viernes, 7 de agosto de 2020

Autopsia. Sexta parte.


XIV.

Un coche, ese era el asunto que Hugo Cifuentes debía tratar con Cipriano, quien se estaba encargando de reparar uno para él, porque obtener uno nuevo en ese pueblo, era de todo menos fácil. Hace tiempo que el doctor necesitaba uno para movilizarse y hasta ya había hablado con Rupano para que él se encargara de la mantención necesaria del vehículo y el caballo a cambio de un pago. Debía ser una sorpresa, pero cuando ya regresaba vio a su mujer caminando a toda prisa de regreso a casa con el niño en brazos. La mujer se veía preocupada, ésta le habló del repentino malestar de Elena y que de pronto había decidido irse y le rogó que fuera a verla a su casa. Cifuentes obedeció a su mujer, mas, de haber cogido el camino de los olivares, se hubiese topado con el coche de Elena abandonado allí, pero prefirió tomar uno menos accidentado. Tata le dijo que la muchacha no había regresado y el médico le pidió a Clarita que ante cualquier cosa que necesitaran, no dudaran en buscarlo, confiaba el doctor Cifuentes en que Elena tendría asuntos pendientes en otra parte y que, tal vez, su mujer estaría exagerando un poco, o al menos preocupándose demasiado.

Por la mañana el padre Benigno, luego de tomar su desayuno, le dijo a Guillermina que iría a casa de los Prado, a visitar a Lina, quien se había puesto mal y de paso, aunque esto no se lo dijo a Guillermina, preguntarle a Elena cómo se había sentido, pues Úrsula al parecer, la había notado bastante enferma, del estómago o algo así. Rupano lo llevó, como siempre, y por el camino más corto, que era el de los olivares. Una vez allí, Hernán Prado, al que todos llamaban Tata, menos el cura, cortaba leña desde la primera hora de la mañana, él fue quien le dijo, apenas puso un pie en tierra, que el coche de Elena había regresado solo a casa y que temía que la muchacha hubiese tenido un accidente por el camino, pero él, teniendo a su mujer en cama, no podía moverse de allí. Clarita permanecía al lado de Lina para cualquier cosa que ésta necesitara, ella confiaba en que su hermana Gracia encontraría a Elena, pues ella tenía sentidos que el resto de las personas creerían que son imposibles, “La gente deja una estela por donde pasa…” le dijo una vez. El cura sólo intentó tranquilizarlo, decirle que debían confiar en Dios, y que hacía bien ocupándose de su mujer.

Guillermina ya lo había visto antes, pero ahora se le hizo más raro que nunca. Espiaba desde la cocina a Mateo, quien parecía estar gesticulando una conversación sentado a la mesa, con alguien al que ella no podía ver desde su ángulo, aunque no se oía nadie más en casa. Salió con todo sigilo de la cocina, ignorando el hecho de que el chico era sordo, y mirando al muchacho de medio lado, como quien se espera una sorpresa desagradable, para descubrir lo que ya se temía, que Mateo, además de sordo, había terminado medio chalado por tanto tiempo de abandono, creándose amigos imaginarios con los que poder conversar. El chico se volteó a mirarla como si la hubiese sentido parada detrás y la mujer no pudo más que sonreírle con un buen poco de lástima en los ojos, como se le sonríe a un perro demasiado estúpido para aprender algún truco, antes de volverse a la cocina suspirando por la inoperancia mental del pobre muchacho. Aún no borraba esa sonrisa de pena de la cara, cuando Mateo llegó a buscarla con cierta urgencia, la vieja lo siguió temiendo que algo hubiese pasado, pero la casa seguía igual que antes, el chico le indicaba que quería salir, pero para eso no necesitaba llamarla así, realmente este niño, a veces se comportaba como un perrito. Guillermina le indicó con toda suficiencia, que no la molestara para eso, que ella tenía siempre montones de cosas que hacer, pero el chico insistía. De una carrera entró en su cuarto y salió con una hoja de papel en la que habían varios bocetos de una muchacha, una niña que podía ser cualquiera, a la que había estando intentando dibujar y con ella en mano le exigía a la vieja que le acompañara. La mujer no entendía nada, apenas había comenzado a preparar el almuerzo y si se distraía de su estricto itinerario diario, las cosas no saldrían a tiempo, y eso era algo que a Guillermina le molestaba enormemente, tener que tacharse a sí misma de ineficiente. Pero Mateo insistía con tal vehemencia que finalmente accedió a asomarse a la puerta, el chico salió a la calle con el papel en la mano y dándole a entender que debía seguirlo. Guilermina no se decidía a poner un pie fuera de su casa, como si aquel fuera un punto del que no podría regresar nunca, el chico volvió a cogerla del brazo para animarla, y la mujer accedió a regañadientes, “Espero por tu madre que sea algo importante o…” En ese momento recordó que el chico era sordo y que sus amenazas eran completamente estériles. Mateo echó a correr como si ella fuera de su misma edad, “Espera un poco, muchacho por Dios, ¿o es que quieres matarme del esfuerzo?” nuevamente tuvo que aceptar con resignación que el chico no le oía nada de sus ruegos, además, tenía que soportar las miradas de varias personas con las que se cruzó que la veían como a una loca persiguiendo a un muchacho al que jamás alcanzaría. Salieron del pueblo, la pobre vieja estaba agotada, “¿Pero a dónde me llevas, crío del demonio?” expulsó entre jadeos. Ya sólo caminando rápido llegó hasta el campo de olivos, Mateo ya se había internado en él, Guillermina se apoyó en uno de los árboles para recobrar el aliento, como si éste pudiera renovarle las fuerzas. Tenía la saliva espesa que costaba de tragar, y no sudaba así desde por lo menos hace veinte años. Caminó entre los árboles sujetándose en uno a cada cinco pasos, estaba cansada, pero más que eso, estaba convencida de que este capricho del muchacho por seguirlo, había llegado demasiado lejos. Entonces el muchacho señaló un punto con apremio, al parecer, por fin habían llegado y así era: Elena estaba tirada allí, inconsciente o sólo dormida, abrazada a si misma por el frío de la noche, su precioso vestido estaba hecho pedazos, literalmente, “Niña por Dios qué te ha pasado…” miró hacia arriba y vio los jirones del vestido, atados entre sí y colgando de una rama como una cuerda, “¡Rápido, ve por el cura que está en casa de la Lina!” Ordenó Guillermina impulsivamente, pero de inmediato se debió retractar recordando que gritarle a Mateo, era tan inútil como gritarle a cualquiera de aquellos olivos, pero cuando se volteó hacia él, el chico ya corría como alma que persigue el diablo. La vieja se quedó con cara de no entender nada. En el suelo, Mateo dejó tirado su dibujo. Guillermina volvió a atender a Elena, pero mirando sobre sí con recelo, como si los jirones que colgaban del árbol pudieran atacarla, “Pero, en el nombre de la Virgen, ¿qué es lo que ibas a hacer, muchacha?” Murmuró. Elena despertó al fin, estaba helada, pero bien, “Guillermina, ¿cómo me encontró?” le preguntó con la voz débil y ronca, “Mateo me trajo hasta aquí, ese muchacho parece que ve cosas. Oye, ¿ibas a hacer lo que me parece…?” preguntó Guillermina señalando la cuerda, con miedo en el rostro de oír la respuesta, Elena se ponía de pie abrazada a ella, la vieja tenía el cuerpo tibio, “Sí, estuve a punto, Guillermina, pero decidí que no lo haría, que había otra manera” Guillermina se persignó. No había sido fácil tomar esa decisión, sin embargo, construir esa cuerda improvisada y atarla al árbol se le había hecho extrañamente sencillo, como cuando los vientos soplan en favor de lo que estás a punto de hacer, o como si el árbol se hubiese agachado para facilitarle la tarea, “Vamos niña, el Abel estará llegando con el coche por el camino” Elena echó un vistazo a la hoja tirada en el piso, y no tuvo ninguna duda, aquella era Gracia.



León Faras.

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