II.
Fue
curioso, pero Guillermina no dijo una palabra a nadie, Úrsula iba con los
nervios tensos, preparada para recibir la condena del padre Benigno o por lo
menos unas fuertes palabras de desaprobación al llegar por la noche a su cuarto,
pero no recibió más que las “Buenas noches” acostumbradas por parte del
sacerdote, sin embargo, Guillermina la esperaba en camisón de dormir y envuelta
en un chal para hacerla confesar lo que ambas ya sabían, pues no había ninguna
duda de que una mujer siempre sabía antes que nadie más cuándo estaba
embarazada, y Úrsula no era la excepción, el problema era el cómo, pues la
muchacha aseguraba que había sucedido en el más precioso de los sueños,
Guillermina la miró con desconfianza, achicando los ojos, aquello se le hacía
más sospechoso aún, no tanto lo de “sueño”, sino más lo de “precioso”, porque
eso sólo podía ser que la chica estaba enamorada, y para Guillermina, ese era
el principio de todas las desdichas de las mujeres, y encima, ya estaba
embarazada, por lo que ya no había vuelta atrás, “Ay niña…” dijo
compadeciéndose de ella, “…sólo esperemos que no te desgracien la vida tan
pronto, pero al menos el doctorcito parece buena persona” Úrsula se quedó con
la boca abierta, ella no había dicho nada sobre el doctor, esa mujer la leía
como a un libro abierto, la vieja se apretó el chal al cuerpo y sonrió con
suficiencia, “Pero muchacha, ¿Y de quien más vas a estar enamorada tú con tanto
trabajo? Además, tú no eres la Virgen María para estarte embarazando en sueños,
por lo que entre ustedes dos pasó algo y ahora tienen que hacerse cargo como
Dios manda” Úrsula estaba angustiada, “Por favor, Guillermina, no diga nada
hasta estar seguros, imagínese si luego…” Guillermina se puso de pie y la hizo
callar con un gesto pedante de la mano, como si la chica fuera una especie de
súbdito inoportuno, “Calla muchacha, calla ¿Quién te crees que soy yo? Éstas
son cosas que no se pueden tomar así, a la ligera…” la vieja se lo pensó unos
segundos, “…El doctor ya sabe que estás embarazada, estoy segura, pero como
sabe que la criatura será suya, quiere estar bien seguro, pero lo vamos a tener
que convencer lo antes posible porque se tienen que casar ¡Y tú no puedes
pararte frente al altar con una tremenda barriga…!” Y mientras Úrsula se
ruborizaba espantada mirándose el vientre, como si algo horroroso fuera a salir
de ahí, Guillermina se persignaba como si estuviera frente a un escándalo
aberrante de esos que hay que evitar a toda costa que salgan a la luz “…luego
Diosito se nos ofende o San Lorenzo se espanta y suelta alguna calamidad y ni
hablar del padre Benigno. Vamos a dejar al padre Benigno para el final, y ni se
te ocurra decirle eso del “lindo sueño” a él o es capaz de dejarte sin comulgar
por todo un año. Ahora duérmete tranquila y ya mañana veremos” Concluyó la
vieja yéndose con propiedad, satisfecha y completamente dueña de la situación,
dejando a la muchacha sin poder dormir por el resto de su vida. Al salir
Guillermina, se encontró con el cura parado en el pasillo con cara de
preocupación por el tono de conversación de las mujeres, “¿Sucede algo?” la
vieja pasó junto a él ignorándolo como a un pelele, “…no es nada padre, váyase
a la cama…”
La
prisión era uno de esos sitios en los que siempre sucedían cosas raras, todos
los muchachos tenían historias sobre que habían oído durante la noche puertas
que se cerraban solas, que se veían faroles que rondaban los pasillos sin que
su portador pudiera verse o que se sentían corrientes de aire helado donde no
había una sola ventana cerca. Para ser guardia de la prisión no se exigía
mucho, porque era un trabajo duro en el que se lidiaba con la peor escoria de
la sociedad, se trabajaba en turnos largos, con poco tiempo libre y en un sitio
que era de todo, menos acogedor, bastaba con que fuera más o menos joven, y que
no fuera completamente idiota, aun así, los voluntarios no abundaban. Pedro
Canelo era un tipo flaco y de baja estatura, que hace rato pintaba canas en
toda su cabellera y el bigote, era el guardia más viejo de la prisión y el
segundo en jerarquía, quien tomaba el mando cuando Aurelio no estaba. Se
necesitaba ser mucho más duro de lo que parecía a simple vista, como para
aguantar todos esos años y mantenerse cuerdo, porque él también tenía sus
historias, aseguraba haber visto pasar frente a él, hace no más de un par de
noches, al mismísimo Rogelio Vargas haciendo su ronda como si nada, tan real y
silencioso como cuando estaba vivo, Pedro no hizo ni dijo nada, pero tuvo
tiempo de sobra para observarlo detenidamente y asegurarse de que era él, o eso
era lo que afirmaba, y tenía misma cantidad de partidarios que le apoyaban, que
de detractores, que aseguraban que aquello no eran más que embustes. Aquella
noche, una historia más se sumó al repertorio de cosas raras de los guardias de
prisión, y esta vez había varios testigos, lo que la hacía innegable: Canelo
volvía de uno de los puntos más alejados de la prisión a la sala de guardia a
tomarse un trago de aguardiente para abrigar los huesos, cuando uno de los
presos lo detuvo sacando el brazo a través de los barrotes, “Oiga, ¿el agujero
no está vacío?” “El Agujero” era como comúnmente se le llamaba a la habitación
de castigo, el cuarto de contención para presos conflictivos, la sala donde
hace unos días había muerto Horacio Ballesteros. Pedro le aseguró que no había
ningún desdichado allí, y el preso le señaló el techo con un dedo huesudo,
“Escuche…” Largos segundos de silencio hasta que un apagado lamento, cuyo
origen era difícil de definir, se oyó, podía venir del agujero, lo mismo que de
bajo tierra. Luego se escuchó un alarido profundo, como el de un alma sometida
a tormento, Canelo se acomodó las vertebras de la columna, un escalofrío se las
había desacomodado. De todas formas, la prisión era un edificio helado, y más
por la noche, y las lámparas de aceite eran miserables fuentes de luz y de
calor, por lo que ese tipo de reacciones del cuerpo no era cosa tan rara. El
viejo guardia se vio obligado a investigar, dos de sus colegas más jóvenes
habían llegado junto a la puerta del Agujero, igualmente alertados por sonidos
extraños, sonidos que a ratos parecían humanos y a ratos no, “¿No serán una
familia de Quiques?” Sugirió uno, mostrando los incisivos innecesariamente,
“…esos animales se meten en cualquier lado buscando ratones” Agregó para
fortalecer su hipótesis. Pedro lo miró sin demasiado convencimiento pero
aceptando la idea como posible, “Vamos, abre esa puerta para echar un ojo…” Un
chasquido como el que hace un grupo de cadenas al tensarse detuvo en el aire al
guardia con la llave, luego algo se quebró, o mejor dicho, el sonido fue de
algo desastillándose, la puerta se abrió levemente, pero sin que nadie la
tocara, como invitándoles a pasar, Canelo empuñó su revólver, sus hombres se
descolgaron los fusiles. Empujaron la puerta, como era de esperarse, la
oscuridad dentro era total, el viejo metió su candil por delante, un suave
sollozo se escuchaba dentro en un rincón, el llanto de un hombre, “¡¿Quién está
ahí? …Hable o disparo!” Amenazó Canelo. Otro de los guardias también portaba un
candil pero entre los dos no se podía iluminar toda la habitación, que no era
tan grande como para eso, como si el aire se hubiese pintado de negro ahí
dentro. La camilla de madera se podía ver vacía e intacta, en un rincón se
percibía la silueta de un hombre desnudo acuclillado contra la pared,
gimoteando, “¡¿Quién es? Hable o disparo, mierda!” repitió Canelo. Un paso más
y el cuerpo parecía desvanecerse con la luz, pero no su llanto, como los
espíritus, que habitan sólo en la penumbra. De pronto, toda la habitación se
iluminó, el guardia que sostenía el candil, debió soltarlo con un insulto al
ver que éste se incineraba en sus manos, las llamas crecieron iluminando un
cielo inexistente, arriba, a una altura imposible dentro de la habitación, un
cuerpo suspendido en el aire era tirado de sus cuatro miembros con cadenas
hasta descuartizarlo, el torturado soltó un grito ahogado por una cuerda al cuello,
su cuerpo pendió mutilado y su sangre lo regó todo. Un fusil se disparó hacia el
cielo. Entonces, todo volvió a la normalidad, y los dos faroles eran más que
suficientes para iluminar todo el cuarto. Aurelio llegó armado, con las botas
desamarradas y la camisa abierta. Estaba durmiendo. Saltó de la cama al oír la detonación,
sin embargo todo se veía normal “¡Canelo! ¡Pero qué diablos pasa?” Canelo no
sabía qué responder, odiaba despertar a su jefe y no tenerle ninguna buena
excusa para eso, “Quiques, señor” Respondió lo más serio que pudo, Aurelio se
le acercó amenazante, era notoriamente más alto que él, Pedro mantuvo su
postura, inmóvil, mientras su jefe le respiraba encima, éste le tocó el pelo en
silencio. Aquello era inverosímil, casi ridículo. Aurelio se examinó los dedos,
luego le arrebató el candil de las manos e inspeccionó su alrededor: nevaba
ceniza y hollín dentro de la habitación, “Mierda…” masculló, mientras veía como
todo se cubría nuevamente de tizne, “…el doctorcito no nos va a dejar en paz ni
muerto” Devolvió el farol y volvió a la cama.
León Faras.