domingo, 3 de mayo de 2015

Zaida.

I.

La lluvia, ansiadamente esperada, llegaba apenas a tiempo para extinguir los últimos focos de fuego de una pequeña aldea devastada por la guerra, mojando los restos humeantes de las humildes chozas de los campesinos y los cadáveres de los que no habían alcanzado a escapar a tiempo. Las chacras, pobres y de pequeño tamaño, pronto se volvieron lodazales donde algunas cabras que no habían sido capturadas, regresaban para alimentarse de los cultivos, al no estar sus dueños para protegerlos. Una fracción del ejército amigo llegaba al lugar de camino a la capital, se cubrían los hombros y espaldas con pieles y las cabezas con anchos sombreros de fibras vegetales que los protegían según fuera el caso, tanto del sol como de la lluvia, su comandante solo se diferenciaba del resto de sus hombres porque cabalgaba a la cabeza del grupo, pero su apariencia era como la de cualquiera de sus soldados. A su lado, viajaba un anciano flaco montano en un asno que le había servido de guía en las montañas que acababan de cruzar, se cubría la cabeza con la capucha de su túnica totalmente empapada. La escena era desoladora, aunque para estos hombres no era nada nuevo, indolentes, debían recoger cualquier cosa que les sirviera de alimento y que los invasores no se hubiesen llevado o destruido y seguir su camino, dejándole los cuerpos a las aves de rapiña que no tardarían en limpiar el lugar del hedor de la muerte.

De seguro fue obra de la providencia, porque la niña no se movía ni emitía ningún sonido, solo mantenía la vista fija en el rostro desencajado de su madre muerta, ausente y con sus emociones bloqueadas, velando el gran cadáver de toda su aldea y de todos sus pobladores. Una de sus cabras regresaba al hogar cuando fue abatida por una flecha certera, su piel y su carne serían útiles para los soldados que la fueron a recoger, uno de estos en un vistazo casual vio a la chiquilla, parecía muerta, con manchas de sangre y los ojos abiertos pero inmóviles, al acercarse, la niña le dirigió una mirada indiferente y eso fue suficiente para confirmar que sí estaba con vida. Pronto el comandante, el anciano y varios hombres más estaban allí planificando qué hacer con la pequeña, “Hay que llevarla a otra aldea donde los pobladores puedan hacerse cargo de ella” propuso un soldado, “Las aldeas han sido arrasadas. No podemos darnos vueltas hasta encontrar una que aun no haya sido destruida” replicó otro, “Es la única sobreviviente, la muerte hubiese sido lo más justo para ella” sentenció otro soldado. Entonces el anciano se dirigió al comandante, “Señor, deja que yo me la lleve…” El comandante lo miró incrédulo “¿No estás un poco viejo para hacerte cargo de un niña?”; “Buscaré un lugar para ella, ¿Quién sabe, mi señor, si al salvarse una vida no se está salvando a toda la humanidad?, además, ustedes ya no me necesitan y tampoco pueden permitir que esta pequeña les acompañe” respondió el viejo en tono de justificación, “Tampoco puedes estar seguro de que si la vida que salvas no será luego la perdición de todos nosotros, pero si eso es lo que quieres…” dijo el comandante, “…no seré yo quien se oponga. Te deseo a ti y a tu nueva protegida un buen camino de regreso a casa” Luego sacó una pequeña bolsa de cuero con monedas de su cinturón para lanzársela al viejo como pago, pero este se negó efusivamente “No, no, no mi señor, yo no puedo recibir eso” “Yo no sé cómo ustedes los monjes de las montañas pueden vivir sus vidas sin jamás usar plata, oro ni nada parecido…”repuso el comandante entre divertido y frustrado con la respuesta del viejo, este pidió disculpas y se excusó “Esas son solo más ataduras para el hombre, lo que sí me gustaría pedirte, si no es molestia, es una de las pieles que usan… no es para mí, sino para cubrir a la niña. El viaje es largo y el clima en las montañas arrecia de sobremanera”

El viejo monje subió a la niña sobre su asno y la envolvió en la piel que le habían dado para protegerla del clima, “¿Cómo te llamas?” pregunto el viejo amable a la niña que apenas asomaba una pequeña porción de su rostro por entre los bordes de la piel que la cubría, pero no recibió ninguna respuesta de esta, “Bien, mi nombre es Badú, soy un monje de las montañas, cuidaré de ti de ahora en adelante y procuraré que nada te falte ¿Tienes hambre?” preguntó el viejo registrando su morral en busca de algún fruto seco, pero se detuvo al ver la absoluta indiferencia de la pequeña, “Bueno, yo tampoco soy muy bueno para comer. Recogeremos algunas cosas para el camino y nos pondremos en marcha. Hay un refugio cerca, podremos prender un fuego y cubrirnos de la lluvia. Estaremos muy cómodos, ya verás”

Badú se puso a caminar tirando del asno donde la niña viajaba totalmente abandonada a su destino, como un muñeco inerte sin ningún interés en la vida y su porvenir. El camino era inhóspito, y a medida que subían por estrechos y duros senderos, el viento frío se aliaba con más fuerza a la lluvia para mantener alejados a los intrusos, pero el viejo monje no era ningún intruso, todo allí era familiar para él, era su ambiente, su clima, su hogar, se asemejaba a los árboles que crecían allí, de troncos rugosos, madera dura y estructura atormentada, esculpidos por el rigor del ambiente. El monje caminaba sin apuro seguido del asno que tampoco era ajeno a todo aquello, el agua corría por las quebradas, muchas veces terminando en angostas y largas cascadas de formidable belleza que Badú conocía bien, porque hace siglos que eran las mismas y en los mismos lugares y habían senderos adecuados que las rodeaban o les pasaban por debajo para quienes conocían a la montaña. Al llegar a una saliente pudieron detenerse, enclavado en la pared de roca habían dos gruesos pilares de madera que sostenían un pequeño techo de tejas y bajo este un único peldaño de piedra que invitaba a entrar. El interior del refugio estaba forrado de madera y el cambio de temperatura dentro era evidente desde el primer momento, había una cavidad para encender fuego con una salida para el humo y junto a esta una buena porción de leña totalmente seca, “¿Ves? Esta leña ha sido dejada aquí para nosotros, mañana antes de continuar nuestro viaje, la repondremos en agradecimiento al siguiente viajero que necesite refugio. Así funciona toda la vida en el universo, es un ciclo que nunca debes olvidar: Recibir, agradecer y dar.” La niña lo escuchaba pero seguía ausente, Badú continuó amable y compasivo “Has vivido demasiadas cosas en muy poco tiempo, solo necesitas vivir más lento para que el tiempo alcance a lo que has vivido y volverás a la normalidad y la montaña es el mejor lugar para eso”


El día se terminó allí, pero la lluvia continuaría durante toda la noche, el viejo alimentó a su asno, el cual también se encontraba dentro del refugio y luego sacó un trozo de pan de cebada que le alcanzó a la pequeña con una sonrisa amable, esta lo recibió y se lo llevó dentro de su escondite de piel, mientras él apoyaba la espalda en la pared y masticaba largamente semillas tostadas. No cerró los ojos hasta que vio que la niña dormía, para entonces, la noche ya estaba bien entrada.


León Faras.

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