martes, 28 de diciembre de 2021

Humanimales.

 XXII.



Tanco fue el primero en dormirse, tenía el cuerpo adolorido y no solo por el buen golpe que recibió, sino también por la extensa e intensa jornada que le había tocado. Cuando despertó sentía ganas de orinar, el sol aún no salía y todos seguían durmiendo pues nadie debía preocuparse de montar guardia en un sitio como ese. Se acercó al borde de la plataforma, de inmediato sintió un ligero aroma en el ambiente, un olor conocido que por lo general transmite seguridad en vez de peligro, pero su sentimiento cambió cuando comprobó que la fogata estaba completamente fría hace horas y que el olor a humo no venía de allí. El sol aún no salía y por más que trató, no consiguió ver nada más que las siluetas de los árboles recortadas en un fondo oscuro en el que el amanecer apenas se insinuaba. Su olfato no lo engañaba, aunque su visibilidad estaba limitada por el propio árbol que los albergaba, entonces, decidió trepar hasta la copa de este y desde allí escudriñar los alrededores como el vigía de un barco que busca desesperadamente tierra, pero ese no era el elemento que buscaba Tanco, sino otro mucho más brillante que no tardó en destacarse en el negro horizonte. El fuego se veía como un tajo de luz en la oscuridad. Su grito despertó a todos, incluso a la pequeña Brú, que se enderezó como impulsada por un resorte, despistada y con una intensa comezón en la nariz, mientras los otros aún trataban de identificar de dónde había salido ese grito, “¡Hay que largarse de aquí ahora mismo!” Ordenó Límber, apenas comprendió lo que sucedía, mientras recogía todos sus bultos, “¡Pero no pueden irse! ¡Este es mi hogar! ¡Tenemos que hacer algo!” Se interpuso Maru, francamente angustiado, “¡Esto es un bosque!” Exclamó Límber impaciente, señalando lo obvio, “Y eso de allá es fuego, y lo que hay que hacer cuando ambos se unen, es huir mientras puedas” Tanco llegaba en ese momento, “Oye viejo, él tiene razón ¡No hay nada que hacer aquí! Podemos enfrentar carnófagos hambrientos, gigantes de Bulvar enloquecidos ¡pero no podemos luchar contra un jodido incendio!” Maru le puso su dedo acusador frente a su ancha nariz de diminutas y separadas fosas, “Me lo debes” Le reprochó, por haberle salvado la vida y Tanco comprendía eso perfectamente. Asintió con los labios apretados, “Esta bien…” Aceptó, “Haremos lo que tú digas, pero tú y yo. Ellos se van” Concluyó, señalando a sus compañeros. Mica intentó protestar, pero Tanco le recordó que lo primero era poner a salvo a la pequeña Brú, “Creo que deberían preparar una balsa” Sugirió convencido de que el Zolga era la ruta de escape más segura, Límber estaba de acuerdo con irse, aunque no exactamente por vía fluvial, “¡Es una locura! ¿Qué rayos piensan hacer quedándose aquí?” Tanco iba a explicarle que no podía negarse y que luego los alcanzaría como siempre, pero el extenso y lejano aullido de Yuba interrumpió a todos en lo que fuera que estuvieran pensando. El sol despuntaba en ese momento. “Hay algo que podemos hacer” Afirmó Maru, y su plan podía funcionar, si lograban ejecutarlo antes de que el fuego se volviera incontrolable, lo bueno, era que en las encajonadas colinas de Mirra, el viento no era un factor predominante y eso les daba algo más de tiempo. La cascada que habían visto al llegar, tenía un nacimiento mucho más arriba, brotando de algún afluente subterráneo de remoto origen y en su tiempo, los pobladores de las colinas de Mirra construyeron innumerables canaletas de madera destinadas a proveer de agua los campamentos de leñadores que constantemente se movían de un lado a otro, por lo tanto, la idea era usar las canaletas para dirigir el agua del afluente hacia donde estaba el incendio, “…Y todo eso bajo el constante asedio de estúpidos carnófagos y ese gigante enloquecido que ahora nos odia más que antes” Concluyó Límber, poco convencido. Y agregó con forzada mala gana, “Yo los acompaño” Luego pretendió sugerir que Mica podría quedarse en ese sitio seguro junto con la pequeña Brú, pero la respuesta de la chica fue concluyente, “Ni hablar.”



Solo llevaron sus armas y su munición, todo lo demás se quedó en el refugio. Siguieron por un sendero de troncos idéntico al que usaron para llegar, que los dejaba en una pequeña plataforma provista de una escalera para bajar. Antes de hacerlo, se aseguraron de que no hubieran carnófagos merodeando cerca. Muchas de esas canaletas estaban instaladas y comenzando a podrirse bajo la hojarasca y muchas otras estaban apiladas en distintos puntos del bosque donde serían utilizadas por primera vez, pero el verdadero problema era llegar con el agua desde el afluente hasta el fuego, a través de una colina cubierta de tupido bosque. Tanco y Límber trotaban con cinco o seis canaletas al hombro entre los dos, mientras Maru cargaba esa mima cantidad él solo; Mica, por su parte, husmeaba los alrededores con su escopeta cargada en el cinto, su arco listo en las manos y la pequeña Brú atada a su espalda, sin embargo, muy pocos carnófagos logró ver y casi siempre aislados y solitarios que no representaban mucho peligro, aun así, la postura de las canaletas resultó en un desastre, porque debían modificar la dirección constantemente para lograr la pendiente deseada o solamente para sortear los árboles rocas o troncos que se interponían constantemente, describiendo una curva enorme y absurda que parecía no llegar nunca a su destino. Les llevó toda la mañana y buena parte de la tarde darse cuenta de que la idea no era viable en la práctica, al menos no en tan poco tiempo y con tan pocas manos disponibles, o mejor dicho, eso les llevó a los muchachos convencer al viejo de que no podían hacerlo, Maru reaccionó frustrado pero lo aceptó, todos estaban demasiado agotados y hambrientos y no habían avanzado ni la mitad de lo que pretendían, en ese momento llegaba Mica, “Oigan, tienen que ver esto” Les dijo con algo de consternación en el rostro. Avanzaron unos docientos metros entre los árboles hasta donde el bosque se extinguía súbitamente y una gran roca cortaba el terreno dejando un despeñadero de considerable altura, bajo este se podía ver el nacimiento de la gorda oruga de humo que se alzaba hasta los cielos como la erupción de un volcán, y en su base, los focos de fuego reptando entre los árboles y escalando sobre estos, pero de alguna manera, el fuego no se estaba esparciendo, sino que estaba siendo cercado por un anillo de bosque carbonizado que se anchaba cada vez más, restringiendo el avance del incendio y obligándolo a devorarse a sí mismo, “Esto es antinatural…” Murmuró Maru, “No…” replicó Mica, y añadió, “Eso lo es” Señalando algo que de no ser señalado, fácilmente pasaría inadvertido, Maru estiró el cuello en esa dirección aguzando la vista, mientras Límber, movido por la curiosidad, sacaba su binocular roto para ver mejor. Allí estaban, una pareja de diminutos carnófagos, debido a la distancia, tiraban tierra hacia atrás con ambas manos por entre sus piernas con incansable determinación, extinguiendo los ya débiles intentos del fuego por expandirse fuera del cerco, y no eran los únicos, si se observaba con cuidado, podían verse varios más haciendo la misma labor en el perímetro del anillo calcinado, “¿Cómo diablos aprendieron a hacer eso?” se preguntó Límber, cediendo su binocular a su compañero, este tuvo que quitarse el sudor de los ojos antes de mirar, “Pensé que el fuego los aterrorizaba” Comentó este y de inmediato fue ratificado por su compañero, “Lo hacía.” “No hay que olvidar que descienden de los antiguos humanos, como nosotros, algo de su inteligencia aún habita en ellos” Sentencio Maru, ignorante de cuánta razón tenía en realidad, Mica se restregó la nariz con energía antes de comentar, “Según Yagras de Yacú, los carnófagos son mucho más inteligentes de lo que parecen”


León Faras.


lunes, 13 de diciembre de 2021

Humanimales.

 

XXI.



Hasta que alguien te pateó el trasero” Bromeó Límber cuando su compañero llegó a su lado, Tanco caminaba apretándose una costilla con la mano y cojeando levemente de un pie, “Debiste ver cómo volaste, ¡Fue asombroso!” Agregó Mica, divertida, “Si alguien te va a dar una paliza, más vale que sea un tipo grande o mejor no se lo cuentas a nadie…” Replicó Tanco con una mueca de dolor, luego le dio un puño suave en el recio hombro de Maru para agradecerle por salvarle la vida, este lo miró con un gesto grave que luego volvió hacia el horizonte, “No debí haber hecho eso…” Señaló preocupado, pero antes de explicarse, vio con espanto cómo la pequeña Brú descendía de un árbol por una de sus escaleras, “Por todos los dioses, ¿qué le pasó a esa niña en la cara!” Dijo, agachándose incluso para verla más de cerca, con la expresión en el rostro de quién ve algo realmente desagradable y que la pequeña respondió con un suave tirón a su barba plateada, Maru la olisqueó desconfiado y luego se enderezó, “Deberían conseguirle una máscara o algo, o tarde o temprano esta niña hará que la maten” Concluyó, luego se dio la vuelta y se fue hacia la aldea. Pronto regresarían los carnófagos y más valía ponerse a salvo. Tanco se dirigió a sus compañeros antes de iniciar la marcha, “¿Por qué dijo que no debió salvarme la vida?” Preguntó en voz baja, pero solo obtuvo hombros encogidos por respuesta.



Se dirigieron hacia la cabaña con mirador a la que pensaban ir al principio, Límber le explicaba a Tanco que el regalo de Yagras había sido precisamente munición y de cómo lo habían descubierto en el momento más oportuno, “¿Cómo es que no la vimos antes?” Se preguntó Tanco, intrigado. En ese momento, Maru se detuvo de improviso y se giró hacia ellos, “Espera un momento… ¡Tú eres la nieta de Kim!” Exclamó, admirado de sí mismo, Mica se paró sorprendida, no sabía si enfadarse o alegrarse, “¡Debiste decirme que eras la nieta de Kim!” Le reprochó el viejo, apretujándola con sus poderosos brazos, “¿Ahora sí que te acuerdas de mí?” Preguntó la muchacha, contenta, pero fingiéndose ofendida, el viejo la miraba emocionado, sin poder creer lo que veía, como si el hecho de que una niña creciera, fuera algo asombroso “¡Recuerdo a la nieta de Kim, pero ella era poco más que una larva cuando se fue de aquí!” “Pues la larva creció” Replicó Mica, con sus enormes ojos bien abiertos. Después de unos segundos, cuando reanudaron la marcha, Maru añadió, “¿Y qué es del viejo Kim? supongo que…” La muchacha le confirmó lo que ya se suponía, “…el que muere en el Zolga, se queda en el Zolga, y sus restos viajan al gran océano de agua”



La cabaña nueva estaba en mucho mejores condiciones que la anterior, incluyendo sus puertas y ventanas, que sí proveían de algo de seguridad contra los carnófagos. En el mirador que tenía encima, Maru se tomó un buen rato en escudriñar los alrededores, tanto que atrajo la curiosidad de los muchachos, “Cuando yo era muy joven…” Comenzó Maru, “…hubo aquí uno de los incendios más grandes que se hayan visto en Mirra o en cualquier otro lugar. Eran aterradoras murallas de fuego avanzando por todos lados, como un ejército imparable, contra el que no se puede hacer nada, ¿entiendes?” Y luego de unos segundos añadió, “No debí usar esas flechas de fuego” Se lamentó. Desde allí, podían tomar un precario sendero construido con troncos atados a los árboles a modo de puente, hasta el refugio seguro del que Maru habló, pero para llegar allí debían abandonar el carro, así es que Límber se ató a la pequeña Brú como un bulto a la espalda y subió la escalera detrás de Maru. Mientras este cruzaba de un lado a otro dando confiadas zancadas, el resto veía y oía con espanto como los troncos parecían ceder con cada paso y crujir como huesos viejos con cada gramo extra de peso sobre ellos y todo aquello a una respetable altura, parecía un tramo infinito, pero en realidad no era tan largo y pronto llegaron a la zona segura. Se trataba de una plataforma bastante amplia construida sobre los árboles y entre estos, rodeada de toscas barandillas y parcialmente cubierta de techo, además de lo que cubría el propio follaje de los árboles, como una gran casa del árbol sin terminar. Había sido construida por los últimos habitantes de los bosques de Mirra cuando los carnófagos los invadieron, pero de estos solo quedaba Maru y para este, el sitio estaba bien como estaba. Contaba con un receptáculo hecho de barro y piedra en el centro, como el nido de algún ave prehistórica, para encender fuego en él, sobre el cual, colgaban numerosas ratas despellejadas y atadas de sus colas, que se conservaban gracias al humo que absorbían. De las ramas de los árboles colgaban numerosos sacos atados que contenían provisiones, desde raíces o algunos frutos secos, hasta huesos de carnófago que Maru utilizaba para fabricar puntas de flechas. También podían encontrarse numerosos utensilios y herramientas abandonadas por sus antiguos dueños. Era un lugar perfecto para comer algo y descansar como se debía, y para compartir una de las botellas de licor de flores que les quedaba. Maru lo recibió fascinado, “Ese Bardú es un inescrupuloso sinvergüenza, pero fabrica uno de los mejores licores de flores que haya probado”



¿En serio creen que es una niña humana pura?” Preguntó Maru, con media rata ahumada entre sus mandíbulas, “Bueno, existe una posibilidad de…” Comenzó Mica, pero el viejo la interrumpió apenas pudo tragar el bocado que masticaba, “¿Es que alguno de ustedes ha visto uno alguna vez? ¿Alguien en todo el mundo sabe cómo un humano puro debe verse?” Tanto Límber como Tanco masticaban su comida en silencio sin intenciones de intervenir, pero Mica estaba animada, “Mi abuelo decía que había humanos puros más allá del océano de arena, ¡dijo que los vio una vez!” “¡Cadáveres!” Replicó Maru al instante, “Cadáveres fue lo que vio, conservados como ratas secas por la sal y el sol del desierto. Yo también los vi, eran como carnófagos momificados con ropa, y si te dijo que le hablaron, lo siento chica, pero solo se estaba pavoneando contigo, el viejo Kim lo hacía tanto como cualquiera” Mica comprendía que ella era una niña, y que quizá su abuelo solo quería contarle una buena historia, pero aún así quedaba un cabo suelto, “El punto es que, si no podemos decir que es humana pura porque nadie ha visto uno nunca, tampoco podemos decir que no lo es, por el mismo motivo.”


León Faras.



miércoles, 1 de diciembre de 2021

Humanimales.

 

XX.



Tanco salió de la cabaña detrás de Maru, pero cuando se volteó para asegurarse de que su compañero salía con el carro seguido de Mica, se dio cuenta de que Maru había desaparecido, en dos segundos se había evaporado, incluso lo buscó arriba, en las copas de los árboles, pero no pudo ver ni rastros de él. En ese momento, la mitad de la cabaña colapsaba por la lluvia de golpes y Yuba veía furioso como se escapaban sus presas. Límber era el más vulnerable en ese momento, porque su huida con el carro sería la más lenta y torpe y la pequeña Brú estaba demasiado aterrada para salir de ahí. El gigante los persiguió a ellos precisamente, amenazándolos con su vara en alto, Tanco los observaba, tal vez podían internarse en una zona del bosque en la que al gran Yuba le costaría moverse, pero este tenía más recursos que solo su tamaño, porque en ese momento sacó de su cinturón una honda que de inmediato preparó y comenzó a hacer girar para lazarles una pedrada que de pura suerte se estrelló contra un árbol, pero que dejó al incursor congelado hasta las orejas tras este. El gigante se le aproximó dando zancadas, Tanco estaba expectante, esperando a que su compañero huyera del peligro, para correr a esconderse él también. Yuba ya estiraba su gran mano sobre aquel, listo para atraparlo, pero en el último momento debió retirarla con una detonación y algo de ardor en los dedos, similar al de quien coge por accidente algo demasiado caliente, Mica acababa de gastar su único tiro de escopeta y les daba a ambos la oportunidad de seguir huyendo, sin embargo, y Tanco lo sabía, Yuba no los dejaría ir fácilmente, y a aquellos ya no les quedaba nada de munición. Esperó, solo salvarían la vida si lograban ocultarse, pero sería muy difícil si el gigante de Búlvar no les quitaba el ojo de encima. Límber corría a todo lo que podía, zigzagueando entre los árboles con el carro para evitar más pedradas y seguido de cerca por Mica, que corría con su arco preparado, aunque sabía muy bien que poca cosa podría hacer con él contra un piel-dura. Corrían sin mirar atrás, pero podían oír el estruendo que hacía el gigante tras ellos, hasta que en frente, vieron que Tanco se dirigía en perpendicular y a toda velocidad hacia ellos, anunciándoles con señas y gestos que siguieran su huida mientras él se ocultaba tras un árbol para sorprender al gigante. Sabía que no podía matarlo con su escopeta ni aunque le quedaran una docena de tiros, pero con uno solo podía fastidiarlo lo suficiente como para que dejara de perseguir a sus compañeros y lo siguiera a él, quien tenía más posibilidades de escapar solo. Apenas Yuba pasó por su lado, Tanco salió tras él y le disparó directo en el culo, una zona sensible incluso para la impenetrable piel del gigante, cuya infinidad de marcas y cicatrices evidenciaba lo mucho que era capaz de resistir. Quiso reírse con burla y aire triunfal, pero su plan había resultado mejor de lo que esperaba y el gran Yuba se había volteado y amenazaba con destrozarle todos los huesos con su vara.



Límber trataba desesperadamente de recobrar el aliento escondido tras un árbol con una escalera, mientras Mica se aseguraba de que la pequeña Brú estuviera bien. La niña se asomó por debajo de su manta, donde se sentía segura a pesar de todo lo que debía sacudirse su escondite, y desde allí le estiró a la chica una caja, una caja de la que Mica ya no se acordaba, pero que esta tomó con curiosidad: era la caja que Yagras de Yacú les regaló a cambio de devolverles su brújula y nadie la había abierto aún. Cuando Mica lo hizo, se llevó una sorpresa que de inmediato compartió con Límber.



Tanco comprendió que debía correr, y emprendió la huida tan rápido como pudo, pero eligiendo tan mal su ruta de escape, que el gigante de Búlvar lo alcanzó con pocas zancadas y lo pateó, arrojándolo al suelo en mitad del claro de la aldea, Tanco se puso de pie de inmediato, con soberbia, pero apenas lo hizo el dolor lo obligó reclinarse sobre un costado acusando al menos una fractura, con torpeza comenzó a recargar su escopeta con su último tiro, retrocediendo inútilmente; con uno de sus tobillos adoloridos y con el gigante jadeando frente a él, con gesto satisfecho de haberse desquitado y con su vara preparada para acabar con el trabajo, entonces Tanco escuchó un disparo que no era el suyo, al tiempo que Yuba se agarraba la cabeza y se volteaba, rugiendo molesto. Era Límber quien le apuntaba con su rifle y quien le había disparado a la nuca, pero al gigante le pareció que aquel era un problema secundario y que debía encargarse del que tenía enfrente primero. Tanco no tuvo tiempo de nada, vio al gigante voltearse y en el mismo movimiento, preparar su vara para darle el golpe de gracia, pero en ese momento, un fuerte empellón lo arrojó al suelo. Maru había regresado de quién sabe dónde y atravesando el mango de su hacha con sus poderosos brazos, contenía el terrible golpe del gigante, no sin salir volando un par de metros, aunque saliendo relativamente ileso de aquella osadía digna de presumir en cualquier taberna. Límber volvía a disparar a la cabeza de Yuba y Mica se le unía con su escopeta corta causándole escozor en las rodillas, logrando la atención del gigante para que Maru sacara a Tanco de allí. Lo arrastró casi sin esfuerzo a una suave pendiente en el bosque donde tenía uno de sus numerosos escondites, un agujero cubierto con una tapa, perfectamente disimulada por la abundante hojarasca, en el que él mismo había permanecido oculto poco antes, y del que pudo ver todo lo que sucedía “Descansa un poco, muchacho” Le dijo el viejo, antes de correr hasta un punto del claro en el que se desembarazó de todas sus cosas y comenzó a encender una pequeña fogata, mientras el gran Yuba correteaba a Límber y Mica, quienes se escabullían entre los árboles con agilidad y más soltura sin tener que tirar del carro. Tanco lo veía todo desde su escondite y no entendía bien qué rayos estaba sucediendo. En tanto, Maru seleccionaba algunas de sus flechas, metía sus puntas en una botella de un líquido que había comprado hace un tiempo a un comerciante forastero, y las ensartaba en el suelo frente a él, cuando tuvo varias de ellas listas, comenzó a encenderlas en la fogata y a lanzarlas contra el gigante de Búlvar. Algo que muy pocos habían visto hacer antes, pero que resultó muy efectivo, porque un par de flechas encendidas, clavadas a su espalda, eran capaces de enloquecer a cualquiera, sintiendo el ardor de la quemadura, pero sin poder alcanzar su fuente para aliviarla. El gran Yuba se retiró, dando gruñidos y desesperados manotazos al aire, frustrado y asustado por el dolor que sentía y del que no podía deshacerse.


León Faras.

jueves, 25 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XIX.



¿Maru?” Preguntó Mica, sorprendida de ver a su antiguo amigo, pero este le dirigió una mirada de indignación, como un severo oficial al que le dirigen la palabra sin su permiso, “¿Y tú quién diablos eres?” Respondió, seco. El esbozo de sonrisa en la cara de la chica se desvaneció como una gota de agua sobre una piedra caliente, “¡Soy yo, Mica!” Insistió, aunque ese no era el mejor momento ni lugar para retomar viejas amistades. Maru, luego de hacer entrar a un carnófago por la ventana con un hachazo en el cráneo, le echó otro vistazo, esta vez, un poco más cuidadoso, al ansioso rostro de la muchacha, pero su expresión no cambió, “No te he visto en mi vida” Le dijo, luego de hurguetearse un oído, “¿Podemos pensar en cómo salir de aquí?” Intervino Límber, incómodo con su ingrata labor de portero, “Pues, a menos que sepan como volar…” Dijo Maru, indicando el forado en el techo, “…tenemos que llegar a la siguiente cabaña, la que tiene el mirador sobre el techo, desde allí podemos ir a un lugar seguro” Concluyó, dándole un feroz golpe en el ojo a un inoportuno carnófago con la punta del mango de su hacha, Límber miró a su compañero y le transmitió una preocupación que el otro conocía bien, Maru vio esa expresión y no le gustó nada, “Estoy metido aquí por ustedes, y no pienso ser devorado por carnófagos hoy” Luego los miró a ambos con una inquietante severidad en los ojos, “Yo voy a salir de aquí, con o sin ustedes” Advirtió, y su hacha estaba de acuerdo con él, “¿Cuántos te quedan?” Preguntó Tanco, Límber tardó en responder, fastidiado, “Uno…” Dijo al fin, Tanco le lanzó la pistolita artesanal de Darga cuya única bala aún no había sido usada, “Ya tienes dos, igual que yo. Ahora salgamos de aquí” Concluyó. Maru los miró con una extraña expresión entre incrédulo y maravillado, “¿Vienen hasta aquí y solo traen eso? O son idiotas, o son incursores…” Afirmó con cierto tono de broma, pero aquello no obtuvo respuesta, porque el potente aullido volvió a sonar, y esta vez tan cerca, que incluso los carnófagos que los acosaban parecieron preocupados. La expresión de Maru fue elocuente y preocupante, “Olviden las otras cabañas…Sentenció. Por primera vez desde que estaban allí encerrados, Límber pudo despegar su adolorido hombro de la puerta. Los carnófagos habían desaparecido, “¿Qué diablos fue eso?” Preguntó nervioso, Maru lo miró con desprecio por su ignorancia, “Es Yuba, el invencible” Aclaró. “Pero… creí que eso del carnófago gigante era solo un cuento para asustar a los niños” Alegó Mica, sorprendida, pero entonces unos pasos enormes comenzaron a oírse, agitando los árboles a su paso, desgarrando sus ramas. Eran los pasos de algo realmente grande, “Eso no es un carnófago…” Comentó Tanco, como si aquella información necesitara ser precisada, Maru ya pegaba la espalda a una pared, “Yuba en lengua antigua significa Muy Alto. Es un piel-dura de la tribu de Búlvar” Anunció, y eso significaba que su escasez de munición ya no era tan importante, porque sus armas no les servirían de nada contra eso.



Los gigantes de la tribu de Búlvar, descendientes de los antiguos paquidermos, eran una raza que, al igual que los Noba, decidieron aislarse del resto y formar su propia tribu, aunque por razones diferentes. Mientras que estos lo hicieron porque preferían un modo de vida más primitivo y violento y menos civilizado que el de los demás, aquellos lo hicieron por razones prácticas: porque todo lo necesitaban acorde a su excepcional talla y solo ellos mismos podían satisfacer sus propias necesidades. Eran una tribu pacífica que ocupaba una extensa región, no tan rica en recursos como las otras, pero sí mayor en tamaño. No contaban con enemigos, eran respetados sin necesidad de hacer nada al respecto, incluso por los carnófagos, los que, a pesar de ser imbéciles, comprendían muy bien que no tenían nada que hacer contra un piel-dura de Búlvar adulto, sin embargo el llamado Yuba era un caso especial, porque estaba completamente desquiciado. Algunos decían que la Vesania Atávica le había destruido la mente sin acabar con su vida, debido quizás a alguna cualidad especial de su colosal anatomía, mientras que otros, entre ellos el propio Maru, aseguraban que su desajuste mental se debía a comer carne de carnófago cruda, porque él mismo lo había visto devorar carnófagos como quien come ratas asadas.



Tenían una oportunidad y era permanecer ocultos y pasar desapercibidos; sentados en el suelo, con sus espaldas pegadas a la pared y aferrados a sus inútiles armas como si de amuletos se trataran. Todos habían visto alguna vez un gigante de Búlvar, aun así siempre era algo impresionante, incluso aunque se trataba de seres pacíficos y civilizados, pero Yuba había perdido todo eso. Límber lo vio aparecer de reojo por la ventana que custodiaba, porque las condiciones habían cambiado y ya no tenía sentido seguir conteniendo la puerta. Yuba tenía la espalda curva, ligeramente jorobada, una fea protuberancia en la cima del cráneo cubierta de pelo ralo y aquella rara nariz colgante con la que emitía su estridente aullido. Medía poco más que dos hombres y eso era razonable, porque había quienes eran más grandes e intimidantes que él, como el líder Bacá de Búlvar, por ejemplo. En sus manos regordetas y de dedos cortos, blandía la rama de un árbol lo suficientemente grande como para destrozarle la columna vertebral a cualquiera de un solo golpe. Pero esa extraña nariz corrugada que le colgaba frente a la boca no solo le servía para aullar, su olfato también era extraordinario, si de receptores olfativos se trataba, y Yuba olía algo en ese momento, “Mierda, nunca lo había tenido tan cerca” Se quejó Maru en un susurro. El gigante se había detenido. En ese momento, la puerta comenzó a abrirse, como impulsada por una suave brisa, solo que aquella brisa era un estúpido carnófago que olisqueaba el aire, hambriento, debía de estarlo como para arriesgarse a disputar una presa con el gran Yuba. Mica le apuntó con su arco, el carnófago le enseñó sus dientes con un estirado graznido asfixiado. Maru, desde donde estaba, también tenía preparado su arco, pero nadie se atrevía a moverse con el gigante merodeando afuera, hasta que un agudo y estridente chillido acabó con la tensión, “¿Qué rayos fue eso!” Exclamó Maru, mientras Mica disparaba su flecha y Límber apuntaba su rifle, “¡Espera!” Gritó Tanco en un susurro desesperado, pero no había tiempo: un carnófago oportunista se había colado por una ventana e intentaba coger a la niña. La detonación hizo lo que se esperaba, acabar con el bestializado por un lado y atraer toda la atención de Yuba por el otro, cuya cabeza, junto con uno de sus brazos, irrumpió violentamente por una ventana junto a Límber, quien tuvo la suficiente sangre fría como para coger su pistola y meterle su última bala en el paladar del gigante, cosa que no le haría gran daño, pero que sin duda lo pondría de un pésimo humor, tanto que en ese mismo instante comenzó a desbaratar la cabaña a golpes con su vara, mientras todos huían de ahí como ratas.


León Faras.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XVIII.



Lo siguiente que encontraron fueron algunas improvisadas escaleras atadas a los árboles, pensadas, sin duda, para poder trepar a ellos con relativa rapidez. Algunos árboles podían verse conectados entre sí con postes tumbados a manera de puentes, puentes por los que había que ser un equilibrista experimentado para cruzar con confianza, pues un mal paso y si no te mataba la caída, los carnófagos lo harían con gusto y poco esfuerzo, “Solo media hora más y llegamos” Anunció Mica, pero cinco minutos después, algo les cortaba el paso, una valla hecha con varas y ramas atravesadas entre los árboles, como un precario muro apenas suficiente para detener carnófagos que no estén tras una presa, “Bueno, hay que cruzar…” Dijo Mica, con la expresión de quién está comunicando una obviedad que no necesita ser comunicada, y que Límber aceptó como tal, pero que no convenció del todo a Tanco, “Esperen…” Los detuvo, como si no estuviera todo tan claro como pensaban, “Las vallas son para protegerse, ¿verdad?” Los otros lo miraron como si estuvieran esperando el remate de un chiste malo, Tanco continuó, “Y si en vez de estar entrando al lugar seguro, estamos saliendo de él…” Mica miró a Límber, Límber miró a Mica y Mica miró a Tanco, un poco mosqueada al final por sembrarle la duda, “¿Quieres llegar a mi casa, o prefieres pasar la noche tú solo en tu lugar seguro del bosque?Tanco enseñó las palmas de las manos como quien se rinde antes de pelear, solo era una sugerencia, no necesitaba ser tan ácida. Mica estaba convencida de que si alguien había instalado una valla, lo había hecho para proteger el lugar donde estaban las cabañas, donde las personas vivían, eso era lo más lógico, ¿o no?



En un momento se detuvieron y desde la posición en la que estaban, pudieron ver en la cima de la colina más próxima, perfectamente recortada contra el cielo azul, la silueta de la aldea de leñadores de Mirra, el hogar de Mica. La chica la admiró contenta de volver a verla, respiró hondo con una suave sonrisa de satisfacción en los labios, y cuando se disponía a caminar, volvió a oírse ese extraño y prolongado aullido, pero esta vez mucho más cerca y con toda la reverberación de las colinas y sus recovecos, haciéndolo sonar por todas partes y estirándolo con repetidos ecos. Todos se quedaron muy quietos, excepto Brú, que se soltó de la mano de Mica y corrió a esconderse dentro del carro. Todos sabían que los carnófagos no podían emitir gritos así, que con sus cuerdas vocales atrofiadas apenas podían hacer ese arrastrado graznido estrangulado característico, pero por otro lado, no podían imaginar qué ser vivo podía emitir un grito como ese en aquellas colinas, Tanco se acercó al oído de su compañero procurando verse conspirador y sospechoso para Mica, pero no evitando que esta le oyera, “Si aquí hay carnófagos, ¿Por qué alguien gritaría así, si eso los atrae?” Luego cogió la escopeta corta que le quitó a Bardú y se la ofreció a la chica, “Solo tiene un tiro, pero uno es mejor que nada” La chica la aceptó, sería tonto no hacerlo y ella no era ninguna tonta, pero se la guardó en el cinto y continuó con su confiable y silencioso arco en la mano. Continuaron caminando con los ojos bien abiertos y las orejas alertas, sin embargo, nunca se puede tener los ojos en todas partes. Límber sintió una ligera tensión en su bota que de pronto fue liberada al dar un paso. Esta no era una trampa como las otras, esta era mucho más sutil y mucho mejor disimulada: esta no era una trampa para carnófagos, sino que era una para intrusos. La detonación los hizo a todos encogerse y mirarse instintivamente, Tanco que iba atrás con el carro, solo se encogió de hombros, “Yo no fui…” Aseveró, como a quien pretenden culpar de un repentino y sospechoso mal olor, pero la cosa era mucho más grave que eso, porque esa trampa no era para cazar a nadie, sino que era para atraer a los carnófagos y que ellos hicieran la cacería, “¡Rápido!” Gritó Límber, apenas se dieron cuenta de lo que ocurría, e iniciaron una carrera hacia la aldea.



Fue la carrera más larga de sus vidas, no solo porque los carnófagos sí empezaron a aparecer como se temían, sino que también porque el camino, además de empinado, estaba lleno de trampas, fáciles de sortear pero letales si no lo hacías, y definitivamente imposibles para el carro, del cual, la niña, envuelta en una manta hasta las orejas, se negó tajante a abandonar, a pesar de los constantes saltos y de los bruscos tumbos que daba. Un carnófago que descendía la colina casi erguido debido a su velocidad y a la pendiente, corría directo hacia Mica, esta preparó su arco, pero el carnófago le saltó encima mucho antes de que estuviera a una distancia adecuada, lo que lo hizo estrellarse contra el suelo frenando toda su inercia de golpe. Solo fueron unos pocos segundos que Mica tuvo que procesar rápido, para deducir que aquel pobre infeliz había tropezado con una trampa y terminado atravesado por un par de afiladas estacas de madera, ocultas por generaciones y generaciones de hojas secas. Límber, por su parte, tuvo que derribar a otro con su rifle, que venía demasiado cerca y eludiendo todas las trampas del camino, no porque fuera especialmente listo, sino que porque perseguía al carro e imitaba el mismo recorrido que este. Tanco corría como un enajenado, devorando oxígeno a bocanadas, bañado en sudor, sin preocuparse de nada más que del camino que tenía frente a él, y sin apenas enterarse de la suerte de sus compañeros. Él llevaba el carro, y eso era lo que tenía que hacer, hasta que por fin, las primeras cabañas aparecieron frente a él, pero antes, de la nada, un carnófago le saltó encima, directo al cuello, Tanco hizo lo posible por esquivarlo, y coger su cuchillo, pero entonces lo vio, era el carnófago más feo que jamás hubiese visto en su vida, con la cara partida en dos por una horrible y profunda cicatriz que le había arrancado un ojo, inutilizado la nariz y quebrado varios dientes. Poco tardó en darse cuenta de que aquel bestializado no era un peligro serio, porque el pobre desgraciado estaba atado por el cuello a un árbol, muriendo lentamente de hambre y sin siquiera resultar apetitoso para sus camaradas. Mica puso fin a su miseria atravesándole el cuello con su cuchillo. A diferencia de las casas de Mirra, las cabañas estaban construidas a ras de piso, porque antaño ese era un lugar seguro, y la primera a la que podían acceder tenía la ventaja de que la puerta estaba abierta y lo suficientemente ancha para que cupiera el carro, el resto eran puras desventajas, porque al ser la primera, era la que estaba más deteriorada de todas, las ventanas estaban desvencijadas o rotas y apenas entraron todos, se dieron cuenta de que la puerta no podía mantenerse cerrada con seguro, lo que obligó a Límber a quedarse allí resistiendo las embestidas de una pequeña multitud de carnófagos hambrientos que los acosaban como fanáticos a su artista favorito, pero no podía recibir ayuda, porque sus amigos estaban demasiado ocupados repartiendo cuchilladas a los carnófagos que metían casi la mitad del cuerpo por las ventanas. Aquella era una resistencia inútil, y pronto tuvieron que empezar a gastar su munición para no verse superados. Límber seguía aguantando la puerta, cuando de pronto sintieron un buen golpe en el techo, como si algo muy pesado les hubiese caído encima, tanto que el tejado no tardó en colapsar y una bestia enorme cayó dentro, entre una gran nube de polvo iluminada por la luz del día, que la ocultaba, Tanco le apuntó con su escopeta a medida que la bestia se erguía demostrando su gran tamaño, pero cuando se decidió a disparar, Mica le empujó el arma a un lado y falló el tiro, “¡Oye!” Protestó Tanco, furioso por hacerle desperdiciar un cartucho, pero ahora podía ver que la bestia tenía un buen par de cuernos que no podían ser de un carnófago, “¡Bonita la que han armado! Espero que traigan suficiente munición para terminarla” Dijo el recién llegado, al tiempo que blandía un hacha de leñador contra la columna vertebral de un carnófago que pretendía meterse por una ventana.


León Faras.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Humanimales

 

XVII.



Además de las ratas, las puntas de flecha y las botas, que por cierto, le cupieron bastante bien a Límber, Tanco consiguió un arma que… no sabía bien qué era, parecía una escopeta pero del tamaño de una pistola grande que cargaba Bardú en el cinto, con capacidad para un solo cartucho; un inmaculado puñal con cacha de hueso de quien sabé qué criatura marina, que Nugo gentilmente le obsequió por el agravio; un bonito reloj de bolsillo que hace años no caminaba porque nadie sabía cómo se usaba, ni tenía interés en saber qué hora era, aunque sí se percibía como un objeto valioso; algo de dinero además del que ya se había gastado en comida y flechas y solo una de las dos botellitas de sangre que le había extraído a la niña. El maldito enano al parecer hablaba en serio, porque se negó de plano a revelar dónde había escondido la suya, a riesgo incluso de su propia vida.



Las colinas empezaban cubiertas de pequeños arbustos y matorrales que a medida que avanzaban se hacían más grandes hasta convertirse en el tupido bosque que antaño proveía de madera a los habitantes de Mirra. La temperatura era agradable, el sendero no muy empinado y en el bosque se oía el canto de una gran variedad de pájaros a los que no estaban acostumbrados, aparte de eso, todo parecía muy tranquilo, “¿Llegaremos a tu casa antes de que oscurezca?” Preguntó Tanco, que tiraba del carro vacío con la niña caminando a su lado, preocupado porque en un bosque tan cerrado como ese los días eran más cortos y las noches más largas, pero su interés por la respuesta se desvió hacia un costado del sendero, Mica, que caminaba delante y que estaba a punto de responder, lo notó porque de repente las ruedas dejaron de rechinar. Tanco se acercó, se agachó y con uno de sus cuchillos examinó algo en el piso, luego miró a sus compañeros, preocupado, “A menos que las personas de por aquí suelan cagar a un costado del camino, creo que esto es mierda de carnófago” Límber se acercó a mirar, pero no se agachó, “No es reciente…” Determinó, y luego de escudriñar los alrededores durante varios segundos con sus ojos desconfiados y sus grandes orejas, reanudó la marcha. Tanco cogió el carro y lo siguió, “No quiero ser aguafiestas, pero les recuerdo que apenas tenemos munición…” Y como no recibió respuesta, agregó en un tono más bajo, “…espero que sean buenos trepando árboles.” Tan solo veinte metros más allá, Límber se desvió del camino, intrigado, hacia los árboles, pronto los otros dos notarían qué le había llamado la atención: una flecha punta de hueso clavada en un árbol. Aunque parecía de la prehistoria, aún estaba en buen estado, lo que significaba que tanto tiempo, no tenía, “Una flecha artesanal” Afirmó Mica tras verla, “O eres muy pobre, o no has bajado de aquí en mucho tiempo” Sugirió Tanco, aunque podían ser ambas. No era ni mediodía y esto ya pintaba mal, pero se mejoró cuando superaron la primera colina, del otro lado, la tierra descendía hasta converger en un diminuto lago pintado de cielo y verde, salpicado de grandes rocas, como seres primitivos blancucientos sentados en torno a una fogata, todo armonizado con la presencia de una incansable cascada, no muy grande pero sin duda preciosa, “Yo solía pasar tardes enteras allí, entrando y saliendo del…” Mica rememoraba bellos recuerdos, pero fueron de pronto bruscamente interrumpidos por Tanco, “Espera, ¿qué es eso?” Dijo, señalando el lago, pero no parecía haber nada allí que llamara la atención en particular, entonces debió ser más específico, “Allí, junto a esa roca grande partida en dos” Junto a la roca grande había una más pequeña, aunque tenía una forma peculiar y la sombra que proyectaba era extraña, Límber sacó su binocular estropeado y la examinó, pero no pareció convencido, “¡Yo no veo nada!” Protestó Mica, con Brú cogida de su mano, ignorante de todo, entonces la chica cogió con un zarpazo el binocular de las manos de Límber y miró con más cuidado, “Acaso creen que…” Antes de terminar la frase debió echar otro vistazo, “¿Creen que ese es un carnófago?” Los muchachos no tenían respuestas, solo dudas, “¡Pero si no se ha movido desde que llegamos!” Insistió la chica, “Parece alguien en cuclillas ¿no crees?” Sugirió Límber, “A mí me pareció un carnófago cagando, pero en verdad lleva mucho tiempo inmóvil” Concluyó Tanco, dispuesto ya a continuar, y lo hicieron, bordeando el lago sin descender, hasta que un nuevo claro en el bosque les permitió ver el lago otra vez desde otra perspectiva, “Oh, mierda…” Murmuró Límber después de echar un vistazo, y empezó a escudriñar los alrededores nervioso, apretando su rifle con ambas manos, los otros también miraron el lago, la roca pequeña ya no era una roca, era un carnófago efectivamente, pero ahora tirado de bruces en el suelo con una flecha clavada en la nuca “¡Sí era un carnófago!” Exclamó Tanco, triunfal, “Y alguien más lo acaba de abatir…” Agregó Mica, con menos ánimo en la voz, y ligeramente preocupada.



Estaban en tierra de carnófagos, no es que hubiera manadas de ellos pululando por todas partes, como le habían insinuado ese par de timadores, pero ya habían visto al menos uno, aunque, del que lo había matado no tenían ni idea. A medida que avanzaban, hallaron más de sus excrementos salpicando el paisaje, pero nada más. Mica caminaba distraída, mirando los alrededores para orientarse cuando Límber le cogió con rudeza el hombro para detenerla, “¿Qué!” Contestó la chica, casi enfadada, el otro señaló algo con el cañón de su rifle, “¿Qué crees que sea eso?” Había una cuerda atravesando el camino de lado a lado a diez centímetros de altura, como para hacer tropezar a alguien pero demasiado evidente como para no verla, “A menos que vayas distraída…” Sugirió Límber, “O que seas tan imbécil como un carnófago” Agregó Tanco, y luego algo más, “Qué les parece si la dejamos como está y continuamos. Tengo hambre y estoy cansado.” Poco rato después, Mica se encontró con “Anna II” Un yate naufragado en el bosque bautizado así hace incalculables años, a medio engullir por la tierra y colonizado por hongos y musgo en sus entrañas. Estaba tal cual como lo recordaba la chica y aún cumplía su labor de recordarle a habitantes y forasteros dónde estaban y hacia dónde debían ir. Más adelante, encontraron más cuerdas atadas a modo de zancadillas, pero estas tenían palos afilados en frente, dispuestos para atravesar a quien cayera sobre ellos, “No puede ser…” Murmuró Mica. Cuando ella era niña, conocía a un hombre llamado Maru, ese tipo de hombre que le gusta fanfarronear pero que lo hace con tal gracia que resulta simpático, y sus historias son graciosas. Solía jactarse de haber pasado muchos días y noches en el Yermo solo y haber salido de allí sin un rasguño, era un tipo grande y fuerte, con un estómago prominente, una risa aparatosa y un buen par de cuernos que le crecían hacia los lados y hacia delante de la cabeza, pero era tan cómico que nada de lo que decía sonaba real, “Él hablaba de usar trampas para carnófagos como estas…” Señaló Mica, y ante la incapacidad de comentar algo de los muchachos, agregó “¡Pero es imposible! Cuando yo era niña, Maru ya era viejo, ¡No puede ser él!”



No venía a cuento decirlo, pero la historia de Yuba, el carnófago de dos metros e inteligencia superior a la media, también se la contó Maru.


León Faras.



sábado, 6 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XVI.



Existen dos tipos de incursores…” Explicaba Límber, triturando con sus muelas un trozo de raíz mientras Mica preparaba su pescado para asarlo abierto y atravesado de varillas y la niña, aún soñolienta y con cara de drogada, tragaba bayas con una tranquilidad pasmosa e inusual en ella “…Aquellos que lo son, porque esa era su mejor alternativa, y los que lo son porque siempre desearon serlo. Yo soy de los primeros. Tanco es de los segundos. Sí, tiene sus ventajas, la gente te respeta, algunos te admiran solo por pasar una noche en el Yermo, pero también tiene sus desventajas, los incursores jamás tienen una familia, rara vez, porque nadie está dispuesto a estar con alguien que cada vez que sale, no sabes si va a regresar y si no lo hace, ni siquiera podrás ver sus restos” Mica lo escuchaba en silencio, entendía que él solo estaba desahogando su inconformismo, “¿Y no puedes dejar de ser incursor?” Preguntó la chica, casi con inocencia, “Sí, claro…” Respondió el otro con falso entusiasmo, “…si un carnófago te arranca un brazo o una pierna y sobrevives, puedes hacerlo” Luego de unos segundos para tragar lo que estaba comiendo, agregó, “Una mordida en la oreja no es suficiente” Y le arrancó otro trozo a la raíz para seguir masticando.



Luego de comer, comenzaron a buscar la forma de cruzar el río, pero de los numerosos puentes que Mica recordaba no quedaba ninguno, todos habían sido quemados o arrancados de cuajo, incluso los más grandes por donde se solían cruzar los grandes postes que sostenían la ciudad. Cuando ya se acercaba el ocaso, y aún no había ni pistas de Tanco, encontraron uno, pero no era ni de cerca lo que se esperaban, de hecho, el rostro de Límber rezumaba desilusión al verlo. Se trataba de una cuerda que iba y volvía de un extremo al otro del río mediante un sistema de toscas poleas ubicadas a ambos lados y que arrastraba una especie de canasto de base redondeada, que en el río daba muy poca confianza, trasportando, como mucho, a dos personas a la vez. Mica cruzó primero con la niña atada a la espalda. El canasto parecía resistir bien su peso, y en el medio era suavemente arrastrado por la corriente, pero nada peligroso, sin embargo, era un pésimo sistema si se tenía que huir de allí perseguido por una panda de carnófagos. Cuando por fin el canasto regresó vacío, Límber cargó el carro y todos sus bultos, excepto su rifle, y los arrastró hasta el otro lado con ayuda de Mica, mientras esta tenía todos sus sentidos puestos en los alrededores. Luego subió Límber, resignado pero para nada cómodo, la verdad era que prefería lidiar con carnófagos que con esa cantidad incalculable de agua corriendo bajo sus pies, y con ese amenazante murmullo que no podía ignorar por más que quisiera, respirando hondo y aferrando una cuerda que imaginaba cortándose a cada instante, el viaje fue muy largo y cuando lo logró, era evidente lo mal que lo había pasado. En Portas, el agua llegaba por medio de dos cascadas principales que descendían por la roca de las paredes naturales que rodeaban la ciudad y proveían de agua a toda esta, nada comparado con el Zolga, y aquel solamente era un brazo de este. Límber recordaba una vez, de niño, en que su padre los llevó a él y a su hermana Lila a los mercados flotantes del Zolga y se quedó impactado con el enorme tamaño de su cauce, su sobrecogedora anchura y la increíble ciudad que flotaba sobre él, no podía imaginar de dónde salía toda esa agua y hacia donde iba, su padre le explicó que iba hacia el gran océano de agua, algo así como el gran océano de arena, pero de agua, todo un horizonte de pura agua. Algún día ambos océanos se unirían y ellos desaparecerían, pero aún faltaba mucho tiempo para que algo así sucediera.



Se quedaron en la orilla del río, con sus armas preparadas y el precario canasto dispuesto para regresar en caso de que las cosas se pusieran feas, pero además de algunos ruidos lejanos y poco amenazantes, el constante murmullo del río y el crepitar de la leña seca quemándose, aquella fue una noche bastante tranquila. Mantuvieron el fuego encendido y se turnaron para montar guardia, cuando faltaban pocas horas para el alba, Límber oyó un silbido lejano, pero familiar y el mecanismo del canasto para cruzar el río se activó, Tanco volvía con un pequeño botín metido en un saco del que no quiso hablar, “Solo déjame dormir un par de horas, ¿sí?” Le dijo a su compañero mientras se tendía y se dormía casi en el acto. Tres horas después se despertaba con gotas de agua cayéndole en la cara. La niña, con el cabello empapado y las manos en la cintura lo observaba curiosa, tal vez un poco enfadada, como una madre que no está de acuerdo con que su hijo continúe durmiendo, para Tanco, aquello era obvio, la había drogado y le había hecho un pequeño corte en el brazo para sacarle sangre, eso podía molestar a cualquiera, “¡Ya lo sé! Lo siento…” dijo incorporándose y cogiendo su saco “Toma, te traje esto: ratas deshidratadas con especias” El rostro de la niña se iluminó, su enfado se esfumó y de inmediato cogió las brochetas con ratas espetadas para asarlas. Mica también lo miraba con cierto aire de reproche en los ojos, Tanco metió la mano en su saco, como si de un extraño Santa Claus se tratara, y sacó una pequeña bolsa de tela atada en un extremo que le lanzó a la chica, “Encontré algo de comida, pero nada de munición, excepto por esto…” Eran puntas de flecha de metal fundido de Portas, al menos una docena, “Y para ti…” Señaló, dirigiéndose a su compañero que lo miraba con profunda desconfianza, “…te encontré esto” Y le tiró las botas que pertenecían a Bardú, “Tenía los pies grandes como los tuyos” Límber miró las botas, se miró con Mica y luego de vuelta a su camarada, “¿Qué les hiciste?” Preguntó desconfiado, como si las respuestas quemaran, Tanco se desnudaba el torso para lavarse en el río, “¡Nada!” Contestó, y como la respuesta sonaba insatisfactoria, agregó, “No los maté, si eso creen, no fue necesario, ¿Sabían que esos imbéciles creen que comemos carne de carnófago?” Entonces un prolongado e intencional aullido en las colinas acabó con la discusión de golpe, “¿Qué diablos fue eso?” Preguntó Tanco, temiendo ser el único que lo había oído, sin embargo todos, excepto la niña que solo tenía ojos para sus ratas asadas, lucían preocupados, “No lo sé, pero eso no fue un carnófago” señaló Límber, y miró a Mica, esperando una respuesta más específica de esta, entonces la chica comenzó, “Cuando yo era niña, lo llamaban Yuba, un carnófago de más de dos metros de alto, con los ojos rojos inyectados de sangre, y mucho más inteligente que el resto, capaz incluso de utilizar piedras o palos como herramientas. Su extraño e inusual aullido, helaba la sangre de cualquiera, pues era una invitación segura a la muerte…” Cuando acabó, tanto Tanco como Límber, la miraban como si de pronto se hubiese vuelto idiota, “¿Hablas en serio?” Preguntó este último, la chica sonrió burlesca, “¡Claro que no! Tiene que haber alguien viviendo allí todavía. Aún no me fio nada de lo que esos tipos dijeron” Concluyó. Las ratas estaban listas y nada podía ser más importante en ese momento.


León Faras.

lunes, 1 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XV.



¿En verdad piensan seguir con esto?” Preguntó Tanco, cuando todos se detenían a la orilla del Zolga buscando cómo cruzar, pero como no obtuvo respuesta, añadió, “¡Se supone que ese lugar está lleno de carnófagos!” “No me fío nada de ese tipo” Replicó Mica, y fue secundada de inmediato por Límber. Tanco insistió “¿Se olvidan de que no nos queda munición? ¿qué rayos vamos a hacer, eh?” “Yo, voy a buscar algo para comer” Respondió Mica, arremangándose la ropa para meterse al río. Algunos peces nada despreciables, se podían capturar con las manos, y Mica se había pasado la mitad de su vida en los mercados flotantes del Zolga, donde capturar peces así era el juego favorito de los niños, “Yo voy por unas raíces. Quédate con la niña” Agregó Límber mientras también se alejaba. La niña, por su parte, hacía un pequeño círculo de rocas y recolectaba ramas secas para encender un fuego, Tanco la miró como si le hubiese robado la idea, pero entonces oyó un ruido, y como un resorte cogió su escopeta. De entre los matorrales salieron el pequeño Nugo y su compinche Bardú, ambos verdaderamente embobados con la niña, “Oh, por los dioses, te lo dije ¡Es una niña humana pura!” Exclamó el primero, dirigiéndose a su amigo que aún no creía lo que veía. Tanco miró a su alrededor, no había luces de sus compañeros y decidió mostrarse amenazante, el enano en cambio era extraordinariamente amable, “Amigo, por favor, solo queremos hablar…” “¿Hablar de qué?” Lo cortó Tanco, hostil, y Nugo, con sumo cuidado, sacó de entre sus ropas un montón de hojas del árbol único, “…de negocios” Además su amigo Bardú traía dos botellas llenas de un líquido violeta pálido, que no eran otra cosa que un cotizado licor de flores hecho en Mirra. “…Amigo, por favor, te digo la verdad: mi padre fue el primero, mi hermano lo siguió unos años después. Yo soy el siguiente. Solo tengo esto… acéptalo” Nugo sonaba elocuente, mientras su compañero solo sostenía una sonrisa depravada, “Y si nos ayudas, mantendremos tu pequeño secreto” Añadió este, con su sonrisa de comerciante. Tanco seguía solo, y la niña lucía tan indiferente como siempre, “¿Qué quieren?” Preguntó sabiendo la respuesta pero sin bajar el cañón de su escopeta, el enano posó las hojas que tenía en el piso, “Tú sabes qué, solo un poco de su sangre” Y de un bolsillo extrajo un ramito de flores adormecedoras.



Mica capturó un buen pez gordo, no era tan difícil, solo había que saber dónde buscarlo, cuando regresó, se encontró a la niña adormecida, y Tanco tratando de animarla, con la voracidad habitual de la pequeña, esta había tragado más flores de las que debía “¿Qué le pasó a Brú?” Preguntó la chica preocupada, mirando alrededor, “¿Quién rayos es Brú?” Respondió el otro. En ese momento llegaba Límber, había encontrado algunas bayas silvestres de las que crecen cerca de los ríos y también le pareció de lo más extraño ver a la pequeña durmiendo a esa hora, “¡Qué diablos le hiciste?” Lo reprendió, Tanco quiso responder con la misma agresividad, pero no pudo, “¡Nada! Yo solo…” Y lo confesó todo, porque para él, había sido bastante cuidadoso y todo se justificaba, “Ahora tenemos dinero, con estas hojas podemos conseguir provisiones, algo de munición, e ir un poco más preparados allá a donde tanto quieren ir” “¿La drogaste para sacarle sangre?” Le espetó Límber, realmente furioso, su compañero seguía justificándose, “¡Solo fue un poco, no la desangré! ¡Y además, no sintió nada!” “Tanco, maldito imbécil…” Le gritaba Mica en ese momento arrojando su precioso pez al suelo y con más desilusión que enojo en la voz, agregó “…¡Esas ni siquiera son hojas del árbol único!” Tanco se quedó mudo, tratando de procesar lo que acababa de escuchar, Mica se lo aclaró rápidamente, “Te engañaron…” Se tardó algunos segundos en digerirlo, pero cuando lo hizo, sintió como la ira lo dominaba. Se sentía como un idiota y realmente odiaba sentirse así, entonces, solo cogió sus cosas y se fue, “No me esperen, yo los alcanzo” Fue todo lo que dijo, Mica quiso detenerlo, pero Límber se lo impidió, conocía a su compañero y era mejor dejarlo ir por las buenas, que retenerlo por las malas y desde luego que no aceptaría que le acompañaran.



Solo serían un par de tragos, pero ya casi era medianoche y todavía no se les acababan las ganas de festejar, “Espera, espera, necesito ir a los orinales” Señaló Nugo, saltando al suelo desde su asiento. Era un lugar amplio, bastante para ser un edificio construido sobre un árbol, además de ser la única taberna propiamente tal de Mirra, como siempre, atestada de gente. Se servía comida y bebida, pero más bebida que comida. Lamentablemente, para ir a los orinales había que bajar a tierra firme por una escalera que rodeaba el inmenso tronco del árbol, cuyas hojas eran parecidas al del árbol único pero no iguales. Habían intentado tener orinales arriba, pero el olor en una buena noche, era insoportable, además de que la escalera servía para dejarles claro a algunos clientes que ya era suficiente, cuando no eran capaces de usarla correctamente y rodaban por ella. Los orinales no eran otra cosa que una apestosa pared de madera con una zanja debajo que transportaba por gravedad los orines a una fosa. Nugo entro saludando a un tipo larguirucho, de piel manchada, con unos extraños cuernos cubiertos de piel que hacía lo suyo con total parsimonia. Cuando el enano ya se preparaba para orinar, recibió una brutal patada en la nuca, que lo hizo estrellarse de cara contra la pared de los meados y luego caer al suelo semiinconsciente. El tipo larguirucho se volteó sin apenas inmutarse, ni dejar de hacer lo que estaba haciendo, un hombre delgado, de ropa y piel oscura estaba allí sosteniendo una escopeta, “Este tipo me robó, ¿tienes algún problema con eso?” El larguirucho negó con la cabeza mientras regresaba a su lugar lo que había sacado y usado, “Ninguno, amigo, los tramposos se merecen lo peor” Señaló, dándole la espalda para irse. Casi una hora después aparecería Bardú, pensando que era mejor que su amigo se hubiese roto algo rodando por las escaleras, en vez de huir sin pagarle lo que había perdido en las apuestas, pero nadie le daba noticias de él, hasta que, desde los campos cercanos sintió sus débiles grititos de auxilio, cuando se acercó, lo encontró con un chichón en la frente, un ojo medio cerrado y atado de pies y manos con jirones de su propia ropa, sintió ganas de reír con tal escena, pero entonces algo lo golpeó en el hombro y al voltearse descuidadamente, el cañón de una escopeta se posó con rudeza en su entrepierna, “Si se despega de donde está, aprieto el gatillo” Le advirtió Tanco, sosteniendo un saco que ya tenía algunas cosas dentro desde antes, Bardú lo reconoció en seguida, y como buen comerciante intentó negociar con una sonrisa, “Oye, tranquilo amigo, solo fue un malentendido, podemos arreglarlo” Pero desde el suelo, su colega intentaba advertirle algo que no lograba captar con claridad, hasta que lo hizo, “Es un incursor de Portas” La sonrisa de Bardú se desvaneció, levanto las palmas de las manos y comenzó a pestañear compulsivamente, además de tomarse en serio el arma que le presionaba los genitales, Tanco sacudió su saco, y el otro de inmediato comenzó a vaciar sus bolsillos en él. Ahora comprendía por qué esos tipos estaban dispuestos a subir a las colinas. Cuando hubo terminado, Tanco le echó un vistazo y le pidió también las botas y de manera asombrosa, Bardú se las arregló para sacárselas sin que el arma se despegara de donde estaba, “¿Es cierto que ustedes comen carne de carnófago cuando cruzan el Yermo?” Preguntó este último mientras soltaba sus botas dentro del saco, Tanco lo obligó a voltearse y ponerse de rodillas, “Sí…” le respondió, “…pero solo mientras están vivos, muertos, su carne se vuelve amarga” Y entonces desapareció.


León Faras.

viernes, 29 de octubre de 2021

Humanimales

 

XIV.



Ya pasada la medianoche, Tanco pudo ver a lo lejos los últimos fuegos encendidos de Mirra que le decían que estaba cerca, poco después, en el final de la Ruta de las Flores, vio uno sobre su cabeza que iluminaba un carro de madera, emitió un discreto silbido e inmediatamente el silbido regresó. Sus amigos estaban allí, “Te guardamos dos ratas” Le dijo Mica en voz baja mientras Límber intentaba dormir. Las habían obtenido de un comerciante que por el lugar y la hora, aceptó el dinero de Portas que Límber llevaba. Las ratas de Mirra tenían un sabor extraño, no eran ni mejores ni peores que las otras, pero eran diferentes, tal vez tenía algo que ver con que habitaban extensos campos repletos de flores aromáticas y multicolores en los que los insectos prosperaban por todas partes y las mariposas revoloteaban en tal número y belleza, que parecían ser las mismas flores cobrando vida y echándose a volar libres, aunque tal vez solo era que eran más limpias, porque las peores eran sin duda las que se encontraban en el Yermo, a las que no había nada que se les pudiera hacer para quitarles esa ligera esencia a descomposición y excremento de carnófago que lo impregnaba todo y a la que, a la larga, uno se terminaba acostumbrando.



Mirra era un extenso valle redondeado y plano como un lago, ubicado en una depresión del terreno como si la redonda huella de un titán colosal hubiese quedado marcada allí hace eones. Por la orilla, los habitantes habían plantado pinchos de madera para asegurarse de que si algún carnófago caía ahí, no continuara su camino tranquilamente, y el otro borde, estaba protegido por un brazo del Zolga, que tanto regaba el valle, como protegía a sus habitantes. Al otro lado de este, las colinas eran verdes, pero aunque parecían cubiertas por simples arbustos y matorrales por la distancia, en realidad se trataba de un tupido bosque del cual había salido toda la madera para la construcción de las casas, pasarelas y rampas que se veían por todos lados durante generaciones “¿Alguno tiene alguna idea de qué diablos vamos a hacer aquí?” Preguntó Tanco, mirando el amanecer en aquel bello lago multicolor con sus casas elevadas sobre postes como ridículas aves zancudas inmóviles, o, como las más antiguas, encaramadas sobre vetustos árboles que lucían esclavizados y cansados de cargar con las viviendas de esas personas. Por otro lado, Mica tenía razón, la población se veía dispersa, sin callejones, plazas o mercados donde amontonarse a discutir sus problemas, como era cosa común en Portas, eso a excepción del árbol único, cuyo alrededor siempre estaba lleno de habitantes y forasteros que buscaban más y más de sus hojas, las que no paraban de caer durante todo el año, el resto, vagaba todo el día cuidando sus campos, sumergiéndose y emergiendo en aquel impenetrable manto de vivos colores, porque en los extensos campos de Mirra solo se cultivaban flores, que la gente de todas las otras tribus acudía a buscar por sus poderes sanadores o incluso mágicos, y a cambio, abastecían a sus habitantes de todo lo necesario para subsistir, “Por aquí…” Indicó Mica, señalando una rampa que bajaba amplia y suavemente desde la Ruta hasta los campos, destinada a los numerosos comerciantes que entraban y salían de Mirra con carros o canastos repletos de flores. Un hombre, en ese momento, caminaba junto a una carreta cargada de todo tipo de flores que era tirada por dos hombres encadenados a esta. En Mirra, como en la mayoría de las ciudades-tribus, los crímenes se pagaban con días, meses o incluso años de esclavitud, “Dioses, mira a ese tipo” Dijo Tanco, dándole un golpecito a su camarada y señalando disimuladamente al dueño de la carreta, “Camina igual que Pango” añadió, y comenzó a imitar el andar de Pango, con los brazos colgando inertes a cada lado, sin su natural bamboleo alternado, Límber rió, pero Mica no entendió el chiste, “¿Ven esos bosques, al otro lado del Zolga?” indicó la chica con el dedo las verdes colinas al otro lado del río y agregó con suave orgullo, “Allá está mi hogar” Tanco no lo podía creer, “¡Tu hogar? ¿Ese es tu plan? ¡Pero si te fuiste hace veinte años!” Lo cierto era que en la familia de Mica todos fueron leñadores, en tiempos en que este trabajo era muy bueno y la madera muy exigida, pero con el tiempo el negocio decayó, la gente envejeció y los jóvenes no continuaron, su casa seguro seguía ahí, tan abandonada como la dejaron. Mientras avanzaban, las personas les ofrecían sus insuperables productos y a los mejores precios, desde flores para alejar malos espíritus, hasta otras que curaban el estreñimiento en una sola noche, que los muchachos desestimaban como consumidores exigentes, mientras la niña observaba todo a través de las numerosas rendijas de su carro, cosa que más de uno de aquellos comerciantes pudo notar. Un tipo gordo, de labios desproporcionados y una bonita cornamenta bien cuidada, se mostró particularmente interesado, haciéndole un comentario a un enano escamoso de ojos saltones que parecía ser su compinche., “¿De qué rayos hablas, Bardú?” Respondió este, y su voz sonaba extrañamente grave y educada. El gordo miraba suspicaz a los forasteros alejarse, “Llevaban a alguien dentro de ese carro…” Señaló con voz aguardentosa, como si aquello fuese la cosa más extraña del mundo, “Tal vez su hijo estaba cansado de caminar y lo subieron ahí. Es un día cálido Bardú” Argumentó el enano con toda convicción, pero Bardú remangó sus desmesurados labios en una mueca de poco convencimiento, “Ni siquiera se dirigen hacia el árbol único” Y se lanzó tras ellos para cortarles el paso con una enorme sonrisa, “Mi nombre es Bardú, comerciante de Mirra, tal vez pueda ayudarlos si me dicen lo que buscan, las flores son mi especialidad, ¿hospedaje? ¿comida? ¡Deben probar el pescado asado!” Mientras husmeaba con insistencia el interior del carro a través de la cortina. Mica le explicó que ella también era de Mirra y que solo se dirigía a su antiguo hogar por asuntos que no le concernían, pero cuando le dijo que su hogar estaba en los bosques, el rostro de Bardú dejó ver una gran y honesta preocupación, “Las defensas de las colinas cayeron hace años, los carnófagos invadieron los bosques, y de los pocos infelices que aún vivían allí… nunca más se supo” “Es cierto…” Afirmó una voz grave y educada tras ellos, era Nugo, el enano de ojos saltones, y añadió “De hecho, hay una generosa recompensa para quien recupere los bosques para Mirra, aunque ninguno de los honestos comerciantes de aquí abandonaría sus negocios para ir a enfrentarse a esas criaturas hambrientas y agresivas” Concluyó Nugo, y entonces, y a menos de un metro de distancia, vio claramente los ojos de una niña, rodeados de piel blanca, limpia de pelos o escamas, que le observaban con curiosidad a través de una rendija, lo que lo dejó mudo, “Lo pensaremos” Contestó Límber, mientras echaba a andar tirando del carro y los demás le seguían. Nugo se rascaba el cuello, ahora era él el que los miraba suspicaz, “No sé qué diablos era, Bardú, pero eso no era un niño normal” Dijo, tratando de penetrar las paredes del carro con sus ojos saltones, mientras este se alejaba.


León Faras.



viernes, 22 de octubre de 2021

Humanimales.

 

XIII.



Recuperaron el carro y algunas flechas. Por el momento no había más carnófagos cerca, pero estaban hambrientos y el agua también se les había acabado, y si no tenían para beber, menos tendrían para asearse, y es que para ese momento, todos, unos más, otros menos, olían a la mierda de los carnófagos, por la que habían debido caminar y arrastrarse durante todo el día. Aún quedaba algunas horas de luz solar, suficiente para salir del Yermo y llegar a la Ruta de las flores, desde donde el regreso a Bocas era un camino seguro, y Cora estaba ansiosa, pues había tardado mucho más de la cuenta y se temía lo peor, “Yo las acompañaré” Señaló Tanco, mientras recuperaba su escopeta y la examinaba cuidadosamente, como un especialista que examina una antigüedad valiosa, a pesar de que Mica ni siquiera la había usado. Límber lo miró con el rostro contraído, como desconfiado, pero no dijo nada, sin embargo, Tanco conocía esa cara, “Solo hasta la Ruta, ¿sí? Ella está herida, su hermana es pequeña…” Límber asintió sin cambiar la expresión de su rostro, “Regresa por la Ruta, nos encontraremos en la entrada de Mirra” Agregó Mica, y Tanco, junto con las chicas de Bocas, se fueron. Cuando Límber y Mica voltearon para ver dónde estaba la niña, la encontraron desastillando un trozo de tronco podrido con una pequeña cuchilla, y extrayendo desde dentro gordos gusanos blancuzcos que devoraba como caramelos. Lo sorprendente no era que la niña comiera gusanos, lo sorprende era que siempre sabía cómo y dónde encontrar alimento, a pesar de que parecía no entender ni una palabra de lo que se le decía, era un misterio cómo había aprendido todas esas cosas. Luego de imitar a la niña y buscar algo de comer, se fueron hacia la Ruta para abastecerse de agua y seguir su camino, “¿Qué te parece Brú?” Comentó Mica de pronto, Límber la miró como si se hubiese perdido una parte importante de la conversación, “¿Brú?” Repitió. La chica se explicó, “Es que Yagras en realidad buscaba una brújula, y nosotros creímos que era a la niña, y como ella necesita un nombre, pensé en brújula, Brú” Límber le echó un vistazo a la niña que dentro del carro roía un duro trozo de raíz sin prestarles la más mínima atención a lo que hablaban, y luego a la chica que caminaba a su lado, “Para mí está bien, y no creo que a ella le importe” Concluyó.



Yagras, sentado a la cabecera de su gran mesa, bebía junto a sus más cercanos una jarra de un licor de hermoso rojo rubí hecho a partir de las abundantes y deliciosas bayas de Yacú, cuando Itri llegaba a su lado, “Señor, encontramos algo que debería ver” Yagras detuvo su jarra a medio camino de llegar a su boca, “¿Es sobre Darga?” Preguntó interesado, Itri asintió. Yacú era una ciudad amurallada asentada en un fértil valle plagado de pequeñas lomas de lomos redondeado que asemejaban suaves olas de mar sobre las cuales navegaban las pequeñas pero numerosas casas de los habitantes rodeadas de cultivos y huertos, regados por el inagotable llanto de sus hermanas mayores, las montañas que les vigilan y protegen. En una de estas montañas, más allá de los muros de Yacú, Itri señaló una cueva, una a la que jamás le habían prestado especial atención, pero alguien más sí, porque acusaba haber sido habitada durante mucho tiempo aunque con muy pocas comodidades, el hecho era que las cosas que se hallaban allí pertenecieron a Darga; la ropa abandonada, las botas viejas y esas horribles pulseras de huesos de carnófago que le gustaba usar y fabricar, pero eso no era todo, también había una pequeña cuna, algunas mantas, unos pequeños zapatitos de cuero de carnófago cosidos con esmero, aunque con poco talento estético, para una niña pequeña. Darga había criado una niña pequeña durante años allí y sin que nadie se diera cuenta, de seguro había tenido un cómplice para lograrlo, pero hasta ahora, no se hacían una idea de quién podía haberle ayudado. Entendían por qué se había ocultado allí, entendían por qué había huido, pero la pregunta que Yagras se hacía en ese momento, y la misma que todos se hacían era, “¿De dónde diablos Darga sacó esa cría?” “Tal vez, era su hija…” Propuso Itri, como una alternativa, y ante la mirada de incredulidad de su líder, agregó, “Tal vez, la niña nació así y por eso debió ocultarla” Aquello era algo de lo que nunca, jamás se había tenido noticias, que una niña tan rara naciera de personas normales, pero casi que era más probable que pensar que la pequeña fuese una humana pura de verdad. Yagras asintió en silencio, “Tal vez… Los dioses pueden ser muy creativos cuando quieren entretenerse”



El camino hasta la Ruta fue tranquilo, sin presencia de carnófagos por ninguna parte, entorpecido solo por el constante dolor que Cora sentía en el brazo, “Tenemos un sanador en Bocas, es muy bueno, él me verá el brazo en cuanto llegue” Dijo Cora, cuando ya estaban en el punto de la Ruta en el que debían separarse, Tanco dudó, parecía tener algo que decir antes de irse, “Escucha…” Comenzó, metiéndose una mano en uno de sus bolsillos, “…tengo un remedio para la Locura, no sé si funciona, nunca lo he probado, pero me dijeron que funcionaba bien” Se trataba de una pequeña botellita de arcilla con un tapón, Tanco continuó, “Tal vez quieras probarlo con tu padre, no tienes nada que perder” Cora lo miró a los ojos con agudeza y luego a la botella, “No tengo con qué pagarte, me gasté todo lo que tenía en las flores” Advirtió, el otro le puso la botella en la mano, “No necesito que me pagues, pero necesito que me hagas un favor a cambio” Entonces Tanco, se dirigió al borde de la Ruta, escogió tres piedras más o menos planas y las puso sobre una más grande, adherida al cerro, una sobre la otra, como un pequeño monolito que inmediatamente desarmó “Si el remedio funciona, tienes que prometerme que volverás aquí, y pondrás las piedras una sobre la otra de nuevo, como una torre, ¿entiendes?” La chica entendía lo que debía hacer, lo que no entendía era el porqué, Tanco se lo aclaró “Porque la próxima vez que pase por aquí, quiero saber si el remedio funciona” Cora aceptó, y junto con Gigi volvieron a casa. Ya comenzaba el ocaso, y Tanco emprendió su regreso a Mirra, por el camino, pensaba en el remedio que le había dado a Cora, en que ojala estuviera a tiempo de usarlo, porque de verdad necesitaba saber si funcionaba, necesitaba saber si la sangre de la niña, la que había obtenido del pequeño corte que la niña se hizo en la pierna, curaba de verdad la Vesania Atávica.


León Faras.

sábado, 16 de octubre de 2021

Humanimales.

 XII.



Aquello del cordel con las chucherías atadas había sido una ingeniosa ocurrencia, fuera quien fuera al que se le había ocurrido. Moverse allí se les hacía dificultoso a los carnófagos, arrastrando cada paso como si pesara el doble por el pegajoso lodo o tropezando con ramas o piedras que no podían ver, algunos que cayeron de cara al barro se quedaban largo rato parados, confundidos y asustados, incapaces de limpiarse los ojos, como cuando Yagras se los venda y son incapaces de comprender lo fácil que sería quitarse esa venda. Pero no todos estaban dispuestos a correr tras esas campanitas de metal y preferían recorrer las inmediaciones aprovechando la abundante carne de carnófago que aún quedaba, Límber los observaba desde la vieja torre, pensando como deshacerse de ellos y recuperar el carro, porque lo necesitarían para entrar con la niña a Mirra. Le echó un vistazo a Cora, estaba sentada en el suelo, como aletargada debido a las flores que había masticado, luego a las mismas flores y en seguida a la pequeña Gigi, que en ese momento compartía lo que le quedaba de comida con la niña sin apenas notar la diferencia entre ella y aquella. “¿Qué ocurre?” Preguntó la muchacha, abriendo los ojos como si hubiese percibido su interés. Estaba sudorosa, aunque no era un día especialmente caluroso, “¿Para quién son las flores?” Le preguntó el hombre, la chica le habló sobre su padre, y sobre su urgencia por llegar lo antes posible a su casa o todo sería en vano, “¿Locura atávica?” Propuso Límber, y la chica asintió sin entusiasmo, como se hace algo que no es necesario en absoluto. Era obvio, nadie arriesga su vida y la de una niña pequeña por unas flores, de no ser por la Locura de un pariente cercano, sin embargo, no dejaba de ser curioso que no hubiese hecho ninguna mención sobre el aspecto de la niña aún sin nombre, tal vez las nuevas generaciones ya no creían en las viejas historias sobre humanos y sanaciones milagrosas o tal vez nunca había oído hablar de ellas. Tanco llegó en ese momento, “Hay que recuperar el carro” Lo dijo como una decisión ya tomada, Límber lo miró levantando una ceja, él estaba de acuerdo con eso, pero la pregunta era ¿cómo?, si apenas les quedaba munición y los carnófagos no se habían ido, “Tendremos que hacerlo como los Noba” Fue la brillante sugerencia de Tanco, Límber lo miró esta vez como si le estuviera agarrando las orejas. La tribu de Noba, se identificaba por dos cosas, la primera es que habían desaparecido por completo y sin dejar rastros ni restos, se creía que habían decidido lanzarse a atravesar el gran océano de arena del que jamás regresaron, pero esa solo era una conjetura más entre muchas otras. La segunda característica, y la más importante en este caso, es que aquellos eran los únicos, lo suficientemente rudos o dementes, como para enfrentarse cuerpo a cuerpo con los carnófagos solo protegidos con vendajes de cuero en las manos y antebrazos, cuero que por cierto, extraían de sus propios difuntos y hasta parecía que les gustaba, que eso los enorgullecía, “¡Por eso es que se extinguieron!” Alegó Límber, “¿Tienes una mejor idea?” Replicó su compañero automáticamente, “Esperar a que se duerman” Respondió el otro, con algo de sarcasmo en el tono, ya que todos sabían que los carnófagos adultos, si es que dormían, lo hacían de pie y durante lapsos muy cortos de tiempo, casi como si no lo hicieran. “Yo iré con ustedes” Afirmó Mica, que aunque no lo parecía, estaba muy atenta a la conversación, y agregó, “Y yo sí tengo una mejor idea. Usaremos un señuelo.” Media docena de carnófagos aún estaban atascados en el barro, mientras que al menos una decena de ellos, bien alimentados, se mantenían en los alrededores buscando y rebuscando algo que comer, y no dejarían de hacerlo hasta estar seguros de que ya no quedaba nada y el hambre los volviera a atenazar, “¿Qué señuelo piensas usar?” Preguntó Tanco. La respuesta era obvia, ya la sabía, no había ninguna duda, pero aun así preguntó solo para fingir sorprenderse con una respuesta que ya se esperaba, “A ti” Respondió Mica, comenzando a bajar la escalera.



Y allí estaba Tanco, con un gran fuego encendido junto a la torre, sus cuchillos enterrados en el piso junto a él y en la mano un desecho que podía ser la tapa de una olla grande de hace cien años al menos, siendo golpeada reiteradamente con un trozo de palo mientras entonaba una canción a todo pulmón, que perfectamente podía ser la de una de esas publicidades en la que un pollo promociona el delicioso sabor de su propia carne, como si ser comido fuera algo genial. “¿Lo ves? Tú no cantas, por eso lo elegí a él” Comentó Mica a Límber, mientras comenzaban a moverse furtivamente y a hacer un amplio rodeo. La gran ventaja que tenían era que los carnófagos que quedaban no estaban hambrientos, y debían aprovecharla porque no duraría mucho tiempo. El fuego mantendría relativamente protegido a Tanco, si tenían sus estómagos llenos, los carnófagos no se arriesgarían y preferirían esperar, pero aun así tenía sus cuchillos y la torre a pocos metros, en caso de que el fuego no fuera lo suficientemente persuasivo y se viera en dificultades. Su escopeta y su munición se la había entregado a regañadientes a Mica, en caso de que el plan fallara y debieran abrir fuego para huir, por el momento, el plan funcionaba y los bestializados mantenían su atención en aquella criatura bulliciosa cuyo comportamiento no lograban comprender. Uno de ellos, que en esos momentos, solitario y alejado, roía una pantorrilla con distraído desgano, se puso de pie para ver de dónde venía todo ese escándalo, decidiendo si era mejor acercarse o quedarse donde estaba, tal vez podía acercarse un poco, pero en ese momento sintió un golpe rápido y ardiente, mucho dolor que expresó con un rugido largo y asfixiado y sus piernas que ya no podían sostenerlo más: Mica acababa de cortarle limpiamente los tendones de la corva y se retiraba arrastrándose hacia donde Límber la esperaba vigilando, pero antes, cogió algo que le pertenecía de entre los repugnantes e irreconocibles restos que el carnófago roía, una de sus flechas, esa era una ventaja, las flechas se podían recuperar la mayoría de las veces, las balas nunca. Límber no estaba nada convencido de acercarse a un carnófago por la espalda lo suficiente como para matarlo con un cuchillo, pero si Mica lo había hecho, él también lo haría y lo haría como se debe. Se desprendió de todos los bultos que habitualmente cargaba, excepto su rifle, y también se quitó su improvisado calzado para hacer el menor ruido posible. Comenzó a acercarse caminando en puntillas y medio curvado a un par de bestializados que, embobados y confundidos admiraban en cuclillas, su posición más cómoda, la comprometida actuación de Tanco, quien no paraba de alimentar su hoguera y de improvisar cánticos cada vez más absurdos pero igual de apasionados. Sosteniendo su cuchillo con fuerza, como si este pretendiera huir a alguna parte, conteniendo el aliento y apretando los dientes con cada paso, Límber logró acercarse lo suficiente a los carnófagos, elevar su cuchillo, y cuando estaba presto para dejarlo caer, uno de los carnófagos emitió un sonido prolongado y sibilante, similar al que haría una especie de corneta defectuosa, seguido de un olor nauseabundo que le impactó de lleno en pleno rostro, y lo obligó a tener que usar toda su fuerza de voluntad para mantener su posición y postura, “¡Ese maldito acaba de soltarme un pedo!” Pensó Límber, indignado, mientras Mica le hacía un gesto elocuente fácilmente interpretable como “¡A qué diablos esperas?” Límber, entonces, le rajó la nuca al del pedo y le partió el cráneo al otro, e inmediatamente se arrojó al suelo para alejarse reptando.



Al ver que la cosa estaba funcionando y los carnófagos caían uno a uno, Tanco se entusiasmaba, y ahora no solo cantaba y golpeaba su tapa de olla, sino que además bailaba, flectando y estirando las piernas y moviendo el trasero al ritmo, hasta un momento en el que se gira y se encuentra cara a cara con un carnófago cubierto de lodo, que con mucho esfuerzo había logrado salir del barro y que al parecer estaba muy fastidiado con el espectáculo. La tapa de olla le sirvió como escudo a Tanco, pero cuando cayó al suelo con el bestializado encima, se dio cuenta de que sus cuchillos estaban demasiado lejos y las mandíbulas del carnófago demasiado cerca, tenía la pistola del viejo muerto en el cinto, pero en ese momento necesitaba un brazo extra para alcanzarla, entonces el monstruo cubierto de lodo emitió un rugido largo y asfixiado muy cerca de su cara, similar a un graznido y se desmayó. Cuando se lo quitó de encima, Cora estaba allí, de pie, con su cuchillo ensangrentado en la mano y recuperando el aliento luego del esfuerzo que había hecho para llegar a tiempo.


León Faras.

domingo, 10 de octubre de 2021

Humanimales.

 XI.

 

“Hay que salir de aquí” Propuso Mica, imperiosa, pero sin levantar la voz, Límber asintió seguro, escudriñando el Yermo con sus bien dotadas orejas, mientras cogía el carro y Tanco retiraba el cuerpo del carnófago medio decapitado de en medio. Cora sangraba en gruesos goterones, pero instintivamente cogió la mano de su hermana sabiendo que tendrían que correr y en el Yermo solo había un lugar hacia donde correr. Pronto se dieron cuenta de que el carro y el desigual terreno del Yermo, no eran el uno para el otro y tan solo por andar rápido hacía que se estremeciera hasta casi voltearse, “¡Saca a la niña!” Le ordenó Mica, Límber dudó, debido a lo inusual de su aspecto y a la presencia de desconocidos, pero la chica ya los veía venir, y había que correr: eran tres los primeros en aparecer, y se movían rápido guiados hacia ellos por las detonaciones y el olor de la sangre. Cora y Gigi ya corrían hacia la vieja torre que no estaba a menos de quinientos metros, un vestigio del viejo mundo situado al borde de río Barros, un río que cuando llegaban las lluvias se hacía fuerte y majestuoso, e incluso responsable de ir año a año arrasando con la antigua construcción, corroyendo sus cimientos hasta acabar llevándosela por completo algún día, pero que el resto del año no era más que un lodazal putrefacto de treinta centímetros de profundidad que no corría a ninguna parte. La niña corría veloz de la mano de Mica, justo detrás de Cora y Gigi. Cuando Tanco se detuvo para recargar su escopeta y echarle un vistazo a su compañero que aún tiraba del carro, se dio cuenta de que ya no eran tres los carnófagos que le seguían, sino que se podían ver siete, y corrían como fieras hambrientas hacia ellos, “¡Deja eso o no lo lograrás!” Le gritó reanudando su corrida, dos más aparecían por la derecha y estos se veían muy cerca. Límber le hizo un gesto de que él podía hacerlo, pero su compañero insistió, “¿De qué mierda sirve ese trasto en la torre, eh?” y echó a correr como un verdadero velocista, alcanzando de inmediato a las chicas, cogiendo el canasto de Gigi y cargándoselo a la espalda y luego a la propia niña bajo el brazo, como un bulto, para que su hermana Cora corriera libremente, “¡Rápido, ya falta poco!” Las animó. Límber se dio cuenta en ese momento de que irremediablemente se quedaba rezagado y al fin soltó el carro, no sin algo de frustración personal en el gesto, pero al menos ya podía correr con total libertad, entonces vio como Mica se detenía repentinamente, animando a la niña a seguir corriendo detrás de los demás, cogía su arco y le apuntaba directamente a la cabeza, disparó, falló por poco e inmediatamente apuntaba de nuevo, pero no a él esta vez, “¡Rápido!” Le gritó la chica, poniéndose a correr de nuevo. Quedaban menos de cien metros. Dos carnófagos que habían estado muy cerca de alcanzar a Límber, se revolcaban en el suelo gracias al fino talento de Mica para el arco, la mala noticia, era que la chica acababa de notar que solo le quedaba una flecha en su aljaba.

 

La añosa escalera metálica, o lo que quedaba de ella, para poder acceder a la vieja torre, estaba suspendida a un metro y medio de altura, demasiado para unas niñas pequeñas y mucho también para una chica que apenas sobrepasaba esa altura y con solo un brazo útil. Límber se detuvo a diez metros de la torre, apuntó al carnófago más cercano y disparó. Ya qué más daba un poco de ruido en el Yermo, si podía ver una docena de bestializados corriendo hacia ellos. Mientras Tanco se agachaba hasta poner su cabeza entre las piernas de Cora y levantarla con los hombros, Mica hacía un gesto explícito de dolor al ver que gastaba su última flecha en la entrepierna de un carnófago muy desafortunado. Límber volvía a disparar y derribar a uno, pero el siguiente estaba demasiado cerca; el bestializado le saltó encima como una fiera y lo arrojó al suelo, Límber lo agarró del cuello para mantener sus sucias mandíbulas alejadas de su cara, mientras encontraba la forma de usar sus piernas para quitárselo de encima. Cuando lo logró, el carnófago cayó a un par de metros, Límber se puso de pie de un salto, le apuntó con su rifle y disparó, pero su arma sonó vacía. Se llevó la mano a su cuchillo. Mica aún estaba allí, tenía el cortaplumas de Nurba en la mano, todo sucedía tan rápido, que ni siquiera ella lo vio venir, un nuevo carnófago le caía sobre la espalda a Límber y lo agarraba con los dientes de la parte que más odiaba ser agarrado: una oreja. Gritó de dolor, incapaz de defenderse mientras el maldito carnófago tiraba de él y le arrancaba un trozo, entonces Mica aprovechó esto para clavarle su cuchillo en la nuca al bestializado y cortar toda comunicación entre su cerebro atrofiado y el resto de su cuerpo, al tiempo que el carnófago anterior, ya saltaba sobre ellos en un nuevo ataque, pero su rostro de bestia endemoniada estalló en el aire y los bañó con sus restos sólidos, líquidos y gelatinosos. Tanco recargaba su escopeta mientras movía el cuerpo del carnófago sin rostro de un empujón con el pie para liberar a su compañero, “¡Rápido!” Le dijo, estirándole la mano. Cora y las niñas ya estaban en la torre, y los carnófagos que quedaban se entretenían a varios metros con los cuerpos de los caídos, pero con todo el escándalo que habían armado, era fácil creer que venían más en camino.

 

Por fin podían atender el brazo de Cora, y no era una simple mordida, faltaba un trozo de músculo ahí, sangraba mucho y no podía mover la mano con naturalidad. “¿De qué tribu son?” Le preguntó a Mica, mientras esta le vendaba el brazo; solo podía hacer eso, venda y un torniquete, “Yo soy de Mirra, ellos de Portas…” respondió la joven, pero la respuesta no estaba completa, “¿Y esa pequeña tan rara?” Agregó Cora, mirando a la niña que parecía entablar amistad con su hermana Gigi. Mica se encogió de hombros, “No lo sé, creo que ni ella misma lo sabe” Respondió, y luego le ofreció algunas flores adormecedoras, “Toma, muérdelas y extráeles el jugo, te calmarán el dolor” Límber, sentado con la espalda apoyada en la pared y el rostro estrellado con sangre de carnófago, se curaba la oreja con un puñado de ceniza y los dientes apretados, aunque no por el dolor. Tanco se sentó a su lado, “¿Cuánta munición te queda?” Le preguntó, el otro lo miró forzando los ojos hacia un lado y sin soltarse la oreja mutilada, “Cuatro, ¿y a ti?” “Seis. A Mica no le queda ninguna” Señaló, restregándose la nariz con rudeza. Necesitarían más que eso para salir de allí, porque casi no les quedaba agua ni comida tampoco. Cuando Mica llegó a su lado, se quedó parada observando a las niñas que, mirando hacia abajo desde una esquina, parecían divertirse con algo que les arrancaba algunas risitas cómplices de vez en cuando, como si algo divertido estuviera ocurriendo allá abajo. Tanco también mostró curiosidad. Las niñas habían descubierto un cordel que pendía desde la parte alta de la torre, con un puñado de chucherías metálicas atadas en su extremo que al ser sacudidas provocaban un ruido que atraía a los carnófagos, estos querían alcanzarla, pero las pequeñas lo levantaban en el último momento y el carnófago rodaba por una pequeña pendiente de un metro directo al barro del río Barros, del que no sabían exactamente hacia dónde dirigirse para salir.


León Faras.