viernes, 28 de noviembre de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

XIII.

En la profundidad del bosque, la agradable reunión en casa de Rodana llegaba a su fin. La Criatura ya hace un rato que dormía plácidamente bajo el dominio de la hechicera de las jaulas, en un lecho que Dendé había preparado para ella, mientras el Místico y su anfitriona fumaban en una acogedora terraza con vista a un pequeño trozo de cielo entre el follaje iluminado por la luna. Les preocupaba qué haría Rávaro con todo el poder que había conseguido al matar a su hermano, era un tipo ambicioso, cruel y ahora además poderoso, eso lo convertía en un peligro inminente del que había que preocuparse y así lo harían. Dendé apareció para avisar que el lecho para el Místico estaba listo y este se retiró a descansar agradeciendo la hospitalidad, luego de eso la enana volvió y su ama le pidió que le trajera una de sus jaulas, una en particular que contenía una pequeña pluma en su interior. Apenas la toma puede invocar su hechizo ya lanzado, inmediatamente obtiene el control del ave al que pertenece esa pluma. Rodana mira, piensa y hasta respira a través del ave, puede oír con claridad lo que ocurre a su alrededor e incluso puede sentir la molestia física del pájaro en su pata izquierda luego de haber recibido una mordida furiosa por parte de una de sus presas, el ambiente es más oscuro en las sombras donde el ave se oculta pero sus ojos ven bien en la oscuridad. Un chillido agudo y estridente se oye lejano, el sonido es reconocible para la hechicera pero poco probable, realiza un vuelo entre los árboles para detenerse en una rama más cercana e investigar. Una silueta pasa saltando de árbol en árbol a toda velocidad, antes de alejarse suelta un nuevo chillido, Rodana no tiene dudas ahora, es un Grelo solitario, pero que ande solo es tan raro como que ande de noche, tanto los Grelos como sus ranas son criaturas principalmente diurnas, sin embargo las situación no tardó en volverse más inusual, una horda de Grelos seguía al primero tan rápido como los animales que cabalgaban eran capaces, soltando sus desagradables aullidos y dejando tras de sí una estela con su repugnante olor. Algo muy inusitado estaba sucediendo, porque difícilmente aquello se trataba de una cacería, a menos que fueran ellos las presas.

El ave se elevó por sobre los árboles para investigar, y no tardó en divisar aquello que provocó la estampida de los Grelos. A una centena de metros una columna de denso humo era impulsada hacia el cielo con fuerza, mientras todo el entorno estaba iluminado, era fuego, sin duda, pero aquello no se trataba de un simple incendio. El sonido galopante de un motor de vapor que se oía cada vez más claro comenzó a preocupar a la hechicera, los árboles cercanos se inclinaban y quejaban como si resistieran un gran peso, el abundante follaje no le permitía ver con claridad desde las alturas, pero Rodana ya podía adivinar de qué se trataba semejante estructura monstruosa, no muchos poseían el genio y los recursos para crear magia usando la ciencia a tal nivel de espectacularidad. Se trataba de Galbatar, el alquimista. Y para la hechicera era un misterio qué lo había traído hasta aquí.

Ya poco falta para el alba, pero nadie se ha movido del patio del castillo del semi-demonio. Un hombre calvo y de aspecto gordinflón, estaba inclinado sobre el cuerpo inerte de la Bestia con el oído pegado a la caja torácica de esta, mientras Rávaro y los demás hombres que habían presenciado el combate contra el Enano de Rocas, sobre todo aquellos que habían apostado dinero, esperaban un diagnóstico con anhelante silencio. El corazón del gigantesco animal se oía débil y lejano, al igual que su respiración. El hombre luego bajó hacia el vientre de la Bestia, hacía muecas difíciles de interpretar, despegando la oreja y pegándola en otro sitio, sin que esto le ofreciera ninguna certeza, estaba confundido, oía el sonido característico de rocas que chocan y se frotan entre sí, pero no podía descifrar si aquella muestra de vida pertenecía al Enano, lo que era bastante probable, dada la naturaleza indestructible de este o eran simples movimientos digestivos en las tripas de la Bestia, cuyo organismo trabajaba para digerir el cuerpo extraño en su interior, lo que era poco creíble, debido a que ese cuerpo extraño estaba hecho de roca sólida. Rávaro perdía la paciencia, le había costado bastante caro que atraparan a esa bestia como para que ahora simplemente muriera sin prestarle ningún beneficio, estaba pensando ya en usar su magia para mantenerla con vida cuando el estómago del animal empezó a contraerse con violencia, provocándole a la Bestia una respiración anormal y dolorosa. Esta empezó a moverse, a tratar de incorporarse, parecía tener un ataque, vigorosas contracciones remecían su cuerpo inconteniblemente, la baba le colgaba de las fauces que cogían aire con dificultad y lo expulsaban con furia. El gordinflón empezó a retroceder con los brazos abiertos alejando a los curiosos, era un animal enorme y nada podían hacer para contenerlo, parecía que en cualquier momento iba a caer fulminado. Entonces, la Bestia estiró su cuello hasta el límite de su capacidad natural apuntando hacia el suelo mientras abría su hocico tanto como le era posible emitiendo ruidos realmente grotescos y como si se tratara de un perro envenenado, vació su estómago hasta que este se contrajo completamente en su vientre. Un montón de rocas cayó al suelo en medio de un gran charco de restos de comida a medio digerir y jugos gástricos, después de eso, la Bestia volvió a caer, pero esta vez el alivio que sentía era evidente, su respiración volvía a llevar un ritmo pausado y normal y el sufrimiento que la atormentaba por fin se había apaciguado. El Enano de Rocas se puso de pie cubierto por un líquido viscoso y de olor fuerte que no era otra cosa que vómito de bestia, claro que eso poco le podía importar a un enano de rocas, caminó hacia la multitud, ya no caminaba con la misma elegancia de antes pero aquello era comprensible después de haber salido del estómago de un animal. Instintivamente los soldados comenzaron a retroceder para abrirle paso, algunos con profundo respeto, otros con admiración y otros felices porque acababan de ganar lo que habían apostado, pues el Enano estaba incólume y la Bestia moribunda. Rávaro también lo observaba inmóvil, se preguntaba de dónde había salido semejante criatura, tal vez perteneciera como mascota a su medio hermano, podía serle muy útil si descubría cómo controlarlo, pensaba en ello cuando sus cavilaciones fueron interrumpidas por un ruido fuerte y que sin querer llamó la atención de todos, a alguien se le había quebrado el endeble techo de la herrería y había caído dentro, con gran escándalo de fierros que se golpean entre sí y maderas que se rompen y seguido de la réplica de un par de caballos asustados y un perro que pretendía hacer bien su trabajo de cuidar el lugar. Las antorchas se multiplicaron para iluminar al que había caído. Para todos fue una sorpresa pero especialmente para Rávaro, era su media hermana, Lorna, y nada le impediría ahora sacarla de en medio como lo había hecho con Dágaro, de hecho, matar a Lorna era por lejos, mucho más sencillo para él.


León Faras.

viernes, 21 de noviembre de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

VIII.

Charlie Conde se había quedado largo rato contemplando el mar, aspirando su aroma y sintiendo su brisa fresca en el rostro, añorando tiempos en que la vida le sonreía y lo hacía sentirse afortunado y agradecido de ser uno de sus hijos, esa vida que giraba en torno al mar y sus bendiciones. Siempre pensó que ahí estaba su destino, su felicidad y que también ahí con seguridad estaría su muerte. Ya no podía acceder a esa vida nunca más, pero tal vez podría entregarle su cuerpo deforme y atormentado al océano para que lo purificara y lo liberara, como un dios redentor. Abstraído en sus cavilaciones no se dio cuenta de la presencia de Von Hagen hasta que este le habló “…Debes venir conmigo, tengo que mostrarte algo”

En la entrada del acoplado, el gigante Ángel Pardo montaba guardia hasta que Horacio volviera con alguien. La muchacha estaba sentada en la puerta con los pies colgando. Charlie Conde, inesperadamente se sorprendió al verla como si se tratara de algo que no debía suceder “¿¡De dónde salió esta niña!?” la muchacha era despierta y replicó de inmediato “¡No soy una niña; tengo dieciséis!...” y luego agregó con algo de incomodidad “…Es solo que no he comido bien últimamente…” el gigante respondió “Estaba oculta entre los bultos” pero Conde no le dirigió la mirada puesto que su joroba le incomodaba al alzar la vista “Dice que quiere quedarse aquí, en el Circo” agregó Horacio con nerviosismo mientras Charlie se rascaba el cuello con una fea mueca en el rostro “Miente, no creo que tenga más de quince años, tal vez solo catorce. No debería estar aquí, este no es lugar para una niña…” y luego dirigiéndose a la muchacha agregó “¿Cómo te llamas?” esta respondió sin rodeos “Eloísa” “¿Y por qué quieres quedarte aquí en lugar de estar en tu casa, con tu familia?” Conde parecía reprenderla y Eloísa parecía defenderse de una amenaza “¡No pienso volver a casa con mi familia! y si no me dejan quedarme, tendré que vivir en la calle, como un animal, sin amparo ni cobijo, expuesta al hambre, a la humedad y…” “¡Bueno, ya basta!” la interrumpió Charlie Conde, y agregó más bajo, como para sí mismo “…Hay personas que no saben cuidar a sus hijos” y esa frase le provocó una mueca de desprecio que le duró varios segundos. Luego de que los recuerdos y las imágenes en su mente se disiparon, volvió a la realidad “Bueno, si quieres quedarte, tendrás que hablar con Cornelio Morris, él decide quién se queda y quién no. Te llevaré con él” A la muchacha se le iluminó el rostro y de un brinco se bajó del acoplado entusiasmada “¡Muchas gracias! Les prometo que no se van a arrepentir” Von Hagen y el gigante se miraron con un dejo de compasión y preocupación por la chica. Quién sabe qué haría Morris con ella, y ella iba feliz en su búsqueda. Ambos la acompañaron, después de todo, ellos la habían encontrado.

Como siempre Cornelio se disgustaba al ser molestado en su oficina y más aún ahora, que luego del incidente en los acantilados, donde se les había ocurrido detenerse a los hermanos Monje, el poco buen humor que podía haber tenido se había estropeado por completo, pero Charlie Conde conocía bien a su jefe, y sabía con qué cosas lo podía interrumpir y con cuáles no. Entró a la oficina luego de golpear la puerta, Morris fumaba y se bebía un trago buscando un relajo, pero recibió a Conde como era de esperarse, disgustado y sin paciencia “Lo que sea que necesites, dilo rápido y más vale que sea importante” Conde se atrevió incluso a jugar un poco con su confianza al darle suspenso al tema, se acercó a la botella de licor y se sirvió un trago, era el segundo al mando y se sentía con ciertos privilegios, “Creo que más que importante, lo que traigo te alegrará tanto que hasta te olvidarás de lo que sucedió en los acantilado…” Morris le observaba como conteniéndose para no explotar, realmente el suspenso no le estaba cayendo nada bien “Deja de forzar tu suerte y dime qué es lo que quieres, porque si no tienes una buena razón para molestarme y encima beberte mi licor, no me importará lo…” En este punto Charlie supo que era momento de hablar sin rodeos, se acabó su vaso de una sentada y lo golpeó sobre la mesa “Los muchachos encontraron a una niña oculta entre los bultos. Dice que quiere pertenecer al Circo” “¿Una niña?; ¿Y está dispuesta a firmar un contrato?” preguntó Morris interesado “No solo dispuesta, bastante ansiosa diría yo”

Alfredo Toledo era uno de los trabajadores del Circo, armaba y desarmaba las instalaciones luego de cargar y descargar los camiones junto al resto de los hombres. Dos de sus amigos se habían quitado la vida hace poco rato en los acantilados y se lamentaba de no haber sido él uno de ellos, quizá por falta de valor o solo de iniciativa. Él era un simple obrero y Cornelio Morris tenía un método diferente para contratar trabajadores que el que usaba para sus atracciones. Hace ya varios años, Alfredo Toledo era uno de los numerosos trabajadores del gran mercado central donde a diario llegaban productos desde todas partes del país: Carnes, frutas, verduras y productos del mar. Durante todo el día era necesario cargar y descargar camiones que llegaban repletos de sacos y cajas y se iban repletos de más sacos y más cajas. Aquel día, Alfredo viajaba de copiloto en el camión de un viejo comerciante amigo suyo, el que siempre requería de sus servicios como cargador, los años y la obesidad del conductor del vehículo, hace rato que habían deteriorado su corazón, el cual, eligió el peor momento para dejar de funcionar. El infarto fue fulminante y el camión sin chofer doblegó la baranda del puente que cruzaban en ese momento precipitándose al pedregoso lecho del río, que contaba con bastante poca agua en esa época del año. Pero por una extraña razón, el camión se detuvo antes de que su eje trasero se despegara por completo del puente, Toledo, aterrado y aferrándose con desesperación a su asiento, no podía creer que algún hecho providencial le estuviera salvando la vida, volteó a mirar a su acompañante pero en su lugar había otro hombre, uno que jamás en su vida había visto antes, se vestía elegantemente y usaba numerosas joyas. Este hombre le dijo sin rodeos que irremediablemente, el día de su muerte había llegado, que en ese preciso instante, estaba viviendo sus últimos segundos de vida en este mundo, y que él estaba allí para ofrecerle una opción: Sacarlo de ahí con vida a cambio de que trabajase para él. Alfredo no entendía nada, temeroso se asomó por la ventana, estaban solos, y nada parecía sostener el camión, “¿quién eres?” preguntó asustado mientras el hombre a su lado encendía un cigarro “Mi nombre es Cornelio Morris, no necesitas saber más. Lo que sí necesitas, es decidirte rápido porque no podemos esperar mucho tiempo. Esto es muy sencillo, tienes un contrato delante de ti, si lo firmas, sigues con vida y trabajas para mí, si no lo firmas, yo me largo y tu vida sigue su curso normal hasta terminar de forma espectacular y dolorosa en los próximos segundos…” La mente de Alfredo estaba bloqueada, no podía pensar ni entender, la hora de su muerte había llegado y esa era una información que nadie está preparado para digerir, “¿Estás preparado para morir?” preguntó Morris y el asustado hombre negó con la cabeza. “Firma entonces y trabaja para mí” y Toledo volvió a negar con la cabeza, Morris hizo una mueca de resignación, tal parecía que con este hombre no se estaba entendiendo, “Pues bien, no te haré perder más el poco tiempo que te queda…” y en ese instante el camión fue liberado de la extraña fuerza que lo mantenía suspendido y cayó en medio del desesperado grito de Alfredo que decía “¡Es que no sé escribir!”


Pudo ver con aterradora claridad toda la caída vertical del camión y quedaron grabados en sus oídos los sonidos de los fierros de la cabina estrellándose contra el duro e irregular terreno, pero nada más. Luego de eso, como si despertara de un sueño o de una extraña visión, se encontraba en una oficina frente al tal Cornelio Morris y otro tipo jorobado y feo que sonreía con malicia, plasmando una marca con su dedo pulgar en una hoja de papel. La cobardía natural ante la inminencia de la muerte lo había dejado sin opciones y ahora el resto de su vida le pertenecería al Circo de Cornelio Morris.


León Faras.

domingo, 16 de noviembre de 2014

El encargo del Diablo.



La noche estaba más oscura que nunca, la lluvia caía gruesa y perpendicular sobre las viejas tejas de madera de la cabaña ubicada en la cúspide de una delgada y larga formación rocosa, en la que no podía caber nada más a excepción de la precaria vivienda y un viejo y atormentado árbol seco hasta las raíces, que se aferraba al peñasco para no caer, náufrago y vestigio de una tierra arrasada por el clima y la erosión. La luz amarillenta del fuego iluminaba los vidrios de las ventanas, empañados por el contraste del calor y el frío. De una chimenea de lata, flaca y chueca, brotaba un humo blanco que pacífico, se movilizaba en sentido contrario a la lluvia. En su interior vivía Noelia, una bruja superviviente de la vieja escuela, una mujer voluptuosa y coqueta, de anchas caderas y generoso busto, exhibido sin complejos por el escote de su vestido negro y ceñido. Dejaba caer con gracia extraños polvos dentro de un caldero hirviente, mientras consultaba un libro milenario ubicado en un atril, el que era iluminado por una vela adherida a un cráneo humano, junto a esta, un cuervo viejo reposaba solemne sobre un perchero. En una esquina, sobre una silla de manufactura clásica dormía plácidamente Diana, su gata, tan coqueta y refinada como su dueña y junto a la puerta, reposaba una atrofiada escoba. Noelia canturreaba ocupada en sus asuntos cuando se oyó que alguien golpeó su puerta, la mujer se sobresaltó pero se puso contenta, no cualquiera podía visitarla, justamente por lo inaccesible de su casa, pero cuando sucedía se emocionaba como una niña pequeña. Se arregló el cabello y se alisó el vestido con las manos antes de abrir la puerta, un rayo rajó el cielo en ese preciso instante.

El Diablo entró quitándose el sombrero y el abrigo que Noelia se apresuró a recibir, asombrada ante la inesperada e ilustre visita. A pesar del chaparrón, toda su ropa estaba seca, “Veo que te sorprendes de verme…espero no ser inoportuno” Dijo Lucifer, a lo que Noelia respondió con una sonrisa nerviosa, “Por supuesto que no, es solo que… no recuerdo haberte invocado… ¿o sí?” Y dirigió una mirada de severa duda al cuervo, mientras colgaba las prendas de su visita, pero el ave solo se encogió de hombros. “No, no has sido tú. Soy yo quien necesitaba verte” Dijo el recién llegado y se dejó caer en el mismo lugar donde estaba, con lo que la bruja debió reaccionar y con un rápido hechizo hacer que la silla, donde cómodamente reposaba Diana, volara para atajar el cuerpo del Diablo, cosa que este tomó como algo de lo más natural. La gata, por su parte, cayó dando un aullido de protesta, y una mirada de muy mal humor que la mujer respondió con una mueca de justificación y disculpa, para que buscara otro lugar donde continuar su siesta. Luego sirvió dos diminutos vasos de un fuerte licor y le ofreció uno a su visitante “Pues… usted dirá para qué soy buena” Lucifer se bebió su vaso como si se tratara de agua pura de vertiente, lo que hizo dudar a Noelia si había servido de la botella correcta. “Estoy aquí porque sé que no solo eres buena, si no que de las mejores. No seas modesta Noelia, odio la modestia. Necesito que hagas para mí un conjuro de horror, el más poderoso y eficiente que conozcas. Te pagaré bien” Concluyó el Diablo sacando de su bolsillo interior lo que parecía ser una esfera de oro macizo. Noelia se bebió su vaso de una sentada también, pero a ella le pareció lava ardiente, lo que la dejó sin habla por unos segundos. “¿De qué clase de horror?, ¿algo así como revivir algunos muertos tal vez?...”La bruja sonreía entusiasmada y encantadora “…Conozco un conjuro que los haría levantarse y aterrorizar a todo un pueblo,” Y terminó con una graciosa mímica que al Diablo no le hizo gracia alguna “No, ya no funcionan como antes, necesitaríamos muchos cadáveres recientes y que no estuvieran en esas tontas cajas de madera donde los ponen desde la última vez. Además son torpes y huelen mal, y ni siquiera atacan a nadie… lo que yo necesito es infundir el terror en sus corazones, que sepan quién soy yo y que conmigo no deben jugar” Noelia lo miraba con los ojos muy abiertos, “¡Ratas!” Dijo y el Diablo frunció el ceño “Las ratas…” Continuó la bruja “…Son perfectas, abundantes, omnipresentes y muy fáciles de dominar, además, transmiten cualquier cosa que quieras.” El Diablo hizo una mueca de poco convencimiento “Las ratas son geniales pero, ya sabes lo que pasó con ellas la última vez, hubiesen exterminado a toda la humanidad con aquello de la peste si no interferimos y… ese no es mi negocio. Un mundo sin humanos no es divertido”, Noelia reflexionaba unos segundos cuando alguien habló “¿Y qué tal, una prisión para almas?” El Diablo se volteó sorprendido hacia el cuervo, Noelia se excusó “Mi cuervo no habla demasiado pero cuando lo hace, no es en vano” “Ya veo…” La bruja explicó mientras le daba una caricia de premio a su cuervo “Una prisión de almas es un conjuro que evita que alguien muerto en un lugar se vaya de ese lugar, puedes ponerlo por el tiempo que quieras y con los años convertir cualquier sitio en un espacio lleno de espíritus errantes… lo usamos en lugares con abundantes muertes como cárceles u hospitales… pero tú lo puedes usar donde quieras…” Lucifer entrecruzó los dedos y sonrió complacido “Sé exactamente donde lo pondré. Hazme uno y que sea para llevar”

Noelia lo preparó todo en un santiamén, realmente encantada de ganarse una tan generosa recompensa y de forma tan fácil y rápida y se lo entregó en un bonito frasco de vidrio tapado con un trozo de tela cuadriculada, sujeta con un cordel, como si se tratara de esas mermeladas artesanales que venden en los pueblos pequeños. Curiosa y animada, preguntó mientras le ayudaba a ponerse el abrigo “¿Sería muy indiscreta si pregunto dónde lo piensas usar?” El Diablo respondió ya listo para irse “Tengo unos amigos míos que ahora les ha entrado deseos de arrepentirse de sus sabrosas vilezas y yo no puedo permitir que me abandonen después de tanto tiempo, eso no es justo ¿no te parece?”Dicho eso, desapareció en la oscuridad de la noche dejando solo el galope de su caballo en el aire y las chispas de sus herraduras de oro.



León Faras.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda Parte.

XVII.

En el momento en que el ejército de  Rimos fue sorprendido en los campos de Cízarin y acribillados con flechas, Ranta tuvo la destreza y rapidez para lanzarse al suelo desde su caballo y protegerse detrás de él. El animal cayó al suelo agonizante mientras él, con la espada en mano y el corazón acelerado, se prestaba a combatir. Entonces uno de sus compañeros le estiró el brazo y lo ayudó a subirse en la grupa de su animal, el cual de inmediato salió en estampida junto con el resto. Lo que vio en ese momento, no era fácil de comprender o de digerir, el jinete que lo llevaba, un soldado llamado Vanter, tenía una flecha clavada en el cuello, más o menos debajo de la oreja izquierda, y al parecer, ni siquiera lo había notado. Ranta se revisó el cuerpo con una ojeada rápida para verificar que no estuviera herido sin haberlo notado. Comenzó a creer que el agua de la fuente de Mermes tal vez sí funcionaba, aunque no podía estar del todo seguro, antes ya había visto hombres pelear días enteros con graves heridas en sus cuerpos sin que estos fueran inmortales, pero la herida que no te mataba no era lo peor de todo, si no que lo que le seguía, la infección, ese era el verdadero temor, porque, por lo general se trataba de una muerte lenta, dolorosa y sin honor de ninguna especie. Cuando la milagrosa fuente de Mermes recuperara completamente a un hombre de una herida infectada, entonces Ranta creería completamente que sí eran inmortales.

La última corrida de los caballos antes de salir de los campos, provocó una enorme y molesta lluvia de jugoso lodo sobre los jinetes al pasar corriendo sobre extensos charcos, aquello era desagradable y afectaba tanto en la destreza de los soldados como en su estado de ánimo, tal como lo había planeado Zaida y sus hombres. Al salir de los campos, la ciudad ofrecía varias entradas, de las cuales, la principal era recta, amplia e iluminada mientras que las otras eran bastante más angulosas, angostas y oscuras. El rey Nivardo eligió la avenida principal de la ciudad y el grueso de sus hombres le siguieron. Para los jinetes aquello era más conveniente que los recovecos oscuros de los callejones, sin embargo algunos eligieron las callejuelas angostas y mal iluminadas para no moverse apretujados y estorbarse con los otros, uno de estos pequeños grupos sorprendió en su camino a unos soldados de Cízarin armados con espadas y escudos que aguardaban para atacar. Los jinetes, lejos de detenerse, espolonearon los caballos para arremeter contra los soldados que estaban a pie, pues sus animales le otorgaban la gran ventaja de atropellar y pasar por encima de los enemigos, sin embargo el angosto pasadizo era un lugar idóneo para tender trampas. Una cuerda se tensó sorpresivamente y sin que fuera percibida a tiempo atrapó por el cuello a los jinetes que cayeron golpeándose contra los animales que venían atrás, los caballos continuaron solos, mientras que los soldados de Rimos se pusieron de pie tan rápido como les fue posible, aunque magullados, el veterano Sinaro Camo estaba entre ellos, miró a sus espaldas, ellos eran solo cuatro y pronto se agruparon cubriéndose las espaldas mutuamente, de las sombras del callejón aparecieron por lo menos una docena de hombres de Cízarin armados y dispuestos a acabar con el asunto lo más rápido posible, pues ya estaban instruidos que no debían desgastarse peleando, solo atacar y retirarse. Y así lo hicieron, atacaron con furia y en grupo, el experimentado pero ya viejo Sinaro Camo logró esquivar una espada, bloquear la otra pero una tercera se clavó en su zona lumbar, ambos, el atacante y la víctima pudieron sentir el filo de la espada deslizándose sobre el borde superior del hueso de la pelvis, hasta salir por el vientre. Sinaro golpeó con el codo la mandíbula de su atacante y le agarró el cuello con una mano como una tenaza de hierro y comenzó a estrangularlo hasta que sus fuerzas se agotaron y poco a poco dejó de hacer presión, la espada fue retirada y el cuerpo herido del veterano cayó al suelo, siendo dejado atrás por el círculo que se empequeñeció, ahora, eran solo tres contra doce. Los tres se defendieron con destreza, pero sin poder provocar daño alguno, más bien, alargando una derrota inminente. La marcada desventaja numérica provocó un rápido agotamiento en los tres soldados de Rimos, pronto uno perdió su espada con la que se defendía y cayó al suelo de un puntapié, jadeante y resignado supo que iba a morir pero su victimario perdió el brazo sorpresivamente antes de que pudiera usarlo para matarlo e inmediatamente otro de los soldados de Cízarin cayó con una profunda herida en el cuello sin comprender lo que sucedía. Sinaro Camo se había puesto de pie y luchaba después de haber sido atravesado por una espada, ni siquiera sus propios compañeros lograban convencerse de aquello, nadie creía realmente que los efectos inmortales de la fuente de Mermes fueran verdaderos pero lo que veían no admitía dudas y provocó un fuerte golpe de energía y valor en sus compañeros, así como también, temor e incredulidad en sus enemigos, la derrota segura que ya todos temían se convirtió en una victoria ineluctable, pues a ellos la muerte no los detendría. Los soldados de Cízarin comprendieron aquello y se retiraron tal cual eran sus órdenes de atosigar y moverse pero lo hicieron con un dejo de preocupación y tres hombres menos. Algo no natural estaba sucediendo, y sería mejor que Zaida y los demás lo supieran.


Debían continuar a pie, pero de pronto Sinaro tuvo un fuerte dolor que no le permitió seguir caminando y debió apoyar una rodilla en el suelo, se observó la herida en el vientre, de esta manaba un líquido blanquecino como el suero de la leche cortada, mientras en la carne abierta se aglutinaba una sustancia oscura y pegajosa como alquitrán, parecía que su sangre se hubiese dividido y descompuesto, lavando y taponando la herida de una forma anormal y grotesca, que quemaba la carne viva mientras se esparcía, sujetándose de ella con brazos largos y angulosos semejante a las raíces de un árbol, sin embargo, el dolor se volvía soportable, y pronto el veterano soldado se pudo poner de pie nuevamente. Había un extraño silencio en el ambiente, al parecer se habían quedado bastante rezagados.


León Faras.