viernes, 24 de enero de 2020

Autopsia. Cuarta parte.


II.

Fue curioso, pero Guillermina no dijo una palabra a nadie, Úrsula iba con los nervios tensos, preparada para recibir la condena del padre Benigno o por lo menos unas fuertes palabras de desaprobación al llegar por la noche a su cuarto, pero no recibió más que las “Buenas noches” acostumbradas por parte del sacerdote, sin embargo, Guillermina la esperaba en camisón de dormir y envuelta en un chal para hacerla confesar lo que ambas ya sabían, pues no había ninguna duda de que una mujer siempre sabía antes que nadie más cuándo estaba embarazada, y Úrsula no era la excepción, el problema era el cómo, pues la muchacha aseguraba que había sucedido en el más precioso de los sueños, Guillermina la miró con desconfianza, achicando los ojos, aquello se le hacía más sospechoso aún, no tanto lo de “sueño”, sino más lo de “precioso”, porque eso sólo podía ser que la chica estaba enamorada, y para Guillermina, ese era el principio de todas las desdichas de las mujeres, y encima, ya estaba embarazada, por lo que ya no había vuelta atrás, “Ay niña…” dijo compadeciéndose de ella, “…sólo esperemos que no te desgracien la vida tan pronto, pero al menos el doctorcito parece buena persona” Úrsula se quedó con la boca abierta, ella no había dicho nada sobre el doctor, esa mujer la leía como a un libro abierto, la vieja se apretó el chal al cuerpo y sonrió con suficiencia, “Pero muchacha, ¿Y de quien más vas a estar enamorada tú con tanto trabajo? Además, tú no eres la Virgen María para estarte embarazando en sueños, por lo que entre ustedes dos pasó algo y ahora tienen que hacerse cargo como Dios manda” Úrsula estaba angustiada, “Por favor, Guillermina, no diga nada hasta estar seguros, imagínese si luego…” Guillermina se puso de pie y la hizo callar con un gesto pedante de la mano, como si la chica fuera una especie de súbdito inoportuno, “Calla muchacha, calla ¿Quién te crees que soy yo? Éstas son cosas que no se pueden tomar así, a la ligera…” la vieja se lo pensó unos segundos, “…El doctor ya sabe que estás embarazada, estoy segura, pero como sabe que la criatura será suya, quiere estar bien seguro, pero lo vamos a tener que convencer lo antes posible porque se tienen que casar ¡Y tú no puedes pararte frente al altar con una tremenda barriga…!” Y mientras Úrsula se ruborizaba espantada mirándose el vientre, como si algo horroroso fuera a salir de ahí, Guillermina se persignaba como si estuviera frente a un escándalo aberrante de esos que hay que evitar a toda costa que salgan a la luz “…luego Diosito se nos ofende o San Lorenzo se espanta y suelta alguna calamidad y ni hablar del padre Benigno. Vamos a dejar al padre Benigno para el final, y ni se te ocurra decirle eso del “lindo sueño” a él o es capaz de dejarte sin comulgar por todo un año. Ahora duérmete tranquila y ya mañana veremos” Concluyó la vieja yéndose con propiedad, satisfecha y completamente dueña de la situación, dejando a la muchacha sin poder dormir por el resto de su vida. Al salir Guillermina, se encontró con el cura parado en el pasillo con cara de preocupación por el tono de conversación de las mujeres, “¿Sucede algo?” la vieja pasó junto a él ignorándolo como a un pelele, “…no es nada padre, váyase a la cama…”

La prisión era uno de esos sitios en los que siempre sucedían cosas raras, todos los muchachos tenían historias sobre que habían oído durante la noche puertas que se cerraban solas, que se veían faroles que rondaban los pasillos sin que su portador pudiera verse o que se sentían corrientes de aire helado donde no había una sola ventana cerca. Para ser guardia de la prisión no se exigía mucho, porque era un trabajo duro en el que se lidiaba con la peor escoria de la sociedad, se trabajaba en turnos largos, con poco tiempo libre y en un sitio que era de todo, menos acogedor, bastaba con que fuera más o menos joven, y que no fuera completamente idiota, aun así, los voluntarios no abundaban. Pedro Canelo era un tipo flaco y de baja estatura, que hace rato pintaba canas en toda su cabellera y el bigote, era el guardia más viejo de la prisión y el segundo en jerarquía, quien tomaba el mando cuando Aurelio no estaba. Se necesitaba ser mucho más duro de lo que parecía a simple vista, como para aguantar todos esos años y mantenerse cuerdo, porque él también tenía sus historias, aseguraba haber visto pasar frente a él, hace no más de un par de noches, al mismísimo Rogelio Vargas haciendo su ronda como si nada, tan real y silencioso como cuando estaba vivo, Pedro no hizo ni dijo nada, pero tuvo tiempo de sobra para observarlo detenidamente y asegurarse de que era él, o eso era lo que afirmaba, y tenía misma cantidad de partidarios que le apoyaban, que de detractores, que aseguraban que aquello no eran más que embustes. Aquella noche, una historia más se sumó al repertorio de cosas raras de los guardias de prisión, y esta vez había varios testigos, lo que la hacía innegable: Canelo volvía de uno de los puntos más alejados de la prisión a la sala de guardia a tomarse un trago de aguardiente para abrigar los huesos, cuando uno de los presos lo detuvo sacando el brazo a través de los barrotes, “Oiga, ¿el agujero no está vacío?” “El Agujero” era como comúnmente se le llamaba a la habitación de castigo, el cuarto de contención para presos conflictivos, la sala donde hace unos días había muerto Horacio Ballesteros. Pedro le aseguró que no había ningún desdichado allí, y el preso le señaló el techo con un dedo huesudo, “Escuche…” Largos segundos de silencio hasta que un apagado lamento, cuyo origen era difícil de definir, se oyó, podía venir del agujero, lo mismo que de bajo tierra. Luego se escuchó un alarido profundo, como el de un alma sometida a tormento, Canelo se acomodó las vertebras de la columna, un escalofrío se las había desacomodado. De todas formas, la prisión era un edificio helado, y más por la noche, y las lámparas de aceite eran miserables fuentes de luz y de calor, por lo que ese tipo de reacciones del cuerpo no era cosa tan rara. El viejo guardia se vio obligado a investigar, dos de sus colegas más jóvenes habían llegado junto a la puerta del Agujero, igualmente alertados por sonidos extraños, sonidos que a ratos parecían humanos y a ratos no, “¿No serán una familia de Quiques?” Sugirió uno, mostrando los incisivos innecesariamente, “…esos animales se meten en cualquier lado buscando ratones” Agregó para fortalecer su hipótesis. Pedro lo miró sin demasiado convencimiento pero aceptando la idea como posible, “Vamos, abre esa puerta para echar un ojo…” Un chasquido como el que hace un grupo de cadenas al tensarse detuvo en el aire al guardia con la llave, luego algo se quebró, o mejor dicho, el sonido fue de algo desastillándose, la puerta se abrió levemente, pero sin que nadie la tocara, como invitándoles a pasar, Canelo empuñó su revólver, sus hombres se descolgaron los fusiles. Empujaron la puerta, como era de esperarse, la oscuridad dentro era total, el viejo metió su candil por delante, un suave sollozo se escuchaba dentro en un rincón, el llanto de un hombre, “¡¿Quién está ahí? …Hable o disparo!” Amenazó Canelo. Otro de los guardias también portaba un candil pero entre los dos no se podía iluminar toda la habitación, que no era tan grande como para eso, como si el aire se hubiese pintado de negro ahí dentro. La camilla de madera se podía ver vacía e intacta, en un rincón se percibía la silueta de un hombre desnudo acuclillado contra la pared, gimoteando, “¡¿Quién es? Hable o disparo, mierda!” repitió Canelo. Un paso más y el cuerpo parecía desvanecerse con la luz, pero no su llanto, como los espíritus, que habitan sólo en la penumbra. De pronto, toda la habitación se iluminó, el guardia que sostenía el candil, debió soltarlo con un insulto al ver que éste se incineraba en sus manos, las llamas crecieron iluminando un cielo inexistente, arriba, a una altura imposible dentro de la habitación, un cuerpo suspendido en el aire era tirado de sus cuatro miembros con cadenas hasta descuartizarlo, el torturado soltó un grito ahogado por una cuerda al cuello, su cuerpo pendió mutilado y su sangre lo regó todo. Un fusil se disparó hacia el cielo. Entonces, todo volvió a la normalidad, y los dos faroles eran más que suficientes para iluminar todo el cuarto. Aurelio llegó armado, con las botas desamarradas y la camisa abierta. Estaba durmiendo. Saltó de la cama al oír la detonación, sin embargo todo se veía normal “¡Canelo! ¡Pero qué diablos pasa?” Canelo no sabía qué responder, odiaba despertar a su jefe y no tenerle ninguna buena excusa para eso, “Quiques, señor” Respondió lo más serio que pudo, Aurelio se le acercó amenazante, era notoriamente más alto que él, Pedro mantuvo su postura, inmóvil, mientras su jefe le respiraba encima, éste le tocó el pelo en silencio. Aquello era inverosímil, casi ridículo. Aurelio se examinó los dedos, luego le arrebató el candil de las manos e inspeccionó su alrededor: nevaba ceniza y hollín dentro de la habitación, “Mierda…” masculló, mientras veía como todo se cubría nuevamente de tizne, “…el doctorcito no nos va a dejar en paz ni muerto” Devolvió el farol y volvió a la cama.



León Faras.

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