lunes, 1 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XV.



¿En verdad piensan seguir con esto?” Preguntó Tanco, cuando todos se detenían a la orilla del Zolga buscando cómo cruzar, pero como no obtuvo respuesta, añadió, “¡Se supone que ese lugar está lleno de carnófagos!” “No me fío nada de ese tipo” Replicó Mica, y fue secundada de inmediato por Límber. Tanco insistió “¿Se olvidan de que no nos queda munición? ¿qué rayos vamos a hacer, eh?” “Yo, voy a buscar algo para comer” Respondió Mica, arremangándose la ropa para meterse al río. Algunos peces nada despreciables, se podían capturar con las manos, y Mica se había pasado la mitad de su vida en los mercados flotantes del Zolga, donde capturar peces así era el juego favorito de los niños, “Yo voy por unas raíces. Quédate con la niña” Agregó Límber mientras también se alejaba. La niña, por su parte, hacía un pequeño círculo de rocas y recolectaba ramas secas para encender un fuego, Tanco la miró como si le hubiese robado la idea, pero entonces oyó un ruido, y como un resorte cogió su escopeta. De entre los matorrales salieron el pequeño Nugo y su compinche Bardú, ambos verdaderamente embobados con la niña, “Oh, por los dioses, te lo dije ¡Es una niña humana pura!” Exclamó el primero, dirigiéndose a su amigo que aún no creía lo que veía. Tanco miró a su alrededor, no había luces de sus compañeros y decidió mostrarse amenazante, el enano en cambio era extraordinariamente amable, “Amigo, por favor, solo queremos hablar…” “¿Hablar de qué?” Lo cortó Tanco, hostil, y Nugo, con sumo cuidado, sacó de entre sus ropas un montón de hojas del árbol único, “…de negocios” Además su amigo Bardú traía dos botellas llenas de un líquido violeta pálido, que no eran otra cosa que un cotizado licor de flores hecho en Mirra. “…Amigo, por favor, te digo la verdad: mi padre fue el primero, mi hermano lo siguió unos años después. Yo soy el siguiente. Solo tengo esto… acéptalo” Nugo sonaba elocuente, mientras su compañero solo sostenía una sonrisa depravada, “Y si nos ayudas, mantendremos tu pequeño secreto” Añadió este, con su sonrisa de comerciante. Tanco seguía solo, y la niña lucía tan indiferente como siempre, “¿Qué quieren?” Preguntó sabiendo la respuesta pero sin bajar el cañón de su escopeta, el enano posó las hojas que tenía en el piso, “Tú sabes qué, solo un poco de su sangre” Y de un bolsillo extrajo un ramito de flores adormecedoras.



Mica capturó un buen pez gordo, no era tan difícil, solo había que saber dónde buscarlo, cuando regresó, se encontró a la niña adormecida, y Tanco tratando de animarla, con la voracidad habitual de la pequeña, esta había tragado más flores de las que debía “¿Qué le pasó a Brú?” Preguntó la chica preocupada, mirando alrededor, “¿Quién rayos es Brú?” Respondió el otro. En ese momento llegaba Límber, había encontrado algunas bayas silvestres de las que crecen cerca de los ríos y también le pareció de lo más extraño ver a la pequeña durmiendo a esa hora, “¡Qué diablos le hiciste?” Lo reprendió, Tanco quiso responder con la misma agresividad, pero no pudo, “¡Nada! Yo solo…” Y lo confesó todo, porque para él, había sido bastante cuidadoso y todo se justificaba, “Ahora tenemos dinero, con estas hojas podemos conseguir provisiones, algo de munición, e ir un poco más preparados allá a donde tanto quieren ir” “¿La drogaste para sacarle sangre?” Le espetó Límber, realmente furioso, su compañero seguía justificándose, “¡Solo fue un poco, no la desangré! ¡Y además, no sintió nada!” “Tanco, maldito imbécil…” Le gritaba Mica en ese momento arrojando su precioso pez al suelo y con más desilusión que enojo en la voz, agregó “…¡Esas ni siquiera son hojas del árbol único!” Tanco se quedó mudo, tratando de procesar lo que acababa de escuchar, Mica se lo aclaró rápidamente, “Te engañaron…” Se tardó algunos segundos en digerirlo, pero cuando lo hizo, sintió como la ira lo dominaba. Se sentía como un idiota y realmente odiaba sentirse así, entonces, solo cogió sus cosas y se fue, “No me esperen, yo los alcanzo” Fue todo lo que dijo, Mica quiso detenerlo, pero Límber se lo impidió, conocía a su compañero y era mejor dejarlo ir por las buenas, que retenerlo por las malas y desde luego que no aceptaría que le acompañaran.



Solo serían un par de tragos, pero ya casi era medianoche y todavía no se les acababan las ganas de festejar, “Espera, espera, necesito ir a los orinales” Señaló Nugo, saltando al suelo desde su asiento. Era un lugar amplio, bastante para ser un edificio construido sobre un árbol, además de ser la única taberna propiamente tal de Mirra, como siempre, atestada de gente. Se servía comida y bebida, pero más bebida que comida. Lamentablemente, para ir a los orinales había que bajar a tierra firme por una escalera que rodeaba el inmenso tronco del árbol, cuyas hojas eran parecidas al del árbol único pero no iguales. Habían intentado tener orinales arriba, pero el olor en una buena noche, era insoportable, además de que la escalera servía para dejarles claro a algunos clientes que ya era suficiente, cuando no eran capaces de usarla correctamente y rodaban por ella. Los orinales no eran otra cosa que una apestosa pared de madera con una zanja debajo que transportaba por gravedad los orines a una fosa. Nugo entro saludando a un tipo larguirucho, de piel manchada, con unos extraños cuernos cubiertos de piel que hacía lo suyo con total parsimonia. Cuando el enano ya se preparaba para orinar, recibió una brutal patada en la nuca, que lo hizo estrellarse de cara contra la pared de los meados y luego caer al suelo semiinconsciente. El tipo larguirucho se volteó sin apenas inmutarse, ni dejar de hacer lo que estaba haciendo, un hombre delgado, de ropa y piel oscura estaba allí sosteniendo una escopeta, “Este tipo me robó, ¿tienes algún problema con eso?” El larguirucho negó con la cabeza mientras regresaba a su lugar lo que había sacado y usado, “Ninguno, amigo, los tramposos se merecen lo peor” Señaló, dándole la espalda para irse. Casi una hora después aparecería Bardú, pensando que era mejor que su amigo se hubiese roto algo rodando por las escaleras, en vez de huir sin pagarle lo que había perdido en las apuestas, pero nadie le daba noticias de él, hasta que, desde los campos cercanos sintió sus débiles grititos de auxilio, cuando se acercó, lo encontró con un chichón en la frente, un ojo medio cerrado y atado de pies y manos con jirones de su propia ropa, sintió ganas de reír con tal escena, pero entonces algo lo golpeó en el hombro y al voltearse descuidadamente, el cañón de una escopeta se posó con rudeza en su entrepierna, “Si se despega de donde está, aprieto el gatillo” Le advirtió Tanco, sosteniendo un saco que ya tenía algunas cosas dentro desde antes, Bardú lo reconoció en seguida, y como buen comerciante intentó negociar con una sonrisa, “Oye, tranquilo amigo, solo fue un malentendido, podemos arreglarlo” Pero desde el suelo, su colega intentaba advertirle algo que no lograba captar con claridad, hasta que lo hizo, “Es un incursor de Portas” La sonrisa de Bardú se desvaneció, levanto las palmas de las manos y comenzó a pestañear compulsivamente, además de tomarse en serio el arma que le presionaba los genitales, Tanco sacudió su saco, y el otro de inmediato comenzó a vaciar sus bolsillos en él. Ahora comprendía por qué esos tipos estaban dispuestos a subir a las colinas. Cuando hubo terminado, Tanco le echó un vistazo y le pidió también las botas y de manera asombrosa, Bardú se las arregló para sacárselas sin que el arma se despegara de donde estaba, “¿Es cierto que ustedes comen carne de carnófago cuando cruzan el Yermo?” Preguntó este último mientras soltaba sus botas dentro del saco, Tanco lo obligó a voltearse y ponerse de rodillas, “Sí…” le respondió, “…pero solo mientras están vivos, muertos, su carne se vuelve amarga” Y entonces desapareció.


León Faras.

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