viernes, 21 de noviembre de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

VIII.

Charlie Conde se había quedado largo rato contemplando el mar, aspirando su aroma y sintiendo su brisa fresca en el rostro, añorando tiempos en que la vida le sonreía y lo hacía sentirse afortunado y agradecido de ser uno de sus hijos, esa vida que giraba en torno al mar y sus bendiciones. Siempre pensó que ahí estaba su destino, su felicidad y que también ahí con seguridad estaría su muerte. Ya no podía acceder a esa vida nunca más, pero tal vez podría entregarle su cuerpo deforme y atormentado al océano para que lo purificara y lo liberara, como un dios redentor. Abstraído en sus cavilaciones no se dio cuenta de la presencia de Von Hagen hasta que este le habló “…Debes venir conmigo, tengo que mostrarte algo”

En la entrada del acoplado, el gigante Ángel Pardo montaba guardia hasta que Horacio volviera con alguien. La muchacha estaba sentada en la puerta con los pies colgando. Charlie Conde, inesperadamente se sorprendió al verla como si se tratara de algo que no debía suceder “¿¡De dónde salió esta niña!?” la muchacha era despierta y replicó de inmediato “¡No soy una niña; tengo dieciséis!...” y luego agregó con algo de incomodidad “…Es solo que no he comido bien últimamente…” el gigante respondió “Estaba oculta entre los bultos” pero Conde no le dirigió la mirada puesto que su joroba le incomodaba al alzar la vista “Dice que quiere quedarse aquí, en el Circo” agregó Horacio con nerviosismo mientras Charlie se rascaba el cuello con una fea mueca en el rostro “Miente, no creo que tenga más de quince años, tal vez solo catorce. No debería estar aquí, este no es lugar para una niña…” y luego dirigiéndose a la muchacha agregó “¿Cómo te llamas?” esta respondió sin rodeos “Eloísa” “¿Y por qué quieres quedarte aquí en lugar de estar en tu casa, con tu familia?” Conde parecía reprenderla y Eloísa parecía defenderse de una amenaza “¡No pienso volver a casa con mi familia! y si no me dejan quedarme, tendré que vivir en la calle, como un animal, sin amparo ni cobijo, expuesta al hambre, a la humedad y…” “¡Bueno, ya basta!” la interrumpió Charlie Conde, y agregó más bajo, como para sí mismo “…Hay personas que no saben cuidar a sus hijos” y esa frase le provocó una mueca de desprecio que le duró varios segundos. Luego de que los recuerdos y las imágenes en su mente se disiparon, volvió a la realidad “Bueno, si quieres quedarte, tendrás que hablar con Cornelio Morris, él decide quién se queda y quién no. Te llevaré con él” A la muchacha se le iluminó el rostro y de un brinco se bajó del acoplado entusiasmada “¡Muchas gracias! Les prometo que no se van a arrepentir” Von Hagen y el gigante se miraron con un dejo de compasión y preocupación por la chica. Quién sabe qué haría Morris con ella, y ella iba feliz en su búsqueda. Ambos la acompañaron, después de todo, ellos la habían encontrado.

Como siempre Cornelio se disgustaba al ser molestado en su oficina y más aún ahora, que luego del incidente en los acantilados, donde se les había ocurrido detenerse a los hermanos Monje, el poco buen humor que podía haber tenido se había estropeado por completo, pero Charlie Conde conocía bien a su jefe, y sabía con qué cosas lo podía interrumpir y con cuáles no. Entró a la oficina luego de golpear la puerta, Morris fumaba y se bebía un trago buscando un relajo, pero recibió a Conde como era de esperarse, disgustado y sin paciencia “Lo que sea que necesites, dilo rápido y más vale que sea importante” Conde se atrevió incluso a jugar un poco con su confianza al darle suspenso al tema, se acercó a la botella de licor y se sirvió un trago, era el segundo al mando y se sentía con ciertos privilegios, “Creo que más que importante, lo que traigo te alegrará tanto que hasta te olvidarás de lo que sucedió en los acantilado…” Morris le observaba como conteniéndose para no explotar, realmente el suspenso no le estaba cayendo nada bien “Deja de forzar tu suerte y dime qué es lo que quieres, porque si no tienes una buena razón para molestarme y encima beberte mi licor, no me importará lo…” En este punto Charlie supo que era momento de hablar sin rodeos, se acabó su vaso de una sentada y lo golpeó sobre la mesa “Los muchachos encontraron a una niña oculta entre los bultos. Dice que quiere pertenecer al Circo” “¿Una niña?; ¿Y está dispuesta a firmar un contrato?” preguntó Morris interesado “No solo dispuesta, bastante ansiosa diría yo”

Alfredo Toledo era uno de los trabajadores del Circo, armaba y desarmaba las instalaciones luego de cargar y descargar los camiones junto al resto de los hombres. Dos de sus amigos se habían quitado la vida hace poco rato en los acantilados y se lamentaba de no haber sido él uno de ellos, quizá por falta de valor o solo de iniciativa. Él era un simple obrero y Cornelio Morris tenía un método diferente para contratar trabajadores que el que usaba para sus atracciones. Hace ya varios años, Alfredo Toledo era uno de los numerosos trabajadores del gran mercado central donde a diario llegaban productos desde todas partes del país: Carnes, frutas, verduras y productos del mar. Durante todo el día era necesario cargar y descargar camiones que llegaban repletos de sacos y cajas y se iban repletos de más sacos y más cajas. Aquel día, Alfredo viajaba de copiloto en el camión de un viejo comerciante amigo suyo, el que siempre requería de sus servicios como cargador, los años y la obesidad del conductor del vehículo, hace rato que habían deteriorado su corazón, el cual, eligió el peor momento para dejar de funcionar. El infarto fue fulminante y el camión sin chofer doblegó la baranda del puente que cruzaban en ese momento precipitándose al pedregoso lecho del río, que contaba con bastante poca agua en esa época del año. Pero por una extraña razón, el camión se detuvo antes de que su eje trasero se despegara por completo del puente, Toledo, aterrado y aferrándose con desesperación a su asiento, no podía creer que algún hecho providencial le estuviera salvando la vida, volteó a mirar a su acompañante pero en su lugar había otro hombre, uno que jamás en su vida había visto antes, se vestía elegantemente y usaba numerosas joyas. Este hombre le dijo sin rodeos que irremediablemente, el día de su muerte había llegado, que en ese preciso instante, estaba viviendo sus últimos segundos de vida en este mundo, y que él estaba allí para ofrecerle una opción: Sacarlo de ahí con vida a cambio de que trabajase para él. Alfredo no entendía nada, temeroso se asomó por la ventana, estaban solos, y nada parecía sostener el camión, “¿quién eres?” preguntó asustado mientras el hombre a su lado encendía un cigarro “Mi nombre es Cornelio Morris, no necesitas saber más. Lo que sí necesitas, es decidirte rápido porque no podemos esperar mucho tiempo. Esto es muy sencillo, tienes un contrato delante de ti, si lo firmas, sigues con vida y trabajas para mí, si no lo firmas, yo me largo y tu vida sigue su curso normal hasta terminar de forma espectacular y dolorosa en los próximos segundos…” La mente de Alfredo estaba bloqueada, no podía pensar ni entender, la hora de su muerte había llegado y esa era una información que nadie está preparado para digerir, “¿Estás preparado para morir?” preguntó Morris y el asustado hombre negó con la cabeza. “Firma entonces y trabaja para mí” y Toledo volvió a negar con la cabeza, Morris hizo una mueca de resignación, tal parecía que con este hombre no se estaba entendiendo, “Pues bien, no te haré perder más el poco tiempo que te queda…” y en ese instante el camión fue liberado de la extraña fuerza que lo mantenía suspendido y cayó en medio del desesperado grito de Alfredo que decía “¡Es que no sé escribir!”


Pudo ver con aterradora claridad toda la caída vertical del camión y quedaron grabados en sus oídos los sonidos de los fierros de la cabina estrellándose contra el duro e irregular terreno, pero nada más. Luego de eso, como si despertara de un sueño o de una extraña visión, se encontraba en una oficina frente al tal Cornelio Morris y otro tipo jorobado y feo que sonreía con malicia, plasmando una marca con su dedo pulgar en una hoja de papel. La cobardía natural ante la inminencia de la muerte lo había dejado sin opciones y ahora el resto de su vida le pertenecería al Circo de Cornelio Morris.


León Faras.

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