sábado, 29 de agosto de 2020

Autopsia. Última parte.


III.

No había día en que la tía Elba no se hiciera mimar por sus numerosas empleadas, y ese día no era la excepción, entonces apareció Regina arreglada, lista para salir, “Se puede saber a dónde vas” le dijo su madre, con esa petulancia que da la autoridad absoluta, “Voy a salir, madre” respondió ella, digna, mas a su madre esa no le pareció una buena respuesta, “¿Pero qué es lo que te pasa a ti? Me tienes todo el día abandonada como a una apestada” “¡Pero si estás todo el día rodeada de personas!” Replicó Regina con la razón que da lo evidente, “¡Estas no son…!” Iba a decir su madre que aquellas no eran personas, pero se contuvo a tiempo, “…no son lo mismo, Regina. Te exijo que me digas a dónde vas” Regina se puso firme, como una soldadito novata frente a su veterano comandante, “Niñas, salgan por favor” Dijo, pero las empleadas no se movieron hasta que la tía Elba les hizo el gesto definitivo. “Estoy saliendo con Ernesto Villalobos” soltó sin preámbulos ni medidas cautelares, “¡Pero si ese es nuestro abogado!” exclamó la tía Elba alarmada, “Y también es un buen hombre” respondió Regina sin perder la compostura, “Y estás segura de que a ese cincuentón que nunca se ha casado le gustan las mujeres” lo dijo con cierta empalagues cínica en el tono, su hija se mantuvo firme, “Sí madre, estoy muy segura” La tía Elba hizo el gesto de haber recibido un escupitajo en la cara, “Regina, no seas vulgar” “Entonces no haga preguntas vulgares, madre” Replicó aquella impávida. “¡Pero es que no ves que ese no es más que un Don Nadie  que sólo quiere aprovecharse de ti!” Exclamó la tía Elba, irritada, como si estuviera tratando con una testaruda que no entiende las razones más elementales, “¡Pues eso es lo que quiero, madre, que se aproveche! ¡Y bien aprovechado!” gritó Regina, apretando los puños y soltando una patadita sobre el piso, su madre respondió golpeando los brazos de su silla, “¡Es que has perdido el juicio! ¿Estás dispuesta a perder tu puesto en esta familia, mi legado, por ese abogado de segunda?” Regina respiró hondo, se había sobresaltado antes y eso no era digno de una señorita, “Tú misma lo elegiste, madre, sabes muy bien que no es un abogado de segunda, y sí, ya no quiero tu legado, si para obtenerlo tengo que seguir marchitándome a tu sombra, madre” No pudo contener una lágrima, la atajó con su impoluto pañuelo y se dio la media vuelta para irse, entonces su madre la llamó con su autoridad implacable, cuando Regina se volteó para mirarla, se dio cuenta de que la anciana se había parado de la silla con ruedas como en una auténtica sanación milagrosa, “Sabes muy bien que cuando tomo una determinación, soy inflexible hasta el final, cueste lo que cueste…” Su tono era amenazante, Regina estaba rígida, como esperando recibir un golpe, a pesar de la distancia entre ambas. La tía Elba continuó, “…pero en tu caso estoy dispuesta a hacer una excepción…” la anciana hizo una pausa, Regina la miraba sin confiarse del todo. Si había alguien que conocía bien a su madre, esa era ella. La tía Elba continuó hablando como a regañadientes, dejando en claro el esfuerzo que le significaba ceder, “…aceptaré tu relación con Villalobos si decides regresar a mi lado, al menos algunas horas al día. Te necesito Regina…” Regina no lo podía creer, estaba a punto de ponerse a llorar de la emoción, “Pero…” continuó su madre, “No te casarás con él hasta que yo esté muerta. No quiero ver como mi trabajo de tantos años se despilfarra al final en manos de uno de mis empleados” Concluyó la tía Elba, remarcando su fastidio en el tono, justo antes de que su hija se le abalanzara encima para abrazarla y besarla como no lo había hecho en décadas, “¡Gracias, madre, se lo diré a Ernesto!” y salió corriendo con pasitos cortos. Era como una quinceañera, siempre había sido así, sólo que su madre nunca lo había querido notar. Lo que su madre no querría jamás ni siquiera imaginar, era que su hija había logrado mantener por más de veinte años una relación clandestina de una o dos horas a la semana con el doctor en leyes, Ernesto Villalobos, sólo que ahora en el último tiempo, había considerado cosas que antes su madre consideraba por ella y se había atrevido a tomar decisiones que antes le parecían sencillamente inadmisibles, como jugarse el cuello ante su madre por un hombre.

Ignacio pagaba las consecuencias de su rebeldía, las emergencias sanitarias en los barrios más pobres estaban controladas, y aunque enfermos habría siempre, les era imposible a éstos solventar los costos de un médico, y donde antes era exigido con regularidad y buen salario, ahora había otros en su lugar, otros con la misma facha ganadora y olfato oportunista que él solía tener al iniciarse en el negocio y para colmo, su tía Elba le había restringido sus fondos familiares, con el propósito de que se arrepintiera y acatara su voluntad, pues como solía decir ella, “Bajo advertencia, no hay felonía” Ella podía restituirle todos sus privilegios, pero antes debía pagar el precio, aprender la lección y presentarse ante ella con las orejas agachadas. Sólo Hortensia le daba fuerzas, confiando en él y en su trabajo y recordándole que nada malo había hecho dándoles de su tiempo a los pobres y que no había nada de que pudiera arrepentirse. El padre de ella le había prestado algo de dinero, él era un hombre que había forjado solo su negocio y sabía que el dinero iba y venía como las olas del mar, “Cuando empecé, no sabía nada de telas ni tintes, mi padre era carpintero de carretas, hacía buenas vigas y las mejores ruedas, pero tenía poco trabajo porque se dedicaba sólo a reparar, y éramos cinco hermanos, entonces yo tuve que buscarme mi propio oficio, y en el mundo, pocos están dispuestos a enseñar lo que saben. Me las vi negras, con mi mujer preñada, viviendo amontonados en un cuarto en el que apenas cabría un caballo, tuve que aprender, tuve que mentir, tuve que rogar, pero al final encontré lo que buscaba y a esa teta me aferré, hasta ahora, y como yo lo hice, usted también lo hará. Cuando uno está acogotado, es cuando nacen las mejores ideas, porque uno pierde el miedo” Sus palabras, eran nuevas para Ignacio, jamás había tenido que empezar nada desde cero, y por su propia cuenta, ni siquiera su profesión y él todavía no llegaba al punto de perder el miedo. Entre vasos de vino, su suegro le dijo una noche lo que hasta ahora parecía ser su mejor opción, “Si quiere seguir siendo doctor, tal vez debería pensar en buscarse otro rumbo, porque aquí, a la sombra de su familia, de su tía, no lo va a tener fácil”



León Faras.

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