Cuarta
Parte.
I.
Por
fin María Cruces había tenido un funeral de verdad y una cruz con su nombre; y
su familia, un lugar donde honrar su memoria con flores y oraciones. Para
Elena, ella había sido más madre que Diana, su verdadera madre y la esposa del
doctor Ballesteros, no porque ésta última no la hubiese querido, sino porque su
enfermedad la alejó de su hija cada vez más, siendo ésta muy pequeña, hasta
quitársela definitivamente. Elena dejó amorosamente su ramo de flores sobre la
tumba y oró, esperaba a alguien que no tardaría en llegar: el padre Benigno.
Clodomiro Almeida, al ver su trabajo terminado, se volvió a la ciudad, pero
antes visitó al sacerdote a la salida de la iglesia, para devolverle el diario
del doctor Ballesteros, para que él dispusiera del documento lo mejor posible
pues a él no le servía para nada ni le correspondía conservarlo, “Muy bien
padre, ha sido todo un gusto conocerlo, pero es hora de que me vaya…” le dijo
estirándole la mano, Benigno se la estrechó brevemente, “Un placer. Creo que ya
no lo volveremos a ver por aquí” Clodomiro rió contenidamente, “Yo nunca digo
“de esa agua no beberé” Padre. Nunca se sabe… Le dejo el diario entonces, tal
vez usted pueda averiguar quién más escribió en él, sería muy interesante…”
pensó algo durante un par de segundos y luego agregó, “…si me lo preguntan a
mí, yo me inclinaría por alguien de la familia o muy cercano, de sexo femenino,
esa es mi predicción, si me lo permite, padre” dijo con gesto de estar haciendo
una travesura, Benigno metió el documento tras la biblia que apretaba contra su
estómago, continuó lo más parco posible “Sólo Dios lo sabe, de cualquier
manera, yo veré que este documento quede en las mejores manos” Ahora Benigno
llegaba hasta la tumba de María Cruces para hablar con Elena, había algo que
necesitaba aclarar y para lo cual había dejado pasar algunos días, hasta
encontrar un buen momento sin forzarlo, “¿Conoces esto, hija?” Elena lo conocía
bastante bien, era el diario de su padre, “Quiero que seas honesta conmigo, ¿Tú
has escrito en este diario?” Elena lo miró sin entender, era una pregunta de lo
más absurda, “Por supuesto que no, ni siquiera lo he hojeado nunca. Era su
diario personal” Aquello no le satisfacía al cura, pero le creía, Elena agregó,
“Muchas veces lo encontré abierto sobre su escritorio, pero jamás me atreví a
mirar lo que escribía en él… aquello era tan sucio como intentar espiar a
alguien mientras se quita la ropa…” De pronto Elena se detuvo alerta, como un
perro cuando siente el suave murmullo de una alimaña arrastrándose entre la hierba,
“¿Gracia, eres tú?” Se quedó expectante, Una pequeña roca rodó por la suave
pendiente de la tumba de María Cruces, Elena se tomó eso como una respuesta,
“No hay problema. Dile a Clarita que en un minuto estaré con ella” El cura miró
en todas direcciones pero no vio a nadie, Elena continuó, “Padre, no quiero ver
el contenido de ese diario, no lo hice antes ni lo quiero hacer ahora…” El cura
lucía más confundido que cuando llegó, “…me tengo que ir, padre, me esperan
para comer. Lo veré en la misa” Concluyó la muchacha.
“¿Tienes
la comida hecha?” Guillermina entraba en casa del doctor Cifuentes con
propiedad y un plato en las manos, dejando a Úrsula parada junto a la puerta
con la palabra en la boca, como una subalterna cuya opinión no es importante,
tampoco le hizo mucho caso al médico que leía en un rincón “…no importa, los
dejas para la cena, yo te diré cómo prepararlos para que queden exquisitos. Se
los enviaron al padre pero a él no le caen nada bien y Abel ya tiene su parte,
así que…” y la mujer destapó sobre la mesa una generosa porción de jugoso
hígado de ternera, Úrsula se llevó una mano a la boca y otra al estómago, se
puso pálida y tuvo que salir corriendo, “Chiquilla, estás embarazada…”
sentenció Guillermina en el acto. El doctor dejó lo que hacía, preocupado. La
chica había vomitado en una cubeta de la cocina poco más que jugos intestinales
y una buena cantidad de saliva y se recuperaba de lo que no había sido más que
una sensación de asco incontenible. Guillermina la miraba desde un par de
metros, de brazos cruzados, altanera, sin ninguna duda en su pronóstico,
“¿Tienes amenorrea?” preguntó el doctor revisándole el pulso, la muchacha abrió
los ojos y lo miró angustiada, aquello le sonaba como una de esas enfermedades
terribles que olían mal. Guillermina también se espantó, “¡¿Y qué porquería es
esa, doctor?!” Cifuentes terminó de contar mentalmente las pulsaciones, “La
interrupción del ciclo menstrual” aclaró el médico, Úrsula se sintió
avergonzada por la pregunta, no era algo que fuera correcto ventilar, pero
Guillermina no estaba para remilgos, “Responde niña, ¿Has sangrado o no?”
Úrsula confesó que aún no, que tenía un pequeño retraso, pero que ella
consideraba dentro de los parámetros normales, Guillermina no se dejó engañar,
se golpeó una mano con la otra con desprecio, y señaló a la muchacha sin
pudores, como si tuviera la peste, “Esta chiquilla está preñada, doctor,
¡Mírela!” dijo, como si Úrsula llevara un cartel pegado en la frente o algo así,
Cifuentes no quería ser tan categórico, “Bueno Guillermina, es sólo una náusea,
hay muchas causas probables, no es prudente adelantar conclusiones…”
Guillermina se retiró negando con la cabeza, como si la estuvieran tratando de
embaucar con argumentos demasiado ridículos, “No doctor, ni que hubiera nacido yo
ayer, la de veces que me ha tocado ver esto… si es cuestión de mirar cómo le ha
cambiado la figura ¡Pero no ha sido en casa del padre Benigno, eh! Que yo tengo
el sueño liviano y no vuela una mosca en la noche sin que yo no despierte…”
Aquello último era totalmente cierto. La mujer se detuvo en la puerta para
echarles el último vistazo suspicaz a los dos jóvenes antes de irse, “Esto se
veía venir… bueno, ahí les dejo el hígado” Úrsula se quedó acongojada, aquello
significaba un montón de explicaciones, al padre Benigno, a su familia.
Guillermina no se detendría hasta probar que tenía razón, el doctor le tomó una
mano para tranquilizarla, “Pero qué es lo que te preocupa, si no has estado con
ningún hombre, no puedes estar embarazada, ya está. No importa lo que
Guillermina diga” Úrsula lo miraba sin responder, y no parecía más tranquila. El
médico también perdió su confianza, “Porque, no has estado con ningún hombre, ¿o
sí?...” La chica desvió la mirada, más que porque no quisiera hablar, parecía intentar
recordar algo que se le hacía confuso, el doctor insistió “…Úrsula” La muchacha
finalmente negó con la cabeza. Cifuentes fingió estar seguro y relajado, “Entonces
no tienes nada de qué preocuparte. Me encargaré de ese hígado” dijo, pero en el
fondo no estaba ni tranquilo ni confiado, muy a su pesar, él también pensaba como
Guillermina, y peor aún, no podía quitarse de la cabeza aquella noche de la fiesta
de San Lorenzo.
León Faras.
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