III.
No
había día en que la tía Elba no se hiciera mimar por sus numerosas empleadas, y
ese día no era la excepción, entonces apareció Regina arreglada, lista para
salir, “Se puede saber a dónde vas” le dijo su madre, con esa petulancia que da
la autoridad absoluta, “Voy a salir, madre” respondió ella, digna, mas a su
madre esa no le pareció una buena respuesta, “¿Pero qué es lo que te pasa a ti?
Me tienes todo el día abandonada como a una apestada” “¡Pero si estás todo el
día rodeada de personas!” Replicó Regina con la razón que da lo evidente,
“¡Estas no son…!” Iba a decir su madre que aquellas no eran personas, pero se
contuvo a tiempo, “…no son lo mismo, Regina. Te exijo que me digas a dónde vas”
Regina se puso firme, como una soldadito novata frente a su veterano comandante,
“Niñas, salgan por favor” Dijo, pero las empleadas no se movieron hasta que la
tía Elba les hizo el gesto definitivo. “Estoy saliendo con Ernesto Villalobos”
soltó sin preámbulos ni medidas cautelares, “¡Pero si ese es nuestro abogado!”
exclamó la tía Elba alarmada, “Y también es un buen hombre” respondió Regina
sin perder la compostura, “Y estás segura de que a ese cincuentón que nunca se
ha casado le gustan las mujeres” lo dijo con cierta empalagues cínica en el
tono, su hija se mantuvo firme, “Sí madre, estoy muy segura” La tía Elba hizo
el gesto de haber recibido un escupitajo en la cara, “Regina, no seas vulgar”
“Entonces no haga preguntas vulgares, madre” Replicó aquella impávida. “¡Pero
es que no ves que ese no es más que un Don Nadie que sólo quiere aprovecharse de ti!” Exclamó
la tía Elba, irritada, como si estuviera tratando con una testaruda que no
entiende las razones más elementales, “¡Pues eso es lo que quiero, madre, que
se aproveche! ¡Y bien aprovechado!” gritó Regina, apretando los puños y soltando
una patadita sobre el piso, su madre respondió golpeando los brazos de su
silla, “¡Es que has perdido el juicio! ¿Estás dispuesta a perder tu puesto en
esta familia, mi legado, por ese abogado de segunda?” Regina respiró hondo, se
había sobresaltado antes y eso no era digno de una señorita, “Tú misma lo
elegiste, madre, sabes muy bien que no es un abogado de segunda, y sí, ya no
quiero tu legado, si para obtenerlo tengo que seguir marchitándome a tu sombra,
madre” No pudo contener una lágrima, la atajó con su impoluto pañuelo y se dio
la media vuelta para irse, entonces su madre la llamó con su autoridad
implacable, cuando Regina se volteó para mirarla, se dio cuenta de que la
anciana se había parado de la silla con ruedas como en una auténtica sanación
milagrosa, “Sabes muy bien que cuando tomo una determinación, soy inflexible
hasta el final, cueste lo que cueste…” Su tono era amenazante, Regina estaba
rígida, como esperando recibir un golpe, a pesar de la distancia entre ambas.
La tía Elba continuó, “…pero en tu caso estoy dispuesta a hacer una excepción…”
la anciana hizo una pausa, Regina la miraba sin confiarse del todo. Si había
alguien que conocía bien a su madre, esa era ella. La tía Elba continuó
hablando como a regañadientes, dejando en claro el esfuerzo que le significaba
ceder, “…aceptaré tu relación con Villalobos si decides regresar a mi lado, al
menos algunas horas al día. Te necesito Regina…” Regina no lo podía creer,
estaba a punto de ponerse a llorar de la emoción, “Pero…” continuó su madre,
“No te casarás con él hasta que yo esté muerta. No quiero ver como mi trabajo
de tantos años se despilfarra al final en manos de uno de mis empleados” Concluyó
la tía Elba, remarcando su fastidio en el tono, justo antes de que su hija se
le abalanzara encima para abrazarla y besarla como no lo había hecho en
décadas, “¡Gracias, madre, se lo diré a Ernesto!” y salió corriendo con pasitos
cortos. Era como una quinceañera, siempre había sido así, sólo que su madre nunca
lo había querido notar. Lo que su madre no querría jamás ni siquiera imaginar,
era que su hija había logrado mantener por más de veinte años una relación
clandestina de una o dos horas a la semana con el doctor en leyes, Ernesto
Villalobos, sólo que ahora en el último tiempo, había considerado cosas que
antes su madre consideraba por ella y se había atrevido a tomar decisiones que
antes le parecían sencillamente inadmisibles, como jugarse el cuello ante su
madre por un hombre.
Ignacio
pagaba las consecuencias de su rebeldía, las emergencias sanitarias en los
barrios más pobres estaban controladas, y aunque enfermos habría siempre, les
era imposible a éstos solventar los costos de un médico, y donde antes era
exigido con regularidad y buen salario, ahora había otros en su lugar, otros
con la misma facha ganadora y olfato oportunista que él solía tener al
iniciarse en el negocio y para colmo, su tía Elba le había restringido sus
fondos familiares, con el propósito de que se arrepintiera y acatara su
voluntad, pues como solía decir ella, “Bajo advertencia, no hay felonía” Ella
podía restituirle todos sus privilegios, pero antes debía pagar el precio,
aprender la lección y presentarse ante ella con las orejas agachadas. Sólo
Hortensia le daba fuerzas, confiando en él y en su trabajo y recordándole que
nada malo había hecho dándoles de su tiempo a los pobres y que no había nada de
que pudiera arrepentirse. El padre de ella le había prestado algo de dinero, él
era un hombre que había forjado solo su negocio y sabía que el dinero iba y
venía como las olas del mar, “Cuando empecé, no sabía nada de telas ni tintes,
mi padre era carpintero de carretas, hacía buenas vigas y las mejores ruedas,
pero tenía poco trabajo porque se dedicaba sólo a reparar, y éramos cinco hermanos,
entonces yo tuve que buscarme mi propio oficio, y en el mundo, pocos están
dispuestos a enseñar lo que saben. Me las vi negras, con mi mujer preñada,
viviendo amontonados en un cuarto en el que apenas cabría un caballo, tuve que
aprender, tuve que mentir, tuve que rogar, pero al final encontré lo que buscaba
y a esa teta me aferré, hasta ahora, y como yo lo hice, usted también lo hará.
Cuando uno está acogotado, es cuando nacen las mejores ideas, porque uno pierde
el miedo” Sus palabras, eran nuevas para Ignacio, jamás había tenido que empezar
nada desde cero, y por su propia cuenta, ni siquiera su profesión y él todavía no
llegaba al punto de perder el miedo. Entre vasos de vino, su suegro le dijo una
noche lo que hasta ahora parecía ser su mejor opción, “Si quiere seguir siendo doctor,
tal vez debería pensar en buscarse otro rumbo, porque aquí, a la sombra de su familia,
de su tía, no lo va a tener fácil”
León Faras.
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