíces de sus cicatrices cubriendo el resto de piel que no había sufrido daño. Toramar vio como uno a uno todos sus enemigos volvían a ponerse de pie y sintió cómo sus cuerpos desprendían un extraño y desagradable olor, hasta que la espada de Emmer atravesó su vientre desde abajo arrebatándole la vida al formidable “Diez espadas” Sus cinco compañeros que aún seguían con vida reaccionaron igual, incrédulos de lo que veían, fueron atacados y cayeron sin oponer resistencia, confundidos e indefensos.

Emmer Ilama no comprendió por qué su enemigo no lo mató cuando lo derribó. No sabía qué lo había detenido hasta que él se recuperó y pudo reaccionar. No entendía por qué seguía con vida si había sido derrotado. Eso, hasta que vio a sus compañeros y vivió en carne propia el desconcierto de verlos de pie y con vida y conoció por primera vez las horrendas  y malolientes cicatrices nacidas de sus heridas mortales. Recién en ese momento las dudas del grupo sobre su inmortalidad se disiparon por completo, pero otras nuevas aparecieron: Habían caído en una trampa que estaba preparada para ellos, lo que significaba que sus enemigos sabían del ataque y les estaban esperando. Habían sido delatados. Alguien ayudó a Emmer a ponerse de pie y se pusieron en marcha pero este empezó a rezagarse discretamente, llevaba una nueva preocupación en su mente: Nila.


Cuatro jinetes se adentraron en el bosque muerto mientras especulaban sobre cuál sería el motivo de tan extraña orden: ¿Por qué debían encontrar al príncipe Ovardo allí? Sabían que su heredero ya había nacido y eso podía ser un motivo, pero se suponía que estaban realizando una invasión que él mismo debía liderar y que jamás dejaría de lado a no ser que se tratara de razones muy poderosas y el nacimiento de su hijo era algo muy importante y esperado, pero nunca suficiente como para abandonar una batalla. La luz de una pequeña fogata los guió hasta donde Barros, su hijo Petro y el joven Cal Desci cenaban la liebre que habían asado, apenas llegaron vieron al hombre que estaba tirado en el suelo, tapado con una piel asquerosa y rodeado de perros, uno de estos les mostró los colmillos lo cual no les provocó más que una mueca de repugnancia por la condiciones indignas que algunos hombres adoptaban como forma de vida. Cal Desci se puso de pie de inmediato, hasta ese momento no tenía idea de qué debía hacer con el príncipe Ovardo y aquellos soldados se presentaban como una solución, “Mis señores, es un gran alivio verlos, soy un criado al servicio de los señores de Rimos y me han dejado órdenes de acompañar a mi señor Ovardo hasta que regrese a casa, pero hasta ahora me ha sido imposible realizar tal mandato…” El jinete que estaba a cargo respondió “Es a él a quien vinimos a buscar, dime ¿Dónde está y por qué tú estás llenándote la barriga cómodamente entre estos gusanos borrachos, en vez de acompañarle y servirle?” Petro le echó mano al machete que reposaba junto a él y se iba a poner de pie para reclamar por aquel insulto, pero su padre lo detuvo, no se encontraban en ninguna taberna y ese no era el momento ni el lugar para dejarse llevar por la insensatez del vino que habían bebido. “Pero señores…” continuó Cal Desci, “…yo no he abandonado a mi señor, pero llevarlo de regreso, para mí es…” “Y si no lo has dejado entonces, ¿Dónde está él?” lo interrumpió el soldado “Es ese que está ahí” dijo con algo de vergüenza ajena, señalando al hombre rodeado de perros. El soldado perdía la paciencia “¿Y ese que está allá es el rey?” dijo señalando con sarcasmo a Barros, luego agregó “Cuida tu lengua muchacho, eres joven, seguro que quieres vivir un poco más” Barros se puso de pie, y habló con cierto tono zalamero “El muchacho no miente mi señor, el príncipe Ovardo, al cual todos servimos y deseamos largo reinado, fue abandonado en el estado lamentable que pueden ver en compañía solo de este criado y nosotros, los más humildes de sus servidores, solo nos quedamos aquí para brindarle el mínimo de compañía y protección que se merece” “Tú tampoco pareces apreciar tu vida, viejo…” dijo el soldado bajando de su caballo y sacando su espada “…comparar a tu señor con uno de tus hijos borrachos, es un insulto para el que la muerte es el menor de los castigos” Petro esta vez sí se puso de pie con el machete en la mano y se acercó amenazante, era un hombre simple y trabajador, pero tan bruto como su asno, en cambio su padre buscaba apaciguar los ánimos. Se acercó al príncipe y a patadas espantó los perros echados a su rededor, luego se agachó y levantó la piel pringosa que cubría el cuerpo de Ovardo, “Compruébenlo ustedes mismos. Sus ojos no les mentirán” Los soldados aun incrédulos, acercaron las antorchas que llevaban al cuerpo de aquel hombre tirado, la expresión de sus rostros se transformó, era imposible, pero aquellos hombres decían la verdad “Será mejor que tengan una buena explicación para esto o les aseguro que no vivirán para ver de nuevo el sol” sentenció el soldado.


León Faras.