X.
“¿Y estás seguro de lo que viste?”
preguntó Enrique Bolaño sentado en un elegante sofá de cuero mientras botaba la
ceniza de su cigarrillo en un cenicero frente a él. Primo Petrucci desde el
otro lado de su escritorio de roble respondió apremiante “Por supuesto que sí.
¡Mi hijo se puso a vomitar cabezas de pescado enteras y en frente de mí!
ahogado, tosía y escupía horriblemente, lo hubieses visto, pensé que…” “Estoy
hablando de la sirena…” Le interrumpió Bolaño quien, en el fondo de su corazón,
no sentía ni la más mínima preocupación por lo que fuera que le sucediera al
hijo de su socio, “… ¿Estás completamente seguro de que no se trataba de algún
truco o montaje?” “Oh…” respondió Petrucci con un leve disgusto, “…la sirena
era completamente real, puedo asegurártelo.” Enrique se echó atrás cómodamente
en su sofá con la vista perdida en algún punto indeterminado de la habitación, “Pues
entonces vamos a conseguir esas fotografías como sea, lo quiera o no ese tipo…
¿Cómo se llamaba?” “Cornelio Morris” respondió Petrucci y luego agregó “…pero
te advierto que deberás tener cuidado, ese tipo es un loco peligroso, hasta se
atrevió a amenazarme” “¿Con una demanda? ¡Qué lo haga! nuestros abogados lo
destrozarán.” “No con una demanda, me amenazó con todas las penas del infierno
para mí y mi familia. Y por lo que le hizo a mi hijo, creo que hablaba en serio”
“¡Tonterías!...” respondió su socio “…te asustas demasiado fácilmente con las
divagaciones de un demente, pero no te preocupes, tú no vas a volver allí y por
supuesto que yo tampoco iré. Enviaré profesionales que se encarguen de hacer un
buen trabajo.” Petrucci no era de los que se asustaba fácilmente ni menos un
tonto, sabía exactamente lo que había visto y se daba cuenta de que había algo
más que solo palabras en las amenazas de Morris, pero por otro lado podía
sentirse seguro mientras no se acercara a ese circo de nuevo y la idea de tener
esas fotos en la portada de su revista le resultaba aun, sumamente atractiva,
“Bien…” dijo al fin “…pero es un circo itinerante, seguro ya se han ido del
lugar donde estaban, ¿cómo piensas encontrarlo?”, “Ya te lo dije…” respondió
Bolaño poniéndose de pie, “…enviaré profesionales” agregó mientras se dirigía a
la puerta, pero antes de salir, un pequeño remordimiento lo hizo preguntar sin
sentir verdadero interés “Tu hijo está
bien, ¿verdad?” Petrucci se dio cuenta de eso, pero de todas maneras respondió
con más detalles de los que su socio estaba interesado en conocer “Sí, está
bien. Tenía una sensación desagradable en el estómago, pero el médico no le
encontró nada raro, dijo que lo más probable era que algo de lo que había
comido le había caído mal, y eso fue lo que le dijimos a su madre, ya sabes
cómo se ponen las mujeres, pero tuve que sobornar al pequeño para que no
contara en casa nada sobre las cabezas de pescado, de todas formas, no
hubiésemos tenido forma de explicar algo así…” Petrucci hizo una pequeñísima
pausa que Bolaño aprovechó en el acto para salir de allí, “Me da gusto saberlo.”
soltó mientras ya cerraba la puerta.
Con el comienzo de un nuevo día, el
Circo ya estaba listo para funcionar y recibir a sus visitantes, pero estos
eran tan escasos como pobres, por lo que Morris los recibía de mala gana,
disgustado y con deseos de irse de allí lo antes posible, sabía que no podía
acercarse demasiado a las grandes ciudades pero, estos puebluchos
insignificantes no le generaban ninguna ganancia, sin embargo, los pocos
pobladores de aquel pueblo pesquero eran personas sencillas que se
maravillaban de todo lo que veían y se mostraban entusiastas y asombrados de
cualquier cosa, tanto así, que Von Hagen no había necesitado encerrarse en su
jaula y realizar el show simiesco de siempre para impresionar a sus
espectadores, simplemente se paseaba tranquilo, saludando con su natural
amabilidad y dejándose tocar por los niños que al verlo sonriente, abandonaban
las faldas de su madre para acercarse, todo lo contrario del pequeño Román
Ibáñez, que deambulaba borracho y malhumorado, soltando insultos y amenazas a
las personas que se detenían a observarlo y lo señalaban con el dedo, como si
fuera la primera vez que veían a un enano, tanto así, que Charlie Conde debió mandarlo
a que fuera a hacer su trabajo con Mustafá, antes de que Cornelio se diera
cuenta de que solo andaba vagando, pero el enano le espetó con desprecio,
“¡Vete al infierno, Lamebotas!” y siguió su camino, grosero y desafiante. Un
poco más allá lo detuvo Horacio preocupado, el enano estaba borracho y eso lo
podía meter en graves problemas, se lo trató de hacer entender, pero Román
luego de beber un trago y limpiarse la comisura de su boca con la manga le
soltó una risotada “No seas idiota, ya estamos metidos hasta el cuello en
problemas, pobres y esclavizados hasta el fin de nuestros días por un sicópata
demente que se cree dios, pero por muy merecido que sea el castigo, eso no
quiere decir que lo deba aceptar de buena gana. Pero tú, eres una buena persona
Horacio, un imbécil redomado, pero buena persona, tú debes tener cuidado, estás
enamorado, todos lo saben, incluso Cornelio lo sabe, pero nadie te cree capaz
de nada, pero yo sí, porque un idiota enamorado puede ser aun más idiota y
hacer estupideces impensadas…” el enano se había puesto repentinamente serio y
le hablaba como si su borrachera se hubiese esfumado, Von Hagen, asombrado, no
podía soltar ninguna palabra “…como tratar de destruir los contratos, eso
cortaría las cadenas, lo sé, Mustafá me ha dicho cosas, me muestra imágenes
para tentarme y destruirme, ese miserable quiere que lo libere para acabar
conmigo, pero de nada serviría si no acabas con Morris… debes matar a Cornelio,
para conseguir lo que deseas tienes que…” Un repentino puntapié en su espalda lo interrumpió de sopetón y lo
envió volando sobre Horacio, haciendo rodar por el suelo a ambos, Cornelio
Morris agarró por el cuello al enano y lo elevó sin esfuerzo, estaba rojo de
ira “Enano miserable, ¡te atreves a conspirar contra mí, a desafiarme!” Román
comenzó a quedarse sin aire y su vista se nubló hasta quedar en tinieblas,
entonces tuvo una alucinación, estaba encerrado dentro de una estrecha caja de
madera y enterrado vivo, asfixiándose en total oscuridad, incapaz de salir de
allí y sin que nadie pudiera oírlo o ayudarlo. Solo algunos segundos duró esa
horrible y desesperante vivencia antes de que Morris lo soltara y el enano
recuperara el aliento y volviera a ver la luz del día, aterrado y sudoroso,
estaba totalmente desarmado, incapaz de desafiar a nada, Cornelio se agachó
para hablarle “Ya te lo había advertido, no olvides por qué estás aquí. Esa
solo fue una pequeña muestra de lo que tú hiciste con Mustafá, de tu propia
maldad, y casi te has meado en los pantalones. Sabes que eres capaz de cosas
mucho peores y también sabes que yo puedo volverlas contra ti. Si quieres vivir
un infierno, te daré un infierno, solo tienes que pedirlo” Luego le dirigió una
penetrante mirada a Von Hagen que temblaba de miedo a su lado, se mostraba tan
insignificante como siempre y Morris sabía que no había necesidad de
aleccionarlo, “Saca esta basura de aquí” le dijo refiriéndose al enano y luego
cambiando el tono de su voz y la expresión de su rostro, se dirigió a la
multitud, “Damas y caballeros, por favor no dejen de presenciar la sorprendente
habilidad de nuestra espectacular contorsionista. Seguro los dejará
boquiabiertos” y la gente le hizo caso en el acto, olvidando lo sucedido y agrupándose
a mirar la actuación de Beatriz Blanco, luego Morris tomó por los hombros a la
pequeña Sofía que estaba de píe junto al escenario donde actuaba su madre y la
alejó de allí para que también olvidara lo sucedido “Vamos preciosa, vamos a
buscar alguna golosina para ti…” la niña lo miró inquisidora, sin moverse del
lugar donde estaba, “¿Querías hacerle daño al pequeño señor?” era respetuosa al
dirigirse a sus mayores y esa era la forma más correcta que ella conocía para
dirigirse a Román, Cornelio le sonrió amable, “No, no le he querido hacer
ningún daño, no podría, pero él es un hombre que abusa del alcohol y cuando lo
hace no se comporta como debiera” la niña comenzó a caminar “Hoy hice un dibujo con mi mamá, ¿Quieres que
te lo muestre?” dijo la pequeña ya casi sin recordar el acceso de ira de
Morris, “Claro que sí linda, me muero de ganas de verlo” respondió el hombre
con excelente humor.
León Faras.