sábado, 6 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XVI.



Existen dos tipos de incursores…” Explicaba Límber, triturando con sus muelas un trozo de raíz mientras Mica preparaba su pescado para asarlo abierto y atravesado de varillas y la niña, aún soñolienta y con cara de drogada, tragaba bayas con una tranquilidad pasmosa e inusual en ella “…Aquellos que lo son, porque esa era su mejor alternativa, y los que lo son porque siempre desearon serlo. Yo soy de los primeros. Tanco es de los segundos. Sí, tiene sus ventajas, la gente te respeta, algunos te admiran solo por pasar una noche en el Yermo, pero también tiene sus desventajas, los incursores jamás tienen una familia, rara vez, porque nadie está dispuesto a estar con alguien que cada vez que sale, no sabes si va a regresar y si no lo hace, ni siquiera podrás ver sus restos” Mica lo escuchaba en silencio, entendía que él solo estaba desahogando su inconformismo, “¿Y no puedes dejar de ser incursor?” Preguntó la chica, casi con inocencia, “Sí, claro…” Respondió el otro con falso entusiasmo, “…si un carnófago te arranca un brazo o una pierna y sobrevives, puedes hacerlo” Luego de unos segundos para tragar lo que estaba comiendo, agregó, “Una mordida en la oreja no es suficiente” Y le arrancó otro trozo a la raíz para seguir masticando.



Luego de comer, comenzaron a buscar la forma de cruzar el río, pero de los numerosos puentes que Mica recordaba no quedaba ninguno, todos habían sido quemados o arrancados de cuajo, incluso los más grandes por donde se solían cruzar los grandes postes que sostenían la ciudad. Cuando ya se acercaba el ocaso, y aún no había ni pistas de Tanco, encontraron uno, pero no era ni de cerca lo que se esperaban, de hecho, el rostro de Límber rezumaba desilusión al verlo. Se trataba de una cuerda que iba y volvía de un extremo al otro del río mediante un sistema de toscas poleas ubicadas a ambos lados y que arrastraba una especie de canasto de base redondeada, que en el río daba muy poca confianza, trasportando, como mucho, a dos personas a la vez. Mica cruzó primero con la niña atada a la espalda. El canasto parecía resistir bien su peso, y en el medio era suavemente arrastrado por la corriente, pero nada peligroso, sin embargo, era un pésimo sistema si se tenía que huir de allí perseguido por una panda de carnófagos. Cuando por fin el canasto regresó vacío, Límber cargó el carro y todos sus bultos, excepto su rifle, y los arrastró hasta el otro lado con ayuda de Mica, mientras esta tenía todos sus sentidos puestos en los alrededores. Luego subió Límber, resignado pero para nada cómodo, la verdad era que prefería lidiar con carnófagos que con esa cantidad incalculable de agua corriendo bajo sus pies, y con ese amenazante murmullo que no podía ignorar por más que quisiera, respirando hondo y aferrando una cuerda que imaginaba cortándose a cada instante, el viaje fue muy largo y cuando lo logró, era evidente lo mal que lo había pasado. En Portas, el agua llegaba por medio de dos cascadas principales que descendían por la roca de las paredes naturales que rodeaban la ciudad y proveían de agua a toda esta, nada comparado con el Zolga, y aquel solamente era un brazo de este. Límber recordaba una vez, de niño, en que su padre los llevó a él y a su hermana Lila a los mercados flotantes del Zolga y se quedó impactado con el enorme tamaño de su cauce, su sobrecogedora anchura y la increíble ciudad que flotaba sobre él, no podía imaginar de dónde salía toda esa agua y hacia donde iba, su padre le explicó que iba hacia el gran océano de agua, algo así como el gran océano de arena, pero de agua, todo un horizonte de pura agua. Algún día ambos océanos se unirían y ellos desaparecerían, pero aún faltaba mucho tiempo para que algo así sucediera.



Se quedaron en la orilla del río, con sus armas preparadas y el precario canasto dispuesto para regresar en caso de que las cosas se pusieran feas, pero además de algunos ruidos lejanos y poco amenazantes, el constante murmullo del río y el crepitar de la leña seca quemándose, aquella fue una noche bastante tranquila. Mantuvieron el fuego encendido y se turnaron para montar guardia, cuando faltaban pocas horas para el alba, Límber oyó un silbido lejano, pero familiar y el mecanismo del canasto para cruzar el río se activó, Tanco volvía con un pequeño botín metido en un saco del que no quiso hablar, “Solo déjame dormir un par de horas, ¿sí?” Le dijo a su compañero mientras se tendía y se dormía casi en el acto. Tres horas después se despertaba con gotas de agua cayéndole en la cara. La niña, con el cabello empapado y las manos en la cintura lo observaba curiosa, tal vez un poco enfadada, como una madre que no está de acuerdo con que su hijo continúe durmiendo, para Tanco, aquello era obvio, la había drogado y le había hecho un pequeño corte en el brazo para sacarle sangre, eso podía molestar a cualquiera, “¡Ya lo sé! Lo siento…” dijo incorporándose y cogiendo su saco “Toma, te traje esto: ratas deshidratadas con especias” El rostro de la niña se iluminó, su enfado se esfumó y de inmediato cogió las brochetas con ratas espetadas para asarlas. Mica también lo miraba con cierto aire de reproche en los ojos, Tanco metió la mano en su saco, como si de un extraño Santa Claus se tratara, y sacó una pequeña bolsa de tela atada en un extremo que le lanzó a la chica, “Encontré algo de comida, pero nada de munición, excepto por esto…” Eran puntas de flecha de metal fundido de Portas, al menos una docena, “Y para ti…” Señaló, dirigiéndose a su compañero que lo miraba con profunda desconfianza, “…te encontré esto” Y le tiró las botas que pertenecían a Bardú, “Tenía los pies grandes como los tuyos” Límber miró las botas, se miró con Mica y luego de vuelta a su camarada, “¿Qué les hiciste?” Preguntó desconfiado, como si las respuestas quemaran, Tanco se desnudaba el torso para lavarse en el río, “¡Nada!” Contestó, y como la respuesta sonaba insatisfactoria, agregó, “No los maté, si eso creen, no fue necesario, ¿Sabían que esos imbéciles creen que comemos carne de carnófago?” Entonces un prolongado e intencional aullido en las colinas acabó con la discusión de golpe, “¿Qué diablos fue eso?” Preguntó Tanco, temiendo ser el único que lo había oído, sin embargo todos, excepto la niña que solo tenía ojos para sus ratas asadas, lucían preocupados, “No lo sé, pero eso no fue un carnófago” señaló Límber, y miró a Mica, esperando una respuesta más específica de esta, entonces la chica comenzó, “Cuando yo era niña, lo llamaban Yuba, un carnófago de más de dos metros de alto, con los ojos rojos inyectados de sangre, y mucho más inteligente que el resto, capaz incluso de utilizar piedras o palos como herramientas. Su extraño e inusual aullido, helaba la sangre de cualquiera, pues era una invitación segura a la muerte…” Cuando acabó, tanto Tanco como Límber, la miraban como si de pronto se hubiese vuelto idiota, “¿Hablas en serio?” Preguntó este último, la chica sonrió burlesca, “¡Claro que no! Tiene que haber alguien viviendo allí todavía. Aún no me fio nada de lo que esos tipos dijeron” Concluyó. Las ratas estaban listas y nada podía ser más importante en ese momento.


León Faras.

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