sábado, 30 de julio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XIII.



Oh, padre, no creo que eso sea prudente, acabamos de llegar y aún debemos instalarnos debidamente…” Dijo Migas, mientras repasaba sobre una piedra plana una y otra vez un viejo cuchillo, ya que el anterior lo había perdido, y miraba de reojo a la pareja de jóvenes que permanecían atados e inconscientes, “Oh sí, padre, la chica estaría muy bien de seguro…” dijo con una sonrisa algo reprimida, y agregó volviendo de súbito a la seriedad de antes, “…pero debemos ser cautelosos, padre, porque si nos vuelven a correr de aquí, ¿a dónde iremos esta vez?” En ese momento, Nina comenzó a volver en sí, estaba sentada en el suelo, con las manos atadas a la espalda y una mordaza en la boca con un sabor muy raro y lo primero que vio casi la vuelve a poner en estado de inconsciencia: era el horrible viejo momificado que antes había caminado hacia ella y que estaba convencida de que había salido en forma de alucinación de algún rincón recóndito de sus pesadillas más turbias, pero ahora estaba arrellanado como un trapo sobre una viejísima silla de brazos, con su nubosa vista perdida, la oscura e inhóspita boca abierta y… Nina forzó la vista con una mueca de asco, sí, una mosca salía de una de sus fosas nasales y se echaba a volar, luego de un corto paseo por el acartonado rostro del anciano, sin que este moviera un solo músculo siquiera. Era tan difícil de creer que esa cosa estuviese viva, que ahora ya no estaba tan segura de lo que había visto antes. Con uno o dos puntapiés en la canilla hizo que su enamorado se despertara y dejara de babearle el hombro. Él había oído historias de pequeño sobre el viejo Migas, como que raptaba a los niños mal portados para comérselos y cosas así, pero al llegar a cierta edad había dejado de creer en ellas, por supuesto, sin embargo, aquel hombre macilento, de pelo grasiento y lacio y pestañear forzado, se veía tal como el de aquellas historias, y el cuchillo que tenía en la mano definitivamente era muy real, “¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí?” Preguntó el viejo con tono muy disgustado, “¡Es que no saben que esta propiedad nos pertenece? ¡Que perteneció al padre de mi padre y que tenemos todo el derecho de estar aquí, mientras que ustedes no son más que unas sucias sabandijas invasoras!” Migas gesticulaba aparatosamente y con su más que convincente cuchillo en la mano, mientras que los asustados muchachos no hacían más que balbucear excusas y ruegos a través de sus mordazas, “¡Qué es lo que están buscando aquí? ¿Creen que no lo sé! ¡Qué no los vi? ¡Vienen a desahogar sus sucios impulsos en este hogar, buscando reproducirse en todo momento y por cualquier parte, como animales!” Su gesto asqueado era legítimo, ya que desde su más tierna juventud, hace mucho, mucho tiempo, la rígida moralidad impuesta por su padre, había rigurosamente desterrado de su cuerpo y de su mente cualquier necesidad o apetito de carácter sexual, llegando a considerar esto último, como el más sucio, improductivo e intolerable de los vicios y a la castidad como a la más poderosa de las virtudes, “Sí padre, tienes mucha razón, si se reproducen como cerdos, deberían ser tratados como cerdos” Dijo, acercando el brillante, aunque algo mellado filo de su cuchillo a la mejilla de Tobi, quién no podía abrir más los ojos en ese momento, ni aunque se lo pidieran. Entonces, Migas sintió de pronto un olor repugnante que lo detuvo, y comenzó a olfatear al muchacho cada vez más de cerca y con más ímpetu, hasta comprobar que no se equivocaba: todo el lugar olía a mierda de cabra, pero el chico apestaba a las mismas cabras de pie a cabeza. “¡Eres un maldito cabrero! ¡Maldición!” El viejo Migas se alejó de él como si hubiese sido golpeado en la nariz, “Sí padre, lo sé. Eso significa que esos bichos inmundos no tardarán en…” Exclamó, mientras se asomaba por la ventana para comprobar con infinita decepción como su propiedad era invadida por una multitud de bulliciosas y apestosas cabras, que apenas llegaban comenzaban a devorarlo todo… todo, y a sembrar el terreno por completo con su caca, como si de una plaga bíblica se tratara. Migas no lo dudó, desató al muchacho en el acto y a tirones y empujones lo sacó de su casa, “¡Lárgate de aquí, y llévate todos tus mugrosos animales contigo!” Tobi salió a trompicones de la cabaña para aterrizar en los brazos de su padre que había llegado hasta allí siguiendo al rebaño de cabras, “¡Qué rayos haces tú con mi hijo!” Le espetó el hombre, Migas estaba realmente indignado, “¿Ese rapaz apestoso e indecente es tu hijo? ¡Pues deberías saber controlarlo para que no ande invadiendo las propiedades ajenas en busca de saciar sus inmundos apetitos!” El hombre se ofendió, “¡Ese serás tú! ¡Qué más inmundo hay que cocinar a tus vecinos, viejo sucio!” “¡Calumnias! ¡Infundios! ¡Embustes de gente que para no ver su propia porquería, se empeña en inventar la de los demás!” respondió Migas, y la discusión ya comenzaba a dilatarse subiendo de volumen cada vez más, hasta que el otro hombre recordó que tenía una hija, “¿Y Nina?” Preguntó, Migas estaba furioso, “¡Quién demonios es Nina?” Gritó. Entonces Tobi, aliviado como se sentía de estar libre y entero, se atrevió a intervenir tímidamente en favor de su novia, diciendo que Nina era la muchacha que mantenía dentro amordazada, “¡Ah, esta es tu hija?” Preguntó el viejo, señalando algún punto dentro de su casa, “¡Pues déjeme decirle que las caricias libidinosas son su fuerte!” El hombre amenazó con golpearlo por tal atrevimiento, pero Migas continuó sin intimidarse, “Estos dos sinvergüenzas, invadieron mi propiedad sobajeándose el cuerpo entero, enroscados como serpientes que se aparean, con sus bocas pegadas y sus asquerosas lenguas cambiándose de una boca a la otra sin ningún pudor; intentaron meterse en mi hogar y le dieron un susto terrible a mi padre, que a su edad no puede estar sufriendo ese tipo de sobresaltos…” Los hombres pudieron echar un vistazo y ver el cadáver tirado en una silla al que Migas señalaba como su padre, el cual no había cambiado nada desde la última vez que lo habían visto, hace muchos años, y se preguntaron cómo era posible que aquello pudiera llegar a sobresaltarse de alguna forma. Migas continuó, “¿La quieren? ¡Claro que se las daré! ¡Faltaría más!” Y fastidiado, como ya estaba, entró en su casa, levantó a la chiquilla de un brazo y sin quitarle la amarra ni la mordaza siquiera, la lanzó fuera sin consideraciones de un empujón, como quien echa afuera a una mascota que se ha cagado en la alfombra, por suerte afuera había quien la recibiera o se hubiese dado de cara contra el suelo de seguro, luego, y muy ofendido, los increpó a todos, exigiéndoles que abandonaran su propiedad de inmediato con todos sus molestos bichos y que no regresaran nunca o ya no sería tan cortés, para terminar con un sonoro portazo en las narices de sus desagradables visitantes. Migas se quedó unos segundos con la oreja pegada a la puerta, para luego voltear y sonreírle maliciosa pero brevemente a su padre, “¡Vamos, padre, no estuvo tan mal!”


León  Faras.

sábado, 23 de julio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XII.



Los soldados cizarianos que buscaban al príncipe Rianzo, luego de la exhibición de combate con Féctor, decidieron regresar al cuartel sencillamente porque estaban agotados, hambrientos y no podían seguir registrando cada rincón sin tener ni una sola pista que seguir. Solo informarían que no habían encontrado nada y dejarían que sus rostros demacrados hablaran por ellos. Por otro lado, cuando Féctor se recuperó del tren de noventa kilos que le había golpeado la cara y arrojado al suelo, se dio cuenta de que Vanter se había guardado en el cinto la espada cizariana que le habían dejado y que le apuntaba al cuello con la suya, con una más que sospechosa sonrisita en el rostro “¿Te vas a enfrentar con una rama de árbol contra mí también?” Féctor lo miró fastidiado, como al amigo borracho que no deja de repetirse, mientras se limpiaba la porquería negra que le había brotado de la nariz, “¿Qué rayos quieres de mí, Vanter? ¡Rimos ya no existe! Ahora pertenece a Cízarin y tú eres tan indeseable como yo para ellos, ¿quieres ir hasta allá para que te conviertan en una antorcha? ¡Perfecto! Pero yo no iré contigo a ninguna parte… ¿Y sabes qué? hasta donde sabemos, tú y yo somos los únicos que quedan del infame ejército de inmortales, ¿Por qué no me das esa ridícula espada cizariana y acabamos con esto? ¡El primero que le corte la cabeza al otro, gana!” Vanter solo lo miraba, impasible como siempre, “No pienso llevarte a ninguna parte conmigo…” Le dijo con ese tono insoportablemente calmado que siempre usaba, y agregó, “Y si hubiese querido matarte, te hubiese prendido fuego mientras pendías de ese árbol… no” Le estiró la mano para ayudarlo a ponerse de pie, Féctor estaba confundido, pero Vanter era el sinónimo de honor y entereza en el que todo el mundo podía confiar. Aún con recelo, el traidor aceptó la ayuda, “Lo que yo quiero…” Anunció Vanter mientras le agarraba la mano con fuerza, “¡Es tu grandeza!” Concluyó, al tiempo que cogía la pequeña espada cizariana de su cinto y la dejaba caer sobre la muñeca del traidor, rápida y certera, amputándole la mano derecha de un solo golpe y para siempre. Féctor gritó el “NO” más furioso brotado de sus entrañas, más por rabia y frustración que por dolor físico real; el perro feo, que hasta ese momento solo dormitaba junto a las brasas, ladró como si se hubiese sentido aludido u ofendido y Vanter, frío e impasible, arrojó el miembro amputado a las ascuas donde no tardó en arder hasta consumirse por completo, luego montó su caballo y antes de irse seguido del perro con dirección a Cízarin, dejó ensartada la espada cizariana, manchada con la sangre negra de los inmortales, en la rama de un árbol. Féctor se quedó allí, tirado en el suelo sujetando su muñón ya monstruosamente cicatrizado, negándose una y otra vez lo evidente, incapaz de convencerse de lo que acababa de suceder, mordiendo su rabia e impotencia hasta hacerle brotar lágrimas de los ojos. El mejor espadachín de Rimos no era nadie ahora.



Pocos minutos después, Féctor se daría cuenta de que estaba siendo observado con curiosidad desde el camino, por un hombre harapiento y encapuchado que tiraba de un asno cargado con leña. Él no lo sabía, pero Gan ya llevaba un rato ahí parado y había visto lo que acababa de suceder y también había visto al hombre que hace poco se había ido en su caballo. Sin embargo, ese no era su problema, por lo que solo se limitó a hacer una tímida y respetuosa reverencia y seguir su camino.



Escuche capitán, mi nombre es Qrima, fui soldado de Cízarin en mi juventud y respetado entrenador de arqueros por más de quince años, tengo muchos amigos ahí y ahora mismo un destacamento cizariano viene subiendo hacia acá a tomar posesión de Rimos y hacer respetar su autoridad. No busco problemas con usted ni con nadie, solo busco noticias para mi sobrina sobre su prometido, el desertor” Dagar lo miraba como aturdido, no estaba borracho, solo increíblemente agotado, “¿Es eso cierto? que los cizarianos ya vienen…” Qrima asintió, “Sí señor, los avisté mientras subía. No tardan en llegar” El capitán estaba moralmente derrotado, pronto tendría que rendirle cuentas a los oficiales enemigos y eso le escocía las entrañas. Se dirigió al cantinero, “Roma, ¿cuál es el destino de los desertores en Rimos?” “La muerte, señor” respondió aquel de inmediato, “¿Y su cuerpo?” Agregó Dagar, “Su cuerpo es abandonado como comida para las alimañas” Recitó el cantinero, “Ahí tienes tu respuesta” Concluyó el capitán, al tiempo que ordenaba el desalojo del local por parte de todos sus subalternos y se retiraba con ellos para darle la bienvenida al general Fagnar y su tropa.



Ya eran las primeras hora de la tarde cuando Emmer y Janzo avistaron la ciudad libre de Bosgos y pensaron en detenerse a comer un trozo de la increíble pieza de carne curada que le habían comprado a aquel viejo raro en el camino y que aún no habían probado, pero no pudieron hacerlo porque fueron invadidos por un verdadero río de impertinentes cabras que en segundos lo inundó todo y se quedó ahí como estancado, con todos los animales mirándose entre sí y sin que ninguno se decidiera a moverse a ninguna parte. Cuando lograron sortearlas y salir de en medio a punta de empujones, puntapiés y algunas corneadas poco amistosas por parte de las cabras, se encontraron con dos hombres que se acercaban discutiendo airadamente, “¡Tu hijo es un vago irresponsable! ¡Mira hasta dónde han llegado mis cabras porque nadie las está vigilando! ¡Y encima tiene la cara para cobrarme!” Discutía uno, “¡La culpa es de tu hija! ¡Que no para de moverle el trasero a mi hijo como una gata en celo! ¡Crees que no la he visto como lo mira? ¡si parece que cualquier día se lo va a comer!” Alegaba el otro, “¡Mi hija es una señorita bien educada y no le mueve el trasero a nadie! ¡Es tu hijo el que no deja de acosarla y perseguirla como un sinvergüenza pervertido!” Gritaba el primero, “Mi hijo era un buen muchacho, ¡Maldita la hora en que conoció a tu hija!” Se quejó el segundo. La discusión era tan fuerte, que cualquiera que pasara por ahí podía enterarse de lo que sucedía, aunque no tuvieran ningún interés en ello. Como los hombres estaban a punto de empezar a darse de golpes en la cara en cualquier momento, Emmer decidió intervenir, “…Venimos de una tierra que está en guerra, los huérfanos y las viudas se cuentan por cientos, los padres lloran a sus hijos y ustedes discutiendo entre sí por los suyos, en vez de solo ponerles un poco más de atención” Los hombres enmudecieron y lo miraron sin poder comprender quién diablos era ese tipo y por qué les estaba hablando, incluso Janzo lo miró preocupado, “Hablas como una anciana” Le dijo al fin. En ese momento a uno de los hombres le llamó la atención el trozo de carne curada que Janzo aún tenía en la mano, “¿De dónde sacaron eso?” Preguntó, el cizariano le respondió y ambos hombres se miraron entre sí, “Por lo que dice, ese es el viejo Migas. Si yo fuera usted, no comería eso…” Dijo uno, “Al viejo Migas lo echaron de Bosgos hace varios años por sospecha de curar y vender carne humana” Añadió el otro, “Algunos aseguran que eran más que solo sospechas, sobre todo porque el viejo no tenía ningún cerdo” Concluyó el primero abriendo unos ojos enormes. Iban a seguir con la historia, cuando una tosca campanilla empezó a sonar y a alejarse, y tras ella, todo el rebaño de cabras empezó a moverse y a introducirse por un estrecho pasadizo entre la vegetación, aquello que sonaba era el cencerro de la cabra líder, que era la que tenía la relación más larga y estrecha con el cabrero y que era capaz de seguir el rastro de este como si fuese un perro, mientras las demás cabras la seguían a ella, los hombres sabían eso, pero no comprendían lo que estaba sucediendo, hasta que consideraron hacia dónde conducía ese camino y uno lo señaló en voz alta “…hacia la antigua cabaña abandonada del viejo Migas…” Mientras que Janzo, aún miraba incrédulo su apetitoso trozo de carne, “Espera… ¿dijo carne humana?”


León Faras.



viernes, 15 de julio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera Parte.

 

XI.



Cuando entramos en combate…” Comenzó Janzo, mientras ambos caminaban junto al caballo, “…encontramos a un solo enemigo en nuestro camino…” Emmer le escuchaba en silencio. “Era un soldado, pero estaba más que borracho, estaba completamente idiotizado, como si le hubiesen dado uno de esos hongos bosgoneses que no te matan pero te sacan del cuerpo…” Emmer recordaba haber visto a un solo hombre enfrentarse a un escuadrón mientras buscaba a Nila y gracias a él pudo escabullirse, pero estaba muy lejos y oscuro y no lo reconoció, lo que sí recordaba, era que aquel hombre se movía como si estuviera completamente ebrio. Janzo continuó, “Tenía unas grotescas marcas en la cara y el cuerpo que nunca había visto antes, cicatrices como la que tú llevas en el pecho…” Lo dijo sin siquiera mirarlo, como quien comenta algo casual y de poca importancia. Emmer había intentado ocultar su cicatriz lo mejor posible, pero no mientras dormía. Ahora escuchaba a su compañero con especial atención, “…después de decapitarlo, sin que ese pobre infeliz se inmutara siquiera ante la hora de su muerte, pudimos ver que su cabeza, aun separada de su cuerpo, seguía moviendo los ojos e intentando hablar…” Emmer, mientras estuvo en la batalla, nunca vio un rimoriano decapitado, pero aquello de la cabeza parlante sonaba definitivamente a un inmortal de Rimos. Lo que sí recordaba perfectamente, era la imagen de sus compañeros ardiendo como antorchas, abrasados por un fuego que él no se explicaba qué era y contra el que no les había valido de nada su inmortalidad, “Poco después…” Continuó su compañero, “…enfrentamos enemigos que caían con heridas mortales y volvían a ponerse de pie y seguir peleando como poseídos… dime ¿qué clase de droga usaron y qué marcas son esas?” Emmer lo consideró unos segundos pero luego decidió hablar con la verdad y contarle, después de todo, la batalla había quedado muy atrás para ambos y ninguno de los dos pensaba regresar a ella. Le habló sobre la fuente de Mermes, la inmortalidad y las asquerosas cicatrices con las que su cuerpo se sanaba milagrosamente, “Esta me la hizo un capitán cizariano mientras intentaba huir de la ciudad para poner a salvo a mi prometida… y esta otra me la hizo un oficial rimoriano cuando me atraparon desertando de la batalla… oficialmente fui ejecutado por deserción” Concluyó Emmer, levantándose la ropa y enseñando sus horrorosas marcas. Janzo lo miró desconcertado, había oído de la diosa Mermes y sus prodigiosas lágrimas, pero creía que solo eran historias de los viejos, el rimoriano estaba de acuerdo, “Todos creíamos eso, hasta que la fuente apareció y nos dieron de beber de ella” Janzo asintió, meditando todo aquello por unos segundos, para luego añadir con marcado desagrado, “Hueles horrible” Emmer lo admitió con gesto resignado.



Mientras Qrima cruzaba los pilares de la entrada a Rimos, la niña pequeña avanzaba con paso firme y la vista al frente por la vera del camino, con una marcialidad envidiable que no se veía alterada ni por los guijarros que la hacían tropezar de vez en cuando, y que llamaba la atención de varios de los soldados cizarianos que marchaban en sentido contrario. Estos llegaron a creer que la pobre debía de ser sorda, porque aunque algunos la hablaron para saludarla o por simple curiosidad, la niña no les hizo ningún caso, solo un mulero que venía al final la cogió por el brazo y la detuvo con algo de brusquedad, para saber qué diablos le sucedía y por qué ignoraba a todo el mundo, pero el perro pequeño que la seguía reaccionó con tal grado de agresividad, que el mulero retrocedió de un salto. La niña miró al perro como culpándolo de arruinar su poder de “inadvertencia” y sin una sola palabra reanudó su camino, seguida de su incondicional compañero canino. Otro mulero que iba cerca le comentó a su colega con todo lastimero, “Seguro que la pobre nació idiota.” Seguramente quería decir sordomuda, pero idiota era cualquiera que no tuviera la capacidad o facilidad de entendimiento, incluyendo a los sordos de nacimiento.



Rimos era una ciudad muerta donde nadie hacía guardia ni controlaba quien entraba o quien salía, como un pollo sin cabeza cuyo cuerpo corre sin ir a ninguna parte hasta caer. Había soldados borrachos riendo junto a otros que lloraban desconsoladamente, y un cuerpo al que nadie le prestaba la menor atención, que ardía en una pira cerca de allí, aquel era Serna, el clérigo, aunque eso Qrima no lo sabía y por un segundo se imaginó que podían estar incinerando el cuerpo del desertor, iba a acercarse a preguntar, pero en cuanto reconoció al capitán Dagar entre los que estaban allí, prefirió acomodarse la capucha y seguir su camino sin desviarse. Le parecía un buen soldado, pero quisquilloso como pocos y de carácter algo caprichoso también, capaz de fastidiarlo si le reconocía y Qrima, a su edad, era un hombre que buscaba alejarse de las complicaciones. Se dirigió al Tres Cuernos como Gan le aconsejó, un sitio tosco y no muy limpio, pero acogedor y bien abastecido para ser una taberna de Rimos, donde pidió una cerveza para quitarse el polvo del camino atascado en su garganta, el lugar estaba poco menos que vacío, solo estaban los soldados más jóvenes y novatos, aquellos cuyo patriotismo no estaba del todo desarrollado, o era casi inexistente y les daba lo mismo un rey que otro. Uno de los jóvenes, tenía una pequeña audiencia cautivada con la historia de un hombre al que habían atravesado con un puñal en frente de sus ojos, y el tipo seguía vivo como si nada. A Qrima le parecía haber visto a ese muchacho la noche de la huida, pero no estaba muy seguro, todo suele ser muy diferente debajo de un aguacero como el de esa noche, aun así se aprovechó del tedio del cantinero, un hombre tan mayor como él pero el doble de obeso y con toda su cabellera aún intacta, para que le pusiera al corriente, “Aquel es Cuci, dice que atraparon a un soldado de Rimos desertando y que fue ajusticiado con un puñal en el corazón pero no murió, que la fuente los hizo inmortales o algo así. Yo no me fiaría de él ni un poco, señor, es un soñador que vive con la cabeza en las nubes y cualquier día la pierde por eso, se lo aseguro, además, si eran tan inmortales, ¿por qué perdieron la batalla? ¡eh? Las personas como él creen en todo lo que oyen…” Iba a seguir con alguna de sus muchas historias, cuando un oficial de más alto rango entró y se acercó a ellos. Cuci se quedó mudo al instante. “Sabía que eras tú” Dijo Dagar, mirando al viejo a la cara, “¿Que pasó con el coche lujoso que conducías, abuelo?” Qrima respiró hondo, era justamente eso lo que deseaba evitar.


León Faras.

viernes, 8 de julio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

X.



Apenas comenzando el empinado ascenso a Rimos, Qrima se cruzó en el camino con la niña cuyo poder más grande radicaba en la habilidad de moverse por el mundo pasando inadvertida, a veces no lo conseguía, pero eso era por culpa del tonto perro que obstinadamente la seguía, o eso era lo que ella creía. El viejo la miró y se preguntó para qué rayos llevaría ese trozo de leña bajo el brazo o para qué lo querría, y aunque tuvo la débil intención de preguntárselo, la pequeña no le dirigió ni la más mínima mirada al pasar junto a él, ignorándolo por completo, como si no existiera, al igual que a los dos pieleros que hace rato la seguían. Barros y su hijo Petro sí se detuvieron a saludar al viajero, “Te deseamos un buen camino y mejor jornada, aunque este sea un infausto día en el lugar a donde vas” Qrima devolvió el gesto y explicó que estaba enterado de todo y que viajaba con la intención de averiguar sobre el destino de un soldado rimoriano, “…Es que es el prometido de mi sobrina… la pobre está muy preocupada” Se excusó con gesto afligido, ambos pieleros le devolvieron rostros doblemente afligidos, “La noticia es que no regresó ni uno solo de los soldados que partieron. Ni tan solo el rey” Respondió Barros, “Solamente el príncipe Ovardo, pero su estado es lamentable y ni siquiera participó en la batalla; nosotros mismos custodiamos su camino hasta aquí” Agregó su hijo Petro, profundamente afectado, para luego añadir en tono de sano cotilleo, “Dicen que se trata de algún tipo de hechizo maligno…” Al mismo tiempo, su padre contemplaba el horizonte donde algo llamó su atención, “Por todos los dioses. Este sí es un buen día para ser un rimoriano muerto, ¿no?” Comentó, señalando en la distancia a un escuadrón de soldados cizarianos, comandados por el general Fagnar, que marchaban a Rimos para tomar posesión de este, seguido de un largo séquito de carreteros y muleros, básicamente, el grupo de saqueadores enviado por el rey Siandro para coger su compensación. Qrima decidió que debía irse, pronto los soldados rimorianos estarían muy ocupados como para poder hablar con él. Allá abajo, la niña pequeña continuaba con su camino, resuelta. Muy pronto necesitaría de todo su poder de “invisibilidad” para atravesar el batallón que se le aproximaba.



Tobi era un cabrero flacuchento e imberbe que aún no llegaba a los veinte años, pero que ya se sentía en el mejor momento de su vida gracias a que había conseguido una novia que al igual que él, siempre estaba dispuesta a escabullirse para encontrarse con él a solas y disfrutar de los placeres del cuerpo. Ella era una jovencita regordeta, menor que él, llamada Nina. Y debían hacerlo así, porque el padre del muchacho no esperaba de él nada más que trabajo y trabajo y la boca siempre bien cerrada, y el padre de ella no quería verlo cerca de su hija bajo amenaza de molerle su delgaducho cuerpo a palos, por lo que, dentro de sus muchos niditos de amor, aquella mañana escogieron la vieja cabaña abandonada en el bosque, en las afueras de Bosgos. Al llegar, se reunieron ansiosos, y entre besos desmesurados y elocuentes e inapropiadas caricias se dirigieron a la puerta, pero esta, por primera vez desde que la visitaban, estaba cerrada por dentro y aunque Tobi insistió enojado y le soltó un par de insultos, no pudo abrirla. Por un segundo puso atención a su alrededor y vio lo que era parte de una carreta al borde de ser considerada carne de fogata, pero cuando Tobi estaba dispuesto a investigar quién les había robado a él y su enamorada su lugar especial, descubrió que Nina estaba paralizada, intentando desesperadamente, pero sin éxito, formar un solo sonido con

 su boca. Caminando hacia ellos, con un andar vacilante e inestable, se acercaba un anciano cuyo mal olor le precedía, pero no era un anciano normal, sus ojos eran grises como la ceniza, su boca abierta, en la que no se podía ver nada de lo que debería haber ahí, parecía como un pozo de hedor sin fondo, sus huesos estaban a la vista bajo un pellejo reseco que lucía agrietado como una vieja pared de barro, grietas de las que hace mucho no escurría ni una sola gota de sangre, además, el anciano estiraba una de sus esqueléticas manos de uñas sucias y rotas hacia ellos, como si anhelara algo incapaz de expresar. Por fin Nina desató el nudo que la paralizaba dentro de su cerebro y un grito largo y agudo brotó de lo más profundo de su ser, al mismo tiempo que la puerta de la cabaña se abría y de ahí salía un trozo de leña que noqueaba de un golpe en la cabeza al pobre de Tobi. Acabado su grito, la buena de Nina procedió a desmayarse, como si hubiese gastado con ese grito todo el oxígeno del que disponía su cuerpo y se quedó tirada en el suelo junto a su novio. En la puerta estaba parado el viejo Migas, con el ceño apretado y la boca torcida, “¿Padre, dónde estabas?”



Nazli ya se había levantado, aseado, desayunado sopa de pescado con cebolla y ya había empezado a limpiar el desorden que quedaba de cada noche, cuando aparecieron en la puerta sus nuevos amigos: el tipo grande de la nariz maltratada y su compañero calvo con cara de roedor. Para ese momento, la chica ya se había enterado por Grisélida que aquellos tipos podían comportarse como imbéciles a veces, pero que en realidad ambos eran buenas personas. Supo que el grandulón se llamaba Chad y que su nariz maltratada y otras marcas en su cuerpo se las debía a su padre, cuyo pasatiempo favorito fue golpearlo durante mucho tiempo. También que era pescador como casi todos allí y que tenía un hijo del que se sentía orgulloso y al que, bajo juramento, jamás le pondría un dedo encima. Su compañero se llamaba Pidras y trabajaba en el muelle desde que su madre murió cuando era un niño. Que no lo maltrató nunca su padre porque jamás lo conoció, pero sí la vida, mediante el hambre, el frío y otras necesidades. Que una mujer le había roto el corazón hace muchos años y que eso lo había vuelto un resentido que no confiaba sus sentimientos a ninguna mujer que no fuera prostituta, porque al menos ellas sí eran honestas. Llegaban a esa hora en busca de atención, pero no de la habitual, sino de una más inusual. Pidras había sido pateado aquella mañana por la nueva burra del muelle, pero esta apenas le había hecho daño, el problema es que había caído torpemente sobre unas herramientas y un garfio le había rajado la espalda. Grisélida al verlo se volteó repugnada y luchando por dominar sus sentidos y no desmayarse ahí mismo; ella podía tratar con fracturas, huesos dislocados, dolores de barriga, algunos tipos malolientes de pestes y hasta los comunes parásitos intestinales, pero por algún extraño motivo, solo explicable en alguna vida pasada de la que no tenía noticias, no soportaba ver sangre sin sentir repudio. De esas cosas se encargaba Gorman, “¡Gorman! ¡Pon a calentar el hierro!” Y su método favorito, y el único que conocía, era la cauterización. Nazli examinó la herida con su ojo experimentado, “¿Tienes una aguja?” Le preguntó a la mujer, esta la miró ocultándose tras su mano para no ver, “¿Por qué?” Respondió alarmada, como si hubiese oído un disparate, la chica dijo que podía coser la herida y esta vez fue Pidras quien reaccionó alarmado, “¡¿Acaso te crees que soy un saco de patatas para coserme?!” Nazli respondió en idéntico tono, “¿Acaso prefieres que te rosticen la carne como una chuleta!” Pero Chad no estaba nada alarmado, “Los soldados hacen eso, ¿verdad? Coser las heridas” Comentó a la chica, no sin algo de suspicacia en los ojos y esta asintió sin agregar nada. El hombre aceptó el silencio y convenció a su amigo de que aquella era la mejor opción, y más aun cuando aquel vio aparecer a Gorman sonriente con su hierro incandescente en la mano como quien va marcar una res. Todos, excepto Pidras, que no podía y Grisélida, que no lo soportaba, contemplaron admirados el arte de la muchacha para unir las carnes con hilo y aguja y mientras lo hacía, Nazli quiso hacer algunas preguntas distraídamente sobre ese gran Tigar nuevo del que hablaban y que según decían, su cuerpo cicatrizaba sus heridas de forma anormal.


León Faras.