XIV.
Un
coche, ese era el asunto que Hugo Cifuentes debía tratar con Cipriano, quien se
estaba encargando de reparar uno para él, porque obtener uno nuevo en ese
pueblo, era de todo menos fácil. Hace tiempo que el doctor necesitaba uno para
movilizarse y hasta ya había hablado con Rupano para que él se encargara de la
mantención necesaria del vehículo y el caballo a cambio de un pago. Debía ser
una sorpresa, pero cuando ya regresaba vio a su mujer caminando a toda prisa de
regreso a casa con el niño en brazos. La mujer se veía preocupada, ésta le
habló del repentino malestar de Elena y que de pronto había decidido irse y le
rogó que fuera a verla a su casa. Cifuentes obedeció a su mujer, mas, de haber
cogido el camino de los olivares, se hubiese topado con el coche de Elena
abandonado allí, pero prefirió tomar uno menos accidentado. Tata le dijo que la
muchacha no había regresado y el médico le pidió a Clarita que ante cualquier cosa
que necesitaran, no dudaran en buscarlo, confiaba el doctor Cifuentes en que
Elena tendría asuntos pendientes en otra parte y que, tal vez, su mujer estaría
exagerando un poco, o al menos preocupándose demasiado.
Por
la mañana el padre Benigno, luego de tomar su desayuno, le dijo a Guillermina
que iría a casa de los Prado, a visitar a Lina, quien se había puesto mal y de
paso, aunque esto no se lo dijo a Guillermina, preguntarle a Elena cómo se
había sentido, pues Úrsula al parecer, la había notado bastante enferma, del
estómago o algo así. Rupano lo llevó, como siempre, y por el camino más corto,
que era el de los olivares. Una vez allí, Hernán Prado, al que todos llamaban
Tata, menos el cura, cortaba leña desde la primera hora de la mañana, él fue quien
le dijo, apenas puso un pie en tierra, que el coche de Elena había regresado
solo a casa y que temía que la muchacha hubiese tenido un accidente por el
camino, pero él, teniendo a su mujer en cama, no podía moverse de allí. Clarita
permanecía al lado de Lina para cualquier cosa que ésta necesitara, ella
confiaba en que su hermana Gracia encontraría a Elena, pues ella tenía sentidos
que el resto de las personas creerían que son imposibles, “La gente deja una
estela por donde pasa…” le dijo una vez. El cura sólo intentó tranquilizarlo,
decirle que debían confiar en Dios, y que hacía bien ocupándose de su mujer.
Guillermina
ya lo había visto antes, pero ahora se le hizo más raro que nunca. Espiaba
desde la cocina a Mateo, quien parecía estar gesticulando una conversación
sentado a la mesa, con alguien al que ella no podía ver desde su ángulo, aunque
no se oía nadie más en casa. Salió con todo sigilo de la cocina, ignorando el
hecho de que el chico era sordo, y mirando al muchacho de medio lado, como
quien se espera una sorpresa desagradable, para descubrir lo que ya se temía,
que Mateo, además de sordo, había terminado medio chalado por tanto tiempo de
abandono, creándose amigos imaginarios con los que poder conversar. El chico se
volteó a mirarla como si la hubiese sentido parada detrás y la mujer no pudo
más que sonreírle con un buen poco de lástima en los ojos, como se le sonríe a
un perro demasiado estúpido para aprender algún truco, antes de volverse a la
cocina suspirando por la inoperancia mental del pobre muchacho. Aún no borraba
esa sonrisa de pena de la cara, cuando Mateo llegó a buscarla con cierta
urgencia, la vieja lo siguió temiendo que algo hubiese pasado, pero la casa
seguía igual que antes, el chico le indicaba que quería salir, pero para eso no
necesitaba llamarla así, realmente este niño, a veces se comportaba como un
perrito. Guillermina le indicó con toda suficiencia, que no la molestara para
eso, que ella tenía siempre montones de cosas que hacer, pero el chico insistía.
De una carrera entró en su cuarto y salió con una hoja de papel en la que
habían varios bocetos de una muchacha, una niña que podía ser cualquiera, a la
que había estando intentando dibujar y con ella en mano le exigía a la vieja
que le acompañara. La mujer no entendía nada, apenas había comenzado a preparar
el almuerzo y si se distraía de su estricto itinerario diario, las cosas no
saldrían a tiempo, y eso era algo que a Guillermina le molestaba enormemente,
tener que tacharse a sí misma de ineficiente. Pero Mateo insistía con tal
vehemencia que finalmente accedió a asomarse a la puerta, el chico salió a la
calle con el papel en la mano y dándole a entender que debía seguirlo. Guilermina
no se decidía a poner un pie fuera de su casa, como si aquel fuera un punto del
que no podría regresar nunca, el chico volvió a cogerla del brazo para
animarla, y la mujer accedió a regañadientes, “Espero por tu madre que sea algo
importante o…” En ese momento recordó que el chico era sordo y que sus amenazas
eran completamente estériles. Mateo echó a correr como si ella fuera de su
misma edad, “Espera un poco, muchacho por Dios, ¿o es que quieres matarme del
esfuerzo?” nuevamente tuvo que aceptar con resignación que el chico no le oía
nada de sus ruegos, además, tenía que soportar las miradas de varias personas
con las que se cruzó que la veían como a una loca persiguiendo a un muchacho al
que jamás alcanzaría. Salieron del pueblo, la pobre vieja estaba agotada,
“¿Pero a dónde me llevas, crío del demonio?” expulsó entre jadeos. Ya sólo
caminando rápido llegó hasta el campo de olivos, Mateo ya se había internado en
él, Guillermina se apoyó en uno de los árboles para recobrar el aliento, como
si éste pudiera renovarle las fuerzas. Tenía la saliva espesa que costaba de tragar,
y no sudaba así desde por lo menos hace veinte años. Caminó entre los árboles
sujetándose en uno a cada cinco pasos, estaba cansada, pero más que eso, estaba
convencida de que este capricho del muchacho por seguirlo, había llegado
demasiado lejos. Entonces el muchacho señaló un punto con apremio, al parecer,
por fin habían llegado y así era: Elena estaba tirada allí, inconsciente o sólo
dormida, abrazada a si misma por el frío de la noche, su precioso vestido
estaba hecho pedazos, literalmente, “Niña por Dios qué te ha pasado…” miró
hacia arriba y vio los jirones del vestido, atados entre sí y colgando de una
rama como una cuerda, “¡Rápido, ve por el cura que está en casa de la Lina!”
Ordenó Guillermina impulsivamente, pero de inmediato se debió retractar
recordando que gritarle a Mateo, era tan inútil como gritarle a cualquiera de
aquellos olivos, pero cuando se volteó hacia él, el chico ya corría como alma
que persigue el diablo. La vieja se quedó con cara de no entender nada. En el
suelo, Mateo dejó tirado su dibujo. Guillermina volvió a atender a Elena, pero
mirando sobre sí con recelo, como si los jirones que colgaban del árbol pudieran
atacarla, “Pero, en el nombre de la Virgen, ¿qué es lo que ibas a hacer,
muchacha?” Murmuró. Elena despertó al fin, estaba helada, pero bien,
“Guillermina, ¿cómo me encontró?” le preguntó con la voz débil y ronca, “Mateo
me trajo hasta aquí, ese muchacho parece que ve cosas. Oye, ¿ibas a hacer lo
que me parece…?” preguntó Guillermina señalando la cuerda, con miedo en el
rostro de oír la respuesta, Elena se ponía de pie abrazada a ella, la vieja
tenía el cuerpo tibio, “Sí, estuve a punto, Guillermina, pero decidí que no lo
haría, que había otra manera” Guillermina se persignó. No había sido fácil
tomar esa decisión, sin embargo, construir esa cuerda improvisada y atarla al
árbol se le había hecho extrañamente sencillo, como cuando los vientos soplan
en favor de lo que estás a punto de hacer, o como si el árbol se hubiese agachado
para facilitarle la tarea, “Vamos niña, el Abel estará llegando con el coche
por el camino” Elena echó un vistazo a la hoja tirada en el piso, y no tuvo
ninguna duda, aquella era Gracia.
León Faras.
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