lunes, 10 de noviembre de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda Parte.

XVII.

En el momento en que el ejército de  Rimos fue sorprendido en los campos de Cízarin y acribillados con flechas, Ranta tuvo la destreza y rapidez para lanzarse al suelo desde su caballo y protegerse detrás de él. El animal cayó al suelo agonizante mientras él, con la espada en mano y el corazón acelerado, se prestaba a combatir. Entonces uno de sus compañeros le estiró el brazo y lo ayudó a subirse en la grupa de su animal, el cual de inmediato salió en estampida junto con el resto. Lo que vio en ese momento, no era fácil de comprender o de digerir, el jinete que lo llevaba, un soldado llamado Vanter, tenía una flecha clavada en el cuello, más o menos debajo de la oreja izquierda, y al parecer, ni siquiera lo había notado. Ranta se revisó el cuerpo con una ojeada rápida para verificar que no estuviera herido sin haberlo notado. Comenzó a creer que el agua de la fuente de Mermes tal vez sí funcionaba, aunque no podía estar del todo seguro, antes ya había visto hombres pelear días enteros con graves heridas en sus cuerpos sin que estos fueran inmortales, pero la herida que no te mataba no era lo peor de todo, si no que lo que le seguía, la infección, ese era el verdadero temor, porque, por lo general se trataba de una muerte lenta, dolorosa y sin honor de ninguna especie. Cuando la milagrosa fuente de Mermes recuperara completamente a un hombre de una herida infectada, entonces Ranta creería completamente que sí eran inmortales.

La última corrida de los caballos antes de salir de los campos, provocó una enorme y molesta lluvia de jugoso lodo sobre los jinetes al pasar corriendo sobre extensos charcos, aquello era desagradable y afectaba tanto en la destreza de los soldados como en su estado de ánimo, tal como lo había planeado Zaida y sus hombres. Al salir de los campos, la ciudad ofrecía varias entradas, de las cuales, la principal era recta, amplia e iluminada mientras que las otras eran bastante más angulosas, angostas y oscuras. El rey Nivardo eligió la avenida principal de la ciudad y el grueso de sus hombres le siguieron. Para los jinetes aquello era más conveniente que los recovecos oscuros de los callejones, sin embargo algunos eligieron las callejuelas angostas y mal iluminadas para no moverse apretujados y estorbarse con los otros, uno de estos pequeños grupos sorprendió en su camino a unos soldados de Cízarin armados con espadas y escudos que aguardaban para atacar. Los jinetes, lejos de detenerse, espolonearon los caballos para arremeter contra los soldados que estaban a pie, pues sus animales le otorgaban la gran ventaja de atropellar y pasar por encima de los enemigos, sin embargo el angosto pasadizo era un lugar idóneo para tender trampas. Una cuerda se tensó sorpresivamente y sin que fuera percibida a tiempo atrapó por el cuello a los jinetes que cayeron golpeándose contra los animales que venían atrás, los caballos continuaron solos, mientras que los soldados de Rimos se pusieron de pie tan rápido como les fue posible, aunque magullados, el veterano Sinaro Camo estaba entre ellos, miró a sus espaldas, ellos eran solo cuatro y pronto se agruparon cubriéndose las espaldas mutuamente, de las sombras del callejón aparecieron por lo menos una docena de hombres de Cízarin armados y dispuestos a acabar con el asunto lo más rápido posible, pues ya estaban instruidos que no debían desgastarse peleando, solo atacar y retirarse. Y así lo hicieron, atacaron con furia y en grupo, el experimentado pero ya viejo Sinaro Camo logró esquivar una espada, bloquear la otra pero una tercera se clavó en su zona lumbar, ambos, el atacante y la víctima pudieron sentir el filo de la espada deslizándose sobre el borde superior del hueso de la pelvis, hasta salir por el vientre. Sinaro golpeó con el codo la mandíbula de su atacante y le agarró el cuello con una mano como una tenaza de hierro y comenzó a estrangularlo hasta que sus fuerzas se agotaron y poco a poco dejó de hacer presión, la espada fue retirada y el cuerpo herido del veterano cayó al suelo, siendo dejado atrás por el círculo que se empequeñeció, ahora, eran solo tres contra doce. Los tres se defendieron con destreza, pero sin poder provocar daño alguno, más bien, alargando una derrota inminente. La marcada desventaja numérica provocó un rápido agotamiento en los tres soldados de Rimos, pronto uno perdió su espada con la que se defendía y cayó al suelo de un puntapié, jadeante y resignado supo que iba a morir pero su victimario perdió el brazo sorpresivamente antes de que pudiera usarlo para matarlo e inmediatamente otro de los soldados de Cízarin cayó con una profunda herida en el cuello sin comprender lo que sucedía. Sinaro Camo se había puesto de pie y luchaba después de haber sido atravesado por una espada, ni siquiera sus propios compañeros lograban convencerse de aquello, nadie creía realmente que los efectos inmortales de la fuente de Mermes fueran verdaderos pero lo que veían no admitía dudas y provocó un fuerte golpe de energía y valor en sus compañeros, así como también, temor e incredulidad en sus enemigos, la derrota segura que ya todos temían se convirtió en una victoria ineluctable, pues a ellos la muerte no los detendría. Los soldados de Cízarin comprendieron aquello y se retiraron tal cual eran sus órdenes de atosigar y moverse pero lo hicieron con un dejo de preocupación y tres hombres menos. Algo no natural estaba sucediendo, y sería mejor que Zaida y los demás lo supieran.


Debían continuar a pie, pero de pronto Sinaro tuvo un fuerte dolor que no le permitió seguir caminando y debió apoyar una rodilla en el suelo, se observó la herida en el vientre, de esta manaba un líquido blanquecino como el suero de la leche cortada, mientras en la carne abierta se aglutinaba una sustancia oscura y pegajosa como alquitrán, parecía que su sangre se hubiese dividido y descompuesto, lavando y taponando la herida de una forma anormal y grotesca, que quemaba la carne viva mientras se esparcía, sujetándose de ella con brazos largos y angulosos semejante a las raíces de un árbol, sin embargo, el dolor se volvía soportable, y pronto el veterano soldado se pudo poner de pie nuevamente. Había un extraño silencio en el ambiente, al parecer se habían quedado bastante rezagados.


León Faras.

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