sábado, 23 de julio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XII.



Los soldados cizarianos que buscaban al príncipe Rianzo, luego de la exhibición de combate con Féctor, decidieron regresar al cuartel sencillamente porque estaban agotados, hambrientos y no podían seguir registrando cada rincón sin tener ni una sola pista que seguir. Solo informarían que no habían encontrado nada y dejarían que sus rostros demacrados hablaran por ellos. Por otro lado, cuando Féctor se recuperó del tren de noventa kilos que le había golpeado la cara y arrojado al suelo, se dio cuenta de que Vanter se había guardado en el cinto la espada cizariana que le habían dejado y que le apuntaba al cuello con la suya, con una más que sospechosa sonrisita en el rostro “¿Te vas a enfrentar con una rama de árbol contra mí también?” Féctor lo miró fastidiado, como al amigo borracho que no deja de repetirse, mientras se limpiaba la porquería negra que le había brotado de la nariz, “¿Qué rayos quieres de mí, Vanter? ¡Rimos ya no existe! Ahora pertenece a Cízarin y tú eres tan indeseable como yo para ellos, ¿quieres ir hasta allá para que te conviertan en una antorcha? ¡Perfecto! Pero yo no iré contigo a ninguna parte… ¿Y sabes qué? hasta donde sabemos, tú y yo somos los únicos que quedan del infame ejército de inmortales, ¿Por qué no me das esa ridícula espada cizariana y acabamos con esto? ¡El primero que le corte la cabeza al otro, gana!” Vanter solo lo miraba, impasible como siempre, “No pienso llevarte a ninguna parte conmigo…” Le dijo con ese tono insoportablemente calmado que siempre usaba, y agregó, “Y si hubiese querido matarte, te hubiese prendido fuego mientras pendías de ese árbol… no” Le estiró la mano para ayudarlo a ponerse de pie, Féctor estaba confundido, pero Vanter era el sinónimo de honor y entereza en el que todo el mundo podía confiar. Aún con recelo, el traidor aceptó la ayuda, “Lo que yo quiero…” Anunció Vanter mientras le agarraba la mano con fuerza, “¡Es tu grandeza!” Concluyó, al tiempo que cogía la pequeña espada cizariana de su cinto y la dejaba caer sobre la muñeca del traidor, rápida y certera, amputándole la mano derecha de un solo golpe y para siempre. Féctor gritó el “NO” más furioso brotado de sus entrañas, más por rabia y frustración que por dolor físico real; el perro feo, que hasta ese momento solo dormitaba junto a las brasas, ladró como si se hubiese sentido aludido u ofendido y Vanter, frío e impasible, arrojó el miembro amputado a las ascuas donde no tardó en arder hasta consumirse por completo, luego montó su caballo y antes de irse seguido del perro con dirección a Cízarin, dejó ensartada la espada cizariana, manchada con la sangre negra de los inmortales, en la rama de un árbol. Féctor se quedó allí, tirado en el suelo sujetando su muñón ya monstruosamente cicatrizado, negándose una y otra vez lo evidente, incapaz de convencerse de lo que acababa de suceder, mordiendo su rabia e impotencia hasta hacerle brotar lágrimas de los ojos. El mejor espadachín de Rimos no era nadie ahora.



Pocos minutos después, Féctor se daría cuenta de que estaba siendo observado con curiosidad desde el camino, por un hombre harapiento y encapuchado que tiraba de un asno cargado con leña. Él no lo sabía, pero Gan ya llevaba un rato ahí parado y había visto lo que acababa de suceder y también había visto al hombre que hace poco se había ido en su caballo. Sin embargo, ese no era su problema, por lo que solo se limitó a hacer una tímida y respetuosa reverencia y seguir su camino.



Escuche capitán, mi nombre es Qrima, fui soldado de Cízarin en mi juventud y respetado entrenador de arqueros por más de quince años, tengo muchos amigos ahí y ahora mismo un destacamento cizariano viene subiendo hacia acá a tomar posesión de Rimos y hacer respetar su autoridad. No busco problemas con usted ni con nadie, solo busco noticias para mi sobrina sobre su prometido, el desertor” Dagar lo miraba como aturdido, no estaba borracho, solo increíblemente agotado, “¿Es eso cierto? que los cizarianos ya vienen…” Qrima asintió, “Sí señor, los avisté mientras subía. No tardan en llegar” El capitán estaba moralmente derrotado, pronto tendría que rendirle cuentas a los oficiales enemigos y eso le escocía las entrañas. Se dirigió al cantinero, “Roma, ¿cuál es el destino de los desertores en Rimos?” “La muerte, señor” respondió aquel de inmediato, “¿Y su cuerpo?” Agregó Dagar, “Su cuerpo es abandonado como comida para las alimañas” Recitó el cantinero, “Ahí tienes tu respuesta” Concluyó el capitán, al tiempo que ordenaba el desalojo del local por parte de todos sus subalternos y se retiraba con ellos para darle la bienvenida al general Fagnar y su tropa.



Ya eran las primeras hora de la tarde cuando Emmer y Janzo avistaron la ciudad libre de Bosgos y pensaron en detenerse a comer un trozo de la increíble pieza de carne curada que le habían comprado a aquel viejo raro en el camino y que aún no habían probado, pero no pudieron hacerlo porque fueron invadidos por un verdadero río de impertinentes cabras que en segundos lo inundó todo y se quedó ahí como estancado, con todos los animales mirándose entre sí y sin que ninguno se decidiera a moverse a ninguna parte. Cuando lograron sortearlas y salir de en medio a punta de empujones, puntapiés y algunas corneadas poco amistosas por parte de las cabras, se encontraron con dos hombres que se acercaban discutiendo airadamente, “¡Tu hijo es un vago irresponsable! ¡Mira hasta dónde han llegado mis cabras porque nadie las está vigilando! ¡Y encima tiene la cara para cobrarme!” Discutía uno, “¡La culpa es de tu hija! ¡Que no para de moverle el trasero a mi hijo como una gata en celo! ¡Crees que no la he visto como lo mira? ¡si parece que cualquier día se lo va a comer!” Alegaba el otro, “¡Mi hija es una señorita bien educada y no le mueve el trasero a nadie! ¡Es tu hijo el que no deja de acosarla y perseguirla como un sinvergüenza pervertido!” Gritaba el primero, “Mi hijo era un buen muchacho, ¡Maldita la hora en que conoció a tu hija!” Se quejó el segundo. La discusión era tan fuerte, que cualquiera que pasara por ahí podía enterarse de lo que sucedía, aunque no tuvieran ningún interés en ello. Como los hombres estaban a punto de empezar a darse de golpes en la cara en cualquier momento, Emmer decidió intervenir, “…Venimos de una tierra que está en guerra, los huérfanos y las viudas se cuentan por cientos, los padres lloran a sus hijos y ustedes discutiendo entre sí por los suyos, en vez de solo ponerles un poco más de atención” Los hombres enmudecieron y lo miraron sin poder comprender quién diablos era ese tipo y por qué les estaba hablando, incluso Janzo lo miró preocupado, “Hablas como una anciana” Le dijo al fin. En ese momento a uno de los hombres le llamó la atención el trozo de carne curada que Janzo aún tenía en la mano, “¿De dónde sacaron eso?” Preguntó, el cizariano le respondió y ambos hombres se miraron entre sí, “Por lo que dice, ese es el viejo Migas. Si yo fuera usted, no comería eso…” Dijo uno, “Al viejo Migas lo echaron de Bosgos hace varios años por sospecha de curar y vender carne humana” Añadió el otro, “Algunos aseguran que eran más que solo sospechas, sobre todo porque el viejo no tenía ningún cerdo” Concluyó el primero abriendo unos ojos enormes. Iban a seguir con la historia, cuando una tosca campanilla empezó a sonar y a alejarse, y tras ella, todo el rebaño de cabras empezó a moverse y a introducirse por un estrecho pasadizo entre la vegetación, aquello que sonaba era el cencerro de la cabra líder, que era la que tenía la relación más larga y estrecha con el cabrero y que era capaz de seguir el rastro de este como si fuese un perro, mientras las demás cabras la seguían a ella, los hombres sabían eso, pero no comprendían lo que estaba sucediendo, hasta que consideraron hacia dónde conducía ese camino y uno lo señaló en voz alta “…hacia la antigua cabaña abandonada del viejo Migas…” Mientras que Janzo, aún miraba incrédulo su apetitoso trozo de carne, “Espera… ¿dijo carne humana?”


León Faras.



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