XXVIII.
Primero
fue legítima incredulidad, como si el tipo hubiese estado actuando y las ratas
estaban hechas en realidad, de jengibre o chocolate, pero nada eso sonaba menos
absurdo. Luego fue aceptar un poco de la realidad y finalmente debió tragarse la
cruda, dura y espinosa verdad, como una rata viva. Vicente se restregó la cara
largamente sin poder digerir lo que le decía su hermano sobre el Diego
Perdiguero que había visto en el circo, era imposible que pudiera suceder algo
así, “¿Y si fue drogado con alguna sustancia?... ya sabes, de esas que hacen
los brujos en las selvas…” sugirió Damián, muy serio. Su hermano lo miró un
poco raro, pero la verdad era que en ese momento, podía esperarse cualquier
cosa, incluso que el propio Cornelio Morris fuese un brujo vudú o algo peor. Habían
buscado un sitio donde pasar la noche, no había hoteles en Sotosierra, pero sí
había buenas personas dispuestas a arrendarles un cuarto a un par de
forasteros. El asunto de las fotografías había pasado a un segundo plano para
ellos, ahora, lo que realmente importaba era averiguar qué estaba pasando y
cómo era que su amigo Perdiguero había terminado convertido en un “Hombre de
las Cavernas de no sé dónde…” y ojala poder ayudarlo, antes de que el circo
desapareciera de nuevo o de ser descubierto por Cornelio Morris.
Un
nuevo día con el circo estancado y Cornelio Morris comenzaba a desesperarse, la
ilusión del circo se mantenía con movimiento, las energías debían renovarse,
las criaturas que lo acompañaban y obraban en su favor, ya comenzaban a
quejarse durante toda la noche, y los lamentos y alaridos parecían venir de una
cámara de torturas instalada en el mismísimo infierno. Eso le ponía los nervios
de punta a cualquiera. A primera hora pasó a ver a sus tres trabajadores desmejorados,
“Mañana…” fue todo lo que Eusebio le respondió, su hermano necesitaba por lo
menos un día más de descanso antes de sentarse ante el volante de un camión,
“Yo puedo hacerlo. Eugenio y Eusebio me han estado enseñando y dicen que lo
hago muy bien, ¿Verdad?” Sofía estaba en el otro extremo, junto a Horacio,
quien estaba sentado en su cama. Eusebio sólo le sonrió a la niña, aprobando
que ella había mejorado mucho en el manejo de camiones, pero luego se le quedó
mirando muy serio a Cornelio Morris, sólo él y los mellizos sabían lo que era
llevar a alguien con ellos cuando detenían el tiempo. Cornelio también hizo un
esfuerzo por sonreírle a la niña, “Ya veremos mañana, ¿Sí?” Le echó un vistazo
con desagrado a Román Ibáñez que aún dormía y luego le dijo a Von Hagen que
quería verlo en su oficina. Horacio llegó hasta allá tan rápido como pudo,
aunque eso significaba arrastrar los pies a cada paso, aún se sentía débil,
soñoliento y a ratos mareado, pero no quería seguir cabreando a su jefe, sabía
perfectamente que al darle de su sangre al Curandero, había cruzado una línea y
ahora debía responder por eso. Horacio no se sentó en la silla que le ofreció
Cornelio, más bien se dejó caer en ella, éste lo miraba analizando si tenía
recuperada su autoridad sobre él o debía recuperarla de otra manera, finalmente
decidió que el acto de rebeldía de Von Hagen, había sido sólo un impulso fruto
de su estupidez, pero que debería ser corregido de todas formas. Cornelio abrió
su cajón y extrajo de allí su precioso revólver Colt 45 y lo puso sobre la
mesa. En el cuerpo de Horacio se percibió un escalofrío, “Tú eres de los más
antiguos aquí, ¿verdad? Puedes decir a cuántos hombres he matado yo…” Cornelio
aguardó algunos segundos pero no aguardó una respuesta, “…a ninguno, porque no
puedo, mis empleados y yo tenemos un contrato y yo soy el primero en respetar
ese contrato ¿Recuerdas al bueno de Charlie Conde? él era tu amigo, ¿no? Pues
fue ese miserable de Román Ibáñez quien lo mató, no yo, por eso lo encerré con
Mustafá todo ese tiempo, además de todas las veces que me desafiaba. Yo le di
una salida a ese enano…” Cornelio elevó levemente su revólver y volvió a
golpear la mesa con él, “…una bala. Si estaba tan cansado del circo y de todos,
yo le ofrecí esa salida, podía haberla usado contra mí, aunque yo esperaba que
la hubiese usado en él mismo, pero lo que hizo, fue dispararle en el pecho a
Charlie Conde que sólo observaba la escena sin participar de ella, sin ninguna
razón, sólo por fastidiarme. Mató a un hombre inocente, sólo por llevarme la
contraria…” Horacio escuchaba en completo silencio, tratando de imaginar la
escena de Román matando a Conde, pero no podía creerlo. Es jodido sentirse un
idiota, pero más jodido es sentirse un ingenuo. Cornelio continuó, “Ahora te
daré una salida a ti…” Horacio le echó un vistazo al arma e inmediatamente
volvió la vista a los poderosos ojos de su jefe, “…si tienes valor para
desobedecer una orden, tendrás valor para hacer esto también” Cornelio le dio
unos segundos a Horacio para que sacara sus propias conclusiones, éste miró el
arma y luego el interior de su mente, “¿Me darás una bala ahora a mí, para que
me mate… por haber ayudado a Eugenio?” Cornelio sonrió divertido, “…tranquilo
Horacio, tu muerte a mí no me vale para nada. Hay algo que tu quieres más que
nada, más que tu vida, me atrevería a decir, y yo puedo dártelo…”, Cornelio
metió la mano al mismo cajón donde estaba el arma y extrajo una hoja de papel,
un contrato, el contrato de Lidia. “Deshazte del enano y yo liberaré a Lidia…
puedo hacerlo, ya no es la atracción más valiosa del circo que solía ser” Casi
impulsivamente Horacio preguntó si para ello, ella debía morir, Cornelio ahora
sonreía maravillado, “Entonces, ¿Piensas hacerlo?” Horacio apretó los labios y
procuró mirar a otra parte. No pensaba con claridad. “La liberaré sin ningún
rasguño. Te lo prometo” Von Hagen negó con la cabeza, “No lo sé, no puedo…” Su
jefe encendió un cigarro y se acomodó en su silla, “Sé que estás confundido,
puedes pensártelo un par de días, mientras recuperas tus fuerzas, pero si
hablas de esto con alguien, las condiciones de lo que hemos hablado ahora,
cambiarán, ¿Lo has entendido?” Cornelio lo miró amenazante apuntándolo con la
mano en la que tenía el cigarro. Horacio asintió sin devolverle la mirada. En
ese momento le faltaba más sangre que nunca. Cuando Horacio se fue, entró
Beatriz moviéndose como una serpiente por los rincones, “¿No se te ha ocurrido
nadie mejor que Horacio para eso?” Cornelio guardaba su arma y el contrato en el
cajón de su escritorio, “¿Prefieres hacerlo tú?” Ni siquiera la miró para
responderle. Ella no dijo nada. Se sirvió un vaso de licor y le sirvió uno a
él, “No creo que Horacio haga mucho, pero si lo hace ¿De verdad piensas liberar
a Lidia…?” Insistió la mujer. A Cornelio le caía muy mal que cuestionaran sus
decisiones, incluso si lo hacía Beatriz, sobre todo si lo hacía Beatriz, “¿Y
eso a ti por qué te importa?” Beatriz se hizo la ofendida, se acomodó en el
mismo asiento en el que antes estaba Horacio, con su vaso en la mano, “Es mi
hermana, por supuesto que me importa” Besó su licor. “Te importa porque tú la
pusiste ahí. Cuidado Beatriz, no hay arrepentimiento sin culpa y la culpa pone
en duda las lealtades…” “Yo no me arrepiento de nada” Respondió la mujer,
segura. Cornelio se sentó en una silla a su lado para ver de cerca sus ojos, para
ella, como para cualquiera, era sumamente incómodo mantener su mirada “Tu
convicción es frágil, en el fondo sabes que ella no te ha hecho nada malo, es más,
ella siempre te admiró, que fueron sus padres quienes las separaron y que es por
su culpa que la odias a ella, ¿Ves por qué no es bueno que te metas en mis
asuntos?” se puso de pie, cogió su sombrero y su abrigo y agregó “Mejor
preocúpate de Sofía, que para eso estás aquí, y de que tu querido Eugenio Monje
se recupere pronto, porque necesitamos mover el circo de este lugar ¡Ya!” Luego
se fue dejando su vaso de licor intacto.
León faras.