X.
De
vuelta en Missa Pandur, la princesa Viserina le contó emocionada a Missa Budara
lo maravilloso que había sido el viaje al Valle de los Gigantes, y que sin duda
había sido una experiencia que jamás olvidaría por lo que le quedaba de vida,
“Tengo entendido que en su reino también fueron comunes los gigantes…” Budara
se mostraba interesado, la princesa respondió con el entusiasmo de una joven al
que su tutor le pregunta justo aquello que más había estudiado, “¡Sí! en
Tribalia los gigantes fueron muy abundantes durante siglos, aunque ahora ya no
quedan más que los restos de sus cuerpos y algunos de sus vestigios en sus
cuevas” Aquello último, la princesa lo dijo con pena, como excusándose, como si
en parte fuera culpa suya la desaparición de los famosos gigantes de Tribalia,
“Así he escuchado…” respondió Missa Budara con una sonrisa amable y complacida,
luego de un rato, su tez volvió a su expresión de profunda gravedad de siempre,
“Princesa, debo hablar con usted algo mucho más serio, me temo que tenerla en
Missa Pandur, ya no es seguro…” La princesa Viserina se tomó el comentario con
madurez, ella ya se esperaba eso, sabía que estaba poniendo en riesgo al
monasterio y a todos los que vivían allí. Ella ya se sentía bastante recuperada
y estaba dispuesta a irse lo antes posible, no sin antes agradecer
profundamente todos los cuidados y la hospitalidad de todos los monjes de Pandur,
Missa Budara no movió ni un solo músculo, “Princesa, usted es libre de irse
cuando usted quiera, pero todos aquí esperamos que nos permita seguir
protegiéndola, pues si usted sale de aquí, puede que la suerte no la acompañe y
caiga en manos de sus enemigos…” La princesa intentaba comprender, pero no lo
conseguía, Missa Budara prosiguió, “…Princesa, sus hombres, los soldados que la
acompañaban y la trajeron acá, han muerto, todos. El comandante Bragones estuvo
aquí ayer. Al parecer le hicieron creer que usted también estaba entre los
muertos, pero él no quedó del todo convencido. Vino para darnos su última
advertencia de que permitiera que sus
hombres registraran nuestro monasterio, y por supuesto, como cualquier hombre
sensato, se lo permití… se retiró bastante decepcionado” Budara esbozó una
sonrisa que borro rápidamente, “Si usted me lo permite, me gustaría llevarla a
un lugar mucho más seguro para usted…” Missa Pandur se encontraba en Cefiralia,
y ella era princesa de Tribalia, y aquellos eran dos reinos que en esos
momentos estaban en guerra. Era muy difícil para ella comprender por qué,
además de ayudarla con sus heridas, ahora también la querían seguir
protegiendo. Budara aspiró profundamente y se tomo todo su tiempo para expulsar
todo el aire de sus pulmones, “Usted es una princesa, y algún día será reina. Es
indispensable que personas como usted nos gobiernen algún día, porque eso no
sólo beneficiará a su reino, sino también a todos sus reinos vecinos. Por eso
le pido que nos permita protegerla hasta que podamos entregarla devuelta al
resguardo de su pueblo y de su gente…” La princesa Viserina miró a su alrededor
en busca de credibilidad a lo que estaba escuchando, y la encontró en la
respetuosa reverencia de los monjes que estaban presente, no le pareció nada
más apropiado que responderle a Missa Budara con la misma reverencia, “Missa
Budara, estoy completamente a su disposición y profundamente agradecida por
todo lo que está haciendo por mí, sólo me preocupa una cosa: si los hombres que
me acompañaban, están todos muertos, con seguridad muchos creerán que yo
también lo estoy. Sé que eso puede ser bueno para mi seguridad, pero me
preocupa mi padre y su estado al pensar que yo he muerto…” Budara asintió con
parsimonia, “Entiendo, enviaré a dos emisarios para que se comuniquen con su
gente, no sólo para darle noticias suyas a su padre, sino también para acordar
la mejor forma de llevarla de vuelta a su reino con total seguridad…”
Missa
Poquelín era un hombre tan alto y corpulento como flemático, con una gran
barriga natural que bamboleaba con cada paso que daba, sin embargo, cuando
caminaba, tenía una marcha difícil de seguir y una agilidad poco habitual en
alguien de su tamaño. Él fue el primero en ser elegido como emisario, el
segundo fue Driba, era un muchacho sabidamente serio y responsable, además de
muy avanzado para su edad. Ambos podrían moverse por este reino y el otro con
total libertad amparados bajo sus trajes de monje, y ambos estaban dispuestos a
hacerlo con celeridad para llevar a cabo su misión lo más rápido posible. Luego
Missa Budara se dirigió a Nemir “Missa Nemir, he pensado en adelantar este año
el entrenamiento de los novicios en el monasterio de Masdra, me gustaría que se
preparara todo para viajar pasado mañana, Missa Badú le acompañará. La princesa
Viserina y la pequeña Zaida también viajarán con ustedes” Missa Nemir respondió
con una reverencia, pero inmediatamente le pareció oportuno recordar que en Masdra
nunca se había permitido el ingreso a mujeres para el entrenamiento, Budara lo
recordaba, “Pandur tampoco era la excepción, hasta ahora, sin embargo, las
decisiones deben ser tomadas de acuerdo a las circunstancias y a los tiempos
que corren. Llevarán una carta de mi parte para Missa Ramán, estoy seguro de
que comprenderá la situación y sabrá qué hacer con sabiduría” Nemir respondió
con una larga, silenciosa y respetuosa reverencia.
Gunta
se hurgaba la nariz con toda comodidad tirado en su cama descansando luego del largo
viaje, cuando llegó Ribo mirando a su alrededor, cauteloso de que no hubiesen
monjes mayores cerca, “¡¿Qué?! ¡¿Nos llevarán a Masdra ahora?! Y encima iremos
con Missa Nemir, ¡Genial! ¿Qué podría ser peor? ¿Nos llevarán con un caldero de
agua sobre la cabeza o qué?” Aquel había estado prestando oídos a las
conversaciones de Missa Budara y los demás, pero al decirle a sus compañeros lo
que había averiguado, Gunta explotó en alaridos de indignación como buscando
ser oído por todo el monasterio, “¡Cállate tonto! Se supone que no sabemos
nada…” “Yo siempre he querido conocer Masdra…” mencionó Paqui tirado de costado
sobre su litera, pero la mirada severa de sus compañeros lo hizo volver
inmediatamente a sus asuntos, o sea, seguir descansando con la boca cerrada, “En
Masdra te harán subir la montaña parado sobre las manos y llevando piedras
calientes sobre los pies, y si no lo logras, tendrás que caminar sobre esas
piedras… un campo entero de piedras calientes… mi hermano mayor estuvo allí una
vez y él me lo contó” Advirtió Ribo a Paqui con total convicción, como un
anciano tratando de impresionar a sus nietos, Paqui arrugó la nariz y
retrocedió el rostro, como si la sola voz de Ribo ya le estuviera quemando la
cara, “Tú dijiste que tú eras el mayor de tus hermanos…” replicó Paqui apenas audible,
Gunta sonrió seguro de que sólo alardeaba, pero luego su sonrisa se borró como
si hubiese recibido una bofetada, cuando supo que tanto la princesa como la
pequeña Zaida irían con ellos también, “¡¿Qué?!...” La pequeña Zadí los
observaba de lejos de forma muy intensa, pero no enterándose de nada, Gunta la
miró y luego se lanzó de espalda sobre su cama frustrado, como si pudiera causarles
algún daño a los dioses que marcaban su destino, “¡Genial! ¡Seremos los
hazmerreír de todos cuando lleguemos allá acompañados de una chica y de una
niña pequeña…! ¿Qué podría ser peor?”
En
ese momento se oyó un trueno, luego otro y luego la lluvia comenzó a caer
copiosamente, Gunta se dio la vuelta sobre sí mismo y se dio un frentazo contra
su duro colchón, gruñendo y tapándose la cara. Pensaba que tendrían que salir
en ese mismo momento a caminar bajo la lluvia, Ribo sabía que no era así, pero
no dijo nada, sólo se recostó sonriendo complacido por el vano sufrimiento de
su amigo. Paqui notó aquello, pero tampoco dijo nada, satisfecho de poder
burlarse de otro, aunque sólo fuera internamente. Por su parte, la pequeña Zadí
estaba hecha una bola sobre su cama, como cuando viajaba hacia el monasterio de
Missa Pandur, tapada con su manta hasta más arriba de la orejas.
León Faras.