miércoles, 9 de febrero de 2022

Los Condenados.

 

Odregón.


Quinta parte.



Cuando todo acabó, Vilma ya no sentía el acoso de la multitud de bichos que la perseguía, pero lo primero que la golpeó, fue un olor nauseabundo. A pesar de que aún se cubría las vías respiratorias con el pañuelo, el sitio olía a algo tan podrido como las cloacas del mismísimo infierno. Quci había pasado hacia el asiento del copiloto luego del impacto, aunque estaba de cabeza sobre este y haciendo esfuerzos para no descender aun más hasta el suelo, “Lo siento…” Dijo con tono avergonzado, mientras luchaba por recuperar su verticalidad natural, “…Creo que uno de mis conductos sufrió daño y tengo una fuga de sulfuro de hidrógeno. Su olor es poco grato para algunos humanos” Vilma la miró indignada, literalmente como si se le hubiesen cagado encima, “¿Poco grato? ¡Es repugnante!” Le reprochó, pronunciando con sumo cuidado y énfasis cada una de sus sílabas, el robot solo repitió sus excusas. “¿Estás bien?” Marcus se asomaba por el agujero que daba al exterior, pero de inmediato tuvo que retirar la cara como si hubiese recibido una bofetada, “Oh por Dios, Vilma ¿Fuiste tú?” “¡Callate y ayúdame!” Gritó la mujer. “Lo siento mucho” Repitió el androide.



Tanto Vilma, como Quci o hasta la propia Beatrice, estaban cubiertas de una baba como si hubiesen roto un gran recipiente repleto de clara de huevo sobre sus cabezas. Las moscas sin alas encargadas de la mantención del nido, vagaban sin rumbo ni propósito, arrastrándose de forma lamentable sobre los restos babosos de su ama, sin saber qué hacer con sus vidas, mientras que aquellos bichos carnívoros que les perseguían, en su mayoría habían evadido la colisión con una espectacular pirueta grupal, como el vuelo sincronizado de una bandada de aves, buscando zonas más oscuras junto con su reina. Algunos menos hábiles se habían estrellado violentamente contra las negras paredes internas de Dilion, y otros menos afortunados perecían lentamente, agotados, cubiertos de baba y medio cegados por la luz que entraba del exterior. Por el momento, Beatrice estaba tan atascada como un barco en aguas poco profundas, con sus ruedas luchando inútilmente contra un charco de baba del que no podía sujetarse, “¿Dónde está?” Preguntó Quci apenas salió al exterior, Caín la miró afectado, el robot aún permanecía rodeado por un aura de flatulencia apestosa imposible de ignorar, “Me temo que ya no podemos hacer nada por él…” Respondió. Vilma, quien en ese momento retiraba una buena dosis de líquido viscoso del interior de su bota, lo miró preocupada y luego a Marcus, este explicó levemente lo que había ocurrido con el joven sacerdote y Quci decidió que debían confirmar esa información, “Creo que, ahora que sabemos qué ocurre, deberíamos centrarnos en salir con vida de aquí” Dijo Caín. “Yo jamás he tenido vida” Alegó Quci, como si la última frase de Caín la incluyera a ella también. “¿Qué le podría pasar?” Sugirió Marcus encogiéndose de hombros, “Con ese olor dudo siquiera que se le acerquen…” Comentó Vilma, limpiando su arma con un pañuelo, y agregó, “Lleva un comunicador”



El robot no estaba construido para escalar nada, sus manos eran pobres en destreza fina y sus pies eran aparatosamente grandes para distribuir su peso y mejorar su equilibrio, eso sin contar lo baboso que estaba todo su metálico cuerpo aún, pero Quci no sentía miedo. Sí algo parecido, como un programa de conservación que le advertía de potenciales peligros y posibles daños bajo determinadas circunstancias, pero eso no la detendría en su impresionante evolución. Se cogió de la rugosa corteza del árbol y comenzó a ascender por ella lenta y tenazmente, bajo la mirada preocupada e incrédula de Vilma, quien le había apostado en secreto a Marcus un trago a que el robot lograba treparse al árbol. Caín también le echó un vistazo, pero estaba más preocupado de liberar a Beatrice lo antes posible, sin la cual no llegarían muy lejos, que de un androide al que apenas conocía. Quci ascendió lentamente, calculando muy bien cada uno de sus movimientos, sin mirar nunca hacia abajo y con todos sus sentidos, artificialmente simulados, muy atentos, hasta llegar a la parte más alta, pero no encontró nada ni a nadie. Había alcanzado una notable altura con respecto a donde estaban los demás. “¿Hay algo?” Preguntó Vilma por el comunicador, pero el robot no detectaba nada, hasta que de pronto vio algo, “Un agujero. Investigaré.” Parecía una simple rama cortada, pero al igual que el resto del árbol, estaba totalmente hueca, como una especie de conducto hacia el interior de Dilion por el que cabía un ser humano holgadamente, mientras se doblara lo suficiente. Quci se adentró caminando sobre cuatro patas, una variante que podía usar cuando las circunstancias lo requerían. De sus ojos brotaba una tenue luminosidad amarillenta como la de un mechero con la que iluminaba un túnel cada vez más oscuro y silencioso, el problema, era que para cualquier ser vivo, hubiese sido sencillo deducir qué había en el fondo de ese agujero, pero Quci no podía hacerlo, sencillamente porque carecía por completo de olfato.



La reina no me pareció especialmente peligrosa, además…” Señalaba Vilma, mientras arrancaba trozos de capullo con sus propias manos para liberar su vehículo, “…Es un blanco fácil para el cañón de Beatrice, pero los otros bichos que la secundan y protegen son un enjambre contra el que no se puede luchar.” Marcus hacía lo mismo, pero usando un pequeño cortador industrial, “Por cierto, ¿por qué no están ahora mismo sobre nosotros?” Comentó de pronto, “Es lo que yo me pregunto…” Dijo Caín, echando un tímido vistazo al interior de Dilion, y añadió, “Si quisieran devorarnos, no tendríamos a dónde huir aquí.” Vilma trataba de arrancar un trozo grande de la corteza del capullo usando una palanca de hierro, pero en determinado momento, cuando estaba a punto de lograrlo, su pie de apoyo resbaló en la baba y se fue de trasero al suelo. Se puso de pie de un salto, soltando todo tipo de insultos y maldiciones y descargando un buen fierrazo sobre la estructura, apagando así, cualquier intento de risa en la cara de sus camaradas. Después de estregarse la nariz con la rudeza propia de un boxeador, dijo, “Creo que mientras estemos afuera, estamos a salvo. Me parece que esos bichos, como su reina, no soportan bien la luz del exterior, pero yo y Beatrice tenemos que volver allá dentro. Eso es lo que me preocupa.” En ese momento sonó el tono lastimero de la voz de Quci por el comunicador, “Me temo que deberán continuar sin mí” “¡Qué diablos te ocurrió ahora?” Exclamó Vilma, molesta.



Quci se adentró en el agujero hasta que este se volvió tan vertical que se le hizo imposible sujetarse y cayó de cabeza dentro de lo que podía ser perfectamente una madriguera, una en la que un robot como Quci podía moverse con comodidad, pero de la que era imposible salir sin la capacidad de volar. En el interior, el olor debía de ser insoportable, porque todo el piso estaba cubierto con restos animales y humanos; pellejos, vísceras y huesos que el robot trituraba bajo su peso con cada paso que intentaba dar. Quci lo dedujo rápidamente. La criatura que vivía allí había estado saliendo fuera de la montaña y cazando en el exterior, en Odregón, donde las desapariciones de hombres o animales, no se investigaban demasiado debido a la inconmensurable dimensión del desierto que los rodeaba, el cual era capaz de tragarse casi cualquier cosa sin dejar ni un solo rastro. En ese momento, la tenue luz del robot iluminó una pared que permanecía en penumbra. A un ser humano, la imagen lo hubiese, al menos, conmovido, pero no a un robot como Quci, el cual era tan frío y racional como se podía ser, a pesar del tono lastimero con el que solía hablar. Allí pendía “cabeza abajo” el joven sacerdote sin cabeza y sin manos, con los pies pegados a la pared con una sustancia pegajosa y con su cuerpo drenándose sobre una fuente que perfectamente podría haber sido usada más de alguna vez por los propios sacerdotes para su higiene personal.



Al fin Beatrice estaba lista para moverse de su atascadero hacia el lado iluminado y Vilma estaba a los mandos. “Escucha, quiero que golpees la pared ahí donde estás” Ordenó la chica al comunicador, pero al cabo de unos segundos debió insistir. “Ya lo hice” Respondió Quci con su irritante tono servicial “¡Pues hazlo más fuerte!” Le exigió Vilma, y luego otra vez, “¡Más!” Hasta que, en medio del silencio de la montaña un lejano y profundo golpeteo comenzó a oírse, “Creo que es allí” Dijo Caín, señalando una gruesa rama, a gran altura sobre su cabeza, “¿Crees que puedas darle con el cañón?” Preguntó Vilma, Marcus analizaba la situación, “No lo creo. No hay ángulo y es un objetivo demasiado vertical. Tal vez si desmontamos el cañón y…” Iba a decir algo más cuando oyeron el aleteo del chupa-sangre aterrizar sobre el árbol, obviamente se había enterado de que había intrusos en su guarida, “Se dirige hacia donde está Quci” Advirtió Marcus, “Debimos darle un arma” Se lamentó Vilma. Tanto Caín como el propio Marcus le echaron una mirada rara. Quci no era precisamente del tipo de robot programados para usar armas, y los que estaban programados para eso, generalmente las tenían incorporadas, no había que “dárselas.” Vilma cogió su pistola y disparó tres veces hacia aquella criatura humanoide posada en una rama, no pretendía matarla, ni siquiera atinarle, lo cual no era fácil debido a la distancia y el ángulo, pero sí llamar su atención o alejarla de allí, sin embargo, inesperadamente logró darle en un hombro e incrédula, vio como su munición había rebotado en la coraza de la criatura con un destello fugaz de chispas y sin apenas provocarle más que alguna molestia al chupa-sangre, como a quien le ensucian el traje con un poco de vino, sin embargo ahora tenía toda su atención. Los chicos también habían visto aquello, y tampoco lo podían creer, “¿Acaso el maldito es a prueba de balas!” Exclamó Caín a su compañero. Sus mascotas aparecieron a sus espaldas rodeando el tronco, sujetos a este con la habilidad de las arañas. A ellos ni siquiera le habían oído. Mientras veían como estos se acercaban amenazantes, el chupa-sangre se dejó caer sin apenas hacer ruido. A Vilma le llamaba la atención un grueso polvo que le caía encima, cuando el humanoide cayó en una esquina de la plataforma. La criatura le escupió, cubriéndole la mitad de la cara, el golpe le dolió como una bofetada, una que se quedaba pegada a la piel como goma derretida, tibia y maloliente. Estaba aturdida y medio ciega, pero al menos podía respirar. Marcus se acercaba con su arma en alto, pero un saltamontes gigante le cayó sobre la espalda y lo derribó fácilmente, a pesar de la considerable altura del artillero, Caín se lo quitó de encima de una patada antes de que le arrancara medio cuello, pero fue una experiencia que no querría repetir muy pronto, porque se había sentido como patear un tronco, duro y pesado. Le disparó luego, mientras el bicho se alejaba revoloteando, pero no pareció hacerle gran daño. El otro saltamontes había aterrizado y se acercaba con aires de depredador, cuando trozos de corteza comenzaron a llover desde el cielo. Aunque lo habían olvidado por completo, no tardaron en recordar a su nueva compañera Quci, quien en todo ese tiempo, no había parado de golpear y golpear la pared de la madriguera con sus puños, hasta debilitarla lo suficiente para abrir un agujero por el que asomó su inexpresivo rostro. La altura era notable, pero el robot, ignorando nuevamente el sentido de conservación impuesto por su fabricante, se dejó caer calculando la altura y su peso versus la resistencia de su propio cuerpo, eligiendo el techo de la grúa para aterrizar; el golpe sonó lo suficientemente fuerte como para sospechar que no había sido una idea inteligente, pero pronto Quci se puso de pie y descendió hasta la plataforma, interponiéndose con autoridad entre la criatura y los humanos.



Era increíble, pero tanto su altura como su complexión física, eran tan similares al chupa-sangre, que perfectamente podían ser uno la copia del otro.


León Faras.