León Faras.
Los sueños, son especialmente interesantes, es increíble cómo las cosas más absurdas e imposibles suceden con total normalidad ante nuestros ojos cerrados, como cualquier hecho cotidiano. A veces me pregunto si la realidad no es completamente absurda e imposible también, y somos nosotros quienes le damos sentido y normalidad.
sábado, 29 de agosto de 2020
Autopsia. Última parte.
León Faras.
jueves, 27 de agosto de 2020
Autopsia. Última parte.
León Faras.
lunes, 24 de agosto de 2020
Autopsia. Última parte.
León Faras.
jueves, 20 de agosto de 2020
Autopsia. Sexta parte.
Fin de la sexta parte.
León Faras.
sábado, 15 de agosto de 2020
Autopsia. Sexta parte.
León Faras.
martes, 11 de agosto de 2020
Autopsia. Sexta parte.
León Faras.
viernes, 7 de agosto de 2020
Autopsia. Sexta parte.
León Faras.
martes, 4 de agosto de 2020
Autopsia. Sexta parte.
sábado, 1 de agosto de 2020
Autopsia. Sexta parte.
XII.
“Cuando
te llevé con Elena, lo hice por eso, necesitabas una familia” Gracia hablaba
con rudeza, a veces, demasiada para su hermana, “Pero tú eres mi familia,
siempre hemos estado juntas, ¿por qué no puedes quedarte?” Le respondió
Clarita, preparando la tierra de una jardinera para sembrar algunas semillas de
hortalizas, “Porque yo no puedo seguir aquí para siempre, debo irme, y tú debes
entenderlo” Su hermana estaba sentada sobre una piedra a su lado, para Clarita,
todas estas nuevas ideas de su hermana le parecían una porquería, “Entonces nos
vamos juntas. Si tú te vas, yo también me voy” Afirmó decidida y fuerte, tanto
que llamó la atención de Bruno, echado varios metros más allá, “¡Clara!” la
regañó su hermana. Sólo ella la llamaba así, “Ya has crecido, tienes gente que
se preocupa por ti y gente por quien preocuparte. Tienes que vivir tu vida”
Clarita tiró con rabia su puñado de semillas, enfadada, Gracia suavizó el tono,
“Así esas semillas no van a surgir” “Qué más da…” Replico la niña enfurruñada,
ocultando el rostro, “Además, Elena se fue con su familia y seguro no va a
querer regresar aquí. Porque ella sí tiene familia y yo sólo te tengo a ti” “Claro
que va a regresar. Ella te quiere mucho también” “¿Y cuando ella regrese, tú te
irás?” preguntó Clarita, limpiándose sus entierradas manos en el vestido, su
hermana negó con la cabeza, “No, no lo haré todavía, pero cuando lo haga, tú
deberás entenderlo” La niña volvió a coger sus semillas y esta vez las puso en
orden y con suavidad sobre la tierra, “¿Estás muerta, verdad?” preguntó sin
levantar la cabeza, pero mirando de reojo, su hermana asintió, “…aunque yo no
me siento tan muerta” agregó, “¿Te irás con mamá?” preguntó Clarita en un tono
un tanto acusador, Gracia le explicó que era allí donde debía estar, “¿La
conoces…?” volvió a preguntar la niña, esta vez mirándola ansiosa, su hermana
respondió que no, y Clarita le replicó de inmediato que cómo iba a saber
entonces que era ella, “¡Lo sabré, y tú también! cuando llegue el momento” “A
mí todo esto me parece una porquería” concluyó la niña cubriendo sus semillas
una por una con el dedo y los labios anudados en una trompa de enfado. Su
hermana le ofreció la mano para ponerse de pie y llevarla a un sitio.
Se
alejaron de la casa de Tata pero no en dirección al pueblo, sino a los terrenos
baldíos, donde las vacas vagaban solas en busca de hierbajos que arrancarle a la
tierra, era monte, duro y arcilloso, donde muy pocas especies vegetales tenían
las agallas suficientes para crecer durante los meses secos. Más allá estaba la
casucha usada antiguamente por el cuidador de las vías del tren, quien ahora
habitaba en una bonita casa junto a la estación. La casucha había cedido,
víctima de la humedad y la pudrición de la madera, y se había acomodado de
costilla contra la pared del cerro que ahora la sujetaba sin apenas inmutarse.
Al descuadrarse todo, la puerta quedó atascada y algunos vidrios de las
ventanas estallaron en pedazos. Se parecía a la que las niñas usaban en el
campo de olivos, sólo que aquella no pasaba de ser un cuartucho grande para
guardar herramientas y esta alguna vez había sido una casa cómoda y habitable. Las
ventanas estaban tapiadas con tablas, pero Gracia sabía exactamente dónde estaba
el hueco para entrar, oculto tras un trozo de madera que removió sin apenas
esfuerzo antes de colarse dentro. Tenía fuerza para ser una muerta, pensó
Clarita. “¡No, ¿qué haces? nos van a pillar!” protestó la niña, sinceramente
alarmada, con un miedo genuino a ser castigada por alguien, humano o divino, su
hermana la animó con la convicción propia de quien juega con ventaja, Clarita
no pudo negarse, confiaba en su hermana más que en cualquier otra persona, por
muy absurdas que a veces fueran sus ocurrencias. Miró en todas direcciones
antes de agacharse y arrastrarse por el agujero. El sitio estaba cubierto de
polvo y con los muebles rotos, pero sin duda era habitado por alguien, había
dibujos por todas partes, algunos sobre papel, cualquier papel, pero la mayoría
estaban hechos directamente sobre las paredes, como las pinturas rupestres de una
cueva cavernícola, hechos con tintes, polvos de colores, tizas o sólo carbón de
madera: caballos, conejos, árboles, bandadas de pájaros e incluso, mariposas;
perros y vacas. Eran muy buenos dibujos, considerando la precariedad de los
materiales, la mayoría aplicados con los dedos y otros hechos con duros trazos
de roca, además, había que considerar que el artista trabajaba de memoria,
guardando el modelo en sus ojos para luego traspasarlo sin dejo de duda a la
pared. Aquello revelaba talento, “¿Tú has hecho todo esto?” preguntó Clarita
con la boca abierta, “Sí…” le dijo su hermana con una sonrisilla cargada de
sorna, para luego soltarle, como si fuese una obviedad del tamaño de una
catedral, que por supuesto que no había sido ella la autora de todos esos
dibujos, sino que había sido alguien más, “¿Quién…?” pregunto la niña en
cuclillas y con el cuello torcido, mirando un gato que se lamía una pata, cuyo
pelaje estaba hecho con carbón aguado esparcido con el dedo en trazos cortos y
rápidos y con mucha habilidad. Su pregunta no obtuvo respuesta, porque pronto
su hermana la guió a una pared especialmente interesante que la haría olvidarse
de su pregunta y de cualquier otra, porque allí estaba ella. No era un retrato
finamente ejecutado o rico en detalles pero, la esencia estaba perfectamente
capturada, las proporciones eran correctas y la silueta, en todo su conjunto,
era la de ella sin duda, hasta podía identificarse el vestido que llevaba. La
niña estaba embobada, apenas prestó atención a su hermana cuando le dijo, “Lo
siento, me hice pasar por ti.” En ese momento se oyó que alguien más llegaba,
Clarita entró en pánico infantil, pero cuando quiso recurrir a su hermana en
busca de alivio o protección, ésta había desaparecido. La niña no supo qué
hacer, algo así nunca antes había sucedido, que su hermana la abandonara ante
el peligro, los pasos se acercaban y ella no tenía escapatoria. Se apretujó
contra la pared en un rincón que no ofrecía ninguna protección conteniendo el
llanto para no hacer ruido cuando una mano suave y amable se posó sobre su
hombro, una mano confiable, era la mano de un artista: Mateo. El muchacho parecía
conocerla de antes, aunque en realidad, a quien conocía era a Gracia, quien
imitaba a su hermana bastante bien cuando quería. Ella ya había estado allí
antes y en una visita, él le prometió sin palabras aquel retrato, ella prometió
que volvería para verlo y allí estaba. Clarita no sabía qué hacer, el chico era
todo amabilidad, había traído pan dulce con nueces hecho por Guillermina, que
ya lo consentía todo lo que podía, pero sólo le hablaba con señas que ella no
podía descifrar, sin embargo, en ese momento ella estaba dispuesta a intentarlo.
Cuando comieron, el chico le enseñó a pintar pájaros de carbón mientras ella armaba
un sol con pétalos de florecillas.